Respuesta a Mensaje # 400:
Si fuera a diagnosticar la causa de nuestro desentendimiento, no comenzaría por culparte, ni siquiera responsabilizarte, ya que hay que remontarse más de un siglo atrás para ello, y recién con la lectura de este mensaje tuyo acabo de darme cuenta de ello.
El síndrome comenzó con C. T. Russell (aunque fue típico en otros religiosos del siglo XIX en USA), siguió con Rutherford y los demás, y tú no podías quedar inmune a tal influencia.
Los lectores obsesivos de la Biblia, en cuanto creen haber hecho un hallazgo, es tal su alborozo, que su entusiasmo se vuelve contagioso, de modo que son capaces de convencer a más de cuatro.
Cuando yo leo tus mensajes, los leo dos o tres veces de corrido, y cuando creo captar lo expresado, recién me dispongo a contestar.
Quizás tú hagas lo mismo, pero al leerte ahora, párrafo a párrafo, advertí que siempre respondías a cada uno abstrayéndote de los demás.
Al no tener en mente todo el cuerpo del texto, sino fijar tu atención únicamente en la reducida porción que de momento te ocupa, no sólo se te dificulta la comprensión, sino que te voy causando la impresión de ser incoherente y hasta contradictorio.
Esto es lo que no pocos han hecho con la Biblia. Han quedado extasiados frente a un versículo que parecía revelar el error de los demás cristianos, y a su luz se pusieron a interpretar toda la Biblia. Cuando este fenómeno de iluminación parcial se repite con otros versículos significativos, se concluye que la cristiandad desde hace tiempo está errada, y que la hora es llegada de un nuevo despertar a la luz de todo lo que ahora se va descubriendo.
Otros de nosotros nos guiamos de manera diferente: con todo el texto en mente que va desde Gn 1:1 a Ap 22:21 nos detenemos para examinar más particularmente un versículo que de momento capta nuestra atención. Es muy difícil entonces que nos sintamos tentados a maximizarlo, minimizarlo o cambiarlo rebuscando alguna otra versión que mejor se acomode a lo que se nos acabe de ocurrir.
Ocurre con los TJ que tienen versículos déspotas que mandan sobre los demás. Son sus favoritos y citados frecuentemente en cada punto de discusión. Es inútil que les presentemos muchos otros pasajes para rectificar con ellos la errada interpretación que les dan, pues esos versículos déspotas no se arredran ni ante capítulos enteros, pues ellos rigen sobre y contra toda escritura que parezca oponérseles.
¿Por qué digo todo esto?
1 - En tu primer párrafo me dices:
“la idea que transmites es que ni la “sangre ni la vida” son sagradas para Dios”.
Para que yo pudiese haber trasmitido tal idea, era necesario que el receptor ya estuviese sintonizado para captarla de esa manera.
Lo que he trasmitido desde el principio y a lo largo del debate, es que al no haberlo dicho Dios, no estoy comprometido en la medida en que sí lo ha dicho respecto a muchísimas otras cosas, y por lo tanto era indebido usarlo como alegato para probar su rechazo a las transfusiones de sangre.
2 – En realidad, yo nunca me propuse discutir si la sangre era o no santa o sagrada, sino si lo era en un grado tan notorio y especial que desaconsejase cualquier idea de trasvasarla a otro cuerpo.
En la Ley de Moisés la abstención de comer sangre se equiparaba a la de la grasa (Lv 3:16,17), y en el Evangelio el Señor Jesús destaca la preeminencia del ojo por sobre otros miembros de nuestro cuerpo (Mt 6:22,23). No creo que el Señor considere indebido que si alguien pierde en un accidente sus dos ojos, su hermano no pueda donarle uno para que por lo menos, vea.
Lo de cuán santa o sagrada es la sangre NO “es otro tema” -como ahora me dices-, sino que ES EL TEMA.
Como he expresado en otro epígrafe:
“La sangre nunca es más santa que cuando se da por la vida de otros, y nunca es menos santa que cuando se retiene en las venas mientras otros mueren por no recibirla”
Que yo acepte lo santo o sagrado de la sangre y la vida que representa con ese carácter general al que llegamos -no por expresa palabra de Dios sino por simple deducción-, no termina el debate, pues eso nunca estuvo presente ni en el comienzo de la discusión. Muchísimas cosas en la Biblia son mencionadas como santas o sagradas, pero sin revestir ese carácter de tabú que los TJ pretenden con la sangre.
Así, el que no me cierre negando lo innegable y me muestre razonable, me hace aparecer ante tus ojos como contradictorio y paradójico.
Jamás a los cristianos se nos ocurrió que la transfusión intravenosa pudiera ser una excepción al mandamiento de Dios de no comer carne con su sangre ¡pero se les ha ocurrido a ustedes! Tal absurdo no es culpa nuestra. Ni siquiera los estrictos judíos ortodoxos lo vieron jamás así.
Creo que al escribir consigo ser claro para quien me lee objetivamente, y confuso para quien así lo prefiere.
Sólo espero que ahora sí puedas aportar alguna opinión a lo que dije y no a lo que supongas pueda haber dicho.
Cordiales saludos.