Así es estimado Hernan, ya en el siglo II podemos ver como en la Epístola de los Esmirnianos a la Iglesia de Filomelio, los cristianos que estubieron presentes en el martirio de Policarpo de Esmirna, se esforzaban por conseguir los huesos de San Policarpo, ya que ellos ya en ese siglo, cosideraban que los huesos de aquel santo, eran más valiosos, que piedras preciosas y oro refinado.
EPÍSTOLA DE LA IGLESIA DE ESMIRNA A LA DE FILOMELIO
(Martirio de Policarpo)
XVI. Así que, finalmente, los impíos, viendo que su cuerpo no podía ser consumido por el fuego, ordenaron al verdugo que fuera y le apuñalara con una daga. Y cuando lo hubo hecho, salió [una paloma y] una cantidad de sangre tal que extinguió el fuego; y toda la multitud se maravillé de que hubiera una diferencia tan grande entre los incrédulos y los elegidos. En el número de éstos estaba este hombre, el glorioso mártir Policarpo, que fue un maestro apostólico y profético en nuestros propios días, un obispo de la santa Iglesia que está en Esmirna. Porque cada palabra que pronunció su boca se cumplió o bien se cumplirá.
XVII. Pero el Maligno, celoso y envidioso, el adversario de la familia de los justos, habiendo visto la grandeza de su martirio y lo intachable de su vida desde el principio, y cómo fue coronado con la corona de la inmortalidad, y hubo ganado un premio que nadie puede desmentir, se las arregló para que ni aun su pobre cuerpo fuera sacado y llevado por nosotros, aunque muchos deseaban hacerlo y tocar su carne santa. Así que hizo salir a Nicetes, el padre de Herodes y hermano de Alce, para rogar al magistrado que no entregara su cuerpo, según se dijo: «para que no abandonen al crucificado y empiecen a adorar a este hombre»; lo cual fue hecho por instigación y ruego apremiante de los judíos, que también vigilaban cuando iban a sacarle del fuego, no sabiendo que será imposible que nosotros abandonemos en este tiempo al Cristo que sufrió por la salvación de todo el mundo de los que son salvos —sufriendo por los pecadores siendo El inocente—, ni adorar a otro. Porque a Él, siendo el Hijo de Dios, le adoramos, pero a los mártires, como discípulos e imitadores del Señor, los respetamos y queremos como merecen, por su afecto incomparable hacia su propio Rey y Maestro. Que nuestra suerte sea también ser hallados copartícipes y condiscípulos de ellos.
XVIII. El centurión, pues, viendo la oposición levantada por parte de los judíos, le puso en medio y lo quemó según su costumbre. Y así nosotros, después,
recogimos sus huesos, que son mucho más valiosos que piedras preciosas y que oro refinado, y los pusimos en un lugar apropiado; donde el Señor nos permitirá congregarnos, según podamos, en gozo y alegría, y celebrar el aniversario de su martirio para la conmemoración de todos los que ya han luchado en la contienda y para la enseñanza y preparación de los que han de hacerlo más adelante.