La Sustitución Real y la Nueva Creación: Una Visión Teológica Renovada
Introducción
En los últimos cinco siglos, la teología cristiana tradicional ha desarrollado nociones muy definidas sobre la
encarnación de Jesucristo, su naturaleza y su linaje. Sin embargo, la visión que presentaremos a continuación rompe radicalmente con varias de esas ideas recibidas. Se propone una comprensión
bíblica más literal y profunda de la venida de Cristo
"en carne" y de la
nueva creación inaugurada por Él.
En esencia, esta perspectiva sostiene que Jesús vino al mundo mediante un acto directo de Dios, como una
nueva creación de carne viva proveniente del Padre, sin la mediación genética de padre ni madre humanos.
Además, distingue rigurosamente entre la identidad divina de Cristo (el Verbo eterno que es Dios) y su forma humana (semejante a Adán). También replantea la relación de
Hijo con el Padre como algo que comienza en el tiempo, y no como una relación eterna antes de la creación. Por último, esta visión resalta el papel de la muerte y resurrección de Cristo como la ruptura legal con la antigua creación adámica y el fundamento de una humanidad enteramente nueva.
Este
ensayo teológico estructurado examinará punto por punto esta visión, contrastándola brevemente con la doctrina tradicional donde sea útil, y fundamentándola con referencias bíblicas pertinentes.
Nuestro objetivo es brindar claridad conceptual a apologetas y líderes cristianos que buscan profundizar en la verdad bíblica, incluso cuando desafía categorías teológicas establecidas. Procedamos, entonces, a explorar esta propuesta paso a paso, a la luz de las Escrituras.
I. Nacimiento de Jesús:
Milagro Directo de Dios sin Fecundación Humana
La fe cristiana siempre ha confesado que Jesús nació de una virgen, pero normalmente se asume que María aportó su propia
carne o material genético a Jesús. La visión aquí expuesta afirma algo más radical:
Jesús no vino al mundo por fecundación natural ni por "voluntad de carne, ni de sangre, ni de varón" (cf.
Juan 1:13), sino que su cuerpo fue formado directamente por Dios.
En Hebreos 10 5 al 7 podemos leer: Por lo cual, entrando en el mundo dice: Sacrificio y ofrenda no quisiste;
Mas me preparaste cuerpo.
Es decir, la humanidad de Cristo fue un
milagro creativo directo del Padre celestial, análogo a cómo el primer Adán fue formado del polvo por la palabra divina (
Génesis 2:7). Si Dios pudo crear a Adán sin padre ni madre, también pudo enviar a su Hijo al mundo
prescindiendo de intervención genética humana. La ausencia de un padre humano (José) ya implicaba un acto sobrenatural; quitar también la aportación de la madre no supone una dificultad mayor para el poder de Dios.
En esta perspectiva, el embarazo de una mujer virgen se centra mas en una señal del cielo que en una simple concepción humana.
La concepción virginal de Jesús sirve para mostrar que Jesús vino
del cielo y del Padre y no de carne humana existente.
María queda así honrada como el “vientre” que llevó al Salvador, cumpliendo la profecía, pero
la carne de Jesús no deriva de María en cuanto a sustancia. Esto difiere de la enseñanza tradicional, la cual sostiene que Cristo tomó su humanidad de María (lo que le haría descendiente biológico de Adán y de David según la carne). En cambio, aquí se sostiene que la humanidad de Cristo fue
nueva y
no heredada:
"el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo" (1 Corintios 15:47). Así, Jesús es verdaderamente
hombre porque posee carne y sangre reales, pero esa carne humana provino directamente de Dios, evitando la transmisión de la naturaleza caída de Adán.
II. Venir "en Carne" vs. "Encarnación":
Identidad Divina y Forma Humana
Es común hablar de la "encarnación" del Hijo de Dios, pero en esta presentación preferimos no usar este término para evitar malentendidos. La
Biblia afirma claramente que
"el Verbo fue hecho carne y habitó entre nosotros" (Juan 1:14). También declara que
"Jesucristo ha venido en carne" (1 Juan 4:2). Estas expresiones subrayan que el eterno
Verbo de Dios (la Palabra que existía con Dios y es Dios, Juan 1:1)
vino al mundo tomando forma humana verdadera. La distinción clave que hace esta visión es entre la
identidad de Cristo y su
forma. La identidad de Jesús es el Verbo divino, el mismo Dios eterno mientras que su forma es plenamente humana, similar a la del primer Adán antes de la caída.
Por lo tanto, podemos decir que Jesús es
100% Dios en cuanto a su identidad personal, y
100% hombre en cuanto a su naturaleza o forma asumida.
Es decir que
su forma, al venir al mundo, no era divina sino auténticamente humana.
Esto no significa que Jesús dejara de ser Dios en cuanto a su identidad pero su forma era verdaderamente la de un hombre.
La Escritura lo explica así: Jesús,
"siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres" (Filipenses 2:6-7).
Vino del Padre y del cielo al mundo
como hombre, sujeto al hambre, al cansancio y al dolor (Lucas 4:2, Juan 4:6, Isaías 53:3), todas capacidades propias de nuestra humanidad.
La teología clásica de la iglesia también afirma que Cristo tenía dos naturalezas (divina y humana) en una sola persona; la presente visión coincide con eso en esencia, pero utiliza la terminología
identidad vs. forma para recalcar que la
deidad de Cristo reside en quién es Él (el Verbo de Dios), mientras que su
humanidad reside en su forma y esta forma era la de un verdadero hombre.
En otras palabras, la identidad y
gloria divina de Jesús estaba velada en un cuerpo humano auténtico, “en semejanza de carne de pecado” (
Romanos 8:3), aunque sin pecado alguno.
Esta aclaración evita pensar, como a veces hace la piedad popular, que la carne física de Jesús fuera
mística o diferente de la nuestra por ser "divina".
No: su carne era carne real como la de cualquier hombre, susceptible de sufrimiento y muerte. Su divinidad estaba centrada en su identidad al ser quien verdadermente era. En resumen,
Dios (Espíritu) se manifestó en forma humana (Carne) (1 Timoteo 3:16).
Este matiz distingue la identidad de la forma para adorar a Cristo correctamente: reconocemos en Él al Dios verdadero, sin por ello deificar la humanidad que Él tomó.
III. El Santo SER que nació:
Carne Nueva sin la Corrupción de Adán
Debido a que Jesús vino EN CARNE mediante un acto divino directo,
su carne (FORMA/NATURALEZA) no estaba contaminada por el pecado de Adán.
La doctrina tradicional suele explicar la santidad innata de Cristo alegando, por ejemplo, que al no tener padre humano, no heredó la culpa adámica. Otros incluso postulan que María fue preservada del pecado (doctrina de la Inmaculada Concepción en la teología católica) para que la naturaleza humana de Jesús fuera pura.
La visión que presentamos simplifica y lleva más lejos esa idea:
la carne de Jesús es santa porque es nueva como lo fue la del primer hombre Adán. El ángel Gabriel le dijo a María:
"El Espíritu Santo vendrá sobre ti... por lo cual, el Santo Ser que nacerá será llamado Hijo de Dios" (Lucas 1:35). Observemos que el ángel llama a Jesús “Santo Ser” desde su concepción; su santidad es intrínseca, resultado de venir directamente de Dios.
Así, la humanidad de Cristo fue
una nueva creación dentro de la creación vieja.
No traía en sí la
corrupción ni la inclinación al mal que desde Adán se transmite a toda la humanidad (
Romanos 5:12).
Jesús viene a ser un segundo hombre y un
segundo Adán (1 Corintios 15:45), y como el primer Adán comenzó una humanidad libre de pecado.
Cristo comienza una
humanidad sin mancha que puede vencer el pecado.
Es importante destacar que esta perspectiva busca
honrar a Cristo por encima de todo linaje humano. La genealogía bíblica de Jesús en Mateo 1 demuestra su legitimidad mesiánica, pero no debe entenderse como si su carne proviniera genéticamente de esos antepasados. En la tradición común se cree que Jesús es hijo de David y de Abraham genéticamente hablando pero en verdad es hjio de ellos por "LA PROMESA".
Jesús mismo desafió la idea de una filiación meramente carnal cuando preguntó:
"¿Cómo dicen que el Cristo es hijo de David? Pues David dice en el libro de los Salmos: 'Dijo el Señor a mi Señor: siéntate a mi diestra...' Si David le llama 'Señor', ¿cómo entonces es su hijo?" (Lucas 20:41-44).
La respuesta implícita es que el Mesías es
hijo de David en un sentido diferente al de la simple genética – es Señor de David y a la vez su descendiente por designio divino. Por tanto, en esta nueva visión,
no se idolatra la carne ni la ascendencia humana de Cristo, porque su grandeza radica en venir directamente de Dios. Jose y María son honrados por el papel histórico que cumplen, pero la gloria de la
nueva creación pertenece solo a Dios.
Él toma nuestro lugar no solo en la cruz, sino incluso en el mismo hecho de ser hombre: aparece como un segundo inicio de la raza, para ser la cabeza de una nueva humanidad. Esta comprensión profundiza la idea de que Jesús es
el Cordero sin mancha (1 Pedro 1:19), no tocado por la contaminación adámica, apto para quitar el pecado del mundo (Juan 1:29).
IV. El Verbo Eterno Hecho Hijo en el Tiempo
Otro punto de esta visión es la manera de concebir la
filiación de Cristo respecto al Padre.
Tradicionalmente se enseña que Cristo es Hijo de Dios desde la eternidad, es decir, que desde antes de la creación ya existía una relación Padre-Hijo en la Deidad (lo que los credos llaman "Hijo eternamente engendrado del Padre").
En cambio, aquí se propone que antes del
nacimiento de Jesús, lo que existía desde la eternidad era el
Verbo (o Palabra de Dios) que era Dios mismo (
Juan 1:1). Este Verbo eterno "estaba con Dios" como Dios, pero
aún no era "Hijo" en el sentido pleno de una relación Padre-Hijo.
La Escritura señala un momento concreto para la generación filial:
"Mi Hijo eres tú; yo te he engendrado hoy" (Salmo 2:7). Ese “hoy” profético tuvo cumplimiento cuando el Verbo fue hecho carne y Dios declaró desde el cielo:
"Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia" (Mateo 3:17, en el bautismo de Jesús).
En otras palabras,
“Hijo de Dios” es un título relacional que se aplicó al Verbo de Dios cuando vino al mundo en carne como Jesús.
El ángel anunció a María que el niño sería llamado Hijo de Dios precisamente por su origen milagroso (Lucas 1:35, citado arriba).
Antes de venir al mundo en carne el Verbo no era Hijo sino Dios. No se le llamó Hijo hasta
ser enviado al mundo (
Gálatas 4:4: "Dios envió a su Hijo, nacido de mujer...").
Es importante aclarar que esta postura
no niega la divinidad ni la preexistencia de Cristo. Al contrario, afirma que Jesús es Dios el Verbo preexistente. Lo que se está replanteando es la terminología de
“Hijo”. Entender al Hijo como una
relación iniciada en el tiempo resalta el amor del Padre, quien “engendra” a Jesús en la historia para revelarse a la humanidad. También evita la confusión de imaginar a dos Dioses (Padre e Hijo) existiendo eternamente como una especie de familia separada; más bien, hay un solo Dios cuya Palabra interna fue dada al mundo, y al darla, Dios asumió la relación de Padre e Hijo por nuestra causa y comprensión. En la tradición cristiana hubo debate sobre este punto – algunos teólogos han hablado de la “generación eterna” del Hijo, mientras otros (aunque minoritarios) han sostenido la
filiación encarnacional. La visión aquí expuesta se alinea con esta última, afirmando que
el Verbo eterno se convirtió en el Hijo de Dios al venir en carne.
Esta comprensión bíblica tiene respaldo implícito en la manera en que el Nuevo Testamento presenta a Cristo. Jesús frecuentemente se refiere a Dios como “el Padre” y a sí mismo como “el Hijo” en el contexto de su misión terrenal:
"Como me envió el Padre, así os envío yo" (Juan 20:21).
"El Padre mayor es que yo" (Juan 14:28) dijo, refiriéndose a él en su condición humana de Hijo obediente. Es decir, la relación de Padre e Hijo está íntimamente ligada a la misión redentora en la historia, más que a una necesidad eterna dentro de la Deidad.
En términos relacionales absolutos, desde la eternidad Dios (Padre) y el Verbo eran uno; en términos redentivos, desde su entrada al mundo, el Hijo es enviado por el Padre.
Por tanto,
“Hijo” describe el papel de Cristo en la revelación y salvación, sin dejar de reconocer que en su ser eterno Él es Dios mismo.
V. Descendencia por LA PROMESA:
Hijos de Abraham aún de las Piedras
La pregunta que surge al afirmar que Jesús no tuvo ascendencia humana genética es: ¿cómo cumple entonces las promesas de Dios a Abraham y a David sobre una descendencia?
Aquí es donde entra el concepto bíblico de
descendencia por promesa en lugar de descendencia por carne.
Dios siempre ha mostrado que puede levantar para sí hijos y descendientes de maneras soberanas, no limitadas a la genética humana. Juan el Bautista reprendió a los fariseos diciéndoles:
"No penséis decir dentro de vosotros: ‘A Abraham tenemos por padre’; porque os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras" (Mateo 3:9).
Esta declaración poderosa indica que el ser
hijo de Abraham es, en última instancia, obra de Dios y de su promesa, no un derecho de sangre.
De hecho, la historia de la familia de Abraham ejemplifica este principio.
Abraham tuvo un hijo según la carne (Ismael) mediante sus propios esfuerzos, pero Dios rechazó a Ismael como heredero del pacto, insistiendo en dar a Abraham un hijo
por promesa (Isaac) en su vejez milagrosa (Génesis 17:15-19, 18:10-14).
El apóstol Pablo reflexiona sobre esto diciendo:
"No los que son hijos según la carne son los hijos de Dios, sino que los que son hijos según la promesa son contados como descendientes" (Romanos 9:8).
Isaac fue un hijo concedido por la intervención directa de Dios, contra toda probabilidad natural, y por eso fue el portador de la promesa mesiánica.
Así, desde los patriarcas Dios estaba enseñando que
Su plan redentor no depende de la genética humana, sino de Su elección y poder.
Jesucristo, siendo el cumplimiento máximo de la promesa a Abraham y David, encaja en este patrón divino de manera extraordinaria.
Según esta visión, Jesús es literalmente un
hijo "naturalmente" engendrado por Dios: una nueva creación humana llevada adelante por el mismo Verbo hecho carne.
Él es
hijo de David no porque lleve genes de David, sino porque nace de María quien era la esposa legal de José quien a su vez era de la casa de David y de su linaje. Así Dios hizo surgir de la casa de David un Salvador (como prometió en 2 Samuel 7:12-14) por obra del Espíritu Santo. Jesús es hijo de David y de Abraham
por ser el cumplimiento de las promesas hechas a ellos: en Él todas las naciones serían benditas (Génesis 22:18, Gálatas 3:16) y Él se sentaría en el trono de David para siempre (Lucas 1:32-33). Todo esto sin necesidad de transmisión sanguínea.
En comparación, la teología tradicional nunca niega el papel de la promesa, pero suele combinarla con la idea de que Dios providencialmente
usó la línea genética (por ejemplo, preservando la descendencia de David hasta María). La diferencia aquí es sutil pero importante: vemos la
promesa divina actuando con tal supremacía que la genética se vuelve irrelevante. Dios había mostrado con Isaac un “punto de quiebre” en la genealogía natural – señalando que Él puede iniciar líneas nuevas. Con Cristo, Dios lleva esto a su culmen: inicia la línea final, la de la
nueva humanidad, sin depender de la sangre de Adán. Así, la gloria de Cristo como cabeza de la nueva creación no la comparte con la carne humana anterior; todo es obra de Dios (2 Corintios 5:18). Y paradójicamente, esto abre la puerta para que
todos – judíos y gentiles – puedan ser contados como hijos de Abraham por la fe, porque si Dios hizo a Cristo sin dependencia de “sangre, carne o varón”, también nosotros nacemos de nuevo
"no de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios" (Juan 1:13, que aplicado a los creyentes refleja el modelo establecido primero en Cristo). En suma, la descendencia que importa a Dios es la que Él mismo genera por su Palabra y Espíritu, no la nacida de la carne.
VI. Muerte y Resurrección:
Ruptura Legal con la Antigua Creación y Fundación de la Nueva
El clímax de esta visión teológica se encuentra en la obra de la
cruz y la resurrección de Cristo.
Si Jesús entró al mundo como una nueva creación sin la contaminación de Adán, ¿cómo redime entonces a los hijos de Adán?
La respuesta está en la
sustitución real y en el principio legal de la muerte como fin de un régimen.
La Biblia enseña que la muerte rompe los vínculos legales: por ejemplo,
"la mujer casada está unida por la ley a su marido mientras él vive, pero si el marido muere, ella queda libre de la ley del marido" (Romanos 7:2). Pablo aplica este principio a los creyentes diciendo:
"Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, de Aquel que resucitó de los muertos" (Romanos 7:4). En otras palabras, mediante la muerte de Cristo, Dios dio por concluida la responsabilidad legal de la humanidad vieja, permitiendo el nacimiento de una
nueva relación jurídica bajo Cristo resucitado.
Jesús, al morir en la cruz, cargó con el pecado de la vieja humanidad (2 Corintios 5:21, 1 Pedro 2:24). Aunque Él mismo no pertenecía a la estirpe caída por naturaleza, asumió representativamente nuestra condena como si fuera uno de nosotros. De este modo,
cumplió la ley en nuestro lugar: la ley demandaba muerte por el pecado (Romanos 6:23), y Cristo murió sin haber pecado, satisfaciendo completamente la justicia divina. Al morir,
"consumado es" (Juan 19:30), quedó
cancelada la deuda de la antigua creación pecadora (Colosenses 2:14). Pero Dios no terminó su plan en la cancelación; el propósito era dar paso a algo nuevo.
Por eso,
"Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, para que así también nosotros andemos en vida nueva" (Romanos 6:4).
La
resurrección de Jesús no fue simplemente revivir el viejo cuerpo, sino el acto inaugural de la
nueva creación. Él es llamado
"el primogénito de entre los muertos" (Colosenses 1:18) y
"las primicias de los que durmieron" (1 Corintios 15:20), lo que significa que en su resurrección comienza una
nueva humanidad inmortal a la cual otros se unirán por la fe.
De esta manera, Dios estableció una ruptura total con la antigua creación de Adán sin violar Su propia ley.
La ley fue cumplida: se pagó el precio del pecado en la muerte de Cristo. Una vez cumplida, la antigua orden quedó satisfecha y concluida, permitiendo a Dios obrar algo totalmente nuevo en toda JUSTICIA.
Es como si la sentencia contra la humanidad vieja se ejecutó en la cruz, y al mismo tiempo, en la tumba vacía amaneció la humanidad nueva en Cristo.
Por eso Pablo proclama:
"Si alguno está en Cristo, nueva creación es; las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas" (2 Corintios 5:17).
En la tradición cristiana, siempre se ha hablado de "morir y resucitar con Cristo" en sentido espiritual para vivir una vida nueva (Romanos 6:5-6, Gálatas 2:20).
La particularidad de la visión presente es enfatizar que esa novedad no es meramente moral o mística, sino
ontológica y legal: en Cristo verdaderamente empezó una
nueva raza humana ante Dios.
Jesús, al resucitar, posee un cuerpo glorificado, inmortal, primer modelo de la creación venidera (Filipenses 3:21). Él es el
último Adán en el sentido de cabeza final:
"el primer hombre Adán fue hecho alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante" (1 Corintios 15:45).
Ahora Cristo puede comunicar vida nueva a todos los que se unen a Él por la fe, porque Él abrió el camino saliendo de la tumba.
Así, la sustitución es completa: Jesús no solo vivió sin pecado donde nosotros pecamos, no solo murió la muerte que merecíamos, sino que
resucitó introduciéndonos en un orden nuevo que antes no existía.
Esta es la consumación de la
sustitución real: la humanidad vieja ha sido sustituida por la nueva humanidad en Cristo, legalmente ante Dios.
Conclusión
Hemos recorrido una visión teológica que reinterpreta la venida y la obra de Jesucristo bajo la luz de la
sustitución real y la
nueva creación, desafiando conceptos asentados en los últimos 500 años de tradición.
En resumen, esta perspectiva sostiene que Jesús vino al mundo de forma única: su humanidad fue formada directamente por el Padre, sin aportes de varón ni de mujer en cuanto a sustancia genética. Esto hizo de Él un
nuevo Adán, libre de la mancha de pecado original, apto para ser el perfecto representante de una humanidad restaurada EN su nueva humanidad.
En su persona distinguimos su identidad divina (el Verbo eterno que es Dios) y su forma humana verdadera en su concepción y glorificada en su resurrección.
Jesús es Dios manifestado en carne, pero sin mezclar ni confundir SU IDENTIDAD con SU FORMA.
La relación de
Hijo de Dios la entendemos como parte del plan revelatorio y salvífico de Dios, surgida desde su venida en carne, más que como una relación eterna anterior a la creación.
Vemos en la Biblia que Dios puede cumplir sus promesas
soberanamente, dando hijos por promesa más que por carne, lo cual culmina en Cristo: el Hijo levantado de Abraham y David por milagro divino, no por descendencia ordinaria. Finalmente, entendemos la cruz y la tumba vacía como el
pivote legal cósmico: en la muerte de Cristo se cerró el capítulo de la vieja creación bajo el juicio de la ley, y en su resurrección nació la nueva humanidad justificada y viviente para Dios.
Para apologetas y líderes cristianos, esta visión ofrece una comprensión quizá más profunda de la verdad bíblica en cuanto realza la iniciativa absoluta de Dios en la salvación. No deja lugar a gloriarse en privilegios humanos (ni linajes, ni méritos), sino únicamente en Cristo y su gracia creadora.
También puede ayudar a responder preguntas difíciles: ¿Cómo podía Jesús ser sin pecado? ¿Qué significa que sea el nuevo Adán? ¿Cómo se relacionan la justicia de Dios y la nueva vida que poseemos? La respuesta coherente aquí es: todo se entiende al ver a Cristo como
sustituto total – en su nacimiento, en su vida justa, en su muerte expiatoria y en su resurrección vivificante.
Cada etapa reemplaza algo nuestro: Él trae un cuerpo nuevo en lugar de nuestra carne caída, una obediencia perfecta en lugar de nuestro pecado, su muerte en lugar de nuestra condena, y su vida resucitada en lugar de nuestra muerte.
Si bien esta perspectiva se aparta de formulaciones tradicionales, busca mantener la fidelidad a las Escrituras y exaltar más plenamente a Jesucristo como
origen y fin de la nueva creación.
Al fin y al cabo,
"de Él, por Él y para Él son todas las cosas" (Romanos 11:36). Que toda la gloria sea para Dios, quien en Cristo hizo
nuevas todas las cosas, inaugurando un mundo nuevo al cual somos invitados mediante la fe.
Como líderes y estudiantes de la Palabra, estamos llamados a "examinarlo todo y retener lo bueno" (1 Tesalonicenses 5:21).
Esperamos que esta exposición estructurada inspire a profundizar en la Escritura, a reconsiderar conceptos heredados a la luz de la verdad bíblica, y a amar y proclamar a Cristo con mayor entendimiento y reverencia, reconociéndolo verdaderamente como el
Autor de una nueva humanidad y el
Señor de la creación renovada. Amen.