¿PUEDE LA FIDELIDAD AL CATOLICISMO ROMANO SALVAR EL ALMA DE SUS FIELES?

A pesar de que sigas intentándolo, tú no me puedes engañar. Has quedado expuesto como "lobo rapaz."
Que no hombre, que advertirte sobre las consecuencias de tu fidelidad al catolicismo romano no es un engaño ya lo comprobarás en el infierno.

Es un acto de responsabilidad ante Cristo.
 
Que no hombre, que advertirte sobre las consecuencias de tu fidelidad al catolicismo romano no es un engaño ya lo comprobarás en el infierno.

Es un acto de responsabilidad ante Cristo.
Tú podrás enviarme al infierno todo lo que quieras, pero no me puedes engañar. No te hagas pasar acá como ángel vestido de luz porque en realidad eres "lobo rapaz."
 
ESPASMO CADAVÉRICO
Caso uno.

El joven de unos 18 años paso frente a mi casa de manera despreocupada llevando un cuaderno en su mano, para dar la impresión de tratarse de un "estudiante".

A los pocos minutos escuchamos cinco disparos de pistola.

Al asomarme vi a un vecino corriendo en la misma dirección por donde había pasado el "estudiante".

Pues no era ningún estudiante, era un asesino, llegó a la casa de su "amigo", lo saludo y le pidió un vaso con agua, un presentimiento le hizo girar hacia su "amigo" cuando escuchó la primera detonación, avanzó instintivamente hacia su victimario, pero los otros cuatro tiros le llegaron primero, murió con el rostro viendo al sicario.

Vi su rostro.

Allí se encontraba fija, la última impresión de sorpresa, en un rictus de ira semejante a la de alguien que no esperaba tal decisión en contra suya.

Caso dos.

El hermano Samuel, cuántas veces no disfrutamos juntos de las glorias de Cristo en nuestras conversaciones.
Jamás me enteré de que sufría una enfermedad cuyo descuido derivó en una muerte súbita debido a un paro cardiaco.

Vi su rostro dentro de la caja mortuoria.

Me impresionó la profunda paz que irradiaba como si hubiese visto al Señor del cual hablábamos con frecuencia.
Porque esa paz, es la que transmite el Señor cuando nos encontramos con él al otro lado de la muerte.
No me resistí y llamé a la señora y le hice ver la solemnidad que había quedado congelada en el rostro de su esposo.
El momento esperado de vernos con el Señor cara a cara había llegado para Samuel.

Caso tres.

Se trata de doña María, vecina nuestra, luego se marcharon a otro barrio, eso fue por la década de los setenta.
Pero nunca perdimos el contacto de amistad, hasta que conocimos a Cristo.

Fue una persona muy religiosa, muy amiga del cura de la parroquia junto al cementerio de la ciudad. Y no se perdía una misa.

Nosotros, mi esposa y este servidor, creímos al Señor por la década de los noventa.

Y en cierta ocasión, la visité en compañía de mi hijo Boris, de unos 15 años, y fuimos con el expreso deseo de compartirles el gozo de haber recibido a Cristo como nuestro Señor y Salvador personal.

Esa fue la última vez que la vi con vida.

Salimos de esa casa humillados, nunca pensé que existieran personas con el mismo carácter y determinación de Eddy Gonzalez, pero así es el romanismo católico, fabrica robots humanos, fieles hasta la muerte del Papa, de la reina del cielo, y de todos los santos inventados por el romanismo.

Ahora ella estaba dentro de la caja, pero me encontraba de viaje y quien asistió a su sepelio fue mi esposa.

Es ella la que experimento un estremecimiento de horror que le transmitió el rostro de doña María, como si hubiese visto al mismo diablo antes de dejar de respirar en este mundo.

Esta sorpresa acontece a todo fiel católico que cambió a Cristo, la comunión personal con él, su guía, su amor, su gozo, por una camándula, un rosario, un crucifijo, una vela, un cirio, una lamparita a los pies de una estatua de yeso, de hombre o de mujer, por una misa, por una ostia, y solo al final de este camino que le parecía derecho, se encuentra de frente con el engaño más perverso que le haya acontecido jamás:
¿Cómo se habrá arrepentido doña María de las veces que le fue predicado a Cristo de no haber hecho caso?

Pero ya no hay vuelta atrás.