Querido Malcom:
Ya que ha tenido la amabilidad de transcribir parte de un sermón de Charles H. Spurgeon sobre el tema que nos ocupa, le retribuyo con el sermón de John Wesley que le recomendé.
Bendiciones en Cristo,
Jetonius
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John Wesley
SERMON 128
(texto de la edición de 1872)
GRACIA GRATUITA
Predicado en Bristol, en el año 1740
AL LECTOR
Nada sino la más firme convicción, no sólo de que lo que aquí se propone es “la verdad como está en Jesús”sino también de que estoy indispensablemente obligado a declarar esta verdad a todo el mundo, podría haberme inducido a oponerme abiertamente a los sentimientos de aquéllos a quienes estimo por causa de su obra: ¡A cuyos pies pueda ser hallado en el día del Señor Jesucristo!
Si alguien creyera su obligación replicar a esto, solamente tengo una solicitud que hacer – Que cualquier cosa que hagas, sea hecha inherentemente en amor y en el espíritu de humildad. Que tu disputa misma muestre que “como los escogidos de Dios” te has revestido de “tierna compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia” [Colosenses 3:12] ; que aun según este tiempo pueda decirse “¡Mirad como estos cristianos se aman unos a otros!”
ANUNCIO
Aunque un panfleto titulado “Gracia gratis, por cierto” se ha publicado contra este sermón, esto es para informar al publicador que no puedo contestar su tratado hasta que él parezca ser más diligente. Pues no me atrevo a hablar “las cosas profundas de Dios” en el espíritu del competidor por un premio o de un actor de teatro.
“
El que no eximió ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos concederá también con Él todas las cosas?” Romanos 8:32 .
1. ¡Cuán gratuitamente ama Dios al mundo! Mientras éramos aún pecadores, “Cristo murió por los impíos”. Mientras estábamos “muertos en nuestro pecado”, Dios no reservó a su propio Hijo, sino que “lo entregó por todos nosotros”. ¡Y cuán gratuitamente con Él nos “da todas las cosas”! ¡Verdaderamente, la GRACIA GRATIS es todo en todos!
2. La gracia o amor de Dios, de donde proviene nuestra salvación, es GRATUITA EN TODOS y GRATUITA PARA TODOS.
3.
Primero. Es gratuita en todos a quienes le es dada. No depende de ningún poder o mérito en el hombre; no, no en ninguna medida, ni total ni parcialmente. No depende en absoluto ni de las buenas obras o la justicia del receptor, ni en nada que éste haya hecho, o nada que él sea. No depende de sus esfuerzos. No depende de su buen temperamento, o buenos deseos, o buenos propósitos o intenciones, pues todos estos fluyen de la gracia gratuita de Dios; solamente son los arroyos, no el manantial. Son los frutos de la gracia gratuita, no la raíz. No son la causa de ella, sino sus efectos. De todo lo bueno que está en el hombre, o sea hecho por el hombre, Dios es el autor y hacedor. Así es su gracia gratuita en todos; esto es, no dependiente en modo alguno de cualquier poder o mérito en el hombre, sino de Dios solo, quien gratuitamente nos dio a su propio Hijo y con Él “gratuitamente nos da todas las cosas”.
4. Pero es libre para TODOS, así como EN TODOS. A esto han respondido algunos: “No: Es gratuita solamente para aquéllos a quienes Dios ha ordenado para vida; y ellos no son sino un rebaño pequeño. Dios ha ordenado a la mayor parte para muerte, y no es gratuita para ellos. A ellos Dios los detesta; y por tanto, antes de que naciesen, decretó que muriesen eternamente. Y esto lo decretó absolutamente, porque así le plugo; porque esta fue su soberana voluntad. Consecuentemente, nacen para esto – ser destruidos en cuerpo y alma en el infierno. Y crecen bajo la irrevocable maldición de Dios, sin ninguna posibilidad de redención; pues la gracia que Dios les da, la da sólo para esto, para aumentar, no impedir, la condenación de ellos”.
5. Este es aquel decreto de predestinación. Pero me parece escuchar a alguno decir: “Esta no es la predestinación que yo sostengo: Sostengo solamente la elección de gracia. Lo que yo creo no es más que esto: que Dios, antes de la fundación del mundo, eligió un cierto número de hombres para ser justificados, santificados y glorificados. Ahora bien, todos estos serán salvados, y nadie más; pues al resto de la humanidad Dios los abandona a sí mismos. De forma que siguen las imaginaciones de sus propios corazones, los cuales son continuamente sólo malos, y, yendo de mal en peor, son en definitiva justamente castigados con destrucción perpetua”.
6. ¿Es ésta toda la predestinación que sostienes? Considéralo; quizá esto no es todo. ¿No crees que Dios los ordenó para esta mismísima cosa? Si es así, tú crees en todo el decreto; sostienes la predestinación en el sentido pleno en que ha sido descrito arriba. Pero puede que tú pienses que no. ¿No crees, entonces, que Dios endurece los corazones de aquéllos que perecen? ¿No crees que (literalmente) endureció el corazón del Faraón, y que con este fin lo levantó, o lo creó? Pues bien, esto equivale exactamente a lo mismo. Si crees que el Faraón, o cualquier otro hombre sobre la tierra, fue creado para este fin –para ser maldito- sostienes todo cuanto se ha dicho de la predestinación. Y no hay necesidad de que añadas que Dios apoya su decreto, el cual se supone inmutable e irresistible, endureciendo los corazones de aquellos vasos de ira a quienes aquel decreto había antes dispuesto para destrucción.
7. Bien, pero puede que tú no creas ni siquiera esto; no sostienes ningun decreto de reprobación, no piensas que Dios decrete que ningún hombre sea maldito, ni que lo endurece e irresisteblemente lo prepara para la condenación; solamente dices: “Dios eternamente decretó que estando todos muertos en pecado, él le diría a algunos de estos huesos secos, «Vive», y a otros no; que, consecuentemente, áquéllos serían vivificados, y éstos permanecerían en la muerte – aquéllos glorificarían a Dios por su salvación, y éstos por su destrucción”.
8. ¿No es esto lo que quieres significar con la elección de gracia? Si así fuera, haría una o dos preguntas: ¿Se salva alguien de los que no han sido así elegidos? O ¿hubo algunos, desde la fundación del mundo? ¿Es posible que hombre alguno se salve a menos que sea así elegido? Si dices “No”, no estás sino donde estabas; no has avanzado ni el espesor de un cabello; todavía crees que, como consecuencia de un decreto inmutable e irresistible de Dios, la mayor parte de la humanidad permanece en la muerte, sin ninguna posibilidad de redención; en la medida en que nadie puede salvarlos sino Dios, y él no los salvará. Crees que él ha decretado absolutamente no salvarlos; y ¿qué es esto sino decretar condenarlos? En efecto, no es más ni menos; desemboca en lo mismo; pues si estás muerto, y totalmente incapaz de vivificarte a ti mismo, entonces, si Dios ha decretado absolutamente que él haría vivir solamente a otros, y no a ti, él ha decretado absolutamente tu muerte eterna; estás absolutamente consignado para la condenación. Así pues, aunque uses palabras más suaves que otros, significas la mismísima cosa; y el decreto de Dios concerniente a la elección de la gracia, según tu versión, no es ni más ni menos que lo que otros llaman el decreto de reprobación de Dios.
9. Llámalo pues con cualquier nombre que te plazca, elección, preterición, predestinación o reprobación; al final se llega a lo mismo. El sentido de todo es claramente este: en virtud de un decreto de Dios eterno, inmutable, irresistible, sólo parte de la humanidad es infaliblemente salvada, y el resto infaliblemente condenado; siendo imposile que ninguno de los primeros sea condenado, ni que ninguno de los segundos sea salvado.
10. Pero si esto fuese así, entonces toda la predicación es vana. Es innecesaria para aquellos que son elegidos; pues ellos, sea con predicación o sin ella, serán infaliblemente salvados. Por tanto, el objetivo de la predicación –salvar a algunos- es vacuo con respecto a ellos; y es inútil para quienes no son elegidos, pues ellos no pueden ser salvados: ya sea con predicación o sin ella, serán infaliblemente condenados. El fin de la predicación es pues vacuo con respecto a ellos de similar manera; de modo que en cualquier caso nuestra predicación es vana, como tu escucha es también vana.
11. Esta, entonces, es una prueba clara de que la doctrina de la predestinación no es una doctrina de Dios, pues nulifica la ordenanza de Dios, y Dios no está dividido contra sí mismo. Una
segunda [prueba] es que directamente tiende a destruir aquella santidad que es el objetivo de todas las ordenanzas de Dios. No digo [que] ninguno que la sostiene es santo (pues Dios es de tierna misericordia hacia aquéllos que están inevitablemente enredados en errores de cualquier especie), sino que la doctrina misma – que todo hombre es o bien elegido o no elegido desde la eternidad, y que el uno debe inevitablemente ser salvado, y el otro inevitablemente condenado – tiene una tendencia manifiesta a destruir la santidad en general; pues quita totalmente aquellos motivos primarios para buscarla, tan frecuentemente propuestos en la Escritura, la esperanza del futuro y el temor del castigo, la esperanza del cielo y el temor del infierno. Que éstos irán al castigo eterno, y aquéllos a vida eterna, no es motivo para que quien cree que su parte está ya determinada de esforzarse por la vida; no es razonable para él hacerlo, si piensa que está inalterablemente asignado o a la vida o a la muerte. Dirás, “Pero él no sabe si es vida o muerte”. ¿Y qué entonces? Esto no contribuye para nada; pues si un hombre enfermo sabe que es él debe inevitablemente morir, o inevitablemente recuperarse, auqnue no sepa cuál, es irracional que tome ningún medicamento en absoluto. Él puede justamente decir (y así he escuchado hablar a algunos, tanto en enfermedad corporal como espiritual): “Si estoy ordenado para la vida, viviré; si para muerte, moriré; de modo que no necesito preocuparme por esto”. Así directamente esta doctrina tiende a cerrar el portal mismo de la santidad en general – de impedir que hombres impíos siquiera se acerquen, o se esfuercen por entrar por ella.
12. De manera igualmente directa tiende esta doctrina a destruir varias ramas particulares de la santidad. Tales son la mansedumbre y el amor – amor, quiero decir, a nuestros enemigos – por los malos y los ingratos. No digo que ninguno de quienes la sostienen carezcan de mansedumbre y amor (pues como es el poder deDios, también es su misericordia), sino que naturalmente tiende a inspirar o aumentar una agudeza o brusquedad de temperamento que es muy contraria a la mansedumbre de Cristo, como se manifiesta especialmente cuando se les oponen en este asunto. Y naturalmente inspira desprecio o frialdad hacia quienes se suponen abandonados de Dios. “Oh, pero”, dirás, “yo no supongo réprobo a ningún hombre en particular”. Quieres decir que no lo harías si pudieras evitarlo. Pero a veces no puedes evitar la aplicación de tu doctrina general a personas particulares. El enemigo de las almas la aplicará por ti. Tú sabes cuán a menudo lo ha hecho. Pero tú rechazaste el pensamiento con repugnancia. Cierto; tan pronto como pudiste, pero ¡cómo amargó y aguzó tu espíritu en el interín! Tú sabes bien que no era el espíritu de amor aquello que sentiste hacia aquel pobre pecador, a quien supusiste o sospechaste, lo quisieras o no, haber sido odiado por Dios desde la eternidad.
13.
Tercero. Esta doctrina tiende a destruir el consuelo de la religión, la felicidad del cristianismo. Esto es evidente con respecto a todos cuantos se creen reprobados, o quienes solamente lo sospechan o temen. Todas las grandes y preciosas promesas están perdidas para ellos; no les proporcionan ningún rayo de consuelo. Pues si no son los elegidos de Dios; por tanto, no tienen parte ni porción en ellas. Este es un obstáculo efectivo para que encuentren ningún consuelo o felicidad, ni siquiera en aquella religión cuyos caminos están diseñados para ser “caminos placenteros, y todas sus sendas de paz”.
14. Y con respecto a vosotros que os creéis los elegidos de Dios, ¿cuál es vuestra felicidad? No me refiero a una noción, una creencia especulativa, una mera opinión de cualquier clase; sino a una sentida posesión de Dios en tu corazón , traída a ti por el Espíritu Santo, o el testimonio del Espíritu de Dios en tu espíritu de que eres un hijo de Dios. Esto, que también se llama “la plena certidumbre de la fe” es el verdadero terreno de una felicidad cristiana. Y ciertamente implica una plena certidumbre de que todos tus pecados pasados están perdonados, y que eres
ahora un hijo de Dios. Pero esto no necesariamente implica una certeza plena de nuestra futura perseverancia. No digo que nunca esté unida a ella, sino que no necesariamente está implícita allí; pues muchos tienen una sin tener la otra.
15. Ahora bien, esta experiencia del testimonio del Espíritu resulta ser muy obstruida por esta doctrina; y no solamente para aquellos quienes, creyéndose reprobados, por esta creencia la arrojan lejos de sí, sino hasta en aquéllos que han gustado aquel buen don, quienes aún así pronto lo han perdido otra vez, y caído de nuevo en dudas, y temores, y oscuridad – ¡horrible oscuridad, que puede ser sentida! Y apelo a cualquiera de vosotros que sostenéis esta doctrina, para que diga, entre Dios y vuestros propios corazones, ¡hasta qué punto no habéis tenido a menudo un retorno de las dudas y temores concernientes a vuestra elección y perseverancia! Si preguntas, “¿Y quién no?”, yo respondo “Muy pocos de quienes sostienen esta doctrina, pero muchos, muchísimos, de quienes no la sostienen, en todas partes de la tierra – muchos de estos han gozado el testimonio ininterrumpido de su Espíritu, la luz continua de su presencia, desde el momento en que ellos primeramente creyeron, por muchos meses o años, hasta este día.
16. Aquella certeza de fe que estos gozan excluye toda duda o temor. Excluye todas clases de duda y temor concernientes a su perseverancia futura; aunque no es propiamente, como se dijo antes, una seguridad de lo que es futuro, sino solamente de lo que
ahora es. Y esto no requiere apoyarse en una creencia especulativa, de que quienquiera que una vez es ordenado para la vida debe [necesariamente] vivir; pues es traído de hora en hora, por el eficaz poder de Dios, “por el Espíritu Santo que les es dado”. Y por tanto aquella doctrina no es de Dios, porque tiende a obstruir, si no destruir, esta gran obra del Espíritu Santo, de la cual fluye la principal consolación de la religión, la felicidad del cristianismo.
17. De nuevo: ¡Cuán desconsolador pensamiento es éste, que miles y millones de hombres, sin ninguna ofensa o falta previa de ellos, fuesen inmutablemente condenados a quemaduras perpetuas! ¡Cuán peculiarmente desconsoloador debe de ser para quienes se han revestido de Cristo! ¡Para quienes, siendo llenos de misericordia, ternura y compasión, podrían hasta “desear ellos mismos ser malditos en beneficio de sus hermanos!”
18.
Cuarto. Esta desconsoladora doctrina tiende directamente a destruir nuestro celo por las buenas obras. Y esto lo hace, primero, porque naturalmente tiende (según lo que fue observado antes) a destruir nuestro amor por la mayor parte de la humanidad, es decir, los malos y desagradecidos. Pues cualquier cosa que rebaje nuestro amor debe rebajar nuestro deseo de hacerles el bien. Esto lo hace, en segudo lugar, en la medida en que arranca uno de los motivos más fuertes para todos los actos de misericordia corporal, como alimentar a los hambrientos, vestir a los desnudos, y semejantes – es decir [el motivo de] la esperanza de salvar sus almas de la muerte. Pues, ¿ de qué sirve aliviar sus necesidades temporales, de quienes están simplemente cayendo al fuego eterno? “Bien, pero correr y arrebatarlos como ramas del fuego...” No, esto lo supones imposible. Fueron dispuestos para esto, dices, desde la eternidad, antes de que hubiesen hecho ya sea bien o mal. Tú crees que es la voluntad de Dios que ellos mueran. Y “¿quién ha resistido su voluntad?” Pero tú dices que no sabes si éstos son elegidos o no. ¿Qué entonces? Si sabes que son uno o lo otro – ellos son elegidos o no elegidos- toda tu labor es vacía y vana. En cualquier caso, tu consejo, reproche, o exhortación es tan innecesaria e inútil como nuestra predicación. Es innencesaria para aquellos que son elegidos; pues ellos serán salvados infaliblemente sin ella. Es inútil para quienes no son elegidos; pues con ella o sin ella serán infaliblemente malditos; por tanto no pueden consistentemente con tus principios ocuparte en absoluto de la salvación de ellos. Consecuentemente, aquellos principios tienden directamente a destruir tu celo por las buenas obras, por todas las buenas obras, pero particularmente por la mayor de todas, salvar a las almas de la muerte.
19. Pero,
quinto, esta doctrina no sólo tiende a destruir la santidad, la felicidad y las buenas obras cristianas, sino que tiene también una directa y manifiesta tendencia a derribar toda la revelación cristiana. El punto que los más sabios de los incrédulos modernos más industriosamente trabajan para probar es que la revelación cristiana no es necesaria. Ellos saben bien que, una vez que pudiesen demostrar esto, la conclusión sería demasiado clara como para ser negada: “Si no es necesaria, no es verdadera”. Ahora, tú les concedes este punto fundamental. Pues suponiendo aquel decreto eterno e inmutable, una parte de la humanidad debe ser salvada, aunque la revelación cristiana no estaba en existencia, y la otra parte de la humanidad debe ser maldita, a pesar de aquella revelación. Y ¿qué podría un infiel desear más? Tú le concedes todo lo que pide. Al hacer el Evangelio así innecesario para toda clase de hombres, entregas toda la causa cristiana. “¡No lo digáis en Gat! No sea que se regocijen las hijas de los incircuncisos” [Miqueas 1:10], ¡no sea que los hijos de la incredulidad triunfen!
20. Y como esta doctrina manifiesta y directamente tiende a derribar la entera revelación cristiana, así hace lo mismo, por obvia consecuencia, al hacer que la revelación se contradiga a sí misma. Pues está basada en una interpretación tal de algunos textos (más o menos no importa) que de plano contradice todos los otros textos, y de hecho la extensión y el tenor enteros de la Escritura. Por ejemplo: Los sostenedores de esta doctrina interpretan aquel texto de la Escritura, “A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí” [Romanos 9:13] como implicando que Dios en un sentido literal aborreció a Esaú, y a todos los reprobados, desde la eternidad. Ahora bien, ¿cuál podría posiblemente ser una contradicción más evidente que ésta, no solamente de la extensión y tenor completos de la Escritura, sino de todos aquellos textos particulares que declaran “Dios es amor”? De nuevo: Ellos infieren de aquel texto, “Tendré misericordia de quien tenga misericordia” (Romanos 9:15) que Dios es amor solamente para algunos hombres, o sea los elegidos, y que él tiene misericordia de ellos solamente; obviamente contrario a lo que es el tono completo de la Escritura, como lo es aquella declaración expresa en particular, “El Señor es bueno para con todos, y su compasión, sobre todas sus obras” (Salmo 145:9). De nuevo: Infieren de este texto y otros similares, “No depende del que quiere ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia” [Romanos 9:16], que él muestra misericordia solamente a aquéllos por quienes tuvo consideración desde toda la eternidad. No, pero ¿quién contradice a Dios ahora? Tú ahora contradices el conjunto de los oráculos de Dios, que declaran uniformemente, “Dios no hace acepción de personas” (Hechos 10:34). “Porque en Dios no hay acepción de personas”(Romanos 2:11). De nuevo: de aquel texto, “porque aún cuando
los mellizos no habían nacido, y no habían hecho nada, ni bueno ni malo, para que el propósito de Dios conforme a su elección permaneciera, no por las obras, sino por aquel que llama) se le dijo a ella” , a Rebeca, “El mayor servirá al menor” [Romanos 9:11-12] infieres que nuestro ser predestinados, o elegidos, no depende en modo alguno de la presciencia de Dios. Contrarias de plano a esto están todas las escrituras; y aquéllas en particular “elegidos conforme a la presciencia de Dios”(1 Pedro 1:2); “A quienes conoció, a estos predestinó” (Romanos 8:29).
21. Y “el mismo Señor es Señor de todos y bendice abundantemente a cuantos lo invocan” (Romanos 10:12, NVI) . Pero tú dices, “No; él es tal solamente para aquéllos por quienes Cristo murió. Y estos no son todos, sino unos pocos, a quienes Dios ha escogido del mundo; pues él no murió por todos, sino sólo por aquéllos que fueron “escogidos en él antes de la fundación del mundo” (Efesios 1:4). Claramente contrario a tu interpretación de todas estas escrituras, también, es todo el tenor del Nuevo Testamento, como lo son en particular aquellos textos – “No destruyas con tu comida a aquel por quien Cristo murió” (Romanos 14:15) – una clara prueba de que Cristo murió no sólo por aquéllos que son salvados, sino también por aquéllos que perecen: Él es “el Salvador del mundo” (Juan 4:42). Él es el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). “El mismo es la propiciación por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino por los del mundo entero”(1 Juan 2:2). “Él”, el Dios viviente, “es el Salvador de todos los hombres” (1 Timoteo 4:10). Él “se dio a sí mismo en rescate por todos” (1 Timoteo 2:6). Él probó “la muerte por todos” (Hebreos 2:9).
22. Si preguntas, “¿Por qué entonces no se salvan todos los hombres?” toda la ley y el testimonio contestan. Primero, no a causa de ningún decreto de Dios, ni porque sea su placer que mueran; pues “Vivo yo –declara el Señor Dios – no me complazco en la muerte de nadie” (Ezequiel 18: 3, 32). Cualquiera sea la causa del perecer de ellos, no puede ser la voluntad de Él, si los oráculos de Dios son verdaderos; pues ellos declaran, Él “no quiere que nadie perezca, sino que todos se arrepientan” (2 Pedro 3:9, NVI). “Él desea que todos se salven”. Y ellos, en segundo lugar, declaran cuál es la causa por la cual no todos los hombres son salvados, a saber, que no quieren ser salvados. Así expresamente nuestro Señor, “no queréis venir a mí para que tengáis vida” (Juan 5:40). “El poder del Señor está presente para sanarlos”, pero no quieren ser sanados. “Ellos rechazan el consejo”, el misericordioso consejo, “de Dios contra sí mismos” como lo hicieron sus padres duros de cerviz. Y por tanto están sin excusa; porque Dios los salvaría, pero ellos no quieren. Esta es la condenación: “¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos ... y no quisiste!” (Mateo 23:37).
23. Y como esta doctrina manifiestamente tiende a derribar la entera revelación cristiana, así hace lo mismo, por obvia consecuencia, al hacer que la revelación se contradiga a sí misma. Pues está basada en una interpretación tal de algunos textos que de plano contradice todos los otros textos, y de hecho la extensión y el tenor enteros de la Escritura – una abundante prueba de que no es de Dios. Pero tampoco es esto todo. Pues,
séptimo, es una doctrina llena de blasfemia; de tal blasfemia que debiera temer [siquiera] mencionar, pero que el honor de nuestro Dios de gracia, y la causa de su verdad, no me tolerarán que calle. En la causa de Dios, pues, y por una sincera preocupación por la gloria de su gran nombre, mencionaré unas pocas de las horribles blasfemias contenidas en esta horrible doctrina. Pero primero, debo advertiros a cada uno de vosotros que oís, como que habréis de responder sobre ella en aquel gran día, que no me culpéis (como algunos han hecho) de blasfemia, porque mencione la blasfemia de otros. Y cuanto más os entristezcáis con aquellos que así blasfeman, ved que “confirmáis vuestro amor hacia ellos”, y que el deseo de vuestro corazón, y la oración continua hacia Dios sea “¡Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen!”
24. Esto dicho, obsérvese que esta doctrina representa a nuestro bendito Señor, “Jesucristo el Justo” [1 Juan 2:1], “el unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” [Juan 1:14], como un hipócrita, un engañador de la gente, un hombre carente de vulgar sinceridad. Pues es innegable que él en todas partes habla como si desease que todos los hombres se salven. Por tanto, decir que él no quería que todos los hombres se salvasen, es representarle como un mero hipócrita y simulador. No puede negarse que las palabras de gracia que salieron de su boca están llenas de invitaciones a todos los pecadores. Decir, pues, que él no se proponía salvar a todos los pecadores es representarlo como un burdo engañador de la gente. No puedes negar que él dice, “Venid a mí, todos cuantos estáis trabajados y cargados. Si, entonces, tú dices que él llama a quienes no pueden venir; a quienes él sabe que serán incapaces de venir; a quienes él podría hacer capaces de venir, pero no los hará, ¿cómo es posible describir una mayor falta de sinceridad? Le representas como mofándose de sus indefensas criaturas, al ofrecerles lo que no se propone darles nunca. Le describes como diciendo una cosa, y significando otra; como simulando el amor que no tiene. A él, “en cuya boca no se halló mentira”, lo haces lleno de engaño y privado de común sinceridad – especialmente, entonces, cuando acercándose a la ciudad, lloró sobre ella y dijo: “¡Jerusalén, Jerusalén, la que mata a los profetas y apedrea a los que son enviados a ella! ¡Cuántas veces
quise juntar a tus hijos ...
y no quisiste!” [Mateo 23:37; griego]
êthelêsa ... kai ouk êthelêsasate . Ahora bien, si tú dices, “ellos querían, pero él no quería” , ¡le representas a él (quién lo diría) como llorando lágrimas de cocodrilo; llorando sobre la presa que él mismo había condenado a la destrucción!
25. ¡Esta es un blasfemia tal, que uno creería capaz de hacer zumbar los oídos de un cristiano! Pero hay todavía más; pues así como honra al Hijo, también esta doctrina honra al Padre. Destruye todos sus atributos de un golpe. Subvierte a la vez su justicia, misericordia y verdad; sí, representa al Dios santísimo como peor que el diablo, como a la vez más falso, más cruel y más injusto. Más falso, porque el diablo, mentiroso como es, nunca ha dicho, “El desea que todos los hombres se salven”. Más injusto; porque el diablo no puede, si quisiera, ser culpable de tal injusticia como le adjudicas a Dios, cuando dices que Dios condenó a millones de almas al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles, por continuar en el pecado, el cual, por falta de aquella gracia que él no les dará, no pueden evitar. Y más cruel, porque aquel infeliz espíritu “busca reposo y no lo halla” de modo que su propia miseria inquieta es una especie de tentación para que él tiente a otros. Pero Dios reposa en su alto y santo lugar; de modo que suponerle, por su propia mera iniciativa, de su pura voluntad y placer, que sea feliz al condenar a sus criaturas, sea que lo quieran o no, a interminable miseria, es imputarle una crueldad tal como no podemos imputársela siquiera al gran enemigo de Dios y del hombre. ¡Es representar al altísimo Dios (¡el que tenga oídos para oír, que oiga!) como más cruel, falso e injusto que el diablo!
26. ¡Esta es la blasfemia claramente contenida en el decreto horrible de predestinación! Y aquí planto mi pie. En esto me opongo a todo sostenedor de él. Tú representas a Dios como peor que el diablo; más falso, más cruel, más injusto. Pero dices que lo probarás por la Escritura. ¡Detente! ¿Qué has de probar por la Escritura? ¿Qué Dios es peor que el diablo? No puede ser. Sea lo que sea que la Escritura pruebe, nunca puede probar esto, cualquiera sea el verdadero significado. Este no puede ser su verdadero significado. Preguntas, “¿cuál es, entonces, el verdadero significado?” Si digo, “No lo sé”, no has ganado nada’; pues hay tantas escrituras cuyo verdadero significado ni tú ni yo sabremos hasta que la muerte sea sorbida en victoria. Pero esto sé, mejor sería decir que no tiene sentido, que decir que tiene un sentido tal. No puede significar, cualquiera otra cosa que signifique, que el Dios de verdad es un mentiroso. Que signifique lo que quiera, no puede significar que el Juez de todo el mundo sea injusto. Ninguna Escritura puede significar que Dios no es amor, o que su misericordia no está sobre todas sus obras; esto es, cualquiera otra cosa que pruebe además, ninguna escritura puede probar la predestinación.
27. Esta es la blasfemia por la cual (por más que ame a las personas que la afirman) aborrezco la doctrina de la predestinación, una doctrina sobre el supuesto de la cual, si uno pudiese posiblemente suponerla por un momento (llámala elección, reprobación o lo que desees, pues todo se reduce a lo mismo) uno podría decir a nuestro adversario, el diablo, “Tú, necio, ¿por qué sigues rugiendo por ahí? Tu acecho de las almas es tan innecesario e inútil como nuestra predicación. ¿No has oído que Dios te ha quitado el trabajo de las manos, y que lo hace mucho más eficazmente? Tú, con todas tus principalidades y poderes, puedes solamente asaltar de tal modo que podemos resistirte; ¡pero él puede irresistiblemente destruir tanto cuerpo como alma en el infierno! Tú puedes solamente tentar; pero sus decretos inmutables, de dejar miles de almas en la muerte, les obliga a continuar en pecado, hasta que caigan en perdurables quemaduras. Tú tientas; él nos fuerza a ser condenados, pues no podemos resistir su voluntad. Tú, necio, ¿para qué sigues aún rondando, buscando a quién devorar? ¿No has oído que Dios es el león devorador, el destructor de las almas, el asesino de los hombres?” Moloc solamente hacía que los niños pasaran por el fuego, y aquel fuego pronto se extinguía; o, siendo consumido el cuerpo corruptible, su tormento llegaba a su fin; pero Dios, se te dice, por su decreto eterno, fijado antes de que hubiesen hecho bien o mal, causa que no solamente niños de un palmo, sino los padres también, pasen a través del fuego del infierno, el “fuego que jamás se apaga”, y el cuerpo que es arrojado en él, siendo ahora incorruptible e inmortal, estará siempre consumiéndose sin consumirse jamás, sino que “el humo de su tormento”, porque es el buen placer de Dios, “asciende por siempre jamás”.
28. ¡Oh, cuánto se regocijaría el enemigo de Dios y del hombre de escuchar que las cosas eran así! ¡Cuánto gritaría sin reservas! Cómo elevaría su voz y diría “¡A tus tiendas, oh Israel! ¡Huye del rostro de este Dios, o pereceréis irremediablemente! Pero ¿a dónde huirás? ¿Al cielo? Él está allí. ¿Al infierno? Está allí también. No podéis huir de un tirano omnipresente y todopoderoso. Y sea que huyáis u os quedéis, llamo al cielo, su trono, y a la tierra, su pedestal, a testimoniar contra vosotros, pereceréis, moriréis eternamente. ¡Canta, oh infierno, y regocijaos, vosotros que estáis bajo la tierra! ¡Pues Dios, el mismo poderoso Dios, ha hablado, y dedicado a la muerte a miles de almas, desde donde sale el sol hasta donde se oculta! ¡Aquí, oh muerte, está tu aguijón! Ellos no escaparán, no podrán; pues la boca del Señor lo ha dicho. Aquí, oh sepulcro, está tu victoria. ¡Naciones aún sin nacer, o siquiera antes de que hayan hecho bien o mal son condenadas a no ver nunca la luz de la vida, sino que tú las roerás por siempre y para siempre! ¡Que todas aquellas estrellas de la mañana que cayeron con Lucifer, hijo de la mañana, canten juntas! ¡Que todos los hijos del infierno griten de gozo! Pues se ha emitido el decreto y ¿quién lo deshará?”
29. Sí, se ha sancionado el decreto, y así fue antes de la fundación del mundo. Pero, ¿qué decreto? Este: “Pondré delante de los hijos de los hombres «vida y muerte, bendición y maldición». Y quien elija la vida, vivirá, como el alma que elija la muerte morirá”. Este decreto por el cual “a quienes Dios conoció, los predestinó” era por cierto desde la eternidad; este, por el cual todos quienes permiten que Cristo les vivifique son “elegidos conforme a la presciencia de Dios”, ahora están firmes, tal como la luna, y como los testigos fieles en el cielo; y cuando el cielo y la tierra pasen, esto no pasará, pues es tan inmutable y eterno como lo es el ser de Dios que lo otorgó. Este decreto proporciona el más fuerte aliento para abundar en toda buena obra y en toda santidad; y es un manantial de gozo, de felicidad también, para nuestro grande e interminable contentamiento. Este es digno de Dios; es en toda manera consistente con todas las perfecciones de su naturaleza. Nos da la más noble opinión tanto de su justicia como de su misericordia y verdad. Con esto concuerda la completa amplitud de la Revelación cristiana, como asimismo todas sus partes. De esto Moisés y todos los Profetas dan testimonio, y nuestro bendito Señor y todos sus Apóstoles. Así Moisés, en el nombre de su Señor: “Al cielo y a la tierra pongo hoy como testigos contra vosotros de que he puesto ante ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Escoge, pues, la vida para que vivas, tú y tu descendencia” [Deuteronomio 30:19]. Así Ezequiel (para citar a un profeta por todos): “El alma que peque, esa morirá. El hijo no cargará con la iniquidad del padre, ni el padre cargará con la iniquidad del hijo; la justicia del justo será sobre él y la maldad del impío será sobre él” (18:20.) Así nuestro bendito Señor: “Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba” (Juan 7:37). Así su gran Apóstol, San Pablo: “Dios ... manda a todos en todas partes que se arrepientan” (Hechos17:30), todo hombre en todo lugar, sin excepción ni de lugar ni de persona. Así Santiago: “Si alguno de vosotros se ve falto de sabiduría, que
la pida a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada”(Santiago 1:5). Así San Pedro: “El Señor ... no quiere que nadie perezca sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9, NVI). Y así San Juan: “Y si alguno peca, Abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. Él mismo es la propiciación por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino por
los del mundo entero” (1 Juan 2:1-2).
30. ¡Oh, escuchad esto, vosotros que olvidáis a Dios! ¡No podéis acusarle a él de vuestra muerte! “¿Acaso me complazco yo en la muerte del impío – declara el Señor Dios – y no en que se aparte de sus caminos y viva?” (Ezequiel 18:23). “Arrepentíos y apartaos de todas vuestras transgresiones, para que la iniquidad no os sea piedra de tropiezo. Arrojad de vosotros todas las transgresiones que habéis cometido ... ¿Por qué habéis de morir, casa de Israel?” [Ezequiel 18: 31-32]. “Vivo yo” – declara el Señor Dios – que no me complazco en la muerte del impío, sino en que el impío se aparte de su camino y viva. Volveos, volveos de vuestros malos caminos. ¿Por qué habréis de morir, casa de Israel?” (Ezequiel 33:11).
[Editado por Ken Harris (estudiante del Northwest Nazarene College) con correcciones por George Lyons del Northwest Nazarene College (Nampa, Idaho) para el Centro Wesley para la Teología aplicada].
Traducción al español: Jetonius. Las citas bíblicas en español están en su mayoría tomadas de la Biblia de las Américas; algunas son de la Nueva Versión Internacional (NVI).
http://www.ccel.org/w/wesley/sermons/sermons-html/serm-128.html