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Salud y bendición en la paz de Cristo.
Avancemos un poco más...
«El camino de Dios es un camino de fe, que es tan oscuro para los sentidos naturales como mortal para el “yo”. Los hijos de obediencia, con el santo Pablo, estiman todas las cosas basura y desecho para ganar a Cristo, y para experimentar y andar en este camino angosto. La especulación no servirá, ni los conceptos refinados entrarán. Solo el obediente comerá del fruto de esta tierra. “Si alguno quisiere hacer su voluntad,” dice el bendito Jesús, “conocerá de Mi doctrina;” a estos Él les enseñará. No hay lugar en el corazón para la instrucción, donde el “yo” lícito es señor y no servidor. Porque el “yo” no puede recibirla; y lo que debería recibirla es oprimido por el “yo”, con miedos y dudas: “¿Qué dirán mi padreo mi madre? ¿Cómo me tratará mi esposo? O, ¿Qué harán los magistrados conmigo? Porque, aunque siento una poderosa persuasión y una clara convicción en mi alma sobre esto o aquello, sin embargo, considerando cuán menospreciado es, los enemigos que tiene y lo extraño que pareceré para algunos, espero que Dios se compadezca de mi debilidad si me rindo. No soy más que carne y sangre; quizás más adelante Él me capacite mejor; y hay tiempo suficiente.” Así habla el hombre egoísta y cobarde.
Razonar siempre es lo peor, porque el alma pierde cuando consulta; pero la manifestación de la luz trae poder con ella. Dios nunca busca persuadir los razonamientos de las personas; sino que las empodera en su sumisión. Él no requiere nada sin dar la capacidad de realizarlo; porque eso sería burlarse de los hombres, y no salvarlos. Es suficiente que hagas lo que Dios muestra como tu deber, con tal que te rindas a la luz o Espíritu por el cual te da ese conocimiento. Aquellos que no reciben a Cristo en Sus convicciones en el alma, son los que carecen de poder, y a estos siempre les faltará. Pero los que sí lo reciben, también reciben poder (como los santos de antaño) para ser hechos hijos de Dios, a través de la obediencia pura de la fe.
Por lo tanto, permítanme implorarles por el amor y la misericordia de Dios, por la vida y la muerte de Cristo, por el poder de Su Espíritu y la esperanza de la inmortalidad, ustedes cuyos corazones están puestos en sus comodidades temporales, siendo amadores de sí mismos más que de estas cosas celestiales ¡dejen que el tiempo pasado sea suficiente para tales cosas! No piensen que es suficiente estar libre de ciertas impiedades graves en las que se encuentran otros, mientras que su amor desmesurado por las cosas lícitas contamina su disfrute de ellas y saca su corazón del temor, amor, obediencia y abnegación de un verdadero discípulo de Jesús. Vuélvanse, pues, y escuchen la voz apacible en su conciencia; ella les habla de sus pecados y de su miseria en ellos. Les da un descubrimiento vivo de la vanidad del mundo y le abre a su alma una perspectiva de la eternidad y de los consuelos de los justos que están en reposo. Si se aferran a ella, los divorciará del pecado y del yo. Pronto notarán que el poder de sus encantos excede el de la riqueza, el honor y la belleza del mundo, y, finalmente, les concederá esa tranquilidad que las tormentas del tiempo nunca pueden naufragar o trastornar. Aquí todos sus disfrutes son bendecidos. Aunque sean pequeños, sin embargo, son grandes debido a esa presencia que los acompaña.
Incluso en este mundo, los justos tienen la mejor parte, ya que usan el mundo sin remordimiento, y no abusan de él. Ellos ven y bendicen la mano que los alimenta, los viste y los preserva. Mirándolo a Él en todos Sus dones, no adoran los dones, sino al Dador. En verdad, la dulzura de Su bendición es una ventaja que tienen sobre los que no lo ven. No se enorgullecen en su prosperidad, ni son derribados en sus adversidades; porque son moderados en lo primero y consolados en lo otro, por Su presencia divina.
En resumen, el cielo es el trono y la tierra no es más que el estrado de los pies de ese hombre que tiene el “yo” bajo los pies. Aquellos que conocen esta condición no serán movidos fácilmente. Ellos aprenden a contar sus días para que no sean sorprendidos cuando su tabernáculo se deshiciere. Aprenden a “redimir el tiempo, porque los días son malos;” recordando que no son más que administradores y que deben rendir sus cuentas a un Juez imparcial. Por lo tanto, no para sí mismos, sino para Él viven, y en Él mueren, y son bendecidos con los que mueren en el Señor. Así concluyo mi discurso sobre el uso correcto del “yo” lícito.»
William Penn - «SIN CRUZ, NO HAY CORONA»
Que Dios les bendiga a todos
Paz a la gente de buena voluntad