Isaías anunció:
«¡Qué mal te va a ir, Asiria!
¡Tú eres el destructor de mi pueblo!
Cuando acabes de destruirlo,
también tú serás destruido;
cuando acabes de traicionarlo,
también tú serás traicionado».
[...]
Dios dice:
«Ahora mismo voy a actuar
y demostraré mi poder.
Todos los planes de Asiria
son pura paja y basura;
pero mi soplo es un fuego
que los quemará por completo.
Sus ejércitos arderán
como espinas en el fuego,
y quedarán reducidos a cenizas.
Ustedes, los que están lejos,
miren lo que hice; y ustedes,
los que están cerca,
reconozcan mi poder.
»En Jerusalén los pecadores tiemblan,
los malvados se llenan de miedo y gritan:
“No podremos sobrevivir
al fuego destructor de Dios;
¡ese fuego no se apaga
y no quedaremos con vida!”»
Isaías dijo:
«Solo vivirá segura
la gente que es honesta
y siempre dice la verdad,
la que no se enriquece
a costa de los demás,
la que no acepta regalos
a cambio de hacer favores,
la que no se presta
a cometer un crimen,
¡la que ni siquiera se fija en la maldad
que otros cometen!
Esa gente tendrá como refugio
una fortaleza hecha de rocas;
siempre tendrá pan,
y jamás le faltará agua».
[...]
»Las naves de Asiria
tienen flojas las cuerdas,
su mástil tambalea
y no sostiene su bandera.
Sus enemigos, y hasta los cojos,
les quitan todas sus riquezas.
Pero Dios perdonará los pecados
de los habitantes de Jerusalén.
Ninguno de ellos volverá a decir:
“Siento que me muero”».