Estimado EVANGE:
Estimado EVANGE:
Tienes razón, el mensaje que nos has dejado es realmente hermoso, y tras examinarlo todo reteniendo lo bueno, felizmente hay bastante para retener, principalmente en lo que atañe a los abusos que se hacen por pastores inescrupulosos a través del cobro compulsivo de los diezmos.
Pero lo que hace sabroso cualquier diálogo no es tanto el endulzarlo con el almíbar de recíprocos elogios en las coincidencias, sino el indagar por qué podamos sostener criterios opuestos los cristianos que somos guiados a toda verdad por el mismo Espíritu de verdad; y esto todavía en quienes sostenemos nuestra absoluta fidelidad al texto de la Sagrada Escritura. Un mismo Dios, Señor, fe, Espíritu y Biblia, parecen más que suficientes como para garantizar que tengamos un mismo modo de pensar, sin dejarnos arrastrar por diversos vientos de doctrina.
Creo que principalmente erramos por las siguientes razones:
1 – Ignorancia. Jamás podemos dejar de aprender: “viviendo y aprendiendo”.
2 – Superficialidad o indolencia. Nos fastidia realizar estudios exhaustivos.
3 – Comodidad. Pensamos con la cabeza de otros que pensaron por nosotros.
4 – Capricho. Nuestro amor propio nos induce a no dar el brazo a torcer.
5 – Fe ciega. La cual nunca es auténtica, pues la verdadera fe viene de Dios como un don de su gracia, y es luz y revelación a través de la Palabra de Dios.
Otra cosa en que todos hemos de coincidir es que “toda Escritura es inspirada divinamente”, y así, nunca puede serlo menos Apocalipsis que Génesis, ni más Mateo que Malaquías; aunque sí es fácil percibir un desarrollo en la revelación de los misterios de Dios. Así, la enseñanza de Pablo en sus epístolas aventaja en profundidad y altura a la de Salomón en los Proverbios y el Eclesiastés. Aunque en la misma esencia de toda la Escritura no hay contradicción alguna, sí es fácil advertir como el nuevo pacto supera con creces al primero. Lo uno no invalida necesariamente lo otro, pero “Al decir “Nuevo pacto”, ha dado por viejo al primero; y lo que se da por viejo y se envejece está próximo a desaparecer” (Hebreos 8:13).
Coincidimos también en cuanto a los principios bíblicos, los que nunca debemos confundir con los decretos y demás disposiciones específicas de la antigua Ley.
Así, la sobreabundante bendición de Dios prometida a cuantos son dadivosos (en la Ley, los Salmos y los Profetas), se presenta magníficamente en las palabras del Señor Jesús: “Más bienaventurada cosa es dar que recibir”, y en toda la enseñanza de Pablo en 2Co. 8 y 9 (“Dios ama al dador alegre”). Entendemos, entonces, que el dar generosamente y recibir con bendición multiplicada, es un principio bíblico. Pero el diezmo no está en esa categoría de “principio” sino de ley, estatuto, mandamiento, ordenanza y demás disposiciones legales.
El primer capítulo que la Biblia dedica a los diezmos es Levítico 27. Comienza así: “Habló Jehová a Moisés y le dijo: “Habla a los hijos de Israel y diles…”. Termina diciendo: “Estos son los mandamientos que ordenó Jehová a Moisés para los hijos de Israel en el monte Sinaí”. Estas instrucciones son para el pueblo especial de Dios: Israel.
Ni Dios, ni los ángeles ni hombre alguno pensó alguna vez que a todos estos preceptos estaban también obligados los egipcios, cananeos, sirios, babilonios y los demás pueblos de la gentilidad.
Lo mismo encontramos en Malaquías, antes y después de la porción que habla de los diezmos: “…por esto, hijos de Jacob…” (3:6) y : “Acordaos de la Ley de Moisés, mi siervo, al cual encargué, en Horeb, ordenanzas y leyes para todo Israel” (4:4).
Esto que me permito decir no es una impresión subjetiva mía, sino la realidad objetiva comprobable en la Biblia y por la Historia Universal.
Pero mucho más importante que los reglamentos en orden a diezmos, era todo cuanto implicaba la circuncisión. Así, en aquella primera época de la iglesia cristiana, cuando los apóstoles todavía frecuentaban el Templo y visitaban las sinagogas, la transición del judaísmo al cristianismo llevó a que algunos pensaran que “Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés no podéis ser salvos”. Entre los judaizantes podían haber hermanos sinceros y bien intencionados que lucubraban en sus mentes que para ser un buen cristiano, era menester primero hacerse judío. O sea, que para que los gentiles disfrutaran las bendiciones del Nuevo Pacto, primero debían hacerse prosélitos del viejo pacto. Si querían seguir la enseñanza de Jesús, primero debían oír y obedecer a Moisés.
Todo el capítulo 15 de Los Hechos nos ilustra respecto a esta consulta planteada a los apóstoles y los ancianos en Jerusalem. Pedro dejó entonces las cosas bien claras: “Antes creemos que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos, de igual modo que ellos”. De todos modos, plugo al Espíritu Santo hacer que hubiese un consenso unánime entre todos los apóstoles, ancianos y hermanos, de modo que no se inquietase a los convertidos de entre los gentiles con la circuncisión y el guardar de la ley, salvo el abstenerse de lo sacrificado a ídolos, de sangre, ahogado y de fornicación.
Fíjate que el mismo Espíritu Santo al que tu apelaste en tu primer mensaje como enseñando y pidiendo el diezmo, desaprovechó una imperdible oportunidad de haber incluido “el diezmo” como cosa también a practicarse entre los cristianos gentiles. Sin embargo sabemos que los diezmos no se mencionan sino hasta Hebreos 7, y esto con referencia al que entregara Abraham a Melquisedec y a los que los levitas seguían recibiendo todavía en el Templo.
Por ello me permito hacer las siguientes observaciones al mensaje:
1 – Cuando se responde a qué es lo que dice linealmente Mal.3

“que nuestra obligación legal es traer TODOS los diezmos al alfolí”, para que esa obligación sea efectivamente nuestra, tendríamos que reubicarnos entre el pueblo de Israel antes del año 70d.C. cuando el Templo fue destruido y cesaron de pagarse los diezmos, porque no quedaron judíos para darlos ni sacerdotes o levitas para recogerlos. Pero siendo que somos cristianos, gentiles y vivimos en el siglo XXI, no nos alcanza aquella antigua ordenanza de los hebreos, pues nos manejamos de acuerdo a la doctrina de los apóstoles que nada sabía de diezmos para los cristianos, sino que instruía en forma muy superior.
2 – Si lees bien toda la profecía de Malaquías, y no encerrándote en la porción del cap.3:8-12 verás que todo el problema no se solucionaba con un paso de obediencia con el pago de los diezmos, sino que la apostasía era demasiado grande y diversificada, por lo que Dios llama a una conversión integral. Entre todas aquellas cosas de la Ley que los judíos pensaban que estaba demás guardar (3:14), estaba el diezmo; una entre tantas.
3 – El cobro-pago de los diezmos es anti-constitucional porque en las constituciones modernas que se han dado nuestras repúblicas se establece que el pago de impuestos es establecido y recaudado por los estados y gobiernos provinciales o departamentales. Hasta ahora los ciudadanos y sus gobernantes todavía no se habían dado cuenta que el pago de los diezmos sobre ingresos (sueldos, jubilaciones, pensiones, etc.) estaba compitiendo con una prerrogativa exclusiva del Estado, pues el diezmo es un monto porcentual fijo. Pero ya en mi país (Uruguay) las autoridades están abriendo los ojos a que la libertad religiosa tiene por beneficiarios a unos cuantos pastores pero no a sus ovejas. Las ofrendas voluntarias, en cambio, por cuantiosas que pudieran llegar a ser, estaría dentro de la inviolable potestad individual del ciudadano. Desde el momento que los feligreses son tratados de ladrones y robadores cuando descuidan el pago de sus diezmos, y los oficiales en las iglesias son conminados a ponerse al día tras un atraso tolerable - pues la disciplina eclesiástica les excluiría de sus responsabilidades, cargos y ministerios -, quien coarta la libertad religiosa no es el Estado sino quienes se erigen como los nuevos levitas o publicanos, exigiendo y recaudando lo que de ningún modo les pertenece. Cuando los congresos nacionales voten una ley poniendo coto a tal abuso, y establezcan que al menos la mitad de los diezmos recaudados mensualmente por las iglesias vayan a un fondo de ayuda social, entonces es posible que cuantos no aceptaron el veredicto de las Escrituras terminen por regresar al sistema único de ofrendas voluntarias, antes que ver reducidos sus ingresos.
4 – Examinemos ahora otra frase del mensaje:
“…lo último que se convierte en un hombre, es su billetera”.
Eso solamente es cierto cuando lo primero que se convierte en un hombre no es su corazón. Dios no es un punguista que dice: - ¡Dame tu billetera! sino: “Dame, hijo mío tu corazón” (Pr.23:26). Por lo menos, ese es el tenor general de las Escrituras: “a sí mismos se dieron primeramente al Señor y luego a nosotros, por la voluntad de Dios” (2Co. 8:5). Los bolsillos, billeteras y carteras no se convierten; las que no se abren fácilmente, pertenecen a aquellos donde el Espíritu de Cristo todavía no ha entrado, no importa cuan religiosos profesen ser. Si George Müller de Bristol pudo levantar los orfanatorios bajo la consigna de no pedir nada a nadie, ¡cuánto mejor lo puede hacer nuestro Dios sin que sus “ministros” atosiguen a sus feligreses!
5 – De acuerdo a Mal.3:9 la nación toda de Israel había robado a Dios. Pero será bueno leer la profecía desde el principio para darse cuenta que los principales ladrones eran los propios sacerdotes que traían lo peor del alfolí para ofrecerlo a Jehová: “Trajisteis lo robado, o cojo, o enfermo, y me lo presentasteis como ofrenda. ¿Aceptaré yo eso de vuestras manos?, dice Jehová” (1:13). Si los pastores y guías espirituales del pueblo de Israel daban tan pésimo ejemplo, ¿esperaríamos que el pueblo tuviera distinta actitud?
6 – Tan cierto es que Cristo no vino a abrogar la ley sino a cumplirla, como que Él nos redimió de la maldición de la ley. ¿O acaso vamos a hacer del único cumplidor perfecto de la Ley (Cristo) el ejemplo que debemos seguir para cumplirla nosotros también? De este modo estaríamos anulando toda la eficacia de su encarnación, substitución y redención? ¡Al contrario! Nuestra fe descansa en la perfección de su obra cumplida a nuestro favor. La ley que ahora debemos cumplir no es ya la de Moisés sino la Cristo (Gá. 6:2); que es la ley del Espíritu que nos ha librado de la ley del pecado y de la muerte (Ro.8:2) por lo cual es también llamada la perfecta ley, la de la libertad (Stg.1:25) y de la fe (Ro.3:27). Aunque lo que dice el mensaje haya sido dicho con la mejor intención, es un craso error y una herejía tan antigua como la de los judaizantes. Volver al sistema de diezmos es regresar a la ley, tendencia que es combatida en casi todas las epístolas, principalmente en Gálatas y Hebreos. Así, los que cobran y pagan diezmos se ponen bajo maldición, aunque Dios tolere su situación en los que lo hacen por ignorancia (Stg. 2:10; Gá.3:10). Muchas veces la prosperidad material es la misma maldición con que Dios los castiga, pues Él permite que el éxito corone sus vidas, así como la llama del infierno queme sus lenguas (el hombre rico de la historia en Lc.16).
7 – Los principios espirituales de la ley por supuesto que son permanentes, y en tal sentido, quienes están con sus sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y el mal, podrán tanto apoyarse en las promesas como estar atentos a las advertencias. Pero eso de ninguna manera va con las cosas estipuladas expresamente para los judíos, como la circuncisión, el guardar determinados días, el abstenerse de ciertas viandas, y el seguir diezmando para los levitas que eran los únicos sin heredad terrenal en Israel.
8 – La caducidad del diezmo no es supuesta sino real. Estuvo vigente para los judíos durante mil quinientos años, pero al ser destruido el Templo y el sistema de sacrificios, y desaparecer los sacerdotes con la tribu de Leví a consecuencia del exterminio perpetrado por las legiones romanas más la diáspora que siguió, cesó el cobro-pago de los diezmos. Las sinagogas judías que sobrevivieron a las persecuciones tanto como las que encontramos hoy día por todas partes, no exigen pago alguno de los diezmos, si bien los rabinos y las instituciones judías son sostenidas por los religiosos. En las iglesias cristianas primitivas no se practicó el sistema de diezmos, sino que las mismas personas como todas sus pertenencias se consideraban de propiedad del Señor.
Los católicos revivieron los diezmos recién en el Siglo VIII cuando Carlomagno, y los cobraron durante mil años hasta la Revolución Francesa, cuando en Agosto de 1789, fueron derogados. Anabaptistas, puritanos, cuáqueros y otros protestantes se opusieron al pago de los diezmos que las iglesias reformadas oficiales quisieron heredar de la Católica Romana. El cobro moderno entre los evangélicos comenzó recién por la primera década del siglo pasado entre bautistas estadounidenses, apenas como una propuesta de un piso sobre el cual se comprometerían a contribuir para la obra de Dios. Como tantas otras cosas “Made in USA”, tal iniciativa fue consolidada y luego extendida por todo el mundo creyendo ingenuamente que se trataba de una modalidad absolutamente escritural de ofrendar en forma sistemática y porcentual. La practicidad del sistema, tan pragmática como característica del pueblo norteamericano se interpretó luego como el método escritural de ofrendar para el sostén misionero y pastoral. De este error poco a poco se va saliendo, a medida que se estudia mejor la Biblia y la Historia.
9 – Siendo que el alfolí, granero o depósito era el lugar contiguo al Templo donde las especies traídas como diezmos, ofrendas o primicias eran almacenadas, de ninguna manera podría hoy día aceptar que el alfolí pudiese ser una bandeja o bolsa donde se ponen sobres, cheques, billetes y monedas, como tampoco la tesorería de una iglesia o la cuenta bancaria de la misma donde se reciben los depósitos.
Para que tenga sentido hoy día en nuestro ámbito cristiano la frase “y haya alimento en mi casa”, no hemos de pensar en lo metálico o material, sino en el alimento espiritual.
Entiendo, pues, que la contextualización de ese pasaje corresponde hoy día al alimento compartido en las reuniones de los santos, donde cada cual tiene libertad de aportar lo que aprendió siendo enseñado del Señor los días pasados, y que al congregarse en uno, lo que edificó espiritualmente a un hermano es aprovechado para alimentar a los demás.
Por supuesto que esto dista mucho de la práctica habitual de que se le pague un sueldo a un profesional religioso para que sea él responsable de impartir la enseñanza de la Palabra. Me quedo simplemente con la práctica eclesiástica de 1Corintios 14. Quienes tienen dones de la palabra y según el Espíritu les guíe, pueden y deben procurar la edificación de todos los demás. Esto se ha venido practicando durante estos casi dos milenios de historia del cristianismo, pero al margen de la iglesia oficial, y permaneciendo en el anonimato los verdaderos pastores del rebaño, pues no eran ministros destacados como los que son de nota hoy día.
Ahora, ¿quién provee el alimento? ¿Un profesional religioso que estudió, se graduó y fue “ordenado” para ello? Obviamente no, sino los mismos fieles que durante la semana se alimentan del Señor y su Palabra, cosechando frutos maduros cuyas muestras llevan para compartir con sus hermanos.
Traer hoy día los diezmos al alfolí equivale a no presentarnos con las manos vacías ante el Señor, sino venir a su presencia con frutos de labios que confiesan su nombre, y con vivencias espirituales que han de edificar, instruir y animar a los hermanos. Así se
cumple la promesa y las ventanas de los cielos se abren derramando sobre nosotros bendición sobreabundante.
Como tantas veces ha ocurrido en épocas de avivamiento espiritual, tal liberalidad del pueblo es luego olvidada al caer en apostasía o tibieza espiritual. Este era el problema en tiempos de Malaquías. Véase entonces, que la abundancia del alimento en la casa
de Dios estaba relacionada con la abundancia de alimento en las casas de los hijos de Israel, bendecidos en sus cosechas y los productos que elaboraban. Así traían al alfolí los diezmos del alimento logrado con el trabajo de sus manos y la bendición divina.
Me parecen muy buenas muchas de las consideraciones finales del mensaje que pusiste.
El Señor sea contigo.
Ricardo.