Sobre éste misma cuestión un Amigo testifica de su propia experiencia:
En la medida que esperaba que Dios incrementara mi capacidad de ministrar, así experimentaba un considerable crecimiento y ensanchamiento, y en el fiel cumplimiento de mi deber, una gran paz y consuelo celestial fluían a mi alma como una plácida y refrescante corriente. También descubrí que este era el medio de unirme aún más con los Amigos, en una dulce y cómoda cercanía, la cual nunca antes había sentido tan amplia y vívidamente.
Muchos jóvenes de buenas intenciones y algunos otros de poca experiencia parecían admirar mi don, y algunas veces hablaban muy bien de él, aunque no siempre se abstenían de hacerlo fuera del alcance de mi oído. ¡Oh, cuán peligroso es esto si los ministros lo disfrutan! Puede ser justamente comparado con un veneno que en poco tiempo, destruirá la vida pura e inocente. Mi juicio estaba en contra, pero encontré algo en mí que parecía estar más inclinado a escucharlo, aunque no con total aprobación. Eso mismo en mí quería saber qué pensaban de mí tales y cuales personas (aquellas que eran de mayor estima por experiencia y sabiduría). A veces me imaginaba que me miraban con desconfianza, lo cual me desanimaba. Pero vi que todo esto, siendo que provenía de la raíz del yo, debía ser juzgado, y supe que debía morir en la cruz antes de que yo estuviera en condiciones de ser confiable con alguna medida del tesoro del evangelio.
Yo también me empecé a deleitar mucho en mi don, y si la divina Bondad en Su misericordia no lo hubiera evitado mediante un bautismo (Nota: Él usa la palabra bautismo de manera figurativa, hablando de ser sumergido en ardientes experiencias, pruebas y juicios por medios de los cuales el Señor ‘limpiará Su era’ completamente.) profundo y angustiante, le habría abierto una puerta al orgullo espiritual, el peor tipo de orgullo, y habría entrado por ella para mi ruina. Tengo razones para pensar que los Amigos experimentados, al observar mi gran crecimiento y ensanchamiento de ramas en la parte alta, temieron mi caída en caso de tormenta. Sin embargo, en medio de mi vanidosa carrera, le plació al Señor quitarme por un tiempo el don del ministerio, junto con todo consuelo palpable de Su Espíritu, de modo que quedé (según yo) en total oscuridad, es decir, en la región y sombra de muerte. En este abatido estado mental fui gravemente acosado y tentado por el falso profeta, el que se transforma, para que mantuviera mi crédito en el ministerio al continuar con mis servicios públicos. Bien podría decirse que él “hace descender fuego del cielo a la tierra delante de los hombres, y engaña a los moradores de la tierra”; pues así descubrí que es. ¡Oh, es difícil imaginar cuán cercana es la semejanza que el enemigo puede lograr de las cosas de Dios, o cuán exacta la imitación que puede hacer de las mismas! De hecho, por el estado mental en el que me encontraba entonces, en algunos momentos estuve dispuesto a decir: “¡Ah, veo y siento que el fuego del Señor desciende para preparar mi ofrenda!” Y cuando estaba casi listo a rendirme ante esta insinuación y hablar en el nombre de Dios, un piadoso temor se apoderaba de mi mente y sentía el deseo de probar mi ofrenda de nuevo. Por este medio fue descubierto el fuerte engaño en el que estaba, el fuego falso fue rechazado y mi alma fue sumergida en una ansiedad más profunda de la que había antes.
John Griffith