Hermana Ester, y si que te entiendo, con el mismo "proceso" que tu me entiendes a mí. No hay otra forma de "entender", el entendimiento es la razón de las cosas, si no hay nada que entender las cosas desaparecen como "cosas" que se "ven"; su naturaleza "temporal" las hace "visibles".
Lo que no se puede ver, y por tanto "entender" Eso, es Eterno.
Ahora bien, hay un "sentir" que no es de la naturaleza del "conocimiento", que no se puede "aprehender" como los sentidos a los "objetos" tanto burdos como sutiles, a estos ultimos; como tu le dices a Ricardo los aprende la mente en forma de recuerdo (catálogo archivo); esta clase de aprendizaje generalmente obstaculiza la inte-ligencia, aunque a "ello" se le llame con ese nombre.
Gregorio el Sinaíta escribe:
Acróstico sobre los mandamientos
La ciencia de la verdad es, esencialmente, el sentimiento de la gracia.
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Santuario verdadero, anticipo de la condición futura, tal es el corazón sin pensamientos, movido por el Espíritu. Allí todo se celebra y se expresa pneumáticamente. Aquel que no ha obtenido ese estado puede ser, por sus otras virtudes, una piedra calificada para la edificación del templo de Dios, pero no es el templo del Espíritu ni su pontífice.
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Por encima de los mandamientos, existe el mandamiento que involucra a todos: «Acuérdate del Señor tu Dios en todo tiempo» (Dt. 8, 18). Es con respecto a esto que los otros son violados y es por él que se los cumple. El olvido, en el origen, destruyó el recuerdo de Dios, oscureció los mandamientos y mostró la desnudez del hombre.
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Existen esencialmente dos amores extáticos en el Espíritu: el amor del corazón y el amor del éxtasis. El primero corresponde a la iluminación; el segundo a la caridad. Tanto uno como el otro sustraen de las sensaciones al espíritu que movilizan. El amor divino es esta embriaguez espiritual -lo más elevado en la naturaleza- que suprime el sentimiento de cualquier relación con el mundo exterior.
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El principio y la causa de los pensamientos es, después de la transgresión, el estallido de la memoria que, al transformarse en compuesta y diversa, de simple y homogénea que era, pierde el recuerdo de Dios y corrompe sus poderes.
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El remedio para liberar esta memoria primordial de la memoria perniciosa y malvada de los pensamientos es el retorno a la simplicidad original. El instrumento del pecado -la desobediencia- no solamente ha falseado las relaciones de la memoria simple con el bien, sino que ha corrompido sus potencias y debilitando su atracción natural por la virtud. El gran remedio de la memoria es el recuerdo perseverante e inmóvil de Dios en la oración.
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