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LUMEN GENTIUM
Capítulo VIII
La Santísima Virgen María, Madre de Dios, en el misterio de Cristo y de la Iglesia
I - Proemio
1) La bienaventurada Virgen María en el misterio de Cristo
El benignísimo y sapientísimo Dios, queriendo llevar a término la redención del mundo,
cuando llegó el fin de los tiempos, envió a su Hijo hecho de mujer…para que recibiésemos la adopción de hijos (Gál.4, 4-5). El cual por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación descendió de los cielos, y se encarnó por obra del Espíritu Santo de María Virgen [SUP]
1[/SUP].
Este misterio divino de salvación continúa en la Iglesia, a la que el Señor constituyó como su cuerpo y en ella los fieles, unidos a Cristo, su cabeza, en comunión con todos sus santos, deben también
venerar la memoria
en primer lugar, de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de nuestro Dios y Señor Jesucristo [SUP]
2[/SUP]
(LG No. 52).
[SUP]
1[/SUP]
Credo en la Misa Romana: Símbolo Constantinopolitano: Mansi, 3 566. cfr. Conc. De Efeso, ib. 4, 111-116; Conc. Constant., II, ib. 9, 375-396.
[SUP]2[/SUP] Canon de la Misa Romana.
2) La bienaventurada Virgen y la Iglesia
En efecto, la Virgen María, que según el anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios en su corazón y en su cuerpo
y trajo la Vida al mundo, es reconocida y
honrada como verdadera Madre de Dios Redentor. Redimida de un modo eminente, en atención a los futuros méritos de su Hijo y a El unida con estrecho e indisoluble vínculo, está enriquecida con la suma prerrogativa y dignidad de ser la
Madre de Dios Hijo y, por tanto, la
hija predilecta del Padre y el sagrario del Espíritu Santo; con un don de gracia tan eximia, antecede, con mucho, a todas las criaturas celestiales y terrenas. Al mismo tiempo está unida en la estirpe de Adán con todos los hombres que necesitan ser salvados; más aún:
es verdaderamente madre.
De los miembros (de Cristo)…por haber cooperado con su amor a que naciese en la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella Cabeza [SUP]
3[/SUP]. Por eso también es saludada como miembro supereminente y del todo singular de la Iglesia, su prototipo y
modelo eminentísimos en la fe y caridad y a quien la Iglesia Católica, enseñada por el Espíritu Santo, honra con filial afecto de piedad como a su
Madre amantísima.
3) Intención del Concilio
Por eso el sacrosanto Sínodo, al exponer la doctrina de la Iglesia, en la cual el divino Redentor realiza la salvación, quiere explicar cuidadosamente tanto
la función de la bienaventurada Virgen María en el misterio del Verbo encarnado y del Cuerpo místico, como los deberes de los hombres redimidos hacia la
Madre de Dios, Madre de Cristo y Madre de los hombres, en especial de los fieles, sin que tenga la intención de proponer una completa doctrina de María, ni tampoco dirimir las
cuestiones no aclaradas totalmente por el estudio de los teólogos. Conservan, pues, su derecho las sentencias que se proponen libremente en las escuelas Católicas sobre Aquella que en la santa Iglesia ocupa
después de Cristo, el lugar más alto y el más cercano a nosotros 4
(LG No. 54).
[SUP]3[/SUP] S. Agustin, De S. Virginate, 6: PL 40, 399.
[SUP]4[/SUP] Cfr. Pablo VI, Alocen el Concilio, del 4 de diciembre de 1963: AAA 56 (1964), P.37
II- Oficio de la Bienaventurada Virgen en la Economía de la Sanación
4) La Madre del Mesías en el Antiguo Testamento
La Sagrada Escritura del Antiguo y del Nuevo Testamento y la venerable Tradición, muestran en forma cada vez más clara
el oficio de la Madre del Salvador en la economía de la salvación y, por así decirlo, lo muestran ante los ojos. Los libros del Antiguo Testamento describen la historia de la salvación, en la cual se prepara, paso a paso, el advenimiento de Cristo al mundo. Estos primeros documentos, tal como son leídos en la Iglesia y son entendidos
a la luz de una ulterior y más plena revelación, cada vez con mayor claridad iluminan
la figura de la mujer Madre del Redentor. Ella misma es esbozada bajo esta luz profética en la promesa de victoria sobre la serpiente, dada a nuestros primeros padres, caídos en pecado
(cfr. Is. 7, 14; Miq. 5, 2-3; Mt.1, 22-23).
Ella misma sobresale entre los humildes y pobres del Señor, que de El con confianza esperan y reciben la salvación. En fin, con Ella, excelsa Hija de Sión, tras larga espera de la promesa, se cumple la plenitud de los tiempos y se inaugura la nueva economía, cuando
el Hijo de Dios asumió de Ella la naturaleza humana para librar al hombre del pecado mediante los misterios de su carne
(LG No. 55).
5) María en la anunciación
El Padre de las misericordias quiso que precediera a la encarnación la aceptación de parte de la madre predestinada, para que así como la mujer contribuyó a la muerte, así también contribuyera a la vida. Lo cual vale en forma eminente de la Madre de Jesús, que dio al mundo la Vida misma que renueva todas las cosas, y que
fue enriquecida por Dios con dones correspondientes a tan gran oficio.
Por eso no es extraño que
entre los santos padres fuera común llamar a la Madre de Dios la toda santa e inmune de toda mancha de pecado y como plasmada por el Espíritu Santo y hecha una nueva criatura [SUP]
5[/SUP]. Enriquecida desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular, la Virgen nazarena es saludada por el ángel pro mandato de Dios como
llena de gracia (cfr. Lc. 1, 28), y Ella responde al enviado celestial:
He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra (Lc. 1,38) Así María hija de Adán, aceptando la palabra divina,
fue hecha Madre de Jesús y abrazando la voluntad salvífica de Dios, con generoso corazón y sin el impedimento de pecado alguno,
se consagró totalmente a sí misma, cual esclava del Señor, a la Persona y a la obra de su Hijo, sirviendo bajo El y con El, por la gracia de Dios omnipotente, al misterio de la redención. Con razón, pues,
los santos padres consideran a María, no como un mero instrumento pasivo en las manos de Dios, sino como cooperadora a la salvación humana por la libre fe y obediencia. Porque Ella,
como dice San Ireneo, obedeciendo fue causa de su salvación propia y la de todo el género humano [SUP]
6[/SUP]. Por eso no pocos padres antiguos en su predicación gustosamente afirman con él:
El nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María: lo que ató la virgen Eva por la incredulidad, La Virgen María lo desató por la fe [SUP]
7[/SUP]; y comparándola con Eva, llaman a María
Madre de los vivientes [SUP]
8[/SUP], y afirman con mucha frecuencia:
La muerte vino por Eva, por María la vida [SUP]
9[/SUP].
(LG. No. 56).
[SUP]5[/SUP] Cfr. S. Germán Const. Home. In Annunt. Deiparae: PG 98, 328A; In dorm. 2: col. 357; Anastasio Antioq., Serm, 2 de Manhunt., 2;PG 89, 1377 AB; Storm. 3.2; col 1388 C; Andrés Cret., Can. In B.V. Nat., 1; col. 812A; Home. In dorm., 1; col. 1.068C; S. Sofronio, Or. 2 in Annunt., 18; PG 87 (3), 3237BD
[SUP]6[/SUP] S. Ireneo, Adv. Haer., III, 22, 4; PG 7, 959A Harvey, 2, 123.
[SUP]7[/SUP] S.Ireneo, Ibidem; Harvey, 2, 124.
[SUP]8[/SUP] Epifanio, Hacer., 78; 18; PG 42, 728CD-729 AB
[SUP]9[/SUP] S Jerónimo, Epist. 22, 21; PL 22, 408; cfr. S. Agustin, Serm, 51, 2, 3; PL 38, 35; Serm. 232, 2; col 1.108; S Cirilo de Jer., Catech., 12,15; PG 33, 741AB; S. Juan Crisóstomo, In Ps. 44, 7; PG 55, 193; S. Juan Damasceno, Hom. 2 in dorm. B.M.V., 3; PG 96, 728.
6) La bienaventurada Virgen y el Niño Jesús
La unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte; en primer término, cuando María se dirige presurosa a visitar a Isabel, es saludada por ella como
bienaventurada a causa de su fe en la salvación prometida y el precursor saltó de gozo
(cfr. Lc. 1, 41-43) en el seno de su madre; y en la Natividad, cuando la Madre de Dios, llena de alegría muestra a los pastores y a los magos a su Hijo primogénito, que lejos de disminuir consagró su integridad virginal [SUP]
10[/SUP]. Y cuando, ofrecido el rescate de los pobres, lo presentó al Señor, oyó al mismo tiempo a Simeón que anunciaba que el Hijo sería signo de contradicción
y que una espada atravesaría el alma de la Madre, para que se manifestasen los pensamientos de muchos corazones
(cfr. Lc. 2, 34-35). Al Niño Jesús perdido y buscado con dolor, sus padres lo hallaron en el templo, ocupado en las cosas que pertenecían a su Padre, y no entendieron su respuesta. Pero
su Madre conservaba en su corazón, meditándolas, todas estas cosas (cfr. Lc 2, 41-51). (LG No. 57).
[SUP]10[/SUP] Cfr. Conc. Later, del año 649, ca 3; Mansi, 10, 1151; S. León M., Epist. Ad Flav.; PL 54, 759; Conc. Calced.; Mansi, 7, 462; S. Ambrosio, De instit. Virg.; PL 16,320.
7) La bienaventurada Virgen en el ministerio público de Jesús
En vida pública de Jesús, su Madre aparece significativamente: ya al principio durante las bodas de Caná de Galilea, a misericordia,
consiguió por su intercesión el comienzo de los milagros de Jesús Mesías (cfr. Jn. 2, 1-11). En el decurso de la predicación de su hijo acogió las palabras con las que
(cfr. Lc. 2, 19.51), elevando el Reino de Dios sobre los motivos y vínculos de la carne y de la sangre, proclamó bienaventurados a los que oían y observaban la palabra de Dios, como Ella lo hacía fielmente
(cfr. Mc. 3 35; Lc. 11, 27-28). Así también la bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su hijo hasta la cruz, en donde, no sin designio divino, se mantuvo de pie
(cfr. Jn. 19, 25), sufrió profundamente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima concebida por Ella misma, y finalmente, fue dada como Madre al discípulo por el mismo Cristo Jesús moribundo en la cruz, con estas palabras: ¡Mujer, he ahí a tu Hijo!
(cfr. Jn. 19, 26-27)[SUP]
11[/SUP].
(LG. No. 58).
[SUP]
11[/SUP]
Cfr. Pío XII, Enc. Mystici Corporis, del 29 de junio de 1943; AAS 35 (1943), pp. 247-248.
8) La bienaventurada Virgen después de la ascensión
Queriendo Dios no manifestar solemnemente el sacramento de la salvación humana antes de derramar el Espíritu Santo prometido por Cristo, vemos a los apóstoles antes del día de Pentecostés
perseverar unánimemente en la oración, con las mujeres y María, la Madre de Jesús, y los hermanos de El (Hech. 1, 14) y a María implorando con sus ruegos el don del Espíritu Santo, el cual ya la había cubierto con su sombra en la anunciación. Finalmente,
la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa original [SUP]
12[/SUP] , terminado el curso de su vida terrena, en alma y en cuerpo fue asunta a la gloria celestial [SUP]
13[/SUP] y enaltecida por el Señor como Reina del Universo, para que se asemejara más plenamente a su Hijo, Señor de los que dominan
(Apoc. 19,16) y vencedor del pecado y de la muerte [SUP]
14[/SUP] .
(LG. No. 59).
[SUP]12[/SUP] Cfr. Pío XII, Bula Ineffabilils, del 8 de diciembre de 1854; Acta Pio IX, 1, I, p. 616; Denz. 1641 (2803).
[SUP]13[/SUP] Cfr. Pío XII, Const. Apost. Menificentissimus, del 10 de noviembre de 1950: AAS 42 (1950); Denz 2333; Cfr. Juan Damasceno, Enc. In dorm. Dei genetricis. Hom. 2 y 3; PG 96, 722-762, en especial col. 728B; S. Germán Const., In S. Dei gen. Dorm. 1: PG98 (3), 340-348; Serm., 3; col. 362; S. Modesto de Jerusalén, In dorm. SS Deiparae PG 86 (2); 3277-3311.
III- La Bienaventurada Virgen y la Iglesia
9) María, esclava del Señor, en la obra de la redención y de la Santificación
Uno solo es nuestro Mediador según la palabra del Apóstol:
Porque uno es Dios y uno el Mediador de Dios y de los hombres, un hombre, Cristo Jesús, que se entregó a Sí mismo como precio de rescate por todos [SUP]
14[/SUP].
(1 Tim. 2, 5-6). Pero
la función maternal de María hacia los hombres de ninguna manera oscurece ni disminuye esta única mediación de Cristo, sino más bien muestra su eficacia. Porque
todo el influjo salvífico de la bienaventurada Virgen a favor de los hombres, no nace de ninguna necesidad, sino del divino beneplácito y brota de la superabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, de Ella depende totalmente y de la misma saca toda su eficacia, y lejos de impedirla, fomenta la unión inmediata de los creyentes con Cristo.
(LG No. 60).
14 Cfr. Pío XII, Enc. Ad caeli Reginam, del 11 de octubre de 1954; AAs 46 (1954), pp. 633-636; Denz. 3.913s.; Cfr. S. Andrés Cret., Hom. 3 In dorm. SS. Deiparae; PG 97, 1090; S. Juan Damasceno, De fide orth., IV, 14; PG 94, 1153-1161.
10) Maternidad espiritual
La bienaventurada Virgen, predestinada desde toda la eternidad como Madre de Dios junto con la encarnación del Verbo divino por designio de la divina Providencia, fue en la tierra la benéfica Madre del divino Redentor y en forma singular la generosa colaboradora entre todas las criaturas y la humilde esclava del Señor.
Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo en el templo al Padre, padeciendo con su Hijo mientras El moría en la cruz, cooperó en forma del todo singular, por la obediencia, la fe, esperanza y la encendida caridad, en la restauración de la vida sobrenatural de las almas. Por tal motivo es nuestra Madre en el orden de la gracia. (LG No. 61).
11) Mediadora
Y esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el momento en que prestó fiel asentimiento en la anunciación, y lo mantuvo sin vacilación al pie de la cruz, hasta la consumación perfecta de todos los elegidos. Pues una vez asunta a los cielos, no dejó su oficio salvador, sino que continúa alcanzándonos por su múltiple intercesión los dones de la eterna salvación [SUP]
15[/SUP].
Por su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo que peregrinan y se debaten entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz. Por eso, la bienaventurada Virgen en la Iglesia es invocada con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora [SUP]
16[/SUP]. Lo cual, sin embargo, se entiende de manera que nada quite ni agregue a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador [SUP]
17[/SUP].
Porque ninguna criatura puede compararse jamás con el Verbo encarnado, nuestro Redentor; pero así como del sacerdocio de Cristo participan de varias maneras, tanto los ministros como el pueblo fiel, y así como la única mediación del Redentor no excluye, sino que suscita en sus criaturas una múltiple cooperación que participa de la fuente única.
La Iglesia no duda en atribuir a María un tal oficio subordinado, lo experimenta continuamente y lo recomienda al amor de los fieles para que, apoyados en esta protección maternal, se unan más íntimamente al Mediador y Salvador.
(LC No. 62).
[SUP]15[/SUP] Cfr. Kleutgen, texto corregido De misterio Verbi incamati, cap. IV; Mansi, 53, 290; Cfr. S. Andrés Cret., In nat. Mariae, sermo 4; PG 97, 865 A; S. Germán Const., In ann. Deiparae; PG 98, 321 BC; In dorm., Deiparae, III; col. 361G; S. Juan Damasceno,, In dorm. B. V. Mariae, 1; PG 96, 712 BC, 713 A.
[SUP]16[/SUP] Cfr. León XIII, Enc. Adiutricem populi; del 5 de septiembre de 1895; AAS 15 (1895-96), p. 303; P. Pío Xl Enc. Ad diem illum, del 2 d efebrero de 1904; Acta, I, p. 154; Denz. 1978ª (3370); Pío XI, Enc. Miserentissimus, del 8 de mayo de 1928; AAS 20 (1928), p. 178; Pío XII, Mensaje radiof., del 13 de mayo de 1946; AAS 38 (1964), p. 266.
[SUP]17[/SUP] Cfr. S. Ambrosio, Epist. 63; PL 16, 1218.
Mañana continuamos...