Re: El adventismo y su falsa "ley dominical"
[FONT="]No Por Obras [/FONT][FONT="][/FONT]
    [FONT="]"No  desecho la gracia de Dios; pues si por la ley fuese la justicia,  entonces por demás murió Cristo." Gálatas 2: 21.[/FONT][FONT="][/FONT]
     [FONT="]Porción  de la Escritura leída antes del sermón: Gálatas 1: 11; 2.[/FONT][FONT="][/FONT]
     La idea que la salvación  es obtenida por el mérito de nuestras propias obras es sumamente insinuante.  No importa cuántas veces sea refutada, se impone una y otra vez; y tan  pronto como logra tener el pie adentro, de inmediato alcanza grandísimos  avances. De aquí que Pablo tuviera la determinación de no darle ningún  cuartel, y se oponía a cualquier cosa que tuviera alguna semejanza con  ella. Estaba decidido a no permitir que el lado delgado de la cuña se  introdujera en la iglesia, pues sabía muy bien que manos gustosas pronto  la estarían invitando a casa. Por ejemplo, cuando Pedro estuvo del lado  del partido de los judaizantes, y apoyaba a los que exigían que los  gentiles fueran circuncidados, nuestro valeroso apóstol le resistió cara  a cara. Él luchó siempre por la salvación por gracia por medio de la  fe, y peleó tenazmente contra toda idea de justicia por la obediencia a  los preceptos de la ley ceremonial o de la ley moral. Nadie pudo ser más  explícito que Pablo sobre la doctrina de que no somos en ningún grado  justificados o salvados por las obras, sino únicamente por la gracia de  Dios. Su trompeta no emitió ningún sonido incierto. Emitió la clara  nota: "Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros,  pues es don de Dios." La gracia, para él, quería decir gracia, y no  podía soportar ninguna manipulación del tema, ni que se malinterpretara  su significado.
     [FONT="] 
Es tan fascinante la doctrina de la justicia legal, que la única  manera de enfrentarse a ella es a la manera de Pablo: extirpándola.  Declarar guerra a muerte contra ella. No ceder ante ella nunca, sino  recordar la firmeza del apóstol, y cuán resueltamente mantuvo su  posición: "A los cuales," dice él, "ni por un momento accedimos."[/FONT][FONT="][/FONT]
      
El error de la salvación por obras es sumamente plausible.  Ustedes oirán que constantemente se declara como una verdad evidente en  sí misma, y es vindicada debido a su supuesta utilidad práctica,  mientras que la doctrina evangélica de la salvación por fe es vituperada  y acusada de producir malignas consecuencias. Se afirma que si  predicamos la salvación por medio de buenas obras, estaremos promoviendo  la virtud; y así podría parecerlo en teoría, pero la historia demuestra  mediante numerosos ejemplos que, de hecho, donde tal doctrina ha sido  predicada, la virtud se ha tornado singularmente rara, y que en la  medida que ha sido encomiado el mérito de las obras, la moralidad ha  declinado. Por otro lado, allí donde la justificación por fe ha sido  predicada, se han dado conversiones y ha brotado la pureza de vida,  incluso en medio de los peores individuos. Quienes llevan vidas piadosas  y llenas de gracia, están prestos a confesar que la causa de su celo  por la santidad radica en su fe en Cristo Jesús; pero, ¿dónde  encontrarán a un hombre devoto y recto que se gloríe de sus buenas  obras?[FONT="][/FONT]
    [FONT="] 
La justicia propia es connatural a nuestra humanidad caída.  De aquí que sea la esencia de todas las religiones falsas. Sin importar  cuáles sean estas, todas están de acuerdo en buscar la salvación por  medio de nuestros propios actos. El que adora a sus ídolos, está  dispuesto a torturar su cuerpo, a ayunar, a llevar a cabo largos  peregrinajes, y hacer o soportar cualquier cosa para ameritar la  salvación. La Iglesia Romana exhibe continuamente ante los ojos de sus  fervientes partidarios, el premio que se alcanza por la abnegación, por  la penitencia, por las oraciones, o por los sacramentos, o por otras  realizaciones del hombre. Vayan donde quieran y la religión natural del  hombre caído es la salvación por sus propios méritos. Un viejo teólogo  ha dicho muy bien que cada hombre nace siendo un hereje en este punto, y  naturalmente gravita hacia esta herejía de una forma o de otra. La  salvación por uno mismo, ya sea por méritos personales, o por el  arrepentimiento, o por las propias resoluciones, es una esperanza innata  de la naturaleza humana, y es muy difícil de erradicar. Esta necedad  está ligada al corazón de cada niño, y ¿quién se la extirpará?[/FONT][FONT="][/FONT]
      
Esta idea errónea surge parcialmente de la ignorancia, pues  los hombres ignoran la ley de Dios, y lo que la santidad realmente es.  Si ellos supieran que un simple mal pensamiento quebranta la ley, y que  una vez quebrantada la ley en cualquier punto, es violada en su  totalidad, estarían convencidos de inmediato, que no puede haber  justicia por la ley para aquellos que ya han ofendido en contra de la  ley. También son unos grandes ignorantes en lo concerniente a ellos  mismos, pues esas mismas personas que hablan de justicia propia, como  regla, son abiertamente acusables de culpa; y aunque no lo fuesen, si se  sentaran y analizaran a fondo sus propias vidas, pronto percibirían que  incluso en sus mejores obras hay mucha impureza previa de motivos, o  gran orgullo y auto-alabanza posteriores, y por tanto verían que todas  sus realizaciones pierden el brillo, y estarían totalmente avergonzadas  de ellas.[FONT="][/FONT]
    [FONT="] 
Y no es únicamente la ignorancia la que conduce a los hombres a la  justicia propia, pues también son engañados por el orgullo. El  hombre no puede soportar ser salvado con fundamento en la gracia. No le  gusta declararse culpable y apoyarse en el favor del grandioso Rey. No  puede tolerar ser tratado como un indigente, ni ser bendecido gracias a  la caridad. Él quiere meter su dedo en su propia salvación, y reclamar  por lo menos algún crédito por ella. El orgulloso no aceptará el cielo  con base en los términos de la gracia; pero en tanto que pueda,  presentará un argumento u otro, y se asirá a su propia justicia como si  fuese su vida. [/FONT]
     [FONT="] 
Esta confianza en uno mismo, también brota de una perversa incredulidad,  pues debido a su arrogancia, el hombre no le cree a Dios. Nada es  revelado más claramente en la Escritura que esto: que por las obras de  la ley ningún hombre será justificado, y sin embargo las personas, de  una forma u otra, se aferran a la esperanza de la justicia legal. Ellos  suponen que deben prepararse para la gracia, o ayudar a la misericordia,  o merecer en algún grado la vida eterna. Prefieren sus propios  prejuicios aduladores a la declaración del Dios que escruta los  corazones. El testimonio del Espíritu Santo concerniente a la falsedad  del corazón es hecho a un lado, y la declaración de Dios que no hay  quien haga lo bueno, que no hay ni aun uno, es negada rotundamente.  ¿Acaso no es esto un grandísimo mal?[/FONT][FONT="][/FONT]
      
La justicia propia es también muy promovida por el casi universal espíritu  de frivolidad, muy difundido ahora. Sólo cuando los hombres se  tratan con ligereza, pueden abrigar la idea de méritos personales  delante de Dios. El que empieza a pensar con seriedad, y comienza a  entender el carácter de Dios, delante de Quien los cielos no son puros y  los ángeles son acusados de desatino, repito, el que llega a pensar  seriamente y contempla una visión verdadera de Dios, se aborrece en  polvo y cenizas, y cualquier pensamiento de justificación propia es  erradicado para siempre. Debido a que no examinamos seriamente nuestra  condición, nos consideramos ricos y con abundantes bienes. Un hombre  podría concebir que está prosperando en los negocios, y sin embargo,  podría estar retrocediendo en el mundo. Si no audita sus libros de  contabilidad, o no verifica sus inventarios, podría estar viviendo en el  paraíso del necio, gastando con liberalidad cuando está al borde de la  bancarrota. Muchos se tienen en un alto concepto porque nunca piensan  seriamente. No revisan debajo de la superficie y por eso son engañados  por las apariencias. El asunto más problemático para muchos hombres es  el pensamiento. La última acción que harían es sopesar sus acciones, o  verificar sus motivos, o ponderar sus caminos, para ver si las cosas  marchan bien para ellos. Cuando la justicia propia es apoyada por la  ignorancia, por el orgullo, por la incredulidad, o por la  superficialidad natural de la mente humana, está fuertemente  atrincherada y no puede ser extirpada con facilidad del ser humano. [FONT="][/FONT]
      
Sin embargo, la justicia propia es evidentemente maligna,  pues no toma en serio al pecado. Habla de méritos en el caso de uno que  ya ha transgredido, y se jacta de excelencia en referencia a la criatura  caída y depravada. Parlotea de faltas pequeñitas, de fallitas, de  ligeras omisiones, y así convierte al pecado en un error venial que  puede ser tolerado fácilmente. No sucede así con la fe en Dios, pues  aunque reconoce el perdón, ese perdón viene de una manera que comprueba  que el pecado es extremadamente pecaminoso. Por otro lado, la doctrina  de la salvación por obras no tiene en sí una palabra de consuelo para  los caídos. Le da al hijo mayor todo lo que su orgulloso reclame, pero  para el hijo pródigo no tiene una palabra de bienvenida. La ley no tiene  una invitación para el pecador, pues no sabe nada de misericordia. Si  la salvación fuera por las obras de la ley, ¿qué sería de los culpables,  de los caídos y de los abandonados? ¿Sobre cuáles esperanzas pueden ser  llamados todos ellos para que regresen? Esta doctrina inmisericorde  tranca la puerta de la esperanza, y entrega a los perdidos al verdugo,  para que el orgulloso fariseo airee su propia justicia jactanciosa y le  dé gracias a Dios por no ser como los demás hombres.[FONT="][/FONT]
      
El intenso egoísmo de esta doctrina la condena como algo maligno.  Naturalmente exalta el ego. Si un hombre concibe que será salvado por  sus propias obras, es porque se siente alguien, y se gloría en la  dignidad de la naturaleza humana: cuando ha estado atento a los  ejercicios religiosos, se frota sus manos y siente que merece el bien de  parte de su Hacedor; va a su casa a repetir sus oraciones y antes de  quedarse dormido, se sorprende gratamente de cómo pudo haberse vuelto  tan bueno y tan superior a los que lo rodean. Cuando sale fuera, se  siente como si habitara aparte en una excelencia innata, una persona muy  diferente al "rebaño vulgar," un ser muy admirado cuando es conocido.  Todo el tiempo se considera muy humilde, y a menudo se queda sorprendido  por su propia condescendencia.[FONT="][/FONT]
      
¿Acaso no es este un espíritu aborrecible? Dios, que ve el corazón,  abomina de él. Dios acepta al humilde y al quebrantado, pero echa fuera a  los que se glorían. En verdad, hermanos míos, ¿en qué podemos  gloriarnos? ¿Acaso cada jactancia no es una mentira? ¿Qué es todo este  egotismo sino una pluma de pavo real, idónea únicamente para exhibirla  en el sombrero del necio? Que Dios nos libre de exaltar el yo; y sin  embargo, no podemos evitar hacerlo si sostenemos en algún grado la  doctrina de la salvación por medio de nuestras propias buenas obras.[FONT="][/FONT]
      
En este momento deseo disparar al propio corazón de esa doctrina  destructora del alma, mostrándoles, en primer lugar, que dos grandes  crímenes están contenidos en la idea de la justificación propia.  Cuando haya presentado mi denuncia, me esforzaré además en demostrar que  estos dos grandes crímenes son cometidos por muchos, y luego, en  tercer lugar, será un deleite afirmar que el creyente verdadero no  comete estos crímenes. Que Dios, el Espíritu Santo, nos ayude  mientras meditamos acerca de este importante tema.[FONT="][/FONT]
      
I. Entonces, en primer lugar, LA JUSTICIA PROPIA CONTIENE DOS  GRANDES CRÍMENES. Estos graves crímenes y delitos desechan la gracia de  Dios, y hacen que Cristo muera en vano. 
El primer crimen es el de desechar la gracia de Dios. La  palabra traducida como "desechar" quiere decir hacer nula, rechazar,  rehusar, considerar innecesaria. Ahora, el que espera ser salvado por  su justicia propia rechaza la gracia o favor inmerecido de Dios,  considerándola inútil, y en ese sentido la desecha. Primero, es muy  claro que si la justicia viene por la ley, ya no se requiere de la  gracia de Dios. Si podemos ser salvados por nuestros propios méritos,  necesitamos justicia pero en verdad no requerimos de misericordia. Si  podemos guardar la ley y reclamar ser aceptados como un asunto de deuda,  es claro que no necesitamos convertirnos en suplicantes ni implorar  dinero. Allí donde se puede demostrar algún mérito, la gracia se vuelve  una superfluidad. Un hombre que puede presentarse en la corte con un  caso claro y un rostro decidido, no le pide misericordia al juez, y se  sentiría insultado si le fuere ofrecida. "Denme justicia," diría;  "concédanme mis derechos;" y los defiende como cualquier ciudadano  valeroso lo haría. Únicamente cuando el hombre siente que la ley le  condena, implora misericordia. Nadie soñó jamás en encomendar a un  inocente a la misericordia. Digo, entonces, que el hombre que cree que  por guardar la ley, o por practicar ceremonias, o por presenciar  espectáculos religiosos, puede hacerse aceptable delante de Dios, muy  decididamente hace a un lado la gracia de Dios como algo superfluo en lo  que concierne a él. ¿No es claramente así? Y ¿acaso desechar la gracia  de Dios no es un crimen flagrante?[FONT="][/FONT]
      
A continuación, convierte la gracia de Dios al menos en algo  secundario, lo cual es únicamente un grado menor del mismo error.  Muchos piensan que deben ameritar tanto como puedan por sus propios  esfuerzos, y luego la gracia de Dios compensará la diferencia. La teoría  parece ser que debemos guardar la ley lo más que podamos, y esta  obediencia imperfecta será una buena proporción, un tipo de componente,  digamos un chelín en una libra esterlina, o quince chelines en una libra  esterlina, de conformidad a cómo juzgue el hombre su propia excelencia;  y entonces, lo que se requiera por encima de nuestro dinero ganado  duramente, la gracia de Dios lo suplirá: en breve, el plan es que todo  hombre sea su propio 'Salvador', y Jesucristo y Su gracia compensen  nuestras deficiencias. Ya sea que el hombre lo vea o no, esta mezcolanza  de ley y gracia es muy deshonrosa para la salvación de Jesucristo.  Convierte la obra del Salvador en algo incompleto, aunque en la cruz Él  haya clamado: "Consumado es." Sí, incluso la considera como  completamente ineficaz, puesto que parecería que no sirve de nada  mientras no se le agreguen las obras del hombre.[FONT="][/FONT]
      
De acuerdo a este concepto, somos redimidos tanto por nuestras  acciones como por el precio del rescate de la sangre de Jesús, y el  hombre y Cristo participan, ambos, en la obra y en la gloria. Esta es  una intensa forma de traición arrogante en contra de la majestad de la  misericordia divina: un crimen capital, que condenará a todos los que  continúen en él. Que Dios nos libre de insultar así el trono de la  gracia, al pretender traer un precio de compra en nuestra mano, como si  nosotros pudiésemos merecer los dones incomparables del amor.[FONT="][/FONT]
      
Más que eso, el que confía en sí mismo, en sus sentimientos, en sus  obras, en sus oraciones, o en cualquier otra cosa excepto la gracia de  Dios, virtualmente renuncia a confiar en la gracia de Dios por  completo: pues sepan ustedes que la gracia de Dios no compartirá  nunca la obra con el mérito del hombre. Así como el aceite no combina  con el agua, tampoco se mezclarán el mérito humano y la misericordia  celestial. El apóstol dice en Romanos 11: 6, "Y si por gracia, ya no es  por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia. Y si por obras, ya  no es gracia; de otra manera la obra ya no es obra. Deben alcanzar la  salvación, ya sea porque la merecen en su totalidad, o porque Dios la  otorga gratuitamente en su totalidad, aunque no la merezcan. Deben  recibir la salvación de la mano del Señor ya sea como una deuda o como  una caridad, no puede haber una fusión de las ideas. Una combinación de  los dos principios de ley y gracia es completamente imposible. La  confianza en nuestras propias obras, en cualquier medida, nos impide  efectivamente toda esperanza de salvación por gracia; y así desecha la  gracia de Dios. 
Esta es otra faceta de este crimen, que cuando los hombres predican  acciones humanas, sufrimientos, sentimientos, o emociones, como el  fundamento de la salvación, hacen que el hombre prescinda de la  confianza en Cristo, pues en tanto que el hombre mantenga alguna  esperanza en sí mismo, no mirará nunca al Redentor. Podríamos predicar  eternamente, pero mientras permanezca latente en el pecho la esperanza  que él puede eficazmente limpiarse de pecado y ganar el favor de Dios  por medio de sus buenas obras, ese hombre no aceptará nunca la  proclamación del perdón gratuito por medio de la sangre de Cristo.[FONT="][/FONT]
      
Sabemos que no podemos frustrar la gracia de Dios: la gracia se  saldrá con la suya, y el propósito eterno será cumplido; pero como la  tendencia de toda enseñanza que mezcle las obras con la gracia es  suprimir en los hombres la fe en el Señor Jesucristo, su impulso es  desechar la gracia de Dios, y cada acto debe ser juzgado por su  tendencia, aun si el poder divino del Señor previene que provoque su  resultado natural. Ningún hombre puede poner ningún otro cimiento que el  que está puesto, pero en tanto que lo intenten, son culpables de  despreciar el fundamento de Dios, al igual que aquellos constructores de  la antigüedad que rechazaron la piedra que Dios eligió para que fuera  cabeza del ángulo. Que la gracia de Dios nos guarde de un crimen como  este, para que la sangre de las almas de otros hombres no tiña de rojo  nuestras vestiduras. 
Esta esperanza de ser salvados por nuestra propia justicia le  roba Su gloria a Dios. Es como si dijera: "No necesitamos la gracia;  no requerimos de ningún favor inmerecido." Lee sobre el nuevo pacto que  el infinito amor ha hecho, pero por aferrarse al viejo pacto pone  deshonra sobre él. Murmura en su corazón: "¿cuál es la necesidad de este  pacto de gracia? Para nosotros, el pacto de obras responde a todo  propósito." Lee sobre el grandioso don de gracia en la persona de  Jesucristo, y lo desprecia por el secreto pensamiento que las acciones  humanas son tan buenas como la vida y muerte del Hijo de Dios. Clama:  "no aceptamos que este hombre nos salve." Una esperanza de justicia  propia empaña la gloria de Dios, puesto que es claro que si un hombre  puede ser salvo por sus propias obras, naturalmente quiere llevarse el  honor; pero si un hombre es salvado por la gracia inmerecida de Dios,  entonces únicamente Dios es glorificado. Ay de aquellos que enseñan una  doctrina que quiere quitar la corona real de la cabeza de nuestro  soberano Señor y deshonrar el trono de Su gloria. Que Dios nos ayude a  estar libres de esta degradante ofensa contra el alto cielo.[FONT="][/FONT]
      
Yo me irrito con un tema como este, pues mi indignación se levanta  contra lo que deshonra a mi Señor, y frustra Su gracia. Este es un  pecado tan vil que ni siquiera los paganos lo cometen. Ellos nunca han  oído de la gracia de Dios, y por tanto no la pueden menospreciar: cuando  perezcan recibirán una menor condenación que aquellos que han sido  informados que Dios es un Dios de gracia y está presto a perdonar, y sin  embargo, se dan vuelta y perversamente se jactan de inocencia y  pretenden estar limpios delante de Dios. Este es un pecado que los  demonios no pueden cometer. Con toda la obstinación de su rebelión, no  pueden llegar hasta allí. Nunca han resonado en sus oídos las dulces  notas de la gracia inmerecida y del amor agonizante, y por lo tanto  nunca han rechazado la invitación celestial. Lo que nunca se les ha  presentado para su aceptación, no puede ser el objeto de su rechazo.  Entonces, de esta manera, querido lector, si cayeras en esta profunda  zanja caerías más bajo que los paganos, más bajo que Sodoma y Gomorra, y  más bajo que el demonio mismo. Despierta, te lo ruego, y no te atrevas a  frustrar la gracia de Dios.
     [FONT="] 
El segundo gran crimen cometido por la justificación propia es hacer  que por demás muera Cristo. Esto es muy claro. Si la salvación  puede ser por las obras de la ley, ¿por qué murió nuestro Señor Jesús  para salvarnos? Oh, Tú, sangrante Cordero de Dios, Tu encarnación es un  prodigio, pero Tu muerte sobre el árbol maldito es tal milagro de  misericordia que llena todo el cielo de asombro. ¿Se atrevería alguien a  decir que Tu muerte, oh Dios encarnado, fue una superfluidad, un  extravagante desperdicio de sufrimiento? ¿Osan considerarte un  entusiasta generoso pero ignorante, cuya muerte era innecesaria? ¿Puede  haber alguien que piense que Tu cruz es una cosa vana? Sí, miles lo  hacen virtualmente, y, de hecho, todos aquellos que suponen que los  hombres pueden ser salvados de alguna u otra manera, o que pueden ser  salvados ahora por sus voluntades y sus obras, lo hacen. 
Aquellos que dicen que la muerte de Cristo cumple sólo una parte del  cometido, pero que el hombre debe hacer el complemento para ameritar la  vida eterna, estos, afirmo yo, hacen que la muerte de Cristo sea  únicamente parcialmente eficaz, y, en términos todavía más claros,  ineficaz en sí y por sí. Aunque sólo se sugiera que la sangre de Jesús  no es suficiente precio en tanto que el hombre no añada su plata o su  oro, ¡entonces Su sangre no es nuestra redención del todo, y Cristo no  es ningún Redentor! Si se enseña que aunque nuestro Señor cargara con el  pecado por nosotros, no se completó una perfecta expiación, y que es  ineficaz mientras nosotros no hagamos algo o suframos algo para  completarla, entonces en la obra suplementaria radica la virtud real, y  la obra de Cristo es en sí insuficiente. Su clamor de muerte: "Consumado  es," debe haber sido un error, si todavía no está consumado; y si un  creyente en Cristo no es completamente salvo por lo que Cristo ha hecho,  y debe hacer algo él mismo para completar la obra, entonces la  salvación no estaba consumada, y la obra del Salvador permanece  imperfecta hasta que nosotros, pobres pecadores, le echemos la mano para  compensar Sus deficiencias. ¡Qué blasfemia subyace en tal suposición!  Cristo en el Calvario hizo una ofrenda de Sí mismo innecesaria e inútil,  si cualquiera de ustedes puede ser salvo por las obras de la ley.[/FONT][FONT="][/FONT]
      
Este espíritu también rechaza el pacto que fue sellado con la muerte  de Cristo, pues si podemos ser salvos por el viejo pacto de obras,  entonces el nuevo pacto no era requerido. En la sabiduría de Dios el  nuevo pacto fue introducido porque el primero se había vuelto viejo, y  fue anulado por la transgresión, pero si no hubiese sido anulado,  entonces el nuevo pacto es una vana innovación, y el sacrificio de Jesús  ratificó una transacción insensata. Aborrezco esas palabras mientras  las estoy pronunciando. Nadie fue salvado jamás bajo el pacto de obras, y  no lo será jamás, y el nuevo pacto fue introducido por esa razón; pero  si hubiese salvación por el primer pacto, entonces, ¿qué necesidad  habría del segundo? La justicia propia, en la medida que pueda, anula el  pacto, rompe su sello, y desprecia la sangre de Jesucristo que es la  sustancia, el certificado, y el sello de ese pacto. Si tú sostienes que  un hombre puede ser salvado por sus propias buenas obras, derramas  menosprecio en el testamento del amor que la muerte de Cristo ha puesto  en vigor, pues no hay necesidad de recibir como un legado de amor, eso  que puede ganarse como salario del trabajo.[FONT="][/FONT]
      
Oh, señores, este es un pecado contra cada persona de la sagrada  Trinidad. Es un pecado contra el Padre. ¿Cómo puede Él ser sabio y  bueno, y sin embargo entregar a Su único Hijo en angustia a la muerte en  aquel madero, si la salvación del hombre puede lograrse por otros  medios? Es un pecado contra el Hijo de Dios: ustedes se atreven a decir  que el precio de nuestra redención pudo haberse pagado de otra manera, y  que por tanto Su muerte no era absolutamente necesaria para la  redención del mundo; o si hubiese sido necesaria, no fue eficaz, pues  requiere que se le agregue algo, antes de poder completar su propósito.  Es un pecado contra el Espíritu Santo, y tengan cuidado de cómo pecan  contra Él, pues tales pecados son fatales. El Espíritu Santo da  testimonio de la gloriosa perfección y del inconquistable poder de la  obra del Redentor, y ay de aquellos que rechazan ese testimonio. Él ha  venido al mundo con el propósito de convencer a los hombres del pecado  de no creer en Cristo Jesús: y por eso, si pensamos que podemos ser  salvos fuera de Cristo, estamos despreciando el Espíritu de Su gracia.[FONT="][/FONT]
     La doctrina de la salvación por obras  es un pecado contra todos los caídos hijos de Adán, pues si los hombres  no pueden ser salvos excepto por sus propias obras, ¿qué esperanza le  queda a cualquier transgresor? Ustedes cierran las puertas de la  misericordia para la humanidad; condenan al culpable a que muera sin la  posibilidad de remisión. Niegan toda esperanza de bienvenida al hijo  pródigo que retorna, y toda promesa de Paraíso al ladrón moribundo. Si  el cielo se alcanza por obras, miles de nosotros no veríamos sus puertas  nunca. Yo sé que yo nunca las vería. Ustedes, sujetos buenos, pueden  regocijarse ante sus perspectivas, ¿pero qué sería de nosotros? Ustedes  nos arruinan a todos con su esquema de jactancia. 
Y esto no es todo. Es un pecado en contra de los santos, pues  ninguno de ellos tiene otra esperanza, excepto en la sangre y en la  justicia de Jesucristo. Si quitan la doctrina de la sangre expiatoria,  habrán quitado todo; nuestro fundamento habría desaparecido. Si hablan  así, ofenden al linaje entero de hombres piadosos. Voy más allá:  traficar con las obras es un pecado contra los perfeccionados de arriba.  La doctrina de la salvación por obras silenciaría todos los aleluyas  del cielo. Cállense ustedes, cantantes del coro, ¿cuál es el significado  de su canción? Ustedes están cantando: "Al que nos amó, y nos lavó de  nuestros pecados con su sangre." Pero, ¿por qué cantan así? Si la  salvación es por obras, sus objetos de alabanza son lisonjas vacías.  Ustedes deberían cantar más bien: "A nosotros que guardamos nuestras  vestiduras limpias, a nosotros sea la gloria por los siglos de los  siglos." O al menos, "a nosotros cuyos actos convirtieron en eficaz la  obra del Redentor sea una buena parte de la alabanza." Pero nunca se ha  escuchado en el cielo una sola nota laudatoria del yo, y por tanto nos  sentimos seguros que la doctrina de la justificación propia no es de  Dios.[FONT="][/FONT]
    [FONT="] 
Les exhorto a que renuncien a ella como enemiga tanto de Dios como  del hombre. Este orgulloso sistema es un pecado del tinte más negro  contra el Bienamado. No soporto pensar en el insulto que lanza en contra  de nuestro Señor agonizante. Si hacen que Cristo haya vivido en vano,  eso es lo suficientemente malo, ¡pero presentarlo como habiendo muerto  en vano! ¿Qué se podría decir de esto? Que Cristo vino a la tierra para  nada es un enunciado sumamente horrible; pero que se haya hecho  obediente hasta la muerte de cruz sin resultado, es la peor clase de  blasfemia.[/FONT][FONT="][/FONT]
    [FONT="] 
II. No diré nada más en lo relativo a la naturaleza de estos dos  pecados, sino que proseguiré, en segundo lugar, al solemne hecho de que  MUCHAS PERSONAS COMETEN ESTOS DOS GRANDES CRÍMENES. Me temo que son  cometidos por algunos que me están leyendo en este día. Que cada uno se  escudriñe a sí mismo y vea si estas cosas malditas están escondidas en  su corazón, y si están, que clame a Dios para que lo libere de ellas. 
Ciertamente se puede acusar de estos crímenes a aquellos que  juegan con el Evangelio. Tenemos ante nosotros el mayor  descubrimiento que haya sido hecho jamás, el más maravilloso objeto de  conocimiento que haya sido jamás revelado, y sin embargo, ustedes no lo  consideran digno de su pensamiento. Vienen de vez en cuando a oír un  sermón, pero lo escuchan sin corazón; leen las Escrituras  ocasionalmente, pero no las escudriñan para buscar el tesoro escondido.  El primer objetivo de sus vidas no es entender completamente y recibir  de corazón el Evangelio que Dios ha proclamado: sin embargo, ese debería  ser el caso. Qué, amigo mío, ¿acaso dice tu indiferencia que no estimas  de gran valor la gracia de Dios? No consideras que valgan la pena los  esfuerzos de oración, de lectura de la Biblia y de atención. La muerte  de Cristo no es nada para ti, un hecho hermoso, sin duda; tú conoces  bien la historia, pero no te interesa lo suficiente para desear ser  partícipe de sus beneficios. Su sangre podrá tener poder para limpiar tu  pecado, pero tú no quieres la remisión; Su muerte podrá ser la vida de  los hombres, pero tú no anhelas vivir por Él. Ser salvados por la sangre  expiatoria no conlleva ni la mitad de importancia como continuar con su  negocio con ganancia y adquirir una fortuna para su familia. Restándole  importancia a estas preciosas cosas ustedes desechan, en la medida de  lo posible, la gracia de Dios y hacen que Cristo muera en vano.[/FONT][FONT="][/FONT]
      
Otro grupo de personas que hace esto son aquellos que no tienen  un sentido de culpa. Tal vez son naturalmente amigables, civiles,  honestos y generosos, y piensan que estas virtudes naturales son todo lo  que se requiere. Tenemos a muchas personas que son así, en quienes hay  mucho que es atractivo, pero la cosa necesaria les falta. No están  conscientes que hayan hecho algo, alguna vez, que sea demasiado malo, y  ciertamente se consideran tan buenos como los demás, y en algunos  aspectos incluso mejores. Es altamente probable que seas tan bueno como  los demás, e incluso mejor que otros, pero ¿acaso no ves, mi querido  amigo, si me estoy dirigiendo a alguien así, que si eres tan bueno que  vas a ser salvo por tu bondad, consideras a la gracia de Dios como algo  inadmisible, y la haces vana? El sano no necesita al médico, sólo los  que están enfermos necesitan de sus servicios, y por tanto fue  innecesario que Cristo muriera para tales personas como tú, porque tú,  en tu propia opinión, no has hecho nada digno de muerte. Argumentas que  no has hecho nada muy malo; y sin embargo hay algo en lo que has  transgredido gravemente, y te ruego que no te enojes cuando te acuse de  ello. Tú eres muy malo, porque eres tan orgulloso que te consideras  justo, aunque Dios ha dicho que no hay justo, ni aun uno. Tú le dices a  tu Dios que es un mentiroso. Su palabra te acusa, y Su ley te condena;  pero quieres creerle, y en realidad te jactas de tener una justicia  propia. Esta es alta presunción y arrogante orgullo. Que el Señor te  purifique de ello. ¿Guardarás eso en tu corazón? Y recuerda que si nunca  has sido culpable de ninguna otra cosa, este es suficiente pecado para  hacer que te lamentes delante del Señor día y noche. En la medida que  has podido, por tu orgullosa opinión de ti mismo, has hecho nula la  gracia de Dios, y has declarado que Cristo murió en vano. Oculta tu  rostro por la vergüenza e implora misericordia por esta clara ofensa. 
Otro grupo de personas puede suponer que escapará, pero ahora  debemos dirigirnos a ellos. Los que desesperan a menudo clamarán:  "yo sé que no puedo ser salvado excepto por gracia, pues soy un gran  pecador; pero, ay, soy un pecador demasiado grande para ser salvado.  Estoy demasiado negro para que Cristo lave mis pecados." Ah, mi querido  amigo, aunque no lo sabes, estás haciendo nula la gracia de Dios,  negando su poder y limitando su fuerza. Dudas de la eficacia de la  sangre del Redentor, y del poder de la gracia del Padre. ¡Cómo! ¿Acaso  la gracia de Dios no es capaz de salvar? ¿Acaso el Padre de nuestro  Señor Jesús no es capaz de perdonar el pecado? Nosotros gozosamente  cantamos: [FONT="][/FONT]
    [FONT="]"¿Cuál es el Dios  que perdona como Tú?[/FONT]
     [FONT="]O  cuál tiene gracia tan rica e inmerecida?"[/FONT][FONT="][/FONT]
     [FONT="] 
Y tú dices que Él no puede perdonarte, y esto lo afirmas pese a Sus  múltiples promesas de misericordia. Él dice: "Todo pecado y blasfemia  será perdonado a los hombres." "Venid luego, dice Jehová, y estemos a  cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán  emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como  blanca lana." Tú dices que esto no es verdad. Así frustras la gracia de  Dios, y estableces que Cristo murió en vano, al menos para ti, pues  afirmas que Él no te puede limpiar. Oh, no digas eso: que tu  incredulidad no haga a Dios mentiroso. Oh, cree que Él capaz de salvarte  incluso a ti, y hacerlo inmerecidamente, en este preciso instante,  quitar todo tu pecado, y aceptarte en Cristo Jesús. Cuídate del  desaliento, pues si tú no confías en Él, harás que Su gracia sea nula. [/FONT][FONT="][/FONT]
     [FONT="] 
Y aquellos que hacen del Evangelio una miscelánea, yo pienso,  cometen en gran medida este pecado. Quiero decir esto: cuando  predicamos el Evangelio, únicamente tenemos que decir: "pecadores,  ustedes son culpables; nunca podrán ser ninguna otra cosa, excepto  culpables en y por ustedes: si ese pecado de ustedes es perdonado, debe  ser por medio de un acto de la gracia soberana, y no por causa de algo  en ustedes, o que pueda ser realizado por ustedes. La gracia les es dada  porque Jesús murió, y por ninguna otra razón; y la vía por la que  pueden tener la gracia es simplemente confiando en Cristo. "Por la fe en  Jesucristo obtendrán pleno perdón." Esto es el puro Evangelio. El  hombre se vuelve y pregunta: "¿por qué tengo derecho a creer en Cristo?"  Si yo le respondiera que tiene derecho de creer en Cristo porque siente  internamente la obra de la ley, o porque tiene deseos santos, estaría  confundiendo el asunto: habría introducido algo del hombre en el tema y  habría estropeado la gloria de la gracia. Mi respuesta es: "hombre, tu  derecho de creer en Cristo no radica en lo que eres o en lo que sientes,  sino en el mandamiento de Dios que creas, y en la promesa de Dios que  es hecha a toda criatura bajo el cielo, que el que crea en Jesucristo  será salvo." Esta es nuestra comisión: "Id por todo el mundo y predicad  el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será  salvo." Si tú eres una criatura, te predicamos ese Evangelio. Confía en  Cristo y serás salvo. No porque seas un pecador sensible, o un pecador  penitente, o cualquier otra cosa, sino simplemente porque Dios, por Su  gracia inmerecida, sin ninguna consideración dada a Él de tu parte, sino  gratis y por nada, inmerecidamente perdona todas tus deudas en el  nombre de Jesucristo.[/FONT]
     [FONT="] 
Ahora, yo no he mutilado el Evangelio; allí está, sin nada de la  criatura en su contenido, excepto la fe del hombre, e incluso eso, es el  don del Espíritu Santo. Aquellos que mezclan sus condicionantes: "si" y  "pero" e insisten en que "debes hacer esto, y sentir eso, antes de que  puedas aceptar a Cristo," desechan la gracia de Dios en alguna medida, y  lesionan al Evangelio glorioso del Dios bendito.[/FONT][FONT="][/FONT]
     [FONT="] 
Y también cometen ese pecado los que apostatan. ¿Les estoy  hablando ahora a algunos que alguna vez profesaron la religión, que  alguna vez dijeron la oración en medio de la congregación, que una vez  caminaron como santos, pero que han regresado a sus viejos pasos,  quebrantando el día de reposo, abandonando la casa de Dios, y viviendo  en el pecado? Tú, amigo mío, por el derrotero de tu vida dices: "yo tuve  la gracia de Dios, pero no me importa: no vale nada. La he rechazado,  he renunciado a ella: la he anulado: he regresado al mundo." Actúas como  diciendo: "una vez confié en Jesucristo, pero Él no es digno de mi  confianza." Le has negado, has vendido a tu Dios y Señor. No voy a  preguntarte si en realidad fuiste sincero alguna vez, aunque yo creo que  nunca lo fuiste, pero ese es el caso según tu propia demostración. Ten  mucho cuidado para que estos dos terribles crímenes no descansen sobre  ti, que no deseches la gracia de Dios, ni hagas que Cristo muera en  vano. [/FONT][FONT="][/FONT]
    [FONT="] 
III. En mi tercer punto voy a llevar conmigo las profundas  convicciones y las gozosas confianzas de todos los verdaderos creyentes.  Es este: que NINGÚN CREYENTE VERDADERO SERÁ CULPABLE DE ESTOS CRÍMENES.  En su alma misma él desprecia estos pecados infames. [/FONT][FONT="][/FONT]
     [FONT="] 
Primero que nada, ningún creyente en Cristo puede soportar pensar  en desechar la gracia de Dios o en volverla nula. Vamos, ahora,  corazones honestos, les hablo a ustedes. ¿Confían únicamente en la  gracia, o en alguna medida se apoyan en ustedes mismos? Aunque sea en un  mínimo grado, ¿dependen de sus propios sentimientos, de su propia  fidelidad, de su propio arrepentimiento? Yo sé que aborrecen su simple  pensamiento. No tienen ni siquiera la sombra de una esperanza ni la  semblanza de una confianza en algo que hayan sido alguna vez, o que  puedan ser alguna vez, o que esperan ser alguna vez. Ustedes arrojan  lejos esto como si fuese un harapo inmundo lleno de contagio que  quisieran tirar fuera del universo, si pudieran. Yo en verdad declaro  que aunque he predicado el Evangelio con todo mi corazón, y me glorío en  él, sin embargo, desecharía mis predicaciones como escoria y estiércol  si pensara en ellas como un fundamento de confianza: y aunque he traído  muchas almas a Cristo, bendito sea Su nombre, no me atrevo nunca, ni por  un momento, a poner la más ligera confianza en ese hecho como base de  mi propia salvación, pues yo sé que yo, después de haber predicado a  otros, puedo todavía ser arrojado fuera. No puedo apoyarme en un  ministerio exitoso, o en una iglesia edificada, sino que descanso  únicamente en mi Redentor. 
Lo que digo de mí mismo, yo sé que cada uno de ustedes lo dirá de sí  mismo. Sus limosnas, sus oraciones, sus lágrimas, su persecución  dolorosa, sus donativos para la iglesia, su sincero trabajo en la  escuela dominical o en cualquier otro lado, ¿alguna vez pensaron en  ponerlo lado a lado con la sangre de Cristo como su esperanza? No, nunca  soñaron con hacerlo; estoy seguro que nunca lo hicieron, y su simple  mención es totalmente digna de desprecio para ustedes, ¿no es cierto? La  gracia, la gracia, la gracia es su única esperanza. 
Es más, no solamente han renunciado a toda confianza en las obras,  sino que renuncian a ella en este día más sentidamente de lo que lo  hayan hecho jamás. Entre más viejos sean, y entre más santos se sean,  menos pensarán en confiar en ustedes mismos. Entre más crezcamos en la  gracia, más creceremos en el amor de la gracia; entre más escudriñemos  en nuestros corazones, y entre más conozcamos de la santa ley de Dios,  más profundo será nuestro sentido de indignidad, y por consiguiente más  elevado será nuestro deleite en la misericordia inmerecida, gratuita,  rica, en el don inmerecido del real corazón de Dios. [/FONT][FONT="][/FONT]
     [FONT="] 
Dime, ¿no salta tu corazón dentro de ti cuando oyes las doctrinas de  la gracia? Yo sé que hay algunas personas que jamás se sintieron  pecadoras, que respingan como si estuvieran sentadas sobre espinas  cuando estoy predicando la gracia y nada más que la gracia. Pero no  sucede así con los que se apoyan en Cristo. "¡oh, no," dirás, "toca esa  campana otra vez, amigo! ¡Toca esa campana de nuevo; no hay música  semejante a ella. Toca esa cuerda otra vez, porque es nuestra nota  favorita!"[/FONT][FONT="][/FONT]
    [FONT="] 
Cuando te decaes y deprimes, ¿qué tipo de libro te gusta leer? ¿No  es acaso un libro acerca de la gracia de Dios? ¿Qué pasajes buscas en  las Escrituras? ¿No te diriges a las promesas hechas al culpable, al  impío, al pecador, y no encuentras que únicamente en la gracia de Dios, y  únicamente al pie de la cruz hay algún descanso para ti? Yo sé que es  así. Entonces te puedes levantar y decir con Pablo: "No desecho la  gracia de Dios." Algunos pueden hacerlo, si quieren, pero Dios no quiera  que yo alguna vez la anule, pues es toda mi salvación y todo mi deseo."[/FONT][FONT="][/FONT]
     [FONT="] 
El verdadero creyente es inocente también del segundo crimen: no  hace que por demás muera Cristo. No, no, no, él confía en la muerte  de Cristo; él pone toda su entera confianza en el grandioso Sustituto  que le amó, y vivió y murió por él. No se atreve a asociar su pobre  corazón sangrante, ni sus oraciones, ni su santificación, ni ninguna  otra cosa, con el sangrante sacrificio. "Nadie sino Cristo, nadie sino  Cristo," es el clamor de su alma. Detesta cualquier propuesta de mezclar  algo de ceremonia o de acción legal con la obra consumada de  Jesucristo. Queridos hermanos, confío que entre más vivamos, veamos más  la gloria de Dios en el rostro de Jesucristo. Nos maravillamos por la  sabiduría de la forma por la que un sustituto fue introducido: que Dios  castigara el pecado y perdonara al pecador. Estamos sumidos en la  admiración del amor sin par de Dios, que no perdonó a Su propio Hijo.  Estamos llenos de reverente adoración al amor de Cristo, que a pesar de  que supo que el precio del perdón era Su sangre, Su piedad nunca se  desvaneció. [/FONT][FONT="][/FONT]
    [FONT="] 
Y, es más, no solamente nos gozamos en Cristo, sino que sentimos una  creciente unión con Él. No sabíamos al principio, pero lo sabemos  ahora, que fuimos crucificados con Él, que fuimos enterrados con Él, y  que fuimos resucitados otra vez con Él. No aceptamos a Moisés como  nuestro gobernante, ni a Aarón como nuestro sacerdote, pues Jesús es  tanto Rey como Sacerdote para nosotros. Cristo es en nosotros, y  nosotros en Cristo, y somos completos en Él, y nada puede ser tolerado  como una ayuda para la sangre y la justicia de Jesucristo nuestro Señor.  Somos uno con Él, y siendo uno con Él nos damos cada día más cuenta que  no murió en vano. Su muerte nos ha comprado una vida real: Su  muerte nos ha liberado de la esclavitud del pecado, y nos ha  traído liberación incluso ahora, del miedo de la ira eterna. Su muerte  nos ha comprado la vida eterna, nos ha comprado la condición de hijo y  todas las bendiciones que conlleva que la Paternidad de Dios se deleita  en otorgar; la muerte de Cristo ha cerrado las puertas del infierno para  nosotros, y ha abierto las puertas del cielo; la muerte de Cristo ha  obrado misericordias para nosotros, no en visión ni en imaginación, sino  reales y verdaderas, que en este mismo día gozamos, y así no corremos  peligro de pensar que por demás murió Cristo. [/FONT][FONT="][/FONT]
   [FONT="] 
Nosotros nos gozamos al sostener estos dos grandiosos principios que  dejaré con ustedes, esperando que chupen su médula y su grosura. Estos  son los dos principios. La gracia de Dios no puede ser desechada, y  Jesús no murió en vano. Estos dos principios, pienso, yacen en el fondo  de toda sana doctrina. La gracia de Dios no puede ser desechada  después de todo. Su eterno propósito será cumplido, su sacrificio y  su sello serán eficaces: los elegidos de la gracia serán traídos a la  gloria. No habrá ninguna falla en cuanto al propósito de Dios en ningún  punto: al final, cuando todo sea resumido, se verá que la gracia reinó  por medio de la justicia para vida eterna, y la piedra del coronamiento  saldrá a relucir con gritos de "Gracia, gracia a ella." Y como la gracia  no puede ser desechada, así Cristo no murió en vano. Algunos  pensarían que hay propósitos en el corazón de Cristo que nunca serán  cumplidos. Nosotros no conocemos a Cristo de ese modo. Los propósitos  por los que Él murió serán cumplidos; a los que compró, los recibirá;  los que redimió, serán libres; no fallará la recompensa por la  portentosa obra de Cristo: verá el fruto de la aflicción de su alma, y  quedará satisfecho. Yo pongo mi alma a descansar sobre estos dos  principios. Creo en Su gracia, y creo que esa gracia nunca me fallará.  "Bástate mi gracia," dice el Señor, y así será. Si tengo fe en  Jesucristo, Su muerte me salvará. No podría ser, oh Calvario, que tú me  fallaras; oh, Getsemaní, no podría ser que tu sudor sangriento fuera en  vano. Por medio de la divina gracia, descansando en la preciosa sangre  de nuestro Salvador, seremos salvos. Gócense y regocíjense conmigo, y  sigan su camino y cuéntenlo a otros. Que Dios les bendiga cuando así lo  hagan, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.[/FONT]