A pesar de que es muy extenso, merece la pena leerlo y examinar su argumentación
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EL DISCURSO POR EL OBISPO STROSSMAYER
EN EL VATICANO DEL AÑO 1870
EL CONOCIMIENTO DISIPA LAS TINIEBLAS DE LA IGNORANCIA
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EL CONCILIO ECUMÉMICO DEL VATICANO EN ROMA DE 1870
REFERENTE A: LA INFALIBILIDAD DEL PAPA
Venerables padres y hermanos:
No sin temor, pero con una consciencia libre y tranquila ante Dios que vive y me ve, tomo la palabra en medio de vosotros, en esta augusta asamblea. Desde que me hallo sentado aquí con vosotros he seguido con atención los discursos que se han pronunciado en esta sala, ansiado con grande anhelo que un rayo de luz, descendiendo de arriba, iluminase los ojos de mi inteligencia y me permitiese votar los cánones de este Santo Concilio Ecuménico con perfecto conocimiento de causa.
Penetrado del sentimiento de responsabilidad, por el cual Dios me pedirá cuenta, me he propuesto estudiar con escrupulosa atención los Escritos del Antiguo y Nuevo Testamento; y he interrogado a estos venerables monumentos de la verdad, para que me diesen a saber si el Santo Pontífice, que preside aquí, es verdaderamente el sucesor de San Pedro, Vicario de Jesucristo e infalible doctor de la Iglesia.
Para resolver esta grave cuestión, me he visto precisado a ignorar el estado actual de las cosas y a transportarme en mi imaginación, con la antorcha del Evangelio en las manos, a los tiempos en que, ni el Ultramontanismo, (1) ni el Galicanismo (2) existían, y en los cuales la Iglesia tenía por doctores a San Pablo, San Pedro, Santiago y San Juan, doctores a quien nadie puede negar la autoridad divina sin poner en duda lo que la Santa Biblia, que tengo delante, nos enseña y la cual el Concilio de Trento proclamó como la regla de la fe y de la moral.
He abierto, pues, estas sagradas páginas: y bien, ¿me atreveré a decirlo? Nada he encontrado que sancione próxima o remotamente la opinión de los Ultramontanos. Aún es mayor mi sorpresa, porque no encuentro en los tiempos apostólicos nada que haya sido cuestión de un papa sucesor de San Pedro y Vicario de Jesucristo, como tampoco de Mahoma, que no existía aún.
Vos, monseñor Manning, diréis que blasfemo; monseñor Fie, diréis que estoy demente. ¡No monseñores, no blasfemo ni estoy loco! Ahora bien, habiendo leído todo el Nuevo Testamento, declaro ante Dios con mi mano elevada al gran Crucifijo, que ningún vestigio he podido encontrar del Papado tal como existe ahora.
No me rehuséis vuestra atención, mis venerables hermanos, y con vuestros murmullos e interrupciones justifiquéis los que dicen como el padre Jacinto, que este Concilio no es libre, porque vuestros votos han sido de antemano impuestos. Si tal fuese el hecho, esta augusta asamblea hacia la cual las miradas de todo el mundo están dirigidas, caería en el más grande descrédito.
Si deseáis ser grandes, debéis ser libres. Agradezco a Su Excelencia monseñor Dupanloup, el signo de aprobación que hace con la cabeza. Esto me alienta y prosigo. Leyendo, pues, los Santos Libros con toda la atención de que el Señor me ha hecho capaz, no encuentro un solo capítulo o un corto versículo, en el cual Jesús dé a San Pedro la jefatura sobre los apóstoles, sus colaboradores. Si Simón, el hijo de Jonás, hubiese sido lo que hoy día creemos sea su Santidad Pío IX, extraño es que no les hubiese dicho 'Cuando haya ascendido a mi Padre, debéis todos obedecer a Simón Pedro, así como ahora me abedecéis a mi. Le establezco por mi Vicario en la tierra'.
No solamente calle Cristo sobre este particular, sino que piensa tan poco en dar una cabeza a la iglesia que, cuando promete tronos a sus apóstoles, para juzgar a las doce tribus de Israel (Mateo 19:28), (3) les promete doce, uno para cada uno, sin decir que entre dichos tronos uno sería más elevado, el cual pertenecería a Pedro. Indudablemente, si tal hubiese sido su intento, lo indicaría. ¿Qué hemos de decir de su silencio? La lógica nos conduce a la conclusión de que Cristo no quiso elevar a Pedro a la cabecera del colegio apostólico.
Cuando Cristo envió a los apóstoles a conquistar el mundo, a todos dió la promesa del Espíritu Santo. Permitidme repetirlo: si El hubiese querido constituir a Pedro en su Vicario, le hubiera dado el mando supremo sobre su ejército espiritual. Cristo, así lo dice la Santa Escritura, prohibió a Pedro y a sus colegas reinar o ejercer señorío o tener potestad sobre los fieles, como lo hacen los reyes gentiles (Lucas, 22:25,36) (4). Si San Pedro hubiese sido elegido Papa, Jesús no diría esto, porque según vuestra tradición, el papado tiene en sus manos dos espadas, símbolo del poder espiritual y temporal. Hay una cosa que me ha sorprendido muchísimo. Resolviéndola en mi mente, me he dicho a mí mismo: Si Pedro hubiese sido elegido Papa, ¿Se permitiría a sus colegas enviarle con San Juan a Samaria para anunciar el Evangelio del Hijo de Dios? (Hechos 2:15) (5).
¿Qué os parecería, venerables hermanos, si nos permitiésemos ahora mismo enviar a su Santidad Pio IX, a su Eminencia monseñor Plautier al patriarca de Constantinopla para persuadirle a que pusiese fin al cisma del Oriente? Mas, he aquí otro hecho de mayor importancia. Un concilio ecuménico se reúne en Jerusalén para decidir cuestiones que dividían a los fieles. ¿Quién debía presidirlos? San Pedro o su legado. ¿Quién debíera formar o promulgar los cánones? San Pedro. Pues bien, ¡nada de esto sucedió! Nuestro apóstol asistió al Concilio, así como los demás; pero no fue él quien reasumió la discusión sino Santiago: y cuando se promulgaron los decretos se hizo en nombre de los apóstoles, ancianos y hermanos. (Hechos, 15) (6).
¿Es ésta la práctica de nuestra iglesia? Cuanto más lo examino ¡oh, venerables hermanos! tanto más estoy convencido que en las Sagradas Escrituras el Hijo de Jonás no parece ser el primero. Ahora bien; mientras nosotros enseñamos que la Iglesia está edificada sobre San Pedro, San Pablo, cuya autoridad no puede dudarse, dice en su Epístola a los Efesios, 2:20, que está edificada sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo, Cristo mismo.
Este mismo apóstol cree tan poco en la supremacía de Pedro que abiertamente culpa a los que dicen: 'somos de Pablo, somos de Apolos' (1o. Corintios, 1:12); así como culpa a los que dicen: 'Somos de Pedro'. Si este último apóstol hubiese sido el Vicario de Cristo, San Pablo, se habría guardado bien de no censurar con tanta violencia a los que pertenecían a su propio colega. El mismo apóstol Pablo, al enumerar los oficios de la Iglesia, menciona apóstoles, profetas, evangelistas, doctores y pastores.
¿Es creíble, mis venerables hermanos que San Pablo, el gran apóstol de los gentiles, olvidase el primero de estos oficios: el papado, si el papado fuera de divina institución? Ese olvido me parece tan imposible como el de un historiador de este Concilio que no hiciese mención de su Santidad Pío IX. (Varias voces: ¡Silencio, hereje, silencio!).
Calmaos, Venerables hermanos, que todavía no he concluido. Impidiéndome que prosiga, manifestarías al mundo que procedéis sin justicia, cerrando la boca de un miembro de esta asamblea. Continuaré: el apóstol Pablo no hace mención en ninguna de sus epístolas a las diferentes iglesias, de la primacía de Pedro. ¿Si esta primacía existiese; si, en una palabra, la Iglesia hubiese tenido una cabeza suprema dentro de sí, infalible en enseñanza, podría el gran apóstol de los gentiles olvidar el mencionarla? ¡Qué digo!
Más probable es que hubiese escrito una larga epístola sobre esta importante materia. Entonces, cuando el edificio de la doctrina cristiana fue erigido, podría, como lo hace, ¿olvidarse de la fundación, de la clave del arco? Ahora bien: si no opináis que la iglesia de los apóstoles fue herética, lo que ninguno de vosotros desearía u osaría decir, estamos obligados a confesar que la iglesia nunca fue más bella, más pura, ni más santa que en los tiempos en que no hubo papa.
(Gritos de: ¡No es verdad! ¡No es verdad!) No, digo monseñor Laval. 'No'. Si alguno de vosotros mis venerables hermanos, se atreve a pensar que la iglesia que hoy tiene un papa por cabeza, es más firme en la fe, más pura en la moralidad que la Iglesia Apostólica, dígalo abiertamente ante el universo, puesto que este recinto es un centro desde el cual nuestra palabra volará de polo a polo. Prosigo: ni en los escritos de San Pedro, San Juan o Santiago, o descubro traza alguna o germen de poder papal. San Lucas, el historiador de los trabajos misioneros de los apóstoles, guarda silencio sobre este importantísimo punto. El silencio de estos hombres santos, cuyos escritos forman parte del Cánon de las divinamente inspiradas Escrituras, me parece tan penoso e imposible, si Pedro fuese Papa, y tan inexcusable como si Thiers, escribiendo la historia de Napoleón Bonaparte, omitiese el título de emperador.
Veo delante de mi un miembro de la asamblea que dice, señalándome con el dedo: 'Ahi está un obispo cismático, que se ha introducido entre nosotros con falsa bandera'. No, no, mis venerables hermanos: no he entrado en esta augusta asamblea como un ladrón por la ventana sino por la puerta, como vosotros; mi título de Obispo me dió derecho a ello, así como mi conciencia cristiana me obliga a hablar y decir lo que creo ser verdad.
Lo que más me ha sorprendido y que, además se puede demostrar, es el silencio del mismo San Pedro. Si el apóstol fuese lo que proclamáis que fue, es decir, Vicario de Jesucristo en la tierra, él, al menos, debiera saberlo. Si lo sabía ¿cómo sucede que ni una sola vez obró como Papa? Podría haberlo hecho el día de Pentecostés, cuando predicó su primer sermón, y no lo hizo; en el Concilio de Jerusalén, y no lo hizo; en Antioquía, y no lo hizo; como tampoco lo hace en las dos epístolas que dirige a la Iglesia. ¿Podéis imaginaros un tal papa, mis venerables hermanos, si Pedro era papa?
Resulta pues, que si queréis sostener que fue papa, la consecuencia natural es que él no lo sabía. Ahora pregunto a todo el que tenga cabeza con que pensar y mente con que reflexionar: ¿son posibles estas dos suposiciones? Digo pues, que mientras los apóstoles vivían, la Iglesia nunca pensó que había Papa. Para sostener lo contrario sería necesario entregar las Sagradas Escrituras a las llamas o ignorarlas por completo. Pero escucho decir por todos lados 'pues qué, ¿no estuvo San Pedro en Roma? ¿No fue crucificado con la cabeza abajo? ¿No se hallan los lugares donde enseñó, y los altares donde dijo misa, en esta ciudad eterna? Que San Pedro haya estado en Roma, reposa, mis venerables hermanos, sólo sobre la tradición, mas aun, si hubiese sido obispo de Roma ¿cómo podéis probar con su episcopado su supremacía? Scalígero, uno de los hombres más eruditos no vacila en decir que el episcopado de San Pedro y su residencia en Roma deben clasificarse entre las leyendas ridículas. (Repetidos gritos: ¡Tapadle la boca, tapadle la boca, hacedle descender del púlpito!).
Venerables hermanos estoy pronto a callarme; mas ¿no es mejor en una asamblea como la nuestra, probar todas las cosas como manda el apóstol y creer todo lo que es bueno?. Pero, mis venerables amigos, tenemos un Dictador ante el cual todos debemos postrarnos y callar, aún Su Santidad Pío IX, e inclinar la cabeza. Ese dictador es la Historia. Esta no es como un legendario que se puede formar al estilo que el alfarero hace su barro, sino como un diamante que esculpe en el cristal palabras indelebles. Hasta ahora me he apoyado sólo en ella, y no encuentro vestigio alguno del papado en los tiempos apostólicos: la falta es suya; no es mía. ¿Queréis quizá acusarme de mentira?. Hacedlo si podéis.
Oigo a mi derecha estas palabras: 'Tú eres Pedro y sobre esta roca edificaré mi iglesia' (Mat. 16:18). Contestaré esta objeción después, mis venerables hermanos: más, antes de hacerlo, deseo presentaros el resultado de mis investigaciones históricas. No hallando ningún vestigio alguno del papado en los tiempo apostólicos, me dije a mí mismo: quizá hallaré al Papa en los cuatro primeros siglos y no he podido dar con él. Espero que ninguno de vosotros dudará de la gran autoridad del santo obispo de Hipona, el grande y bendito San Agustín. Este piadoso doctor, honor y gloria de la Iglesia Católica, fue secretario en el Concilio de Melive. En los decretos de esa venerable Asamblea, se hallan estas palabras: 'Todo el que epele a los de la otra parte del mar, no será admitido a la comunión por ninguno en el Africa'. Los obispos de Africa reconocían tan poco al obispo de Roma, amonestándole que no recibiese apelación de los obispos, sacerdotes o clérigos de Africa: que no enviase más legados o comisionados y que no introdujese el orgullo humano en la iglesia. Que el patriarca de Roma había desde los primeros tiempos tratado de atraerse a sí mismo toda autoridad, es un hecho evidente; y lo es también igualmente, que no poseía la supremacía que los Ultramontanos le atribuyen. Si la poseyera, ¿osarían los obispos de Africa, San Agustín entre ellos, prohibir apelaciones a los decretos de su supremo tribunal? Confieso, sin embargo que el patriarca de Roma ocupaba el primero puesto. Una de las leyes de Justiniano dice: 'Mandamos, conforme a la definición de los cuatro Concilios, que el Santo Papa de la antigua Roma sea el primero de los obispos y que Su Alteza el arzobispo de Constantinopla, que es la nueva Roma, sea el segundo'. Inclínate, pues, a la supremacía del papa, me diréis.
No corráis tan apresurados a esa conclusión, mis venerables hermanos, porque la ley de Justiniano lleva escrito al frente: 'del cordón sedes patriarcales'. Presidencia es una cosa, y el poder de Jurisdicción es otra. Por ejemplo: suponiendo que en Florencia se reuniese una asamblea de todos los obispos del reino, la presidencia se daría, naturalmente, al primado de Florencia, así como entre los occidentales se concedería al patriarca de Constantinopla y en Inglaterra al arzobispo de Canterbury. Pero ni el primero, segundo ni tercero, podría aducir de la asignada posición Jurisdicción sobre sus compañeros. La importancia de los obispos de Roma procede no del poder divino sino de la importancia de los obispos de Roma donde está la Sede. Monseñor Darvoy no es superior en dignidad al arzobispo de Avignon; mas, no obstante, París le da una consideración que no tendría, si en vez de tener su palacio en las orillas del Sena se hallase sobre el Ródano. Esto, que es verdadero en la jerarquía religiosa, lo es también en materias civiles y políticas. El prefecto de Roma, no es más que un prefecto como el de Pisa; pero civil y políticamente es de mayor importancia aquél. He dicho ya que desde los primeros siglos, el patriarca de Roma aspiraba al gobierno universal de la iglesia. Desgraciadamente, casi lo alcanzó; pero no consiguió ciertamente sus pretenciones porque el emperador Teodosio II hizo una ley por la cual estableció que el patriarca de Constantinopla tuviese la misma autoridad que el de Roma. Los padres del Concilio de Calcedonia, colocan a los obispos de la antigua y de la nueva Roma en la misma categoría en todas las cosas, aun en las eclesiásticas (Can. 28). El Sexto Concilio de Cartago prohibió a todos los obispos se abrogasen el título Obispo Universal, que los papas se abrogaron más tarde, Gregorio I, creyendo que sus sucesores nunca pensarían en adornarse con él, escribió estas notables palabras: 'Ninguno de mis antecesores ha consentido en llevar este título profano porque cuando un patriarca se abroga a sí mismo el nombre universal, el título de patriarca sufre descrédito. Lejos esté pues, de los cristianos, el deseo de darle un título que cause descrédito a sus hermanos'. San Gregorio dirigió estas palabras a su colega de Constantinopla, que pretendía hacerse primado de la iglesia. El Papa Pelagio II, llamaba a Juan, obispo de Constantinopla, que aspiraba al sumo pontificado, impío y profano. 'No se le importe', decía, 'el título universal que Juan ha usurpado ilegalmente, que ninguno de los patriarcas se abrogue este nombre profano, porque ¿cuántas desgracias no debemos esperar si entre los sacerdotes se suscitan tales ambiciones? Alcanzarían lo que se tiene predicho de ellos: 'El es el rey de los hijos del orgullo'. (Pelagio II, Lit. 13).
Estas autoridades, y podría citar cien más de igual valor, ¿no prueban con una claridad igual al resplandor del sol en medio del día, que los primeros obispos de Roma no fueron conocidos como obispos y cabezas de la iglesia, sino hasta tiempos muy posteriores? Y, por otra parte, ¿quién no sabe que desde el año 325, en el cual se celebró el primer Concilio de Nicea hasta 580 años en que fue celebrado el Segundo Concilio Ecuménico de Constantinopla, y entre más de 1,109 obispos que asistieron a los primeros seis Concilios Generales, no se hallaron presentes más que diez y nueve obispos del Occidente? ¿Quién ignora que los Concilios fueron convocados por los emperadores sin siquiera informarles de ellos y frecuentemente aun en oposición a los deseos del obispo de Roma? ¿Que Osio, obispo de Córdoba, presidió el primer Concilio de Nicea y redactó sus cánones? El mismo Osio, presidiendo después el Concilio de Sárdica, excluyó al legado de Julio, obispo de Roma. No diré más, mis venerables hermanos y paso a hablar del gran argumento a que me referí anteriormente para establecer el primado del obispo de Roma.
Por la roca (petra) sobre la cual la Santa Iglesia está edificada, entendéis que es Pedro. Si esto fuera verdad, la disputa quedaría terminada; mas nuestros antepasados, y ciertamente debieron saber algo, no suponían sobre esto como nosotros.
San Cirilo, en su cuarto libro sobre la Trinidad dice: 'Creo por la roca debéis entender la fe inmóvil de los apóstoles', San Hilario, obispo de Poitiers, en su segundo libro de la Trinidad, dice: 'La roca (petra) es la bendita y sola roca de la fe confesada por la boca de San Pedro', y en su sexto libro sobre la Trinidad dice: 'Es sobre esta roca de la confesión de fe, que la Iglesia está edificada'. 'Dios', dice San Jerónimo, en su sexto libro sobre San Mateo, 'ha fundado su Iglesia sobre esta roca y es de esta roca que el apóstol Pedro fue apellidado. De conformidad con él, San Crisóstomo dice en su Homilía 53 sobre San Mateo: 'Sobre esta roca edificaré mi Iglesia, es decir, sobre la fe de la confesión'. Ahora bien, ¿cuál fue la confesión del apóstol? Hela aquí: 'Tu eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente'. Asombroso, el santo arzobispo de Milán, sobre el segundo capítulo de la epístola a los Efesios; San Basilio de Seleucia y los padres del Concilio de Calcedonia, enseñan precisamente la misma cosa. Entre todos los doctores de la antigüedad cristiana, San Agustín ocupa uno de los primeros puestos por su sabiduría y santidad. Escuchad, pues, lo que escribe sobre la primera epístola de San Juan: Qué significan las palabras: 'edificaré mi iglesia sobre esta roca? Sobre esta fe, sobre eso que dices, tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.'.
En su tratado 124 sobre San Juan, encontramos esta muy significante frase: 'Sobre esta roca, que tú has confesado, edificaré mi Iglesia, puesto que Cristo mismo era la roca'.
El gran obispo creía tan poco que la Iglesia fuese edificada sobre San Pedro, que dijo a su grey en su sermón 13: 'Tú eres Pedro y sobre esta roca (petra) que tú has confesado, sobre esta roca que tú has reconocido, diciendo: 'Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente', edificaré mi Iglesia; sobre mí mismo que soy el Hijo del Dios viviente. La edificaré sobre mí mismo, y no sobre tí'. Lo que San Agustín enseña sobre este célebre pasaje, era la opinión de todo el mundo cristiano en sus días; por consiguiente, reasumo y establezco:
1o.-Que Jesús dio a sus apóstoles el mismo poder que dio a Pedro.
2o.-Que los apóstoles nunca reconocieron en San Pedro al vicario de Jesucristo y
al infalible doctor de la Iglesia.
3o.-Que los Concilios de los cuatro primeros siglos, mientras reconocían la alta
posición que el obispo de Roma ocupaba en la Iglesia por motivo de Roma, tan
sólo le otorgaron una preeminencia honoraria, nunca el poder y la jurisdicción.
4o.-Que los santos padres en el famoso pasaje: 'Tu eres Pedro y sobre esta piedra
edificaré mi Iglesia', nunca entendieron que la Iglesia está edificada sobre San
Pedro, sino sobre la Roca, es decir, sobre la confesión de la fe del apóstol.
Concluyo victoriosamente, conforme a la historia, la razón, la lógica, el buen sentido y la conciencia cristiana, que Jesucristo no dio supremacía a San Pedro, y que los obispos de Roma no se constituyeron soberanos de la Iglesia, sino tan sólo confesando uno por uno los derechos del episcopado: (Voces: ¡Silencio! ¡Silencio! ¡Insolente protestante! ¡Silencio!).
¡No soy un protestante insolente!. La historia no es católica, ni anglicana, ni calvinista, ni luterana, ni arminiana, ni griega cismática, ni ultramontana. Es lo que es, es decir, algo más poderosa que todas las confesiones de la fe, que todos los cánones de los concilios ecuménicos. ¡Escribid contra ella si osáis hacerlo! Más no podréis destruirla, como tampoco sacando un ladrillo del Coliseo podríais hacerlo derribar. Si he dicho algo que la historia pruebe ser falso, enseñadmelo con la historia; y sin un momento de titubeo, haré la más honorable apología. Mas tened paciencia, y veréis que todavía no he dicho todo lo que quiero y puedo: y aún si la pira fúnebre me aguárda en la plaza de San Pedro, no callaría, porque me siento precisado a proseguir.
Monseñor Dupanlop, en sus célebres 'Observaciones' sobre este Concilio Vaticano, ha dicho, y con razón, que si declaramos a Pío IX, infalible, deberemos necesariamente y de la lógica natural, vernos pecisados a mantener que todos sus predecesores eran también infalibles. Pero, venerables hermanos, aquí la Historia levanta su voz con autoridad asegurándonos que algunos papas erraron; podeís protestar contra esto o negarlo, si así os place: mas yo lo probaré. El Papa Victor (192) primero aprobó el montanismo (7) y después lo condenó. Marcelino (296 a 303) era un idólatra. Entró en el templo de Vesta y ofreció incienso a la diosa. Diréis que fue acto de debilidad, pero contesto: un Vicario de Jesucristo muere, mas no se hace apóstata. Liberio (382) consintió en la condenación de Atanasio; después hizo profesión de arrianismo (8) para lograr que se le revocase el destierro y se le restituyese su Sede. Honorio (625) se adhirió al monotelismo; (9) el Padre Gatry lo ha probado hasta la evidencia.
Gregorio I (578 a 590) llama Anticristo a cualquiera que se diese el nombre de Obispo Universal y al contrario, Bonifacio III (607 a 608) persuadió al emperador parricida, Phocas, a que le confiriera dicho título. Pascual II (1088 a 1099) y Eugenio III (1145 a 1153) autorizaron los desafíos; mientras que Julio II (1199) y Pío IV (1560) los prohibieron. Eugenio IV (1431 a 1439) aprobró el Concilio de Basilea y la restitución del cáliz a la Iglelsia de Bohemia y Pío II (1458) revocó la concesión. Adriano II (867 a 872) declaró válido el matrimonio civil, pero Pío VII (1800 a 1823) lo condenó. Sixto V (1585 a 1590) compró una edición de la Biblia y con una bula recomendó su lectura; mas Pío VII condenó su lectura. Clemente XIV (1700 a 1721) abolió la Compañía de los Jesuítas, permitida por Pablo II y Pío VII la restableció.
Mas, ¿a qué buscar pruebas tan remotas? ¿no ha hecho otro tanto nuestro Santo Padre, que está aquí, en su bula, dando reglas para este mismo Concilio, en el caso de que muriese mientras se halla reunido, revocando cuanto a tiempos pasados fuese contrario a ello, aun cuando procediese en las decisiones de sus predecesores? Y Ciertamente, si Pío IX ha hablado ex cátedra, no es cuando desde lo profundo de su tumba impone su voluntad sobre los soberanos de la Iglesia. Nunca concluiría mis venerables hermanos, si se tratase de presentar a vuestra vista las contradicciones de los papas en sus enseñanzas; por lo tanto, si proclamáis la infalibilidad del papa actual, tendréis que probar o, bien, que los papas nunca se contradijeron, lo que es imposible, o bien, tendréis que declarar que el Espíritu Santo os ha revelado que la infalibilidad del papado es tan sólo de fecha 1870. ¿Sois bastante atrevidos para hacer esto? Quiza los pueblos estén indiferentes y dejen pasar cuestiones teológicas que no entienden, y cuya importancia no ven; pero aun cuando sean indiferentes a los principios, no lo son en cuanto a los hechos.
Pues bien; no os engañéis a vosotros mismos. Si decretáis el dogma de la infalibilidad papal, los protestantes, nuestros adversarios, montarán la brecha con tanta bravura cuanto que tienen la historia de su lado; mientras que nosotros sólo tendremos nuestra negación que oponerles. ¿Qué les diremos cuando expongan a todos los obispos de Roma, desde los días de Lucas hasta su Santidad Pío IX ¡ay! Si todos hubiesen sido como Pío IX triunfaríamos en toda la línea; mas ¡desgraciadamente no es así! (Gritos de: Silencio, silencio! ¡Basta, basta!) No gritéis, monseñores. Temer a la historia es confesaros derrotados; y, además, aun si pudiérais hacer correr toda el agua del Tíber sobre ella, no podríais borrar ni una sola de sus páginas. Dejadme hablar y seré tan breve como sea posible en este importantísimo asunto. El Papa Virgilio (538) compró el papado a Belisario, teniente del emperador Justiniano. Es verdad que rompió su promesa y nunca pagó por ello. ¿Es ésta una manera canónica de ceñirse la tiara? El segundo Concilio de Calcedonia lo condenó formalmente. En uno de sus cánones se lee: 'El obispo que obtenga su episcopado por dinero, lo perderá y será degradado.' El Papa Eugenio II (1145) limitó a Virgilio. San Bernardo, la estrella brillante de su tiempo, reprendió al Papa, diciéndole: '¿Podrías enseñarme en esta gran ciudad de Roma alguno que os hubiera recibido por Papa sin haber primero recibido oro y plata por ello?
Mis venerables hermanos, ¿estará el Papa que establece un banco a las puertas del templo, inspirado por el Espíritu Santo? ¿Tendrá derecho alguno de enseñar a la iglesia la infalibilidad? Conocéis la historia de Formoso demasiado bien, para que yo pueda añadir nada. Esteban VI hizo exhumar su cuerpo vestido con ropas pontificales; hizo cortarle los dedos con que acostumbraba dar la bendición y después lo hizo arrojar al Tíber, declarando que era un perjuro ilegítimo. Entonces el pueblo aprisionó a Esteban, lo envenenó y lo agarrotó. Mas, ved cómo las cosas se arreglaron. Romano, sucesor de Esteban, y tras él Juan X, rehabilitaron la memoria de Formoso. Quizá me diréis, esas son fábulas, no historia. ¡Fábulas! Id, monseñores, a la biblioteca del Vaticano y leed a Platina, el historiador del papado y los Anales de Baronio (897). Estos son hechos, que por honor de la Santa Sede, desearíamos ignorar: mas cuando se trata de definir un dogma que podrá provocar un gran cisma en medio de nosotros, el amor que abrigamos hacia nuestra venerable madre la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, ¿debería imponernos el silencio? Prosigo, el erudito cardenal Baronio, hablando de la corte papal dice:
Haced atención, mis venerables hermanos, a estas palabras: '¿Qué parecía la Iglesia Romana en aquellos tiempos? ¡Qué infamia! Sólo las poderosísimas cortesanas gobernaban en Roma. Eran ellas las que daban, cambiaban y se tomaban obispados; y, ¡horrible es relatarlo!, hacían a sus amantes, los falsos papas, subir al trono de San Pedro'. (Baronio 912). Me contestaréis: esos eran papas falsos, no los verdaderos. Séalo así, mas en este caso, si por cincuenta años la Sede de Roma se hallaba ocupada por antipapas, ¿cómo podréis reunir el hilo de la sucesión papal? ¡Pues qué! ¿Ha podido la Iglesia exisitir, al menos por el término de un siglo y medio sin cabeza, hallándose acéfala? ¡Notad bien! La mayor parte de esos antipapas se ven en el árbol genealólico del papado; y seguramente deben ser los que describe Baronio; ¿porqué aun Genebrardo, el gran adulador de los Papas, se atrevió a decir en sus crónicas (901)?
'Este centario ha sido desgraciado, puesto que por cerca de ciento cincuenta años los papas han caído de las virtudes de sus predecesores y se han hecho apóstatas más bien que apóstoles'.
Bien comprendo por qué el ilustre Baronio se avergonzaba al narrar los actos de estos obispos romanos. Hablando de Juan IX (931), hijo natural del papa Sergio y de Marozia, escribió estas palabras en sus Anales: 'La Santa Iglesia, es decir, la Romana, ha sido vilmente atropellada por un mounstruo'. Juan XII (956) elegido Papa a la edad de 18 años mediante las influencias de las cortesanas, no fue en nada mejor que su predecesor.
Me desagrada, mis venerables, tener que mover tanta suciedad. Me callo tocante a Alejandro VI, padre y amante de Lucrecia; doy la espalda a Juan XXII (1219), que negó la inmortalidad del alma y que fue depuesto por el Santo concilio Ecuménico de Constanza. Algunos alegarán que este Concilio fue sólo privado. Séalo así: pero si le negáis toda clase de autoridad, deberéis deducir, consecuencia lógica, que el nombramiento de Martín V (1417) era ilegal. Entonces ¿dónde va a parar la sucesión papal? ¿Podréis hallar su hilo? No hablo de los cismas que han deshonrado a la Iglesia. En estos desgraciados tiempos la Sede de Roma se halla ocupado por dos y a veces hasta por tres competidores. ¿Quién de éstos era el verdadero Papa? Reasumiendo una vez más, vuelvo a decir que si decretáis la infalibilidad del actual obsipo de Roma, deberíais establecer la infalibilidad de todos los anteriores, sin excluir a ninguno: mas ¿podréis hacer esto cuando la Historia está allí probando con una claridad igual a la del Sol mismo, que los Papas han errado en sus enseñanzas? ¿Podréis hacerlo y sostener que papas avaros, incestuosos, homicidas, demoníacos, han sido vicarios de Jesucristo? ¡Ay, venerables hermanos! Mantener tal enormidad sería hacer tración a Cristo peor que Judas; sería echarle suciedad en la cara. (Gritos: ¡Abajo del púlpito! ¡Pronto! ¡Cerrad la boca del hereje!). Mis venerables hermanos, estáis gritando. ¡Pero no sería más digno pesar mis razones y mis palabras en la balanza del santuario? Creedme, la Historia no puede hacerse de nuevo, allí está y permanecerá por toda la eternidad, protestando enérgicamente contra el dogma de la infalibilidad papal. Podréis declararla unánime. ¡Pero faltaría un voto, y ese será el mío! Los verdaderos fieles, monseñores, tienen los ojos sobre nosotros, esperando de nosotros algún remedio para los inumerables males que deshonran la Iglesia. ¿Desmentiréis sus esperanzas? ¿Cuál no será nuestra responsabilidad ante Dios, si dejáramos pasar esta solemne ocasión que Dios nos ha dado para curar la verdadera fe? Abracémosla, mis hermanos: aunémonos con un ánimo santo, hagamos un supremo y generoso esfuerzo; volvamos a la doctrina de los apóstoles, puesto que, fuera de ella, no hay más que horrores, tinieblas y tradiciones falsas. Aprovechémonos de nuestra razón e inteligencia, tomando a los apóstoles y profetas por nuestros únicos maestros, en cuanto a la cuestión de las cuestiones: '¿Qué debo hacer para ser salvado?' Cuando hayamos decidido esto habremos puesto el fundamento en nuestro sistema dogmático, firme inmóvil como la Roca, constante e incorruptible de las divinamente inspiradas Escrituras. Llenos de confianza, iremos ante el mundo y, como el apóstol San Pablo, en presencia de los libre pensadores, no reconocemos 'a nadie más que a Jesucristo y a éste crucificado'. Conquistaremos mediante la predicación de la 'locura de la cruz', así como San Pedro conquistó a los sabios de Grecia y Roma, y la iglesia Romana tendrá su glorioso 89 (Gritos clamorosos: ¡Bajate! ¡Fuera con el Protestante, el Calvinista, el traidor de la Iglesia!).
Vuestros gritos, monseñores, no me atemorizan. Si mis palabras son calurosas, mi cabeza está serena. No soy de Lutero, ni de Calvino, ni de Pablo, ni de los apóstoles; pero sí de Cristo. (Renovados Gritos: ¡Anatema al Apóstata!) Anatema, monseñores, anatema! Bien sabéis que no estáis protestando contra mí, sino contra los santos apóstoles, bajo cuya protección desearía que este Concilio colocase a la Iglesia.
¡Ah! Si cubiertos con sus mortajas saliesen de sus tumbas, ¿hablarían de una manera diferente a la mía? ¿Qué les diríais, cuando con sus escritos os dicen que el papado se ha apartado del Evangelio del Hijo de Dios que ellos predicaron y confirmaron tan generosamente con su sangre? Os atreveríais a decirles: 'preferimos las doctrinas de nuestros papas, nuestro Belarmino, nuestro Ignacio de Loyola a la vuestra?' ¡No, mil veces no! A no ser que hayáis tapado vuestros oídos para no oir, cubierto vuestros ojos para no ver, y embotado vuestra mente para no entender.
¡Ah! Si el que reina arriba quiere cartigarnos, haciendo caer pesadamente su mano sobre nosotros, como hizo a Faraón; no necesita permitir a los soldados de Garibaldi que nos arrojen de la ciudad eterna; bastará con dejar que hagáis a Pío IX un dios, así como se ha hecho una diosa a la bienaventurada Virgen. ¡Deteneos! ¡Deteneos! venerables hermanos, en el odioso y ridículo precipio en que os habéis colocado. Salvad a la Iglesia del naufragio que la amenaza, buscando en las Sagradas Escrituras solamente la regla de fe que debemos creer y profesar. He dicho. ¡Dígnese Dios asistirme!.
NOTAS
1) ULTAMONTANISMO (Siglo XVII)
Los católicos ultramontanos permanecieron fielmente adheridos a la idea de que el papa tenía una autoridad eclesiástica superior a todos los reyes y que sus enseñanzas eran infalibles, lo que preparó el terreno para el Syllabus de Pío IX, la proclamación de la infalibidad papal.
2) GALICANISMO (Siglo XVII)
Movimiento que trataba de definir las autoridades civil y eclesiástica y su relación mutua. Los obispos franceses redactaron los cuatro artículos galicanos a requermimiento de Luis XIV. La revolución francesa y la constitución civil del clero efectuó un secularismo galicano mucho peor que la tendencia antigua que era simplemente prescindir de la autoridad papal.
A esta lucha (entre el católico Luis XIV perseguidor de los hugonotes protestantes y el Papa Inocencio XI) se llama el conflicto de las regalías y surgió cuando Luis XIV quizo llenar las vacantes de cuatro obispados y controlar sus entradas financieras.
La declaración redactada por el obispo Bassuel trataba de evitar el rompimiento con Roma a la vez que trataba de reconocer la supremacía que Luis XIV pretencía. El primer artículo afirmaba que el rey no estaba sujeto al papa en las cosas temporales y no podía ser depuesto ni sus súbditos relevados de obediencia al rey por la autoridad papal. El segundo decía que el papa gozaba de plena autoridad en todos los asuntos espirituales y que esta autoridad estaba sujeta a los concilios generales como lo había decretado ya el Concilio de Constanza...(1414-1418). El tercero decía que el ejercicio de la autoridad papal estaba sujeto, sin embargo, a los cánones y constituciones del reinado francés.
El cuarto concedía que el papa tenía la parte principal en cuestiones de fe, pero no estaba exento de corrección (es decir, negaba la infalibilidad papal).
3) MATEO 19:28
'Y Jesús les dijo: De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido os sentaréis también sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel'.
4) LUCAS 22:24, 26
'Pero él les dijo: Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que sobre ellas tienen autoridad son llamados bienechores; mas no así vosotros, sino sea el mayor entre vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que sirve'.
5) HECHOS 8:14
'Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalem oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan'.
6) HECHOS 15: 5-32
'Pero algunos de la secta de los fariseos, que habían creído, se levantaron diciendo: Es necesario circuncidarlos, y mandarles que guarden la ley de Moisés.
Y se reunieron los apóstoles y los ancianos para conocer de este asunto. Y después de mucha discusión, Pedro se levantó y les dijo: Varones hermanos, vosotros sabéis cómo ya hace algun tiempo que Dios escogió que los gentiles oyesen por mi boca la palabra del evangelio y creyesen.
Y Dios, que conoce los corazones, les dio testimonio, dándoles el Espíritu Santo lo mismo que a nosotros; y ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos, purificando por la fe sus corazones. Ahora, pues, ¿por qué tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar?
Antes creemos que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos, de igual modo que ellos.
Entonces toda la multitud calló, y oyeron a Bernabé y a Pablo, que contaban cuán grandes señales y maravillas había hecho Dios por medio de ellos entre los gentiles.
Y cuando ellos callaron, Jacobo respondió diciendo: Varones hermanos, oídme.
Simón ha contado cómo Dios visitó por primera vez a los gentiles, para tomar de ellos pueblo para su nombre.
Y con esto concuerdan las palabras de los profetas, como está escrito: Después de esto volveré, y reedificaré el tabernáculo de David, que está caído; y repararé sus ruinas, y lo volveré a levantar, para que el resto de los hombres busque al Señor, y todos los gentiles, sobre los cuales es invocado mi nombre, dice el señor, que hace conocer todo esto desde tiempos antiguos. Por lo cual yo uzgo que no se inquiete a los gentiles que se convierten a Dios, sino que se les escriba que se aparten de las contaminaciones de los ídolos, de fornicación, de ahogado y de sangre.
Porque Moisés desde tiempos antiguos tiene en cad ciudad quien lo predique en las inagogas, donde es leído cad día de reposo. Entonces pareció bien a los apóstoles y a los ancianos, con toda la iglesia, elegir de entre ellos varones y enviarlos a vosotros con nuestros amados Bernabé y Pablo, hombres que han expuesto su vid por el nombre de nuestro Señor Jesucristo.
Así que enviamos a Judas y a Silas, los cuales también de palabra os harán saber lo mismo.
Porque ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros, no imponernos ninguna carga más que estas cosas necesarias: que os abstengáis de lo sacrificado a ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación; de las cuales cosas si os guardareis, bien haréis. Pasadlo bien.
Así, pues, los que fueron enviados descendieron a Antioquía, y reuniendo a la congregación, entregaron la carta; habiendo leído la cual, se regocijaron por la consolación. Y Judas y Silas, como ellos también eran profetas, consolaron y confirmaron a los hermanos con abundancia de palabras.
7) MONTANISMO
Poco después de la mitad del segundo siglo (156-160 D.C.) tuvo lugar en Phrygia un despertamiento espiritual. Montano proclamó la venida inminente de Jesucristo diciendo que era señal de ello el derramamiento del Espíritu Santo que se originó en las iglesias que aceptaron su predicación. Montano creía que Dios lo había escogido para ser el profeta y preparar el advenimiento de Cristo, que según la profecía de Joel, citada por Pedro, precedería a la segunda venida del Señor, profesaba estar en ciertas ocasiones bajo la absoluta influencia del Espíritu, de modo que podía en esas condiciones ser el instrumento para nuevas revelaciones a la Iglesia. El Montanismo reafirmaba tres verdades que la Iglesia, general, iba abandonando.
A) Que el poder del Espíritu de Dios es el poder activante en la Iglesia y que su obra podía hacerse no solo por el así llamado clero, sino por todo creyente. Así enfatizaba la verdad del sacerdocio de todo creyente y la necesidad de que la obra de la Iglesia fuese hecha por el poder del Espíritu.
B) Apoyaba fuertemente las prácticas ascéticas comunes en la Iglesia e incluso insistía en que eran obligaciones sobre todo creyente. Los días de ayuno, por ejemplo, cuya observación eran voluntaria para la mayor parte de la Iglesia, eran considerados por ellos como obligatorios. Tenían en alto concepto el celibato, aunque predicaban la santidad del matrimonio. Pero como creían que el matrimonio era una unión espiritual que no se disolvía con la muerte, decían que segundas nupcias era pecado. Enseñaban que el creyente no debía procurar evitar el martirio y que incluso debía buscarlo.
C) Reafirmaba la verdad sobre la venida del Señor. Según el testimonio de sus enemigos había ciertas ideas extrañas mezcladas con su enseñanza en este punto.
Mayormente, los montanistas no se separaban de la Iglesia Católica, sino que formaban dentro de la Iglesia un grupo de los 'espirituales', con el tiempo fueron obligados a salir. Desafortunadamente el montanismo en vez de mostrarse un testiimonio en favor de las verdades que enfatizaba, desprestigió esas mismas verdades por las extravagancias fanáticas con que las acompañaba. Sin embargo, la Iglesia Católica adoptó uno de los peores errores del montanismo: la idea de que era posible agregar algo a la revelación dada por Dios. Rechazaba, es cierto, toda agregación por profetas individuales, pero manteniendo que el Espíritu daba especial inspiración a la sucesión apostólica de obsipos y aprobando en la práctica continuada, supuestas agregaciones a la revelación por las decisiones de concilios de obispos.
8) ARRIANISMO
Arrio fue presbítero de Alejandría, iniciador de la herejía que lleva su nombre. Nació en el norte de Africa en la segunda mitad del siglo III. Cuando formaba parte del Presbiterio Alejandrino comenzó a difundir una doctrina según la cual Jesucristo, el Hijo de Dios, era una criatura, la más perfecta, pero no Dios eterno que existía con el Padre y el Espíritu Santo desde la eternidad, tal como habían enseñado los apóstoles, particularmente San Juan. Desautorizado por un sínodo de cien obsipos convocados por Alejandro de Alejandría, pasó a Palestina y recibió el apoyo de su antiguo compañero de estudio, Eusebio de Nicomedia y del historiador Eusebio de Cesarea. En 325 fue condenado por el Concilio de Nicea y desterrado por el emperador Constantino. Gracias a Eusebio de Nicomedia fue perdonado y murió cuando se disponía a entrar en Constantinopla. Solamente quedan de él dos cartas dirigidas a Eusebio de Nicomedia y a Alejandro de Alejandría, y luego fragmentos de su obra popular 'Talia'.
9) MONOTELISMO
Corriente que surgió en el siglo VII tratando de explicar que en las dos naturalezas de Cristo, la divina y la humana, obraba una sola voluntad.
DECLARATION DU CLERGE DE FRANCE
En Francia, bajo Luis XIV, la iglesia galicana expresó en esta declaración las isguientes proposiciones:
1) El poder de Pedro y sus sucesores sólo tiene que ver con las cosas espirituales, pero no
con las seculares y temporales; por consiguiente en estas últimas los príncipes no están en
manera alguna sujetos al gobierno espiritual.
2) La soberanía absoluta del papa en las cosas espirituales debe entenderse en armonía con los decretos del Concilio de Constanza 'sobre la autoridad de los concilios generales'
reconocidos por los papas y por toda la cristiandad.
3) El poder del papa, por consiguiente, debe ser circunscripto: 'Las reglas, usos e
instituciones adoptadas por el reino de Francia y la Iglesia Francesa son también válidos.'
4) También en las cuestiones de fe corresponde al papa la autoridad principal y sus decretos
corresponden a todas y cada una de las iglesias; su decisión, empero, no es irreversible si no
ha sido confirmada por el concenso de la Iglesia.
Lo anterior provocó como es de suponerse, un conflicto entre el papado y la Iglesia Francesa. Asimismo hubo controversia en Alemania, fundamentalmente en Bavaria. Los concordatos concertados con los Estados a principios del Siglo XIX colocaron a la Iglesia en manos del papa.
Este curso de acción escogido deliberadamente por la curia con el propósito de establecer su autoridad fue aprobado por los gobiernos y las naciones.
EL CONCILIO VATICANO (1869-70)
No hizo, en realidad otra cosa que dar expresión dogmática al triunfo previamente alcanzado. Al comienzo del Concilio se propuso un sumario que no contiene nada nuevo.
Primeramente se reconoce a Dios como Creador y Gobernador del universo. En segundo lugar, se enseña que Dios se ha revelado en los libros aprobados en el Concilio de Trento, que se hallan en la Vulgata e incluye todas las cosas 'contenidas en la Palabra de Dios escrita o transmitida, que han sido pronunciadas por la Iglesia, sea por decisión solemne o en su ministerio regular universal, dignas de ser creídas como divinamente reveladas'.
Pero estos eran asuntos meramente incidentales. El verdadero objetivo de la curia y de muchos miembros del Concilio se fue manifestando cada vez con mayor claridad. Se solicitó al Papa que presentara, en un discurso formal, una exposición sobre la autoridad infalible del papa. Un grupo pequeño expresó cierta oposición, indicando que una definición del nuevo dogma sería en ese momento inoportuna e indeseable. Al bosquejo previamente presentado a los delegados se añadió un apéndice sobre la infalibilidad. ¿Qué resultados obtuvo la protesa de la opinión pública que se levantó de una Europa asombrada ante el nuevo dogma? ¿De qué valieron los bien fundados argumentos con que los anti infalibilistas atacaron el documento que les había sido presentado? ¿Qué éxito tuvo la petición que se presentón al Papa rogándole que retirara o modificara los pasajes en discusión en la nueva presentación que habí de hacer ante el Concilio el 10 de mayo? El Papa se mantuvo en su posición original. Los infalibilistas produjeron una cantidad de argumentos / algunos de ellos asombrosos en defensa de su teoría. El 18 de julio se hizo la votación: de los quinientos treinta y cinco obispos presentes sólo dos votaron 'Non placet'.
La Constitución Pastor aeternus define el nuevo dogma. A fin de que hubiese un solo episcopado y que por medio de él la multitud de los creyentes fuese preservada en unidad y armonía, Cristo colocó a Pedro sobre los demás apóstoles: 'Estableció en él juntamente una fuente perpetua de unidad y un fundamento visible sobre cuya estabilidad pudiese construirse el templo eterno'. El primado de jurisdicción sobre la iglesia universal de Cristo' fue impartido por Cristo directa e inmediatamente a Pedro y sólo a él. La afirmación de que 'este primado no fue conferido directa e inmediatamente al bienaventurado Pedro mismo sino a la Iglesia y por medio de ella a Pedro como ministro de la misma', es contraria a las enseñanzas de las Escrituras. Esta potestad ha pasado de Pedro a sus sucesores: 'Por lo cual, quinquiera que ascienda en su sucesión a la sede de Pedro, obtiene, de acuerdo a lo instituido por Cristo mismo, el primado sobre la iglesia universal'. Según esta doctrina, que las Escrituras y la tradición demandan, el papa debe ser reconocido sucesor del Príncipe de los Apóstoles, verdadero vicario de Cristo y cabeza de toda la Iglesia y padre y maestro de todos los cristianos'. Le pertenece la 'potestad de jurisdicción'. Esta potestad es 'ordinaria' e 'inmediata' e incluye a todos los creyentes' es decir, el papa ejerce esa autoridad, no sólo en casos especiales y como último recurso, sino que puede emplearla en todo momento y en cualquier circunstancia. Es una potestad 'verdaderamente episcopal' en cuanto el papa está autorizado a realizar todas las funciones episcopales en todos los lugares. Todo individuo, por consiguiente, está obligado a rendir obediencia directa a las ordenanzas del papa en todas las cosas que tienen que ver con la fe y moral, o la disciplina y gobierno de la Iglesia: 'Esta es la doctrina de la verdad católica, de la cual nadie puede desviarse sin perder la fe y la salvación. El papa es el juez supremo de los fieles. Es un error pretender apelar de él a un concilio, como si éste fuese una autoridad superior. Los papas han sido reconocidos siempre como autoridad suprema en asuntos de doctrina. Ha sido conferido a Pedro y sus sucesores 'un carisma de verdad y fe infalibles', a fin de que la Iglesia permanezca libre de error y la doctrina pura mantenga su autoridad. Puesto que en nuestra época muchos se oponen a esta autoridad, el nuevo dogma es formulado, para la gloria de Dios y la salvación de las almas: 'Por lo tanto...., con la aprobación del santo concilio, enseñamos y declaramos que el dogma (siguiente) es divinamente revelado: que el Pontífice de Roma, cuando habla ex cathedra, es decir, cuando en el ejercicio del oficio de pastor y maestro de todos los cristianos en virtud de su suprema autoridad apostólica define la doctrina referente a la fe y moral que la iglesia universal debe mantener, actúa, por el auxilio divino prometido al mismo bienaventurado Pedro, con aquella infalibilidad por la cual el Divino Redentor quiso que su iglesia fuera instruida en la definición de la doctrina referente a la fe y moral; y por lo tanto las definiciones de tal pontífice de Roma son en ellas misma, y no en virtud del consentimiento de la iglesia, irreformables. Si alguien (¡Dios no lo permita!) se atreviese a contradecir ésta definición, sea anatema'.
La agitación creada por el Concilio Vaticano decrecó en un período asombrosamente breve. Un pequeño partido de piadosos idealistas protestó vigorosamente pero muy pocos le prestaron atención. Los 'Antiguos Católicos' no tuvieron oportunidad de hacer una demostración popular. Comprenderemos por qué se alcarnzaron con tan asombrosa rapidesz los objetivos del Concilio si recordamos que ya por mucho tiempo el mundo entero se había habituado a considerar al papa como legítemo señor de la Iglesia Católica Romana y que las antiguas pretensiones de los papas de ser portadores de la verdad divina habían venido afirmándose cada vez más en los circulos católicos desde la Contrarreforma. Aquello que habría sido considerado inconcebible en la época de los concilios reformistas se tornó realidad en el siglo XIX: el reconocimiento de la infalibilidad papal frente a la de los concilios y por sobre los mismos. El Concilio Vaticano no produjo mayor agitación en la Iglesia porque no creó nada nuevo. Pero habí otra razón. La influencia de las enseñanzas de los jesuitas habí disipado en las masas católicas todo interés en la doctrina como tal. Su actitud hacia el dogma de la Iglesia coincidía con su actitud hacia las Escrituras: las tenían como si no las tuviesen. Bastaba la obediente sujeción a las fórmulas: evitar criticarlas. En otras casos, se utilizaba el dogma para la ascética humillación de la 'razón'. Las verdaderas fuentes de la vida religiiosa no brotan para las masas católicas romanas de la doctrina. Sacramentos y buenas obras, reliquias y escapularios, el sacrificio de la misa y todo tipo de agua bendita, la madre de Dios (sus apariciones y su culto), el culto del corazón de Jesús y del corazón de María - éstas son las cosas que traen gracia y regulan la comunión del alma con Dios. La mayor parte de estas costumbres no podrían soportar airosamente las pruebas de la definición dogmática. Pero tal cosa no es necesaria en tanto la Iglesia y su dogma les dejen espacio para desarrollarse. No debe olvidarse que en el Concilio de Trento - y entonces sólo bajo la presión de la iglesia protestante y su Augustana - alcanzó el catolicismo romano un sistema consistente de doctrina eclesiástica. No es, pues, de sorprenderse que, una vez atenuada la tensión del conflicto, la Iglesia se haya ido hundiendo nuevamente en las formas medievales, aunque la habilidad jesuita haya dado una tonalidad distinta al carácter y temperamento modernos de la vida de la Iglesia. En las iglesias orientales el dogma había llegado a ser un misterio y una reliquia: la mística del culto engendra vida. En el Occidente el dogma se había transformado principalmente en un medio disciplinario y en un incentivo a la obediencia, pero - al menos en esta época - parece significar tan poco como en la Edad Media una influencia viviente en la Iglesia. Sin embargo, la Iglesia Católica Romana ha recomendado insistentemente en estos últimos tiempos - no sin cierto esfuerzo - el estudio de Tomás, ofreciéndolo como una panacea. ¡Es sin duda posible adornar las tumbas de los profetas y no contagiarse de su espíritu!. Pero nadie podrá negar que el espíritu de estudio serio y esfuerzo sostenido no ha muerto ni siquiera en la teologí católica. ¿Se ocultarán allí los elementos que aún podrán infundir al catolicismo romano el 'principio de progreso'? ¿Será la cultura científica - como Tomás la entendió - o será el eclesiasticismo ultramontano el que asumirá la dirección espiritual en el futuro desarrollo doctrinal del catolicismo romano?
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REFERENCIAS:
Investigaciones Teológicas e Historicas sobre el Papado: Christian Gómez
U.S.A. WorldCat: Libraries with Item (For Librarians) Possible purchase
http://firstsearch.oclc.org/:next=NEXTCMD
'Bishop Strossmayer's Speech' : Harvard University, University of Rochester, Freed Hardeman University, Concordia University, Web-Page found at:
http://firstsearch.oclc.org/FETCH:recno=20:resultset-2:format=H:numrec.../fslib28.tx
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LA VIDA DE JOSÉ JORGE STROSSMAYER
Nació Febrero 4, 1815 en Croacia-Slavonia, y murió en 1905. Fue elegido Obispo de Diavovár en 1849, con el título oficial de 'Obispo de Bosnia y Slavonia'. Su vida fue dedicada al progreso de la vida nacional entre los Croatas. El construyó un palacio y catedral en Djakovo, y fundó un Seminario para los Croatas de Bosnia. Su discurso en el Concilio Vaticano de 1870, en que él defendió al Protestanismo, causó mucha contraversia. El fue uno de los oponentes más notables contra la infalibilidad Papal. Después del Concilio Vaticano de 1870, se mantuvo su oposición más tiempo que todos los demás Obispos. El tuvo amistad con Dollinger y Reinkens hasta Octubre, 1871. Entonces él los notificó que iba a ceder al Vaticano 'por lo menos, por fuera'. Después, proclamó su lealtad al Papa, usando lenguaje muy extravegante, en varias ocasiones. Fue ayudante a Augustín Theiner, quien tuvo el puesto sobre la Biblioteca del Vaticano en Roma en 1863. El fue un alto funcionario al Santo Imperio Romano, y Obispo al trono pontifical.
REFERENCIAS:
La Enciclopedia Britanica
La Enciclopedia Católica (1907)
Que sirva para mayor conocimiento de la realidad
En Cristo
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EL DISCURSO POR EL OBISPO STROSSMAYER
EN EL VATICANO DEL AÑO 1870
EL CONOCIMIENTO DISIPA LAS TINIEBLAS DE LA IGNORANCIA
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EL CONCILIO ECUMÉMICO DEL VATICANO EN ROMA DE 1870
REFERENTE A: LA INFALIBILIDAD DEL PAPA
Venerables padres y hermanos:
No sin temor, pero con una consciencia libre y tranquila ante Dios que vive y me ve, tomo la palabra en medio de vosotros, en esta augusta asamblea. Desde que me hallo sentado aquí con vosotros he seguido con atención los discursos que se han pronunciado en esta sala, ansiado con grande anhelo que un rayo de luz, descendiendo de arriba, iluminase los ojos de mi inteligencia y me permitiese votar los cánones de este Santo Concilio Ecuménico con perfecto conocimiento de causa.
Penetrado del sentimiento de responsabilidad, por el cual Dios me pedirá cuenta, me he propuesto estudiar con escrupulosa atención los Escritos del Antiguo y Nuevo Testamento; y he interrogado a estos venerables monumentos de la verdad, para que me diesen a saber si el Santo Pontífice, que preside aquí, es verdaderamente el sucesor de San Pedro, Vicario de Jesucristo e infalible doctor de la Iglesia.
Para resolver esta grave cuestión, me he visto precisado a ignorar el estado actual de las cosas y a transportarme en mi imaginación, con la antorcha del Evangelio en las manos, a los tiempos en que, ni el Ultramontanismo, (1) ni el Galicanismo (2) existían, y en los cuales la Iglesia tenía por doctores a San Pablo, San Pedro, Santiago y San Juan, doctores a quien nadie puede negar la autoridad divina sin poner en duda lo que la Santa Biblia, que tengo delante, nos enseña y la cual el Concilio de Trento proclamó como la regla de la fe y de la moral.
He abierto, pues, estas sagradas páginas: y bien, ¿me atreveré a decirlo? Nada he encontrado que sancione próxima o remotamente la opinión de los Ultramontanos. Aún es mayor mi sorpresa, porque no encuentro en los tiempos apostólicos nada que haya sido cuestión de un papa sucesor de San Pedro y Vicario de Jesucristo, como tampoco de Mahoma, que no existía aún.
Vos, monseñor Manning, diréis que blasfemo; monseñor Fie, diréis que estoy demente. ¡No monseñores, no blasfemo ni estoy loco! Ahora bien, habiendo leído todo el Nuevo Testamento, declaro ante Dios con mi mano elevada al gran Crucifijo, que ningún vestigio he podido encontrar del Papado tal como existe ahora.
No me rehuséis vuestra atención, mis venerables hermanos, y con vuestros murmullos e interrupciones justifiquéis los que dicen como el padre Jacinto, que este Concilio no es libre, porque vuestros votos han sido de antemano impuestos. Si tal fuese el hecho, esta augusta asamblea hacia la cual las miradas de todo el mundo están dirigidas, caería en el más grande descrédito.
Si deseáis ser grandes, debéis ser libres. Agradezco a Su Excelencia monseñor Dupanloup, el signo de aprobación que hace con la cabeza. Esto me alienta y prosigo. Leyendo, pues, los Santos Libros con toda la atención de que el Señor me ha hecho capaz, no encuentro un solo capítulo o un corto versículo, en el cual Jesús dé a San Pedro la jefatura sobre los apóstoles, sus colaboradores. Si Simón, el hijo de Jonás, hubiese sido lo que hoy día creemos sea su Santidad Pío IX, extraño es que no les hubiese dicho 'Cuando haya ascendido a mi Padre, debéis todos obedecer a Simón Pedro, así como ahora me abedecéis a mi. Le establezco por mi Vicario en la tierra'.
No solamente calle Cristo sobre este particular, sino que piensa tan poco en dar una cabeza a la iglesia que, cuando promete tronos a sus apóstoles, para juzgar a las doce tribus de Israel (Mateo 19:28), (3) les promete doce, uno para cada uno, sin decir que entre dichos tronos uno sería más elevado, el cual pertenecería a Pedro. Indudablemente, si tal hubiese sido su intento, lo indicaría. ¿Qué hemos de decir de su silencio? La lógica nos conduce a la conclusión de que Cristo no quiso elevar a Pedro a la cabecera del colegio apostólico.
Cuando Cristo envió a los apóstoles a conquistar el mundo, a todos dió la promesa del Espíritu Santo. Permitidme repetirlo: si El hubiese querido constituir a Pedro en su Vicario, le hubiera dado el mando supremo sobre su ejército espiritual. Cristo, así lo dice la Santa Escritura, prohibió a Pedro y a sus colegas reinar o ejercer señorío o tener potestad sobre los fieles, como lo hacen los reyes gentiles (Lucas, 22:25,36) (4). Si San Pedro hubiese sido elegido Papa, Jesús no diría esto, porque según vuestra tradición, el papado tiene en sus manos dos espadas, símbolo del poder espiritual y temporal. Hay una cosa que me ha sorprendido muchísimo. Resolviéndola en mi mente, me he dicho a mí mismo: Si Pedro hubiese sido elegido Papa, ¿Se permitiría a sus colegas enviarle con San Juan a Samaria para anunciar el Evangelio del Hijo de Dios? (Hechos 2:15) (5).
¿Qué os parecería, venerables hermanos, si nos permitiésemos ahora mismo enviar a su Santidad Pio IX, a su Eminencia monseñor Plautier al patriarca de Constantinopla para persuadirle a que pusiese fin al cisma del Oriente? Mas, he aquí otro hecho de mayor importancia. Un concilio ecuménico se reúne en Jerusalén para decidir cuestiones que dividían a los fieles. ¿Quién debía presidirlos? San Pedro o su legado. ¿Quién debíera formar o promulgar los cánones? San Pedro. Pues bien, ¡nada de esto sucedió! Nuestro apóstol asistió al Concilio, así como los demás; pero no fue él quien reasumió la discusión sino Santiago: y cuando se promulgaron los decretos se hizo en nombre de los apóstoles, ancianos y hermanos. (Hechos, 15) (6).
¿Es ésta la práctica de nuestra iglesia? Cuanto más lo examino ¡oh, venerables hermanos! tanto más estoy convencido que en las Sagradas Escrituras el Hijo de Jonás no parece ser el primero. Ahora bien; mientras nosotros enseñamos que la Iglesia está edificada sobre San Pedro, San Pablo, cuya autoridad no puede dudarse, dice en su Epístola a los Efesios, 2:20, que está edificada sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo, Cristo mismo.
Este mismo apóstol cree tan poco en la supremacía de Pedro que abiertamente culpa a los que dicen: 'somos de Pablo, somos de Apolos' (1o. Corintios, 1:12); así como culpa a los que dicen: 'Somos de Pedro'. Si este último apóstol hubiese sido el Vicario de Cristo, San Pablo, se habría guardado bien de no censurar con tanta violencia a los que pertenecían a su propio colega. El mismo apóstol Pablo, al enumerar los oficios de la Iglesia, menciona apóstoles, profetas, evangelistas, doctores y pastores.
¿Es creíble, mis venerables hermanos que San Pablo, el gran apóstol de los gentiles, olvidase el primero de estos oficios: el papado, si el papado fuera de divina institución? Ese olvido me parece tan imposible como el de un historiador de este Concilio que no hiciese mención de su Santidad Pío IX. (Varias voces: ¡Silencio, hereje, silencio!).
Calmaos, Venerables hermanos, que todavía no he concluido. Impidiéndome que prosiga, manifestarías al mundo que procedéis sin justicia, cerrando la boca de un miembro de esta asamblea. Continuaré: el apóstol Pablo no hace mención en ninguna de sus epístolas a las diferentes iglesias, de la primacía de Pedro. ¿Si esta primacía existiese; si, en una palabra, la Iglesia hubiese tenido una cabeza suprema dentro de sí, infalible en enseñanza, podría el gran apóstol de los gentiles olvidar el mencionarla? ¡Qué digo!
Más probable es que hubiese escrito una larga epístola sobre esta importante materia. Entonces, cuando el edificio de la doctrina cristiana fue erigido, podría, como lo hace, ¿olvidarse de la fundación, de la clave del arco? Ahora bien: si no opináis que la iglesia de los apóstoles fue herética, lo que ninguno de vosotros desearía u osaría decir, estamos obligados a confesar que la iglesia nunca fue más bella, más pura, ni más santa que en los tiempos en que no hubo papa.
(Gritos de: ¡No es verdad! ¡No es verdad!) No, digo monseñor Laval. 'No'. Si alguno de vosotros mis venerables hermanos, se atreve a pensar que la iglesia que hoy tiene un papa por cabeza, es más firme en la fe, más pura en la moralidad que la Iglesia Apostólica, dígalo abiertamente ante el universo, puesto que este recinto es un centro desde el cual nuestra palabra volará de polo a polo. Prosigo: ni en los escritos de San Pedro, San Juan o Santiago, o descubro traza alguna o germen de poder papal. San Lucas, el historiador de los trabajos misioneros de los apóstoles, guarda silencio sobre este importantísimo punto. El silencio de estos hombres santos, cuyos escritos forman parte del Cánon de las divinamente inspiradas Escrituras, me parece tan penoso e imposible, si Pedro fuese Papa, y tan inexcusable como si Thiers, escribiendo la historia de Napoleón Bonaparte, omitiese el título de emperador.
Veo delante de mi un miembro de la asamblea que dice, señalándome con el dedo: 'Ahi está un obispo cismático, que se ha introducido entre nosotros con falsa bandera'. No, no, mis venerables hermanos: no he entrado en esta augusta asamblea como un ladrón por la ventana sino por la puerta, como vosotros; mi título de Obispo me dió derecho a ello, así como mi conciencia cristiana me obliga a hablar y decir lo que creo ser verdad.
Lo que más me ha sorprendido y que, además se puede demostrar, es el silencio del mismo San Pedro. Si el apóstol fuese lo que proclamáis que fue, es decir, Vicario de Jesucristo en la tierra, él, al menos, debiera saberlo. Si lo sabía ¿cómo sucede que ni una sola vez obró como Papa? Podría haberlo hecho el día de Pentecostés, cuando predicó su primer sermón, y no lo hizo; en el Concilio de Jerusalén, y no lo hizo; en Antioquía, y no lo hizo; como tampoco lo hace en las dos epístolas que dirige a la Iglesia. ¿Podéis imaginaros un tal papa, mis venerables hermanos, si Pedro era papa?
Resulta pues, que si queréis sostener que fue papa, la consecuencia natural es que él no lo sabía. Ahora pregunto a todo el que tenga cabeza con que pensar y mente con que reflexionar: ¿son posibles estas dos suposiciones? Digo pues, que mientras los apóstoles vivían, la Iglesia nunca pensó que había Papa. Para sostener lo contrario sería necesario entregar las Sagradas Escrituras a las llamas o ignorarlas por completo. Pero escucho decir por todos lados 'pues qué, ¿no estuvo San Pedro en Roma? ¿No fue crucificado con la cabeza abajo? ¿No se hallan los lugares donde enseñó, y los altares donde dijo misa, en esta ciudad eterna? Que San Pedro haya estado en Roma, reposa, mis venerables hermanos, sólo sobre la tradición, mas aun, si hubiese sido obispo de Roma ¿cómo podéis probar con su episcopado su supremacía? Scalígero, uno de los hombres más eruditos no vacila en decir que el episcopado de San Pedro y su residencia en Roma deben clasificarse entre las leyendas ridículas. (Repetidos gritos: ¡Tapadle la boca, tapadle la boca, hacedle descender del púlpito!).
Venerables hermanos estoy pronto a callarme; mas ¿no es mejor en una asamblea como la nuestra, probar todas las cosas como manda el apóstol y creer todo lo que es bueno?. Pero, mis venerables amigos, tenemos un Dictador ante el cual todos debemos postrarnos y callar, aún Su Santidad Pío IX, e inclinar la cabeza. Ese dictador es la Historia. Esta no es como un legendario que se puede formar al estilo que el alfarero hace su barro, sino como un diamante que esculpe en el cristal palabras indelebles. Hasta ahora me he apoyado sólo en ella, y no encuentro vestigio alguno del papado en los tiempos apostólicos: la falta es suya; no es mía. ¿Queréis quizá acusarme de mentira?. Hacedlo si podéis.
Oigo a mi derecha estas palabras: 'Tú eres Pedro y sobre esta roca edificaré mi iglesia' (Mat. 16:18). Contestaré esta objeción después, mis venerables hermanos: más, antes de hacerlo, deseo presentaros el resultado de mis investigaciones históricas. No hallando ningún vestigio alguno del papado en los tiempo apostólicos, me dije a mí mismo: quizá hallaré al Papa en los cuatro primeros siglos y no he podido dar con él. Espero que ninguno de vosotros dudará de la gran autoridad del santo obispo de Hipona, el grande y bendito San Agustín. Este piadoso doctor, honor y gloria de la Iglesia Católica, fue secretario en el Concilio de Melive. En los decretos de esa venerable Asamblea, se hallan estas palabras: 'Todo el que epele a los de la otra parte del mar, no será admitido a la comunión por ninguno en el Africa'. Los obispos de Africa reconocían tan poco al obispo de Roma, amonestándole que no recibiese apelación de los obispos, sacerdotes o clérigos de Africa: que no enviase más legados o comisionados y que no introdujese el orgullo humano en la iglesia. Que el patriarca de Roma había desde los primeros tiempos tratado de atraerse a sí mismo toda autoridad, es un hecho evidente; y lo es también igualmente, que no poseía la supremacía que los Ultramontanos le atribuyen. Si la poseyera, ¿osarían los obispos de Africa, San Agustín entre ellos, prohibir apelaciones a los decretos de su supremo tribunal? Confieso, sin embargo que el patriarca de Roma ocupaba el primero puesto. Una de las leyes de Justiniano dice: 'Mandamos, conforme a la definición de los cuatro Concilios, que el Santo Papa de la antigua Roma sea el primero de los obispos y que Su Alteza el arzobispo de Constantinopla, que es la nueva Roma, sea el segundo'. Inclínate, pues, a la supremacía del papa, me diréis.
No corráis tan apresurados a esa conclusión, mis venerables hermanos, porque la ley de Justiniano lleva escrito al frente: 'del cordón sedes patriarcales'. Presidencia es una cosa, y el poder de Jurisdicción es otra. Por ejemplo: suponiendo que en Florencia se reuniese una asamblea de todos los obispos del reino, la presidencia se daría, naturalmente, al primado de Florencia, así como entre los occidentales se concedería al patriarca de Constantinopla y en Inglaterra al arzobispo de Canterbury. Pero ni el primero, segundo ni tercero, podría aducir de la asignada posición Jurisdicción sobre sus compañeros. La importancia de los obispos de Roma procede no del poder divino sino de la importancia de los obispos de Roma donde está la Sede. Monseñor Darvoy no es superior en dignidad al arzobispo de Avignon; mas, no obstante, París le da una consideración que no tendría, si en vez de tener su palacio en las orillas del Sena se hallase sobre el Ródano. Esto, que es verdadero en la jerarquía religiosa, lo es también en materias civiles y políticas. El prefecto de Roma, no es más que un prefecto como el de Pisa; pero civil y políticamente es de mayor importancia aquél. He dicho ya que desde los primeros siglos, el patriarca de Roma aspiraba al gobierno universal de la iglesia. Desgraciadamente, casi lo alcanzó; pero no consiguió ciertamente sus pretenciones porque el emperador Teodosio II hizo una ley por la cual estableció que el patriarca de Constantinopla tuviese la misma autoridad que el de Roma. Los padres del Concilio de Calcedonia, colocan a los obispos de la antigua y de la nueva Roma en la misma categoría en todas las cosas, aun en las eclesiásticas (Can. 28). El Sexto Concilio de Cartago prohibió a todos los obispos se abrogasen el título Obispo Universal, que los papas se abrogaron más tarde, Gregorio I, creyendo que sus sucesores nunca pensarían en adornarse con él, escribió estas notables palabras: 'Ninguno de mis antecesores ha consentido en llevar este título profano porque cuando un patriarca se abroga a sí mismo el nombre universal, el título de patriarca sufre descrédito. Lejos esté pues, de los cristianos, el deseo de darle un título que cause descrédito a sus hermanos'. San Gregorio dirigió estas palabras a su colega de Constantinopla, que pretendía hacerse primado de la iglesia. El Papa Pelagio II, llamaba a Juan, obispo de Constantinopla, que aspiraba al sumo pontificado, impío y profano. 'No se le importe', decía, 'el título universal que Juan ha usurpado ilegalmente, que ninguno de los patriarcas se abrogue este nombre profano, porque ¿cuántas desgracias no debemos esperar si entre los sacerdotes se suscitan tales ambiciones? Alcanzarían lo que se tiene predicho de ellos: 'El es el rey de los hijos del orgullo'. (Pelagio II, Lit. 13).
Estas autoridades, y podría citar cien más de igual valor, ¿no prueban con una claridad igual al resplandor del sol en medio del día, que los primeros obispos de Roma no fueron conocidos como obispos y cabezas de la iglesia, sino hasta tiempos muy posteriores? Y, por otra parte, ¿quién no sabe que desde el año 325, en el cual se celebró el primer Concilio de Nicea hasta 580 años en que fue celebrado el Segundo Concilio Ecuménico de Constantinopla, y entre más de 1,109 obispos que asistieron a los primeros seis Concilios Generales, no se hallaron presentes más que diez y nueve obispos del Occidente? ¿Quién ignora que los Concilios fueron convocados por los emperadores sin siquiera informarles de ellos y frecuentemente aun en oposición a los deseos del obispo de Roma? ¿Que Osio, obispo de Córdoba, presidió el primer Concilio de Nicea y redactó sus cánones? El mismo Osio, presidiendo después el Concilio de Sárdica, excluyó al legado de Julio, obispo de Roma. No diré más, mis venerables hermanos y paso a hablar del gran argumento a que me referí anteriormente para establecer el primado del obispo de Roma.
Por la roca (petra) sobre la cual la Santa Iglesia está edificada, entendéis que es Pedro. Si esto fuera verdad, la disputa quedaría terminada; mas nuestros antepasados, y ciertamente debieron saber algo, no suponían sobre esto como nosotros.
San Cirilo, en su cuarto libro sobre la Trinidad dice: 'Creo por la roca debéis entender la fe inmóvil de los apóstoles', San Hilario, obispo de Poitiers, en su segundo libro de la Trinidad, dice: 'La roca (petra) es la bendita y sola roca de la fe confesada por la boca de San Pedro', y en su sexto libro sobre la Trinidad dice: 'Es sobre esta roca de la confesión de fe, que la Iglesia está edificada'. 'Dios', dice San Jerónimo, en su sexto libro sobre San Mateo, 'ha fundado su Iglesia sobre esta roca y es de esta roca que el apóstol Pedro fue apellidado. De conformidad con él, San Crisóstomo dice en su Homilía 53 sobre San Mateo: 'Sobre esta roca edificaré mi Iglesia, es decir, sobre la fe de la confesión'. Ahora bien, ¿cuál fue la confesión del apóstol? Hela aquí: 'Tu eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente'. Asombroso, el santo arzobispo de Milán, sobre el segundo capítulo de la epístola a los Efesios; San Basilio de Seleucia y los padres del Concilio de Calcedonia, enseñan precisamente la misma cosa. Entre todos los doctores de la antigüedad cristiana, San Agustín ocupa uno de los primeros puestos por su sabiduría y santidad. Escuchad, pues, lo que escribe sobre la primera epístola de San Juan: Qué significan las palabras: 'edificaré mi iglesia sobre esta roca? Sobre esta fe, sobre eso que dices, tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.'.
En su tratado 124 sobre San Juan, encontramos esta muy significante frase: 'Sobre esta roca, que tú has confesado, edificaré mi Iglesia, puesto que Cristo mismo era la roca'.
El gran obispo creía tan poco que la Iglesia fuese edificada sobre San Pedro, que dijo a su grey en su sermón 13: 'Tú eres Pedro y sobre esta roca (petra) que tú has confesado, sobre esta roca que tú has reconocido, diciendo: 'Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente', edificaré mi Iglesia; sobre mí mismo que soy el Hijo del Dios viviente. La edificaré sobre mí mismo, y no sobre tí'. Lo que San Agustín enseña sobre este célebre pasaje, era la opinión de todo el mundo cristiano en sus días; por consiguiente, reasumo y establezco:
1o.-Que Jesús dio a sus apóstoles el mismo poder que dio a Pedro.
2o.-Que los apóstoles nunca reconocieron en San Pedro al vicario de Jesucristo y
al infalible doctor de la Iglesia.
3o.-Que los Concilios de los cuatro primeros siglos, mientras reconocían la alta
posición que el obispo de Roma ocupaba en la Iglesia por motivo de Roma, tan
sólo le otorgaron una preeminencia honoraria, nunca el poder y la jurisdicción.
4o.-Que los santos padres en el famoso pasaje: 'Tu eres Pedro y sobre esta piedra
edificaré mi Iglesia', nunca entendieron que la Iglesia está edificada sobre San
Pedro, sino sobre la Roca, es decir, sobre la confesión de la fe del apóstol.
Concluyo victoriosamente, conforme a la historia, la razón, la lógica, el buen sentido y la conciencia cristiana, que Jesucristo no dio supremacía a San Pedro, y que los obispos de Roma no se constituyeron soberanos de la Iglesia, sino tan sólo confesando uno por uno los derechos del episcopado: (Voces: ¡Silencio! ¡Silencio! ¡Insolente protestante! ¡Silencio!).
¡No soy un protestante insolente!. La historia no es católica, ni anglicana, ni calvinista, ni luterana, ni arminiana, ni griega cismática, ni ultramontana. Es lo que es, es decir, algo más poderosa que todas las confesiones de la fe, que todos los cánones de los concilios ecuménicos. ¡Escribid contra ella si osáis hacerlo! Más no podréis destruirla, como tampoco sacando un ladrillo del Coliseo podríais hacerlo derribar. Si he dicho algo que la historia pruebe ser falso, enseñadmelo con la historia; y sin un momento de titubeo, haré la más honorable apología. Mas tened paciencia, y veréis que todavía no he dicho todo lo que quiero y puedo: y aún si la pira fúnebre me aguárda en la plaza de San Pedro, no callaría, porque me siento precisado a proseguir.
Monseñor Dupanlop, en sus célebres 'Observaciones' sobre este Concilio Vaticano, ha dicho, y con razón, que si declaramos a Pío IX, infalible, deberemos necesariamente y de la lógica natural, vernos pecisados a mantener que todos sus predecesores eran también infalibles. Pero, venerables hermanos, aquí la Historia levanta su voz con autoridad asegurándonos que algunos papas erraron; podeís protestar contra esto o negarlo, si así os place: mas yo lo probaré. El Papa Victor (192) primero aprobó el montanismo (7) y después lo condenó. Marcelino (296 a 303) era un idólatra. Entró en el templo de Vesta y ofreció incienso a la diosa. Diréis que fue acto de debilidad, pero contesto: un Vicario de Jesucristo muere, mas no se hace apóstata. Liberio (382) consintió en la condenación de Atanasio; después hizo profesión de arrianismo (8) para lograr que se le revocase el destierro y se le restituyese su Sede. Honorio (625) se adhirió al monotelismo; (9) el Padre Gatry lo ha probado hasta la evidencia.
Gregorio I (578 a 590) llama Anticristo a cualquiera que se diese el nombre de Obispo Universal y al contrario, Bonifacio III (607 a 608) persuadió al emperador parricida, Phocas, a que le confiriera dicho título. Pascual II (1088 a 1099) y Eugenio III (1145 a 1153) autorizaron los desafíos; mientras que Julio II (1199) y Pío IV (1560) los prohibieron. Eugenio IV (1431 a 1439) aprobró el Concilio de Basilea y la restitución del cáliz a la Iglelsia de Bohemia y Pío II (1458) revocó la concesión. Adriano II (867 a 872) declaró válido el matrimonio civil, pero Pío VII (1800 a 1823) lo condenó. Sixto V (1585 a 1590) compró una edición de la Biblia y con una bula recomendó su lectura; mas Pío VII condenó su lectura. Clemente XIV (1700 a 1721) abolió la Compañía de los Jesuítas, permitida por Pablo II y Pío VII la restableció.
Mas, ¿a qué buscar pruebas tan remotas? ¿no ha hecho otro tanto nuestro Santo Padre, que está aquí, en su bula, dando reglas para este mismo Concilio, en el caso de que muriese mientras se halla reunido, revocando cuanto a tiempos pasados fuese contrario a ello, aun cuando procediese en las decisiones de sus predecesores? Y Ciertamente, si Pío IX ha hablado ex cátedra, no es cuando desde lo profundo de su tumba impone su voluntad sobre los soberanos de la Iglesia. Nunca concluiría mis venerables hermanos, si se tratase de presentar a vuestra vista las contradicciones de los papas en sus enseñanzas; por lo tanto, si proclamáis la infalibilidad del papa actual, tendréis que probar o, bien, que los papas nunca se contradijeron, lo que es imposible, o bien, tendréis que declarar que el Espíritu Santo os ha revelado que la infalibilidad del papado es tan sólo de fecha 1870. ¿Sois bastante atrevidos para hacer esto? Quiza los pueblos estén indiferentes y dejen pasar cuestiones teológicas que no entienden, y cuya importancia no ven; pero aun cuando sean indiferentes a los principios, no lo son en cuanto a los hechos.
Pues bien; no os engañéis a vosotros mismos. Si decretáis el dogma de la infalibilidad papal, los protestantes, nuestros adversarios, montarán la brecha con tanta bravura cuanto que tienen la historia de su lado; mientras que nosotros sólo tendremos nuestra negación que oponerles. ¿Qué les diremos cuando expongan a todos los obispos de Roma, desde los días de Lucas hasta su Santidad Pío IX ¡ay! Si todos hubiesen sido como Pío IX triunfaríamos en toda la línea; mas ¡desgraciadamente no es así! (Gritos de: Silencio, silencio! ¡Basta, basta!) No gritéis, monseñores. Temer a la historia es confesaros derrotados; y, además, aun si pudiérais hacer correr toda el agua del Tíber sobre ella, no podríais borrar ni una sola de sus páginas. Dejadme hablar y seré tan breve como sea posible en este importantísimo asunto. El Papa Virgilio (538) compró el papado a Belisario, teniente del emperador Justiniano. Es verdad que rompió su promesa y nunca pagó por ello. ¿Es ésta una manera canónica de ceñirse la tiara? El segundo Concilio de Calcedonia lo condenó formalmente. En uno de sus cánones se lee: 'El obispo que obtenga su episcopado por dinero, lo perderá y será degradado.' El Papa Eugenio II (1145) limitó a Virgilio. San Bernardo, la estrella brillante de su tiempo, reprendió al Papa, diciéndole: '¿Podrías enseñarme en esta gran ciudad de Roma alguno que os hubiera recibido por Papa sin haber primero recibido oro y plata por ello?
Mis venerables hermanos, ¿estará el Papa que establece un banco a las puertas del templo, inspirado por el Espíritu Santo? ¿Tendrá derecho alguno de enseñar a la iglesia la infalibilidad? Conocéis la historia de Formoso demasiado bien, para que yo pueda añadir nada. Esteban VI hizo exhumar su cuerpo vestido con ropas pontificales; hizo cortarle los dedos con que acostumbraba dar la bendición y después lo hizo arrojar al Tíber, declarando que era un perjuro ilegítimo. Entonces el pueblo aprisionó a Esteban, lo envenenó y lo agarrotó. Mas, ved cómo las cosas se arreglaron. Romano, sucesor de Esteban, y tras él Juan X, rehabilitaron la memoria de Formoso. Quizá me diréis, esas son fábulas, no historia. ¡Fábulas! Id, monseñores, a la biblioteca del Vaticano y leed a Platina, el historiador del papado y los Anales de Baronio (897). Estos son hechos, que por honor de la Santa Sede, desearíamos ignorar: mas cuando se trata de definir un dogma que podrá provocar un gran cisma en medio de nosotros, el amor que abrigamos hacia nuestra venerable madre la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, ¿debería imponernos el silencio? Prosigo, el erudito cardenal Baronio, hablando de la corte papal dice:
Haced atención, mis venerables hermanos, a estas palabras: '¿Qué parecía la Iglesia Romana en aquellos tiempos? ¡Qué infamia! Sólo las poderosísimas cortesanas gobernaban en Roma. Eran ellas las que daban, cambiaban y se tomaban obispados; y, ¡horrible es relatarlo!, hacían a sus amantes, los falsos papas, subir al trono de San Pedro'. (Baronio 912). Me contestaréis: esos eran papas falsos, no los verdaderos. Séalo así, mas en este caso, si por cincuenta años la Sede de Roma se hallaba ocupada por antipapas, ¿cómo podréis reunir el hilo de la sucesión papal? ¡Pues qué! ¿Ha podido la Iglesia exisitir, al menos por el término de un siglo y medio sin cabeza, hallándose acéfala? ¡Notad bien! La mayor parte de esos antipapas se ven en el árbol genealólico del papado; y seguramente deben ser los que describe Baronio; ¿porqué aun Genebrardo, el gran adulador de los Papas, se atrevió a decir en sus crónicas (901)?
'Este centario ha sido desgraciado, puesto que por cerca de ciento cincuenta años los papas han caído de las virtudes de sus predecesores y se han hecho apóstatas más bien que apóstoles'.
Bien comprendo por qué el ilustre Baronio se avergonzaba al narrar los actos de estos obispos romanos. Hablando de Juan IX (931), hijo natural del papa Sergio y de Marozia, escribió estas palabras en sus Anales: 'La Santa Iglesia, es decir, la Romana, ha sido vilmente atropellada por un mounstruo'. Juan XII (956) elegido Papa a la edad de 18 años mediante las influencias de las cortesanas, no fue en nada mejor que su predecesor.
Me desagrada, mis venerables, tener que mover tanta suciedad. Me callo tocante a Alejandro VI, padre y amante de Lucrecia; doy la espalda a Juan XXII (1219), que negó la inmortalidad del alma y que fue depuesto por el Santo concilio Ecuménico de Constanza. Algunos alegarán que este Concilio fue sólo privado. Séalo así: pero si le negáis toda clase de autoridad, deberéis deducir, consecuencia lógica, que el nombramiento de Martín V (1417) era ilegal. Entonces ¿dónde va a parar la sucesión papal? ¿Podréis hallar su hilo? No hablo de los cismas que han deshonrado a la Iglesia. En estos desgraciados tiempos la Sede de Roma se halla ocupado por dos y a veces hasta por tres competidores. ¿Quién de éstos era el verdadero Papa? Reasumiendo una vez más, vuelvo a decir que si decretáis la infalibilidad del actual obsipo de Roma, deberíais establecer la infalibilidad de todos los anteriores, sin excluir a ninguno: mas ¿podréis hacer esto cuando la Historia está allí probando con una claridad igual a la del Sol mismo, que los Papas han errado en sus enseñanzas? ¿Podréis hacerlo y sostener que papas avaros, incestuosos, homicidas, demoníacos, han sido vicarios de Jesucristo? ¡Ay, venerables hermanos! Mantener tal enormidad sería hacer tración a Cristo peor que Judas; sería echarle suciedad en la cara. (Gritos: ¡Abajo del púlpito! ¡Pronto! ¡Cerrad la boca del hereje!). Mis venerables hermanos, estáis gritando. ¡Pero no sería más digno pesar mis razones y mis palabras en la balanza del santuario? Creedme, la Historia no puede hacerse de nuevo, allí está y permanecerá por toda la eternidad, protestando enérgicamente contra el dogma de la infalibilidad papal. Podréis declararla unánime. ¡Pero faltaría un voto, y ese será el mío! Los verdaderos fieles, monseñores, tienen los ojos sobre nosotros, esperando de nosotros algún remedio para los inumerables males que deshonran la Iglesia. ¿Desmentiréis sus esperanzas? ¿Cuál no será nuestra responsabilidad ante Dios, si dejáramos pasar esta solemne ocasión que Dios nos ha dado para curar la verdadera fe? Abracémosla, mis hermanos: aunémonos con un ánimo santo, hagamos un supremo y generoso esfuerzo; volvamos a la doctrina de los apóstoles, puesto que, fuera de ella, no hay más que horrores, tinieblas y tradiciones falsas. Aprovechémonos de nuestra razón e inteligencia, tomando a los apóstoles y profetas por nuestros únicos maestros, en cuanto a la cuestión de las cuestiones: '¿Qué debo hacer para ser salvado?' Cuando hayamos decidido esto habremos puesto el fundamento en nuestro sistema dogmático, firme inmóvil como la Roca, constante e incorruptible de las divinamente inspiradas Escrituras. Llenos de confianza, iremos ante el mundo y, como el apóstol San Pablo, en presencia de los libre pensadores, no reconocemos 'a nadie más que a Jesucristo y a éste crucificado'. Conquistaremos mediante la predicación de la 'locura de la cruz', así como San Pedro conquistó a los sabios de Grecia y Roma, y la iglesia Romana tendrá su glorioso 89 (Gritos clamorosos: ¡Bajate! ¡Fuera con el Protestante, el Calvinista, el traidor de la Iglesia!).
Vuestros gritos, monseñores, no me atemorizan. Si mis palabras son calurosas, mi cabeza está serena. No soy de Lutero, ni de Calvino, ni de Pablo, ni de los apóstoles; pero sí de Cristo. (Renovados Gritos: ¡Anatema al Apóstata!) Anatema, monseñores, anatema! Bien sabéis que no estáis protestando contra mí, sino contra los santos apóstoles, bajo cuya protección desearía que este Concilio colocase a la Iglesia.
¡Ah! Si cubiertos con sus mortajas saliesen de sus tumbas, ¿hablarían de una manera diferente a la mía? ¿Qué les diríais, cuando con sus escritos os dicen que el papado se ha apartado del Evangelio del Hijo de Dios que ellos predicaron y confirmaron tan generosamente con su sangre? Os atreveríais a decirles: 'preferimos las doctrinas de nuestros papas, nuestro Belarmino, nuestro Ignacio de Loyola a la vuestra?' ¡No, mil veces no! A no ser que hayáis tapado vuestros oídos para no oir, cubierto vuestros ojos para no ver, y embotado vuestra mente para no entender.
¡Ah! Si el que reina arriba quiere cartigarnos, haciendo caer pesadamente su mano sobre nosotros, como hizo a Faraón; no necesita permitir a los soldados de Garibaldi que nos arrojen de la ciudad eterna; bastará con dejar que hagáis a Pío IX un dios, así como se ha hecho una diosa a la bienaventurada Virgen. ¡Deteneos! ¡Deteneos! venerables hermanos, en el odioso y ridículo precipio en que os habéis colocado. Salvad a la Iglesia del naufragio que la amenaza, buscando en las Sagradas Escrituras solamente la regla de fe que debemos creer y profesar. He dicho. ¡Dígnese Dios asistirme!.
NOTAS
1) ULTAMONTANISMO (Siglo XVII)
Los católicos ultramontanos permanecieron fielmente adheridos a la idea de que el papa tenía una autoridad eclesiástica superior a todos los reyes y que sus enseñanzas eran infalibles, lo que preparó el terreno para el Syllabus de Pío IX, la proclamación de la infalibidad papal.
2) GALICANISMO (Siglo XVII)
Movimiento que trataba de definir las autoridades civil y eclesiástica y su relación mutua. Los obispos franceses redactaron los cuatro artículos galicanos a requermimiento de Luis XIV. La revolución francesa y la constitución civil del clero efectuó un secularismo galicano mucho peor que la tendencia antigua que era simplemente prescindir de la autoridad papal.
A esta lucha (entre el católico Luis XIV perseguidor de los hugonotes protestantes y el Papa Inocencio XI) se llama el conflicto de las regalías y surgió cuando Luis XIV quizo llenar las vacantes de cuatro obispados y controlar sus entradas financieras.
La declaración redactada por el obispo Bassuel trataba de evitar el rompimiento con Roma a la vez que trataba de reconocer la supremacía que Luis XIV pretencía. El primer artículo afirmaba que el rey no estaba sujeto al papa en las cosas temporales y no podía ser depuesto ni sus súbditos relevados de obediencia al rey por la autoridad papal. El segundo decía que el papa gozaba de plena autoridad en todos los asuntos espirituales y que esta autoridad estaba sujeta a los concilios generales como lo había decretado ya el Concilio de Constanza...(1414-1418). El tercero decía que el ejercicio de la autoridad papal estaba sujeto, sin embargo, a los cánones y constituciones del reinado francés.
El cuarto concedía que el papa tenía la parte principal en cuestiones de fe, pero no estaba exento de corrección (es decir, negaba la infalibilidad papal).
3) MATEO 19:28
'Y Jesús les dijo: De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido os sentaréis también sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel'.
4) LUCAS 22:24, 26
'Pero él les dijo: Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que sobre ellas tienen autoridad son llamados bienechores; mas no así vosotros, sino sea el mayor entre vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que sirve'.
5) HECHOS 8:14
'Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalem oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan'.
6) HECHOS 15: 5-32
'Pero algunos de la secta de los fariseos, que habían creído, se levantaron diciendo: Es necesario circuncidarlos, y mandarles que guarden la ley de Moisés.
Y se reunieron los apóstoles y los ancianos para conocer de este asunto. Y después de mucha discusión, Pedro se levantó y les dijo: Varones hermanos, vosotros sabéis cómo ya hace algun tiempo que Dios escogió que los gentiles oyesen por mi boca la palabra del evangelio y creyesen.
Y Dios, que conoce los corazones, les dio testimonio, dándoles el Espíritu Santo lo mismo que a nosotros; y ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos, purificando por la fe sus corazones. Ahora, pues, ¿por qué tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar?
Antes creemos que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos, de igual modo que ellos.
Entonces toda la multitud calló, y oyeron a Bernabé y a Pablo, que contaban cuán grandes señales y maravillas había hecho Dios por medio de ellos entre los gentiles.
Y cuando ellos callaron, Jacobo respondió diciendo: Varones hermanos, oídme.
Simón ha contado cómo Dios visitó por primera vez a los gentiles, para tomar de ellos pueblo para su nombre.
Y con esto concuerdan las palabras de los profetas, como está escrito: Después de esto volveré, y reedificaré el tabernáculo de David, que está caído; y repararé sus ruinas, y lo volveré a levantar, para que el resto de los hombres busque al Señor, y todos los gentiles, sobre los cuales es invocado mi nombre, dice el señor, que hace conocer todo esto desde tiempos antiguos. Por lo cual yo uzgo que no se inquiete a los gentiles que se convierten a Dios, sino que se les escriba que se aparten de las contaminaciones de los ídolos, de fornicación, de ahogado y de sangre.
Porque Moisés desde tiempos antiguos tiene en cad ciudad quien lo predique en las inagogas, donde es leído cad día de reposo. Entonces pareció bien a los apóstoles y a los ancianos, con toda la iglesia, elegir de entre ellos varones y enviarlos a vosotros con nuestros amados Bernabé y Pablo, hombres que han expuesto su vid por el nombre de nuestro Señor Jesucristo.
Así que enviamos a Judas y a Silas, los cuales también de palabra os harán saber lo mismo.
Porque ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros, no imponernos ninguna carga más que estas cosas necesarias: que os abstengáis de lo sacrificado a ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación; de las cuales cosas si os guardareis, bien haréis. Pasadlo bien.
Así, pues, los que fueron enviados descendieron a Antioquía, y reuniendo a la congregación, entregaron la carta; habiendo leído la cual, se regocijaron por la consolación. Y Judas y Silas, como ellos también eran profetas, consolaron y confirmaron a los hermanos con abundancia de palabras.
7) MONTANISMO
Poco después de la mitad del segundo siglo (156-160 D.C.) tuvo lugar en Phrygia un despertamiento espiritual. Montano proclamó la venida inminente de Jesucristo diciendo que era señal de ello el derramamiento del Espíritu Santo que se originó en las iglesias que aceptaron su predicación. Montano creía que Dios lo había escogido para ser el profeta y preparar el advenimiento de Cristo, que según la profecía de Joel, citada por Pedro, precedería a la segunda venida del Señor, profesaba estar en ciertas ocasiones bajo la absoluta influencia del Espíritu, de modo que podía en esas condiciones ser el instrumento para nuevas revelaciones a la Iglesia. El Montanismo reafirmaba tres verdades que la Iglesia, general, iba abandonando.
A) Que el poder del Espíritu de Dios es el poder activante en la Iglesia y que su obra podía hacerse no solo por el así llamado clero, sino por todo creyente. Así enfatizaba la verdad del sacerdocio de todo creyente y la necesidad de que la obra de la Iglesia fuese hecha por el poder del Espíritu.
B) Apoyaba fuertemente las prácticas ascéticas comunes en la Iglesia e incluso insistía en que eran obligaciones sobre todo creyente. Los días de ayuno, por ejemplo, cuya observación eran voluntaria para la mayor parte de la Iglesia, eran considerados por ellos como obligatorios. Tenían en alto concepto el celibato, aunque predicaban la santidad del matrimonio. Pero como creían que el matrimonio era una unión espiritual que no se disolvía con la muerte, decían que segundas nupcias era pecado. Enseñaban que el creyente no debía procurar evitar el martirio y que incluso debía buscarlo.
C) Reafirmaba la verdad sobre la venida del Señor. Según el testimonio de sus enemigos había ciertas ideas extrañas mezcladas con su enseñanza en este punto.
Mayormente, los montanistas no se separaban de la Iglesia Católica, sino que formaban dentro de la Iglesia un grupo de los 'espirituales', con el tiempo fueron obligados a salir. Desafortunadamente el montanismo en vez de mostrarse un testiimonio en favor de las verdades que enfatizaba, desprestigió esas mismas verdades por las extravagancias fanáticas con que las acompañaba. Sin embargo, la Iglesia Católica adoptó uno de los peores errores del montanismo: la idea de que era posible agregar algo a la revelación dada por Dios. Rechazaba, es cierto, toda agregación por profetas individuales, pero manteniendo que el Espíritu daba especial inspiración a la sucesión apostólica de obsipos y aprobando en la práctica continuada, supuestas agregaciones a la revelación por las decisiones de concilios de obispos.
8) ARRIANISMO
Arrio fue presbítero de Alejandría, iniciador de la herejía que lleva su nombre. Nació en el norte de Africa en la segunda mitad del siglo III. Cuando formaba parte del Presbiterio Alejandrino comenzó a difundir una doctrina según la cual Jesucristo, el Hijo de Dios, era una criatura, la más perfecta, pero no Dios eterno que existía con el Padre y el Espíritu Santo desde la eternidad, tal como habían enseñado los apóstoles, particularmente San Juan. Desautorizado por un sínodo de cien obsipos convocados por Alejandro de Alejandría, pasó a Palestina y recibió el apoyo de su antiguo compañero de estudio, Eusebio de Nicomedia y del historiador Eusebio de Cesarea. En 325 fue condenado por el Concilio de Nicea y desterrado por el emperador Constantino. Gracias a Eusebio de Nicomedia fue perdonado y murió cuando se disponía a entrar en Constantinopla. Solamente quedan de él dos cartas dirigidas a Eusebio de Nicomedia y a Alejandro de Alejandría, y luego fragmentos de su obra popular 'Talia'.
9) MONOTELISMO
Corriente que surgió en el siglo VII tratando de explicar que en las dos naturalezas de Cristo, la divina y la humana, obraba una sola voluntad.
DECLARATION DU CLERGE DE FRANCE
En Francia, bajo Luis XIV, la iglesia galicana expresó en esta declaración las isguientes proposiciones:
1) El poder de Pedro y sus sucesores sólo tiene que ver con las cosas espirituales, pero no
con las seculares y temporales; por consiguiente en estas últimas los príncipes no están en
manera alguna sujetos al gobierno espiritual.
2) La soberanía absoluta del papa en las cosas espirituales debe entenderse en armonía con los decretos del Concilio de Constanza 'sobre la autoridad de los concilios generales'
reconocidos por los papas y por toda la cristiandad.
3) El poder del papa, por consiguiente, debe ser circunscripto: 'Las reglas, usos e
instituciones adoptadas por el reino de Francia y la Iglesia Francesa son también válidos.'
4) También en las cuestiones de fe corresponde al papa la autoridad principal y sus decretos
corresponden a todas y cada una de las iglesias; su decisión, empero, no es irreversible si no
ha sido confirmada por el concenso de la Iglesia.
Lo anterior provocó como es de suponerse, un conflicto entre el papado y la Iglesia Francesa. Asimismo hubo controversia en Alemania, fundamentalmente en Bavaria. Los concordatos concertados con los Estados a principios del Siglo XIX colocaron a la Iglesia en manos del papa.
Este curso de acción escogido deliberadamente por la curia con el propósito de establecer su autoridad fue aprobado por los gobiernos y las naciones.
EL CONCILIO VATICANO (1869-70)
No hizo, en realidad otra cosa que dar expresión dogmática al triunfo previamente alcanzado. Al comienzo del Concilio se propuso un sumario que no contiene nada nuevo.
Primeramente se reconoce a Dios como Creador y Gobernador del universo. En segundo lugar, se enseña que Dios se ha revelado en los libros aprobados en el Concilio de Trento, que se hallan en la Vulgata e incluye todas las cosas 'contenidas en la Palabra de Dios escrita o transmitida, que han sido pronunciadas por la Iglesia, sea por decisión solemne o en su ministerio regular universal, dignas de ser creídas como divinamente reveladas'.
Pero estos eran asuntos meramente incidentales. El verdadero objetivo de la curia y de muchos miembros del Concilio se fue manifestando cada vez con mayor claridad. Se solicitó al Papa que presentara, en un discurso formal, una exposición sobre la autoridad infalible del papa. Un grupo pequeño expresó cierta oposición, indicando que una definición del nuevo dogma sería en ese momento inoportuna e indeseable. Al bosquejo previamente presentado a los delegados se añadió un apéndice sobre la infalibilidad. ¿Qué resultados obtuvo la protesa de la opinión pública que se levantó de una Europa asombrada ante el nuevo dogma? ¿De qué valieron los bien fundados argumentos con que los anti infalibilistas atacaron el documento que les había sido presentado? ¿Qué éxito tuvo la petición que se presentón al Papa rogándole que retirara o modificara los pasajes en discusión en la nueva presentación que habí de hacer ante el Concilio el 10 de mayo? El Papa se mantuvo en su posición original. Los infalibilistas produjeron una cantidad de argumentos / algunos de ellos asombrosos en defensa de su teoría. El 18 de julio se hizo la votación: de los quinientos treinta y cinco obispos presentes sólo dos votaron 'Non placet'.
La Constitución Pastor aeternus define el nuevo dogma. A fin de que hubiese un solo episcopado y que por medio de él la multitud de los creyentes fuese preservada en unidad y armonía, Cristo colocó a Pedro sobre los demás apóstoles: 'Estableció en él juntamente una fuente perpetua de unidad y un fundamento visible sobre cuya estabilidad pudiese construirse el templo eterno'. El primado de jurisdicción sobre la iglesia universal de Cristo' fue impartido por Cristo directa e inmediatamente a Pedro y sólo a él. La afirmación de que 'este primado no fue conferido directa e inmediatamente al bienaventurado Pedro mismo sino a la Iglesia y por medio de ella a Pedro como ministro de la misma', es contraria a las enseñanzas de las Escrituras. Esta potestad ha pasado de Pedro a sus sucesores: 'Por lo cual, quinquiera que ascienda en su sucesión a la sede de Pedro, obtiene, de acuerdo a lo instituido por Cristo mismo, el primado sobre la iglesia universal'. Según esta doctrina, que las Escrituras y la tradición demandan, el papa debe ser reconocido sucesor del Príncipe de los Apóstoles, verdadero vicario de Cristo y cabeza de toda la Iglesia y padre y maestro de todos los cristianos'. Le pertenece la 'potestad de jurisdicción'. Esta potestad es 'ordinaria' e 'inmediata' e incluye a todos los creyentes' es decir, el papa ejerce esa autoridad, no sólo en casos especiales y como último recurso, sino que puede emplearla en todo momento y en cualquier circunstancia. Es una potestad 'verdaderamente episcopal' en cuanto el papa está autorizado a realizar todas las funciones episcopales en todos los lugares. Todo individuo, por consiguiente, está obligado a rendir obediencia directa a las ordenanzas del papa en todas las cosas que tienen que ver con la fe y moral, o la disciplina y gobierno de la Iglesia: 'Esta es la doctrina de la verdad católica, de la cual nadie puede desviarse sin perder la fe y la salvación. El papa es el juez supremo de los fieles. Es un error pretender apelar de él a un concilio, como si éste fuese una autoridad superior. Los papas han sido reconocidos siempre como autoridad suprema en asuntos de doctrina. Ha sido conferido a Pedro y sus sucesores 'un carisma de verdad y fe infalibles', a fin de que la Iglesia permanezca libre de error y la doctrina pura mantenga su autoridad. Puesto que en nuestra época muchos se oponen a esta autoridad, el nuevo dogma es formulado, para la gloria de Dios y la salvación de las almas: 'Por lo tanto...., con la aprobación del santo concilio, enseñamos y declaramos que el dogma (siguiente) es divinamente revelado: que el Pontífice de Roma, cuando habla ex cathedra, es decir, cuando en el ejercicio del oficio de pastor y maestro de todos los cristianos en virtud de su suprema autoridad apostólica define la doctrina referente a la fe y moral que la iglesia universal debe mantener, actúa, por el auxilio divino prometido al mismo bienaventurado Pedro, con aquella infalibilidad por la cual el Divino Redentor quiso que su iglesia fuera instruida en la definición de la doctrina referente a la fe y moral; y por lo tanto las definiciones de tal pontífice de Roma son en ellas misma, y no en virtud del consentimiento de la iglesia, irreformables. Si alguien (¡Dios no lo permita!) se atreviese a contradecir ésta definición, sea anatema'.
La agitación creada por el Concilio Vaticano decrecó en un período asombrosamente breve. Un pequeño partido de piadosos idealistas protestó vigorosamente pero muy pocos le prestaron atención. Los 'Antiguos Católicos' no tuvieron oportunidad de hacer una demostración popular. Comprenderemos por qué se alcarnzaron con tan asombrosa rapidesz los objetivos del Concilio si recordamos que ya por mucho tiempo el mundo entero se había habituado a considerar al papa como legítemo señor de la Iglesia Católica Romana y que las antiguas pretensiones de los papas de ser portadores de la verdad divina habían venido afirmándose cada vez más en los circulos católicos desde la Contrarreforma. Aquello que habría sido considerado inconcebible en la época de los concilios reformistas se tornó realidad en el siglo XIX: el reconocimiento de la infalibilidad papal frente a la de los concilios y por sobre los mismos. El Concilio Vaticano no produjo mayor agitación en la Iglesia porque no creó nada nuevo. Pero habí otra razón. La influencia de las enseñanzas de los jesuitas habí disipado en las masas católicas todo interés en la doctrina como tal. Su actitud hacia el dogma de la Iglesia coincidía con su actitud hacia las Escrituras: las tenían como si no las tuviesen. Bastaba la obediente sujeción a las fórmulas: evitar criticarlas. En otras casos, se utilizaba el dogma para la ascética humillación de la 'razón'. Las verdaderas fuentes de la vida religiiosa no brotan para las masas católicas romanas de la doctrina. Sacramentos y buenas obras, reliquias y escapularios, el sacrificio de la misa y todo tipo de agua bendita, la madre de Dios (sus apariciones y su culto), el culto del corazón de Jesús y del corazón de María - éstas son las cosas que traen gracia y regulan la comunión del alma con Dios. La mayor parte de estas costumbres no podrían soportar airosamente las pruebas de la definición dogmática. Pero tal cosa no es necesaria en tanto la Iglesia y su dogma les dejen espacio para desarrollarse. No debe olvidarse que en el Concilio de Trento - y entonces sólo bajo la presión de la iglesia protestante y su Augustana - alcanzó el catolicismo romano un sistema consistente de doctrina eclesiástica. No es, pues, de sorprenderse que, una vez atenuada la tensión del conflicto, la Iglesia se haya ido hundiendo nuevamente en las formas medievales, aunque la habilidad jesuita haya dado una tonalidad distinta al carácter y temperamento modernos de la vida de la Iglesia. En las iglesias orientales el dogma había llegado a ser un misterio y una reliquia: la mística del culto engendra vida. En el Occidente el dogma se había transformado principalmente en un medio disciplinario y en un incentivo a la obediencia, pero - al menos en esta época - parece significar tan poco como en la Edad Media una influencia viviente en la Iglesia. Sin embargo, la Iglesia Católica Romana ha recomendado insistentemente en estos últimos tiempos - no sin cierto esfuerzo - el estudio de Tomás, ofreciéndolo como una panacea. ¡Es sin duda posible adornar las tumbas de los profetas y no contagiarse de su espíritu!. Pero nadie podrá negar que el espíritu de estudio serio y esfuerzo sostenido no ha muerto ni siquiera en la teologí católica. ¿Se ocultarán allí los elementos que aún podrán infundir al catolicismo romano el 'principio de progreso'? ¿Será la cultura científica - como Tomás la entendió - o será el eclesiasticismo ultramontano el que asumirá la dirección espiritual en el futuro desarrollo doctrinal del catolicismo romano?
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REFERENCIAS:
Investigaciones Teológicas e Historicas sobre el Papado: Christian Gómez
U.S.A. WorldCat: Libraries with Item (For Librarians) Possible purchase
http://firstsearch.oclc.org/:next=NEXTCMD
'Bishop Strossmayer's Speech' : Harvard University, University of Rochester, Freed Hardeman University, Concordia University, Web-Page found at:
http://firstsearch.oclc.org/FETCH:recno=20:resultset-2:format=H:numrec.../fslib28.tx
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LA VIDA DE JOSÉ JORGE STROSSMAYER
Nació Febrero 4, 1815 en Croacia-Slavonia, y murió en 1905. Fue elegido Obispo de Diavovár en 1849, con el título oficial de 'Obispo de Bosnia y Slavonia'. Su vida fue dedicada al progreso de la vida nacional entre los Croatas. El construyó un palacio y catedral en Djakovo, y fundó un Seminario para los Croatas de Bosnia. Su discurso en el Concilio Vaticano de 1870, en que él defendió al Protestanismo, causó mucha contraversia. El fue uno de los oponentes más notables contra la infalibilidad Papal. Después del Concilio Vaticano de 1870, se mantuvo su oposición más tiempo que todos los demás Obispos. El tuvo amistad con Dollinger y Reinkens hasta Octubre, 1871. Entonces él los notificó que iba a ceder al Vaticano 'por lo menos, por fuera'. Después, proclamó su lealtad al Papa, usando lenguaje muy extravegante, en varias ocasiones. Fue ayudante a Augustín Theiner, quien tuvo el puesto sobre la Biblioteca del Vaticano en Roma en 1863. El fue un alto funcionario al Santo Imperio Romano, y Obispo al trono pontifical.
REFERENCIAS:
La Enciclopedia Britanica
La Enciclopedia Católica (1907)
Que sirva para mayor conocimiento de la realidad
En Cristo