CIUDAD DEL VATICANO, 18 en (ZENIT).- El camino de los cristianos hacia la unidad dio hoy un paso decisivo con el histórico rito ecuménico de apertura de la cuarta Puerta Santa jubilar de Roma, la Basílica de San Pablo Extramuros, el mismo lugar que hace más de cuarenta años fue testigo de las palabras con las que Juan XXIII convocó el Concilio Ecuménico Vaticano II.
Junto a Juan Pablo II se encontraban exponentes de otras 22 iglesias cristianas, y del Consejo Mundial de las Iglesias, una comunidad de 337 confesiones cristianas. Todos ellos estaban unidos por la fe en Cristo, único Salvador, y por un único bautismo.
Sin duda el momento más emocionante fue el instante en el que los peregrinos que se encontraban en la Basílica dedicada al gran apóstol del cristianismo, iluminados por el resplandor de sus magníficos mosaicos, vieron cómo se abrían con dificultad las dos hojas de bronce de la Puerta Santa. En ese instante, apareció la silueta diluida por la luz del sol de Juan Pablo II, del metropolita ortodoxo Athanasios del Patriarcado ecuménico de Constantinopla, y del arzobispo de Canterbury, George Carey, presidente de la Comunión Anglicana. Estalló un tremendo aplauso. Durante unos instantes, todos tenían la impresión de que la unidad plena de los cristianos no parece una meta tan lejana. Todos eran conscientes de vivir un momento sin precedentes en el camino del diálogo ecuménico.
Pasando esa misma Puerta Santa, los demás representantes de la Iglesia católica, y de las Iglesias ortodoxas de Oriente, las Iglesias anglicanas, luteranas, metodistas y pentecostales se dirigieron hasta el lugar en el que se encontraba el Evangelio. La procesión simbolizaba ese camino de siglos que a través de la historia han recorrido los cristianos tras la fuente de la unidad, la Palabra de Dios, el mismo manantial de la que beben todas las confesiones.
«Sabemos que somos hermanos y que todavía estamos divididos, pero nos hemos encaminado con convicción decidida por la senda que conduce a la plena unidad del Cuerpo de Cristo», dijo el Papa durante la homilía. Sus palabras habían sido precedidas por otro momento sumamente fuerte. Se trataba de tres lecturas --una de san Pablo, y las otras dos del teólogo ruso Geroger Florovsky y del luterano Dietrich Bonhoeffer, este último asesinado por los nazis-- que subrayaban la necesidad impelente de buscar la unidad del cuerpo de la Iglesia a través del vínculo de la paz. «Una unidad que puede encontrar una fuerza vital de la experiencia del año santo», afirmó poco después Juan Pablo II.
«En este año de gracia --añadió--, tiene que crecer en cada uno de nosotros la conciencia de la responsabilidad que cada uno tiene en las fracturas que marcan la historia del Cuerpo místico de Cristo. Esta conciencia es indispensable para avanzar hacia esa meta que el Concilio calificó como "unitatis redintegratio", es decir, la recomposición de nuestra unidad».
Reconciliación
El compromiso ecuménico, continuó diciendo Juan Pablo II, tiene que constituir un imperativo para la conciencia cristiana del año 2000. Un compromiso personal y colectivo del que depende el futuro mismo de la evangelización. «El auspicio que sale de mi corazón se convierte en una sentida súplica ante el trono del Eterno: que en un futuro no lejano los cristianos, finalmente reconciliados, puedan regresar a caminar juntos como un solo pueblo, obedientes al designio del Padre».
Al final de la homilía, Juan Pablo II no pudo contener la emoción. La presencia de los representantes ortodoxos le recordó su viaje de mayo pasado a Rumanía, la primera vez que un obispo de Roma pisaba tierras ortodoxas. Dejando a un lado los papeles, gritó en rumano «Unitade, unitade». Y explicó: «Este grito que escuché en Bucarest durante mi visita lo escucho como si fuera un eco muy fuerte. "Unitade, Unitade", gritaba el pueblo reunido durante la celebración eucarística: todos los cristianos, católicos, ortodoxos, y protestantes, evangélicos, todos, gritaban juntos: "Unitade, unitade". Gracias por este grito, por este grito consolador de nuestros hermanos y hermanas».
Tras unos momentos de silencio, el Papa concluyó: «Quizá nosotros podemos salir de esta basílica gritando como ellos "Unità, Unidad, Unitè, Unity"».
Tras la ceremonia, Juan Pablo II invitó a todos los participantes de las diferentes Iglesias a comer con él en la abadía benedictina de San Pablo Extramuros. Al concluir el encuentro, Juan Pablo II quiso tomar la palabra para agradecer una a una a todas las Iglesias presentes el significativo gesto de haber venido a Roma para participar en la apertura de esta Puerta Santa.
-----------------------
Bien, después de muchos meses en el foro, sé que una noticia como esa va a provocar no pocos dolores de cabeza a muchos de los evangélicos aquí participantes. Me llama mucho la atención la presencia de pentecostales en el acto aunque yo ya sabía que las Asambleas de Dios tienen contactos y diálogos con Roma desde hace años. En cualquier caso, mi pregunta es la siguiente:
¿cómo puede afectar todo esto a las relaciones entre los propios evangélicos? ¿pensáis que se puede producir un enfrentamiento dialéctico grave entre los ecumenistas y los anti-ecumenismo?
Me acuerdo que Fidelidad tenía una teoría sobre esto que, a pesar de la típica característica de todos los mensajes suyos, ponía sobre el tapete una muy interesante cuestión: la reacción futura en contra de los anti-ecuménicos. Yo le añadiría otro factor: la reacción de los anti-ecuméncios contra los ecumenistas.
Se empieza a constatar algo que creo que ya es muy claro: el protestantismo europeo y el latinoamericano empiezan a andar caminos MUY distintos. Para lo bueno y para lo malo.
Bendiciones
________________
Non in dialectica complacuit Deo salvum facere populum suum
Dios no ha querido salvar a su pueblo a base de dialéctica
San Ambrosio(De Fide 1,42)
Junto a Juan Pablo II se encontraban exponentes de otras 22 iglesias cristianas, y del Consejo Mundial de las Iglesias, una comunidad de 337 confesiones cristianas. Todos ellos estaban unidos por la fe en Cristo, único Salvador, y por un único bautismo.
Sin duda el momento más emocionante fue el instante en el que los peregrinos que se encontraban en la Basílica dedicada al gran apóstol del cristianismo, iluminados por el resplandor de sus magníficos mosaicos, vieron cómo se abrían con dificultad las dos hojas de bronce de la Puerta Santa. En ese instante, apareció la silueta diluida por la luz del sol de Juan Pablo II, del metropolita ortodoxo Athanasios del Patriarcado ecuménico de Constantinopla, y del arzobispo de Canterbury, George Carey, presidente de la Comunión Anglicana. Estalló un tremendo aplauso. Durante unos instantes, todos tenían la impresión de que la unidad plena de los cristianos no parece una meta tan lejana. Todos eran conscientes de vivir un momento sin precedentes en el camino del diálogo ecuménico.
Pasando esa misma Puerta Santa, los demás representantes de la Iglesia católica, y de las Iglesias ortodoxas de Oriente, las Iglesias anglicanas, luteranas, metodistas y pentecostales se dirigieron hasta el lugar en el que se encontraba el Evangelio. La procesión simbolizaba ese camino de siglos que a través de la historia han recorrido los cristianos tras la fuente de la unidad, la Palabra de Dios, el mismo manantial de la que beben todas las confesiones.
«Sabemos que somos hermanos y que todavía estamos divididos, pero nos hemos encaminado con convicción decidida por la senda que conduce a la plena unidad del Cuerpo de Cristo», dijo el Papa durante la homilía. Sus palabras habían sido precedidas por otro momento sumamente fuerte. Se trataba de tres lecturas --una de san Pablo, y las otras dos del teólogo ruso Geroger Florovsky y del luterano Dietrich Bonhoeffer, este último asesinado por los nazis-- que subrayaban la necesidad impelente de buscar la unidad del cuerpo de la Iglesia a través del vínculo de la paz. «Una unidad que puede encontrar una fuerza vital de la experiencia del año santo», afirmó poco después Juan Pablo II.
«En este año de gracia --añadió--, tiene que crecer en cada uno de nosotros la conciencia de la responsabilidad que cada uno tiene en las fracturas que marcan la historia del Cuerpo místico de Cristo. Esta conciencia es indispensable para avanzar hacia esa meta que el Concilio calificó como "unitatis redintegratio", es decir, la recomposición de nuestra unidad».
Reconciliación
El compromiso ecuménico, continuó diciendo Juan Pablo II, tiene que constituir un imperativo para la conciencia cristiana del año 2000. Un compromiso personal y colectivo del que depende el futuro mismo de la evangelización. «El auspicio que sale de mi corazón se convierte en una sentida súplica ante el trono del Eterno: que en un futuro no lejano los cristianos, finalmente reconciliados, puedan regresar a caminar juntos como un solo pueblo, obedientes al designio del Padre».
Al final de la homilía, Juan Pablo II no pudo contener la emoción. La presencia de los representantes ortodoxos le recordó su viaje de mayo pasado a Rumanía, la primera vez que un obispo de Roma pisaba tierras ortodoxas. Dejando a un lado los papeles, gritó en rumano «Unitade, unitade». Y explicó: «Este grito que escuché en Bucarest durante mi visita lo escucho como si fuera un eco muy fuerte. "Unitade, Unitade", gritaba el pueblo reunido durante la celebración eucarística: todos los cristianos, católicos, ortodoxos, y protestantes, evangélicos, todos, gritaban juntos: "Unitade, unitade". Gracias por este grito, por este grito consolador de nuestros hermanos y hermanas».
Tras unos momentos de silencio, el Papa concluyó: «Quizá nosotros podemos salir de esta basílica gritando como ellos "Unità, Unidad, Unitè, Unity"».
Tras la ceremonia, Juan Pablo II invitó a todos los participantes de las diferentes Iglesias a comer con él en la abadía benedictina de San Pablo Extramuros. Al concluir el encuentro, Juan Pablo II quiso tomar la palabra para agradecer una a una a todas las Iglesias presentes el significativo gesto de haber venido a Roma para participar en la apertura de esta Puerta Santa.
-----------------------
Bien, después de muchos meses en el foro, sé que una noticia como esa va a provocar no pocos dolores de cabeza a muchos de los evangélicos aquí participantes. Me llama mucho la atención la presencia de pentecostales en el acto aunque yo ya sabía que las Asambleas de Dios tienen contactos y diálogos con Roma desde hace años. En cualquier caso, mi pregunta es la siguiente:
¿cómo puede afectar todo esto a las relaciones entre los propios evangélicos? ¿pensáis que se puede producir un enfrentamiento dialéctico grave entre los ecumenistas y los anti-ecumenismo?
Me acuerdo que Fidelidad tenía una teoría sobre esto que, a pesar de la típica característica de todos los mensajes suyos, ponía sobre el tapete una muy interesante cuestión: la reacción futura en contra de los anti-ecuménicos. Yo le añadiría otro factor: la reacción de los anti-ecuméncios contra los ecumenistas.
Se empieza a constatar algo que creo que ya es muy claro: el protestantismo europeo y el latinoamericano empiezan a andar caminos MUY distintos. Para lo bueno y para lo malo.
Bendiciones
________________
Non in dialectica complacuit Deo salvum facere populum suum
Dios no ha querido salvar a su pueblo a base de dialéctica
San Ambrosio(De Fide 1,42)