CARISMÁTICOS
Al igual que muchas personas, yo mismo caminé por los pasillos de los mega templos carismáticos buscando equivocadamente el rostro de Dios, atraído por las promesas vacías de felicidad, bienestar y prosperidad, alimentando una fe idólatra en el "apóstol, profeta y ungido", que domingo tras domingo nos enseñaba los “siete pasos para alcanzar una vida próspera”, “las tres llaves para activar la bendición” y todo tipo de mensajes livianos que jamás me llevaron a arrepentirme de mis pecados y reconocer a Cristo como mi única esperanza eterna. Una y otra vez participé de conciertos fantásticos y emocionalistas en la “adoración dominical” y vi a muchos caer tumbados por el “poder” de un espíritu, que con vergüenza hoy en día admito que no fue más que mi propia sugestión. Ni cerca estaba yo de recibir el fruto del Espíritu que inspiró las Escrituras que son poder de Dios para santificar (Juan 17:17).
La Palabra de Dios enseña de manera muy clara que existe un solo evangelio verdadero y éste está fundamentado en las Escrituras. Cualquier otro mensaje, aunque sea predicado por un hombre próspero, victorioso, “bendecido” e incluso lleno de buenas intenciones, en lugar de conducir a Dios, conduce a un destino lejos de Él. Si el evangelio que me han predicado y en el que he confiado no está fundamentado en el Dios Vivo, entonces está fundamentado en un dios falso, producto de la imaginación y el deseo de alguna persona.
“Mas si aún nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema. Como antes hemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema.”
(Gálatas 1:8-9)
La palabra “anatema” se refiere a aquello que conduce a la persona a ser maldita, lo cual, lejos de la idea popular relacionada con el misticismo y la mala suerte, se refiere a la separación entre Dios y el hombre. De esta manera es crucial preguntarnos y respondernos con honestidad: ¿El evangelio que he aprendido, vivido y enseñado está fundamentado en las Escrituras?
Para examinarnos a la luz de las Escrituras, veremos la esencia del evangelio Bíblico según las palabras de los verdaderos apóstoles y profetas de Dios:
A) El evangelio es poder de Dios para salvarnos, no de la enfermedad, la pobreza y los problemas, sino de la ira de Dios que pesaba sobre nosotros por causa de nuestro pecado e injusticia (Romanos 1:16-18).
B) El verdadero evangelio no está para darnos la gloria a nosotros, ni para llamarnos ganadores, príncipes y princesas, sino para glorificar a Dios. Por lo tanto la Palabra de Dios nos refleja de manera clara, como lo que realmente somos: pecadores perdidos, llenos de razonamientos vanos acerca de nosotros mismos, conducidos por corazones necios e insensatos (Romanos 1:21). Aunque nos hemos considerado piadosos y sensibles a la voz de Dios, la Palabra nos muestra que realmente nadie está dispuesto a buscar al Dios Santo de quien las Escrituras dan testimonio, la búsqueda del hombre hacia Dios está llena de interés, pensando que Dios está para satisfacer caprichos egoístas y no para ser adorado por Quién Es (Romanos 3:11-12).
C) El evangelio muestra con claridad el peor mal del ser humano y su causa. Mucho peor que estar condenado a una vida de pobreza, enfermedad, soledad, persecución, tristeza y dolor, es saber que estamos eternamente destituidos de la gloria de Dios, por causa de nuestro pecado (Romanos 3:23). Una persona con un hasta ahora desconocido cáncer avanzado en sus pulmones, con metástasis en otros órganos, entre ellos la piel, empieza a gastar una fortuna y a hacer viajes al extranjero para recibir tratamientos eficaces contra el enrojecimiento de la piel del rostro y la descamación y resequedad en algunas partes del cuerpo. Esta persona está muy preocupada por su aspecto físico, pero una vez el médico le informa que todos estos síntomas apuntan a una enfermedad mortal, dolorosa e incurable, su interés por los problemas estéticos queda olvidado. Así mismo sucede con cualquier mensaje que nos promete aliviarnos de los problemas cotidianos pero que nos deje sin esperanza para afrontar la eternidad.
D) El evangelio es la mejor noticia que puede recibir un ser humano en toda su existencia: A pesar de nuestro terrible pecado que nos ha destituido de la gloria de Dios, hay esperanza en Cristo. Jesús, siendo Dios mismo vino al mundo y habitó entre nosotros (Juan 1:14), vivió una vida de perfecta santidad (Hebreos 4:15) y murió por nosotros, es decir reemplazándonos en la cruz ya que éramos nosotros los que merecíamos tal destino (Isaías 53:5). En síntesis, simplemente por la fe en Cristo somos declarados justos (inocentes) delante de Dios (Romanos 4:24-25).
El evangelio verdadero transforma la vida del ser humano de manera permanente y desde su interior. Ya que Cristo murió por nosotros, estamos facultados para obedecer a Dios y vivir de la manera que a Él le agrada (2 Pedro 1:3). Sólo de esta forma se puede evidenciar que el Espíritu Santo habita en el creyente, porque éste empieza a vivir de una manera única y característica del ser redimido y santificado (1 Pedro 2:9-10).
Si usted sigue a Cristo o se ha declarado cristiano para recibir bendiciones, victorias y beneficios, con el ánimo de evitar aflicciones, o por buscar un milagro, usted no ha recibido el Espíritu de la Verdad, aunque lleve años asistiendo a un templo, diezmando o cantando canciones que hablan de Dios. Si en su vida no hay una evidencia clara de luchar cada día con el pecado y si su carácter no es transformado para vivir el tipo de vida que le agrada a Dios, su condición es de riesgo inminente, porque usted no es salvo. Si su cristianismo se limita a una rutina religiosa, de asistir domingo a domingo a una iglesia, pero en su vida cotidiana nunca le ha molestado su pecado, ni le incomoda cuando le falla a Dios, entonces usted en realidad no lo ama.
Si ese es su caso, recuerde que aún hay esperanza. Acuda inmediatamente a Cristo en busca de perdón y misericordia, con el firme propósito de obedecerle y rendirse a sus pies; búsquelo a través de su Palabra y ruéguele que le dé la gracia para vivir una vida de santidad.