Miniyo;n3121751 dijo:
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Cuando JESUCRISTO HOMBRE CARGÓ con el PECADO de la HUMANIDAD... QUEDÓ SEPARADO de la SANTIDAD de DIOS en su CONCIENCIA HUMANA... por eso EXCLAMÓ "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" Mateo 27:46.
Pero la AYUDA DIVINA SIEMPRE ESTUVO con ÉL... como TESTIFICA Hebreos 9:14.
Que Dios les bendiga a todos
Paz a la gente de buena voluntad
Ahora hablo con sumo cuidado, incluso con reverencia, de lo que tal vez haya sido el momento más difícil de todos en esta solitaria jornada hacia la Expiación. Me refiero a esos momentos finales para los cuales Jesús debió haber estado preparado intelectual y físicamente, pero para los que quizás no haya estado preparado emocional ni espiritualmente, aquel descenso final hacia la paralizante desesperación de sentir que Dios lo había desamparado, cuando exclama en
suprema soledad: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué
me has desamparado?”.
Él había previsto la pérdida del apoyo de seres mortales, pero ciertamente no había comprendido este último. ¿Acaso Él no había dicho a Sus discípulos: “He aquí, la hora… ha venido ya, en que seréis esparcidos cada uno por su lado, y me dejaréis solo; mas no estoy solo, porque el Padre está conmigo” y “…no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada”
Con toda la convicción de mi alma, testifico que Él
sí complació perfectamente a Su Padre, y que un Padre perfecto
no desamparó a Su Hijo en ese momento. De hecho, mi creencia personal es que durante todo el ministerio terrenal de Cristo, posiblemente el Padre nunca haya estado más cerca de Su Hijo que en esos últimos momentos de angustioso sufrimiento. No obstante, a fin de que el sacrificio supremo de Su Hijo fuera igualmente completo como lo fue voluntario y solitario, el Padre retiró brevemente de Jesús el consuelo de Su Espíritu, el apoyo de Su presencia personal. Fue necesario; de hecho, fue fundamental para la trascendencia de la Expiación que este Hijo perfecto que nunca había dicho ni hecho nada malo, ni había tocado cosa inmunda, supiese cómo se sentiría el resto de la humanidad, o sea nosotros, todos nosotros, cuando cometiera esos pecados. Para que Su expiación fuese infinita y eterna, Él tenía que sentir lo que era morir no sólo física sino espiritualmente, sentir lo que era el alejamiento del Espíritu divino, al dejar que la persona se sintiera total, vil y completamente sola.
Pero Jesús perseveró y siguió adelante. Lo bueno en Él permitió que la fe triunfara en un estado de completa angustia. La confianza que guiaba Su vida le indicaba, a pesar de Sus sentimientos, que la compasión divina nunca se ausenta, que Dios es siempre fiel, que Él nunca huye ni nos falla. Cuando se hubo pagado hasta el último centavo, cuando la determinación de Cristo de ser fiel se manifestó de manera tan evidente como absolutamente invencible, por fin y piadosamente, el sufrimiento “consumado” fue[SUP].[/SUP] A pesar de tenerlo todo en su contra y sin nadie que lo ayudara ni apoyara, Jesús de Nazaret, el Hijo viviente del Dios viviente, restauró la vida física donde la muerte había prevalecido, y trajo gloriosa redención espiritual tras horrenda obscuridad y desesperación. Con fe en el Dios que Él
sabía que estaba allí, pudo decir triunfante: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”