La voluntad de Dios dada a conocer a Adán y a su esposa era ante todo positiva, pues enumeraba cosas que tenían que hacer. (Gé 1:26-29; 2:15.) Adán recibió un solo mandato prohibitorio: no comer (ni siquiera tocar) del árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo. (Gé 2:16, 17; 3:2, 3.)
La prueba de obediencia y devoción que Dios le puso al hombre se destaca por el respeto que mostró a su dignidad. Con ella Dios no le atribuyó a Adán nada malo; no utilizó como prueba la prohibición de cometer, por ejemplo, bestialidad, asesinato ni ninguna otra acción vil o degradada similar. Dios sabía que Adán no tenía inclinaciones depravadas.
El comer era normal, apropiado, y a Adán se le había dicho que “(comiese) hasta quedar satisfecho” de lo que Dios le había dado. (Gé 2:16.)
De modo que Dios probó a Adán al prohibirle comer del fruto de este árbol en concreto, y así convirtió su ingestión en un símbolo del conocimiento que permitía decidir por uno mismo lo que era “bueno” y lo que era “malo” para el hombre.
Por consiguiente, Dios no le impuso ninguna penalidad a Adán ni le atribuyó nada que desmereciera su dignidad como hijo humano de Dios.
La mujer fue el primer ser humano que pecó. La tentación a la que la sometió el adversario de Dios, quien utilizó a una serpiente como medio de comunicación, no consistió en un llamamiento abierto a la inmoralidad de naturaleza sensual.
Más bien, hacía gala de ser un llamamiento al deseo de una supuesta elevación intelectual y libertad. En primer lugar el tentador hizo que Eva repitiese la ley de Dios, que debió haberle transmitido su esposo, y después atacó la veracidad y la bondad de Dios.
Aseveró que el comer el fruto del árbol prohibido no resultaría en muerte, sino en iluminación y aptitud como la de Dios para determinar por uno mismo lo que era bueno o malo. Esa declaración revela que en aquel tiempo el corazón del tentador estaba completamente alejado de su Creador, pues sus palabras constituyeron una clara contradicción de lo que Dios había dicho y una calumnia disimulada contra Él.
No acusó a Dios de haberse equivocado inconscientemente, sino de tergiversar deliberadamente las cosas, al decir: “Porque Dios sabe...”
Cuando se analizan los métodos rebajados que utilizó este espíritu para lograr sus fines, convirtiéndose en un mentiroso y engañador, en un asesino impulsado por su ambición, puede verse la gravedad del pecado y la naturaleza detestable de su desamor, pues obviamente conocía las fatales consecuencias de lo que le estaba proponiendo a Eva. (Gé 3:1-5; Jn 8:44.)
Como muestra el relato, el deseo impropio empezó a obrar en la mujer. En lugar de reaccionar con completa repugnancia y justa indignación por ponerse en duda la justicia de la ley de Dios, llegó a mirar al árbol como algo deseable.
Codició lo que correctamente le pertenecía a Jehová Dios como su Soberano: su aptitud y prerrogativa de determinar lo que es bueno y lo que es malo para sus criaturas. De este modo, empezaba a conformarse a los caminos, las normas y la voluntad del opositor, que contradecía abiertamente a su Creador y a su cabeza nombrado por Dios, su esposo. (1Co 11:3.)
Confiada en las palabras del tentador, se dejó seducir, comió del fruto y así puso de manifiesto el pecado que había nacido en su corazón y en su mente. (Gé 3:6;2Co 11:3; compárese con Snt 1:14, 15; Mt 5:27, 28.)
Más tarde, cuando Eva le ofreció el fruto a Adán, este tomó de él. El apóstol muestra que el pecado del hombre difirió del de su esposa en el sentido de que Adán no fue engañado por la propaganda del tentador, y por consiguiente no hizo ningún caso de la alegación de que podía comerse del árbol con impunidad. (1Ti 2:14.)
Por lo tanto, el que Adán comiera tuvo que deberse a su deseo por su esposa, de modo que ‘escuchó la voz de ella’ más bien que la de su Dios. (Gé 3:6, 17.)
Se conformó a los caminos y a la voluntad de ella, y por medio de ella, a los del adversario de Dios. Por lo tanto, ‘erró el blanco’, no actuó a la imagen y semejanza de Dios, no reflejó la gloria de Dios, y de hecho, insultó a su Padre celestial.