Entregados a esta pasión, arrastrados por este demonio, nos precipitamos al vacío. Aplasta la voluntad del alma, envilece, hunde en la desesperanza.
Quien entregado a esta pasión aún no lo ha conocido, lo conocerá, y quien crea conocerlo no lo conoce del todo, así que haga lo que sabe debe hacer, y en la caída busquemos la humildad y despreciemos el consentimiento del pecado.
Comparto esto que me paso un miembro del foro:
… con el fuego del espíritu, venció al de la carne.
… no debe pensar que lo logrará con su propio esfuerzo (nadie vence su propia naturaleza). Sólo con la ayuda de Él lo logrará, pues es sabido que lo débil es vencido por lo más fuerte.
El que rechaza este vicio con la oración, se asemeja al que combate contra un león; aquel que lo domina con el arrepentimiento, se parece al que aún persigue a su enemigo…
… pero el que pelea con humildad, mortificando su ira y deseando los bienes celestiales, se asemeja al que mata a su enemigo y lo entierra bajo la arena. Por arena entiendo la humildad, que vence de tal forma que no da lugar a vanagloriarse después de la victoria, pues demuestra al hombre que es polvo y ceniza.
No te fíes de ti mismo antes de haber comparecido ante Cristo.
No confíes en que la virtud de tu ayuno pueda impedir tu caída, porque tampoco comía el que fue precipitado del cielo a los abismos.
Vi algunos que cayeron vencidos más por la pasión que por voluntad (aunque no pudo faltar voluntad si hubo culpa). Vi otros que voluntariamente querían caer — para mí más miserables que los que caen cada día — , y que habían llegado a tal estado que no querían desprenderse del vicio.
Miserable es el que cae, pero lo es más el que causa la caída de otro, porque éste lleva su carga y la ajena.
Presume en vano el que dice que por sí mismo vence su carne, pues si el Señor no destruye la morada de la carne y edifica la del espíritu, en vano se ayuna y en vano se vela.
Los lujuriosos sienten perpetuo apetito de gozos corporales. Así me lo confió un hombre, el cual había experimentado tanto la sensación de amor por los cuerpos como ese espíritu impúdico que se instala de manera manifiesta en el corazón haciéndole padecer dolor y tormento. También logra que el hombre no tema a Dios, que desprecie la evocación de los tormentos eternos y que aborrezca la oración, privándole así del uso de la razón por la fuerza de la concupiscencia. Y si Dios no disminuyera la fuerza y abreviara los días de este demonio, no lograrán escapar de él los humanos.
Debemos suplicar a nuestro Señor que nos libre de caer por este despeñadero, ya que aquellos que por él cayeron están muy lejos del borde, y los que desean ascender pasan por muchos dolores, aflicciones y trabajos, hambre y sed.
Es a esta carne, que es nuestra y que no lo es, que es nuestra amiga y nuestra enemiga, a la que San Pablo llamó muerte: "¡Desventurado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?." Otro teólogo la llamó "viciosa," "esclava" y "oscura como la noche." ¿Cuál es la razón de estos apelativos?
Ya que si la carne es una muerte ¿por qué se dice "el que venciera la carne no morirá?."
Yo ruego sobre todo reflexionar: ¿quién es más grande?, ¿el que muere y resucita o el que nunca ha muerto del todo? Los que proclaman al segundo olvidan que Cristo murió y resucitó. Mas los que tienen por bienaventurados al primero no consideran la desesperación de los que han caído.
El espíritu de la fornicación nos pinta a Dios como nuestro amigo, el cual perdona fácilmente esta pasión por ser natural a los hombres. Pero, si prestamos atención, veremos que estos mismos demonios, una vez cometido el pecado, nos presentan a Dios como juez justo e inexorable. Así, antes del pecado, nos muestran su clemencia para incitarnos a pecar, y después del pecado, su inviolable justicia para desesperarnos; luego nos encontramos por largo tiempo tan sumergidos en la desesperación y la tristeza, que no podemos reprocharnos nuestra falta ni hacer penitencia. Y apenas mueren esa desesperación y esa tristeza, ya vuelven esos tiranos a proclamar la clemencia divina a fin de volver a derribarnos.
He visto al orgullo conducir a la humildad, y recordé al que dijo: "¿Quién conoce los pensamientos del Señor?" La soberbia es fruto del orgullo y nos conduce al abismo. Pero esa misma caída ha servido, a quienes quisieron aprovecharla, como oración y motivo de humildad.
"Todos los pecados que comete el hombre son exteriores a su cuerpo, pero aquel que se deja llevar por la lujuria peca contra su propio cuerpo," dice el Apóstol.
Cuando los hombres cometen otros pecados decimos que fueron engañados, mas cuando pecan en éste decimos que cayeron. Ello se debe a que este vicio ahoga la dignidad esencial del hombre y lo transforma en una bestia por la fuerza del placer, que lo emborracha y empapa sus sentidos derribándolo del trono de la dignidad racional, haciéndolo caer en la bajeza de la naturaleza bestial.
Que el pensamiento de la muerte se acueste siempre contigo y te despierte la oración que nos enseñó Jesús. No hallarás ayuda más eficaz que ésta para el tiempo del sueño.
Que nadie recuerde durante el día los sueños que tuvo por la noche, porque es así como pretenden vencernos los demonios mientras estamos despiertos.
Oigamos otra astucia de nuestros enemigos. Así como algunos alimentos nos hacen daño inmediatamente y otro tiempo después, así ocurre con las causas con que el demonio pretende derribar nuestro espíritu. He visto hombres que comiendo regaladamente no eran tentados, y otros que tratando con mujeres no eran acometidos por malos pensamientos. Pero que luego, en la soledad de su celda, confiados en esa paz y seguridad, caían solos en el despeñadero. Sólo el que lo ha experimentado lo puede saber.
Algunos, como ya dijimos, son tentados en lugares apartados. Cosa que no nos debe maravillar, porque allí moran mejor los demonios que fueron desterrados, para nuestro bienestar, a los desiertos y abismos por mandato del Señor.
El demonio de la lujuria le hace la guerra al solitario para impulsarlo a retornar al mundo con el pretexto de no encontrar seguridad en su retiro. Y, por el contrario, se aparta de nosotros cuando vivimos en el mundo para que, confiados, continuemos viviendo en él.
Debemos siempre luchar contra nuestro enemigo, pues si no lo combatimos se comportará como amigo nuestro.
Ocurre que a veces no sentimos las tentaciones por estar tan habituados a los males o (como dijo un santo varón) porque nuestros pensamientos ya se han hecho demonios. Otras veces los demonios se van y nos dejan para dar cabida a la soberbia que toma el lugar de todos los otros.
Evitemos con toda diligencia no mirar el fruto que no queremos gustar. No pretendemos ser más fuertes que el profeta David, quien tan feamente cayó.
Cuando nos despertamos bien dispuestos y en paz es porque los santos ángeles nos han consolado secretamente, y esto lo hacen cuando el sueño nos llega en pleno recogimiento y oración. Mas si nos despertamos mal dispuestos es como resultado de sueños e imágenes malas.
La tentación es una imagen que se presenta en nuestro corazón y pasa pronto.
La tardanza es el detenerse a mirar esa imagen, con o sin pasión.
El consentimiento es inclinar nuestro espíritu hacia esa imagen con cierto deleite.
Luchar es el combate que provoca el hombre por su virtud y en el cual, por propia voluntad, vence o es vencido.
Cautiverio es cuando nuestro corazón se deja llevar por la pasión, destruyendo el buen estado del alma.
Dicen que la pasión propiamente dicha es el mal que después de un tiempo se asienta en nuestro espíritu y que por fuerza de la costumbre se transforma en hábito.
El que corta de raíz el primer movimiento, de golpe cortará los otros.
… porque celebrando el verse librados de pensamientos impuros, se inclinan hacia otra pasión: el orgullo.
Así lo testimoniarán los que se recogieran en la soledad, ya que si allí hicieran examen de conciencia hallarían este pensamiento escondido en lo más secreto de su corazón, que, como serpiente en un albañal, les había dado a entender que habían alcanzado esa virtud.
Y no recuerdan los orgullosos las palabras del Apóstol: "¿Qué tienes tú que no hayas recibido por gracia de Dios, por Su mano, por la oración y la ayuda de otros?"
Que se examinen y trabajen diligentemente a fin de desterrar aquella serpiente de los escondrijos de su corazón…
Este mal espíritu acostumbra aguardar la ocasión propicia para acometernos.
Si es posible, recógete en lugar secreto y eleva los ojos interiores de tu alma, y si no puedes, por lo menos levanta tus ojos al cielo y extiende en cruz tus brazos, para que con tu modo de orar desbarates el poder de Amalee y lo confundas. Llama a gritos al que te puede salvar, no con palabras elocuentes y sabias, sino con una simple y humilde oración. Para comenzar di: "Apiádate de mí. Señor, porque estoy enfermo." Entonces conocerás por experiencia propia el poder del Altísimo y con el socorro invisible del Señor perseguirás invisiblemente a los invisibles enemigos. Quien de este modo pelea, podrá perseguir y poner en fuga a sus enemigos. Esta forma de rápida victoria le es otorgada, y con razón, a los fieles obreros de Dios.
Todos los demonios se esfuerzan por oscurecer nuestra inteligencia a fin de poder sugerirnos lo que pretenden, ya que si el espíritu no cierra los ojos, nuestro tesoro no podrá ser robado. Pero el espíritu de la fornicación es el que más fuerza tiene para lograr esta ceguera. Cuando lo logra, induce al hombre a cometer locuras, y éste, al volver en sí, se avergüenza de sus actos, palabras y gestos, atónito al notar la gran ceguera en que cayó.
Arroja de ti al enemigo que después de pecar te impide obrar bien, orar y velar, acordándote del que dijo: "A causa de los pesares que me causa este espíritu tiranizado por su disposición al mal, lo vengaré en sus enemigos.
¿Quién venció su cuerpo? El que quebrantó su corazón. ¿Quién quebró su corazón? El que se negó a sí mismo. Porque ¿cómo no ha de quedar despedazado y deshecho el que a su propia voluntad ha matado?
¿De qué manera podría prender a este amigo mío, que es mi cuerpo para examinarlo y juzgarlo? No lo sé. Porque si lo ato, se suelta. Antes de juzgarlo, me reconcilio con él. Antes de castigarlo, pienso en su salud. Así ¿cómo ataré al que naturalmente amo? ¿Cómo me libraré del que de por vida estoy atado? ¿Cómo destruiré al que me resisto a destruir? ¿Cómo haré casta e incorrupta una naturaleza corruptible? ¿Cómo razonaré con aquel que no sabe de razones, pues tanto se asemeja a las bestias?
Si lo encadeno con el ayuno, paso a juzgar a mi prójimo y de nuevo lo libero. Y si, no juzgando logro vencer, se levanta en mí la soberbia. Él es mi aliado y mi enemigo, colaborador y adversario, defensor y traidor. Si lo complazco, me combate; si lo aflijo, me debilita, si le doy descanso se envanece y no quiere sufrir después castigos; si lo entristezco demasiado, me pongo en peligro; si lo hiero me quedo sin instrumento para alcanzar la virtud.
¿Quién puede, pues, entender este secreto que está dentro mío? ¿Quién sabrá la causa de armonía tan extraña, que hace que yo mismo me sea amigo y enemigo?
Dime pues, compañera mía, naturaleza mía, dime cómo librarme de ti. ¿Cómo huir de ti, natural peligro, si tengo prometido a Cristo tomar armas contra ti? ¿Cómo venceré tu tiranía?
Y ella quizás me respondiera: "Voy a decirte lo que ya ambos sabemos. Mi padre es el amor natural que tiene la carne, mi hermana es la sensualidad. Tengo un ama que me obsequia, la gula (porque sin ella no hay placer corporal). Yo concibo maldades y luego doy a luz caídas y miserias que son las causantes de la desesperación.
Si con todo esto llegas a lo profundo de tu miseria y de la mía, sabrás que humillándote me atarás las manos; que si abatieras a la gula me atarías los pies, que si pusieras tu cerviz bajo la obediencia, quedarías casi libre de mí, y que si poseyeras la virtud de la humildad, me cortarías la cabeza.
Las bendiciones de Dios estén con tod@s.