Ayer vimos cómo en el bautismo de nuestro Señor se manifestó clara e innegablemente a todos los hombres la plenitud de la Deidad: el Padre que habla en los cielos, el Espíritu Santo en forma de paloma que desciende, y el Hijo encarnado sobre quien reposó el Espíritu (Lc 3:22). La Santísima Trinidad, los tres Uno es.
Pero, igualmente, vemos la plenitud de la Deidad, al tercer día cuando resucitó nuestro Señor. En Pentecostés, en el cumplimiento de la profecía del profeta Joel, bajo la llenura del Espíritu Santo se levantó el preeminente Apóstol Pedro y dijo a la multitud reunida en los atrios del Templo:
– "Pues bien, Dios ha resucitado a ese mismo Jesús, y de ello todos nosotros somos testigos. Después de haber sido enaltecido y colocado por Dios a Su derecha y de haber recibido del Padre el Espíritu Santo que nos había prometido, él a su vez lo derramó sobre nosotros. Eso es lo que ustedes han visto y oído" (Hechos 2:32-33).
Note la clara economía de la Deidad:
1. "A ese mismo Jesús" ... es decir, el Hijo.
No fue el Padre quien se encarnó, y ciertamente no fue el Espíritu. Creer esto es blasfemia, herejía milenaria llamada "patripasianismo", los que negando la Trinidad crucifican al Padre en lugar del Hijo. Fue el Cristo, el "Hijo unigénito de Dios" (Jn 1:14, 18) quien se hizo carne y entregó Su cuerpo como precio de nuestro rescate.
2. "Dios ha resucitado" ... es decir, el Padre.
En el pasaje correlativo, el mismo Apóstol Pedro dice: "El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, el mismo a quien ustedes mataron colgándolo en una cruz. Dios lo ha levantado y lo ha puesto a su derecha" (Hechos 5:30-31). Asimismo, el Apóstol Pablo escribe: "Pablo, Apóstol no enviado ni nombrado por los hombres, sino por Jesucristo mismo y por Dios el Padre que le resucitó de entre los muertos" (Gálatas 1:1). Fue el mismo Padre invisible en el cielo, quien resucitó al Hijo de entre los muertos, vindicando a Su Hijo unigénito ante toda la creación, dando claro testimonio que Aquel que fue crucificado, era el mismo Hijo coeterno con el Padre, "que estaba en el principio con Dios" (Jn 1:2) "antes que existiera el mundo, teniendo la misma gloria del eterno Padre" (Jn 17:5). Este Hijo eterno, ha sido colocado nuevamente a la derecha del Padre, por el mismo Padre. Los dos, Uno son.
3. "Recibido del Padre el Espíritu Santo que nos había prometido, Él a su vez lo derramó sobre nosotros ..." es decir, el Santo Espíritu.
Pablo escribe a los romanos: "Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús vive en ustedes, el mismo que resucitó a Cristo dará nueva vida a sus cuerpos mortales por medio del Espíritu de Dios que vive en ustedes" (Rom 8:11). Nótese el misterio majestuoso de la Santísima Trinidad en acción en la Resurrección de nuestro Señor: El PADRE que está en los cielos, por el poder del Espíritu Santo, resucita al Hijo encarnado de entre los muertos. "¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!" (Rom 11:33).
Vemos entonces, tal como vimos en el bautismo de nuestro Señor (por cierto, también lo vemos en Su encarnación en el vientre de María), la economía simultánea y armoniosa de la plenitud de la Deidad: los Tres, en Uno, operando la obra de salvación. Esto no es secuencial, Dios no está tomando diferentes "máscaras" y "modos" en diferentes momentos de la historia: una vez apareciendo como el Padre, luego el Hijo, y luego el Espíritu. ¡Herejía de herejías! Es la plenitud de la Deidad, existiendo coeternamente y realizando la obra de creación y salvación en perfecta unión. La Santísima Trinidad, los tres Uno es.
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Por cierto, es imposible que profeses el Evangelio y así alcances la salvación de tu alma, si niegas este misterio de misterios. ¿Cómo es eso? El Apóstol Pablo nos escribe de nuevo en su carta a los romanos:
– "Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que DIOS le levantó de los muertos, serás salvo" (Rom 10:9-10).
No puedes creer eso, y mucho menos confesarlo con un significado real y verdadero, si niegas la plenitud de la Deidad. Nótese: la confesión de fe no es que "Jesús se resucitó a Sí mismo, porque Él es el PADRE". Pero más bien, ¿cuál es el mensaje central de nuestro Evangelio? Que el PADRE en el cielo, resucitó a Su Hijo encarnado en la Tierra, por el Espíritu Santo, y ahora este Cristo, crucificado pero ahora resucitado, está sentado corporalmente a la diestra del Padre en el cielo. ¡Los tres, Uno son!
¡Niegas esto y serás negado en el cielo!