Sostener que en Abraham se nos enseña a dar a Dios por su diezmo a Melquisedec es maximizar lo menos importante soslayando lo que sí es importante:
“Por mí mismo he jurado, dice Jehová, que por cuanto has hecho esto y no me has rehusado a tu hijo, tu único hijo” (Gn.22:16). Es aquí que está dado el verdadero ejemplo de fe de Abraham y de su dar a Dios,
prefigurando al mismo Dios Padre “el que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros” (Ro.8:32).
Es improcedente afirmar que este diezmo de Abraham fuese un conducto para alcanzar grandes bendiciones de Dios. Es cierto que Melquisedec bendijo a Abraham, pero él ya tenía las promesas.
Incluso, la renovación de las anteriores promesas dadas desde su llamamiento en Ur de los caldeos, es reiterada tras pasar por la prueba del ofrecimiento de Isaac sobre el altar, en el versículo que sigue al ya citado: “de cierto te bendeciré...” (Gn.22:17).
Por mejor que fuera la intención y respetable la idea, no es cierto lo que fue expresado:
“La actitud de Abraham (dar los diezmos), le significa recibir la bendición de Dios a través de Melquisedec (Gen.14:19; Heb. 7:1,6)”.
Aunque en Heb.7:6 parece inferirse tal cosa, sin embargo en el v.1 y 2 se da el mismo orden que en Gn. 14:19 y 20: primero Melquisedec lo bendice, luego Abraham le da los diezmos.
Tampoco es cierto lo que se dijo, que “Ahora en la Gracia, en el tiempo de la fe, encontramos nuevamente el principio del diezmo establecido por Dios, del verdadero diezmo; las mismas características que Abraham imprimiera al diezmo, aparecen ahora en vigencia en el tiempo de la Gracia, del Nuevo Pacto o en el Santuario celestial.”
¿Dónde? ¿Cuándo? El diezmo jamás reapareció en la dispensación de la gracia en las iglesias de los primeros siglos; no hay una sola cita neotestamentaria al respecto; está ausente en el Nuevo Pacto, y los diezmos que jamás entraron en el santuario mundanal (Heb.13:1 - griego) mucho menos en el celestial.
El diezmo eclesiástico apareció tardíamente en el siglo VIII en el catolicismo por imposición del emperador Carlomagno; en la Iglesia Anglicana en el siglo XVI y entre los evangélicos norteamericanos a comienzos del siglo XX.
No es coherente pretender legitimar aquella mala doctrina partiendo de la verdad de que los que somos de fe somos hijos de Abraham (Gál.3:7) y por tanto deberíamos hacer las obras de Abraham (diezmo incluido) basados en Jn.8:39, pues esas palabras del Señor Jesús no son su enseñanza a los discípulos sino su reconvención a los judios que procuraban matarle.
Se puede partir de una verdad, transitar por terreno pantanoso y llegar a un destino equivocado.
La “autoridad delegada de Dios” es un invento humano con sabor papista. No hay tal cosa en el Nuevo Testamento. El hermano que pueda estar ministrando no es mayor que sus ministrados (“uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos” - Mt.23:8), y el que demos de lo material a quien nos da lo espiritual (1Co.9:11) nada tiene que ver con diezmos ni con Abraham y Melquisedec.
El digno sustento de los siervos de Dios y obreros del Señor es tema aparte que siempre se mezcla para enturbiar la discusión cuando todos los argumentos han quedado refutados.
Tras ocho años de discutir este tema en los foros, es sintomática la deserción de los defensores de los diezmos. Esperarán todavía algún tiempo para recargar baterías y volver a la carga. Pero en vano queman sus cartuchos y mojan su pólvora. La espada de doble filo siempre tiene la última palabra y queda en el ruedo mientras queden toros dispuestos a probar su filo.
Ricardo.