Mira Rafael, que interesante, sobre los papas que cayeron en herejía:
PAPAS QUE CAYERON EN HEREJÍA
Algo extenso, pero merece ser leído, por aquellos que buscan la verdad por encima de todo.
Extraído de “Catolicismo Romano: Orígenes y desarrollo (Tomo I). José Grau. EEE
5 - La claudicación de Liberio, obispo de Roma.
Las molestias del exilio sentaron mal a Liberio. La firme-za de sus primeros momentos se desvaneció y consintió en fir-mar textos de muy dudosa ortodoxia. Hilario de Poitiers y otros exilados lo denunciaron como apóstata.
La doctrina católica-romana, tal como expuso el concilio Vaticano 1 da a entender que el obispo de Roma, como sucesor de San Pedro está exento de toda sospecha de error; no pue-de equivocarse en cuestiones de fe. La historia, sin embargo, desmiente tales pretensiones. Y el caso de Liberio es de los más significativos. Que no se diga que Liberio (352-366) erró en una cuestión secundaria y que no intentó dar su opinión ex~cathedra. El problema que se ventilaba era uno de los más impor-tantes y trascendentales para la fe de la Cristiandad. Y, preci-samente en el momento más crítico de la controversia arria-na, cuando parecía que ésta iba a imponerse a todo el mundo, Liberio abandonó la causa de Atanasio y la verdad que éste defendía.
Las evidencias de esta apostasía son numerosas. Seguire-mos el orden de W. Shaw Kerr (12).
1) Atanasio mismo da testimonio de esta apostasía de Liberio en dos de sus escritos (13). Al principio se mantuvo firme, pero el miedo acabó venciéndole.
2) También Jeronimo relata dos veces esta apostasía (14).
3) San Hilario de Poitiers, en su obra Contra Constantium Imperatorem, se dirige al emperador con estas palabras: «¡Oh, hombre inicuo! No se cuando fue mayor tu impiedad, si cuando lo depusiste (a Liberio) o cuando lo hiciste volver (a su sede romana, después de haber claudicado)» (15).
4) El cuarto testigo es Hermias Sozomeno, quien escri-bió su historia eclesiástica cua'ndo todavía no habían transcu-rrido cien años. Cuenta Sozomeno que cuando Constancio esta-ba en Sirmium mandó que Liberio acudiera a su presencia. Ve-nido de su lugar de destierro, Liberio fue invitado por los obis-pos allí reunidos a que firmara un documento en el que se en-señaba que el Hijo no es de la misma sustancia («hontusion>) que el Padre. Al mismo tiempo Liberio dio su consentimiento a una fórmula de fe semi-arriana. Y esto lo relata Sozomeno de fuentes de primera mano que se hallaban a su disposi-ción (16).
5) De otras fuentes llegan más testimonios: Faustino y Marcelino presentaron un Libellus Precum a los emperadores el año 383. En el prefacio leemos que dos años después del exilio de Liberio, Constancio visitó Roma y el pueblo le pre-guntó por Liberio. El emperador respondió: «Tendréis a Libe-rio y volverá mejor que cuando partió>. De esta manera alu-dió el emperador al consentimiento de Liberio mediante el cual estrechó las manos de la perfidia (manus perfidiae dederat)(17)
6) Pero, sobre todo, tenemos las cartas del mismo Li-berio escritas a los enemigos del credo niceno:
"Yo no defiendo a Atanasio... Habiendo sabido... que lo condenasteis justamente, inmediatamente - di mi con-formidad a vuestra sentencia... De manera que habiendo sido Atanasio expulsado de La comunión de todos nosc-tros... Os ruego que obráis conjuntamente para que pue-da ser librado de este exilio y pueda volver a la sede que me fue confiada por Dios" (18).
En otra carta, dirigida a los herejes e intrigantes Ursacio y Valens, dice claramente:
"Atanasio, quien fue obispo de la ciudad de Alejandría, fue condenado por mt y separado de la comunión de la Iglesia de Roma" (19).
Al citar estas cartas, Hilario de Poitiers no puede conte-ner su indignación:
"Esta es la perfidia arriana... A ti Liberio, digo; ana-tema. Y a todos tus cómplices" (20>.
6, La reacción pagana.
A Constancio sucedió Juliano, el apóstata (361-363) el cual soñaba en una restauración del paganismo. Por consiguiente, trató 'de debilitar el cristianismo en todos los campos. Noper-siguió a los cristianos, pero buscó ridiculizarlos por todos los medios separarlos de la vida pública, el gobierno o la ense-ñanza. ro, a quien perjudicaron más las medidas del nuevo emperador fue a los arrianos, los únicos que ocupaban pues-tos importantes desde el mandato de Constancio. La cristiandad ortodoxa hacia bastante tiempo que se había habituado al exilio; el golpe de Juliano no fue, pues, tan duro. Y en un sen-tido favoreció a la misma verdad del Evangelio. La reacción que provocó en contra de los nuevos postulados paganos puso to-davía más de manifiesto las afinidades del arrianismo con el paganismo. En todos sentidos, ayudó a la causa de Nicea. Mu-chos acabaron de aprender entonces que el Evangelio es revelación, no filosofia .
La política de Juliano estableció plena tolerancia para todas las religiones y sectas. Hizo volver a los obispos exilados, pero como la mayoría de sus iglesias habian sido ocupadas por otros, la confusión episcopal aumentó. Esto, precisamente,era lo que buscaba Juliano. Dijo que no era asunto suyo meterse en las cuestiones eclesiásticas. Tal principio que en cual-quier otro hubiera revelado un justo sentido de la tolerancia, supremacía romana. Oriente fue traído gradualmente a la or-todoxia graciás a los trabajos de Atanasio y, sobre todo, del sínodo de Alejandría de 362.Mal podía la sede romana vindi-car derechos o imponer criterios después de la apostasía de Liberio! El que Julio y el sínodo romano que vio la causa de Atanasio dictaminaran correctamente años atrás no disminuye cl hecho de la posterior claudicación de Liberio. En el siglo IV, por otra parte, esto no extrañaba a nadie.
¿Dónde se hallaba la verdadera Iglesia en estos años? Mayormente en el exilio- Cuando la tierra pareció que iba a volverse arriana, como comentó Jerónimo, y cuando el obispo de Roma no supo mantener la fe como otros obispos más va-lientes la mantuvieron, la verdad del Evangelio se encontraba entre éstos, dispersados por las fronteras limítrofes del Impe-rio, en los desiertos, en el exilio, pero no en la corte imperial ni en las grandes sedes de Roma o de Oriente. Significativa lección que no debiera olvidarse.
7. Atanasio y Roma.
Atanasio fue un escritor prolífico; esto se debió en parte a la lucha que sostuvo toda su vida en contra de la herejía arriana. Mas, en ninguno de sus escritos aparece ni una sqla vez ninguna referencia a Roma como sede infalible de la verdad. Pasó algunos de sus muchos años de exilio en Roma. Sin embargo, será en vano que busquemos en sus cartas, sus trata-dos teológicos, sus sermones, étc., cualquier alusión a ningu-na autoridad constituida divinamente para definir con criterio supremo las controversias religiosas. Atanasio apela a la Escri-tura, a los antiguos padres, a los concilios y, sobre todo, a Nicea, pero nunca al juicio infalible del obispo de Roma. Es imposible que no hubiese utilizado el argumento del Papado infalible, si en su tiempo tal institución -con su dogma corres-pondiente- hubiese existido. Y máxime, teniendo en cuenta que Julio y el sínodo romano que éste convocó fallaron en su favor.
La actitud de Atanasio con respecto a Roma puede ser es-tudiada con claridad diáfana en el momento en que Liberio apostató y cesó de apoyarlo. Fue lamentable, y Atanasio lo sintió mucho, pero, en el fondo, no fue más que la deserción cobarde de uno de los obispos más importantes de la Cristian-dad. No le cogió por sorpresa. De la misma manera que todos los prelados estaban expuestos al error y a la herejía, el obis-po podía caer también; no era ninguna excepción.
Para Atanasio “Liberio era uno de los obispos de las ilustres ciudades cabezas de las grandes Iglesias”(22) . Pero no sabia que uno de estos obispos fuese Vicario de Cristo en la tierra. ¿Puede justificarse esta ignorancia en el más grande hombre de Iglesia de su tiempo? Si, se justifica por el simple hecho de que nadie entonces sabía nada de ningún vicario de esta clase.
Respecto a Liberio, dice Atanasio: «No soporté hasta el fin los sufrimientos del exilio, siendo consciente de la conspiración que se fraguaba en mi contra» (23). «Después de estar arrestado dos años> Liberio cedió y por temor a las amenazas de muerte fue inducido a suscribir» (24). Su caída se debió al miedo y contrasta con los fieles «que han evitado la herejía como si se tratara de una serpiente» (25).
Atanasio no sólo era ignorante del magisterio infalible del obispo romano, sino también de su supremacía y jurisdic-ción. Ni cuando fue condenado por el sínodo arriano de Tiro, ni en sus sucesivos destierros, apeló nunca a la soberana ju-risdicción de Roma. En contra del sínodo de Tiro recurrió al emperador. El concilio de obispos egipcios que se reunieron en Alejandría en 339, proclamó inocente a Atanasio sin aludir para nada a la opinión del obispo de Roma. Pudo, con todo, haberse dicho que el obispo de la que entonces era la segunda de las Iglesias no debía ser depuesto sin consultar con el obis-po de la primera sede. Tal fue la protesta de Julio. Pero los padres de Alejandría del 339 ni siquiera mencionan este peque ño detalle en su larga carta sinodal remitida a los «obispos de la Iglesia Católica en todas partes». El comentario de Atanasio al concilio de Roma ue vindicó su ortodoxia es significativo:
"Así escribió el concilio de Roma por medio de Julio, obispo de Roma>' (26).
La decisión de Roma no zanjó la cuestión. Por esto, los emperadores convocaron el concilio de Sárdica en 344, presi-dido por Osio de Córdoba (27>. El concilio se puso del lado de Atanasio y confirmó «la decisión de nuestro hermano y colega Julio como justa> (28). Aquí, el concilio obró con toda autori-dad, exaltando a Atanasio y excomulgando a otros. Julio es-cribió a Alejandría, congratulándose por la restauración de su obispo, el cual «fue declarado inocente, no sólo por ini sino por la voz de todo el concilio» (29).
Se deduce de estos datos que Atanasio, al defender su postura ante la Iglesia universal apeló a la Escritura y al dic-tamen de las asambleas episcopales, pero nunca a ningún obispo particular como si fuera el supremo Juez de los cristianos. Nos explica que su causa fue vindicada primero «en mi propio país por una asamblea de casi cien obispos; por segunda vez en Roma cuando, como consecuencia de las cartas de Eusebio (de Nicomedia) tanto ellos como nosotros fuimos convocados y más de cincuenta obispos se reunieron; y una tercera vez en el gran concilio de Sárdica celebrado por orden de los empe-radores Constancio y Constante». Prosigue explicándonos como el veredicto en su favor fue dado por trescientos obispos pro-cedentes de muchos países que él enumera. Los obispos de Italia, en esta lista, ocupan el yeinticuatro lugar, la lista toda-vía enumera hasta treinta y seis, siendo los británicos los últi-mos (30). Una y otra vez ésta es su defensa: «Las decisiones de tan emtnentes obispos", "obispos de las ilustres ciudades cabezas de las grandes Iglesias", "Si alguno desea informarse de mi caso y la falsedad de los partídarios de Eusebio, que lea lo que está escrito sobre mí, y que oiga los testimonios, no de uno o dos o tres, sino ese gran número de obispos" (31).
Para Atanasio, los rumores de la apostasía de Osio cons-tituían una calamidad más grande que la de Liberio. Acusa a los arrianos de «no haber perdonado ni al gran confesor Osio, ni al obispo de Roma» (32). En tanto Osio estuvo firme, lo de-más no importaba, pues el prelado español era considerado « el padre de los obispos... presidente de los concilios cuyas cartas son esperadas en todas partes (33). Así hablaba Atanasio, no del obispo de Roma, sino del de Córdoba.
Según Gregorio Nacianceno, Atanasio es aquél a quien le fue confiada «la dirección de todo el mundo» (34). Si estos tí-tulos comenta W. Shaw Kerr- hubieran sido dados al obispo de Roma, ¡qué deducciones más equivocadas hubiesen sacado de los mismos los posteriores creadores de la idea papal! (35).
(12)W.Shaw K. Op. Cit p 126
(13) Apología contra los arrianos, 89; Historia de los arrianos. 41
(14) Ch ron. A. U., 354. P.L. 27:501: «In haeretican pTavitatem aub£-criben,». De Viris IUustribus, e. 97. P.L. 23:735.
(15) C. XL P.L. 10:589.
(16) HiatoTia Eclesiástica. IV, 15. P.C. 67:1152.
Puller, Primitive Saints and the See of the Reme, p. 276.
(17) PL. 13:81.
<18) St. Hilar. Fragmenta, VI. PL- 10:689, 690.
<19) Ibid. PL. 10:693.
(20) Ibid, P.L. 10:691.
Resulta pueril querer discutir la autenticidad de estas Cartas. Eminen-tes historia dorea católicorromanos las han aceptado siempre: eruditos Como Natalia, Alexander, Tillemont, Fleurv, flupin, Moblar, Newmsn, etc.
El mismo Hefele admite que Liherio renuncié al término ahomusiosa y que firmó la confesión de Sinnium (History of the Councils, vol II, p. 245), Este ea, a fin de cuentas, el punto central. Y esta' históricamente demostrado.
Los escritores católico-romanos del pasado no vacilaban en sacar a luz el pacado de Liberio. «Hasta el si210 XVI, la caída dc Liberio fue un hecho aceptado como evento histórico indiscutido... En el martirologio de Ado, (14 de agosto) se pone en boca de Eusebio que «Liberio, Papa, había expresado su conformidad con la perfidia arrianaa, palabras que se re-piten en otros martirologios medievales y que estaban antiguamente en los Breviarios romanos, de donde fueron sacadas en el siglo XVI» (Denny, Papa-liam, p. 390)
Baronio explica que el pueblo de Roma se enojo porque babia tan torpemente (turpiter) consentido a Constancio... Se sostenía que Liberio, por causa de su comunión con los herejes -manifestada por las cartas ca-critas por ¿1 mismo referente al compromiso contraído con los arrianos fue enteramente excluido de la comunión católica,.. Por esta razón fue en-teramente excluido del oficio pontificio... El execrable contagio de su loca com~ni6n con los arrianos> (A nalca, A.D., 357, 56:57).
El cardenal Newman. en un libro publicado en 1895, escribe sobre «la escandalosa caída de Liberiq... «esta miserable apostasía.,, El papa un renegado (The Arians 1895, PP. 319, 332, 352)
(22) Atanasio “Apología contra los arrianos”, 89
(23) Ibid.
(24) Atanasio, Historia de los arrianos, 4.
(25) Ibid.
(26) Atanasio. Apología, 36. W. Shaw Kerr. comenta: «Monseñor Ba-tiffol encuentra la actitud de Atanasio con respecto a Roma y esta carta de Julio difícil de explicar. Cita las palabras de Ituchesne: «AtanaSio, de-puesto por el Concilio de Tiro, no parece ten«r idea de que una apelaci6n a Roma hubiese podido ayudarle». Eacribe que la verdad es que en esa fe-cha no había precedente conocido de ningún obispo oriental, condenado por un sínodo oriental, que hubiera recurrido a Roma (Cathedro Pethr£ PP. ~7> 218, 223, 224). Batiffol escribe: «Ea de notar que cl papa Julio no vindica abiertamente el privilegio de una pnmacía peculiar a su sede... La ocasión era favorable para exaltar la autoridad excepcional del obispa que presidía la Iglesia de Roma, pero el papa Julio no se aprovechó de aquella ocasión. Incluso puso alguna insistencia en el hecho de que, aunque escribía él, la respuesta era la de su concilio» (Ibid., p. 225). W. Shaw Kerr. op. cit. PP. 123, 124.
Julio no podía adelantarse a su época. Sin embargo, aprovechó la ocasión para exaltar no su rango episcopal, pero sí su sede. aunque dentro da los límites y las circunstancias de su tiempo. Lo cierto es que. tampoco éL aunque era obispo de Roma, tenía la menor idea de la infalibilidad y jurir dicción universal que los modernos defensores del Papado dicen haber po-seido todos los pontífices romanos.
<27> Atanasio, Historio de los arrianos,
<28) Atanasio, Apología, 37.
(29) Ibid., 52.
(30)Ibid., 1.
(31)Ibid., 89,90.
(32)Atanasio, Apoloar for flight, 9.
(33)Atanasio. Historio de los arrianos, 42.
(34)Oratio XXI. 7. P.G. 35:1088.
(35) W, Shaw Kerr, op. cit. PP. 124-125.
Hasta aquí la historia de Liberio, continuará con Zósimo, Vigilio y Honorio.
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Estimados coforistas:
He aquí algunas precisiones, limitadas solamente a los casos planteados por Maripaz y refutados por Luis Fernando.
Podemos traer algunos otros deslices papales a colación si lo desean.
Bendiciones en Cristo,
Jetonius
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A. El caso de Liberio, que terminó firmando una confesión de fe arriana y condenando a San Atanasio
Luego de las decisiones de Nicea, la cuestión arriana no quedó definitivamente zanjada, ni mucho menos. Cuando los arrianos ganaron las simpatías del nuevo emperador, Constancio, quien presionó a los obispos ortodoxos de Occidente para que condenasen a Atanasio, obispo de Alejandría y campeón de la fe nicena. La mayoría de los obispos claudicaron, y Liberio, obispo de Roma (352-366), quien se resistía a condenar a Atanasio sin escucharle primero, fue como muchos otros deportado a Asia.
Tras dos años de exilio, Liberio finalmente claudicó y suscribió una confesión de fe que, si bien era ambigua, era aceptable a los arrianos. La fórmula que Liberio firmó era una redactada por los obispos de la corte, la misma que el anciano Osio, obispo de Córdoba y antes consejero de Constantino, había sido obligado suscribir.
Lo que no resultó ambigua fue su condena de Atanasio. Liberio les escribió a los arrianos como sus “amadísimos hermanos” y se disculpó por haber defendido a Atanasio, sobre la base de que su predecesor, Julio, así lo había hecho. Decía: “Yo no defiendo a Atanasio... habiendo sabido cuando le plugo a Dios, que lo habéis condenado justamente, asentí a vuestra sentencia. Así que, habiendo sido Atanasio expulsado de la comunión de todos nosotros, de manera tal que no voy siquiera a recibir sus cartas, digo que estoy muy en paz y concordia con todos vosotros, y con todos los obispos orientales en las provincias. Pero para que sepáis mejor que en esta carta hablo en la verdadera fe lo mismo que mi común señor y hermano, Demófilo, quien fue tan bueno de conceder mostrarme vuestro credo católico, el cual en Sirmia fue por muchos de nuestros hermanos considerado, establecido y recibido por todos los presentes: esto recibí con mente bien dispuesta, sin contradecir nada. A esto le doy mi asentimiento; esto es lo que sigo; esto es sostenido por mí... Os ruego que obréis conjuntamente para que pueda ser librado de este exilio y pueda volver a la sede que me fue confiada por Dios.”
Testigos de la defección de Liberio son el propio Atanasio, Hilario de Poitiers, Jerónimo, Hermias Sozomeno, Faustino y Marcelino.
Atanasio menciona la resistencia inicial de Liberio (quien “era consciente de la conspiración formada contra nosotros”) y su claudicación después de dos años de exilio (Apología contra los arrianos, 89). En otra parte (Historia de los arrianos, 41) dice: “Así se esforzaron [los conspiradores arrianos] al principio para corromper la Iglesia de los romanos, deseando introducir la impiedad en ella así como en otras. Pero Liberio, después de haber estado en el exilio dos años, cedió, y por miedo a la amenaza de muerte suscribió. Aún así, esto sólo muestra la conducta violenta, y el odio de Liberio contra la herejía, y su apoyo de Atanasio, mientras se le permitió ejercitar una libre elección.”
Evidentemente Liberio no estaba hecho de la misma madera que algunos de sus antecesores y obispos contemporáneos, capaces de enfrentar el martirio por causa de su fe.
Jerónimo, en su Vidas de Varones Ilustres (97), dice: “Fortunatiano, africano de nacimiento, obispo de Aquilia durante el reino de Constancio, ... , es detestado porque, cuando Liberio obispo de Roma fue exiliado por la fe, fue inducido por la insistencia de Fortunatiano a suscribir la herejía.”
Sozomeno en su Historia de la Iglesia (IV,15) dice que Liberio había escrito una confesión de fe ortodoxa que fue aprobada “partcialmente”. “Pues cuando Eudoxio y sus partidarios en Antioquía, quienes favorecían la herejía de Aecio, recibieron la carta de Osio, circularon el informe de que Liberio había renunciado al término ‘consubstancial’ y había admitido que el Hijo es disimilar con el Padre. Luego de que estas sanciones habían sido hechas por los obispos occidentales, el emperador permitió a Liberio retornar a Roma.”
Faustino y Marcelino presentaron a los emperadores un librito en 383, en el que se contaba que dos años después de haber sido exiliado Liberio, Constancio visitó Roma. Cuando la gente le preguntó por Liberio, el emperador respondió que volvería, y mejor que cuando había partido. “De esta manera”, dicen los autores, “aludió el emperador al consentimiento de Liberio, mediante el cual estrechó las manos de la perfidia.”
Hilario de Poitiers, quien transcribe la carta de Liberio citada antes, interrumpe la transcripción con palabras muy severas: “Esta es la infidelidad arriana”, “anatema, te digo, Liberio y tus cómplices”, “de nuevo, por tercera vez, anatema al prevaricador Liberio.” Escribiendo a Constancio en 360, dice Hilario: “No sé si cometiste mayor impiedad cuando lo exiliaste [a Liberio] que cuando lo restauraste.”
La defección de Liberio era reconocida por los martirologios y breviarios romanos, hasta que en el siglo XVI –supongo que al calor de la controversia religiosa- fueron quitados. En uno de ellos se dice “Liberio, papa, había expresado su conformidad con la perfidia arriana.” Lo mismo reconoce Baronio en sus Anales (56:57).
Tomando en cuenta todos los datos, parece correcto afirmar que Liberio no era arriano en su corazón. Esto no lo exonera del hecho de haber suscripto el arrianismo y la condenación a Atanasio con tal de recuperar su sede. En otras palabras, aceptó lo que sabía que era injusto y erróneo , y lo comunicó oficialmente a los obispos orientales, para poder retornar a Roma, como efectivamente lo hizo. En esta compleja situación histórica, lo menos que puede decirse del obispo de Roma es que hizo un papel muy pobre y no defendió la ortodoxia nicena, que hubo de ser sostenida contra viento y marea por el obispo de Alejandría, Atanasio.
B. El caso de Zósimo, un “supremo maestro” que no sabía distinguir un documento pelagiano de uno ortodoxo, y que desconocía tanto los cánones de Nicea (que confundió con los de Sardis) como los límites de su propia autoridad, y hubo de ser enseñado por los obispos africanos.
Traduzco lo siguiente de la Catholic Encyclopedia:
“No mucho después de la elección de Zósimo el pelagiano Celestio , quien había sido condenado por el papa precedente , Inocencio I, vino a Roma para justificarse ante el nuevo papa, habiendo sido expulsado de Constantinopla. En el verano de 417, Zósimo realizó una reunión con la clerecía romana en la basílica de San Clemente, ante la cual compareció Celestio. Las proposiciones redactadas por el diácono Paulino de Milán, por causa de las cuales Celestio había sido condenado en Cartago en 411, fueron dispuestas ante él. Celestio se rehusó a condenar tales proposiciones, declarando al mismo tiempo en general que él aceptaba la doctrina expuesta en las cartas del papa Inocente y haciendo una confesión de fe que fue aprobada. El papa fue ganado por la conducta astutamente calculada de Celestio, y dijo que no estaba seguro de si el hereje había realmente mantenido la doctrina falsa rechazada por Inocente, y por tanto consideraba demasiado apresurada la acción de los obispos africanos contra Celestio. Escribió de inmediato en este sentido a los obispos de la provincia africana, y convocó a quienes tuviesen algo que decir contra Celestio para que compareciesen en Roma dentro de los dos meses. Poco después de esto, Zósimo recibió de Pelagio también una confesión de fe artificiosamente expresada, junto con un tratado del heresiarca sobre el libre albedrío. El papa reunió un nuevo sínodo de la clerecía romana, ante la cual ambos escritos fueron leídos. Las expresiones hábilmente escogidas de Pelagio ocultaban el contenido herético; la asamblea sostuvo que las afirmaciones eran ortodoxas, y Zósimo les escribió de nuevo a los obispos africanos defendiendo a Pelagio y reprobando a sus acusadores, entre los cuales se hallaban los obispos galos Hero y lázaro. El arzobispo Aurelio de Cartago rápidamente convocó un sínodo, el cual le envió a Zósimo una carta en la que se probaba que el papa había sido engañado por los herejes. En su respuesta, Zósimo declaró que no había determinado nada en forma definitiva, y que no deseaba establecer nada sin consultar a los obispos africanos. Luego de la nueva carta sinodal del concilio africano, del 1 de mayo de 418, al papa, y luego de las medidas tomadas en contra de los pelagianos por el emperador Honorio, Zósimo reconoció el verdadero carácter de los herejes. Ahora publicó su “Tractoria”, en el cual eran condenados el pelagianismo y sus autores. Así, finalmente, el ocupante de la Sede Apostólica en el momento exacto mantuvo con toda autoridad el dogma tradicional de la Iglesia, y protegió la verdad de la Iglesia contra el error.
“Poco después de esto, Zósimo se involucró en una disputa con los obispos africanos con respecto al derecho de apelación a la sede romana de clérigos que habían sido excomulgados por sus obispos. Cuando el sacerdote Apiario de Sica había sido excomulgado a causa de sus delitos, apeló directamente al papa, sin consideración por el curso regular de la apelación en África, que estaba exactamente prescrito. El papa aceptó la apelación de inmediato, y envió al África legados con cartas para investigar el asunto. Un procedimiento más sabio hubiese sido referir primero a Apiario al curso ordinario de apelación en la misma África. A continuación, Zósimo cometió el error añadido de basar su acción en un supuesto canon del Concilio de Nicea [ecuménico], que era en realidad un canon del Concilio de Sárdica [local]. En los manuscritos romanos, los cánones de Sárdica seguían a los de Nicea inmediatamente, sin un tpitulo independiente, en tanto que los manuscritos africanos contenían únicamente los cánones genuinos de Nicea, de modo que el canon al que apeló Zósimo no se hallaba en las copias africanas de los cánones nicenos. Así surgió un serio desacuerdo acerca de esta apelación, que se prolongó después de la muerte de Zósimo.”
J.P. Kirsch, Pope St. Zosimus (Catholic Encyclopedia , vol. XV).
Es probablemente un hecho afortunado para la Iglesia de Roma que el obispado de Zósimo (417-418) haya durado tan poco, pues de lo contrario es posible que hubiera cometido todavía más errores.
Aunque el autor del artículo citado pretende exonerar a Zósimo y presentarle como el guardián de la ortodoxia que “en el momento exacto mantuvo con toda autoridad el dogma tradicional de la Iglesia, y protegió la verdad de la Iglesia contra el error”, los hechos que él mismo narra son bien diferentes.
El titular de la sede romana examinó cuidadosamente lo expuesto por Celestio y Pelagio, y llegó a la conclusión de que ambos eran ortodoxos. Se ve que el Espíritu Santo no le asistió para distinguir la verdad del error. Como consecuencia de su evaluación, corrigió la condenación pronunciada por el obispo romano anterior (lo que muestra que en esta época los papas no se sentían aún obligados por las enseñanzas y decisiones de sus predecesores, que podían ser anuladas si era necesario) , censuró gravemente a los obispos galicanos acusadores –a los que calificó de maliciosos y turbulentos y pretendió excomulgar- , aconsejó paternalmente a los obispos africanos para que no se apresurasen a creer lo malo de su prójimo, y dijo que hubiera deseado que los africanos hubiesen podido oír las exposiciones de Celestio y Pelagio, a quienes llamó hombres de ortodoxia perfecta (absolutae fidei).
A pesar de la decisión del obispo romano, los obispos africanos se mantuvieron en su posición y reafirmaron la condenación de los errores pelagianos. Fue solamente frente a la firmeza de los africanos y a la condenación y destierro de Pelagio por la autoridad imperial (que vaticinaba un negro futuro para sus defensores) que Zósimo publicó su condenación de los pelagianos y sus escritos. Lo hizo muy tarde para defender la ortodoxia, que ya había sido reivindicada por los obispos de la Galia y del África, y apenas a tiempo para salvar su propio pellejo de la acusación de herejía.
Así que, si Zósimo no era pelagiano, al menos se tragó la carnada pelagiana con anzuelo y plomada, se atrevió a amonestar a los obispos que defendían la ortodoxia, y reaccionó en el instante final. Por cierto, un papel muy triste para un pastor y maestro supremo.
Y si bien el problema del pelagianismo fue mucho más grave, la nueva controversia sostenida con los africanos a propósito de las apelaciones, lo muestra al pobre Zósimo como muy poco avezado también en cuestiones de disciplina eclesiástica, otra área en la cual se enseña hoy que las decisiones de los papas son inapelables.
El Código de Derecho Canónico vigente establece:
“El Romano Pontífice es juez supremo para todo el orbe católico, y dicta sentencia o personalmente, o mediante los tribunales ordinarios de la Sede Apostólica, o por jueces en los cuales delega.” (# 1442)
“No cabe apelación: 1º contra la sentencia del mismo Sumo Pontífice o de la Signatura Apostólica...” (# 1629).
“No cabe apelación ni recurso contra una sentencia o un decreto del Romano Pontífice.” (# 333, § 3).
“Por razón del Primado del Romano Pontífice, cualquier fiel puede llevar o introducir ante la Santa Sede una causa, tanto conteciosa como penal, en cualquiera instancia del juicio y cualquiera que sea el estado en el que se encuentre el litigio.” (# 1417.1).
Parece que los obispos africanos del siglo V no estaban enterados de estas leyes .
C. El caso de Vigilio, un papa en extremo vacilante, muy poco apto para ser maestro supremo de la cristiandad.
A pesar de las definiciones de Calcedonia, el monofisitismo (doctrina de una única naturaleza divino-humana en Cristo) distaba de estar vencido. Mientras que las iglesias de Occidente se aferraban a lo proclamado por Calcedonia, el emperador Justiniano favorecía la herejía monofisita.
En esta situación el obispo de Roma, Vigilio, puesto allí por el mismo emperador, se hallaba en una incómoda posición. Aunque intentó resistir los decretos imperiales, una visita obligada a la corte bizantina hizo que , en 548, en el documento Iudicatum, suscribiese la condenación imperial de los escritos de tres teólogos antioquenos (detestados por los monofisitas) : Teodoro de Mopsuestia , Teodoreto de Ciro e Ibas de Edesa. Al mismo tiempo que hacía esto, intentaba sostener las decisiones de Calcedonia.
Aparentemente Vigilio deseaba quedar bien con ambas partes. Sin embargo, los obispos occidentales no estaban dispuestos a tolerar semejante actitud. Fue considerado un violador de la ortodoxia, y se lo tuvo por hereje en las Galias, Dalmacia, Iliria y en el África, donde en 550 fue excomulgado por un sínodo.
Ante esta reacción, Vigilio anuló su propio escrito y sugirió convocar un concilio general en el cual hubiese igual representación de los obispos occidentales que de los orientales. Esto le malquistó con el emperador y con los obispos orientales. Como respuesta a las pretensiones del obispo romano, Justiniano convocó a un concilio ecuménico, el II de Constantinopla de 553, del cual el papa quedó excluido. El Concilio le acusó de nestorianismo. Vigilio fue desterrado, y su nombre borrado de los registros y documentos oficiales.
Por tercera o cuarta vez, luego de seis meses de exilio, el desafortunado obispo romano cambió nuevamente de opinión y aceptó las resoluciones del II Concilio de Constantinopla. En una carta que dirigió al patriarca Eutiquio de Constantinopla, confesaba haber sido un instrumento en manos de Satán, pero había sido finalmente iluminado por Dios. Luego de esta capitulación, le fue permitido regresar a Roma, cosa que nunca llegó a hacer porque falleció en el camino.
De Vigilio puede decirse con justa razón que sus contemporáneos, primero de Occidente y luego de Oriente, le tuvieron por hereje . Sus marchas y contramarchas en el terreno doctrinal lo tornaban en extremo inepto como maestro y pastor supremo de la cristiandad (idea que, sospecho, le hubiera resultado entonces por igual de ridícula a los obispos de Oriente como a los de Occidente).
D. El caso del papa Honorio, cuya condenación como hereje permaneció en el breviario romano hasta el siglo XVIII , cuando fue piadosamente omitido.
Honorio sucedió a Bonifacio V, fue obispo de Roma entre octubre-noviembre de 625 y el 12 de octubre de 638. La condenación de Honorio por el III Concilio de Constantinopla muestra cabalmente de que el obispo de Roma estaba sujeto a la misma disciplina que los demás obispos, y que podía ser disciplinado si erraba como maestro y pastor. La Iglesia antigua no conoce nada de la actual doctrina de la infalibilidad sancionada por Roma hace poco más de un siglo.
El contexto histórico es el de la herejía monotelita, que enseñaba la existencia de una sola voluntad en Cristo, lo que tendía a minimizar la naturaleza humana de nuestro Señor como antes lo habían hecho los monofisitas.
El emperador Heraclio deseaba conciliar a los monofisitas con los ortodoxos, y una fórmula que parecía adecuada para ambos bandos le fue remitida a Sergio, patriarca de Constantinopla. A su vez Sergio le envió a Honorio de Roma una carta dogmática, solicitando su opinión.
Honorio aceptó la fórmula de compromiso entre monofisismo y ortodoxia (“Estas cosas predicará vuestra fraternidad con vosotros, así como nosotros las predicamos juntamente con vos”, dijo a Sergio). Lo que es peor, en lugar de “una energía” como los griegos, Honorio expresó: “También confesamos una sola voluntad de nuestro Señor Jesucristo” (ver Denzinger 251). La enseñanza de Honorio dio origen a la formulación del monotelismo (una voluntad).
Frente al hecho de que como obispo de Roma, consultado formalmente por el obispo de Constantinopla, confirmó a éste en su error en lugar de corregirlo, Honorio recibió de Sofronio, patriarca de Jerusalén, y de otros obispos, un documento que defendía la ortodoxia. Como respuesta, Honorio escribió una segunda carta a Sergio, donde ratificaba y ampliaba lo dicho; la carta concluía:
“y estas cosas hemos decidido manifestar a vuestra muy santa fraternidad para que, estableciendo esta confesión, podamos mostrarnos como de una misma mente con vuestra santidad, estando claramente de acuerdo en un mismo espíritu, con una misma enseñanza de la fe ... Y hemos escrito a nuestros colegas y hermanos, Ciro y Sofronio, para que no persistan en la nueva expresión de una o dos energías.”
Los defensores de la infalibilidad papal han empleado sin éxito diversas tácticas para soslayar la condenación de Honorio: a partir de la época de Torquemada, se cuestionaron las actas del Concilio que condenó a Honorio; posteriormente, al fracasar esto, se quiso reinterpretar lo dicho por Honorio para tomarlo en sentido ortodoxo (supongo que por esta razón su declaración se publica en el Denzinger). Otra artimaña de valor histórico fue tomar la enseñanza de Honorio como la opinión de un teólogo privado. Al respecto dice John Chapman, autor del artículo sobre Honorio en la Catholic Encyclopedia: “La carta [de Honorio] no puede ser tenida como privada, pues es una respuesta oficial a una consulta formal.”
Sin embargo, Chapman a su vez recurre a otro subterfugio, a saber, que la carta supuestamente no define ni condena nada, ni se presenta como vinculante para todos los cristianos, por lo cual no puede considerársela “ex cathedra” según la moderna definición del Concilio Vaticano I (1870). De hecho, Honorio suscribe plenamente, con toda su autoridad, a lo dicho por Sergio, y para más agrega la confesión de “una sola voluntad”.
Más allá de las sutilezas, la cuestión es que por muchos siglos nadie puso en duda que Honorio fuese hereje.
Chapman dice de Honorio que “Su mayor notoriedad le ha venido por el hecho de que fue condenado como hereje por el sexto concilio ecuménico (680).”...
“ En la Sesión 13ª del 28 de marzo, las dos cartas de Sergio fueron condenadas, y el concilio añadió: «A aquellos cuyos impíos dogmas execramos, juzgamos que sus nombres también sean expulsados de la santa Iglesia de Dios ... Y además de estos decidimos que Honorio también, quien fue papa de la antigua Roma, sea con ellos expulsado de la santa Iglesia de Dios, y anatematizado con ellos, porque hemos hallado en su carta a Sergio que siguió la opinión de éste en todo, y confirmó sus dogmas impíos». Estas últimas palabras son suficientemente verdaderas, y, si Sergio había de ser condenado, Honorio no podía ser rescatado. Los legados [papales] no objetaron su condenación.”
... “La condenación del papa Honorio fue retenida en las lecciones del Breviario para el 28 de junio (San León II) hasta el siglo XVIII ...”
(John Chapman, Pope Honorius I. Catholic Encyclopedia, vol. VII; negritas añadidas).
El Concilio dirigió una carta al entonces obispo de Roma, Agatón, en la cual se incluía a Honorio entre los que “erraron en la fe”.
En el Edicto imperial que otorgaba fuerza legal a las decisiones conciliares, se mencionaba como anatematizado a “Honorio, que fue papa de la antigua Roma, quien en todas las cosas promovió y cooperó y confirmó la herejía.”
La condenación de Honorio fue renovada por los Concilios II de Nicea (787) y IV de Constantinopla (869-870).
Aún antes del Concilio Ecuménico citado, un importante sínodo de Letrán en 649, presidido por un sucesor de Honorio, Martín (649-655) condenó a cualquiera que confesase una sola voluntad y operación en Cristo, lo cual de hecho incluía a Honorio, aunque quizá por vergüenza, su nombre no aparecía en la lista.
El papa León II (682-683), sucesor de Agatón, reiteró la condenación de Honorio. En una carta al emperador dice del papa hereje que Honorio “no santificó esta apostólica Iglesia con la enseñanza de la tradición apostólica sino que con profana traición trastornó su fe inmaculada”. En otra parte lo coloca junto a otros herejes como Arrio, Apolinar, Nestorio y Eutiques.
Durante varios siglos, el Liber Diurnus, que contenía los juramentos que cada obispo de Roma debía prestar, incluía un anatema contra “Honorio, que encendió el fuego de las afirmaciones impías.” Este anatema fue pronunciado por cerca de cincuenta papas que prestaron juramento en el lapso mencionado.
Honorio fue tenido por hereje durante siglos, y tal opinión generalizada, sostenida aún por decenas de sus sucesores, solamente ha sido cuestionada por su efecto pulverizador sobre la doctrina de la infalibilidad papal.
Que un obispo de Roma cayese en la herejía era una cosa poco frecuente, además de una gran desgracia; pero a nadie, ni siquiera a los propios obispos de Roma, se le pasaba por la cabeza que fuese imposible.
En definitiva, la historia muestra que la solución romanista para las diferencias en la interpretación de las Escrituras no es válida. La Iglesia hubiese admitido el arrianismo si hubiera capitulado con Liberio; hubiese afirmado el pelagianismo si los africanos no hubieran corregido a Zósimo; estaría aún vacilante si siguiese a Vigilio; y sería monotelita si de Honorio hubiese dependido.
Como lo expresa muy bien George Salmon:
“Cuando se sugirió que podríamos contentarnos con la guía de las Sagradas Escrituras, los abogados del romanismo han replicado que aunque la Biblia pueda ser infalible no es una guía infalible; es decir, no protege a quienes la siguen del peligro de errar. Ciertamente ahora podemos decir otro tanto del papa . Que sea infalible, si queréis; que sea en su corazón de la más admirable ortodoxia, aún así no es un guía infalible si por sus afirmaciones públicas lleva al error al pueblo cristiano. Es indisputable que ha habido casos en que el pueblo cristiano hubiese errado si seguía la guía del obispo de Roma. Aún si fuese posible demostrar que ningún obispo de Roma jamás albergó sentimientos que no fuesen de la más rígida ortodoxia, quedaría demostrado que el papa no es una guía infalible.
Podemos señalar caso tras caso en el cual se le ha otorgado autoridad papal a decisiones que sabemos erróneas, y en cada caso puede hacerse algún intento ingenioso para mostrar que la decisión errónea no compromete el atributo de la infalibilidad; pero tarde o temprano los hombres deben despertar para ver que el resultado de todos estos pedidos de excepción es que, mientras esperaban un guía que siempre los dirigiese correctamente, ellos tienen en su lugar un guía que siempre puede hallar alguna excusa plausible para cada vez que los extravía.”
(The Infallibility of the Church, pp. 441-442, vi; negritas añadidas).