¿OBJECIONES AL CASTIGO ETERNO?
Autor: Jessie Harzter
Objeción 5. ¿Por qué un castigo infinito por un pecado finito? Esto parece ser una contradicción.
Respuesta:
Algunos como Einstein y Russell negaron el castigo eterno porque a ellos no les parece eso justo. Albert Einstein expresó no creer en el Dios de la Biblia porque “No puedo imaginar a un Dios que recompensa y castiga los objetos de su creación” (Free Inquiry, Pág.31). Bertrand Russell escribió en “Why I Am Not a Christian”: “Hubo un muy serio defecto en el carácter moral de Cristo porque él creyó en el Infierno… cualquier persona que es real y profundamente humana no podría creer en el castigo eterno. El Infierno es una doctrina de crueldad” (Págs.17-18; 1957).
Debemos aclarar que Dios no basa su justicia en el sentimentalismo de unos incrédulos abominables.
William Lane Craig dice: “Hay al menos dos maneras de ver esto: (1) Dios asignara un castigo finito por cada pecado, aun así, dado que los habitantes del infierno continúan con su odio y rechazo de Dios, siguen pecando y acumulando así mas castigo, de modo que ambas cosas, el pecar y el castigo se prolongan para siempre. (2) Alternativamente, el pecado de rechazar a Dios, es un pecado de gravedad infinita y por ello merece un castigo infinito”.
Aaron Block da una respuesta muy aclaradora del porque un castigo eterno es razonable. El dice: “Vea, no es la cantidad, sino la calidad de un crimen que determina el grado del castigo de un criminal. Y la calidad del crimen es determinada por la calidad de contra quien cometemos el crimen. Esto se puede ver en nuestro propio sistema de justicia penal. Si piso una hormiga, no es probable que tenga que enfrentar ningunas consecuencias legales. Sin embargo, si mato a un gato domestico por ninguna razón, puedo ser demandado por el dueño del animal, y aun enjuiciado por crueldad animal. Y si quito la vida de un ser humano sin justa razón, ciertamente recibiré la cadena perpetua y/o la pena de muerte. Cuanto mayor sea el valor de un ser, mayor será el crimen contra él y más severo será el castigo. Y la verdad es que nosotros, pecadores totalmente depravados y malvados como somos, hemos ofendido a un Dios que es infinito en gloria y pureza, e infinito en valor. Nos hemos atrevido a levantar los puños hacia el cielo y rebelarnos contra nuestro propio Señor y Rey. Nos hemos atrevido a maldecir y blasfemar a este Creador Todopoderoso, y pronunciar a nosotros mismos como señores y dioses de nuestras propias vidas. Si no hemos hecho estas cosas directa abiertamente, lo hacemos indirectamente cada vez que escogemos pecar voluntariamente. Como los puritanos declaraban con toda razón, ¡el pecado es locura total! ¿Cómo podemos aun pensar en rebelarnos contra este gran y terrible Dios? Pero el pecado más grande de todos, el que absolutamente sellará nuestra condenación en el infierno por toda la eternidad, es menospreciar la bondad y misericordia de Dios demostrada en la cruz del Calvario…el rechazar el la única esperanza que los pecadores tienen para la salvación, el menospreciar el sacrificio glorioso de Cristo en la cruz y pisotear Su preciosa sangre, teniendo por inmundo el acto más grande de amor que el mundo jamás ha visto. Jesús, el Rey de Reyes y Señor de Señores, murió en una cruz llevando el castigo de Su pueblo. Después resucitó de entre los muertos y una vez por todas derrotó todo el poder del pecado, de la muerte y del infierno. Por toda la eternidad, todos aquellos que se arrepintieron y creyeron en Su nombre cantarán: “¡El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza!” (Apo.5:12). Realmente es locura rechazar a un Salvador tan infinitamente digno que nos ofrece la vida, y aun estaba dispuesto a venir a este mundo y morir en una cruz para salvarnos de la ira de Dios que justamente merecíamos. “¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisotee al Hijo de Dios, y tenga por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado y ofenda al Espíritu de gracia? Pues conocemos al que dijo: ‘Mía es la venganza, yo daré el pago’, dice el Señor. Y otra vez: ‘El Señor juzgará a su pueblo’. ¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!” (Hebreos 10:29-31)”.
Nuestro Señor Jesús dijo muy claramente que somos culpables de los delitos de las personas que otros practican cuando practicamos pecados similares.
“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque edificáis los sepulcros de los profetas, y adornáis los monumentos de los justos, y decís: Si hubiésemos vivido en los días de nuestros padres, no hubiéramos sido sus cómplices en la sangre de los profetas. Así que dais testimonio contra vosotros mismos, de que sois hijos de aquellos que mataron a los profetas. ¡Vosotros también llenad la medida de vuestros adres! ¡Serpientes, generación de víboras! ¿Cómo escaparéis de la condenación del infierno? Por tanto, he aquí yo os envío profetas y sabios y escribas; y de ellos, a unos mataréis y crucificaréis, y a otros azotaréis en vuestras sinagogas, y perseguiréis de ciudad en ciudad para que venga sobre vosotros toda la sangre justa que se ha derramado sobre la tierra, desde la sangre de Abel el justo hasta la sangre de Zacarías hijo de Berequías, a quien matasteis entre el templo y el altar. De cierto os digo que todo esto vendrá sobre esta generación” (Mateo 23:29-36).
Un comentarista dijo: "Los hombres hacen propia la culpabilidad de los siglos pasados, reproducen sus atrocidades, se identifican con ella; y así es que lo que parece al principio un decreto arbitrario, el visitar sobre los hijos los pecados de los padres, viene a ser en semejantes casos un juicio recto. Si se arrepienten cortan el terrible vínculo de pecado y castigo; pero si se endurecen en su mal, heredan el castigo aplazado de los pecados de su padres a la vez que el suyo propio" (Plump).
También debemos tener en mente que todo lo malo que hacemos al prójimo se lo hacemos a Jesús nuestro señor. Y si lo que se hace al prójimo es malo es como hacerlo a Jesús, si matamos a una persona, se lo hacemos a Jesús. Si le robamos, se lo hacemos a Jesús. Si alguien tiene hambre, sed, está desnudo, enfermo o preso y no se le hace el bien que necesita, entonces eso es como no hacerlo a Jesús y también es una forma de desprecio (Mateo 25:42-44). Eso hace grave el pecado y digno de una condenación terrible.
Si aborrecemos a nuestros semejantes dice el apóstol Juan somos homicidas y aborrecer (asesinar) es hacerlo a Jesús, de allí que el pecado sea extremadamente grave, porque a la persona contra la cual pecamos es de valor infinito, no es una hormiga, ni un gato, ni solamente humano, sino Dios mismo.
Charles Finney declaro: “Ninguna pena menor que infinita puede ser una expresión adecuada del desagrado de Dios contra el pecado y de su decisión a resistirlo y castigarlo”.
David Wells en su prefacio de un libro militante contra el aniquilacionismo dice: “Estas verdades se han vuelto delicadas y desconcertantes para las personas, no porque una nueva luz de la biblia ha sido lanzada, sino por una nueva oscuridad de la cultura” (Hellon trail: The Case for etenral punishment, 1995).
C. S. Lewis en su estilo franco admitió: “No hay doctrina alguna que con mayor gusto eliminaría yo del cristianismo, si ello dependiera de mi. Pero cuenta con el pleno respaldo de la escritura, y especialmente, de las propias palabras de nuestro Señor…En todas las discusiones acerca del Gehenna debiéramos tener firmemente ante nuestros ojos la posible condenación, no de nuestros enemigos ni de nuestros amigos; sino de nosotros mismos. Este capítulo no trata acerca de su esposa o de su hijo, ni acerca de Nerón o de Judas Iscariote, sino de usted y de mi” (El problema del dolor).
Adolfo Monard similarmente dice: “He hecho todo lo posible por no hallar el sufrimiento eterno en la palabra de Dios, pero no he podido salir con éxito…cuando oigo a Jesucristo decirme que “los malos irán al tormento eterno y los justos a la vida eterna”, y que por lo tanto los sufrimientos de unos serán tan eternos como la felicidad de los otros…cedo, inclino mi cabeza, pongo mi mano sobre la boca y creo en el castigo eterno” (Primera serie de sermones. Pág. 391).
Mi caso no es distinto al de C. S. Lewis y al de Adolfo Monard. He querido interpretar de manera sagaz para creer en un castigo como el que enseñan los aniquilacionistas, pero no fue posible. Los mismos argumentos que ha dado Edward Fudge, John Stott y sectas (adventistas y testigos) los pude usar para consolarme, pero eso era ser deshonesto conmigo mismo y un rebelde a la justicia de Dios. Mi excusa como la de muchos era que Dios era amor, pero no quería aceptar que la justicia de Dios no está basado en mis sentimientos.
Jack Moreland dio al blanco a esta inclinación del pensamiento cuando escribió: “Dios es un Ser lleno de compasión, pero él también es un ser justo, moral y puro. De manera que las decisiones de Dios no están basadas sobre el sentimentalismo Americano… Las personas hoy tienden a tomar cuidado de las virtudes más suaves como el amor y la ternura, mientras olvidan las virtudes duras de la santidad, la rectitud y la justicia”.
Autor: Jessie Harzter