Como ya se ha señalado, estas palabras de Santiago no está contradiciendo en ningúna manera la enseñanza clara de la Escritura de la salvación por gracia y no por las obras. Y es que la verdadera fe, como la gracia, no es estática. La fe que salva es más que un entendimiento de los hechos, más que un estar de acuerdo con ellos. Es inseparable del arrepentimiento, de la entrega y del ansia sobrenatural de obedecer. Ninguno de ellos puede ser clasificado como obra humana exclusivamente, como no puede serlo el creer mismo.
El mal entendimiento de dichos puntos clave está en el centro mismo de aquellos que pretenden agregar las obras a la fe, o que las hacen necesarias para la salvación pues ponen todos los elementos prácticos de la salvación, como lo son la sumisión, la entrega y el arrepentimiento, bajo la categoría de obras humanas, sieno que son obra divina.
La Escritura deja muy en claro que la salvación es un don que se apopia sólo mediante una fe que va más allá de la simple comprensión y asentimiento intelectual a la verdad. Y ella misma señala que aún los demonios creen (mero saber, mero conocimiento y comprensión -Santiago 2:19). En cambio, los verdaderos creyentes se caracterizan por una fe para la que es tan repulsiva la vida de pecado como atractiva es la obediencia al Salvador y Su misericordia. Habiendo sido atraídos a Cristo, se alejan de todo lo demás, Jesús describió a los creyentes genuinos como "pobres en espíritu" (Mateo 5:3). Son como el publicano arrepentido, tan quebrantado que no podía ni mirar hacia el cielo. Sólo podía golperse el pecho y decir: "Dios, sé propicio a mí, que soy pecador" (Lucas 18:13).
La oración desesperada de aquel hombre, de la que Jesús dijo que dió por resultado su salvación (v. 14), es una de las representaciones más claras de toda la Biblia en cuanto al arrepentimiento genuino causado por Dios. Su plegaria no fue en ningún sentido una obra humana ni un intento de ganar la justicia. Por el contrario, representa su total abandono de la confianza en el mérito de las obras religiosas. Comprendía que la única forma en que podía ser salvo era por la gracia misericordiosa de Dios. Sobre esta base y habiendo primero muerto para sí, recibió la salvación como un don (Lucas 18:10-14).
Y es que el objetivo de nuestro Señor al relatar tal acontecimiento era demostrar que el arrepentimiento está en el centro de la fe que salva. La palabra griega para arrepentimiento es metanoia, que literalmente significa "cambiar de opinión". Implica un cambio de mente pero su significado va más allá. Arrepentimiento, tal como lo describió Jesús en este incidente, comprende el reconocimiento de la total pecaminosisdad propia y volverse del pecado y de uno mismo a Dios (ver 1 Tesalonicenses 1:9). Lejos de ser una obra humana, es el resultado ineludible de la obra de Dios en el corazón humano, y siempre representa el fin de cualquier intento humano para ganar el favor de Dios. Es mucho más que un mero cambio de mente: implica un cambio completo de corazón, actitud, interés y dirección. Es una conversión en todo sentido de la palabra.
La Escritura no reconoce la fe que carece de este elemento de arrepentimiento activo. La fe verdadera no se considera nunca pasiva, es siempre obediente. De hecho, la Escritura equipara frecuentemente fe con obnediendia (Juan 3:36; Romanos 1:5; 16:26; 2 Tesalonocenses 1:8). Escrito está: "Por la Abraham (el padre de la veradera fe)... obedeció" (Hebreos 11:8). Ese es el corazón del mensaje de Hebreos 11, el gran tratado de la fe.
Y es que como se ha señalado, la fe, el creer del que habla la Escritura, no es simplemente una obra humana, sino una obra de la gracia de Dios en nosotros. Él nos trae a la fe y, entonces, nos capacita y da poder para creer en obediencia (Romanos 16:26).
Es precisamente aquí donde debe hacerse la distinción clave. La salvación por fe no elimina las obras en sí. Elimina las obras que son el resultado del solo esfuerzo humano (Efesios 2:8). Deroga cualquier esfuerzo por merecer el favor de Dios por medio de nuestras obras (v. 9). Pero ello no elimina el propósito predispuesto por Dios de que nuestro camino de fe debe caracterizarse por las buenas obras (v. 10).
Nuevamente: La salvación es una obra soberana de Dios. Bíblicamente se define por lo que produce no por lo que uno hace para obtenerla o preservarla. Las obras no son necesarias para obtener la salvación ni para preservarla; pero la verdadera salvación efectuada por Dios no dejará de producir las buenas obras que son su fruto. Y estas obras que produce la fe que viene de Dios no son cualquier tipo de obras, sino aquellas que demuestran confianza, esperanza, obediencia, y amor a Dios, pero sobre todo, en las que Él, y sólo Él, es glorificado.
Atte.
Joaco <><