De "Madre yo te acuso", autor Herman J. Hegger, ex sacerdote católico-romano.
NO ESCUDRIÑADORES, SINO PESCADORES
1. Las torturas del confesionario
.:YO culpo al sistema romano-católico de que a través de un proceso de siglos se ha sacado de la manga (el "sacramento" de> la confesión auricular, mediante la cual subyuga las conciencias de las gentes a fin de sostener y apuntalar su propio poder. Bajo la amenaza del infierno los creyentes son empujados al confesionario. Allí deben arrodillarse ante otro hombre, pecador como ellos, el cual no obstante se sienta en su trono como juez.
Yo acuso por causa de la humillación que en el confesionario se infiere a muchas personas, por motivo del dolor que han de sufrir, y por razón de las angustias que tienen que soportar.
Yo culpo al sistema romano-católico de que oculta a las gentes, que, incluso según la doctrina romano-católica, la confesión jamás puede dar la verdadera certeza del perdón de los pecados. Pues, para una buena confesión es necesario que el arrepentimiento sea sobrenatural. Ahora bien, según la doctrina de Roma, el hombre nunca puede saber con certeza de fe si su arrepentimiento es sobrenatural.
Yo culpo al sistema romano-católico de que obliga al pecador a fundar la esperanza del perdón de sus pecados en sí mismo, en el examen de su conciencia y su arrepentimiento. En lugar de indicar al pecador exclusivamente hacia el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, el hombre es empujado por la confesión hacia el desierto y soledad de la propia oscuridad de su alma, donde vagará sin esperanza y sin poder encontrar la paz verdadera. Mientras que Jesús, el buen Pastor, precisamente va a buscar a la oveja perdida en el desierto.
Yo culpo al sistema romano-católico de todos los tormentos y torturas, del terrible sufrimiento, de las inquietudes y de la vergüenza que por medio del confesionario son inferidos a las gentes.
Yo acuso por causa de aquella mujer en el pueblo Bergen-op-Zoom, la cual durante la Misión, se acercó hasta mí en el confesionario y llorando me recriminó: "Vosotros siempre con vuestros truenos y rayos sobre el juicio final y el infierno. ¡¡Ya estáis aquí con vuestras intimidaciones!! iVosotros mismos deberíais haberos casado y haber tenido hijos, ¡entonces hablaríais de manera muy diferente!".
Yo acuso por motivo de aquella joven en Limburgo, la cual había padecido durante muchos años una lucha terrible, porque no se atrevió a confesar un pecado, y constantemente era zarandeada por la angustia del infierno y la vergüenza de tener que confesar a otro su pecado, y esto se le convirtió en una obsesión que le perseguía hasta en sueños. Y para acabar con aquella zozobra insoportable, saltó desde el tercer piso de una casa, y sólo cuando fue llevada al hospital declaró entre sollozos su culpa a un sacerdote.
Yo acuso por causa de tantos como nosotros, padres redentoristas, vemos acercarse a nuestro confesionario, que hace veinte, treinta y hasta cuarenta años que han ocultado un "pecado mortal", y que por ello han acumulado sobre sus conciencias sacrilegio sobre sacrilegio, y habían vivido en enemistad con Dios, y que, finalmente, acorralados por nuestras predicaciones penitenciales acerca de la condenación eterna, en un último esfuerzo desecharon todo su sentimiento de vergüenza, y nos contaban todo lo acontecido en sus vidas. Yo culpo al sistema romano-católico de que al alivio que el hombre obtiene tras la confesión, lo presenta como la verdadera paz que Jesús ha venido a traer, mientras que no deja de ser otra cosa que una liberación natural después de la desaparición de la terrible presión que Roma ha puesto sobre las conciencias por medio de la obligación de la confesión.
Yo desafío a cualquier sacerdote a que demuestre con las Sagradas Escrituras, que el creyente debe confesar sus pecados mortales con el número exacto de veces que los cometió, con la especie y las circunstancias que hacen cambiar la especie de pecado. ¿De dónde sacan el derecho de poner semejantes cargas a las conciencias de las gentes?
Yo desenmascaro la confesión como una intervención sobre las conciencias de las gentes que reclama venganza. Yo hago esta inculpación, porque el sacerdote quiere ocupar en el alma de la persona el lugar dónde solo a Dios le corresponde estar como Juez único. Yo acuso por motivo de la actitud inquisitorial que de ello se deriva, y por causa de la superficialidad que de eso se deduce.
Yo acuso, porque en la predicación romano-católica a las gentes se les va con el cuento de que haya protestantes que añorarían esta clase de confesión, mientras que los sacerdotes saben muy bien que los protestantes se refieren a otra cosa muy distinta. Yo acuso, porque los sacerdotes, mediante esta equivocada información, intentan encadenar aun más fuertemente al confesionario a sus propios súbditos.
Yo culpo en el nombre del Padre, el cual se ha inclinado con piedad tierna e infinita sobre el hijo perdido, y no le ha preguntado por el número exacto, la especia y la circunstancia de los pecados que había cometido durante su ausencia.
Yo acuso en el nombre del Hijo, cuya obra vicaria de reconciliación es decir, que El murió por nuestros pecados es mancillada por la confesión auricular.
Yo acuso en el nombre del Espíritu Santo, cuya obra callada y silenciosa en el alma es estorbada por la irrupción estruendosa del sacerdote, el cual opina que le es permitido descerrajar con las llaves del papa la puerta de este templo del Espíritu Santo.
Yo testifico, que Jesús ha venido a este mundo, no para martirizar a pecadores, sino para salvarles.
Yo testifico, que en nadie se puede encontrar paz y sosiego, sino en Jesús. El mismo lo ha dicho: "venid a mi todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar" (Mt. 11:28). Nunca jamás ha mandado a alguien con todos sus trabajos y cargas hacia otra persona, sino que siempre ha invitado al hombre atormentado a venir junto a El.
Yo testifico con el Profeta Isaías, que (Jesucristo) "él herido fue por nuestras rebeliones, y sufrió por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados" (Is. 53:5).
Yo testifico, que Jesús "como cordero fue llevado al matadero", y que en consecuencia, nosotros ahora no debemos ser llevados una vez más al matadero espiritual del confesionario.
Yo testifico, que el pecador, que en el templo declara sus pecados únicamente a Dios, vuelve justificado a su casa, según la seguridad que le da el mismo Jesús en Lc. 18: 9-14
Yo testifico, que Jesús, a la mujer que en la ciudad era conocida como una pecadora, y que ungió Sus píes y los regó con sus lágrímas y los besó y los secó con su cabello, no le martirizó haciéndola confesar nuevamente ante El su pasado impuro. Ella no necesitaba volver a despojarse ante Jesús del mal uso de su vida pasada, ni precisaba contar el número de veces que había mancillado su honor de mujer, ni tenía necesidad de clasificar su prostitución según la especie y circunstancias que hacen cambiar de especie al pecado.
El Salvador no le dijo más que esto: "Tus pecados te son perdonados... Tu fe te ha salvado, ve en paz" (Lc. 7: 48 y 50). Obsérvese bien: Tu fe, no el confesionario, te ha salvado! ( Lucas 7: 36-50).
Yo testifico, que Jesús a dicho a Sus discípulos: "Yo os haré pescadores de hombres" (Mt. 4:19), y no: Yo os haré escudriñadores de injusticias, indagadores de escándalos, removedores de cieno y suciedad.
Yo testifico con el apóstol Pablo, que nosotros somos" salvos por medio de la fe...; no por obras, para que nadie se gloríe" (Ef. 2:8-9). Luego tampoco por medio de la obra meritoria de la confesión.
Yo testifico, que el mismo Jesús ha prometido solemnemente: "De cierto, de cierto os digo: El que cree en mi, tiene vida eterna" (Jn. 6:47>. Y el gran predicador penitencial, Juan el Bautista, dijo exactamente lo mismo; "El que cree en el Hijo tiene vida eterna" (Jn. 3:36) Jesús dice: El que cree en mi tiene vida eterna, es decir, va al cielo. Pero el sistema romano-católico dice: No, pues además de la fe en Jesús también es necesario que confeséis vuestros pecados mortales al sacerdote. Pues de otra manera, a pesar de vuestra fe, vais al infierno. Por consiguiente, uno de los dos expresa la verdad: Jesús o el sistema romano-católico.
Yo testifico, que anteriormente, en cuanto romano-católico, nunca encontré en la confesión esa auténtica paz que ahora poseo por la fe en Jesucristo.
Yo testifico, que ahora estoy absolutamente cierto que todos mis pecados han sido perdonados. Pues ahora confío en la promesa de Jesús, y no en palabras de otros hombres, aun cuando tengan un bonete sobre su cabeza o una estola sobre sus hombros. Yo sé que Jesús jamás puede engañar. Y El lo ha dicho clara y expresamente, que quien lleno de confianza se entrega a Su amor misericordioso, obtiene la absolución o perdón de toda culpa. Yo sé ciertamente, que Jesús, tras mi muerte, no me indicará o señalará hacia el infierno porque no haya llevado mis pecados a un confesionario. Pues no es alguien que primeramente alegre al hombre con hermosas promesas, para después volverle a desilusionar imponiéndole toda clase de insoportables exigencias.
Yo testifico esto en el nombre del Padre, el cual, "cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones"(Salmo 103: 12); el cual no quiere que el poder absolutamente reconciliador de la Sangre de Su propio Hijo sea negado por la inspiración de la confesión. Pues "el que no escatimó ni a Su propio Hijo, sino lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con Él todas las cosas?" (Rom. 8:32).
Yo testifico esto en el nombre del Hijo, el cual amó a los Suyos hasta el fin, y cuya sangre tiene un valor infinito; el cual ha entregado su vida no para que los pecadores pudieran por ese medio salvarse a si mismo -tal y como Roma enseña-, sino para salvar a los pecadores sin más.
Yo testifico esto en el nombre del Espíritu Santo, el cual llega a nuestros corazones a santificar la Palabra de Jesús, pero no la palabra de un padre espiritual o confesor. El Espíritu Santo, el cual Jesús nos ha enviado como Consolador, y al cual El nos ha confiado después de su ascensión, y no a un severo y duro padre espiritual o confesor.
Yo testifico esto en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
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2 ¿No puede Jesús hacerlo sin ayuda?
Jesús siempre habló muy sencillamente. Jamás usó palabras difíciles o términos intelectuales. Casi siempre enseñó a las gentes por medio de parábolas.
Yo quiero seguir también este método de Jesús. Aunque sé muy bien que mi empeño es torpe comparado con la agudeza, sencillez y profundidad de las parábolas de Jesús
¿Qué piensas de este padre?
Su hijo mejor ha partido a un país lejano, donde ha dilapidado sus bienes en una vida opulenta. Cuando todo lo hubo malgastado reflexionó sobre sí mismo y lleno de vergüenza y arrepentimiento vuelve a casa y humildemente confiesa su culpa a su padre.
Ahora ese padre le dice: No, yo te concederé el perdón cuando primeramente hayas confesado tu culpa a nuestro vecino.
No diría entonces todo el mundo: ¿Por qué debe hacerse eso? Pues si ese padre piensa aceptar nuevamente a su hijo en virtud del arrepentimiento, ¿por qué, pues, habría de ir primeramente al vecino? ¿qué tiene éste que ver en el asunto?
Y ahora la aplicación: Una persona es hecha hija del Padre celestial por la fe en Jesucristo. Ese hombre o mujer fue débil, y quebrantó los mandamientos de su Padre.
Ahora, sin embargo, tiene pesar de ello, y lamenta y confiesa su culpa al Padre.
Y Roma afirma que Dios envía a su hijo a otro hombre, a un sacerdote, al cual debe contar lo que ha hecho.
¿No dirá, pues, todo el mundo: -Qué tiene que ver esa otra persona en todo esto? ¿Acaso no es asunto entre Dios y su hijo? ¿Quizá no puede Dios tratar asunto tan persona únicamente con su propio hijo?
Qué piensas de este hombre?
Su mujer no ha sido totalmente correcta. No, no ha dado su corazón a otro hombre; pero sin embargo ha jugado con fuego. Pero en cualquier caso, esta frivolidad fue una injuria para su propio marido.
Mas si ella, por un momento, piensa en el amor puro de su marido, tendrá un profundo pesar de lo ocurrido; se avergüenza de ello en lo intimo de su ser, y confiesa su culpa a su marido.
Este envía ahora a su esposa a otro hombre, que nada tiene que ver en el caso, y ella debe contarle todo el relato de su desliz. ¿Acaso esto no carece de sentido, y además no resulta peligroso?
Pues bien, en la Biblia la iglesia , congregación de creyentes verdaderos es llamada esposa de Jesucristo; esta esposa no es completamente fiel. Si, su corazón permanece junto al Señor; pero aquí sobre la tierra hay tanto que nos cautiva y atrae y nos quiere apartar de El
Pero la esposa vuelve una y otra vez hasta Jesús. ¿Puedes imaginarte que Jesús la remita a otro hombre, a un sacerdote, y que El, si no lo hace no quiera aceptarla como esposa? En asuntos tan Íntimos ¿acaso vas a mezclar a otra persona? Eso lo deben solucionar mutuamente esposo y esposa, hombre y mujer. ¿Y acaso Jesús no es lo "suficientemente hombre" para solventar las relaciones con su esposa de una forma total? ¿Acaso necesita para ello de la concurrencia de un "padre espiritual"?
"he aqui que yo la atraeré y la llevaré al desierto, y hablaré a su corazón. Y te desposaré conmigo para siempre... y conocerás a Jehová' (Oseas 2:13, 19 y 20).
Las excepciones que confirman la regla.
Ahora bien, imagínenos que un muchacho ha dado la tabarra a un vecino y le rompe un cristal de la ventana. Pero tiene pesar de lo y se lo dice a su padre. Es seguro que su padre le dirá: ya veo que tienes sincero arrepentimiento. Por eso te lo perdono totalmente, pero debes ir enseguida hasta nuestro vecino, y pedirle disculpas, y ese cristal lo has de pagar con el dinero de tus ahorros.
Efectivamente hasta aquí todo está bien: pero en este caso también se halla implicado de forma esencial el vecino; pues ese muchacho tiene que arreglar un asunto con él.
Pero si yo me he revelado porque Dios me mandó una enfermedad; yo me examino profundamente y no me quiero someter a la voluntad del Padre celestial, ¿acaso el sacerdote tiene algo que ver en esto? O si yo he robado a otra persona, esto lo deberé solucionar con esa persona. Un sacerdote no precisa inmiscuirse en en esto, si yo mismo he decidido reparar el mal causado.
Por eso el apóstol Santiago dice: "Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados" (Sant. 5:16).
SI, cuando hemos hecho algo contra otro, eso puede afectarnos tan profundamente que nos ponga enfermos. En ese caso deberemos quitarnos de la conciencia semejante carga confesándole a nuestro prójimo nuestra ofensa y culpa, pues de otra manera de nada sirven la ayuda del doctor y la oración con el fin de obtener curación. ¡Confesaos unos a otros vuestras mutuas ofensas! En ningún lugar de la Biblia leemos: Confesad a los sacerdotes vuestros pecados.
A quienes perdonéis las pecados. -.
Pero Jesús ha dicho a sus discípulos: "A quienes perdonéis los pecados, les son perdonados" ( Juan 20:23).
Mas con esto, Jesús no ha obligado a los cristianos a confesar sus pecados a los sacerdotes! Esto es una conclusión que Roma ha sacado de ese texto. Roma asegura; Jesús quiso decir también lo siguiente: Y si los hombres no quieren confesaros sus pecados, entonces van al infierno.
Pero sí Jesús realmente nos hubiera querido ordenar algo de tanta gravedad, entonces El mismo lo hubiera añadido de forma clara y contundente.
Además, sí alguien pudo saber lo que Jesús realmente quiso decir, esos son los apóstoles, no cabe duda. Ahora bien, los apóstoles jamás han entendido estas palabras de Jesús en el sentido de una confesión de los pecados obligatoria a ellos o a los sacerdotes. Los apóstoles nunca escucharon confesiones, ni aconsejan a las gentes a confesar.
Fue en el cuarto concilio lateranense, en 1215, el que definitivamente promulgó la obligación de confesar. Pero ¿piensan nuestros lectores que los participantes de dicho concilio sabían mejor lo que Jesús había querido decir a los apóstoles con aquellas palabras?
El anuncio gozoso
Este es el gozoso anuncio del Evangelio: que nos podemos acercar directamente a Jesús y a nuestro Padre celestial. Cuando en fe nos hemos entregado totalmente a Jesús, entonces surge una relación intima y personal entre Dios y nosotros, y Jesús ya no nos señala o indica hacia un hombre extraño; sino que dice: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar" (Mt.11:28).
Pero ahora oigo que mis lectores vuelven a preguntar: -¿Cómo, pues, actúa Jesús en su obra? ¿Es que acaso obtienes la certeza íntima de que tus pecados han sido perdonados, cuando en oración hablas sobre ellos con Jesús?
Para muchos romano-católicos que están acostumbrados a apoyarse en cosas externas: en la mano del sacerdote que hace la señal de la cruz, en su boca que pronuncia las palabras de la absolución, esta es una cosa muy posible y comprensible.
Pero Jesús vino a establecer una "religión" para ser vivida "es espiritu y en verdad" (Jn. 4:24). Este es precisamente el contraste con el Antiguo Testamento, cuando todo aun estaba lleno de ceremonias mas. Por eso, según nosotros, el romano-católicismo es propiamente un retroceso a los tiempos previos a la venida de Jesús, una vuelta o regreso a lo imperfecto del Antiguo Testamento. Pero si ustedes quieren hablar acerca de todo esto, háblenlo con un creyente protestante. Pero sobre todo lean mucho la Biblia. Esta es la Palabra viva de Dios; y de ahí aprenderán a conocer y comprender la verdadera religión del espíritu y la verdad.