¿Por qué algunos judíos adoptan las acusaciones antisemitas de hambruna y genocidio en Gaza?
El antisemitismo no comenzó el 7 de octubre. Tampoco nació con la Shoá. Persiguió al pueblo judío durante miles de años. Y durante generaciones lo supimos: somos perseguidos porque somos judíos, porque elegimos seguir siéndolo. Y esa elección, con todo su precio, valía la pena.
La emancipación europea propuso una nueva oferta: asíimilación a cambio de aceptación. Abandona tu identidad, tu religión, tu pertenencia — y serás bienvenido. Algunos judíos lo intentaron con sinceridad. A cambio, emergió una judeofobia más moderna, más refinada, más venenosa. No por religión, ni por nacionalidad — sino por el mero hecho de existir. Se nos culpó del capitalismo y del comunismo, del liberalismo y del fascismo — incluso cuando eran ideologías opuestas.
Y cuando todo intento fracasa, ocurre lo peor: la interiorización. Cuando el judío empieza a verse a sí mismo con los ojos de quien lo odia — acaba adoptando sus críticas. Y entonces se convierte en su propio enemigo.
El judío que adopta el discurso de hambruna y genocidio en Gaza es simplemente en un intento desesperado de decirle a las élites del mundo: “¡Nosotros somos los judíos buenos! ¡Ilustrados! ¡Como ustedes! ¿Por qué nos odian entonces?”.
Y cuando el odio no se disipa, se vuelca la culpa hacia adentro: “No somos nosotros, son ellos. Los soldados. El gobierno de Netanyahu. Los otros. No nos confundan con ellos”.
Pero eso es una ilusión. No hay adónde escapar. La salida está en regresar a uno mismo. No como consigna política, sino como un acto profundo de sanación moral. Cree en tu judaísmo, en quién eres, para que tengas una base ética firme.
Y solo desde ahí — desde el centro de la identidad, no desde sus márgenes — puede surgir un verdadero llamado a reparar el mundo. Una solidaridad con responsabilidad. Y una moral que no es sentimental ni vacilante, sino firme, profunda y anclada en la verdad.