Al analizar las participaciones o apertura de temas de caracter señalatorio doctrinal que muchos nuevos y algunos no tan nuevos foristas, hacen diariamente en este foro, no me queda más que pensar, que muchos de estos participantes padecen de un delirio que les hace suponer o ver a los que piensan diferente a ellos, como un peligro inminente para sus propias doctrinas. Esta inseguridad en su propio creer, fe o convencimiento, no es más que una demostración de la poca firmeza, confianza y conocimiento de Dios, que ellos mismos tienen. La duda que los atormenta de sus propias convicciones, les hace señalar a los que creen diferente a ellos, como enemigos potenciales con un único propósito en sus mentes, que según ellos es destruir o quitar de ellos su propia convicción religiosa.
Los que hemos nacido de nuevo, los que hemos sido hechos nuavas criaturas, los que hemos pasado de muerte a vida, los que hemos sido limpiados, santificados y justificados; debemos tener la convicción inalterable, analianable, inmutable; de que nada, absolutamente nada, nos puede separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús.
Desde el momento en que dejamos de ver a los ignorantes y extraviados, como necesitados, con los cuales debemos mostrarnos, pacientes y misericordiosos (Heb. 5) y los vemos como un conjunto o grupo enemigo al cual hay que atacar, en vez de rescatar; estamos mostrando una inseguridad en nuestra propia fe, una desconfianza en nuestras propias creencia, y un claro desconocimiento de la obra de Cristo, lo cual deja al decubierto a la vez, que esa obra no es real todavía en nosotros, de lo contrario, nuestro actuar sería otro.
Cuando mandamos al infierno a los Testigos de Jehová, a los Católicos, a los Adventistas, a los Mormones, a los Musulmanes, a los Induistas, o a cualquier otro grupo con creencias contrarias a las nuestras (Cristianos Evangélicos) es porque hemos dejado de confiar en aquel que nos pasó de las tinieblas a la luz, por medio del único capaz de convencer de error y de pecado...El Espíritu Santo de Dios.
Los que han entrado en guerra contra las instituciones que cobijan a los antes citados, y por esta guerra, los consideran sus enemigos y por tal hecho ya les han condenado a la muerte eterna, no conocen a su Señor y están librando una batalla a la cual no han sido llamados y pelenado una guerra que no ha sido declarada por nuestro Señor y por tanto, no es soportada ni avalada por El. Estos se han olvidado del pecador individual al cual ama el Señor, y se han concentrado en el pecado el cual aborrece el Señor, pero han emitido ya juicio contra el pecador individual al que día a día salva nuestro Señor, por el pecado del que también el mismo Señor les rescata.
Nuestra lucha no es contra carne ni sangre, pero la hacemos personal, o sea, la trasladamos a nuestra carne y nuestra sangre y en contra de otras carnes y otras sangres.
Nosotros los ciudadanos del cielo, el real sacerdocio, la nación santa, debemos padecer dolores de parto por aquellos que no conocen del Señor, hasta que la misericordia de Dios, sea un hecho real en ellos, en lugar de enfrascarnos en condenarlos, como si esa determinación la haya dejado Dios en nuestras manos.
El único ministerio a que hemos sido llamados todos los cristianos y del cual no es posible desvincularse, es al ministerio de la reconciliación, pero más de uno, han creado y establecido un nuevo ministerio, el de la condenación y para peores, a pesar de ser ellos los creadores de tal ministerio, ni siquiera lo ejercen correctamente, pues condenan hasta a los que Cristo mismo rescata.
Dios les bendice!
Greivin.