NO... NO ES CAMBIO CLIMÁTICO. ES EL PECADO.*




Me atrevo a llamarlo juicio

Estamos viviendo el ocaso de una civilización que ha dejado a Dios y que va a recoger los frutos de su rebeldía.

JOSÉ HUTTER


Ya nada es como era antes. Desde el inicio del año 2020, cuando apareció el virus SARS-CoV-2 y se declaró un estado de pandemia a nivel planetario, nuestras vidas han sufrido cambios que antes nos parecían inimaginables. Las restricciones impuestas han afectado seriamente a la cadena de suministros, empeorado por el desequilibrio y el agravamiento constante en las relaciones económicas internacionales.

Por si esto fuera poco, dos años más tarde, el 24 de febrero estalló la guerra en Ucrania. Partidos que antes habían optado por el pacifismo y el cuidado del medio ambiente, ahora llaman a la guerra. Un claro ejemplo de esto lo vemos en Alemania, que presumía de haber dejado detrás el belicismo que otrora lo caracterizó, y ahora suministra todo tipo de armas a la zona de guerra.

Las sanciones de Occidente contra Rusia y, a cambio, el fin del suministro de gas barato para Occidente, particularmente para Alemania, ha puesto a Europa contra las cuerdas. La inflación de precios ha alcanzado ya dos dígitos. Los gastos del sector energético se han disparado y esto está acabando sobre todo con las pequeñas y medianas empresas. Muchos ya no pueden pagar sus facturas de luz y gas. Lo mismo ocurre con la gente normal y corriente. El resultado de todo esto es una recesión económica - que ya ha llegado - seguida de una depresión económica a gran escala.

El 10 de febrero del año pasado escribí en Protestante Digital:

Vamos rumbo a la peor crisis económica desde la gran depresión de los años 30 del siglo pasado. Algunos opinan que incluso será mucho peor que aquella, pero con un agravante: esta vez será global con pérdidas y consecuencias sociales incalculables.

¿Y qué decir de nuestros líderes políticos? Lo que reina es la confusión y la falta absoluta de sentido común y de proyectos que van más allá de los cuatro años de legislatura. El activismo ciego y sus soluciones correspondientes demuestran que es peor el remedio que la enfermedad que pretenden curar. El país desde donde escribo este artículo - Alemania - tiene un gobierno de ministros que entienden de sus respectivas carteras menos un hámster de buceo. Al ver a estos administradores de la incompetencia en la tele uno pudiera pensar que se tratase de un show al estilo de Groucho Marx, si la cosa no fuera tan seria y peligrosa. Vivimos en la perfecta idiocracia.

Y como si todas estas malas noticias no fueran suficientes, este año nos asoló un verano extremadamente seco en casi toda Europa. Esta ola de calor facilitó incendios forestales y produjo ríos con un caudal bajó mínimos y problemas en el suministro de agua hasta en zonas donde normalmente abundan las lluvias en todas las épocas del año.

Para el invierno que se nos avecina nos encontramos con precios exorbitantes de gasolina, gas y luz. En algunos países ya están preparando a la población para meses durísimos por la falta del gas ruso. Esta es la versión oficial. Lo que no causa menos daños es la evidente incompetencia de unos gobernantes presos de su ideología alejada de la realidad. Qué nadie se equivoque: aún no hemos llegado al fin de las desgracias.

Uno de los siguientes problemas en nuestra ruta de males serán los enfrentamientos sociales. Cuando la gente se dé cuenta que el dios en que confiaban -el Estado todopoderoso de bienestar- ha fallado estrepitosamente, los veremos en las calles reclamando los derechos que creen suyos. Estamos hablando de enfrentamientos civiles como no los hemos visto en nuestros países hace mucho tiempo. Una persona cuya vida ha sido arruinada por la incompetencia política es capaz de muchas cosas.

Los tiempos han cambiado. El mundo moderno y posmoderno se ha acabado. Es una curiosidad histórica que los dos personajes claves que representan como nadie la posguerra han fallecido en estos días: Mijaíl Gorbachov e Isabel II.

Está por ver qué nombre pondrán los historiadores a una época donde el retroceso se nos vende como avance, donde la mentira se llama verdad y donde la locura se presenta como inteligencia.

¿Por qué escribo todo esto? Al fin y al cabo, esta columna tiene que ver con teología y no con la actualidad política o económica. La razón es sencilla y es profundamente teológica. Tiene que ver con la pregunta: ¿Quién gobierna en realidad?

Es lógico que uno se pregunte: ¿Por qué pasa todo esto ahora? ¿Por qué todo de repente? ¿Hay datos bíblicos que nos ayudan a entender lo que está pasando?

Para algunos creyentes parece que todos los demonios disponibles andan sueltos. Esto es por lo menos lo que sospechan algunos predicadores y sus seguidores. La fallida “expulsión” del demonio del covid de parte del predicador Kenneth Copeland se hizo famosa en todo el mundo y sirvió para todo tipo de memes y parodias. Ni Copeland podía con el virus con mucho que gritara. ¿Y qué decir de los expertos en escatología pop? Cada vez más se apuntan a la tesis: ¡Esto es el fin! ¡El libro de Apocalipsis se cumple delante de nuestros ojos!

Y luego hay los que sospechan que una mano negra está dirigiendo estos sucesos para alcanzar sus metas. Dicho de otro modo: estamos ante una conspiración de tamaño global donde los sospechosos llevan apellidos como Gates, Soros y Schwab. No soy amigo de ninguno de ellos. Pero sinceramente creo que se suele sobreestimar la capacidad conspiratoria de cada uno de ellos.

Para otros, las razones de casi todos los males que nos asolan tienen que ver con el cambio climático y nuestra falta de conciencia medio ambiental. El planeta supuestamente tiene fiebre y quiere librarse de unos cuantos de sus habitantes para recuperar la salud. El hombre estorba y para algunos la solución parece que la humanidad vuelva a las cuevas y la economía de subsistencia.

No sorprende que muchos evangélicos también se apuntan a la lotería y apuestan por una de las posibilidades que acabo de mencionar.

Pero me temo que lo que nos viene encima no son los demonios sueltos, ni la Gran Tribulación, sino otra cosa. Me atrevo a llamarlo juicio de Dios.

Los años de las vacas gordas han terminado - y por mucho tiempo. Pero no solamente estamos hablando de un desastre económico, financiero, político y sociológico del cual llevo advirtiendo desde hace muchos años. Estamos hablando del ocaso de una civilización que ha dejado a Dios y que va a recoger los frutos de su rebeldía. No es el juicio final, sino el juicio sobre un continente rebelde y arrogante que niega a Dios. No es la primera vez en la historia que esto pasa.

Y esto es precisamente lo que me parece más que curioso: que casi nadie baraje la posibilidad de que pudiera tratarse de un juicio divino. Tengo la impresión que hablar del juicio de Dios es un tabú. Muchos simplemente prefieren una concatenación de circunstancias desfavorables, conspiraciones o demonios acampando a sus anchas en este mundo.

Para que no nos engañemos: cuando hablo de juicio divino me refiero a un juicio concreto sobre nuestra cultura occidental que en su momento era profundamente marcada por la fe cristiana, pero ahora es cada vez más pagana. Me refiero a un juicio divino particularmente sobre los países que en su momento abrazaron la Reforma y cuyas iglesias apóstatas hoy son solamente una caricatura ridícula de lo que un día fueron. Sí, un juicio divino sobre una versión moderna de la torre de Babel, llamada Unión Europea, que pretende defender los “valores” europeos que huelen a muerte, pecado y arrogancia. Y todo esto con la pretensión de llegar al cielo de su paraíso ateo por sus propios esfuerzos.

¿No pudiera existir una conexión entre la rebelión en contra de Dios con lo que está pasando?

Hoy son comunes las leyes que legalizan la carnicería de seres humanos antes de nacer, gobernantes presos de ideologías sectarias, las imposiciones de los lobbies LGTB&+, la abolición de la familia, la redefinición de los sexos por los adeptos del genderismo, la manipulación sistemática de nuestro dinero y la expropiación a los ahorradores de parte de los bancos centrales. Todo esto y mucho más se promueve hoy en la UE. Y son cosas que Dios odia.

¿No pudiera ser, que Dios en vez de retirarse de este mundo y de la vida pública - como mandan los funcionarios de la UE - vuelve con más fuerza que nunca? ¿No cabe la posibilidad que Dios quisiera captar nuestra atención por los juicios que ya nos asolan y los que van a venir en camino?

Yo, por lo menos, me atrevo a llamarlo juicio divino.

En los próximos artículos quiero examinar el tema desde diferentes ángulos. Mi punto de partida será en primer lugar la sencilla verdad que Dios no ha dejado de entrometerse en los asuntos de este planeta. Es curioso que a muchos teólogos les causa estupor esta idea y les cuesta tanto entenderla. Dios no ha dejado de actuar en nuestro espacio y en nuestro tiempo. Nuestro Dios es el Dios vivo y activo. Sus acciones no terminaron con la resurrección de Jesucristo y en el día de Pentecostés. Él es el mismo ayer, hoy y por los siglos.

La segunda verdad de la cual parto tiene que ver con el hecho que Dios exige responsabilidades de aquellos que lideran a las naciones - y a las naciones mismas. En otras palabras: sigue habiendo una conexión entre un gobierno injusto y el juicio divino, y un gobierno justo y la bendición divina. Esto forma parte de la agenda del Mesías, que por cierto es el mismo que orquesta y coordina los juicios en el libro de Apocalipsis. Su madre, María, vio esa gran verdad cuando exclamó: “Quitó de los tronos a los poderosos, y exaltó a los humildes.” (Lucas 1:52)

A mí me parece que este juicio ha comenzado y nosotros estamos en primera fila.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Teología - Me atrevo a llamarlo juicio.



 



El tweet de Dios sobre el desmadre, la profecía y la ley

WENCESLAO CALVO


Ahora que el clima anda muy revuelto se le podría aplicar el calificativo de desmadrado, expresión que quiere decir salido de madre, que se aplica a la corriente de agua que desborda su cauce natural. Y, efectivamente, con el actual clima meteorológico desmadrado que estamos experimentando, uno de sus efectos son las lluvias torrenciales, cuya acción se debe a que los cauces, habilitados para dirigir a las lluvias normales, no dan abasto para ese otro tipo de lluvias, lo cual hace que las aguas se salgan de madre, se desmadren, y se lleven por delante todo lo que se pone a su paso. Pero resulta, paradójicamente, que al lado de esa clase de lluvias destructivas está su opuesto, que es la sequía, por la que países que solamente conocían el verdor de la hierba, ahora saben también lo que es un secarral amarillento.

Y es que el clima se ha rebelado contra nosotros y, como no atiende a razones, nadie puede, ni los meteorólogos, predecir qué dirección tomará. Es verdad que la predicción del clima siempre ha sido una ciencia de corto alcance, porque unos días, como mucho, era el lapso en el que podíamos saber de antemano el tiempo que haría. Pero siempre se podía dar por sentado que, dentro de unos parámetros, los fenómenos meteorológicos irían ocurriendo según cierta secuencia que podíamos denominar normal para cada estación del año. Mas ahora ya no es así, porque estamos asistiendo a un cambio, que se ha denominado cambio climático, que ha roto toda la secuencia que nos era familiar desde tiempo inmemorial. El grave problema que se presenta es que este cambio no es para bien, sino para mal, como ya estamos comenzando a constatar.

Pero este clima meteorológico desmadrado está coincidiendo con el clima moral desmadrado que está habiendo en el mundo. Ahora bien, si el clima meteorológico desmadrado sólo propicia desastres, ¿qué se puede esperar del actual desmadrado clima moral? ¿Cómo echarse las manos a la cabeza frente al desmadre meteorológico, si se promueve y fomenta el otro desmadre? ¿Cómo es posible tanta sensibilidad hacia uno y tanta ceguera hacia el otro? Se escriben libros para darnos recetas prácticas para salvar al planeta del desastre que viene, para decirnos lo que cada uno de nosotros puede aportar, con su granito de arena. Y así debemos ser cuidadosos con nuestros desperdicios y reciclar todo lo que podamos; debemos ser sobrios y no derrochar agua; hemos de sacrificar algo de nuestro nivel de vida para no contaminar tanto; hemos de procurar la sostenibilidad, siendo responsables en el uso de las energías, echando mano de las alternativas; no hemos de recurrir a los plásticos, que son fuente de contaminación; es preciso enseñar a los niños a ser responsables y buenos administradores de los recursos. Y así hay cientos y cientos de recomendaciones, todas ellas destinadas a concienciarnos, ante la gravedad del panorama que se ha presentado.

Sin embargo, entre todas esta lista de consejos y sugerencias, falta la advertencia principal, que es la necesidad de un cambio profundo, por haber convertido a esta tierra en un vertedero moral, donde las normas y leyes que Dios dio son violadas, ridiculizadas y alteradas sistemáticamente, inventando otras, fruto de la desviación y la perversión humana. En realidad, el actual clima meteorológico desmadrado es la expresión del actual clima moral desmadrado y de poco vale tomar medidas para el primero, mientras no se tome ninguna para el segundo. Es más, lo que está ocurriendo es que mientras se proponen e impulsan medidas para frenar las consecuencias del primero, a la vez se promueven aquellas que acentúan las consecuencias del segundo. Y así es como asistimos a la implantación de leyes para rebajar los niveles de emisión de gases y también a la implantación de leyes para pervertir el modelo de matrimonio y familia. Para proteger la vida animal y para desproteger la vida humana no nacida. Para abolir la pena de muerte en las constituciones de los países y para defender a ultranza los mataderos de humanos inocentes, que son los abortorios. Para exigir un comportamiento sexual respetuoso y para dar rienda suelta a toda clase de incitación y vicio sexual. Para amparar hasta límites insospechados los derechos del menor y para conculcar el derecho absoluto del menor a tener un padre y una madre.

Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘Sin profecía el pueblo se desenfrena; mas el que guarda la ley es bienaventurado.’ (Proverbios 29:18). La profecía a la que el texto hace referencia no es la que surge de la imaginación del corazón, sino que es la Palabra de Dios, la que está aquilatada por el valor de lo que se anunció hace siglos y se cumplió a su debido tiempo, lo cual avala que lo que está anunciado para el futuro también se cumplirá igualmente. Sin esa Palabra, el pueblo se desenfrena, se desmadra, se sale de madre, no teniendo cauce que lo dirija, porque los que pretenden ser sus dirigentes están totalmente perdidos, en un torbellino de error y confusión, como aquellos falsos profetas de la antigüedad, que prometían a un pueblo desmadrado paz y prosperidad. El pasaje contrasta la profecía con la ley, no porque sean contrarios, sino porque son complementarios y equivalentes, de manera que desechar a la primera es desastroso, mientras que obedecer a la segunda es provechoso. Llama la atención el hecho de que el desenfreno y el desmadre es del pueblo, es decir, de los muchos, de la pluralidad; mientras que la obediencia es cosa de uno, de la singularidad. Y es que el mal es muy popular, teniendo millones y millones de seguidores, mientras que su opuesto, el bien, es cosa de alguno nada más. En realidad de Uno, en los términos más absolutos.

El atolladero en el que se encuentra este mundo lo ha creado este propio mundo, al haber rechazado deliberadamente las verdades contenidas en los Profetas y la Ley, es decir, el Antiguo Testamento, con lo cual también ha rechazado al Salvador, anunciado por los Profetas y la Ley y manifestado en el Evangelio. Y al hacerlo, ha escogido a “salvadores”, que no pueden salvar.

Sí, hace falta un cambio de mente. Pero este cambio de mente (que en griego se llama metanoia, es decir, arrepentimiento) va mucho más allá de la actitud hacia el plástico, los gases, los desechos y la energía. Es un cambio de actitud hacia lo que Dios ha ordenado y hacia Dios mismo. Un cambio urgente, antes de que sea demasiado tarde.

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ECÓLATRAS


«Entonces Dios los abandonó
para que hicieran
todas las cosas vergonzosas
que deseaban en su corazón.
Como resultado,
usaron sus cuerpos
para hacerse cosas viles
y degradantes entre sí.
Cambiaron la verdad
acerca de Dios por una mentira.
Y así rindieron culto y sirvieron
a las cosas que Dios creó
pero no al Creador mismo,
¡quien es digno de eterna alabanza! Amén.»


‭‭Romanos‬ ‭1:24-25‬ ‭NTV‬‬



 




«Pues sabemos que,
hasta el día de hoy,
toda la creación gime de angustia
como si tuviera dolores de parto;
y los creyentes también gemimos
—aunque tenemos al Espíritu Santo en nosotros
como una muestra anticipada de la gloria futura—
porque anhelamos que nuestro cuerpo sea liberado
del pecado y el sufrimiento.
Nosotros también deseamos
con una esperanza ferviente
que llegue el día en que Dios
nos dé todos nuestros derechos
como sus hijos adoptivos,
incluido el nuevo cuerpo que nos prometió.»


‭‭Romanos‬ ‭8:22-23‬ ‭NTV‬‬