Re: DENOMINACIONES PROTESTANTES ¿ME LO ACLARA?
Que tal:
Pienso que, a pesar de ciertas diferencias, podemos reconocer a una verdadera iglesia de Cristo por las señales que, a continuación, citare de un articulo que traduje hace tiempo:
Quiero hacer notar que, en Apocalipsis 2-3, Cristo pasa juzgando 7 iglesias que, a pesar de sus marcadas diferencias y salud espiritual, eran verdaderas iglesias de Cristo. Dios les bendiga...
Eran verdaderas Iglesias porque estaban unidas por medio de la eucaristía y de la sucesión apostólica. Una comunidad que no tenga la sucesión apostólica, ni por tanto la eucaristía, no puede denominarse iglesia. Y esto sucede con las denominaciones protestantes.
El Nuevo Testamento enseña que cada iglesia particular es la iglesia total, católica: “la iglesia de Dios que está en Corinto, en Tesalónica” o en Barcelona. Y esta localidad tiene una dinámica de comunión universal, precisamente por ser “de Dios”.
Este punto cobra importancia histórica y teológica, en un mundo de “pensamiento único” y de falsa globalización. Por eso merece un poco más de atención.
Local y en comunión plenaEn el cristianismo hay una especial relación entre iglesia local e iglesia universal, de modo que:
A. Cada iglesia local es TODA la iglesia (o “la iglesia católica”), no una PARTE (como vg. Tarragona lo es de Cataluña), ni tampoco una sucursal (como la de un banco) ni un individuo de un género (como Pedro lo es del género humano...). Es simplemente “la iglesia de Dios”. Iglesia de Dios que está en... Corinto (1 Cor 1,2 y 2 Cor 1,1), o iglesias de Galacia (Gal 1,2) o la iglesia de los tesalonicenses (1 y 2 Tes, 1,1), o “la iglesia en Jerusalén” (Hchs 8,1). También en el martirio de Policarpo se habla de él como “obispo de la iglesia católica de Esmirna”.
Cada iglesia local es por eso la iglesia de Dios. Pero:
B. Esta, que es la doctrina más antigua del NT, ha de equilibrarse con la de las Cartas paulinas de la cautividad que hablan más de la iglesia universal, mientras que en el caso anterior se habla más bien de las iglesias.
C. Pero para ser iglesia católica o “de Dios” cada iglesia local necesita:
– ser ella misma
integradora (“holística” con lenguaje hoy de moda). Porque, como dirá Tertuliano: “la bondad de Dios es suprema y católica” (Adv. Marc. 2,17).
– Y además necesita
ser (no sólo estar)
abierta a la comunión con otras iglesias locales. De modo que la llamada “iglesia universal” viene a ser una comunión de iglesias o “iglesia de iglesias” según la bella expresión de J. M Tillard.
Integradora y abierta. El primer elemento está muy vinculado al segundo (que no es un mero añadido): catolicidad equivale a totalidad cualitativa, es decir: no le falta a una iglesia nada de lo humano-divino; es “iglesia de Dios en todo lo que constituye la existencia de un conjunto humano” . La catolicidad cuantitativa deriva de esta catolicidad cualitativa y no es un mero agregado numérico. Por eso mismo, la misión de la Iglesia, más que en una mera extensión, radica en la entrada en ella de toda la riqueza humana en Cristo.
D. De aquí brotan tres consecuencias prácticas importantes.
a. La Iglesia es local. Pero
a esa localidad le pertenece una grave obligación de fomentar la comunión de todas las iglesias locales, la cual requiere sin duda un centro potenciador de esa comunión, en este caso la Iglesia de Roma.
Pero eso no significa que otra iglesia particular pueda imponerse y aplastar la particularidad de las iglesias locales en nombre de la catolicidad.
La iglesia de Roma no es pues la iglesia universal, es el
centro de la comunión de las iglesias. Si ocurriera ese aplastamiento de las iglesias de Dios por lo que debería ser su centro de comunión, tendríamos lo que san Bernardo escribe al papa Eugenio III: “si reduces el cuerpo de Cristo a una cabeza con dedos, lo conviertes en un monstruo”.
b. También puede ser útil notar la vinculación de este tema con el de la iglesia de los pobres, como aparece ya en los Hechos. Pues, en cada iglesia local, entra no sólo todo lo humano sino todos los humanos. Y también esto se vincula (ya en san Justino, en el s. II) con la eucaristía como comunión de todos.
c. En conclusión: todas las instancias eclesiales están marcadas por esa dualidad de localidad y catolicidad la cual implica el intento de configuración colegial, o sinodal, de todas ellas. La Iglesia no nació con una estructura ya previamente dada por su Fundador, sino que trató de buscarla y para ello miró también al mundo de su entorno (ciudad, metrópoli, provincia etc). Pero al estructurarse no podrá prescindir de esa doble instancia que la constituye.
Iglesia local y eucaristíaEsa dialéctica de la iglesia local y universal responde a algo profundamente humano. El individuo se realiza verdaderamente cuando forma comunidad: entonces se convierte en persona. De lo contrario se encierra en un individualismo que, buscando su identidad en la separación más que en la comunión, acaba por anularle humanamente. Pero luego, toda comunidad puede a su vez, o degenerar en comunidad-individuo o convertirse en comunidad-persona, según busque autoafirmarse mediante la separación, o la comunión con otras comunidades. Por eso E. Mounier definía a la comunidad como una “persona de personas”.
Y si esta dialéctica de la iglesia local es tan humana, se comprende que pueda tener mucho que ver con la Eucaristía. En efecto: ya desde san Agustín, se la ha visibilizado ahí: cada hostia consagrada (o fragmento) es TODO el cuerpo de Cristo, no una parte. Pero eso no excluye que lo sean igualmente TODAS las demás hostias. El haber reducido la Eucaristía a un mero acto de culto nos ha hecho perder esta importante proyección del mandato del Señor de repetir su última Cena.
En cambio, la teología de la iglesia local no tiene que ver con reivindicaciones nacionalistas, por legítimas que puedan ser éstas. Lo que acabamos de exponer vale tanto de la iglesia de Barcelona como de la de Calahorra o Burgos. Y debemos añadir que precisamente la aparición de diversos nacionalismos eclesiásticos (“galicanismos” o “josefinismos”) fue un factor que, a lo largo de la historia, debilitó la importancia de la teología de la iglesia local.
La diferencia entre ambas concepciones la formula bien J.M. Tillard: “ninguna de las iglesias puede considerar su diferencia como el valor supremo en función del cual todo tiene que ser juzgado por ella”. Es decir: lo diferencial no son aquí particularidades (lingüísticas, culturales, o históricas...) sino el hecho cristiano mismo, tal como se visibiliza en la Encarnación. Por eso, sin esa apertura a las demás iglesias ya no se es “ekklesía tou Theou” (iglesia de Dios). De modo que ni las diferencias se conviertan en barreras, ni la supresión de las barreras se convierta en supresión de las diferencias.
Iglesia local y episcopado
Todos estos datos son fundamentales para la teología del episcopado.
El obispo se caracteriza por su vinculación a una iglesia local, y al colegio episcopal. Aquí encontramos los dos rasgos eclesiológicos que acabamos de describir. Cada obispo es representante, responsable (“ángel” dice el Apocalipsis en su carta a las iglesias), o (con un término muy querido a la teología antigua y que marca una vinculación muy seria), “esposo” de una iglesia local. Y
precisamente por eso es, a la vez, miembro de la comunión episcopal (o “colegio”).
La vinculación a su pueblo es tal que, en la tradición primitiva, quien consagra no es el obispo (o el presidente de la eucaristía, aunque deba haberlo) sino todo el pueblo, al que él aporta no un poder consagrador especial, sino la comunión con las iglesias para que aquella pueda ser verdadera eucaristía. “La iglesia que está en...” no es meramente el obispo sino todo el pueblo: “los santos y los fieles que están en Efeso” (Ef 1,1), o “los amados de Dios y llamados a ser santos, que están en Roma” (Rom 1,7); o “los santos en Cristo Jesús que están en Filipos, con sus obispos y diáconos”(Fil 1,1).
Precisamente por eso,
colegialidad y localidad son anverso y reverso de una misma realidad y no dos principios opuestos. San Cipriano, uno de los grandes teólogos de la iglesia local, escribe: “el episcopado es uno; y de él participa cada obispo por entero (‘in solidum’)”.