Al volver, me sorprendió ver muchos árboles
que crecían a ambos lados del río.
Entonces me dijo:
«Este río fluye hacia el oriente,
atraviesa el desierto
y desemboca en el valle del mar Muerto.
Esta corriente hará que las aguas saladas
del mar Muerto se vuelvan puras y dulces.
Vivirán cantidad de criaturas vivientes
por donde llegue el agua de este río.
Abundarán los peces en el mar Muerto,
pues sus aguas se volverán dulces.
Florecerá la vida a donde llegue esta agua.
Habrá pescadores a lo largo
de las costas del mar Muerto.
Desde En-gadi hasta En-eglaim,
toda la costa estará cubierta
de redes secándose al sol.
El mar Muerto se llenará
de toda clase de peces,
igual que en el Mediterráneo.
No obstante, los pantanos
y las ciénagas no se purificarán;
quedarán salados.
A ambas orillas del río crecerá
toda clase de árboles frutales.
Sus hojas nunca se marchitarán ni caerán
y sus ramas siempre tendrán fruto.
Cada mes darán una nueva cosecha,
pues se riegan con el agua
del río que fluye del templo.
Los frutos servirán para comer,
y las hojas se usarán para sanar».
Ezequiel 47:7-12 NTV