Una hermosa analogía de Bahá'u'lláh a este respecto es la siguiente.
Dios, el Único, el Indivisible, es como un sol eterno.
El Logos es como la radiación emitida por el sol. El sol siempre ha emitido radiación, por lo que la radiación es eterna como el sol mismo. No hay sol sin radiación ni radiación sin sol, por lo que es razonable decir que la radiación
"es el sol". Los rayos emanan, surgen, o son "
engendrados" por el sol. El sol no crea rayos. Los rayos surgen del hecho mismo de que el sol es sol. La radiación no es el sol estrictamente hablando, pero para la perspectiva del resto los planetas que lo orbitan, esos rayos son el sol mismo que los calienta, ilumina y da vida. (Aquí tocamos la misma metáfora de Juan 1, en donde el Verbo es la luz). No hay ningún efecto que tenga el sol sobre la vida en esos planetas que no sea dada por su radiación. (Aquí tocamos la metáfora del Cristo como creador y sustentador de la vida). Por tanto, desde la perspectiva de los habitantes de esos planetas, la radiación que llega a sus ojos y su piel ES el sol, y si afirman "Estoy viendo el sol" o "El sol me está calentando" dirán la verdad.
Jesús de Nazareth es como un espejo que Dios puso en el mundo. Como el hombre no apreciaba la radiación solar, y negaba el sol, oscureció su planeta. Dios levantó un espejo perfecto en este mundo de tinieblas para que reflejara su luz, su radiación, su Logos. El espejo es tan bruñido, tan pulido, que lo refleja con perfección. Tanto, que quien ve al sol reflejado en el espejo podría quedar ciego. El espejo podría dirigir la luz hacia un trozo de hierba seca para prenderle fuego si quisiera. Para todo fin práctico, podemos decir que "el sol está en el espejo" y que "nadie podría conocer qué es el sol si no fuera por el espejo". Sin embargo, el espejo no es el sol.
