Testigos de Jehová...¿restauración del cristianismo original?

Re: EIDHER Y UNCIÓN01: Salmo 8:5 ... a ángeles se les llama "elohím" (dioses)

Re: EIDHER Y UNCIÓN01: Salmo 8:5 ... a ángeles se les llama "elohím" (dioses)

Nota: Eidher, no evadas esta investigación. Ya te explico lo de Juan 20:28. Aún en el supuesto negado de que ese texto probara la trinidad, tendrías que responder por qué Salmo 8:5 llama "dioses" a los ángeles.

Veamos lo que dice la LXX:

Psa 8:5 (8:6) ἠλάττωσας αὐτὸν βραχύ τι παρ᾿ ἀγγέλους, δόξῃ καὶ τιμῇ ἐστεφάνωσας αὐτόν·

Dice "ángeles".

G32
ἄγγελος
aggelos
ang'-el-os

From ἀγγέλλω aggellō (probably derived from G71; compare G34; to bring tidings); a messenger; especially an “angel”; by implication a pastor: - angel, messenger.


Lo que tenemos aqui es la interpretación más antigua del texto, mientras que la versión masorética hebrea dice:

H430
אלהים
'ĕlôhîym
el-o-heem'
Plural of H433; gods in the ordinary sense; but specifically used (in the plural thus, especially with the article) of the supreme God; occasionally applied by way of deference to magistrates; and sometimes as a superlative: - angels, X exceeding, God (gods) (-dess, -ly), X (very) great, judges, X mighty.


Para el escritor de hebreos estaba claro que ahi dice "ángeles" y no "Dios" o "dioses", pues lo cita, y sugiere que SIENDO HEBREO LEÍA LA VERSIÓN LXX DE LA BIBLIA Y NO LA MASORÉTICA "NACIONALISTA"

Veamos:

Hebreos 2:6-7
Pues atestiguó alguien en algún lugar: ¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él? ¿O el hijo del hombre, para que de él te preocupes?
Lo hiciste por un poco inferior a los ángeles (ἄγγελος); de gloria y honor lo coronaste.



DLB.
 
Re: Testigos de Jehová...¿restauración del cristianismo original?

Podemos aceptar, es cierto, que la traducción más literal sería:

¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él? ¿Y el hijo del hombre para que lo visites? Lo has hecho poco menor que un Dios, y lo coronaste de gloria y de honra.

¿Pero y qué?


Lo aplaudo por no resistir la verdad como lo hacen los apologetas de la mentira, pero entienda que el Salmo 8:5 se trae para contestar una pregunta de nuestros opositores: que a los ángeles se les llama dioses.
 
Re: Testigos de Jehová...¿restauración del cristianismo original?

Lo aplaudo por no resistir la verdad como lo hacen los apologetas de la mentira, pero entienda que el Salmo 8:5 se trae para contestar una pregunta de nuestros opositores: que a los ángeles se les llama dioses.

Que aplaude usted, si le contradice por todas partes?. Vergüenza no tienen, y de aplaudir cualquier cosa, sería ello, la falta de vergüenza que manifiestan.
 
Mensajes donde se responde Juan 20:28

Mensajes donde se responde Juan 20:28

Excelente lo que dices.

Juan 20:28 Entonces Tomás respondió y le dijo: !!Señor mío, y Dios mío!

Pregunta para Papias y Apolos: Porqué Tomás le respondío Señor mío, y Dios mío a Jesús?

Papias, ya está bien de torcer la Escritura. Bien le dice: quie a mi me ve, ve al Padre. Ello lo primero. Y ahora, no sea tan falaz, porque de ser a tal cual usted dice, Tomás, estaría diciendo. dios mío, y Dios mío. Por lo tanto, su argumentación deja de sostenerse y por si mismo, y más cuando los judíos jamás esperaron la venida de un "dios menor". Por lo tato: fallido intento.

Mensajes donde se responde Juan 20:28: 1719 y 3501
 
Juan 20:28 no apoya la idolatría Trinitaria... respuestas... (parte 1)

Juan 20:28 no apoya la idolatría Trinitaria... respuestas... (parte 1)

*** w92 15/1 pág. 23

Al dirigirse a Jesús ya resucitado, el apóstol Tomás exclamó: “¡Mi Señor y mi Dios!”. (Juan 20:28.) Este relato y otros fueron ‘escritos para que creamos que Jesús es el Cristo el Hijo de Dios’. Y Tomás no estaba contradiciendo a Jesús, quien había enviado a Sus discípulos el mensaje: “Asciendo [...] a mi Dios y Dios de ustedes”. (Juan 20:17, 30, 31.) De modo que Tomás no pensaba que Jesús fuera el Dios Todopoderoso. Puede que Tomás se haya dirigido a Jesús con la expresión “mi Dios” en el sentido de que Cristo era “un dios”, aunque no “el único Dios verdadero”. (Juan 1:1; 17:1-3.) O puede que, al decir “mi Dios”, Tomás estuviera reconociendo a Jesús como el Portavoz y Representante de Dios, tal como otros se dirigieron a un mensajero angelical como si él fuera Jehová. (Compárese con Génesis 18:1-5, 22-33; 31:11-13; 32:24-30; Jueces 2:1-5; 6:11-15; 13:20-22.)​

Citas donde se llama "Dios" a representantes angelicales de Jehová:

  • “Después Jehová se le apareció entre los árboles grandes de Mamré, mientras él estaba sentado a la entrada de su tienda como al calor del día. 2 Cuando él alzó los ojos, entonces miró y allí estaban tres hombres de pie [ángeles, Génesis 19:1] a alguna distancia de él. Cuando alcanzó a verlos, echó a correr a su encuentro desde la entrada de la tienda y procedió a inclinarse a tierra. 3 Entonces dijo: “Ah, Jehová, si he hallado favor a tus ojos, sírvete no pasar de largo a tu siervo. 4 Que se traiga un poco de agua, por favor, y se les tiene que lavar los pies. Entonces recuéstense debajo del árbol. 5 Y permítaseme traer un pedazo de pan, y refresquen sus corazones. Después de eso pueden pasar adelante, porque por eso han pasado por este camino a donde su siervo”. A lo cual dijeron: “Está bien. Puedes hacer tal como has hablado”.” (Génesis 18:1-5)

  • “Entonces los hombres se volvieron de allí y procedieron a irse a Sodoma; pero en cuanto a Jehová, él todavía estaba de pie delante de Abrahán. 23 Entonces Abrahán se aproximó y empezó a decir: “¿Verdaderamente barrerás al justo con el inicuo? 24 Supongamos que haya cincuenta hombres justos en medio de la ciudad. ¿Los barrerás, pues, y no perdonarás el lugar por causa de los cincuenta justos que estén en él? 25 ¡Es inconcebible de ti el que vayas a obrar de esta manera para dar muerte al justo con el inicuo, de modo que tenga que ocurrirle al justo lo mismo que le ocurre al inicuo! Es inconcebible de ti. ¿El Juez de toda la tierra no va a hacer lo que es recto?”. 26 Entonces dijo Jehová: “Si hallo en Sodoma cincuenta hombres justos en medio de la ciudad, ciertamente perdonaré a todo el lugar por causa de ellos”. 27 Pero Abrahán pasó a contestar y decir: “Por favor, mira que he tomado a mi cargo hablar a Jehová, cuando soy polvo y ceniza. 28 Supongamos que de los cincuenta justos faltaran cinco. ¿Arruinarás por los cinco a toda la ciudad?”. A lo cual él dijo: “No la arruinaré si hallo allí cuarenta y cinco”. 29 Pero volvió a hablarle de nuevo, y dijo: “Supongamos que se hallen allí cuarenta”. A su vez, él dijo: “No lo haré por causa de los cuarenta”. 30 Pero continuó: “Que Jehová, por favor, no se enardezca de cólera, sino que se me permita seguir hablando: Supongamos que se hallen allí treinta”. A su vez, él dijo: “No lo haré si hallo allí treinta”. 31 Pero continuó: “Por favor, mira que he tomado a mi cargo hablar a Jehová: Supongamos que se hallen allí veinte”. A su vez, él dijo: “No la arruinaré por causa de los veinte”. 32 Por fin dijo: “Que Jehová, por favor, no se enardezca de cólera, sino que se me permita hablar esta sola vez: Supongamos que se hallen allí diez”. A su vez, él dijo: “No la arruinaré por causa de los diez”. 33 Entonces Jehová procedió a irse cuando hubo acabado de hablar a Abrahán, y Abrahán se volvió a su lugar.” (Génesis 18:22-33)

  • “Entonces me dijo el ángel del Dios [verdadero] en el sueño: ‘¡Jacob!’, a lo cual dije: ‘Aquí estoy’. 12 Y continuó él: ‘Alza los ojos, por favor, y ve que todos los machos cabríos que se lanzan sobre el rebaño son rayados, moteados y manchados, porque yo he visto todo lo que Labán te está haciendo. 13 Yo soy el Dios [verdadero] de Betel, donde ungiste una columna y donde me hiciste un voto. Ahora levántate, sal de esta tierra y vuelve a la tierra de tu nacimiento’”.” (Génesis 31:11-13)

  • “Por fin Jacob quedó solo. Entonces un hombre se puso a forcejear con él hasta ascender el alba. 25 Cuando llegó a ver que no había prevalecido contra él, entonces tocó el hueco de la coyuntura de su muslo; y el hueco de la coyuntura del muslo de Jacob se salió de su lugar mientras forcejeaba con él. 26 Después de eso él dijo: “Suéltame, porque ha ascendido el alba”. A lo cual dijo él: “No te voy a soltar hasta que me bendigas”. 27 De modo que le dijo: “¿Cuál es tu nombre?”, a lo cual dijo: “Jacob”. 28 Entonces él dijo: “Ya no serás llamado por nombre Jacob, sino Israel, porque has contendido con Dios y con hombres de modo que por fin prevaleciste”. 29 A su vez, Jacob preguntó y dijo: “Declárame, por favor, tu nombre”. Sin embargo, él dijo: “¿Por qué preguntas por mi nombre?”. Con eso lo bendijo allí. 30 Por eso Jacob llamó al lugar por nombre Peniel, porque, dijo él: “He visto a Dios cara a cara y, no obstante, mi alma fue librada”.” (Génesis 32:24-30)

  • “Entonces el ángel de Jehová subió de Guilgal a Bokim y dijo: “Yo procedí a hacerlos subir de Egipto y a introducirlos en la tierra acerca de la cual juré a sus antepasados. Además, dije yo: ‘Nunca romperé mi pacto con ustedes. 2 Y en cuanto a ustedes, no deben celebrar un pacto con los habitantes de esta tierra. Sus altares los deben demoler’. Pero ustedes no han escuchado mi voz. ¿Por qué han hecho esto? 3 Por lo tanto, yo, a mi vez, he dicho: ‘No los expulsaré de delante de ustedes, y tendrán que llegar a ser lazos para ustedes, y sus dioses les servirán de señuelo’”. 4 Y aconteció que, en cuanto el ángel de Jehová hubo hablado estas palabras a todos los hijos de Israel, el pueblo empezó a alzar la voz y llorar. 5 Por eso llamaron aquel lugar por nombre Bokim. Y procedieron a hacer sacrificios allí a Jehová.” (Jueces 2:1-5)

  • “Más tarde el ángel de Jehová vino y se sentó debajo del árbol grande que había en Ofrá, que pertenecía a Joás el abí-ezrita, mientras Gedeón su hijo estaba batiendo el trigo en el lagar, para retirarlo rápidamente de la vista de Madián. 12 Entonces el ángel de Jehová se le apareció y le dijo: “Jehová está contigo, oh valiente y poderoso”. 13 Ante esto, le dijo Gedeón: “Dispénsame, señor mío, pero si Jehová está con nosotros, ¿entonces por qué nos ha sobrevenido todo esto, y dónde están todos sus actos maravillosos que nos contaron nuestros padres, diciendo: ‘¿No fue de Egipto de donde Jehová nos hizo subir?’? Y ahora Jehová nos ha abandonado, y nos da en la palma de la mano de Madián”. 14 Por lo cual Jehová se volvió hacia él y dijo: “Ve en este poder tuyo, y ciertamente salvarás a Israel de la palma de la mano de Madián. ¿No te envío yo?”. 15 A su vez, él le dijo: “Dispénsame, Jehová. ¿Con qué salvaré yo a Israel? ¡Mira! El millar mío es el más pequeño de Manasés, y yo soy el más chico de la casa de mi padre”.” (Jueces 6:11-15)

  • “Aconteció, pues, que al ascender la llama de sobre el altar hacia el cielo, entonces el ángel de Jehová ascendió en la llama del altar mientras Manóah y su esposa estaban mirando. En seguida cayeron a tierra sobre sus rostros. 21 Y el ángel de Jehová ya no repitió el aparecerse a Manóah y su esposa. Entonces fue cuando Manóah supo que había sido el ángel de Jehová. 22 En consecuencia, Manóah dijo a su esposa: “Positivamente moriremos, porque es a Dios a quien hemos visto”.” (Jueces 13:20-22)
 
Re: Mensajes donde se responde Juan 20:28

Re: Mensajes donde se responde Juan 20:28

Mensajes donde se responde Juan 20:28:

De nuevo vuelve a torcer lo que le es dado. Pero tan siquiera perderé el tiempo. Simplemente decirle: QUIEN A MI ME VE, VE AL PADRE. EL PADRE Y EL HIJO UNO SON, INDIVISIBLES, EL HIJO ES LA MANIFESTACIÓN DEL PADRE, SIN ÉL NADA SE ES, NADIE PUEDE IR AL PADRE SI NO ES POR EL HIJO... ante ello, su pretensión de tomar de mis palabras, pierde toda argumentación posible. Intento fallido.

No manipule mis aportes, usted es un apostata y no le permito que utilice mis aportes, sacados de contexto, para justificar sus falsos argumentos.
 
Re: Testigos de Jehová...¿restauración del cristianismo original?

Apolos y Papias. Una vez, y otra, y otra les estoy trayendo documentos de los primeros siglos, que no pueden rebatir, que no pueden negar, QUE NADA PUEDEN MOSTRAR... por lo tanto, siendo que su doctrina no tiene base, ni sustento, siendo que niegan la Iglesia de los primeros siglos, siendo que se han separado del cuerpo, siendo que han creado una secta nueva, y siendo que...

Empezamos de nuevo con los primeros siglos. Ello es la verdad, hasta que ustedes demuestren, con documentación debida, que en aquel tiempo, y por la Iglesia, se negase esto a tal cual ustedes pretenden:

EL ESPÍRITU SANTO (I)


Pronunciada en Jerusalén sobre: «Y en el Espiritu Santo, Paráclito, que habló por los profetas». La lectura se toma de I Cor 12,1-4: «En cuanto a los dones espirituales no quiero, hermanos, que estéis en la ignorancia...». Y, más adelante: «Hay diversidad de carismas, pero el Espiritu es el mismo» (12,4), etc.(1).

1. Verdaderamente necesitamos de la gracia espiritual para hablar del Espíritu Santo, aunque nunca estaremos a la altura de la cuestión, pues es imposible. Intentaremos, sin embargo, exponer con naturalidad lo que sacamos de ello en la Sagrada Escritura. En los Evangelios se habla de un gran temor cuando Cristo dice abiertamente: «Al que diga una palabra contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este mundo ni en el otro» (Mt 12,32)(2). Y hay que temer seriamente que alguien, al hablar por ignorancia o por una mala entendida piedad, se gane la condenación. Cristo, juez de vivos y muertos, anunció que un hombre tal no obtendrá el perdón. Y si alguien le ofende, ¿qué esperanza le queda?

Hablaremos de lo que sobre el Espíritu Santo se dice en la Escritura

2. Es necesario el don de la gracia de Jesucristo, tanto para que nosotros hablemos adecuadamente como para que vosotros oigáis con inteligencia. Pues la inteligencia penetrante no es necesaria sólo para los que hablan, sino también para los que oyen, de modo que no suceda que éstos oigan una cosa y torcidamente entiendan otra. Hablaremos, pues, nosotros del Espíritu Santo sólo lo que está escrito y, si algo no está escrito, que la curiosidad no nos ponga nerviosos. Es el mismo Espíritu Santo el que habló por las Escrituras: él dijo de sí mismo lo que quiso o lo que pudiéramos nosotros entender. Así pues, digamos las cosas que fueron dichas por él, pues con lo que él no dijo no nos atreveremos.

Presente ya desde antiguo, es igual en dignidad al Padre y al Hijo

3. Hay un solo Espíritu Santo Paráclito. Y del mismo modo que hay un solo Dios Padre, y no hay un segundo Padre, y sólo un Hijo unigénito, que no tiene ningún otro hermano, así existe un solo Espíritu Santo, y no existe otro Espíritu Santo que sea igual en honor a él(3). Es, por tanto, el Espíritu Santo, la máxima potestad, realidad divina e inefable. Pues vive y es racional, santificador de todas las cosas que Dios ha hecho por Cristo. El ilumina las almas de los justos. El está también en los profetas y también está, en la nueva Alianza, en los Apóstoles. Odieseles a quienes tienen el atrevimiento de aislar la acción del Espíritu Santo. Pues hay un solo Dios Padre, Señor de la antigua y de la nueva Alianza. Y un solo Señor, Jesucristo, que profetizó en la antigua y ha venido en la nueva. Y un sólo Espíritu Santo que anunció por los profetas a Cristo y que, después que Cristo llegó, lo mostró(4).

Ni se habla de tres dioses ni deben separarse Padre, Hijo y Espíritu Santo

4. Por tanto, nadie separe la antigua de la nueva Alianza: que nadie diga que uno es allí el Espíritu, mientras que aquí lo es otro diferente(5), pues ofende así al mismo Espíritu Santo, a quien se tributa honor juntamente con el Padre y el Hijo y que queda, en el bautismo, incluido dentro de la Santa Trinidad. Pues el mismo Hijo unigénito de Dios dijo claramente a los apóstoles: «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28, 19)(6). Nuestra esperanza está puesta en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. No anunciamos tres dioses. Callen, pues, los marcionitas(7), porque, juntamente con el Espíritu Santo, por medio de un único Hijo, predicamos un único Dios. La fe es indivisa y la piedad es inseparable(8). Ni separamos la Santísima Trinidad, como hacen algunos, ni hacemos, como Sabelio, una confusión(9). Sino que reconocemos piadosamente a un Padre único, que nos envió un Salvador, el Hijo, Reconocemos a un Hijo, único, que prometió que enviaría desde el Padre al Paráclito (cf. Jn 15, 26). Reconocemos al Espíritu Santo, que habló por los profetas y en Pentecostés descendió sobre los apóstoles en una especie de lenguas de fuego (Hech 2, 3), en Jerusalén, en la iglesia de los apóstoles, la de arriba(10). Aquí tenemos toda clase de prerrogativas. Aquí Cristo y el Espíritu Santo descendieron de los cielos. Y era muy conveniente que, del mismo modo que las cosas que se refieren a Cristo y al lugar del Gólgota las decimos en el mismo Gólgota, así también hablásemos del Espíritu Santo en la iglesia de arriba. Pero puesto que el que allí descendió participa de la gloria del que aquí fue crucificado, por eso es en este lugar donde hablaremos del que allí bajó. El culto piadoso no admite separación.

Expondremos las herejías

5. El propósito es, pues, decir algunas cosas sobre el Espíritu Santo. No, desde luego, exponer detalladamente su persona(11), pues es cosa imposible, sino señalar, acerca de él, diversas aberraciones de algunos para que no seamos, ignorándolas, arrastrados por ellas. También queremos delimitar los caminos del error para que avancemos por un camino real. Y si examinamos con cautela algo de lo que ha sido dicho por los herejes, caiga de nuevo sobre sus cabezas, pero permanezcamos inmunes, tanto nosotros los que hablamos como vosotros que escucháis.

6. Pues los más impíos herejes en todas las materias afilaron también su lengua en contra del Espíritu Santo atreviéndose a decir cosas infames, como escribió Ireneo en sus libros Contra las herejías(12). Algunos no temieron decir que ellos mismos eran el Espíritu Santo. El primero de los cuales es Simón, al que los Hechos de los Apóstoles llaman «Mago». Una vez expulsado, no dudó en enseñar tales cosas(13). Los llamados «gnósticos» son también impíos y han dicho otras cosas en contra del Espíritu, y asimismo han hablado perversamente los valentinianos(14). Pero el criminal Manes se atrevió a decir de sí mismo que era el Paráclito enviado por Cristo. Según los profetas o el Nuevo Testamento, ha habido quienes se imaginaban que unos y otros eran el Espíritu Santo. Su error —o más bien su blasfemia— son muy grandes. A tales hombres, por tanto, ódialos y huye de los que blasfeman contra el Espíritu Santo, para los cuales no hay remisión. ¿Cómo te vas a unir a los que carecen de toda esperanza, tú que ahora has de ser bautizado también en el Espíritu Santo? Si al que se une a un ladrón y realiza correrías con él se le somete a suplicio, ¿qué esperanza habrá de tener quien se enfrenta al Espíritu Santo?

Contra los marcionitas y los gnósticos

7. Odiese también a los marcionistas, que separaron del Nuevo Testamento las palabras del Antiguo. El primero de ellos fue Marción(15), hombre alejadísimo de Dios, que afirmó la existencia de tres dioses. Al ver insertados en el Nuevo Testamento los testimonios de los profetas acerca de Cristo, los suprimió para privar al Rey de estos testimonios(16). Odiese a los que ya mencionados gnósticos, como a ellos les gusta llamarse, pero que están llenos de ignorancia(17). Hicieron sobre el Espíritu Santo afirmaciones que yo no tendría ahora el atrevimiento de recordar.

Contra los montanistas

8. Ódiese a los de la Frigia inferior y a Montano y sus dos profetisas, Maximila y Priscila(18). Pues Montano, fuera de sí y delirante —y no hubiera dicho lo que dijo si no hubiese estado loco—, se abrevió a proclamarse a sí mismo como el Espíritu Santo. Hombre muy abyecto, baste decir, por respeto a las mujeres que aquí están, que estaba cubierto de toda impureza y lascivia. Habiendo ocupado Pepusa, un lugar muy pequeño de Frigia al que dio el falso nombre de Jerusalén, degollaba a los hijos pequeños de algunas mujeres despedazándolos en banquetes criminales. Por este motivo hasta tiempos recientes, en que la persecución se ha ido calmando, estábamos nosotros bajo sospecha de estos crímenes. La razón es que los montanistas, aunque falsamente, eran llamados con nuestro mismo nombre de cristianos. Como digo, se atrevió a llamarse a sí mismo Espíritu Santo, a pesar de rebosar impiedad y crueldad y estar sujeto a una imperdonable condena.

Contra los maniqueos(19)

9. A éste hay que añadir, como anteriormente se dijo, al muy impío Manes, el cual acumuló los vicios de todas las herejías. Siendo él mismo el más profundo abismo de perdición y reuniendo en sí los delirios de todos los herejes juntos, elaboró y propagó el más reciente de los errores. Se abrevió a decir también que él era el Paráclito que Cristo había prometido que enviaría. Y puesto que el Salvador, prometiéndolo, decía a los apóstoles: «Por vuestra parte permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto» (Lc 24, 49). ¿Qué, pues? ¿Acaso, cuando ya habían muerto hacía doscientos años, estaban esperando a Manes los apóstoles para ser revestidos de poder? ¿Quién tendrá la osadía de decir que no se llenaron ya del Espíritu Santo? Pues está escrito: «Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo?» (Hech 8, 17). ¿Es que no sucedió esto antes de Manes, y muchos años antes de él, cuando el Espíritu Santo descendió el día de Pentecostés?

El poder del Espíritu no se compra por dinero.

De nuevo, el caso de Simón

10. ¿Por qué se condenó a Simón Mago? ¿No fue porque, acercándose a los apóstoles, les dijo: «Dadme a mí también este poder para que reciba el Espíritu Santo aquel a quien yo imponga las manos» (Hech 8, 19). Pues no dijo: «Dadme a mí también una participación en el Espíritu Santo», sino poder, de modo que pudiese vender a otros algo que no se puede comprar y que él mismo no había conseguido(20). Ofreció dinero (8, 18) a unos hombres que tenían el propósito de no poseer nada(21), a pesar de haber visto a quienes ofrecían las ganancias de las cosas vendidas poniéndolas a los pies de los apóstoles (cf. Hech 4, 34-35). Y no pensaba que quienes pisaban con sus pies las riquezas entregadas para alimentar a los pobres nunca pondrían un precio al poder del Espíritu Santo. ¿Y qué es lo que dijeron a Simón?: «Vaya tu dinero a la perdición y tú con él; pues has pensado que el don de Dios se compra con dinero» (8, 20). «Eres otro Judas, que esperaste vender la gracia del Espíritu». Si, por tanto, Simón, que quería conseguir el poder (del Espíritu) es entregado a la perdición, ¿de cuánta impiedad no será reo Manes, que se jactó de ser él mismo el Espíritu Santo? Odiemos a los hombres dignos de odio. A los que Dios deja a un lado, dejémoslos. Con toda confianza, digamos también nosotros acerca de los herejes: «¿No odio, Yahvé, a quienes te odian? ¿No me asquean los que se alzan contra ti?» (Sal 139, 21). Pues existe una enemistad laudable, según está escrito: «Enemistad pondré entre ti y la mujer, y ente tu linaje y su linaje» (Gén 2, 15). En realidad, la amistad con la serpiente produce la enemistad con Dios y la muerte.

La promesa del Espíritu de vida

11. Sea suficiente lo dicho acerca de estos expulsados. Pero ahora volvamos a la Sagrada Escritura, y bebamos agua de nuestras vasijas y de la fuente de nuestros pozos (cf. Prov 5, 15). Bebamos del agua viva «que brota para vida eterna» (Jn 4, 14). «Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él» (7, 39). Observa lo que dice: «El que crea en mí (no de un modo simplista y lánguido, sino), como dice la Escritura (con lo que te está remitiendo al Antiguo Testamento): «De su seno correrán ríos de agua viva» (7, 38)(22). No se trata de ríos perceptibles por los sentidos y que irrigan, en un sentido simple y vulgar, la tierra que contiene espinas y leños, sino de los que infunden luz a las almas: «Sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna» (4, 14). Es otra clase de agua, que vive y que brota: brota sobre los que son dignos de ella.

El Espíritu reparte sus dones entre todos

12. ¿Y por qué ha dado el nombre de agua a la gracia del Espíritu? Porque todas las cosas constan de agua, ya que el agua es la que hace las plantas y los animales; porque desde los cielos desciende el agua de las tormentas. Siempre cae del mismo modo y de la misma forma, aunque son multiformes los efectos que produce: una única fuente riega todo el huerto. Y una única e idéntica tormenta desciende sobre toda la tierra, pero se vuelve blanca en el lirio, roja en la rosa, de color púrpura en las violetas y en los jacintos, y diversa y variada en los distintos géneros de cosas. De una forma existe en la palma y de otra en la vid, pero está toda ella en todas las cosas, pues (el agua) es siempre la misma y sin variación. Y, aunque se mude en tormenta, no cambia su forma de ser, sino que se acomoda a la forma de sus recipientes convirtiéndose en lo que es necesario para cada uno de ellos. Así el Espíritu Santo, siendo uno y de un modo único, y también indivisible, distribuye la gracia «a cada uno en particular según su voluntad» (cf. 1 Cor 12,11). Y del mismo modo que un árbol seco produce brotes al recibir agua, así también el alma pecadora, cuando por la conversión ha sido agraciada por el don del Espíritu Santo, produce los racimos del Espíritu Santo. Y aunque él es uno y único, obra sin embargo, por voluntad de Dios y en nombre de Cristo, efectos múltiples: se sirve de la lengua de uno para la sabiduría e ilustra la mente de otro con el don de profecía; a éste le concede el poder de expulsar demonios y a aquel el don de interpretar la Sagrada Escritura; de alguno fortalece la temperancia(23) y a otro le enseña lo referente a la misericordia(24); a otros les enseña a ayunar o a soportar los ejercicios de la vida ascética; a otros, a despreciar las cosas del cuerpo, y hay a quien prepara para el martirio. El es diverso en cada uno, pero nunca es distinto de sí mismo. Como está escrito: «A cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común. Porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe, en el mismo Espíritu; a otro, carismas de curaciones, en el único Espíritu; a otro, poder de milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversidad de lenguas; a otro, don de interpretarlas. Pero todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad» (I Cor 12,7-11)(25).

Diversos sentidos de la palabra «espíritu

13. Pero puesto que acerca del Espíritu Santo, con un nombre único y común, se han dicho muchas cosas diversas en la Sagrada Escritura y puede temerse que alguien las confunda por ignorancia por no saber a qué espíritu se refiere lo que allí está escrito, es preciso señalar ciertas características seguras del Espíritu al que la Escritura llama Santo. Pues así como Aarón es llamado «cristo»(26) y también David, Saúl y otros son llamados «cristos», y sin embargo es único el verdadero Cristo, así también, una vez que se atribuye la denominación de «espíritu» a diversas realidades, es estupendo ver a quién se llama, por algún motivo peculiar, Espíritu Santo. Pues son muchas las cosas que se llaman «espíritu», pues un ángel es llamado «espíritu», se llama «espíritu» a nuestra alma y al viento que sopla se le llama «espíritu»(27). También una gran virtud es llamada «espíritu» y es denominada «espíritu» una acción impura. Incluso el Demonio, el Adversario, es llamado «espíritu». Cuídate, pues, cuando oigas estas cosas, de que, por la semejanza de la denominación, no confundas una cosa con otra. Pues de nuestra alma dice la Escritura: «Su soplo exhala, a su barro retorna», y del alma dice a su vez: «Que modela el espíritu del hombre en su interior» (Zac 12, 1)(28). Y de los ángeles dice en los Salmos: «Que hace a sus ángeles espíritus y llama de fuego a sus servidores»(29). Y del viento dice: «Tal el viento del Este que destroza los navíos de Tarsis» (Sal 48, 8). Y además: «Como el árbol es agitado por el viento en el bosque». Y: «Fuego y granizo, nieve y bruma, viento tempestuoso, ejecutor de su palabra» (Sal 148, 8). Y de la buena doctrina dice el Señor mismo: «Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida» Un 6, 63), es decir, son espirituales(30). Pero el Espíritu Santo no es algo que se exhala hablando con la lengua, sino alguien vivo(31), que nos concede hablar con sabiduría, siendo él mismo el que se expresa y habla.

El Espíritu Santo sugiere, habla y enseña

14. ¿Quieres darte cuenta de cómo crea palabras y habla? Felipe, por revelación de un ángel, bajó por el camino que llevaba hasta Gaza, cuando llegaba el eunuco. Y dijo el Espíritu a Felipe: «Acércate y ponte junto a ese carro» (Hech 8, 29). ¿Ves cómo el Espíritu habla al que le oye? Y Ezequiel dice así: «El espíritu de Yahvé irrumpió en mí y me dijo: "Di: Así dice Yahvé"» (Ez 11, 5). Por otra parte, «dijo el Espíritu Santo» a los apóstoles, que estaban en Antioquía: «Separadme ya a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado» (Hech 13, 2). Ves al Espíritu que está vivo, que segrega y que llama, y que envía con poder. Y Pablo dice: «Solamente sé que en cada ciudad el Espíritu Santo me testifica que me aguardan prisiones y tribulaciones» (20, 23). El es el que santifica a la Iglesia, su auxiliador y su maestro, el Espíritu Santo maestro, del que dijo el Salvador: «Os lo enseñará todo», y no dijo sólo «os lo enseñará», sino también «os recordará todo lo que yo os he dicho» (Jn 14, 26). Pues no son unas las enseñanzas de Cristo y otras las del Espíritu Santo, sino claramente las mismas. De las cosas que habían de suceder dio Pablo testimonio con anterioridad, para que, mediante un conocimiento previo, el ánimo se sintiese más firme. Y estas cosas se os han dicho por aquella sentencia: «Las palabras que os he dicho son espíritu» (Jn 6, 63), de modo que no pienses que éste (el Espíritu) es sólo algo que nosotros decimos, sino doctrina sólida.

El diablo, espíritu del mal y de pecado

15. Con la palabra «espíritu» se denomina también al pecado, como ya dijimos, pero por otra razón contraria, o sea, según dicen: «con un espíritu de fornicación se extraviaron» (Os 4, 12 LXX). También se le llama espíritu, espíritu inmundo, al demonio, pero con ese adjetivo de «inmundo». Pues a cada espíritu se le da un añadido, que designa una característica propia. Si se dice «espíritu» al alma humana, se le añade «del hombre» (I Cor 2, 11). Si se dice acerca del viento(32), se habla de «viento de borrasca» (Sal 107, 25). Cuando designa al pecado, dice «espíritu de fornicación». Si se refiere al demonio, le llama «espíritu inmundo», para que sepamos de qué se habla particularmente en ese caso y no creas que se está hablando del Espíritu Santo. ¡Ni hablar! Pues este nombre de «espíritu» es nombre general y común, y lo que no tiene un cuerpo espeso y denso es llamado, de un modo genérico, espíritu. Pero puesto que los demonios no poseen tales son llamados «espíritus». Pero hay espíritus muy diversos. Pues el demonio impuro, cuando se introduce en el alma del hombre (y Dios libre de este mal a todas las almas tanto de los que están aquí como de los ausentes), llega como un lobo tragando sangre y dispuesto a devorar lanzándose contra la oveja. Es una llegada muy cruel, y muy grave para el que la sufre. La mente se oscurece con una densa niebla. Es un ataque injusto de alguien que invade una propiedad ajena, pues se esfuerza en abusar, haciendo violencia (Mc 9, 17-18), de un cuerpo ajeno sirviéndose de él como si fuese propio. Hace caer a quien se mantiene en pie, emparentado como está con aquel que cayó del cielo (cf. Lc 10, 18); enreda la lengua y retuerce los labios; en lugar de palabras, arroja espuma. El hombre se sume en tinieblas y, cuando el ojo está abierto, el alma no ve nada a través de él. Lleno de miseria, el hombre se convulsiona lleno de temor ante la muerte. Realmente los demonios son enemigos de los hombres y los maltratan suciamente y sin misericordia.

La fuerza y la iluminación otorgadas por el Espiritu Santo

16. No es tal el Espíritu Santo. ¡Lejos de vosotros este pensamiento! Pues, al contrario, aquí estamos en el terreno del bien y de la salvación. En primer lugar, su venida tiene lugar en la mansedumbre y con suavidad, y se le percibe con esa suavidad y con fragancia, pues su yugo es muy ligero. Avisan de su llegada los rayos brillantes de luz y de ciencia. Viene con los sentimientos de una auténtico protector. Viene a salvar, sanar, enseñar, advertir, fortalecer, consolar y a iluminar la mente: en primer lugar, la de aquel que le acoge y, después, sus obras y las de los demás. Y del mismo modo que quien estaba en tinieblas anteriormente, al mirar luego al sol, de repente recibe la luz en su ojo corporal y distingue lo que antes no veía con claridad, así es aquel que ha sido considerado digno del don del Espíritu Santo: se ilumina su ánimo y, colocándose más allá de lo humano, ve ahora lo que ignoraba. Postrado su cuerpo en tierra, su alma contempla los cielos como en un espejo. Como Isaías, ve «al Señor sentado en un trono excelso y elevado» (Is 6, 1). Contempla, como Ezequiel, al que «estaba sobre la cabeza de los querubines» (Ez 10, 1). Ve, como Daniel, a «miles de millares» y «miríadas de miríadas» (Dan 7, 10). Siendo como hombre poca cosa, ve el principio y el fin del mundo, y discierne el transcurso de los tiempos y la sucesión de los reyes. Y no es que esto lo haya aprendido, pero es un verdadero proveedor de luz. Un hombre puede ser encerrado entre paredes, pero la fuerza de su conocimiento se extiende ampliamente hasta contemplar incluso lo que otros hacen.

El poder que da el Espíritu de discernir lo oculto

17. Pedro no estaba presente cuando Ananías y Safira vendieron sus posesiones. Pero estaba presente por el Espíritu, y dijo: «¿Cómo es que Satanás llenó tu corazón para mentir al Espíritu Santo?» (Hech 5, 3). No era acusador ni tampoco testigo. ¿De dónde había llegado a conocer el hecho? «¿Es que mientras lo tenías no era tuyo, y una vez vendido no podías disponer del precio? ¿Por qué determinaste en tu corazón hacer esto?» (Hech 5, 4). Un hombre iletrado, Pedro, supo por la gracia del Espíritu lo que ni siquiera los mismos sabios de los griegos habían llegado a conocer. Un ejemplo semejante tienes también en Eliseo. cuando había curado gratis la lepra de Naamán, Guejazí(33) se cobró una paga, cobrándose el valor de un trabajo de otro, y colocó el dinero recibido de Naamán en un lugar oscuro (cf. 2 Re 5, 20 ss). Pero las tinieblas no son oscuras para los santos (cf. Sal 139, 12)(34). Pues, después de vuelto, le pregunta Eliseo (así como Pedro: «Dime, ¿habéis vendido en tanto el campo?» (Hech 5,8): «¿De dónde vienes, Guejazí?» (2 Re 5, 25). Y no lo decía porque no lo supiese, sino deplorándolo. Has venido de las tinieblas y te irás en tinieblas. Has vendido la curación de un leproso y la herencia de la lepra te acompañará (cf. 2 Re 5, 27). Yo he cumplido—dice el mandato de quien me dijo: «Gratis lo recibisteis; dadlo gratis» (Mt 10, 8). Pero tú has vendido la gracia; recibe el salario de tu venta. ¿Y qué le dice Eliseo?: «¿No iba contigo mi corazón...?» (2 Re 5, 26). Yo estaba limitado por mi propio cuerpo, pero el espíritu que Dios me dio veía incluso las cosas lejanas y me mostraba con claridad las cosas que sucedían en otras partes. Ves de qué modo no sólo suprime la ignorancia, sino que incluso da conocimiento infuso, y ves cómo el Espíritu Santo ilumina las almas.

También a los profetas iluminaba el Espíritu Santo

18. Hace casi mil años que vivió Isaías. Contempló a Sión como una pobre tienda de campaña. Sin embargo, la ciudad todavía estaba en pie embellecida por gran cantidad de plazas públicas y revestida de su dignidad. Está dicho, no obstante: «Sión será un campo que se ara» (Miq 3, 12), preanunciando lo que se ha realizado en nuestros días. Observa la exactitud de la profecía, pues dice: «Ha quedado la hija de Sión como cobertizo en viña, como albergue en pepinar, como ciudad sitiada» (Is 1, 8). Y realmente está este lugar ahora lleno de pepinares. ¿Acaso no ves cómo el Espíritu Santo ilumina a los santos?(35). Que la semejanza de la denominación no te arrastre a otras cosas. Mantén en cambio, lo que es exactamente la verdad.

El Espíritu, que sugiere la castidad y la pobreza voluntarias, protege al hombre y le da sus dones

19. Si en alguna ocasión, cuando estés descansando, te vienen pensamientos acerca de la castidad o la virginidad, es él quien te esta instruyendo. ¿No sucede con frecuencia que una joven, ya dispuesta para la consumación del matrimonio, no accede porque él(36) le sugiere la virginidad? ¿Es que no ocurre con mucha frecuencia que un hombre conspicuo en la vida pública desprecia las riquezas y la dignidad instruido por el Espíritu Santo? ¿O que muchas veces un joven, viendo una figura grácil cierra los ojos para no ver y escapar de la deshonra? ¿Por qué crees que eso sucede? El Espíritu Santo ha instruido la mente del hombre, siendo tantos en el mundo los deseos de la avaricia, hay cristianos que siguen la pobreza voluntaria. ¿Por qué razón? Por el mandato interior del Espíritu Santo. Es una realidad preciosa el Espíritu santo y bueno. Debidamente somos bautizados en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo. Con su cuerpo lucha el hombre con muchos y fieros demonios(37). Y a menudo es contenido y dominado por las palabras de súplica un demonio al que muchos no podían retener con cadenas de hierro. Un simple soplo del exorcista se convierte en fuego contra el enemigo invisible. Tenemos, por tanto, de parte de Dios un auxiliador y protector, gran maestro de la Iglesia y gran luchador en favor nuestro. No sintamos temor ante los demonios ni ante el diablo, pues es más grande el que lucha por nosotros: simplemente abrámosle las puertas, pues «va por todas partes buscando a los dignos» (cf. Sab 6,16)(38) y buscando a quién regalar con sus dones.

La fortaleza del Espíritu Santo en las dificultades

20. Pero se le llama Paráclito porque consuela, fortalece con sus exhortaciones y nos ayuda en nuestra debilidad(39), «pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables» (Rm 8, 26), es decir, ante Dios, como se ve por el asunto mismo. A menudo alguien, víctima de injurias por causa de Cristo, padece injustamente el desprecio. Amenazan el martirio y los tormentos por doquier: el fuego y la espada, las bestias y el precipicio. Pero el Espíritu Santo sugiere: «Espera en Yahvé» (Sal 27, 14), hombre. Es poca cosa lo que te sucede, pero es grande lo que se te dará. Tras padecer un tiempo breve, estarás eternamente en compañía de los ángeles. «Los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros» (Rm 8, 18). El Espíritu describe al hombre el reino de los cielos, le muestra el paraíso de las delicias, y los mártires, presentes a la vista de sus jueces pero ya en el paraíso en cuanto a su energía y su poder, pueden así despreciar la dureza de lo que ven.

El Espiritu permite dar testimonio en favor de Jesús

21. ¿Quiéres saber cómo con la fuerza del Espíritu Santo dieron los mártires su testimonio? El Salvador dice a los discípulos: «Cuando os lleven a las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de cómo o con qué os defenderéis, o qué diréis, porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel mismo momento lo que conviene decir» (Lc 12, 1 1-12). Pues es imposible padecer el martirio por dar testimonio de Cristo si no se sufre con la fuerza del Espíritu Santo. Pues si «nadie puede decir "Jesús es Señor!" sino con el Espíritu Santo» (1 Cor 12, 3), ¿quién dará la vida par Jesús si no es en el Espíritu Santo?

Ilumina a todos los cristianos de cualquier condición y de cualquier pueblo

22. Grande, omnipotente en sus dones y admirable es el Espíritu Santo. Piensa cuántos estáis sentados aquí, cuántas almas somos. El Espíritu actúa de modo adecuado a cada uno. Está en medio de todos y ve la situación de cada uno. Ve también el pensamiento y la conciencia, y también lo que hablamos y a lo que damos vueltas en nuestra mente. Grande es esto que acabo de decir y, sin embargo, es todavía poco. Quisiera que consideraras, iluminando él tu mente, cuántos son los cristianos de toda esta parroquia y cuántos los de toda la provincia de Palestina. Amplía también tu mente desde esta provincia a todo el Imperio de los romanos y vuelve desde él tu mirada al mundo entero: los pueblos de los persas y las naciones de la India, los godos y los sauromatas, los galos y los hispanos, los moros, los africanos, los etíopes y otros de los que ni los nombres conocemos: son muchos, en efecto, los pueblos cuyos nombres no han llegado siquiera a nuestro conocimiento. Mira a los obispos de cualesquiera pueblos, a los presbíteros, los diáconos, los monjes, las vírgenes y los laicos, y observa quién es el que los rige, preside y les concede sus dones. Cómo, en todo el mundo, a uno le regala el pudor, a aquél la virginidad perpetua, a éste el afán de dar limosna, a otro el interés por la pobreza y a otro, en fin, la capacidad de poner en fuga a los espíritus enemigos. Y así como la luz, con un solo rayo, todo lo ilumina, así también el Espíritu ilumina a los que tienen ojos. Por tanto, si alguno se queja de que no se le da la gracia, no acuse al Espíritu, sino a su propia incredulidad.

Ángeles, potestades y todas las criaturas necesitan del Espíritu

23. Ves el poder que ejerce en el mundo entero. Que no se quede tu mente a ras del suelo, sino asciende a lo alto: sube en tus pensamientos hasta el primer cielo y contempla los muchísimos miles de ángeles que allí están. Si puedes, sube con el pensamiento a mayor altura: contempla los arcángeles y contempla a los espíritus, mira las virtudes, los principados, las potestades, los tronos y las dominaciones(40). Dios ha dado al Paráclito como prefecto, maestro y santificador de todos ellos. Necesitan de él Elías, Eliseo e Isaías entre los hombres. Y entre los ángeles, Miguel y Gabriel. Ninguna de las cosas creadas le iguala en honor. Pues todas las clases de ángeles y todos los ejércitos juntos carecen de paridad e igualdad con el Espíritu Santo. A todos ellos los cubre y oscurece la potestad sumamente buena del Paráclito. Si alguno de ellos es enviado a realizar un ministerio(41), escruta incluso las profundidades de Dios, como dice el Apóstol: «El Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios. En efecto, ¿qué hombre conoce lo íntimo del hombre sino el espíritu del hombre que está en él? Del mismo modo, nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios» ( I Cor 2, 10-11)

En unión con el Padre y el Hijo, el Espiritu Santo reparte sus dones

24. El, en los profetas, anunció a Cristo; él actuó en los apóstoles; él, hasta el día de hoy, sella las almas en el bautismo. El Padre se da al Hijo, y el Hijo comunica de sí mismo al Espíritu Santo(42). Es el mismo Jesús, no yo, quien lo dice: «Todo me ha sido entregado por mi Padre» (Mt 11, 27). Y del Espíritu Santo dice: «Cuando venga él, el Espíritu de la verdad,... El me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros» (Jn 16, 13-14). El Padre, a través del Hijo y juntamente con el Espíritu, lo da todo. No son unos los dones del Padre, otros los del Hijo y otros los del Espíritu Santo. Pues una es la salvación, una la potestad y una la fe, único es Dios Padre, único es su Hijo y único es el Espíritu Santo Paráclito. Y bástenos saber estas cosas. No indagues afanosamente la naturaleza o la sustancia. Pues, si es algo que se hubiese escrito, lo diríamos. Pero no nos atrevamos con lo que no ha sido escrito. Para nuestra salvación nos basta saber que existen el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Sobre los setenta ancianos que ayudaron a Moisés

25. Este Espíritu descendió, en tiempo de Moisés, sobre los setenta ancianos. (Pero que la amplitud del discurso, carísimos, no os cause tedio. El mismo del que hablamos nos dé fuerza a cada uno de nosotros, a los que hablamos y a los que oís.) Este Espíritu, como decía, descendió sobre aquellos setenta ancianos que estaban bajo Moisés. Pero esto te lo digo para probar que todo lo conoce y todo lo obra como quiere. Fueron seleccionados setenta ancianos. «Bajó Yahvé en la nube y le habló. Luego tomó algo del espíritu que había en él y se lo dio a los setenta ancianos» (Núm 11, 25). Y no fue dividiendo al Espíritu, sino que cada uno recibió algo de su gracia, distribuida según su capacidad y su potestad. Los presentes eran de hecho sesenta y ocho, y profetizaron, pero no estaban Eldad y Medad. Pero para que quedase claro que no era Moisés el que concedía nada, sino que era el Espíritu el que obraba, también profetizaron Eldad y Medad, que habían sido llamados, pero no habían acudido (cf. Núm 11,26-30).

El mismo signo de la imposición de las manos para la antigua y la nueva Alianza

26. Se asombró de ello Josué, hijo de Nun, sucesor de Moisés, y acercándose a Moisés le dice: «¿Has oído que Eldad y Medad están profetizando?». Fueron llamados y no vinieron. «Mi señor Moisés, prohíbeselo» (11, 28). Pero él le dijo: No se lo puedo prohibir, pues es una gracia celestial. No se lo impediré, pues también yo tengo esa gracia. No creo que tú hayas dicho esto movido por la envidia. No te consumas de celo por mí porque ellos hayan profetizado mientras tú todavía no profetizas. Aguarda un tiempo: «¡Quién me diera que todo el pueblo de Yahvé profetizara porque Yahvé les diera su espíritu!» (11, 29). Proféticamene añadió lo de «porque les diera su espíritu». Pues ciertamente tampoco lo ha dado ahora, y tú no lo tienes todavía. Entonces, ¿no lo tuvieron Abraham, Isaac, Jacob y José? ¿Es que acaso no lo tuvieron los que vivieron antes de él? Sin embargo, es muy claro aquello de «cuando Dios les diera su espíritu», que es como si dijera: a todos. Y, no obstante, el don de la gracia es ahora privado y restringido, mientras que entonces se había derramado y abundaba. En realidad, se quería decir lo que nos habría de suceder en Pentecostés, pues también él descendió entre nosotros. Pero también anteriormente había descendido sobre muchos. Pues está escrito: «Josué, hijo de Nun, estaba lleno del espíritu de sabiduría, porque Moisés le había impuesto las manos» (Dt 34, 9). Ves el mismo signo en todas partes, en la antigua y en la nueva Alianza. En tiempo de Moisés se concedía el espíritu por la imposición de manos. A ti, que serás bautizado, ha de venir la gracia. No te digo de qué modo ni te anticipo el momento(43),

Presencia del Espíritu en personajes de la antigua Alianza

27. El vino también a todos los justos y profetas. Me refiero a Enós, Henoc, Noé y los demás, Abraham, Isaac y Jacob. Que también José tuvo el espíritu de Dios (cf. Gén 41, 38), es algo que ya había descubierto el mismo Faraón. Ya oíste acerca de Moisés y de las cosas admirables que hizo por el Espíritu. También lo tuvieron el fortísimo Job y todos los santos, aunque no mencionemos ahora los nombres de todos. El fue el que, en la construcción del Tabernáculo llenó de sabiduría a Besalel y a sus hábiles compañeros (Ex 31, 1-6).

28. En la fuerza de este Espíritu, según lo que tenemos en el libro de los Jueces, fue juez Otoniel (Juec 3, 10), se vio fortalecido Gedeón (6, 34) yJefté consiguió la victoria (11, 29). Débora, mujer, entabló batalla (4-5) y Sansón, cuando todavía obraba con justicia y no contristaba al Espíritu, realizó cosas superiores a las fuerzas humanas(44). En los libros de los Reyes encontramos claramente, acerca de Samuel y David(45), cómo profetizaban en el Espíritu Santo y eran jefes de profetas. Y a Samuel se le llamaba «vidente» (I Sam 9, 9-11). Pero David dice elocuentemente: «El espíritu de Yahvé habla por mí» (2 Sam 23, 2). Y, en los Salmos: «No retires de mí tu santo espíritu» (51, 13). Y a su vez: «Tu espíritu que es bueno me guie por una tierra llana» (143, 10). Y, como tenemos en las Crónicas, con el Espíritu Santo fueron agraciados Azarías, bajo el rey Asá, y, bajo Josafat, Yajaziel (2 Cró 15, 1; 20, 14). Y también Zacarías, que fue lapidado (2 Cró 24, 20-21; cf. Mt 23, 35 ss). Y Esdras dice: «Tu Espíritu bueno les diste para instruirles» (Neh 9, 20)(46). Acerca de Elías, el que fue tomado, y de Eliseo, ambos portadores del Espíritu y realizadores de cosas admirables, es cosa clara -aunque ahora lo pasemos por alto- que estuvieron llenos del Espíritu Santo.

Y en otros profetas

29. Y si alguien recorre los libros tanto de los doce(47) como de los demás profetas, encontrará muchísimos testimonios acerca del Espíritu Santo. Miqueas dice: «Yo, en cambio, estoy lleno de fuerza por el espíritu de Yahvé» (Miq 3, 8). Y Joel: «Sucederá después de esto que yo derramaré mi Espíritu en toda carne» (3, 1). Y Ageo dice: «... según la palabra que pacté con vosotros a vuestra salida de Egipto, y en medio de vosotros se mantiene mi Espíritu: no temáis» (2, 5). De modo semejante, Zacarías: «No obstante, acoged mis palabras y mis mandatos, que yo prescribo en mi Espíritu a mis siervos los profetas» (Zac 1, 6 LXX). Y así, otras cosas.

En Isaías y Ezequiel

30. También Isaías, el predicador elocuentísimo: «Reposará sobre él el Espíritu de Yahvé: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor de Yahvé. Y le inspirará en el temor de Yahvé» (11, 2-3). Con ello quiere decir que él (el Espíritu) es uno e indivisible, pero son diversos los efectos que produce. Y también: «He aquí mi siervo a quien yo sostengo, mi elegido en quien se complace mi alma. He puesto mi espíritu sobre él (Is 42, 1). Y también aquello: «Derramaré mi espíritu sobre tu linaje (44, 3). Y además: «Ahora el señor Yahvé me envía con su espíritu» (48,16). O bien: «En cuanto a mí, esta es la alianza con ellos, dice Yahvé. Mi espíritu que ha venido sobre ti...» (59, 21)(48). Y, a su vez: «El espíritu del Señor Yahvé está sobre mí, por cuanto que me ha ungido Yahvé...» (61,1)(49). Y también, hablando en contra de los judíos: «Mas ellos se rebelaron y contristaron a su Espíritu Santo» (Is 63, 10) y: «¿Dónde está el que puso en él su Espíritu Santo?» (63, 11).

También tienes en Ezequiel —si no estás ya cansado de escuchar— lo que ya se ha recordado: «El espíritu de Yahvé irrumpió en mí y me dijo: "Di: Así dice Yahvé"» (Ez 11, 5). Pero el «irrumpió sobre mí» se ha de entender correctamente, como queriendo designar la caridad y la clemencia. De modo semejante a como Jacob, una vez que encontró a José, «se echó a su cuello» (Gén 46, 29) y como, en los evangelios, aquel padre amantísimo, al ver a su hijo de vuelta, «conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente» (Lc 15, 20). Y, también en Ezequiel: «El espíritu me elevó y me llevó a Caldea, donde los desterrados, en visión, en el espíritu de Dios» (Ez 11, 24). Y otras cosas ya las oíste antes, cuando hablamos del bautismo(50): «Os rociaré con agua pura... y os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo» (36, 25-26). Y, poco después: «La mano de Yahvé fue sobre mí y, por su espíritu, Yahvé me sacó» (37, 1).

En Daniel

31. El infundió la sabiduría en el alma de Daniel, de modo que un joven fuese juez de ancianos. La casta Susana había sido condenada como impúdica. Nadie la defendía. ¿Quién la habría arrebatado de la mano de los jefes? Era llevada a la muerte y ya estaba en manos de los verdugos (Dan 13, 41-45). Pero se presentó su auxiliador, el Paráclito, el Espíritu que santifica a toda criatura inteligente. «Manténte ahí», le dijo a Daniel. «Tú, que eres joven, arguye a los viejos manchados por la corrupción de pecados de jóvenes. Pues está escrito: «Suscitó el santo espíritu de un jovencito» (13, 45). Y, resumiendo brevemente, por la sentencia de Daniel se salvó aquella muchacha pura. Este caso lo hemos resumido, pues no hay tiempo de exponerlo todo. Incluso Nabucodonosor reconoció que en Daniel estaba el Espíritu Santo, pues se refirió a él como «Daniel..., en quien reside el espíritu de los dioses santos» (Dan 4, 6)(51). Dijo una cosa verdadera y otra falsa. Que tenía el Espíritu Santo era verdad, pero no que era «jefe de los magos». Pues no era mago, sino conocedor de las cosas por el Espíritu. De hecho, antes (Dan 2, 31ss.) había explicado la visión de la imagen que había visto y que no entendía. «Explícame, dice, la visión, que yo, que la vi, no la entiendo». Ves ahí la potencia del Espíritu Santo, porque quienes vieron no entienden, y los que no vieron conocieron e interpretaron.

En la siguiente catequesis se hablará del Espíritu Santo en el Nuevo Testamento

32. Estaríamos inclinados a recoger muchos testimonios del Antiguo Testamento y a explicar con más claridad lo que atañe al Espíritu Santo. Pero queda poco tiempo y es aconsejable que no tengáis tanto que escuchar. Por lo cual, contentos con lo mencionado de la antigua Alianza, volveremos, si Dios lo permite, en la catequesis siguiente a lo que falta del Nuevo. El Dios de la paz, os regale a todos con los bienes espirituales y celestiales por medio de Nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíriritu (cf. Rom 15, 30). A él sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén(52).
 
Juan 20:28 no apoya la idolatría Trinitaria... respuestas... (parte 2)

Juan 20:28 no apoya la idolatría Trinitaria... respuestas... (parte 2)

Este es un extracto del mensaje #3501

Juan 20:28 no prueba que Cristo sea Dios:

*** Perspicacia para comprender las Escrituras, Volumen 2 págs. 82-83 ***

Aunque ese fuese el caso, la expresión “Mi Señor y mi Dios” tendría que concordar con el resto de las Escrituras inspiradas. Como el registro muestra que antes Jesús había dirigido a sus discípulos el mensaje: “Asciendo a mi Padre y Padre de ustedes y a mi Dios y Dios de ustedes”, no hay razón para creer que Tomás pensara que Jesús era el Dios Todopoderoso. (Jn 20:17.) Después de relatar esta conversación de Tomás con Jesús resucitado, el mismo Juan hace el siguiente comentario sobre este y otros relatos similares: “Pero estas han sido escritas para que ustedes crean que Jesús es el Cristo el Hijo de Dios, y que, a causa de creer, tengan vida por medio de su nombre”. (Jn 20:30, 31.)

De modo que Tomás pudo haberse dirigido a Jesús como “mi Dios” en el sentido de que fuese “un dios”, aunque no el Dios Todopoderoso ni “el único Dios verdadero”, a quien Jesús dirigía sus oraciones, las cuales Tomás había oído a menudo. (Jn 17:1-3.) O quizás se dirigió a Jesús como “mi Dios” de un modo similar al de las expresiones de sus antepasados registradas en las Escrituras Hebreas, con las que estaba familiarizado. En algunas ocasiones, cuando un mensajero angélico de Jehová visitaba o se dirigía a una persona, dicha persona, o a veces el propio escritor bíblico, respondía a ese mensajero o hablaba de él como si se tratase de Jehová Dios. (Compárese con Gé 16:7-11, 13; 18:1-5, 22-33; 32:24-30; Jue 6:11-15; 13:20-22.) Esto se debía a que el mensajero angélico actuaba como representante de Jehová, hablaba en su nombre y quizás hasta empleaba el pronombre en primera persona del singular y decía: “Yo soy el Dios verdadero”. (Gé 31:11-13; Jue 2:1-5.) Por consiguiente, Tomás pudo llamar a Jesús “mi Dios” en este sentido, en reconocimiento o confesión de Jesús como el representante y portavoz del Dios verdadero. En cualquier caso, lo que es cierto es que las palabras de Tomás no contradicen la declaración expresa que él mismo había oído de boca de Jesús, a saber: “El Padre es mayor que yo”. (Jn 14:28.)

Respecto a 1 Juan 5:20, en el mensaje #836 del 20-01-2007 se te contestó que ese versículo no prueba que Cristo sea "el Dios verdadero"

[...]
“la cabeza del Cristo es Dios.” (1 Corintios 11:3)

“Porque [Dios] "sujetó todas las cosas debajo de sus pies". Mas cuando dice que 'todas las cosas han sido sujetadas', es evidente que esto es con la excepción de aquel que le sujetó todas las cosas. 28*Pero cuando todas las cosas le hayan sido sujetadas, entonces el Hijo mismo también se sujetará a Aquel que le sujetó todas las cosas, para que Dios sea todas las cosas para con todos.” (1 Corintios 15:27-28)


[...]

Si Jesús adoró a Dios en la Tierra era porque antes de eso también lo hacía. De hecho, luego de subir al cielo lo continuó haciendo (Revelación 3:12). Nota: después de regresar al cielo siguió adorando a otro ser, el Ser Supremo.
 
Re: Testigos de Jehová...¿restauración del cristianismo original?

Ahora vamos con otro Padre de la Iglesia, ahora pasamos a Irineo.

3. El único Dios es trino

Dado el contexto antignóstico, una de las líneas doctrinales en las cuales incorpora la acción del Espíritu es la unicidad de Dios manifestada en la obra salvífica: no es uno el Creador (menguado, subordinado o escapado del señorío del Dios inefable) y otro el Redentor, el Dios desconocido e inabarcable, a quien Jesucristo enseñó como su Padre. Ni es uno el Padre de Cristo que nos libera de otro dios menor que nos tiene aprisionados en la materia; sino que es el mismo Creador nuestro y Padre del Verbo que se manifiesta como el Hijo hecho carne. Signo de esta unidad es que Dios ha realizado toda su obra por el mismo Espíritu, por medio del cual al principio nos creó, en el Antiguo Testamento anunció la salvación que debería realizar mediante la encarnación de su Hijo, y la llevó a cabo en cada uno de nosotros por la filiación que nos hace llamarlo «¡Abbá!» en el Espíritu. (23)

Una imagen muy querida de San Ireneo para ilustrar la Trinidad (24) es la unción: «Pues en el mismo nombre de Cristo se suponen uno que ungió, el que fue ungido, y la unción misma con la que fue ungido. Lo ungió el Padre, fue ungido el Hijo, en el Espíritu Santo, que es la unción» (III, 18,3; cf. III, 6,1; 9,3; 12,7).

Otra de sus preferidas es la imagen tomada de la Escritura «las manos de Dios» (Job 10,8; Sal 8,7; 119, 73; Sab 3,1) que usó como vehículo para expresar su doctrina. Es una de las primeras analogías del mundo físico que sirvieron para ilustrar la Trinidad, no sólo en la obra de la creación, sino también en la ejecución de toda la Economía. Por la frecuencia con que la usa, se advierte el especial afecto que Ireneo le guardaba (cf. IV, Pr. 4; 20,1; V, 1,3; 5,1; 6,1; 28, 4; D 11).

Esta analogía le sirve a muchos propósitos. En primer lugar, para mostrar la unidad de Dios: es el mismo Padre quien actúa por sus manos. Una imagen que al mismo tiempo, contra los gnósticos que separaban de la creación al Dios desconocido, lo hace íntimo y presente en ella y sobre todo al ser humano, al señalar (con Sal 8,7; 119,73) que es el mismo Padre de Jesucristo, y no otro, quien se ha puesto a la obra. Se siente latir en esta expresión, de parte divina el amor, y de parte humana la confianza y abandono que la imagen sugiere, en él y en sus planes.

Pero al mismo tiempo Ireneo debe leer con justeza los textos de la Escritura que atribuyen las obras de la creación y de la redención, tanto al Hijo como al Espíritu Santo; y en ambos casos, sea mediante una mención directa de estos nombres, sea mediante títulos equivalentes como el Verbo y la Sabiduría. Estos pasajes de la Biblia le dan pie para exponer la fe en la Trinidad: es el mismo Dios Padre, como fuente y origen de todo, quien actúa por sus manos, que son su Hijo y el Espíritu Santo, su Verbo y su Sabiduría (cf. IV, 7,4; 20,1-4). La figura de las manos, aunque imperfecta, indica por una parte la completa unidad (cada una de las manos no es otro ser distinto del que obra); y por otra la distinción, del Padre respecto a ellos, y del Hijo y del Espíritu entre sí como una mano es semejante a la otra, y, sin embargo, diversa. En efecto, las manos participan del mismo poder y realizan las mismas acciones de aquel a quien pertenecen, aunque cada una con su carácter propio. Gracias a ellas el hombre pudo ser creado a imagen y semejanza de Dios.

La pluralidad de las «personas» (25), así como la unidad de acción, están de algún modo insinuadas desde la creación, cuando el Padre decide realizar su plan creador en vista de la salvación: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza» (Gén 1,26). Esta exégesis del texto bíblico es frecuente en San Ireneo (cf. IV, Pr. 4; 20,1; V, 1,3; 15,4). En el texto apenas citado el Padre invita a «sus dos manos», esto es «al Hijo y al Espíritu», o sea «a su Verbo y su Sabiduría» a realizar la creación, cada uno con lo que le es propio: «El Padre como fuente, el Hijo como modelo-ejemplo, el Espíritu como sello». (26)

Las manos que plasmaron a Adán en el origen prosiguen formando cada día a los seres humanos. Y es que, continuando la creación, a través de la historia sigue realizando la misma obra original en cada uno de nosotros. Porque, si al principio por sus manos concedió a Adán la imagen y semejanza, una vez perdida ésta por el pecado, será por esas mismas manos como restaurará en el hombre la imagen y semejanza perdidas, mediante la acción del Hijo que es la imagen de Dios, y del Espíritu, que es su Sabiduría. El motivo es que «las manos de Dios se habían acostumbrado en Adán a ordenar, sostener y apoyar a su criatura, y a ponerla y cambiarla a donde querían». (27)

Sin embargo, San Ireneo no se limita a la creación para contemplar la obra del Dios Trino; sino que ilustra toda la realización de la Economía (28), haciendo advertir el papel que cada una de las «personas» juega en nuestra salvación. Así, por ejemplo, atribuye la revelación de la Palabra de Dios a su Verbo y a su Espíritu (cf. II, 28,2; IV 20,6). El Espíritu Santo descendió sobre Jesús en el bautismo «para acostumbrarse a habitar con él en el género humano, a descansar en los hombres y a morar en la creatura de Dios, obrando en ellos la voluntad del Padre y renovándolos de hombre viejo a nuevo en Cristo» (III, 17,1). Y repite una y otra vez, de diversas maneras y en variados contextos, que el Espíritu Santo nos conduce al Hijo, así como éste es nuestro camino al Padre (cf. IV, 20,5).

Por supuesto que, a partir de la fórmula bautismal, San Ireneo propone la fe en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, como la Regla de la fe del cristiano (cf. I, 10,1; 22,1; IV, 6,7; 9,9; 33,15; V, 20,1; D 3, 6-7, 100). Mas, siendo imposible en una breve introducción recorrer la enorme riqueza trinitaria de esta obra, concluimos con un pasaje que puede sintetizar el pensamiento del obispo de Lyon: «Por ello en todo y por todo uno solo es el Padre, uno el Verbo y uno el Espíritu, así como la salvación es una sola para todos los que creen en él» (IV, 6,7).

4. El Padre es el Creador y único Dios

Según lo ha aprendido del Nuevo Testamento, San Ireneo usa el nombre de Dios, sin ninguna especificación, para designar al Padre (cf. I, 10,1; III, 6, 4-5; 25,7). Los gnósticos han separado al Padre de todo contacto con el mundo: es absolutamente desconocido (el Abismo), origen del Eón llamado el Unigénito, pero no del Verbo ni del resto de los Eones; es distinto del Creador (Demiurgo). En contraste (29), San Ireneo expone diversos ámbitos por los cuales creemos que el único Dios es el Padre:

4.1. Así lo enseña la Escritura. Esta es una sola, porque tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento son la Palabra de un mismo Dios, el Padre de Jesucristo. La identidad del Hijo y de su obra salvadora como proyecto de su Padre, es lo que garantiza, en la revelación completa, la unidad divina. El mismo y único que anunciaron los profetas es el Hijo del único Padre, el mismo que se encarnó para recapitular en sí a todos los seres humanos que se habían apartado del plan divino, murió, resucitó por nosotros y está sentado de nuevo a la derecha de su Padre. El Evangelio de Juan comparado con los Sinópticos, el libro de los Hechos y las Epístolas de Pablo, así como todo el Nuevo Testamento en su conjunto (cf. III, 11,1-9; 12,1-15; 12,14; 13,1; 15,1; 16,2-18,7), enseñan que no únicamente es uno el Hijo anunciado y el que se encarnó, sino también que es el mismo el Hijo del Padre Salvador, y el que llevó a cabo la Economía.

Jesús reveló a un solo Padre, el mismo Creador del universo. Si, como los gnósticos dicen, el Padre fuese otro, Jesús nos habría engañado (cf. V, 1,1-2). Las tentaciones en el desierto atacaban el ser mismo del Señor como Hijo del Padre: «Si tú eres Hijo de Dios...» Al resistirlas, con sus respuestas el Señor demostró que su Padre dio la Ley en el Antiguo Testamento, venciendo al diablo con las Palabras de la Ley (cf. V, 22,1-2). Oró al único Padre al que reconocía como Dios. Al joven escriba que preguntaba a Jesús por el principal mandamiento de la Ley de Dios, a quien predicaba como su Padre, le respondió con lo que se leía en la Ley antigua, para mostrar que el mismo y único Dios es su Padre (cf. IV, 12,9). Jesús enseñó esta identidad también en sus parábolas y milagros (cf. IV, 36,1-8; V, 17,2).

4.2. El Padre del Unigénito. Esta fe supone, en primer lugar, que el Unigénito no es diverso del Hijo, del Verbo y de Cristo (el Hijo hecho carne). Los gnósticos blasfeman al atreverse a narrar una «generación misteriosa» del Unigénito, que la Escritura no conoce (cf. IV, Pr. 3). Ciertamente esta generación es un misterio inefable, pero lo sabemos parcialmente y en imagen, como Dios ha querido revelarlo por su Palabra (cf. II, 28,6.8-9). Es semejante a la creación: conocemos el hecho por la Escritura, pero nos queda oculto el modo como Dios la ha realizado. El modesto conocimiento (la «verdadera gnosis») que tenemos, es el que recibimos como un don inmerecido, de parte del Hijo mismo, por medio del cual el Padre ha querido manifestarse (cf. IV, 6,4; V, 1,1). Sabemos que Dios es Padre, ante todo y de modo primordial, porque la Escritura enseña que desde siempre engendró a su Hijo, aunque la manera de esta generación se la ha reservado como el secreto de su vida íntima, y sólo él la sabe (II, 28,6; D 70).

Mas el Hijo, en cuanto Verbo (es decir en cuanto Palabra del Padre), lo manifestó en el Antiguo Testamento desde la creación (cf. IV, 6,6). Esta revelación culminó en la encarnación de la misma Palabra, para seguir mostrando a Dios en la carne y llamarlo su Padre. Claro que los gnósticos no pueden admitir esto último, porque predican que la carne es radicalmente corrupta; pero es una opción de ellos, no Palabra divina.

5. El Hijo es el mismo Verbo eterno hecho carne

5.1. La doble generación de Cristo: las Escrituras lo llaman Dios, Señor, Rey eterno, Unigénito y Verbo que se hizo carne, «por motivo de la preclara generación que recibió en sí mismo, de su altísimo Padre, a diferencia de todos (los hombres), y por la también preclara generación que recibió de la Virgen, como lo atestiguan ambas Escrituras divinas» (III, 19,2). Entre ambas generaciones Ireneo señala el puente que las une, en relación con la paternidad divina, por motivo salvífico: «El que es Hijo de Dios se hizo hijo del hombre para que, mezclado con el Verbo de Dios, el hombre recibiendo la adopción se haga hijo de Dios. Pues no podíamos de otro modo recibir la incorrupción, si no estuviésemos unidos a la incorrupción y la inmortalidad» (III, 19,1). Aunque San Ireneo siempre habla de la encarnación como voluntad del Padre, nunca afirma que el Padre hubiese engendrado eternamente al Hijo para nuestra salvación; ésta es la meta de la segunda generación, cuando nació de la Virgen.

5.2. El Hijo de Dios es Dios igual al Padre. San Ireneo lo muestra de tres maneras diferentes: 1ª Con algunas afirmaciones directas, como aquella indudable: «El Padre, pues, es Señor, y el Hijo es Señor; es Dios el Padre y lo es el Hijo, porque el que ha nacido de Dios es Dios» (D 47; cf. III, 15,3). Y añade ahí mismo que, «al mismo tiempo, en la administración de la Economía de nuestra redención, Dios aparece como Padre y como Hijo». «Es Dios y juez» (III, 12,9; cf. 19,2). 2ª Por los títulos y caracteres que «los profetas y los Apóstoles» le atribuyen: «Ni el Señor, ni el Espíritu Santo (por los profetas), ni los Apóstoles jamás habrían llamado Dios de modo absoluto y definitivo al que no lo fuese verdaderamente; ni habrían llamado Señor a ninguna otra persona, sino al Dios Padre soberano de todas las cosas, y a su Hijo que recibió de su Padre el señorío sobre toda la creación... A uno y otro el Espíritu designó con el nombre de Dios, tanto al Hijo que es ungido como al Padre que unge» (III, 6,1; ver 6,2; 8,3). También se le atribuye ser eterno como el Padre (cf. III, 18,1). Y en frecuentes pasajes se aplican a Cristo las afirmaciones que la Escritura (sobre todo el Antiguo Testamento) dice sólo de Dios (cf. III, 9,2-3; 10,3; 19,2). 3ª Por las obras que realiza, que son iguales a las del Padre, así como él mismo lo dijo a los fariseos en el Evangelio (Jn 5,19; 10,25.30). Por ejemplo, San Ireneo le atribuye la inspiración de los profetas (cf. IV, 20,9; V, 15,4), perdonar los pecados (cf. V, 17,1.3) y resucitarnos de entre los muertos (cf. V, 2,3).

5.3. Su encarnación. Mas, sin duda, lo que más frecuente se dice de él está en relación íntima con haberse hecho carne para salvarnos: es la afirmación central de la fe cristiana, que proviene de la predicación apostólica según la Tradición que ha conservado la Iglesia, cuyos elementos esenciales son:

5.3.1. Condición para resucitar en la carne, en la cual Ireneo centra, como en el motivo soteriológico, toda su reflexión sobre Cristo; ya que la salvación del hombre en Cristo (cf. V, 14,2), según la Economía del Padre, es el término de la obra iniciada desde la creación que llega a su cumbre en la encarnación y misterio pascual participado en nuestra carne. «Creo en la resurrección de la carne», sería la meta de toda la confesión de fe, porque lo es del misterio de Cristo. Pero nuestra resurrección es posible sólo porque Cristo, que en verdad asumió nuestra carne, resucitó primero (cf. V, 7,1; 13,4; D 41). De ahí que para Ireneo la doctrina gnóstica que afirma corrompida y sin salvación la carne creada por Dios, «es la más grande de todas las blasfemias» (V, 6,2).

Cierto que para nuestra salvación no era necesario pagar un tan alto precio como la muerte del Hijo en la carne; sino que éste es un extremo de amor, pues era conveniente que nos salvase el Hijo, ya que fuimos creados en el principio según la imagen de Dios, que es él. Pero la Escritura no dice que hubiese sido creada el alma del hombre según esta imagen, sino el hombre mismo, es decir alma y cuerpo. Luego es la semejanza de todo el hombre, y no del alma, la que Cristo salva al reconstruirla (cf. V, 6,1; V, 12,3).

5.3.2. El sentido salvífico de la Encarnación. El Hijo de Dios se ha hecho carne para que participásemos de su incorruptibilidad. Para explicar cómo sucede esto, acude a tres principios soteriológicos que desde él se han hecho clásicos: 1º El intercambio, que podría resumirse: «Por su inmenso amor (Ef 3,19) se hizo lo que nosotros somos, a fin de elevarnos a lo que él es» (V, Pr.); que luego se especifica en diversos aspectos, como: «El Hijo de Dios se hizo hombre para que los hombres nos hiciésemos hijos de Dios», etc. 2º La recapitulación: así como Adán es cabeza de la humanidad pecadora, Cristo se hizo Cabeza de la humanidad redimida (cf. III, 18,7). 3º Y esto lo realizó mediante el proceso de recirculación, esto es, deshaciendo la obra mal hecha por el primer hombre (cf. III, 18,6-7; V, 21,1-2). Este es el camino que Cristo siguió para realizarlo: si el hombre pecó por desobediencia al Padre y por eso fue condenado a la muerte, Cristo acepta la muerte por obediencia al Padre para darnos la vida, etc. Estos principios se basan en la doctrina de los «dos Adanes», el primero cabeza de la humanidad pecadora, el segundo de la humanidad redimida que nos muestra el camino que hemos de recorrer con él para ser salvos (cf. III, 11,8; 21,10; V, 12,4).

5.4. La verdadera carne de Cristo tomada de mujer, y según el proyecto de Dios nacido de una Virgen como un índice de la intervención salvífica divina que no es obra humana. Esta es la condición indispensable de nuestra salvación, en la Economía del Padre. Sólo con una carne real es posible la verdadera muerte y resurrección de Cristo, sin las cuales no somos salvos ni resucitaremos (cf. D 38-39).

5.5. La carne de Cristo es nuestra redención: «Su vida por la nuestra y su carne por nuestra carne» (V, 1,1). Así en la cruz se realiza en plenitud el intercambio: a través de su muerte injustamente sufrida nos libera de nuestra muerte justamente debida al pecado, según el plan del Padre (cf. V, 14,2). De esta manera, la identidad de la carne creada por el Padre al inicio, y de la asumida y redimida por el Hijo, nos revela la perfecta unidad entre el Creador y el Redentor, como confesamos en el artículo fundamental del credo (cf. V, 16,1). De ahí que, si la carne de Cristo no es real (como afirman los docetas), es falsa nuestra salvación. El hecho de haber tomado esa carne de María como madre, garantiza el que Jesucristo pertenezca plenamente a nuestra raza humana; y el que la haya asumido de una Virgen, es el signo de que toda esta obra de salvación proviene del Espíritu (cf. III, 18,7; 22,2; V, 1,2-3; 14,3).

5.6. La carne de Cristo, revelación de Dios. Desde el principio el Padre se ha revelado "a quien quiere, cuando quiere y como quiere", por medio de su Hijo, que es su Palabra (cf. IV, 6,3), la cual está plasmada en la creación, sobre todo del hombre. Por ello todos los que han creído en la Palabra de Dios, en el Antiguo Testamento, han creído en Cristo y por la fe en él se han salvado; también quienes se salvaron por la Ley, que fue dada por el Verbo, como pedagogía de la Ley Nueva (cf. III, 16,6; IV, 2,4; 6, 7; 12, 4). Y por eso, porque sólo en el Hijo tenemos acceso al Padre desde el principio, es también única la salvación para todos los que creen en él (cf. III, 4,2; IV, 2,6). No hay, pues, otro camino al Padre que la carne de Jesús nacido de María; pues el Padre, movido por su misericordia hacia el hombre carnal, le ha dado esa carne en la que podemos hallarlo (cf. V, Pr). Más aún, no sólo no tenemos acceso al Padre sino mediante la carne de Jesús; pero ni siquiera tenemos acceso directo al Hijo en cuanto Verbo del Padre. Sabemos que el Hijo lo es del Padre, por la obediencia filial de Jesús, que nos redime por el proceso de recapitulación de que hemos hablado. Incluso la muerte de Cristo en la cruz no es de por sí misma reveladora, sino en cuanto en ella se manifiesta la obediencia del Hijo al Padre (cf. III, 18,6-7; V, 16,3). De ahí que sólo a través del proceso histórico de la Economía podamos llegar a reconocer la perfecta unidad de Dios.

6. El Espíritu Santo


El tercer artículo de nuestra fe confiesa la realidad del Espíritu Santo (cf. I, 10,1; D 3, 6). Pero ¿quién es él? San Ireneo, muy cercano a la Escritura, más bien nos dice cuál es su obra, y de quién proviene su misión: no habla en términos dogmáticos, sino salvíficos. Sólo en una ocasión se acerca a confesar su condición divina: «(Isaías) coloca en el orden de Dios al Espíritu que en los últimos tiempos derramó sobre el género humano» (V, 12,2), y ahí mismo le atribuye cualidades divinas, como ser sempiterno. En este orden de la eternidad, también afirma en la Demostración que el Padre ha engendrado desde siempre a su Hijo «según el Espíritu» (D 40). Asimismo con frecuencia le atribuye (igual que al Padre) ser incorruptible (cf. V, 12,2.4).

Los gnósticos niegan la unidad del Padre y del Hijo, San Ireneo la afirma en el orden de la Economía: es el mismo Padre del Verbo que se manifiesta en el Hijo hecho carne. Signo de esta unidad es que ha realizado toda su obra por el mismo Espíritu, por el cual nos creó al inicio, anunció la salvación que debería llevar a término por la encarnación de su Hijo, y en cada uno de nosotros por la filiación que nos hace llamarlo "¡Abbá!" en el Espíritu (cf. II, 30,9; IV, 9,2; 20,1). Por eso, en la teología de San Ireneo, sólo podemos estudiar la vida del Espíritu Santo en la Trinidad, atendiendo a su situación en la Economía:

6.1. Su relación con el Padre. El Espíritu Santo tiene su origen del Padre, por el Hijo, a quien el Padre se lo ha comunicado; y el Señor, a su vez, lo participó a la Iglesia (cf. III, 17,2); el Espíritu procede del Padre, que sostiene al Hijo, y éste lo entrega a las creaturas en proporción distinta: a unas en la creación, a otras en la regeneración, para que él las transforme en hijos adoptivos (cf. V, 18,2); el Padre es siempre el autor de la profecía que prepara la venida del Hijo, pero la comunica al profeta por la inspiración del Espíritu (cf. IV, 36,5). Por eso están unidos en jerarquía de procedencia también en la revelación: el Espíritu Santo revela al Hijo, así como el Hijo revela al Padre. Este proceso corresponde al orden salvífico de nuestro acercamiento a Dios: por el Espíritu llegamos al Hijo, y éste nos conduce al Padre (cf. D 7).

San Ireneo usa muchas figuras para explicar que en todo cuanto hace el Espíritu Santo, es el Padre quien obra por él; por ejemplo, cuando lo llama «el agua de lluvia» que desciende del Padre y hace caer el Hijo (cf. III, 17,2), «el rocío» que humedeció la piel de Gedeón, y que el Padre derramaría sobre Cristo y nosotros (cf. III, 17,3), o, ahí mismo, «el Buen Samaritano» a quien el Padre encomendó al hombre caído; o «el Paráclito», «el Don» (cf. III, 6,4; 11,8; 24,1), «el agua viva» (cf. V, 18,2), y en un texto lo llama «el dedo de Dios» (III, 24,1), así como prefiere la imagen de «las dos manos de Dios» para significar al Hijo y al Espíritu.

Mas entre todas las denominaciones del Espíritu, San Ireneo parece preferir (por la frecuencia con que la usa) la de «Sabiduría de Dios» para nosotros: «Este Dios es glorificado por su Verbo, que es su Hijo para siempre, y por el Espíritu Santo, que es la Sabiduría del Padre de todas las cosas» (D 10). El motivo por el cual le atribuye esta imagen como título, es que el Espíritu da la forma, la armonía, el desarrollo, la semejanza de Dios a todo el orden creado (cf. II, 30,9; IV, 7,4; 20,1-4; D 5.).

6.2. Su relación con el Hijo. Este no depende del Espíritu en su existencia, sino del Padre. Y, sin embargo, es "Hijo de Dios en el Espíritu", expresión que San Ireneo usa para indicar su «preexistencia junto al Padre, engendrado antes de la construcción del mundo» (D 30), precedente a todo proyecto salvífico. Con esta dicción distingue la generación eterna del Verbo, de la que recibió en la carne al llegar la plenitud del tiempo, en favor de la Economía, por obra del Espíritu. San Ireneo interpreta Is 49,5-6, en el cual el Padre habla con el Hijo, como un signo de la preexistencia de éste, y como una promesa de que habría de hacerse hombre entre los hombres, plasmado desde el seno por el Padre mediante la unción del Espíritu, y por la acción de éste nacería para salvar a cuantos creen en él (D 43).

En el orden de la Economía también actúa siempre unido al Hijo, al inspirar las Escrituras, ya que «fueron dictadas por el Verbo de Dios y por su Espíritu» (II, 28,2; cf. IV, 20,5). Sin embargo, San Ireneo prefiere atribuir la inspiración profética al Espíritu, que tiene como objetivo revelar al Hijo: «El Espíritu muestra al Verbo, y por eso los profetas anunciaron al Hijo de Dios» (D 5). Luego, para indicar cómo la tercera persona interviene en nuestra redención, utiliza una imagen muy querida: el Espíritu es el óleo con el cual el Padre ungió a su Hijo para que realizase, como descendiente de David, la obra salvífica que había prometido (cf. III,18,3; cf. III, 6,1; 9,3; D 47). Así pues, el Espíritu interviene con su unción, aunque el agente principal sea el Padre que ha enviado a ambos, sobre todo en dos momentos clave en la existencia encarnada del Hijo:

6.2.1. Lo ungió en la Encarnación, desde el seno de María. San Ireneo confiesa esta obra en varios de sus escritos, con expresiones que preludian las del Credo: «El Hijo del Padre de todas las cosas... engendrado de Dios por obra del Espíritu Santo y nacido de la Virgen María, la cual desciende de David y de Abraham, es Jesús, el ungido de Dios» (D 40; cf. 51). En este caso, la intervención del Espíritu apunta dos datos de sumo interés: primero, su igualdad con el Padre en cuanto a la divinidad, señalada por la correspondencia total en la obra que ambos realizaron en la carne del Hijo; y segunda, el Padre es el origen de toda la obra salvífica. Esta unción en el tiempo tiene como único fin la Economía en favor de los seres humanos. Cristo fue el ungido por el Espíritu (en su concepción), para que cumpliese la misión mesiánica; por eso se le llamó Cristo, es decir, el Ungido, «porque el Padre por él ha ungido y adornado todas las cosas; y también por motivo de su venida en cuanto hombre, porque fue ungido por el Espíritu de Dios» (D 53). Mas esta unción no fue para él, que no la necesitaba, sino que toda está dirigida a la unción de los cristianos en y por Cristo, para alegría de ellos (D 57).

6.2.2. Lo ungió en su bautismo. Ante todo, dice San Ireneo, el Bautista lo mostró a sus discípulos como aquel sobre el cual había descendido el Espíritu (cf. D 41). Este lo ungió en vista de su misión en favor de los hombres, y como prototipo de todos los ungidos que creerían en su nombre. Podríamos decir mejor que el Padre lo ungió por el Espíritu: de éste Jesús recibió, en su humanidad, los dones mesiánicos que había de transmitir a los cristianos (cf. III, 9,3). Pero esta unción de Jesús no tenía como meta que él solo salvase a los seres humanos; sino también el Espíritu unido a él, ya que lo ungió y permaneció en Jesús «para habituarse a habitar con él en el género humano y a descansar en los hombres» (III, 9,3).

6.3. Su obra salvífica. Uno de los elementos básicos de la contienda de San Ireneo con los gnósticos es la unidad entre los dos Testamentos, que se significa por la continuidad en la misma Economía del Padre. En este campo, Ireneo muestra al Espíritu Santo en la lid, mediante su actuar permanente. En efecto, a una misma Economía corresponde un solo Dios, que en el concepto hebreo es siempre el Señor que nos salva.

6.3.1. En el Antiguo Testamento. Sobresalen tres actividades del Espíritu: inspiró a los profetas, dio la gracia a los justos y escribió la Ley de la Alianza.

Inspiró a los profetas: La profecía es una acción trinitaria: en el Padre tiene su origen, el Espíritu Santo inspira a los hombres elegidos y habla por ellos para preparar la venida del Hijo en la carne. El Espíritu fue quien descubrió al único Dios y enseñó a llamarlo Señor. También reveló que Dios es Padre e Hijo, y que los seres humanos fuimos creados para llegar a ser un día hijos de Dios participando de la filiación del Hijo. Así interpreta sobre todo la profecía de los Salmos, atribuidos a David en su calidad de profeta (cf. III, 6,1).

La función de la persona llamada a este ministerio no concluye al anunciar las cosas futuras; sino que sobre todo prepara el camino de la salvación que el Padre ha decidido realizar por su Hijo. No sólo hace conocer (como pretenderían los gnósticos), ya que la salvación no se reduce a la mente; también incluye santificar al hombre, para que ame a Dios y le dé gloria (cf. IV, 20,8). El Espíritu Santo elige y encomienda esta misión al escogido, lo inspira y envía, como también enviará a los Apóstoles, en el Nuevo Testamento, a predicar tanto a judíos como a gentiles (cf. I, 10,1; IV, Pr. 3). Toda la actividad profética tiene como finalidad anunciar la encarnación y el cumplimiento de la Economía del Padre mediante la carne de su Hijo.

Dio la gracia a quienes creyeron en Dios. Esta gracia se desliza por una triple ruta: el Espíritu es quien ha guiado a los justos por el camino de la fe y de la justicia (cf. D 6, 56), es el que ha repartido a los antiguos padres, en herencia, la tierra prometida (cf. D 24), y, finalmente, Dios escribió la Ley de Moisés para establecer la Alianza con su pueblo, por su dedo (se supone que es el Hijo), en el Espíritu Santo (cf. D 26).

6.3.2. En el Nuevo Testamento es donde se revela con mayor claridad y abundancia la actividad salvífica del Espíritu:

El Espíritu en la vida del Cristiano. La unción de los bautizados está en continuidad con el bautismo del Señor (cf. III, 17,1-2). Por este sacramento asimilamos en nosotros mismos al Espíritu que, siendo imagen del Hijo, nos hace también a nosotros semejantes al Verbo de Dios (cf. V, 6,1; 9,3). Al ungir al bautizado, el Espíritu permanece en él y lo transforma, de manera que por su inspiración y guía el creyente vive la vida cristiana, que es "vida en el Espíritu" hacia la resurrección final, una vez que ha asimilado al que es el Espíritu de vida, a condición de que lo conserve hasta el fin de su paso por este mundo, cuando se tornará inmortal al recibirlo plenamente (cf. V, 8,1; D 42). Este es el hombre perfecto, es decir, el espiritual, porque toda su historia discurre bajo el signo del Espíritu que porta en su propio espíritu.

«Quienes temen a Dios y creen en la venida de su Hijo, y por la fe mantienen en sus corazones al Espíritu de Dios, se llaman con razón hombres puros y espirituales que viven en Dios» (V, 9,2) porque el Espíritu de Dios limpia con su presencia el corazón de aquellos en quienes habita, y, unido a ellos, los eleva al nivel de la vida divina. El Espíritu Santo es quien, transformando al cristiano desde su interior, lo hace vivir la novedad de vida obedeciendo a Dios (cf. V, 9,2-4). Y como solamente los de corazón puro verán a Dios, por ello la vida del Espíritu en el hombre es condición para que éste pueda poseer el Reino.

El Espíritu en la vida de la Iglesia. El Espíritu dio vida a la Iglesia en su nacimiento, y por él ésta continúa viviendo; él la conduce y alienta, y sin él ella ni existiría ni podría realizar misión alguna. Si el Espíritu ha ungido a Jesús en el bautismo para que lleve a cabo la misión mesiánica, también ha ungido a la Iglesia en Pentecostés para que continúe la misma a través de la historia. Una vez descendido sobre los discípulos, los envió a los gentiles para purificarlos de sus idolatrías e iluminarlos con la luz de la fe por el bautismo. Elige a los ministros y les concede los carismas necesarios para su ministerio. Establece la Iglesia universal, y distribuye de modo permanente entre los fieles todos los dones espirituales. La conserva como un vaso siempre joven que contiene el perfume fresco del mismo Espíritu; por eso llega casi a identificarlos: «Donde está la Iglesia ahí está el Espíritu, y donde está el Espíritu de Dios ahí está la Iglesia y toda la gracia, ya que el Espíritu es la verdad» (III, 24,1; cf. 11,8; 17,2-3). Por ello quienes se apartan de la Iglesia para formar sus conciliábulos renuncian a la verdad y la salvación por el Espíritu de Cristo.

El Espíritu inspiró los Evangelios (cf. III, 11,8), porque, siendo el que preanunció a Jesús por los profetas, ahora lo anuncia por los evangelistas; el que descendió sobre los Apóstoles y los envió a todas las naciones, les comunicó su poder para actuar por medio suyo, convocó a los gentiles a la fe, les mostró el camino de la vida para la existencia en Cristo, y todavía purifica y eleva a las creaturas por el bautismo. Sigue llamando a cada uno de los cristianos a la vocación de la fe, para que pasen continuamente del campo árido de la gentilidad al terreno de Cristo, donde éste les da a beber de su Espíritu (cf. D 89).


Ver fuente aquí
 
Re: EIDHER Y UNCIÓN01: Salmo 8:5 ... a ángeles se les llama "elohím" (dioses)

Re: EIDHER Y UNCIÓN01: Salmo 8:5 ... a ángeles se les llama "elohím" (dioses)

Veamos lo que dice la LXX:

Psa 8:5 (8:6) ἠλάττωσας αὐτὸν βραχύ τι παρ᾿ ἀγγέλους, δόξῃ καὶ τιμῇ ἐστεφάνωσας αὐτόν·

Dice "ángeles".

G32
ἄγγελος
aggelos
ang'-el-os

From ἀγγέλλω aggellō (probably derived from G71; compare G34; to bring tidings); a messenger; especially an “angel”; by implication a pastor: - angel, messenger.


Lo que tenemos aqui es la interpretación más antigua del texto, mientras que la versión masorética hebrea dice:

H430
אלהים
'ĕlôhîym
el-o-heem'
Plural of H433; gods in the ordinary sense; but specifically used (in the plural thus, especially with the article) of the supreme God; occasionally applied by way of deference to magistrates; and sometimes as a superlative: - angels, X exceeding, God (gods) (-dess, -ly), X (very) great, judges, X mighty.


Para el escritor de hebreos estaba claro que ahi dice "ángeles" y no "Dios" o "dioses", pues lo cita, y sugiere que SIENDO HEBREO LEÍA LA VERSIÓN LXX DE LA BIBLIA Y NO LA MASORÉTICA "NACIONALISTA"
El texto hebreo, que goza de amplia aceptación es tal como citas. Dice "elohím"
 
Re: EIDHER Y UNCIÓN01: Salmo 8:5 ... a ángeles se les llama "elohím" (dioses)

Re: EIDHER Y UNCIÓN01: Salmo 8:5 ... a ángeles se les llama "elohím" (dioses)

El texto hebreo, que goza de amplia aceptación es tal como citas. Dice "elohím"

Los gnósticos niegan la unidad del Padre y del Hijo, San Ireneo la afirma en el orden de la Economía: es el mismo Padre del Verbo que se manifiesta en el Hijo hecho carne. Signo de esta unidad es que ha realizado toda su obra por el mismo Espíritu, por el cual nos creó al inicio, anunció la salvación que debería llevar a término por la encarnación de su Hijo, y en cada uno de nosotros por la filiación que nos hace llamarlo "¡Abbá!" en el Espíritu (cf. II, 30,9; IV, 9,2; 20,1). (Irineo de Lyon)
 
Raúl68... estás mal...

Raúl68... estás mal...

Mientras sigas saturando el foro, peor para ti: haces que este tema sea más leídopor otros y permanezca en primer lugar... Además,le das rankinga la página, y así otras personas leerán nuestros argumentos antitrinitarios
 
Re: EIDHER Y UNCIÓN01: Salmo 8:5 ... a ángeles se les llama "elohím" (dioses)

Re: EIDHER Y UNCIÓN01: Salmo 8:5 ... a ángeles se les llama "elohím" (dioses)

El texto hebreo, que goza de amplia aceptación es tal como citas. Dice "elohím"

Por lo visto no leiste bien.
 
Re: Raúl68... estás mal...

Re: Raúl68... estás mal...

Mientras sigas saturando el foro, peor para ti: haces que este tema sea más leídopor otros y permanezca en primer lugar... Además,le das rankinga la página, y así otras personas leerán nuestros argumentos antitrinitarios

Exacto, esa es mi intención, que vayan leyendo la Iglesia de los primeros siglos, es la que en verdad desmiente todos sus pretendidos. Exacto. Atino en la apreciación. De momento ya son dos padres de la Iglesia que bien muestran que ustedes han apostatado de la fe, y estas son las horas en las que ustedes no tienen ni un solo documento de aquellos tiempos que lo desmienta, y menos aun que les de la razón. :)
 
Re: Absorbe mijo, absorbe...

Re: Absorbe mijo, absorbe...

No lo digo yo lo dice la Biblia en Juan 1:1,

Pues tienes una mala traducción porque lo que dice es que Jesús es Dios:

Juan 1:1 En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.
 
Re: Absorbe mijo, absorbe...

Re: Absorbe mijo, absorbe...

Pues tienes una mala traducción porque lo que dice es que Jesús es Dios:

Juan 1:1 En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.

Así es Eidher. Y así mismo lo declaran los padres de la Iglesia de los primeros siglos. En concreto Cirilo de Jerusalén. Leamos:

10. El Padre no engendró al Hijo como la mente genera en los hombres la palabra. Pues en nosotros la mente es algo subsistente, pero la palabra que se pronuncia se pierde en el aire. Nosotros hemos sabido, sin embargo, que Cristo nació no simplemente como una palabra que se pronuncia, sino como Palabra subsistente y viva, no proferida y difundida con los labios, sino engendrada desde el Padre eterno de modo inefable y con una sólida subsistencia12. «En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios» (Jn 1,1), sentado a la derecha (cf. Sal 110,1). Palabra que entiende la voluntad del Padre, Palabra que todo lo construye según su beneplácito, Palabra que baja y asciende (cf. Ef 4,10)13. Pero una palabra, cuando se profiere, no baja y sube al pronunciarla, sino que se expresa diciendo: «Yo hablo lo que he visto donde mi Padre» (Jn 8,38). Es una Palabra llena de autoridad y que ejerce su dominio sobre todas las cosas, pues el Padre ha entregado todo al Hijo (cf. Jn 13,3 y Mt 11,27)14.

Sigamos andando. La verdad está de nuestro lado. :)
 
Re: EIDHER Y UNCIÓN01: Salmo 8:5 ... a ángeles se les llama "elohím" (dioses)

Re: EIDHER Y UNCIÓN01: Salmo 8:5 ... a ángeles se les llama "elohím" (dioses)

No se trata de creer en la Biblia que a uno le gusta. En los manuscritos de la Biblia en hebreo, Salmo 8:5 llama claramente "elohím" (dioses) a los ángeles, como lo confirma la cita que se hace el hebreos 2:5.

En el mensaje #3981 les hemos demostrado qué dice la versión interlineal hebrea. La extraje de w w w. scripture4all.org, una página que tiene la Biblia en idiomas originales (hebreo y griego).
Las Escrituras Hebreas (viejo testamento) aparece aquí: w w w .scripture4all.org/OnlineInterlinear/Hebrew_Index.htm.
Busca allí Salmos (Psalms), capítulo 8, descargas el archivo y ve el versículo 5.

Los mensajes #750, #1045 y #1046 explican un poco más esto (vean todos los links que estos mensajes tienen).

Nota: Eidher, no evadas esta investigación. Ya te explico lo de Juan 20:28. Aún en el supuesto negado de que ese texto probara la trinidad, tendrías que responder por qué Salmo 8:5 llama "dioses" a los ángeles.

Alguien lo explicó muy bien:

Podemos aceptar, es cierto, que la traducción más literal sería:

¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él? ¿Y el hijo del hombre para que lo visites? Lo has hecho poco menor que un Dios, y lo coronaste de gloria y de honra.

¿Pero y qué?

1º Está hablando del hombre, el hombre que es hijo del hombre, hijo de Adán. De él se dice.

a) Que no es digno de la memoria de Dios, ni de su visita (futura encarnación)
b) Y se dice que fue hecho, es decir creado; y que fue creado poco menos que Elohim. Y esto es cierto, después de Dios; nosotros señoreamos la tierra, y el señor nos ha dado gloria y honra otorgándonos este papel.

2º El versículo no habla de Jesús para nada, en el sentido de que "hijo del hombre" significa, hijo de hombre literalmente; es decir aquellos que descienden del primer hombre.

3º Cuando a Jesús se le llama hijo del hombre es para dejar claro que Él tiene una naturaleza humana completa, en espíritu, alma y cuerpo. Eso no impide que a su vez tenga la divina completa, como también apuntan las escrituras, y tampoco impide que ambas naturalezas sean una sola persona, como bien sabemos también por la Escritura.

Concluyendo


Ciertamente, todo hijo de hombres es menor que Dios y ha sido hecho; lo es en menor medida que el resto de la creación. (Esto es lo que se puede extraer).

Nota:

Se ha traducido "ángeles" porque existe también la opinión de que Elohim en plural o superlativo puede significar "ángeles". Pues Dios sólo hay uno, y su plural solo puede referirse a los ángeles. Pero bueno, los hebraístas también discuten esto.
 
Re: Absorbe mijo, absorbe...

Re: Absorbe mijo, absorbe...

Pues tienes una mala traducción porque lo que dice es que Jesús es Dios:

Juan 1:1 En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.

Y hemos traído prueba contundente de que esa traducción es prejuiciada, y erronea. Examina el texto copto en el siguiente link, no tengas miedo de descubrir la verdad:


http://copticjohn.bravehost.com/index.html


O escribe la palabra "manuscrito copto de Juan" en tu bucador para que veas que esta traduccion goza de aceptación y autenticidad. Atrevete a salir de la mentira.
 
Re: EIDHER Y UNCIÓN01: Salmo 8:5 ... a ángeles se les llama "elohím" (dioses)

Re: EIDHER Y UNCIÓN01: Salmo 8:5 ... a ángeles se les llama "elohím" (dioses)

Veamos lo que dice la LXX:

Psa 8:5 (8:6) ἠλάττωσας αὐτὸν βραχύ τι παρ᾿ ἀγγέλους, δόξῃ καὶ τιμῇ ἐστεφάνωσας αὐτόν·

Dice "ángeles".

G32
ἄγγελος
aggelos
ang'-el-os

From ἀγγέλλω aggellō (probably derived from G71; compare G34; to bring tidings); a messenger; especially an “angel”; by implication a pastor: - angel, messenger.


Lo que tenemos aqui es la interpretación más antigua del texto, mientras que la versión masorética hebrea dice:

H430
אלהים
'ĕlôhîym
el-o-heem'
Plural of H433; gods in the ordinary sense; but specifically used (in the plural thus, especially with the article) of the supreme God; occasionally applied by way of deference to magistrates; and sometimes as a superlative: - angels, X exceeding, God (gods) (-dess, -ly), X (very) great, judges, X mighty.


Para el escritor de hebreos estaba claro que ahi dice "ángeles" y no "Dios" o "dioses", pues lo cita, y sugiere que SIENDO HEBREO LEÍA LA VERSIÓN LXX DE LA BIBLIA Y NO LA MASORÉTICA "NACIONALISTA"

Veamos:

Hebreos 2:6-7
Pues atestiguó alguien en algún lugar: ¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él? ¿O el hijo del hombre, para que de él te preocupes?
Lo hiciste por un poco inferior a los ángeles (ἄγγελος); de gloria y honor lo coronaste.



DLB.

Buena explicación.
 
Re: Absorbe mijo, absorbe...

Re: Absorbe mijo, absorbe...

Y hemos traído prueba contundente de que esa traducción es prejuiciada, y erronea. Examina el texto copto en el siguiente link, no tengas miedo de descubrir la verdad:

O escribe la palabra "manuscrito copto de Juan" en tu bucador para que veas que esta traduccion goza de aceptación y autenticidad. Atrevete a salir de la mentira.

En base a qué?... a razonamientos de un apostata?... no joven, no. Que usted pretenda torcer la verdad, ello, no muestra nada, pues nada tienen. Ustedes han apostatado de la fe de la Iglesia, y por ello nada tienen. ¿le quedó claro?... ni la historia, ni los más de 5.000 manuscritos que existen del N.T. ni los padres de la Iglesia, ni la misma Iglesia de hoy les dan la razón. Todo viene de un tal Russell allá por el 1800 y pico. Eso es todo lo que tienen. Y este individuo se separó de la Iglesia, creo un grupo apostata nuevo, y provoco una división de la Iglesia, por lo tanto... quien tenga oídos para oír que oiga.

Exacto, atrevase a salir de la mentira.