LA INFALIBILIDAD PAPAL

Tobi

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21 Noviembre 2000
16.179
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A pesar de que es muy extenso, merece la pena leerlo y examinar su argumentación
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EL DISCURSO POR EL OBISPO STROSSMAYER
EN EL VATICANO DEL AÑO 1870



EL CONOCIMIENTO DISIPA LAS TINIEBLAS DE LA IGNORANCIA

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EL CONCILIO ECUMÉMICO DEL VATICANO EN ROMA DE 1870
REFERENTE A: LA INFALIBILIDAD DEL PAPA
Venerables padres y hermanos:
No sin temor, pero con una consciencia libre y tranquila ante Dios que vive y me ve, tomo la palabra en medio de vosotros, en esta augusta asamblea. Desde que me hallo sentado aquí con vosotros he seguido con atención los discursos que se han pronunciado en esta sala, ansiado con grande anhelo que un rayo de luz, descendiendo de arriba, iluminase los ojos de mi inteligencia y me permitiese votar los cánones de este Santo Concilio Ecuménico con perfecto conocimiento de causa.
Penetrado del sentimiento de responsabilidad, por el cual Dios me pedirá cuenta, me he propuesto estudiar con escrupulosa atención los Escritos del Antiguo y Nuevo Testamento; y he interrogado a estos venerables monumentos de la verdad, para que me diesen a saber si el Santo Pontífice, que preside aquí, es verdaderamente el sucesor de San Pedro, Vicario de Jesucristo e infalible doctor de la Iglesia.
Para resolver esta grave cuestión, me he visto precisado a ignorar el estado actual de las cosas y a transportarme en mi imaginación, con la antorcha del Evangelio en las manos, a los tiempos en que, ni el Ultramontanismo, (1) ni el Galicanismo (2) existían, y en los cuales la Iglesia tenía por doctores a San Pablo, San Pedro, Santiago y San Juan, doctores a quien nadie puede negar la autoridad divina sin poner en duda lo que la Santa Biblia, que tengo delante, nos enseña y la cual el Concilio de Trento proclamó como la regla de la fe y de la moral.
He abierto, pues, estas sagradas páginas: y bien, ¿me atreveré a decirlo? Nada he encontrado que sancione próxima o remotamente la opinión de los Ultramontanos. Aún es mayor mi sorpresa, porque no encuentro en los tiempos apostólicos nada que haya sido cuestión de un papa sucesor de San Pedro y Vicario de Jesucristo, como tampoco de Mahoma, que no existía aún.
Vos, monseñor Manning, diréis que blasfemo; monseñor Fie, diréis que estoy demente. ¡No monseñores, no blasfemo ni estoy loco! Ahora bien, habiendo leído todo el Nuevo Testamento, declaro ante Dios con mi mano elevada al gran Crucifijo, que ningún vestigio he podido encontrar del Papado tal como existe ahora.
No me rehuséis vuestra atención, mis venerables hermanos, y con vuestros murmullos e interrupciones justifiquéis los que dicen como el padre Jacinto, que este Concilio no es libre, porque vuestros votos han sido de antemano impuestos. Si tal fuese el hecho, esta augusta asamblea hacia la cual las miradas de todo el mundo están dirigidas, caería en el más grande descrédito.
Si deseáis ser grandes, debéis ser libres. Agradezco a Su Excelencia monseñor Dupanloup, el signo de aprobación que hace con la cabeza. Esto me alienta y prosigo. Leyendo, pues, los Santos Libros con toda la atención de que el Señor me ha hecho capaz, no encuentro un solo capítulo o un corto versículo, en el cual Jesús dé a San Pedro la jefatura sobre los apóstoles, sus colaboradores. Si Simón, el hijo de Jonás, hubiese sido lo que hoy día creemos sea su Santidad Pío IX, extraño es que no les hubiese dicho 'Cuando haya ascendido a mi Padre, debéis todos obedecer a Simón Pedro, así como ahora me abedecéis a mi. Le establezco por mi Vicario en la tierra'.
No solamente calle Cristo sobre este particular, sino que piensa tan poco en dar una cabeza a la iglesia que, cuando promete tronos a sus apóstoles, para juzgar a las doce tribus de Israel (Mateo 19:28), (3) les promete doce, uno para cada uno, sin decir que entre dichos tronos uno sería más elevado, el cual pertenecería a Pedro. Indudablemente, si tal hubiese sido su intento, lo indicaría. ¿Qué hemos de decir de su silencio? La lógica nos conduce a la conclusión de que Cristo no quiso elevar a Pedro a la cabecera del colegio apostólico.
Cuando Cristo envió a los apóstoles a conquistar el mundo, a todos dió la promesa del Espíritu Santo. Permitidme repetirlo: si El hubiese querido constituir a Pedro en su Vicario, le hubiera dado el mando supremo sobre su ejército espiritual. Cristo, así lo dice la Santa Escritura, prohibió a Pedro y a sus colegas reinar o ejercer señorío o tener potestad sobre los fieles, como lo hacen los reyes gentiles (Lucas, 22:25,36) (4). Si San Pedro hubiese sido elegido Papa, Jesús no diría esto, porque según vuestra tradición, el papado tiene en sus manos dos espadas, símbolo del poder espiritual y temporal. Hay una cosa que me ha sorprendido muchísimo. Resolviéndola en mi mente, me he dicho a mí mismo: Si Pedro hubiese sido elegido Papa, ¿Se permitiría a sus colegas enviarle con San Juan a Samaria para anunciar el Evangelio del Hijo de Dios? (Hechos 2:15) (5).
¿Qué os parecería, venerables hermanos, si nos permitiésemos ahora mismo enviar a su Santidad Pio IX, a su Eminencia monseñor Plautier al patriarca de Constantinopla para persuadirle a que pusiese fin al cisma del Oriente? Mas, he aquí otro hecho de mayor importancia. Un concilio ecuménico se reúne en Jerusalén para decidir cuestiones que dividían a los fieles. ¿Quién debía presidirlos? San Pedro o su legado. ¿Quién debíera formar o promulgar los cánones? San Pedro. Pues bien, ¡nada de esto sucedió! Nuestro apóstol asistió al Concilio, así como los demás; pero no fue él quien reasumió la discusión sino Santiago: y cuando se promulgaron los decretos se hizo en nombre de los apóstoles, ancianos y hermanos. (Hechos, 15) (6).
¿Es ésta la práctica de nuestra iglesia? Cuanto más lo examino ¡oh, venerables hermanos! tanto más estoy convencido que en las Sagradas Escrituras el Hijo de Jonás no parece ser el primero. Ahora bien; mientras nosotros enseñamos que la Iglesia está edificada sobre San Pedro, San Pablo, cuya autoridad no puede dudarse, dice en su Epístola a los Efesios, 2:20, que está edificada sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo, Cristo mismo.
Este mismo apóstol cree tan poco en la supremacía de Pedro que abiertamente culpa a los que dicen: 'somos de Pablo, somos de Apolos' (1o. Corintios, 1:12); así como culpa a los que dicen: 'Somos de Pedro'. Si este último apóstol hubiese sido el Vicario de Cristo, San Pablo, se habría guardado bien de no censurar con tanta violencia a los que pertenecían a su propio colega. El mismo apóstol Pablo, al enumerar los oficios de la Iglesia, menciona apóstoles, profetas, evangelistas, doctores y pastores.
¿Es creíble, mis venerables hermanos que San Pablo, el gran apóstol de los gentiles, olvidase el primero de estos oficios: el papado, si el papado fuera de divina institución? Ese olvido me parece tan imposible como el de un historiador de este Concilio que no hiciese mención de su Santidad Pío IX. (Varias voces: ¡Silencio, hereje, silencio!).
Calmaos, Venerables hermanos, que todavía no he concluido. Impidiéndome que prosiga, manifestarías al mundo que procedéis sin justicia, cerrando la boca de un miembro de esta asamblea. Continuaré: el apóstol Pablo no hace mención en ninguna de sus epístolas a las diferentes iglesias, de la primacía de Pedro. ¿Si esta primacía existiese; si, en una palabra, la Iglesia hubiese tenido una cabeza suprema dentro de sí, infalible en enseñanza, podría el gran apóstol de los gentiles olvidar el mencionarla? ¡Qué digo!
Más probable es que hubiese escrito una larga epístola sobre esta importante materia. Entonces, cuando el edificio de la doctrina cristiana fue erigido, podría, como lo hace, ¿olvidarse de la fundación, de la clave del arco? Ahora bien: si no opináis que la iglesia de los apóstoles fue herética, lo que ninguno de vosotros desearía u osaría decir, estamos obligados a confesar que la iglesia nunca fue más bella, más pura, ni más santa que en los tiempos en que no hubo papa.
(Gritos de: ¡No es verdad! ¡No es verdad!) No, digo monseñor Laval. 'No'. Si alguno de vosotros mis venerables hermanos, se atreve a pensar que la iglesia que hoy tiene un papa por cabeza, es más firme en la fe, más pura en la moralidad que la Iglesia Apostólica, dígalo abiertamente ante el universo, puesto que este recinto es un centro desde el cual nuestra palabra volará de polo a polo. Prosigo: ni en los escritos de San Pedro, San Juan o Santiago, o descubro traza alguna o germen de poder papal. San Lucas, el historiador de los trabajos misioneros de los apóstoles, guarda silencio sobre este importantísimo punto. El silencio de estos hombres santos, cuyos escritos forman parte del Cánon de las divinamente inspiradas Escrituras, me parece tan penoso e imposible, si Pedro fuese Papa, y tan inexcusable como si Thiers, escribiendo la historia de Napoleón Bonaparte, omitiese el título de emperador.
Veo delante de mi un miembro de la asamblea que dice, señalándome con el dedo: 'Ahi está un obispo cismático, que se ha introducido entre nosotros con falsa bandera'. No, no, mis venerables hermanos: no he entrado en esta augusta asamblea como un ladrón por la ventana sino por la puerta, como vosotros; mi título de Obispo me dió derecho a ello, así como mi conciencia cristiana me obliga a hablar y decir lo que creo ser verdad.
Lo que más me ha sorprendido y que, además se puede demostrar, es el silencio del mismo San Pedro. Si el apóstol fuese lo que proclamáis que fue, es decir, Vicario de Jesucristo en la tierra, él, al menos, debiera saberlo. Si lo sabía ¿cómo sucede que ni una sola vez obró como Papa? Podría haberlo hecho el día de Pentecostés, cuando predicó su primer sermón, y no lo hizo; en el Concilio de Jerusalén, y no lo hizo; en Antioquía, y no lo hizo; como tampoco lo hace en las dos epístolas que dirige a la Iglesia. ¿Podéis imaginaros un tal papa, mis venerables hermanos, si Pedro era papa?
Resulta pues, que si queréis sostener que fue papa, la consecuencia natural es que él no lo sabía. Ahora pregunto a todo el que tenga cabeza con que pensar y mente con que reflexionar: ¿son posibles estas dos suposiciones? Digo pues, que mientras los apóstoles vivían, la Iglesia nunca pensó que había Papa. Para sostener lo contrario sería necesario entregar las Sagradas Escrituras a las llamas o ignorarlas por completo. Pero escucho decir por todos lados 'pues qué, ¿no estuvo San Pedro en Roma? ¿No fue crucificado con la cabeza abajo? ¿No se hallan los lugares donde enseñó, y los altares donde dijo misa, en esta ciudad eterna? Que San Pedro haya estado en Roma, reposa, mis venerables hermanos, sólo sobre la tradición, mas aun, si hubiese sido obispo de Roma ¿cómo podéis probar con su episcopado su supremacía? Scalígero, uno de los hombres más eruditos no vacila en decir que el episcopado de San Pedro y su residencia en Roma deben clasificarse entre las leyendas ridículas. (Repetidos gritos: ¡Tapadle la boca, tapadle la boca, hacedle descender del púlpito!).
Venerables hermanos estoy pronto a callarme; mas ¿no es mejor en una asamblea como la nuestra, probar todas las cosas como manda el apóstol y creer todo lo que es bueno?. Pero, mis venerables amigos, tenemos un Dictador ante el cual todos debemos postrarnos y callar, aún Su Santidad Pío IX, e inclinar la cabeza. Ese dictador es la Historia. Esta no es como un legendario que se puede formar al estilo que el alfarero hace su barro, sino como un diamante que esculpe en el cristal palabras indelebles. Hasta ahora me he apoyado sólo en ella, y no encuentro vestigio alguno del papado en los tiempos apostólicos: la falta es suya; no es mía. ¿Queréis quizá acusarme de mentira?. Hacedlo si podéis.
Oigo a mi derecha estas palabras: 'Tú eres Pedro y sobre esta roca edificaré mi iglesia' (Mat. 16:18). Contestaré esta objeción después, mis venerables hermanos: más, antes de hacerlo, deseo presentaros el resultado de mis investigaciones históricas. No hallando ningún vestigio alguno del papado en los tiempo apostólicos, me dije a mí mismo: quizá hallaré al Papa en los cuatro primeros siglos y no he podido dar con él. Espero que ninguno de vosotros dudará de la gran autoridad del santo obispo de Hipona, el grande y bendito San Agustín. Este piadoso doctor, honor y gloria de la Iglesia Católica, fue secretario en el Concilio de Melive. En los decretos de esa venerable Asamblea, se hallan estas palabras: 'Todo el que epele a los de la otra parte del mar, no será admitido a la comunión por ninguno en el Africa'. Los obispos de Africa reconocían tan poco al obispo de Roma, amonestándole que no recibiese apelación de los obispos, sacerdotes o clérigos de Africa: que no enviase más legados o comisionados y que no introdujese el orgullo humano en la iglesia. Que el patriarca de Roma había desde los primeros tiempos tratado de atraerse a sí mismo toda autoridad, es un hecho evidente; y lo es también igualmente, que no poseía la supremacía que los Ultramontanos le atribuyen. Si la poseyera, ¿osarían los obispos de Africa, San Agustín entre ellos, prohibir apelaciones a los decretos de su supremo tribunal? Confieso, sin embargo que el patriarca de Roma ocupaba el primero puesto. Una de las leyes de Justiniano dice: 'Mandamos, conforme a la definición de los cuatro Concilios, que el Santo Papa de la antigua Roma sea el primero de los obispos y que Su Alteza el arzobispo de Constantinopla, que es la nueva Roma, sea el segundo'. Inclínate, pues, a la supremacía del papa, me diréis.
No corráis tan apresurados a esa conclusión, mis venerables hermanos, porque la ley de Justiniano lleva escrito al frente: 'del cordón sedes patriarcales'. Presidencia es una cosa, y el poder de Jurisdicción es otra. Por ejemplo: suponiendo que en Florencia se reuniese una asamblea de todos los obispos del reino, la presidencia se daría, naturalmente, al primado de Florencia, así como entre los occidentales se concedería al patriarca de Constantinopla y en Inglaterra al arzobispo de Canterbury. Pero ni el primero, segundo ni tercero, podría aducir de la asignada posición Jurisdicción sobre sus compañeros. La importancia de los obispos de Roma procede no del poder divino sino de la importancia de los obispos de Roma donde está la Sede. Monseñor Darvoy no es superior en dignidad al arzobispo de Avignon; mas, no obstante, París le da una consideración que no tendría, si en vez de tener su palacio en las orillas del Sena se hallase sobre el Ródano. Esto, que es verdadero en la jerarquía religiosa, lo es también en materias civiles y políticas. El prefecto de Roma, no es más que un prefecto como el de Pisa; pero civil y políticamente es de mayor importancia aquél. He dicho ya que desde los primeros siglos, el patriarca de Roma aspiraba al gobierno universal de la iglesia. Desgraciadamente, casi lo alcanzó; pero no consiguió ciertamente sus pretenciones porque el emperador Teodosio II hizo una ley por la cual estableció que el patriarca de Constantinopla tuviese la misma autoridad que el de Roma. Los padres del Concilio de Calcedonia, colocan a los obispos de la antigua y de la nueva Roma en la misma categoría en todas las cosas, aun en las eclesiásticas (Can. 28). El Sexto Concilio de Cartago prohibió a todos los obispos se abrogasen el título Obispo Universal, que los papas se abrogaron más tarde, Gregorio I, creyendo que sus sucesores nunca pensarían en adornarse con él, escribió estas notables palabras: 'Ninguno de mis antecesores ha consentido en llevar este título profano porque cuando un patriarca se abroga a sí mismo el nombre universal, el título de patriarca sufre descrédito. Lejos esté pues, de los cristianos, el deseo de darle un título que cause descrédito a sus hermanos'. San Gregorio dirigió estas palabras a su colega de Constantinopla, que pretendía hacerse primado de la iglesia. El Papa Pelagio II, llamaba a Juan, obispo de Constantinopla, que aspiraba al sumo pontificado, impío y profano. 'No se le importe', decía, 'el título universal que Juan ha usurpado ilegalmente, que ninguno de los patriarcas se abrogue este nombre profano, porque ¿cuántas desgracias no debemos esperar si entre los sacerdotes se suscitan tales ambiciones? Alcanzarían lo que se tiene predicho de ellos: 'El es el rey de los hijos del orgullo'. (Pelagio II, Lit. 13).
Estas autoridades, y podría citar cien más de igual valor, ¿no prueban con una claridad igual al resplandor del sol en medio del día, que los primeros obispos de Roma no fueron conocidos como obispos y cabezas de la iglesia, sino hasta tiempos muy posteriores? Y, por otra parte, ¿quién no sabe que desde el año 325, en el cual se celebró el primer Concilio de Nicea hasta 580 años en que fue celebrado el Segundo Concilio Ecuménico de Constantinopla, y entre más de 1,109 obispos que asistieron a los primeros seis Concilios Generales, no se hallaron presentes más que diez y nueve obispos del Occidente? ¿Quién ignora que los Concilios fueron convocados por los emperadores sin siquiera informarles de ellos y frecuentemente aun en oposición a los deseos del obispo de Roma? ¿Que Osio, obispo de Córdoba, presidió el primer Concilio de Nicea y redactó sus cánones? El mismo Osio, presidiendo después el Concilio de Sárdica, excluyó al legado de Julio, obispo de Roma. No diré más, mis venerables hermanos y paso a hablar del gran argumento a que me referí anteriormente para establecer el primado del obispo de Roma.
Por la roca (petra) sobre la cual la Santa Iglesia está edificada, entendéis que es Pedro. Si esto fuera verdad, la disputa quedaría terminada; mas nuestros antepasados, y ciertamente debieron saber algo, no suponían sobre esto como nosotros.
San Cirilo, en su cuarto libro sobre la Trinidad dice: 'Creo por la roca debéis entender la fe inmóvil de los apóstoles', San Hilario, obispo de Poitiers, en su segundo libro de la Trinidad, dice: 'La roca (petra) es la bendita y sola roca de la fe confesada por la boca de San Pedro', y en su sexto libro sobre la Trinidad dice: 'Es sobre esta roca de la confesión de fe, que la Iglesia está edificada'. 'Dios', dice San Jerónimo, en su sexto libro sobre San Mateo, 'ha fundado su Iglesia sobre esta roca y es de esta roca que el apóstol Pedro fue apellidado. De conformidad con él, San Crisóstomo dice en su Homilía 53 sobre San Mateo: 'Sobre esta roca edificaré mi Iglesia, es decir, sobre la fe de la confesión'. Ahora bien, ¿cuál fue la confesión del apóstol? Hela aquí: 'Tu eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente'. Asombroso, el santo arzobispo de Milán, sobre el segundo capítulo de la epístola a los Efesios; San Basilio de Seleucia y los padres del Concilio de Calcedonia, enseñan precisamente la misma cosa. Entre todos los doctores de la antigüedad cristiana, San Agustín ocupa uno de los primeros puestos por su sabiduría y santidad. Escuchad, pues, lo que escribe sobre la primera epístola de San Juan: Qué significan las palabras: 'edificaré mi iglesia sobre esta roca? Sobre esta fe, sobre eso que dices, tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.'.
En su tratado 124 sobre San Juan, encontramos esta muy significante frase: 'Sobre esta roca, que tú has confesado, edificaré mi Iglesia, puesto que Cristo mismo era la roca'.
El gran obispo creía tan poco que la Iglesia fuese edificada sobre San Pedro, que dijo a su grey en su sermón 13: 'Tú eres Pedro y sobre esta roca (petra) que tú has confesado, sobre esta roca que tú has reconocido, diciendo: 'Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente', edificaré mi Iglesia; sobre mí mismo que soy el Hijo del Dios viviente. La edificaré sobre mí mismo, y no sobre tí'. Lo que San Agustín enseña sobre este célebre pasaje, era la opinión de todo el mundo cristiano en sus días; por consiguiente, reasumo y establezco:
1o.-Que Jesús dio a sus apóstoles el mismo poder que dio a Pedro.
2o.-Que los apóstoles nunca reconocieron en San Pedro al vicario de Jesucristo y
al infalible doctor de la Iglesia.
3o.-Que los Concilios de los cuatro primeros siglos, mientras reconocían la alta
posición que el obispo de Roma ocupaba en la Iglesia por motivo de Roma, tan
sólo le otorgaron una preeminencia honoraria, nunca el poder y la jurisdicción.
4o.-Que los santos padres en el famoso pasaje: 'Tu eres Pedro y sobre esta piedra
edificaré mi Iglesia', nunca entendieron que la Iglesia está edificada sobre San
Pedro, sino sobre la Roca, es decir, sobre la confesión de la fe del apóstol.
Concluyo victoriosamente, conforme a la historia, la razón, la lógica, el buen sentido y la conciencia cristiana, que Jesucristo no dio supremacía a San Pedro, y que los obispos de Roma no se constituyeron soberanos de la Iglesia, sino tan sólo confesando uno por uno los derechos del episcopado: (Voces: ¡Silencio! ¡Silencio! ¡Insolente protestante! ¡Silencio!).
¡No soy un protestante insolente!. La historia no es católica, ni anglicana, ni calvinista, ni luterana, ni arminiana, ni griega cismática, ni ultramontana. Es lo que es, es decir, algo más poderosa que todas las confesiones de la fe, que todos los cánones de los concilios ecuménicos. ¡Escribid contra ella si osáis hacerlo! Más no podréis destruirla, como tampoco sacando un ladrillo del Coliseo podríais hacerlo derribar. Si he dicho algo que la historia pruebe ser falso, enseñadmelo con la historia; y sin un momento de titubeo, haré la más honorable apología. Mas tened paciencia, y veréis que todavía no he dicho todo lo que quiero y puedo: y aún si la pira fúnebre me aguárda en la plaza de San Pedro, no callaría, porque me siento precisado a proseguir.
Monseñor Dupanlop, en sus célebres 'Observaciones' sobre este Concilio Vaticano, ha dicho, y con razón, que si declaramos a Pío IX, infalible, deberemos necesariamente y de la lógica natural, vernos pecisados a mantener que todos sus predecesores eran también infalibles. Pero, venerables hermanos, aquí la Historia levanta su voz con autoridad asegurándonos que algunos papas erraron; podeís protestar contra esto o negarlo, si así os place: mas yo lo probaré. El Papa Victor (192) primero aprobó el montanismo (7) y después lo condenó. Marcelino (296 a 303) era un idólatra. Entró en el templo de Vesta y ofreció incienso a la diosa. Diréis que fue acto de debilidad, pero contesto: un Vicario de Jesucristo muere, mas no se hace apóstata. Liberio (382) consintió en la condenación de Atanasio; después hizo profesión de arrianismo (8) para lograr que se le revocase el destierro y se le restituyese su Sede. Honorio (625) se adhirió al monotelismo; (9) el Padre Gatry lo ha probado hasta la evidencia.
Gregorio I (578 a 590) llama Anticristo a cualquiera que se diese el nombre de Obispo Universal y al contrario, Bonifacio III (607 a 608) persuadió al emperador parricida, Phocas, a que le confiriera dicho título. Pascual II (1088 a 1099) y Eugenio III (1145 a 1153) autorizaron los desafíos; mientras que Julio II (1199) y Pío IV (1560) los prohibieron. Eugenio IV (1431 a 1439) aprobró el Concilio de Basilea y la restitución del cáliz a la Iglelsia de Bohemia y Pío II (1458) revocó la concesión. Adriano II (867 a 872) declaró válido el matrimonio civil, pero Pío VII (1800 a 1823) lo condenó. Sixto V (1585 a 1590) compró una edición de la Biblia y con una bula recomendó su lectura; mas Pío VII condenó su lectura. Clemente XIV (1700 a 1721) abolió la Compañía de los Jesuítas, permitida por Pablo II y Pío VII la restableció.
Mas, ¿a qué buscar pruebas tan remotas? ¿no ha hecho otro tanto nuestro Santo Padre, que está aquí, en su bula, dando reglas para este mismo Concilio, en el caso de que muriese mientras se halla reunido, revocando cuanto a tiempos pasados fuese contrario a ello, aun cuando procediese en las decisiones de sus predecesores? Y Ciertamente, si Pío IX ha hablado ex cátedra, no es cuando desde lo profundo de su tumba impone su voluntad sobre los soberanos de la Iglesia. Nunca concluiría mis venerables hermanos, si se tratase de presentar a vuestra vista las contradicciones de los papas en sus enseñanzas; por lo tanto, si proclamáis la infalibilidad del papa actual, tendréis que probar o, bien, que los papas nunca se contradijeron, lo que es imposible, o bien, tendréis que declarar que el Espíritu Santo os ha revelado que la infalibilidad del papado es tan sólo de fecha 1870. ¿Sois bastante atrevidos para hacer esto? Quiza los pueblos estén indiferentes y dejen pasar cuestiones teológicas que no entienden, y cuya importancia no ven; pero aun cuando sean indiferentes a los principios, no lo son en cuanto a los hechos.
Pues bien; no os engañéis a vosotros mismos. Si decretáis el dogma de la infalibilidad papal, los protestantes, nuestros adversarios, montarán la brecha con tanta bravura cuanto que tienen la historia de su lado; mientras que nosotros sólo tendremos nuestra negación que oponerles. ¿Qué les diremos cuando expongan a todos los obispos de Roma, desde los días de Lucas hasta su Santidad Pío IX ¡ay! Si todos hubiesen sido como Pío IX triunfaríamos en toda la línea; mas ¡desgraciadamente no es así! (Gritos de: Silencio, silencio! ¡Basta, basta!) No gritéis, monseñores. Temer a la historia es confesaros derrotados; y, además, aun si pudiérais hacer correr toda el agua del Tíber sobre ella, no podríais borrar ni una sola de sus páginas. Dejadme hablar y seré tan breve como sea posible en este importantísimo asunto. El Papa Virgilio (538) compró el papado a Belisario, teniente del emperador Justiniano. Es verdad que rompió su promesa y nunca pagó por ello. ¿Es ésta una manera canónica de ceñirse la tiara? El segundo Concilio de Calcedonia lo condenó formalmente. En uno de sus cánones se lee: 'El obispo que obtenga su episcopado por dinero, lo perderá y será degradado.' El Papa Eugenio II (1145) limitó a Virgilio. San Bernardo, la estrella brillante de su tiempo, reprendió al Papa, diciéndole: '¿Podrías enseñarme en esta gran ciudad de Roma alguno que os hubiera recibido por Papa sin haber primero recibido oro y plata por ello?
Mis venerables hermanos, ¿estará el Papa que establece un banco a las puertas del templo, inspirado por el Espíritu Santo? ¿Tendrá derecho alguno de enseñar a la iglesia la infalibilidad? Conocéis la historia de Formoso demasiado bien, para que yo pueda añadir nada. Esteban VI hizo exhumar su cuerpo vestido con ropas pontificales; hizo cortarle los dedos con que acostumbraba dar la bendición y después lo hizo arrojar al Tíber, declarando que era un perjuro ilegítimo. Entonces el pueblo aprisionó a Esteban, lo envenenó y lo agarrotó. Mas, ved cómo las cosas se arreglaron. Romano, sucesor de Esteban, y tras él Juan X, rehabilitaron la memoria de Formoso. Quizá me diréis, esas son fábulas, no historia. ¡Fábulas! Id, monseñores, a la biblioteca del Vaticano y leed a Platina, el historiador del papado y los Anales de Baronio (897). Estos son hechos, que por honor de la Santa Sede, desearíamos ignorar: mas cuando se trata de definir un dogma que podrá provocar un gran cisma en medio de nosotros, el amor que abrigamos hacia nuestra venerable madre la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, ¿debería imponernos el silencio? Prosigo, el erudito cardenal Baronio, hablando de la corte papal dice:
Haced atención, mis venerables hermanos, a estas palabras: '¿Qué parecía la Iglesia Romana en aquellos tiempos? ¡Qué infamia! Sólo las poderosísimas cortesanas gobernaban en Roma. Eran ellas las que daban, cambiaban y se tomaban obispados; y, ¡horrible es relatarlo!, hacían a sus amantes, los falsos papas, subir al trono de San Pedro'. (Baronio 912). Me contestaréis: esos eran papas falsos, no los verdaderos. Séalo así, mas en este caso, si por cincuenta años la Sede de Roma se hallaba ocupada por antipapas, ¿cómo podréis reunir el hilo de la sucesión papal? ¡Pues qué! ¿Ha podido la Iglesia exisitir, al menos por el término de un siglo y medio sin cabeza, hallándose acéfala? ¡Notad bien! La mayor parte de esos antipapas se ven en el árbol genealólico del papado; y seguramente deben ser los que describe Baronio; ¿porqué aun Genebrardo, el gran adulador de los Papas, se atrevió a decir en sus crónicas (901)?
'Este centario ha sido desgraciado, puesto que por cerca de ciento cincuenta años los papas han caído de las virtudes de sus predecesores y se han hecho apóstatas más bien que apóstoles'.
Bien comprendo por qué el ilustre Baronio se avergonzaba al narrar los actos de estos obispos romanos. Hablando de Juan IX (931), hijo natural del papa Sergio y de Marozia, escribió estas palabras en sus Anales: 'La Santa Iglesia, es decir, la Romana, ha sido vilmente atropellada por un mounstruo'. Juan XII (956) elegido Papa a la edad de 18 años mediante las influencias de las cortesanas, no fue en nada mejor que su predecesor.
Me desagrada, mis venerables, tener que mover tanta suciedad. Me callo tocante a Alejandro VI, padre y amante de Lucrecia; doy la espalda a Juan XXII (1219), que negó la inmortalidad del alma y que fue depuesto por el Santo concilio Ecuménico de Constanza. Algunos alegarán que este Concilio fue sólo privado. Séalo así: pero si le negáis toda clase de autoridad, deberéis deducir, consecuencia lógica, que el nombramiento de Martín V (1417) era ilegal. Entonces ¿dónde va a parar la sucesión papal? ¿Podréis hallar su hilo? No hablo de los cismas que han deshonrado a la Iglesia. En estos desgraciados tiempos la Sede de Roma se halla ocupado por dos y a veces hasta por tres competidores. ¿Quién de éstos era el verdadero Papa? Reasumiendo una vez más, vuelvo a decir que si decretáis la infalibilidad del actual obsipo de Roma, deberíais establecer la infalibilidad de todos los anteriores, sin excluir a ninguno: mas ¿podréis hacer esto cuando la Historia está allí probando con una claridad igual a la del Sol mismo, que los Papas han errado en sus enseñanzas? ¿Podréis hacerlo y sostener que papas avaros, incestuosos, homicidas, demoníacos, han sido vicarios de Jesucristo? ¡Ay, venerables hermanos! Mantener tal enormidad sería hacer tración a Cristo peor que Judas; sería echarle suciedad en la cara. (Gritos: ¡Abajo del púlpito! ¡Pronto! ¡Cerrad la boca del hereje!). Mis venerables hermanos, estáis gritando. ¡Pero no sería más digno pesar mis razones y mis palabras en la balanza del santuario? Creedme, la Historia no puede hacerse de nuevo, allí está y permanecerá por toda la eternidad, protestando enérgicamente contra el dogma de la infalibilidad papal. Podréis declararla unánime. ¡Pero faltaría un voto, y ese será el mío! Los verdaderos fieles, monseñores, tienen los ojos sobre nosotros, esperando de nosotros algún remedio para los inumerables males que deshonran la Iglesia. ¿Desmentiréis sus esperanzas? ¿Cuál no será nuestra responsabilidad ante Dios, si dejáramos pasar esta solemne ocasión que Dios nos ha dado para curar la verdadera fe? Abracémosla, mis hermanos: aunémonos con un ánimo santo, hagamos un supremo y generoso esfuerzo; volvamos a la doctrina de los apóstoles, puesto que, fuera de ella, no hay más que horrores, tinieblas y tradiciones falsas. Aprovechémonos de nuestra razón e inteligencia, tomando a los apóstoles y profetas por nuestros únicos maestros, en cuanto a la cuestión de las cuestiones: '¿Qué debo hacer para ser salvado?' Cuando hayamos decidido esto habremos puesto el fundamento en nuestro sistema dogmático, firme inmóvil como la Roca, constante e incorruptible de las divinamente inspiradas Escrituras. Llenos de confianza, iremos ante el mundo y, como el apóstol San Pablo, en presencia de los libre pensadores, no reconocemos 'a nadie más que a Jesucristo y a éste crucificado'. Conquistaremos mediante la predicación de la 'locura de la cruz', así como San Pedro conquistó a los sabios de Grecia y Roma, y la iglesia Romana tendrá su glorioso 89 (Gritos clamorosos: ¡Bajate! ¡Fuera con el Protestante, el Calvinista, el traidor de la Iglesia!).
Vuestros gritos, monseñores, no me atemorizan. Si mis palabras son calurosas, mi cabeza está serena. No soy de Lutero, ni de Calvino, ni de Pablo, ni de los apóstoles; pero sí de Cristo. (Renovados Gritos: ¡Anatema al Apóstata!) Anatema, monseñores, anatema! Bien sabéis que no estáis protestando contra mí, sino contra los santos apóstoles, bajo cuya protección desearía que este Concilio colocase a la Iglesia.
¡Ah! Si cubiertos con sus mortajas saliesen de sus tumbas, ¿hablarían de una manera diferente a la mía? ¿Qué les diríais, cuando con sus escritos os dicen que el papado se ha apartado del Evangelio del Hijo de Dios que ellos predicaron y confirmaron tan generosamente con su sangre? Os atreveríais a decirles: 'preferimos las doctrinas de nuestros papas, nuestro Belarmino, nuestro Ignacio de Loyola a la vuestra?' ¡No, mil veces no! A no ser que hayáis tapado vuestros oídos para no oir, cubierto vuestros ojos para no ver, y embotado vuestra mente para no entender.
¡Ah! Si el que reina arriba quiere cartigarnos, haciendo caer pesadamente su mano sobre nosotros, como hizo a Faraón; no necesita permitir a los soldados de Garibaldi que nos arrojen de la ciudad eterna; bastará con dejar que hagáis a Pío IX un dios, así como se ha hecho una diosa a la bienaventurada Virgen. ¡Deteneos! ¡Deteneos! venerables hermanos, en el odioso y ridículo precipio en que os habéis colocado. Salvad a la Iglesia del naufragio que la amenaza, buscando en las Sagradas Escrituras solamente la regla de fe que debemos creer y profesar. He dicho. ¡Dígnese Dios asistirme!.
NOTAS
1) ULTAMONTANISMO (Siglo XVII)
Los católicos ultramontanos permanecieron fielmente adheridos a la idea de que el papa tenía una autoridad eclesiástica superior a todos los reyes y que sus enseñanzas eran infalibles, lo que preparó el terreno para el Syllabus de Pío IX, la proclamación de la infalibidad papal.

2) GALICANISMO (Siglo XVII)
Movimiento que trataba de definir las autoridades civil y eclesiástica y su relación mutua. Los obispos franceses redactaron los cuatro artículos galicanos a requermimiento de Luis XIV. La revolución francesa y la constitución civil del clero efectuó un secularismo galicano mucho peor que la tendencia antigua que era simplemente prescindir de la autoridad papal.
A esta lucha (entre el católico Luis XIV perseguidor de los hugonotes protestantes y el Papa Inocencio XI) se llama el conflicto de las regalías y surgió cuando Luis XIV quizo llenar las vacantes de cuatro obispados y controlar sus entradas financieras.
La declaración redactada por el obispo Bassuel trataba de evitar el rompimiento con Roma a la vez que trataba de reconocer la supremacía que Luis XIV pretencía. El primer artículo afirmaba que el rey no estaba sujeto al papa en las cosas temporales y no podía ser depuesto ni sus súbditos relevados de obediencia al rey por la autoridad papal. El segundo decía que el papa gozaba de plena autoridad en todos los asuntos espirituales y que esta autoridad estaba sujeta a los concilios generales como lo había decretado ya el Concilio de Constanza...(1414-1418). El tercero decía que el ejercicio de la autoridad papal estaba sujeto, sin embargo, a los cánones y constituciones del reinado francés.
El cuarto concedía que el papa tenía la parte principal en cuestiones de fe, pero no estaba exento de corrección (es decir, negaba la infalibilidad papal).

3) MATEO 19:28
'Y Jesús les dijo: De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido os sentaréis también sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel'.

4) LUCAS 22:24, 26
'Pero él les dijo: Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que sobre ellas tienen autoridad son llamados bienechores; mas no así vosotros, sino sea el mayor entre vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que sirve'.

5) HECHOS 8:14
'Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalem oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan'.

6) HECHOS 15: 5-32
'Pero algunos de la secta de los fariseos, que habían creído, se levantaron diciendo: Es necesario circuncidarlos, y mandarles que guarden la ley de Moisés.
Y se reunieron los apóstoles y los ancianos para conocer de este asunto. Y después de mucha discusión, Pedro se levantó y les dijo: Varones hermanos, vosotros sabéis cómo ya hace algun tiempo que Dios escogió que los gentiles oyesen por mi boca la palabra del evangelio y creyesen.
Y Dios, que conoce los corazones, les dio testimonio, dándoles el Espíritu Santo lo mismo que a nosotros; y ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos, purificando por la fe sus corazones. Ahora, pues, ¿por qué tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar?
Antes creemos que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos, de igual modo que ellos.
Entonces toda la multitud calló, y oyeron a Bernabé y a Pablo, que contaban cuán grandes señales y maravillas había hecho Dios por medio de ellos entre los gentiles.
Y cuando ellos callaron, Jacobo respondió diciendo: Varones hermanos, oídme.
Simón ha contado cómo Dios visitó por primera vez a los gentiles, para tomar de ellos pueblo para su nombre.
Y con esto concuerdan las palabras de los profetas, como está escrito: Después de esto volveré, y reedificaré el tabernáculo de David, que está caído; y repararé sus ruinas, y lo volveré a levantar, para que el resto de los hombres busque al Señor, y todos los gentiles, sobre los cuales es invocado mi nombre, dice el señor, que hace conocer todo esto desde tiempos antiguos. Por lo cual yo uzgo que no se inquiete a los gentiles que se convierten a Dios, sino que se les escriba que se aparten de las contaminaciones de los ídolos, de fornicación, de ahogado y de sangre.
Porque Moisés desde tiempos antiguos tiene en cad ciudad quien lo predique en las inagogas, donde es leído cad día de reposo. Entonces pareció bien a los apóstoles y a los ancianos, con toda la iglesia, elegir de entre ellos varones y enviarlos a vosotros con nuestros amados Bernabé y Pablo, hombres que han expuesto su vid por el nombre de nuestro Señor Jesucristo.
Así que enviamos a Judas y a Silas, los cuales también de palabra os harán saber lo mismo.
Porque ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros, no imponernos ninguna carga más que estas cosas necesarias: que os abstengáis de lo sacrificado a ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación; de las cuales cosas si os guardareis, bien haréis. Pasadlo bien.
Así, pues, los que fueron enviados descendieron a Antioquía, y reuniendo a la congregación, entregaron la carta; habiendo leído la cual, se regocijaron por la consolación. Y Judas y Silas, como ellos también eran profetas, consolaron y confirmaron a los hermanos con abundancia de palabras.

7) MONTANISMO
Poco después de la mitad del segundo siglo (156-160 D.C.) tuvo lugar en Phrygia un despertamiento espiritual. Montano proclamó la venida inminente de Jesucristo diciendo que era señal de ello el derramamiento del Espíritu Santo que se originó en las iglesias que aceptaron su predicación. Montano creía que Dios lo había escogido para ser el profeta y preparar el advenimiento de Cristo, que según la profecía de Joel, citada por Pedro, precedería a la segunda venida del Señor, profesaba estar en ciertas ocasiones bajo la absoluta influencia del Espíritu, de modo que podía en esas condiciones ser el instrumento para nuevas revelaciones a la Iglesia. El Montanismo reafirmaba tres verdades que la Iglesia, general, iba abandonando.
A) Que el poder del Espíritu de Dios es el poder activante en la Iglesia y que su obra podía hacerse no solo por el así llamado clero, sino por todo creyente. Así enfatizaba la verdad del sacerdocio de todo creyente y la necesidad de que la obra de la Iglesia fuese hecha por el poder del Espíritu.
B) Apoyaba fuertemente las prácticas ascéticas comunes en la Iglesia e incluso insistía en que eran obligaciones sobre todo creyente. Los días de ayuno, por ejemplo, cuya observación eran voluntaria para la mayor parte de la Iglesia, eran considerados por ellos como obligatorios. Tenían en alto concepto el celibato, aunque predicaban la santidad del matrimonio. Pero como creían que el matrimonio era una unión espiritual que no se disolvía con la muerte, decían que segundas nupcias era pecado. Enseñaban que el creyente no debía procurar evitar el martirio y que incluso debía buscarlo.
C) Reafirmaba la verdad sobre la venida del Señor. Según el testimonio de sus enemigos había ciertas ideas extrañas mezcladas con su enseñanza en este punto.
Mayormente, los montanistas no se separaban de la Iglesia Católica, sino que formaban dentro de la Iglesia un grupo de los 'espirituales', con el tiempo fueron obligados a salir. Desafortunadamente el montanismo en vez de mostrarse un testiimonio en favor de las verdades que enfatizaba, desprestigió esas mismas verdades por las extravagancias fanáticas con que las acompañaba. Sin embargo, la Iglesia Católica adoptó uno de los peores errores del montanismo: la idea de que era posible agregar algo a la revelación dada por Dios. Rechazaba, es cierto, toda agregación por profetas individuales, pero manteniendo que el Espíritu daba especial inspiración a la sucesión apostólica de obsipos y aprobando en la práctica continuada, supuestas agregaciones a la revelación por las decisiones de concilios de obispos.

8) ARRIANISMO
Arrio fue presbítero de Alejandría, iniciador de la herejía que lleva su nombre. Nació en el norte de Africa en la segunda mitad del siglo III. Cuando formaba parte del Presbiterio Alejandrino comenzó a difundir una doctrina según la cual Jesucristo, el Hijo de Dios, era una criatura, la más perfecta, pero no Dios eterno que existía con el Padre y el Espíritu Santo desde la eternidad, tal como habían enseñado los apóstoles, particularmente San Juan. Desautorizado por un sínodo de cien obsipos convocados por Alejandro de Alejandría, pasó a Palestina y recibió el apoyo de su antiguo compañero de estudio, Eusebio de Nicomedia y del historiador Eusebio de Cesarea. En 325 fue condenado por el Concilio de Nicea y desterrado por el emperador Constantino. Gracias a Eusebio de Nicomedia fue perdonado y murió cuando se disponía a entrar en Constantinopla. Solamente quedan de él dos cartas dirigidas a Eusebio de Nicomedia y a Alejandro de Alejandría, y luego fragmentos de su obra popular 'Talia'.

9) MONOTELISMO
Corriente que surgió en el siglo VII tratando de explicar que en las dos naturalezas de Cristo, la divina y la humana, obraba una sola voluntad.

DECLARATION DU CLERGE DE FRANCE
En Francia, bajo Luis XIV, la iglesia galicana expresó en esta declaración las isguientes proposiciones:
1) El poder de Pedro y sus sucesores sólo tiene que ver con las cosas espirituales, pero no
con las seculares y temporales; por consiguiente en estas últimas los príncipes no están en
manera alguna sujetos al gobierno espiritual.
2) La soberanía absoluta del papa en las cosas espirituales debe entenderse en armonía con los decretos del Concilio de Constanza 'sobre la autoridad de los concilios generales'
reconocidos por los papas y por toda la cristiandad.
3) El poder del papa, por consiguiente, debe ser circunscripto: 'Las reglas, usos e
instituciones adoptadas por el reino de Francia y la Iglesia Francesa son también válidos.'
4) También en las cuestiones de fe corresponde al papa la autoridad principal y sus decretos
corresponden a todas y cada una de las iglesias; su decisión, empero, no es irreversible si no
ha sido confirmada por el concenso de la Iglesia.
Lo anterior provocó como es de suponerse, un conflicto entre el papado y la Iglesia Francesa. Asimismo hubo controversia en Alemania, fundamentalmente en Bavaria. Los concordatos concertados con los Estados a principios del Siglo XIX colocaron a la Iglesia en manos del papa.
Este curso de acción escogido deliberadamente por la curia con el propósito de establecer su autoridad fue aprobado por los gobiernos y las naciones.

EL CONCILIO VATICANO (1869-70)
No hizo, en realidad otra cosa que dar expresión dogmática al triunfo previamente alcanzado. Al comienzo del Concilio se propuso un sumario que no contiene nada nuevo.
Primeramente se reconoce a Dios como Creador y Gobernador del universo. En segundo lugar, se enseña que Dios se ha revelado en los libros aprobados en el Concilio de Trento, que se hallan en la Vulgata e incluye todas las cosas 'contenidas en la Palabra de Dios escrita o transmitida, que han sido pronunciadas por la Iglesia, sea por decisión solemne o en su ministerio regular universal, dignas de ser creídas como divinamente reveladas'.
Pero estos eran asuntos meramente incidentales. El verdadero objetivo de la curia y de muchos miembros del Concilio se fue manifestando cada vez con mayor claridad. Se solicitó al Papa que presentara, en un discurso formal, una exposición sobre la autoridad infalible del papa. Un grupo pequeño expresó cierta oposición, indicando que una definición del nuevo dogma sería en ese momento inoportuna e indeseable. Al bosquejo previamente presentado a los delegados se añadió un apéndice sobre la infalibilidad. ¿Qué resultados obtuvo la protesa de la opinión pública que se levantó de una Europa asombrada ante el nuevo dogma? ¿De qué valieron los bien fundados argumentos con que los anti infalibilistas atacaron el documento que les había sido presentado? ¿Qué éxito tuvo la petición que se presentón al Papa rogándole que retirara o modificara los pasajes en discusión en la nueva presentación que habí de hacer ante el Concilio el 10 de mayo? El Papa se mantuvo en su posición original. Los infalibilistas produjeron una cantidad de argumentos / algunos de ellos asombrosos en defensa de su teoría. El 18 de julio se hizo la votación: de los quinientos treinta y cinco obispos presentes sólo dos votaron 'Non placet'.
La Constitución Pastor aeternus define el nuevo dogma. A fin de que hubiese un solo episcopado y que por medio de él la multitud de los creyentes fuese preservada en unidad y armonía, Cristo colocó a Pedro sobre los demás apóstoles: 'Estableció en él juntamente una fuente perpetua de unidad y un fundamento visible sobre cuya estabilidad pudiese construirse el templo eterno'. El primado de jurisdicción sobre la iglesia universal de Cristo' fue impartido por Cristo directa e inmediatamente a Pedro y sólo a él. La afirmación de que 'este primado no fue conferido directa e inmediatamente al bienaventurado Pedro mismo sino a la Iglesia y por medio de ella a Pedro como ministro de la misma', es contraria a las enseñanzas de las Escrituras. Esta potestad ha pasado de Pedro a sus sucesores: 'Por lo cual, quinquiera que ascienda en su sucesión a la sede de Pedro, obtiene, de acuerdo a lo instituido por Cristo mismo, el primado sobre la iglesia universal'. Según esta doctrina, que las Escrituras y la tradición demandan, el papa debe ser reconocido sucesor del Príncipe de los Apóstoles, verdadero vicario de Cristo y cabeza de toda la Iglesia y padre y maestro de todos los cristianos'. Le pertenece la 'potestad de jurisdicción'. Esta potestad es 'ordinaria' e 'inmediata' e incluye a todos los creyentes' es decir, el papa ejerce esa autoridad, no sólo en casos especiales y como último recurso, sino que puede emplearla en todo momento y en cualquier circunstancia. Es una potestad 'verdaderamente episcopal' en cuanto el papa está autorizado a realizar todas las funciones episcopales en todos los lugares. Todo individuo, por consiguiente, está obligado a rendir obediencia directa a las ordenanzas del papa en todas las cosas que tienen que ver con la fe y moral, o la disciplina y gobierno de la Iglesia: 'Esta es la doctrina de la verdad católica, de la cual nadie puede desviarse sin perder la fe y la salvación. El papa es el juez supremo de los fieles. Es un error pretender apelar de él a un concilio, como si éste fuese una autoridad superior. Los papas han sido reconocidos siempre como autoridad suprema en asuntos de doctrina. Ha sido conferido a Pedro y sus sucesores 'un carisma de verdad y fe infalibles', a fin de que la Iglesia permanezca libre de error y la doctrina pura mantenga su autoridad. Puesto que en nuestra época muchos se oponen a esta autoridad, el nuevo dogma es formulado, para la gloria de Dios y la salvación de las almas: 'Por lo tanto...., con la aprobación del santo concilio, enseñamos y declaramos que el dogma (siguiente) es divinamente revelado: que el Pontífice de Roma, cuando habla ex cathedra, es decir, cuando en el ejercicio del oficio de pastor y maestro de todos los cristianos en virtud de su suprema autoridad apostólica define la doctrina referente a la fe y moral que la iglesia universal debe mantener, actúa, por el auxilio divino prometido al mismo bienaventurado Pedro, con aquella infalibilidad por la cual el Divino Redentor quiso que su iglesia fuera instruida en la definición de la doctrina referente a la fe y moral; y por lo tanto las definiciones de tal pontífice de Roma son en ellas misma, y no en virtud del consentimiento de la iglesia, irreformables. Si alguien (¡Dios no lo permita!) se atreviese a contradecir ésta definición, sea anatema'.
La agitación creada por el Concilio Vaticano decrecó en un período asombrosamente breve. Un pequeño partido de piadosos idealistas protestó vigorosamente pero muy pocos le prestaron atención. Los 'Antiguos Católicos' no tuvieron oportunidad de hacer una demostración popular. Comprenderemos por qué se alcarnzaron con tan asombrosa rapidesz los objetivos del Concilio si recordamos que ya por mucho tiempo el mundo entero se había habituado a considerar al papa como legítemo señor de la Iglesia Católica Romana y que las antiguas pretensiones de los papas de ser portadores de la verdad divina habían venido afirmándose cada vez más en los circulos católicos desde la Contrarreforma. Aquello que habría sido considerado inconcebible en la época de los concilios reformistas se tornó realidad en el siglo XIX: el reconocimiento de la infalibilidad papal frente a la de los concilios y por sobre los mismos. El Concilio Vaticano no produjo mayor agitación en la Iglesia porque no creó nada nuevo. Pero habí otra razón. La influencia de las enseñanzas de los jesuitas habí disipado en las masas católicas todo interés en la doctrina como tal. Su actitud hacia el dogma de la Iglesia coincidía con su actitud hacia las Escrituras: las tenían como si no las tuviesen. Bastaba la obediente sujeción a las fórmulas: evitar criticarlas. En otras casos, se utilizaba el dogma para la ascética humillación de la 'razón'. Las verdaderas fuentes de la vida religiiosa no brotan para las masas católicas romanas de la doctrina. Sacramentos y buenas obras, reliquias y escapularios, el sacrificio de la misa y todo tipo de agua bendita, la madre de Dios (sus apariciones y su culto), el culto del corazón de Jesús y del corazón de María - éstas son las cosas que traen gracia y regulan la comunión del alma con Dios. La mayor parte de estas costumbres no podrían soportar airosamente las pruebas de la definición dogmática. Pero tal cosa no es necesaria en tanto la Iglesia y su dogma les dejen espacio para desarrollarse. No debe olvidarse que en el Concilio de Trento - y entonces sólo bajo la presión de la iglesia protestante y su Augustana - alcanzó el catolicismo romano un sistema consistente de doctrina eclesiástica. No es, pues, de sorprenderse que, una vez atenuada la tensión del conflicto, la Iglesia se haya ido hundiendo nuevamente en las formas medievales, aunque la habilidad jesuita haya dado una tonalidad distinta al carácter y temperamento modernos de la vida de la Iglesia. En las iglesias orientales el dogma había llegado a ser un misterio y una reliquia: la mística del culto engendra vida. En el Occidente el dogma se había transformado principalmente en un medio disciplinario y en un incentivo a la obediencia, pero - al menos en esta época - parece significar tan poco como en la Edad Media una influencia viviente en la Iglesia. Sin embargo, la Iglesia Católica Romana ha recomendado insistentemente en estos últimos tiempos - no sin cierto esfuerzo - el estudio de Tomás, ofreciéndolo como una panacea. ¡Es sin duda posible adornar las tumbas de los profetas y no contagiarse de su espíritu!. Pero nadie podrá negar que el espíritu de estudio serio y esfuerzo sostenido no ha muerto ni siquiera en la teologí católica. ¿Se ocultarán allí los elementos que aún podrán infundir al catolicismo romano el 'principio de progreso'? ¿Será la cultura científica - como Tomás la entendió - o será el eclesiasticismo ultramontano el que asumirá la dirección espiritual en el futuro desarrollo doctrinal del catolicismo romano?



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REFERENCIAS:
Investigaciones Teológicas e Historicas sobre el Papado: Christian Gómez
U.S.A. WorldCat: Libraries with Item (For Librarians) Possible purchase
http://firstsearch.oclc.org/:next=NEXTCMD
'Bishop Strossmayer's Speech' : Harvard University, University of Rochester, Freed Hardeman University, Concordia University, Web-Page found at:
http://firstsearch.oclc.org/FETCH:recno=20:resultset-2:format=H:numrec.../fslib28.tx


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LA VIDA DE JOSÉ JORGE STROSSMAYER
Nació Febrero 4, 1815 en Croacia-Slavonia, y murió en 1905. Fue elegido Obispo de Diavovár en 1849, con el título oficial de 'Obispo de Bosnia y Slavonia'. Su vida fue dedicada al progreso de la vida nacional entre los Croatas. El construyó un palacio y catedral en Djakovo, y fundó un Seminario para los Croatas de Bosnia. Su discurso en el Concilio Vaticano de 1870, en que él defendió al Protestanismo, causó mucha contraversia. El fue uno de los oponentes más notables contra la infalibilidad Papal. Después del Concilio Vaticano de 1870, se mantuvo su oposición más tiempo que todos los demás Obispos. El tuvo amistad con Dollinger y Reinkens hasta Octubre, 1871. Entonces él los notificó que iba a ceder al Vaticano 'por lo menos, por fuera'. Después, proclamó su lealtad al Papa, usando lenguaje muy extravegante, en varias ocasiones. Fue ayudante a Augustín Theiner, quien tuvo el puesto sobre la Biblioteca del Vaticano en Roma en 1863. El fue un alto funcionario al Santo Imperio Romano, y Obispo al trono pontifical.
REFERENCIAS:
La Enciclopedia Britanica
La Enciclopedia Católica (1907)

Que sirva para mayor conocimiento de la realidad
En Cristo
 
Impresionante documento

Impresionante documento

Necesito tiempo para "metabolizarlo" en toda su extensión, pero me parece muy, muy interesante. Entonces, Tobi, ¿fue aquí donde se produjo lo que después se llamó "católicos viejos"? Creí por un momento que el obispo Strossmayer, pero por la nota biográfica que transcribes, veo que acabó volviendo al "redil". Si tienes más información sobre los católicos viejos, te agradecería lo aportaras al foro. Muchas gracias, Tobi.



Paz y bien.
 
Estimados Tobi y ermitaño


La oposición de Strossmayer fue cierta, pero el discurso que inicia el epígrafe no es auténtico.


Ver nota en "Catolicismo romano" de José Grau. Pag 125 o en "Concilios" consultar por la entrada Strossmayer (Concilio Vaticano I. La oposición)


Ha circulado mucho un discurso atribuído a Strossmayer que, sin embargo, no es auténtico

José Grau. Concilios.



No necesitamos apoyarnos en un texto de dudosa procedencia, para demostrar la falsedad del dogma de la infalibilidad papal. ;)
 
Polemica docta habemus!

Polemica docta habemus!

Las espadas están en alto: dos grandes de la historia eclesial discrepan. Promete ser un debate interesante. Yo, humilde aprendiz, me retiro. Pero ¿no os sorprende que el dogma de la infabilidad se instaurará en el turbulento S.XIX, cuando la hegemonía de la IC estaba muy seriamente amenazada ya por las ideologías materialistas emergentes? ¿No os parece un atrincheramiento ante la tormenta que se le venía encima?



Paz y bien.
 
Originalmente enviado por: Maripaz




No necesitamos apoyarnos en un texto de dudosa procedencia, para demostrar la falsedad del dogma de la infalibilidad papal. ;)

Osea...

Sin querer desviar el tema para nada, pero haciendo un leve inciso podemos decir que nos escontramos ante un mas que dudoso e infalible papa, intentando canonizar a un mas que dudoso o inesistente Juan Diego...

:eek2: :confused:


En fin que cosas......... :bostezo:
 
Merece la pena conocer que Strossmayer no pronunció ese discurso durante el Concilio Vaticano I. Es una falsificación realizada por un ex-monje agustino llamado José Agustín Escudero

Si alguien lo requiere, puedo facilitar toda la información necesaria para demostrar la falsedad de dicho documento que nos ha copiado y que se mantiene, vergonzosamente, en alguna web evangélica (Sobre esta piedra) a pesar de que a sus dueños se les ha enviado todas las evidencias en contra de la veracidad del supuesto discurso.
 
ermitaño:
Las espadas están en alto: dos grandes de la historia eclesial discrepan



JI JI JI JI JI

Es que me despiporro
:D
:D :D
:D :D :D
:D :D
:D
 
Originalmente enviado por ermitaño:


Las espadas están en alto: dos grandes de la historia eclesial discrepan






Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo (Fil 2:3)



Si bien ermitaño, creo que se ha excedido en su percepción (al menos yo no entro en esa categoría "grande de la historia eclesial" ;))...........creo que él está obrando conforme a las enseñanzas de Pablo de considerar a los demás como superiores a uno mismo, lo cual es dignifica quien dice llamarse cristiano.


Gracias ermitaño, para mí, tu también estás entre los "grandes", pues sé que para Dios eres importante, tanto, que "vales" la vida de Su Hijo :corazon:
 
Bueno, valeeeeeee

Bueno, valeeeeeee

.....tu tambiénnn sabes muuuuuuucho, eres un grandeeee.:sazul:








Tranqui, chiquitín... que tu vales mucho






Paz y bien.
 
Gracias, Maripaz...

Gracias, Maripaz...

Cierto que sabéis mucho (más que yo, por lo menos). A LF ni caso: ¿ya sabes que no puedo decir C****** D**? ¡Se mosquea!
:enfadado:


A Toni:
Creo que ya lo conté una vez: hasta hace poco en el santoral romano teníamos fichado a Buda bajo la advocación de San Josafat ¡y no ocupaba plaza de extranjero!:D

Hakuna matata, Roma es así.


Paz y bien.
 
Re: Gracias, Maripaz...

Re: Gracias, Maripaz...

Originalmente enviado por: ermitaño

A Toni:
Creo que ya lo conté una vez: hasta hace poco en el santoral romano teníamos fichado a Buda bajo la advocación de San Josafat ¡y no ocupaba plaza de extranjero!:D

Hakuna matata, Roma es así.


Paz y bien.

Ya lo tengo!!!!.....lo cogí a la primera.......... ;)

Seguramente al Señor Buda, algún "apoltronado" de los que pulularon por Roma lo reclamaría como su hijo, (como su "papa" que era ;) capichas?) así el bambino Buda participaría como comunitario sin ocupar plaza de extrangero y con pasaporte italiano... ;) :D :D :D
 
Ermitaño:
.....tu tambiénnn sabes muuuuuuucho, eres un grandeeee

Luis:
¿quién? ¿yoooo saber algo?
Nada de nada

Pero lo que se dice naaaada. Los locos creen que saben pero sólo deliran

:D

Maripaz:
Si bien ermitaño, creo que se ha excedido en su percepción (al menos yo no entro en esa categoría "grande de la historia eclesial" )...........creo que él está obrando conforme a las enseñanzas de Pablo de considerar a los demás como superiores a uno mismo, lo cual es dignifica quien dice llamarse cristiano.

Luis:
Dios santo. Otra vez corriendo a por el pañuelo


Maripaz:
Gracias ermitaño, para mí, tu también estás entre los "grandes", pues sé que para Dios eres importante, tanto, que "vales" la vida de Su Hijo

Luis:
Que se me parte el corazónnnn,
¿dónde está Gardel para ponerle música?

:angel:
 
Y no te vale una de mi tocayo Antonio Machin???? ;) :D :D

♪♫ &#9834"Dos gardenais para ti......"♪ ♫ ♪♫&#9834


Es que me la se enterita Luis ;) :D:D:D:D
 
Ya tenemos de nuevo a nuestro aprendiz de Torquemada con sus sarcasmos

Bien, Maripaz ha señalado que el discurso ha sido una falsificación. Puede que sí, pero, ¿donde está el auténtico? Lo que si es cierto es que se opuso a la definición del dogma y que defendió sus postura. ¿Que se ha hecho de ella?

¿Será esta?









Capítulo 8

LA INFALIBILIDAD PAPAL

LA IGLESIA DE ROMA dice que el concilio general de la iglesia y el papa no pueden equivocarse cuando hacen declaraciones oficiales en materia de fe y costumbres, y que la infalibilidad reside solamente en ellos. Todos los pronunciamientos del papa, así hechos, deben ser creídos por los fieles, y todo lo que mande debe ser obedecido.



Lo extraño es que esta declaración católico-romana no fue articulo de fe hasta el año 1870, y esto después de siglos de lucha verbal no sólo entre romanistas y protestantes sino entre romanistas y romanistas. Los papas habían actuado como si fueran infalibles, aunque con mucha oposición, por varios siglos antes de que la infalibilidad fuera declarada en el Concilio Vaticano en 1870. Un caso saliente de oposición se dio en el año 1682, en el que la iglesia católica francesa acordó que, aunque el papa era cabeza de la iglesia y lo que él promulgaba se aplicaba a toda la iglesia, esto no debería ser tenido como infalible hasta que tuviera la aprobación del concilio general. En tales circunstancias los creyentes católicos se vieron en la anómala situación de tener que obedecer a dos autoridades, que se negaban a reconocer la autoridad infalible de la otra.



No solamente estaban los papas contra los concilios, sino que unos papas no convenían con otros. El dogma de la infalibilidad papal pasó y fue promulgado a la fuerza en el Concilio Vaticano de 1870. Nótese la fecha, más de mil ochocientos años después del origen de la historia de la iglesia. Las palabras "a la fuerza" se emplean aquí porque describen exactamente lo que ocurrió, según lo atestiguan las palabras que pronunció el Obispo Strossmayer en el mismo concilio:



"La historia levanta su voz autorizada para asegurarnos que algunos papas han errado. Uds. podrán protestar contra ello, o negarlo, si les parece, pero yo se lo puedo probar. El papa Víctor primeramente aprobó el montanismo, y luego lo condenó. Liberio (año 358) convino en la condenación de Atanasio e hizo profesión de arrianismo, a fin de que se le levantara el destierro y se le colocara de nuevo en su sede. Gregorio I (578-590) llama anticristo a cualquiera que se dé título de "obispo universal," y Bonifacio III (607-608) por el contrario hizo que el patricida emperador Forcas le concediera a él ese título. Pascual II (1088-1099) y Eugenio III (1145-1153) sancionaron el duelo; Julio II (1509) y Pío IV (1569) lo prohibieron. Eugenio IV (1431-1439) aprobó el Concilio de Basilea y la restitución del cáliz a la Iglesia de Bohemia; Pío II (1458) revocó tal concesión. Adriano II (867-872) declaró válido el matrimonio civil; Pío VII (1800-1823) lo condenó. Sixto V (1585-1590) compró una edición de la Biblia y recomendó su lectura por medio de una bula; Pío VII (1800-1823) condenó la lectura de la misma. Clemente XIV (1700-1721) suprimió la orden de los jesuitas, autorizada por Paulo III, y restablecida por Pío VII. Por consiguiente, si Uds. proclaman la infalibilidad del actual Papa (Pío IX) deberán probar lo que es imposible de probar, es decir, que los papas nunca se contradijeron entre sí, o tienen que declarar que el Espíritu Santo les ha revelado a Uds. que la infalibilidad del papa data solamente del año 1870. Así atreverán Uds. a hacer esto?



"Yo digo que, si Uds. decretan la infalibilidad del actual Obispo de Roma, deben también dejar establecida la infalibilidad de todos los que lo han precedido, sin excluir a ninguno; pero ¿pueden Uds. hacer tal cosa, cuando la historia deja sentado con claridad meridiana que los papas han errado en su enseñanza? ¿Pueden Uds. hacerlo y sostener que algunos papas avariciosos, incestuosos, criminales, simoníacos han sido los vicarios de Jesucristo? . . . Créanme, la historia no se puede rehacer, está ahí y quedará así por toda la eternidad para protestar enérgicamente contra la infalibilidad papal."
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¿Será este el auténtico?
Si tampoco lo es, ¿donde está el auténtico?
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Ahora sigamos con la historia

A pesar de todas las protestas que se levantaron, el concilio declaró la infalibilidad. Pero ¿cómo se hizo la votación?

En la primera votación hubo 418 votos a favor de la infalibilidad y 146 en contra, con algunas abstenciones. Después de haberse discutido largamente por espacio de varios meses, se tomó una segunda votación, que resultó en 534 votos en favor de la infalibilidad, dos en contra y 106 que no votaron. Algunos de estos últimos estaban ausentes por enfermedad; pero la gran mayoría no quiso asistir. Como último recurso los dos votos disidentes se sometieron a la voluntad de la mayoría, y se promulgó el dogma de la infalibilidad papal. Muchos teólogos y profesores en Alemania, Suiza y Austria se resistieron a tal decisión, sin embargo, y al año siguiente, 1871, se separaron de Roma formando una nueva organización que se llamó la Antigua Iglesia Católica.



Así terminó la lucha. Los desordenes políticos, que acompañaron el establecimiento del nuevo Reino de Italia, impidieron la continuación del Concilio Vaticano, que se dispersó sin poder clausurar oficialmente sus sesiones, y el Papa, que se declaró a sí mismo prisionero-víctima en el Vaticano, se encerró en su palacio, despojado de sus territorios, pero conservando para sí y sus sucesores el despojo de la infalibilidad como su única prerrogativa.



Cuando muere un papa, la elección del siguiente se hace por el cómputo de los votos del colegio de cardenales, todos los cuales son hombres falibles, o sería mejor decir por una serie de cómputos a causa de los diferentes nombres que salen a relucir en la primera votación hasta que quedan eliminados otros nombres de la confusión de opiniones contrarias y no queda más que uno. Este hombre, que es falible como los demás, es consagrado por todos los demás miembros falibles del Colegio, y por el hecho de la consagración recibe el don de la infalibilidad. Esta decisión coloca a Roma en uno de los términos de un dilema, como señaló el Obispo Strossmayer: ( ¿O no?) o los papas fueron hechos infalibles en 1870 por una revelación especial, y no antes, o el dogma de la infalibilidad es retroactivo, y se extiende a todos los papas anteriores, incluyendo aquellos cuyos nombres son una mancha en la historia papal a causa de sus vicios y crímenes. Eso sin olvidarnos, además, del caso de Papa Honorio declarado hereje por un concilio. Al parecer Roma acepta esta última alternativa, pues afirma que ella nunca ha introducido una nueva doctrina. De esta manera resulta que todos los papas desde el principio han sido infalibles, no obstante las aberraciones y contradicciones que esto encierra.

No se, pero razonando llego a la conclusión que en el discurso de Strossmayer hay menos falsicación de lo que pueda parecer.

A ver si nuestro sarcástico amigo nos da el auténtico discurso de Strossmayer.
¿Saldremos de dudas?
Lo dudo
 
¿y no te sabes alguna de José Guardiola?

Es que era catalán.....

Ahí le tienes con Juan Pardo, :D

f17-28.jpg


Desde luego, los años no pasan en balde, :cool:
 
Originalmente enviado por: Luis Fernando
¿y no te sabes alguna de José Guardiola?

Es que era catalán.....

Ahí le tienes con Juan Pardo, :D

f17-28.jpg


Desde luego, los años no pasan en balde, :cool:


Ahora solo nos falta que nos pongas tu foto junto a Ratzinguer.
Estos métodos muestran tu debil personalidad.

He aqui el perfil que muestras Luis:

"Casi siempre la agresividad y la violencia nacen de la debilidad y de la impotencia, la violencia no procede tanto de un duro temperamento, fuerte y seguro, como de la debilidad, la inseguridad y la frustración".

Cada cual es como es, ¿no Luis?
 
Tobi:
Ya tenemos de nuevo a nuestro aprendiz de Torquemada con sus sarcasmos

Luis:
Sieeeeeeeeeempre a sus pies, caballero
:sfuego:


Tobi:
Bien, Maripaz ha señalado que el discurso ha sido una falsificación. Puede que sí, pero

Luis:
No, NO PUEDE QUE SÍ
¡¡¡¡¡ES UNA FALSIFICACIÓN!!!!!

Como la de la exclusión de la cláusula bautismal en el credo niceno-constantinopolitano que nos "regaló" Tobi


Tobi:
¿donde está el auténtico? Lo que si es cierto es que se opuso a la definición del dogma y que defendió sus postura. ¿Que se ha hecho de ella?

¿Será esta?


Luis:

El papel histórico
del Obispo J. J. Strossmayer
en el Concilio Vaticano I
(1869-1870)
Introducción a su intervención en el Concilio.


Tomado de
Ivan Tomas
"Studia Croatica" Volumen 32-35 - Año X
Buenos Aires 1969, pp. 54-88.
Versión digital realizada por Apologetica.org de la versión en papel (separata).


Introducción



Si Kant recalcó una vez que los historiadores e intérpretes de un filósofo a menudo pueden entender mejor que él mismo las ideas expuestas por aquél, ¿qué deberíamos decir en cuanto a la comprensión de los acontecimientos históricos en general y, especialmente, de los que atañen a la vida eclesiástica? Todos vivimos en el clima del Concilio Vaticano II; por todas partes, dentro de la Iglesia, observamos novedades y cambios que unos quince años atrás ni hubiéramos podido siquiera vislumbrar. Desde ahora podemos afirmar que el Concilio Vaticano II es el acontecimiento más importante de la vida de la Iglesia en este siglo, como lo fue el Concilio Vaticano I en la centuria pasada. En cuanto a este último, un conocedor muy destacado de la doctrina eclesiástica y del desarrollo del pensamiento teológico lamenta que tan sólo pudiera definir el Capítulo relativo al Papa y la doctrina que elevó al rango de dogma infalibilidad, a causa de las circunstancias trágicas ocurridas en julio de 1870; pero destaca los méritos de aquél para el desarrollo ulterior del pensamiento teológico acerca de la Iglesia[1].



El poderoso desarrollo de los medios actuales de comunicación es la razón de que ya tengamos una literatura más abundante relativa al II Concilio Vaticano que la que se ocupa del I. En esta última, a menudo unilateral, se atribuyen a ciertos de sus participantes y se les siguen atribuyendo hasta hoy algunas actitudes y posiciones interpretadas erróneamente. Sólo a la luz del Concilio Vaticano II se empieza a entender mejor la función opositora de algunos miembros del Vaticano I.



De lo dicho se desprende que 100 años en la historia de la Iglesia es, a la vez, un período largo, pero también corto: largo, porque nadie pudo participar en los trabajos de ambos Concilios; corto, porque sentimos que el primero era únicamente breve introducción y preparación para este que abrió Juan XXIII en 1962 y que continuó y concluyó Paulo VI en 1965.



Entre los que no fueron bien comprendidos en el Concilio Vaticano I, pero a los cuales el Vaticano II otorgó un reconocimiento bien visible, se halla el croata José Jorge Strossmayer (1815‑1905), quien en 1849 fue nombrado obispo de Diakovo, donde permaneció hasta su muerte acaecida en el ya apuntado año.



Por fallecimiento del arzobispo de Zagreb, cardenal Jorge Haulik ocurrido algunos meses antes de la convocatoria de aquel Concilio (1869), metropolitano de Strossmayer y por la desmembración del pueblo croata por aquella época en varias regiones políticas: la parte austriaca y la húngara de la Monarquía de los Habsburgo, así también la turca, ya que los turcos tuvieron en su poder las dos provincias croatas Bosnia y Herzegovina hasta 1878[2], los obispos croatas se hallaban en el Concilio Vaticano I divididos en varios grupos, sin poder mostrar la unidad ni el sentido que ofrecieron en el Vaticano II.



Strossmayer era el más representativo entre los obispos croatas en aquel Concilio. Su talento natural, su amplia cultura y erudición en el campo de las disciplinas eclesiásticas y en las profanas, su celo religioso, su patriotismo, la serie de empresas eclesiásticas y culturales que había acometido con éxito, as¡ como el renombre y el honor de que, gracias a ello, gozaba entre el gran público internacional, le hacían acreedor a este prestigio. Desgraciadamente, ni la literatura contemporánea ni la posterior presentaron siempre con exactitud a Strossmayer, ni a su diócesis, desfigurando igualmente el papel que desempeñó este dinámico obispo croata. Mencionaremos aquí, como ejemplo, al más conocido historiador del Concilo Vaticano I, el jesuita alemán Theodor Granderath. Este autor enumera a Strossmayer entre los obispos “húngaros”, a pesar de que sabía que era croata, anotándolo en las citas al pie del texto del II y III tomo de su Historia del I Concilio Vaticano[3].



Para mostrar gráficamente como se atribuyen a Strossmayer todavía hoy las inexactitudes divulgadas con anterioridad, citaremos a uno de los mejores historiadores de los concilios de la Iglesia, al alemán Mons. Huberto Jedin. Escribe éste también en la página 560 del II volumen de una de sus obras lo siguiente: “El adversario más temperamental de la infalibilidad… el obispo Strossmayer de Diakovar de Bosnia”[4]. Ello a pesar de que “Diakovar” tampoco se denominaba así oficialmente la sede del obispo en el siglo XIX, sin mencionar el nuestro, en que Djakovo tiene su denominación croata internacionalmente reconocida. Esa ciudad nunca perteneció a Bosnia, aun cuando por cierto lapso, los obispos de esa región tenían su sede en Djakovo y el obispo de esta ciudad lleva en su título, aún hoy, el recuerdo de aquel lejano pasado, cuando los asuntos de Bosnia eran objeto de las preocupaciones de Djakovo.



Es necesario agregar aquí que resulta muy apresurado enumerar a Strossmayer entre los “adversarios de la infalibilidad”. En realidad estaba contra la oportunidad de la definición de infalibilidad en sí, aún cuando ‑y lo veremos más adelante‑ tenía sus ideas especiales acerca de la concepción e interpretación de aquel proyecto de dogma y de su relación con el papel de los obispos en el magisterio de la Iglesia. Por lo demás, en ésa su posición no se presentaba solo. Su opinión se veía compartida por obispos de los países más adelantados: Francia, Alemania, América ...



América latina no fue representada adecuadamente en el Concilio Vaticano I, en virtud de las perturbaciones y luchas de liberación que sostenía en la primera mitad del siglo XIX. Pero, a pesar de ello y, quizás justamente por eso, el famoso y apócrifo “discurso de Strossmayer” contra la infalibilidad del Papa, traducido a varios idiomas y divulgado no sólo en el siglo pasado sino también en el nuestro, tomó su origen en América latina. Aquel “discurso” fue desmentido inmediatamente por el mismo Strossmayer, declarándolo falso, apócrifo. Y esta es una de las razones para que presentemos al público de habla española el papel que desempeñó Strossmayer en el Concilio Vaticano I dentro de los fundamentales temas teológicos, a fin de que, de esta manera, recobre su brillo el recuerdo de aquel gran obispo, apóstol de la unidad eclesiástica, precursor del ecumenismo y asiduo devoto de san Pedro y de sus sucesores.



De Strossmayer como adversario de la infalibilidad papal escribieron mucho y muy injustamente los “viejos católicos” apenas concluido el Concilio Vaticano I y después de la muerte de aquel prelado. De manera semejante lo presentaban también los unitaristas‑totalitarios yugoeslavos de diferentes corrientes, especialmente los comunistas, al término de la segunda guerra mundial; pero, huelga reconocerlo, al convencerse de que Strossmayer había sido, durante su larga vida, fiel al Papa y a la Santa Sede, dejaron de presentarlo como autor y promotor de una especie “de iglesia católica nacional, independiente de Roma y del Papa”. Y por otra parte, tampoco se interesaron más en el estudio de la vida y los escritos de Strossmayer, porque pudieron entender perfectamente que aquél fue consecuente y fiel a su lema: ¡Todo por la Fe y la Patria!



El Concilio Vaticano II ha hecho un pleno reconocimiento de Strossmayer y de sus ideas, y no sería decir demasiado que esperamos que un Concilio Vaticano III, cuando haya de convocarse, encontrará en las propuestas de aquel obispo croata material muy útil para las discusiones. Tanto más cuanto que las circunstancias políticas y contratiempos acaecidos en Roma y en el Estado Pontificio de 1870 no permitieron dar cima a todo el programa conciliar de Pío IX, dentro de cuyo marco el papel de Strossmayer habría resaltado también más, habría sido aceptado más dignamente y ejercido una influencia más fértil dentro de la Iglesia y del cristianismo.



La historia del Concilio Vaticano I fue escrita por católicos y no católicos. Puede ser que los segundos, por su manera de enfocarlo, hayan, ejercido un influjo más decisivo sobre la opinión mundial que los primeros. En cuanto al papel de Strossmayer, la historiografía conciliar se mostró parcial y limitada al destacar su oposición a la definición de infalibilidad, a pesar de que sus discursos contienen también elementos de otra índole. En la colección más conocida de las actas de los Concilios generales editada por Mansi, el Vaticano I y los discursos de Strossmayer fueron tratados por Petit. Dos croatas ‑Mons. A. Spiletak y Mons. J. Oberski‑ publicaron en 1929 las intervenciones de Strossmayer en su original latino y en traducción croata, con la interpretación más indispensable de ciertos fragmentos.



Evidentemente, la influencia de estos escritos quedó limitada al campo lingüístico croata. En las enciclopedias de mayor jerarquía y en los diccionarios de católicos o no católicos hay artículos condensados sobre Strossmayer que nada dicen a los no informados y que tampoco satisfacen a los especialistas incluso cuando dichos artículos fueron escritos por quienes apreciaban al obispo Strossmayer, y guardaban grato recuerdo de su vida y obra. Los autores de los manuales ecuménicos mencionan de vez en cuando a Strossmayer, pero no todos: Un poco por desconocer el idioma y la historia croata y otro poco por una concepción muy magra incipiente del ecumenismo, la mayoría de estos autores pasan por alto tácitamente‑ la figura de Strossmayer, presentado de esta manera al ecumenismo católico en forma incompleta y omitiendo justamente a su contribución croata. Es sabido que la idea de ecumenismo significaba ya una novedad y el principio de una nueva época en la persona de aquel “aventurero divino”, por llamarlo así, Jorge Krizanic, sacerdote croata del siglo XVII, no sólo para los connacionales y los eslavos en general, sino también para todo el mundo cristiano y, en consecuencia, para la humanidad. Como si fuera una actitud común olvidar por completo el reconocimiento del “Newman ruso” V. S. Soloviev (1853‑1900) al declarar abiertamente que, en sus ideas ecuménicas y empresas, debía muchísimo a Krizanic y Strossmayer ‑dos grandes croatas‑. Y dejándose llevar lejos por su sinceridad, confesó haber dicho “amén” a todo cuanto predicaban sobre el ecumenismo el genial sacerdote croata Krizanic en el siglo XVII y el previsor obispo del siglo XIX Strossmayer[5].



Sería injustificable una exageración al apreciar este reconocimiento del gran místico y apóstol de la unidad eclesiástica Soloviev, pero de la misma manera, es imperdonable pasarlo por alto o no reconocerle el valor que encontró en las obras e ideas de Krizanic y Strossmayer.



El Cuadro y el Fin de este Ensayo

El objetivo de este modesto ensayo es proyectar luz sobre el papel de J. J. Strossmayer en el Concilio Vaticano I, en la medida estrictamente necesaria para nuestros fines y haciéndolo con espíritu de objetividad y de justicia. Y al propio tiempo, trataremos de presentar algunos detalles de la vida pre y postconciliar de Strossmayer, únicamente para comprender y entender mejor su actitud y la actuación que tuvo en dicho Concilio.



Strossmayer estaba ampliamente preparado para su papel conciliar. Granderath registró la edad de los participantes de aquel Concilio. El más joven tenía 36 años y el más viejo 90[6]. Al dar comienzo las deliberaciones, Strossmayer llevaba ya 20 años en su obispado y 31 como sacerdote. Había sido nombrado obispo muy joven y terminado el Concilio continuó desempeñando el obispado 35 años más. Quiere decir que se hallaba pleno de vigor físico e intelectual cuando participó en las discusiones conciliares. En su calidad de obispo, de mecena y de político había ejecutado ya hasta 1869 muchas obras de extraordinaria importancia. Había promovido y organizado algunas de las instituciones importantes para la ilustración y la cultura del pueblo croata y de los pueblos vecinos eslavos en el sur europeo. Así, por ejemplo, fundó en 1867 la Academia de Ciencias y Artes en la capital croata Zagreb, propició la iniciativa de fundar y organizar la Universidad croata, la primera en el mismo sur europeo, mientras, en el ámbito de su diócesis, desarrolló una actividad pastoral poco común, ostentando cada vez más su especial preocupación por los católicos en Bosnia y Herzegovina, que se hallaban todavía bajo la administración otomana. Desde 1851 fue el administrador apostólico del obispado de Belgrado‑Smederevo en el ducado de la Servía ortodoxa, que también estaba bajo el poder turco, prestando su apoyo y su ayuda a los búlgaros y macedonios en su labor de unificación de las Iglesias; es decir, dedicaba gran parte de sus fuerzas a restablecer y mejorar las relaciones con los cristianos separados. En su patria, Croacia, en el sentido más restringido, era un político muy activo y uno de sus caudillos. Era miembro del Sabor en Zagreb, del parlamento húngaro en Budapest y del Consejo Imperial en Viena. En Croacia se desempeñó incluso como alto funcionario administrativo, es decir, como Gran Zupan (Gobernador) de la Zupa de Virovitica. Reseñamos brevemente estos hechos con el fin de entender más fácilmente su actitud en el Concilio, destacando además su libertad y facilidad de palabra, clara formulación de sus ideas y propuestas y particularmente la forma de sus discursos.



Acerca de su preocupación por el bienestar espiritual y material de su diócesis de Djakovo ‑fue nombrado su obispo en 1849‑ nos suministra un extraordinario testimonio su carta de donación o de fundación, escrita en Viena el 14 de junio de 1856. En ella expone los siguientes objetivos: En primer término, declara que en lugar de la catedral vieja, pequeña y ya en estado de destrucción, edificará una nueva y más digna porque “la catedral... es la madre y maestra de todas las iglesias de la diócesis”. Por su estilo, por su grandeza y por su armonía estética debe ser el recinto digno de Dios. En el mismo momento ‑1856- depositó 50.000 fiorines como capital inicial. La Providencia posibilitó la iniciación de los trabajos de edificación de la nueva iglesia matriz antes de la convocatoria del Concilio, pero sólo pudo terminarla con grandes sacrificios y bendecirla en 1882. En segundo término, proyecta la edificación del seminario episcopal para los jóvenes candidatos a sacerdotes, contribuyendo con 30.000 fiorines. Para la terminación del monasterio de las hermanas de San Vicente de Paul depositó 10.000 fiorines. Para el fondo del asilo de los sacerdotes jubilados aportó 10.000; para las necesidades extraordinarias de los sacerdotes de la diócesis depositó 5.000 Para los libros y manuales necesarios en la actividad pastoral destinó 5.000; para los capellanes que carecían de recursos en ciertos lugares de su servicio, dio también 5.000 fiorines[7].



La labor ecuménica de Strossmayer en la época anterior al Concilio Vaticano I era considerable. El mejor testimonio al respecto lo constituye el movimiento de Mons. Sokolski, trágicamente desaparecido, que había abrazado la unión con la Iglesia Católica juntamente con gran número de búlgaros de este país y de Macedonia. Strossmayer procuro también la educación de cierto número de candidatos sacerdotales búlgaros[8]. Pero su labor ecuménica, esa que podría ser tema de un estudio especial, apenas se desarrolló después del Concilio.



Pío IX conocía bien la voluntad de Strossmayer de reorganizar la institución croata de San Jerónimo en Roma, porque aquel obispo había destinado ya, en 1859, para ese fin 20.000 fiorines. Explicando y justificando esta donación, Strossmayer subrayaba que aquella institución debía constituir el enlace entre el pueblo croata y la Santa Sede, es decir, entre Roma y los sucesores de San Pedro, maestro de la verdad para todos los pueblos. El principio de este documento de fundación parece estar inspirado por las ideas de San Ireneo y de otros pensadores cristianos de los primeros siglos de la Iglesia, quienes buscaban la seguridad y la tranquilidad en la doctrina de aquélla y allí la encontraban[9].



En su labor episcopal, ecuménica, política y cultural, Strossmayer dedicaba un especial cuidado a su propia dignidad, manteniéndose en todas las circunstancias en buenas relaciones con el Papa Pío IX, conocido por su profunda devoción. Por eso aquel pontífice distinguió a Strossmayer en el décimo año de su obispado con el título de “Asistente del trono papal y del conde de Roma”, distinción que la Santa Sede únicamente solía otorgar a obispos de gran mérito y con motivo de celebrar sus bodas de plata. Y esto, sin mencionar las simpatías del Papa León XIII por nuestro obispo croata[10].



Quien desee entender bien y a fondo la actitud de Strossmayer en el Concilio, debe tener presente su actividad patriótico‑política, desarrollada en el decenio anterior a la convocatoria del Concilio. Abrigaba la esperanza de la liberación de Bosnia y Herzegovina, las dos provincias croatas todavía bajo el poder turco, y su unificación lógica y natural con Croacia. Además se convirtió en apóstol de la reorganización de la Monarquía austro‑húngara con un sentido federalista, dentro de la cual Croacia, junto con Austria y Hungría, debería ser el tercer factor y comunidad estatal del Imperio de los Habsburgo. De ahí su conducta en el Concilio, revelándose como un experimentado luchador político y orador parlamentario, al formular sus pensamientos e ideas, libre y moderadamente.

Es necesario destacar aquí igualmente la cultura general y teológica de Strossmayer. Tanto por don divino como por naturaleza, poseía gran talento. Había terminado sus estudios en Croacia y, luego, en Hungría, donde fue promovido al honor de doctor en filosofía y más tarde en Viena, 1842, al de doctor en teología. Presentó su tesis doctoral titulada: De Unitate Ecclesiae de acuerdo a la doctrina de San Cipriano. Por corto tiempo se desempeñó como profesor de varias disciplinas, incluso de derecho canónico, lo que permite seguir los momentos luminosos y menos luminosos de su filosofía y de su cultura teológica y jurídica, que se revelaron en sus discursos en el Concilio.



Los historiadores de la ciencia eclesiástica del siglo XIX comúnmente concuerdan que el desarrollo de la filosofía, la teología y el derecho canónico era bastante modesto. Públicamente se sabe que sólo después del Concilio se inició el renacimiento de aquéllas materias. La iniciativa procedió del Papa León XIII. Sus Encíclicas marcan una nueva época en la vida científica de la Iglesia, y su apertura de los archivos secretos vaticanos a los estudiosos de la historia le hizo acreedor al título de benefactor de la historia eclesiástica y de la general. Es conocido también que la teología se había desarrollado en España; más tarde, en Francia e Italia y finalmente en Alemania. Los obispos españoles, bien familiarizados con esos temas y su desenvolvimiento histórico unánimemente bajo la tesis de la infalibilidad del Papa. Entre los alemanes hubo cierta influencia de las corrientes inglesas del deísmo y el racionalismo, sin excluir el febronianismo, mientras entre les de Austria y Hungría hubo rastros de josefinismo y, por parte de los obispos franceses pudieron observarse restos de galicanismo. Todas estas corrientes se escuchaban con agrado dentro de la discusión sobre la infalibilidad.



Strossmayer formó su cultura superior entre húngaros y austríacos y, además, era un asiduo cultor y conocedor de la literatura francesa, eclesiástica y laica, como también de su cultura en general. Por ello no debe extrañarnos encontrar en su personalidad rastros y sombras de ese caudal espiritual. Hay en sus pastorales y sus prédicas numerosas ideas de los padres de la Iglesia, de las Sagradas Escrituras y, de la historia eclesiástica, lo que merecería también un estudio especial. Pero no descubriremos un secreto si decimos que Strossmayer no ejerció su profesorado en ninguna materia durante un lapso importante debido a sus múltiples ocupaciones, no pudiendo dedicarse tampoco, por lo mismo, al estudio de la teología. Esta es la razón de que, a pesar de su sólida cultura en las disciplinas eclesiásticas, no podamos afirmar que estuviese versado en ellas como su correligionario en el Concilio, el obispo Hefele, historiador de los Concilios, o que se orientase soberanamente en la teología dogmática como el secretario general obispo austríaco Fessler, de St Pölten, o el mitrado de Brixen Gasser. Strossmayer tenía muchas de las calidades del arzobispo de Londres, Manning; pero éste, como convertido, conocía mejor la doctrina de la organización y el magisterio de la Iglesia. Gracias a su actividad literaria, su celo y su actividad, un amigo de Strossmayer, el obispo francés Dupaloup, fue una de las primeras figuras del Concilio.



En la apreciación de la actividad ecuménica de Strossmayer no podemos exagerar. Ante sus ojos y permanentemente estaba presente en el Concilio, la constitución religiosa de su obispado, de su patria y de los vecinos pueblos eslavos del cristianismo separado, así como de los protestantes. Al tomar posesión de su diócesis, advirtió en una pastoral a sus fieles y al clero, que diesen un trato fraternal a sus hermanos cristianos separados que constituían el 50% de la población de su mandato pastoral. En aquel tiempo, igual que hoy, aquella población ortodoxa era eslava, por lo cual no es de extrañar que Strossmayer, en sus discursos, especialmente en el que pronunció contra la definición de la infalibilidad, pensase más en la repercusión de sus palabras en el ambiente de los cristianos eslavos separados que en el propio Concilio considerando, en su amor por aquéllos, que su suerte era inseparable de la unión con Roma. No hay que olvidar, además, que Pío IX había llamado al Concilio a los representantes más destacados de los cristianos separados del Oriente y del Occidente. Su ausencia entristeció profundamente al Papa porque en esa forma, se manifestó la incomprensión de los cristianos separados, como los acostumbraba llamar él mismo. El Concilio de Juan XXIII y de Paulo VI marca, en este sentido, un gran progreso que no debemos considerar como un éxito definitivo, sino como el punto de partida para una labor ecuménica siempre más sincera en el espíritu de los más selectos representantes de los católicos y los separados, siguiendo el derrotero del obispo Strossmayer.



Pío IX proclamó el 8 de diciembre de 1854 el dogma de la Inmaculada Concepción de María, y el 29 de setiembre de 1868 convocó el Concilio Vaticano I para el día 8 de diciembre de 1869, es decir, para la festividad la Inmaculada Concepción, proclamada por él solamente 15 años atrás. Strossmayer, devoto especialmente de San Pedro, a quien dedicó su nueva catedral, dirigió justamente el día de la fiesta de aquel apóstol, en 1869, una pastoral, explicando a los fieles el significado y la importancia del Concilio que iba a celebrarse. Subrayó en esta ocasión que el Concilio mostraría en forma brillante, con el consenso de una gran mayoría de obispos de todo el mundo, la fuerza de la unidad de la Iglesia, conducida por el vicario de Cristo y sucesor de San Pedro. En todas sus cartas pastorales, Strossmayer rinde homenaje al primado y la autoridad suprema del Papa dentro de la Iglesia, de donde proviene la fuerza invencible de la verdad divina, revelada por Cristo y confiada a la Iglesia para su propagación por todo el mundo. Nuestro obispo describe el origen divino y el carácter de la jerarquía episcopal: los obispos están íntimamente ligados con el Papa por los lazos de la verdad, el amor, la obediencia y la fidelidad, y quien intente separarlos del Papa, los separaría y alejaría de su fuente divina. En dicha pastoral, Strossmayer cita varias veces las ideas y los nombres de los obispos de la antigüedad eclesiástica así como la de la historia moderna en las diversas naciones, lo que repetirá más tarde en el Concilio. En la misma pastoral defendió enérgicamente la necesidad de la libertad e independencia del Santo Padre, por ser el fundamento de la Iglesia y la garantía de la verdadera libertad del cristianismo y de la humanidad. La libertad del Papa fue considerada por Strossmayer como un problema mundial y la condición esencial del desarrollo cultural y de libertad de todo el género humano.



La primera presentación pública de Strossmayer en el Concilio



Pío IX dio las directivas y el reglamento de la labor conciliar en una constitución apostólica del 2 de diciembre de 1869, titulada Multiplices inter, es decir: el derecho de proponer las cuestiones para su debate conciliar quedó reservado al Papa; se determinó guardar secreto sobre las deliberaciones; fueron nombrados los presidentes de las sesiones y prescripto el orden de las sesiones públicas, con la presencia prevista del Papa, y la decisión de publicar las conclusiones del Concilio[11].



Fue éste declarado abierto solemnemente el día 8 de diciembre de 1869 en presencia de 774 participantes de todo el mundo en la basílica de San Pedro en el Vaticano. Desde el Castillo de San Ángel se dispararon salvas de artillería. La seguridad de Roma, estaba garantizada por las tropas francesas apostadas en el Estado Pontificio por Napoleón III, por lo cual en el mencionado castillo, al lado de la bandera pontificia fue izada la francesa.



El 12 de diciembre, veinte obispos presentaron al Papa Pío IX en una promemoria especial sus deseos de suavizar algunos puntos excesivamente duros en el Reglamento y el procedimiento conciliares. El primero que figuraba en esa promemoria con su firma era Strossmayer, a quien Granderath designa como “obispo de Diakovar”, agregando, sin embargo “en Croacia”[12]; pero lo menciona siempre entre los mitrados “austríacos” o “húngaros”, como lo hacían también los demás cronistas o historiadores conciliares contemporáneos. Junto con Strossmayer, la petición dirigida al Papa iba firmada igualmente por el arzobispo norteamericano Kenrick, de St. Luis, los franceses Dupanloup, de Orleans, Place, de Marsella y otros altos dignatarios de la jerarquía de varios países. En la petición, los firmantes, reconociendo el poder supremo del Papa y su derecho de decisión en las cuestiones del Reglamento conciliar, solicitaban que se reconociese también a los obispos el derecho de proponer cuestiones y problemas, porque así se mostraría públicamente el divino carácter de la institución de la jerarquía episcopal y de su poder, en comunión con el Papa. Los firmantes destacaron especialmente que semejante actitud estaba de acuerdo con el espíritu liberal del siglo en que se convocaba el Concilio. Además, solicitaron que los obispos pudieran nombrar a sus representantes en las comisiones y consejos ya designados por el Papa, con lo que se facilitaría comunicación entre ellos y dichos órganos y se daría mis expeditiva agilidad a la labor futura. Propusieron asimismo suavizar el rigor de guardar el secreto conciliar, especialmente teniendo en cuenta el desarrollo de los medios de comunicación modernos, que a pesar del carácter secreto de las deliberaciones permitía que las noticias llegasen al público debido a que los obispos se veían obligados a contestar numerosas preguntas que se les formulaban y desmentir las versiones tergiversadas.

Esta petición, en la que podemos encontrar huellas del estilo y argumentación de Strossmayer, no fue contestada por Pío IX en forma escrita pero verbalmente dijo a uno de los firmantes que su Reglamento quedaba en vigor y, si en el curso de las deliberaciones surgiera la necesidad de un cambio, se mostraría favorable a ello[13].



Una solicitud del mismo tenor fue dirigida a Pío IX el 2 de enero de 1870, firmada por 26 padres conciliares, entre los cuales figuraba el arzobispo y cardenal de París, Schwarzenberg, Strossmayer y otros, en su mayoría de Alemania, Austria, Hungría y Croacia. En ella hacían un llamamiento al Papa para que se concediera a los obispos la posibilidad de proponer cuestiones por propio derecho no como una gracia concedida por el Papa. Reconociendo el primado del Pontífice, los firmantes recordaban que el derecho de los obispos dentro de la Iglesia, es de origen divino y, en consecuencia, resultaba justo que se manifestase también en la labor del Concilio, siempre con la debida reverencia a la autoridad suprema del Papa y de la Iglesia. El Santo Padre contestó, que su derecho no lesionaba al de los obispos y que, por ello, se mantendría el Reglamento tal como estaba establecido. Idéntica suerte corrió la tercera petición firmada por 88 obispos de Europa y América. Estos últimos solicitaban en ella, entre otras cosas, que se introdujeran ciertos cambios técnicos de servicio para acelerar el trabajo, mejoras en el salón de conferencias, la impresión de las actas conciliares y la formación de comisiones especiales de los obispos de un mismo idioma o de los mismos Estados. El Papa contestó verbalmente al secretario del Concilio, Mons. Fessler, que no era posible tampoco acceder a dichas peticiones. Fessler explicó todo ello a los cardenales Schwarzenberg (Praga), Rauscher (Viena) así como al arzobispo Darboy (París).



El tiempo pasa y la historia juzga al pasado. Resultaría suficiente que aquí reproduzcamos lo que dice Mons. Jedin en nuestros días: “Ich kann dafür keinen anderen Grund finden als den Willen Pius IX, die Programmstellung streng absolutistisch in der Hand zu behalten” (“No puedo encontrar otra razón para eso que la voluntad de Pío IX, quien quiso mantener en su mano la agenda en una forma absolutista”)[14].



Jedin acepta casi en su totalidad los motivos expuestos por Strossmayer y otros firmantes para dichas peticiones sobre el derecho de los obispos a proponer cuestiones para su discusión conciliar, firmando que aquéllos son en el Concilio los sucesores de los apóstoles bajo la guía del Papa y junto con él, pero no sus plenipotenciarios.



El primer discurso de Strossmayer en el Concilio



El obispo de Djakovo subió ya al púlpito del Concilio en los primeros días del debate acerca del proyecto de la constitución dogmática de la doctrina católica. Su discurso fue pronunciado el 30 de diciembre de 1869. Granderath, que no era partidario de la actitud de Strossmayer en el Concilio, pero que quiso conservar su objetividad ante ese obispo temperamental, sintetiza de la siguiente manera su opinión positiva y al propio tiempo negativa sobre el primer discurso de Strossmayer en el Concilio: “El obispo Strossmayer, de Diakovar (sic!), es un hombre que atrajo una gran atención hacia su personalidad por su intervención inicial y, especialmente, por los discursos posteriores. Mostró cierta, orientación espiritual más libre, pero, más todavía, su gran audacia para decir sin temor cuanto pensaba y tenía en su corazón; éstas eran sus características especiales. Empleaba el latín con gran habilidad y parecía haberse apropiado no sólo de la vibración teórica de Cicerón sino también de la «amplitud de visión ciceroniana»”[15].



En una breve introducción, Strossmayer destacó su manera sincera de hablar y de presentarse abiertamente, solicitando a los presentes que lo escuchasen con aquel espíritu de amor, que predicaban San Pablo y San Agustín. Al mismo tiempo anunció que iba a referirse al esquema propuesto sobre la constitución dogmática relativa a la doctrina católica y, luego, entraría en el contenido y la forma de la proposición[16]. Strossmayer conocía bien el Reglamento conciliar y resultaba para él claro que el Papa había determinado que las decisiones y los cánones del Concilio habrían de ser publicados en la siguiente forma: “Pius episcopus…, sacro approbante Concilio” (Pío obispo. . . con aprobación del Concilio), pero no obstante se atrevió a demostrar que le habría correspondido mejor otra forma más conforme con la tradición eclesiástica. La doctrina sobre las relaciones entre el Papa y la totalidad de los obispos, así como las necesidades de la Iglesia y el cristianismo contemporáneo, habría resultado más visible y más clara como el papel esencial desempeñado por los obispos al lado del Papa. Es especialmente digno de mención que Strossmayer expresamente puntualizara “collegium episcoporum” y los derechos de este “colegio de obispos” en la administración y la doctrina de la Iglesia. La insistencia de Strossmayer en esta mención de “colegio de obispos” parecía, hace cien años, a la mayoría de los padres conciliares y a los especialistas en teología como algo no muy claro, superfluo, incluso rebelde, porque la primacía y la infalibilidad del Papa protegían suficientemente a la Iglesia, a sus sacerdotes y a los fieles en su totalidad. Pero en tiempos del Concilio Vaticano II, el colegio episcopal y, después del Concilio, el sínodo de obispos católicos que se reúna de vez en cuando bajo la guía del Pontífice son ya instituciones que denotan significativos dentro de la Iglesia y en el mundo. Esta es ya por sí sola una justificación suficiente de la idea y los anhelos de Strossmayer así como de su entusiasmo, manifestado al defender la idea del colegio episcopal.



Al destacar la unidad y el necesario consenso del Papa y de la totalidad de los obispos en las decisiones conciliares y en toda la labor del Concilio, Strossmayer corroboraba no sólo la plegaria de Cristo en la última cena por la unidad de los apóstoles y sus sucesores hasta el fin del mundo en beneficio de la Iglesia, sino que proponía la modificación de términos en el espíritu del primer Concilio de Jerusalén, cuando las decisiones fueron tomadas bajo la siguiente rúbrica: “Visum est Spiritui Sancto et nobis…” (“Nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros…”) -Hechos 15, 28‑. Strossmayer afirmó que San Pedro ostentaba la primacía sobre los obispos, pero que la resolución fue llevada a cabo en nombre de todos los apóstoles, que tenían el deber y el derecho de predicar el Evangelio y fortificar a la naciente Iglesia en su propio nombre de otra autoridad, incluso de la más alta.



En favor de su propuesta, invocaba el moderno espíritu laico que trata de buscar soluciones a problemas generales en una forma de colaboración común. Cierto que la Iglesia no es una institución civil y democrática, que debería guiarse por votación de sacerdotes y feligreses como lo hacen los ciudadanos en los Estados constitucionales, pero Strossmayer menciona solamente el caso para ilustrar mejor su idea, acerca la concordancia y la unidad existentes entre el Papa y el episcopado. Invocaba también el Concilio tridentino que formuló sus resoluciones en nombre del Concilio entero y no sólo en nombre del Papa con la aprobación del Concilio, como se había previsto en el Reglamento del Vaticano I. Strossmayer subrayaba que el Concilio tridentino, su doctrina y la terminología han pasado ya a su sangre, y a la de toda la Iglesia, adentrándose igualmente en las escuelas teológicas, en los libros y en la vida práctica de la Iglesia. Por eso no alcanzaba a ver por qué debería abandonarse esa forma tridentina e introducir una nueva. Su propuesta era la de atenerse a aquélla.



Cuando, después de una breve polémica con los partidarios del Reglamento, expresó su deseo de que el Papa asistiese no sólo a las sesiones solemnes del Concilio sino también a las ordinarias y de trabajo, Strossmayer empezó por exponer su tercer argumento para el cambio de tal proposición, pero los presidentes del Concilio, cardenales De Luca y Capalti, cortaron abruptamente su intervención sin mucha consideración a sus palabras. Capalti aclaró que el Papa personalmente había determinado aquel artículo y que, en consecuencia, no había lugar para la discusión sobre un eventual cambio, ya que ello constituiría una ofensa a los restos de San Pedro en cuya basílica se celebraba el Concilio. La segunda razón que mencionó el presidente era la de que según la tradición de los Concilios, cuando los preside el Papa, son aquéllos los que formulan sus conclusiones en su nombre. Al pronunciar estas palabras. Capalti hizo un signo para que continuase su discurso y en el salón del Concilio se oyeron voces de aprobación para los presidentes[17].

Strossmayer se excusó luego cortésmente declarando que nada había dicho que pudiera ofender los derechos de la Sede apostólica y del Papa. Repitió también las palabras de Bossuet: que antes permitiría que su lengua se paralizase que decir algo contra la Santa Sede. Advirtió en seguida que las Actas del Concilio quedarían para la posterioridad, la cual fácilmente podría ver que Strossmayer nada dijo o hizo contra el Papa o la Santa Sede. Aclaró su ideal sobre el Concilio estableciendo que las decisiones debían ser formuladas unánimemente y con el consenso de todos los padres conciliares, para que la Iglesia aparezca así ante el mundo como una firme falange de guerra, como un castillo en la altura, firme en el amor y la obediencia para el bien de todos los pueblos cuando el mundo no encuentra paz ni concordia y sigue siendo la víctima de guerras, conflictos y litigios.



Al referirse al contenido del proyecto, Strossmayer le reconoce más cultura escolar que sentido para la vida práctica y las necesidades de las generaciones contemporáneas. Propone Juego modificarlo en el sentido de que el estilo debería ser más vivo y más adaptado a la concepción moderna; deberían omitirse los nombres de los grandes heresiarcas, por carecer de relevancia y ser ya desconocidos para muchos. Acentúa que el hombre moderno necesita que se le presenten las doctrinas eclesiásticas siempre renovadas y en forma breve y clara. Tanto más cuanto que el enemigo no trata de atacar una u otra institución o la verdad eclesiástica, sino que su objetivo es erradicar del alma humana toda la creencia religiosa. Esta campaña antirreligiosa se lleva a cabo especialmente en los diarios y los libros. Por eso propone concretamente que se modifique la agenda de acuerdo con la experiencia y las indicaciones de los obispos de las grandes ciudades, donde se desarrolla la lucha enfurecida contra la religión.



Como Strossmayer miraba proféticamente lejos en el futuro, se puede desprender especialmente que su propuesta tendía a que se eliminasen del texto los términos y expresiones groseros e injustos como: anticristo, vergüenza, lástima, maldito, odio, ateísmo monstruo de errores, peste, cáncer y otras palabras semejantes, descorteses y ofensivas.

En lugar de ellas y por ser inconvenientes propone usar las de Cristo crucificado, el Galileo piadoso, buen pastor, padre misericordioso, que aceptaba siempre en su seno al hijo pródigo y arrepentido. Cristo había tratado piadosamente a la samaritana cerca de la fuente de Jacobo. Así la Iglesia, al condenar los errores, debe permanecer como madre de los pueblos y de las generaciones, debe sentir el amor y la comprensión hasta con los extraviados. Aunque la Iglesia condena los errores, ama a los extraviados y, con el amor los vence y reconquista para la unidad.



A pesar de que los presidentes conciliares tenían motivos de procedimiento para oponerse a Strossmayer, su aprecio personal, gracias a su serena y consecuente conducta en el Concilio, creció no sólo en la oposición, que era una minoría, sino también en las filas de la mayoría, sin mencionar el aplauso en su honor y su renombre en la prensa mundial y entre los opositores de todo el mundo más adelante[18]. Después de este discurso de Strossmayer, el obispo de Orleans, Mons. Dupanloup, declaró: “Le Concile a trouvé son homme” (El Concilio ha encontrado a su hombre). Durante la tarde de aquel mismo día se presentaron los obispos de América y de Francia para felicitar a Strossmayer, de quien ‑dijeron‑ se enorgullecía su patria, Croacia. En los días siguientes hubo críticas a los presidentes que le cortaron la palabra durante su discurso.



Ya antes de terminarlo, los padres conciliares estaban divididos en una mayoría y una minoría a causa de si era ésta, o no, la oportunidad para una definición dogmática de la infalibilidad. El dilema había sido ya discutido vivamente antes del Concilio entre los católicos y los cristianos separados. Strossmayer figuraba entre los que se oponían a la infalibilidad dogmática, pero la oposición quedó en minoría.



Cuando el 25 de diciembre de 1869 fue presentada la primera propuesta para la definición de la infalibilidad, los oposicionistas conversaron acerca de la forma en que deberían luchar contra aquélla. Strossmayer era el más activo. Incluso había preparado, a comienzos del año 1870, una petición especial en este sentido, pero la retiró cuando el cardenal de Viena, Raucher, preparó su propia.‑ Hasta el 29 de enero de 1870 fueron redactadas cinco peticiones semejantes por parte de obispos alemanes, austríacos, húngaros, franceses, italianos, americanos y los orientales. Hubo en total 136 firmantes. Strossmayer, Smiciklas (de Krizevci), Dobrila (Porec‑Pula) y Legat (Trieste) firmaron la primera por su pertenencia estatal a Austria. Estas peticiones fueron objeto de deliberaciones en febrero de 1870. Los historiadores estudiarán por mucho tiempo el Concilio Vaticano I y las referidas peticiones, y seguramente llegarán a la conclusión del arzobispo Manning, quien hizo notar que en el Concilio no se oyó ni una sola voz que hubiera negado la infalibilidad; se trató solamente de la oportunidad o no de su definición dogmática. (The true story of the Vatican Council, pág. 99).



Strossmayer acerca de los derechos episcopales en la Iglesia y el Concilio



Al empezarse a tratar la disciplina eclesiástica, era lógico examinar también el oficio y la autoridad episcopal. Si los obispos se habían reunido para deliberar en su calidad de sucesores de los apóstoles y de maestros y pastores de la Iglesia sobre los grandes problemas de la religión y de la sociedad, era natural que la cuestión de sus deberes y de sus derechos fuesen objeto de un atento examen. Strossmayer habló el 24 de febrero sobre este asunto. La atención de los presentes era total, dado que el tema interesaba a todos y cada uno.



Con su franqueza habitual y ya desde el comienzo de su discurso, expresó su descontento por haberse insertado en el programa del Concilio muchas cesas que no deberían figurar en él y omitido otras que, por su importancia, tendrían que ser debatidas. Idéntica crítica formuló por el hecho de haber antepuesto el tratamiento de los deberes de los obispos al de sus derechos y dignidades, ya que éstos son como la moneda otorgada por el Señor y que deben devolver con los más altos intereses a Dios, Eterno Juez. Hizo también la observación de que no se hubiera planteado en primer término el problema de la suprema autoridad de la Iglesia o, mejor, de la autoridad de los cardenales, como lo había propuesto el purpurado Schwarzenberg. Strossmayer advirtió que ya en el Concilio Tridentino se discutió la necesidad de la reforma del colegio cardenalicio. Aquel Concilio ‑dijo el orador‑ intentó internacionalizarlo a fin de que pudieran participar en la elección del Papa todos los pueblos y que aquél se convirtiese de esa manera en centro y foco de toda la Iglesia, atrayendo así a todos por igual. Además, los cardenales, en su calidad de colaboradores más íntimos del Papa, deben discutir y ocuparse de los problemas de la Iglesia universal, por lo cual sólo reunidos en un colegio compuesto por los representantes de varios pueblos éstos podrían tener en ellos a sus abogados y protectores. Únicamente les cardenales elegidos de esta manera conocerían a fondo las condiciones específicas de la Iglesia en las diferentes partes del mundo. Los cardenales cumplirían una función de enlace y serían el eslabón de la unidad cristiana con la Santa Sede, hacia la cual dirigen sus miradas. Lo harían empero con más confianza y fervor si vieran a sus cardenales al lado del Papa. Strossmayer exigió también la internacionalización de los más altos puestos de la administración eclesiástica y de las congregaciones romanas, porque al modificárselas así, adquirirían un mejor conocimiento del mundo y se desempeñarían también con más eficacia en sus tareas.



Estas propuestas de Strossmayer, sólo hallarían un eco favorable en el Concilio Vaticano II. Sólo ahora se está realizando el proceso de internacionalización de la Curia Romana. Así, por ejemplo, un connacional de Strossmayer, nacido el año de la muerte de éste, el cardenal croata Francisco Seper, encabeza la Congregación para la doctrina de la fe, mientras el cardenal Villot, francés, es el Secretario de Estado de Paulo VI. Son dos puestos de los más importantes, ocupados por no italianos.



Strossmayer se quejó también, en el discurso que exponemos, de que no se hubiera incluido en la agenda el tema de la nominación y ocupación de las sedes vacantes de obispos, aún cuando su libertad y su progreso dependen de los méritos de los obispos. La propuesta, redaccional en el sentido de que la Iglesia, para defender su libertad, debería buscar el apoyo de los Estados y sus jefes, le pareció a Strossmayer ineficaz, y además peligrosa, porque los tiempos han cambiado y los gobernantes, en lugar de su ayuda, pueden imponer la sumisión de la Iglesia; ineficaz, porque los soberanos, de acuerdo a las Constituciones, no pueden dar ya su protección a la Iglesia. Strossmayer era de opinión que la mejor y más eficaz protección a la Iglesia debería basarse en el derecho público y las libertades públicas de los países. De acuerdo a la admonición del Señor, la Iglesia debe poner su espada en vaina. En lugar de los antiguos y piadosos gobernantes, gobiernan hoy hombres sin un legítimo mandato, sin autoridad; y son los ministros quienes deciden por ellos. Tienen sus objetivos propios sin interesarse por la Iglesia e incluso tratando de hacerle daño. El obispo de Djakovo recalcó que la mayor defensa de la Iglesia y de su progreso está en les hombres viriles de Dios, en les obispos decididos y de gran virtud, quienes, a la manera de Crisóstomo, Atanasio, Ambrosio y Anselmo, saben luchar por la libertad de Iglesia.



Por eso Strossmayer propuso dar una vuelta a la antigua costumbre de la Iglesia de convocar a los sínodos provinciales, que desempeñaron un considerable papel en la nominación de los obispos. En efecto, en el momento de la convocatoria del Concilio Vaticano I, algunos soberanos tenían ‑como, por ejemplo, el emperador de Austria‑Hungría‑ un antigua derecho de ingerencia en la nominación de los obispos. El Concilio debía tratar de convencerles de la conveniencia de que renunciasen a tal derecho. Consideraba además, que los soberanos, usando una forma adecuada, accederían a tal demanda si el Concilio realizase una reforma decisiva del colegio cardenalicio y de otras instituciones eclesiásticas. En su opinión, los medios de comunicación modernos se hallan lo suficientemente desarrollados para facilitar la convocatoria de sínodos y concilios generales. El orden estatal y social empieza a sentirse inseguro y, por lo tanto, la Iglesia no debe apoyarse sobre los Estados. Por el contrario, es ella la que puede rendir grandes servicios a la sociedad mediante sus principios y la vida sana de sus feligreses.



El anhelo de les pueblos de solventar siempre y cada vez más sus problemas en los parlamentos comunes, dice Strossmayer, lo han aprendido de la Iglesia Madre y Maestra universal (he aquí el título de la importante encíclica de Juan XXIII), cuando ella misma a menudo convocaba a sus sínodos y concilios.



Por eso Strossmayer invoca el Concilio Tridentino y el de Costanza, cuando se proponían convocatorias más frecuentes. Mientras el Concilio Tridentino había recibido una instrucción de Pío IV en el sentido de convocarlos cada veinte años, el de Costanza había decidido, bajo la guía de Martín V y Eugenio IV, hacer la convocatoria cada diez años. Al invocar este hecho histórico, Strossmayer afirmó que si se hubieran convocado concilios en el siglo XVI con más frecuencia, no se habría producido la Reforma. Por eso propuso que, de no ser posible atenerse a las decisiones del Concilio Tridentino, por lo menos se convocasen concilios cada 20 años de acuerdo a la fórmula establecida por el de Costanza.



Strossmayer proclama la unidad de la Iglesia, pero se pronuncia contra quienes querrían reducirlo todo a un tipo de actividad, debido a que no ven la belleza en la diversidad de las cosas que no son esenciales para la Iglesia. Acentúa, por eso, que él entiende perfectamente las condiciones y las necesidades de la Iglesia de Francia, defendiéndola contra las acusaciones de estar infestada por el galicanismo.



Haciendo referencia a su experiencia con los obispos ortodoxos, declaró que éstos temían perder su tradición, sus costumbres, ceremonias Y privilegios al unirse con Roma; pero él había tratado de convencerlos de que el objetivo de la Santa Sede era proteger y vigorizar los derechos especiales de cada una de las Iglesias as¡ como la idea de que, para los cristianos separados, la unión con Roma era de importancia vital. “Hasta ahora he hablado a sordos”, decía textualmente, y expresó luego su temor de que las cosas empeorasen si se realizaran las tendencias centralizadoras de algunos padres conciliadores. Reiteró más tarde estar pronto para sacrificar su vida por los derechos de la Santa Sede y la unidad de la Iglesia, pero recomendó prudencia en el respeto de las peculiaridades de cada jurisdicción eclesiástica.



En calidad de parlamentario y de ex Gran Zupan (gobernador), impugnó la opinión de algunos prelados de que un obispo no podría, por momentos, abandonar su diócesis por razones de Estado o por razones patrióticas. Los sacerdotes y los obispos son también partes integrantes de su pueblo, dijo, empeñados en el bien común. Como lo destacaba Bossuet, Cristo lloraba por la suerte de su pueblo y de Jerusalén; y San Pablo quiso incluso ser maldecido por su pueblo. Citó luego el ejemplo de Hungría y Croacia, donde nadie reprocha a un honesto sacerdote su participación en la vida pública. En consecuencia, es su opinión que la Iglesia no debe prohibir tal actividad. Sus palabras en este sentido tenían una inspiración profética: “Non quaerat concilium Vaticanum, ut iura civilia sacerdotum et episcoporum minuantur; id praestantissimus praesul hoc tempore ne immutet. Nam tempus illud est, ut post parvum tempus nos omnibus iuribus civilibus simus privandi”. De estas palabras del obispo croata es fácil desprender como preveía la época en que los obispos y los sacerdotes quedarían privados de todos sus derechos civiles. Esto sucedió, en forma abrupta, en 1945 en la patria de Strossmayer, Croacia, así como en muchas otras partes de Europa y del mundo.



Strossmayer habló de las relaciones entre nuncios y metropolitanos como si hubiera tenido presentes las condiciones generales de la segunda mitad de nuestro siglo: destacó la imperiosa necesidad de una confianza recíproca en el amor fraterno entre obispos, metropolitanos y nuncios, aborreciendo las denuncias entre dignatarios eclesiásticos.



Al pedir las convocatorias sinodales provinciales, Strossmayer abordó la cuestión de los vicarios capitulares y abogó para que se concediesen a los vicarios apostólicos, sin son obispos, los mismos derechos de los prelados residenciales. Al finalizar su discurso, recomendó que las leyes eclesiásticas se acomodasen a las condiciones y necesidades de los tiempos modernos, expresando su esperanza de que el Concilio formaría una comisión especial de expertos para este fin[19].



Analizando este discurso, era fácil deducir, como la han hecho Granderath y otros historiadores que no simpatizaban con él ni con la oposición, que Strossmayer dio un rodeo a las disposiciones del orden del día conciliar y propuso con habilidad muchas de sus ideas y concepciones siempre en forma inoficial y casi inadvertida. Granderath como si quisiera, incluso, alabar “la elocuencia del obispo de Djakovo”, destaca con reconocimiento su preceder y el de sus simpatizantes al expresar francamente cuanto llevaban en el corazón y comunicarlo al Concilio. El reproche de los historiadores formulado a Strossmayer y otros oradores de la oposición en el sentido de haber hablado en forma bastante vaga e indeterminada, es comprensible, puesto que Strossmayer y los demás opositores lo hicieron así de propósito; querían hablar de los problemas que consideraban de importancia, pero que no figuraban en el reglamento y el orden del día del Concilio[20]. Strossmayer recalcaba continuamente el deber de su “conciencia” y, cuando se trataba de su deberes de obispo, de sacerdote, de hombre y de patriota, habló con decisión y claridad en la medida en que pudo hacerlo; y donde cabía esperar una fuerte reacción, supo también aprovechar la tribuna para atraer la atención de un auditorio adverso. Así procedió durante aquella labor acelerada del Concilio y, si se hubiera dispuesto de más tiempo para las sesiones, es muy probable que hoy contaríamos con más intervenciones importantes de Strossmayer en las que habría hecho propuestas, sugestiones, etc. que nos revelarían su preocupación por la Iglesia y por la unión de los cristianos separados con Roma.



Hasta los adversarios reconocían las cualidades oratorias de Strossmayer y con verdadero goce escucharon sus disertaciones latinas acerca de las cuales, incluso el cardenal Di Pietro, ‑que estaba contra las concepciones de Strossmayer, especialmente en lo tocante a las relaciones de los obispos con el Papa y a la infalibilidad‑, declaró, al oírle pronunciarse sobre los derechos de los obispos: rara venustas (¡rara belleza y gracia!). Por eso no hay que extrañarse de que la prensa mundial alabase a Strossmayer. Desde la capital de su patria ‑Zagreb, al igual que desde otras localidades‑, los sacerdotes croatas y los líderes políticos le enviaron sus felicitaciones y la expresión de su reconocimiento y gratitud. Los croatas escucharon con satisfacción especial la propuesta de Strossmayer en el sentido de que cada pueblo debería tener sus propios hijos capaces y virtuosos como obispos, sacerdotes patriotas, y no que se les impusieran extranjeros, que con anterioridad no habían tenido contacto con sus diócesis e incluso no conocían el idioma de su grey.



Las concepciones de Strossmayer sobre las relaciones de los sacerdotes y sus obispos



Strossmayer pronunció un discurso el 7 de febrero de 1870, refiriéndose, según el orden del día, a la vida y dignidad de los sacerdotes[21]. En él hallaron expresión su experiencia pastoral y su convicción democrática en lo referente a las relaciones del obispo con los sacerdotes. Empezó acentuando la necesidad de destacar en el orden del día conciliar la dignidad elevada y divina del sacerdocio, lo que permitiría con más facilidad deducir de ellas los derechos y deberes de los sacerdotes. Así como los obispos ‑destacó Strossmayer‑ defienden con decisión sus derechos, los sacerdotes merecen la protección paternal y la comprensión por parte de los obispos, puesto que son sus hermanos, cosacerdotes, colaboradores en la viña de Dios. Los sacerdotes ejecutan la mayor parte de la labor de la Iglesia; sin su amor, sin su confianza y adhesión, serían vanos el oficio y los esfuerzos de los obispos. Strossmayer sabía bien por experiencia que los maliciosos tratan de provocar riñas y litigios entre los sacerdotes y sus pastores. Por eso propuso eliminar del proyecto los párrafos sobre los vicios y los fenómenos negativos generales de los sacerdotes del clero francés. Alabó luego a la iglesia francesa por su actividad misionera en todos los rincones del mundo, por su excelente comportamiento en tiempos de persecución, por sus esfuerzos científico-teológicos y por la defensa de la fe en general. No es conveniente tocar las llagas de la Iglesia, si, a la vez no aportamos la medicina, agregó. Posteriormente, agradeció a Dios que la Iglesia en la actualidad no tuviera los vicios que sí en la época del Concilio Tridentino. Si entre un tan gran número de sacerdotes hay también algunos débiles, éstos constituyen excepción, afirmó Strossmayer. A fin de cuentas, hasta el propio San Jerónimo reconoció que también los sacerdotes tenían su debilidades y sus vicios, debiendo hacer penitencia por sus pecados. En el colegio de los apóstoles hubo un traidor, Judas, y Pedro mismo había negado a Jesús.



En los procesos contra los sacerdotes, Strossmayer pedía procedimientos justos y correctos a fin de que el sacerdote se convenciese de que las medidas legales que se le aplicaban eran justificadas. Los maliciosos, por ejemplo, en Austria, destacan que el Concordato disminuye los derechos del emperador, dando a la Iglesia demasiada libertad, mientras por otro lado afirman que el Concordato otorga derechos solamente a los obispos, olvidándose casi por completo de los sacerdotes subalternos. Así procuran crear el descontento en la Iglesia y en el Estado y causar una escisión entre los más altos y los más bajos oficios. Recordó seguidamente su experiencia pastoral: sus sacerdotes le transmitían esa clase de acusaciones, pero él se esforzaba en explicarles con mayor exactitud la utilidad del Concordato tanto para la Iglesia como para el Estado, e incluso para los obispos y los sacerdotes.



En la misma oportunidad Strossmayer recomendó la necesidad del progreso de los sacerdotes en las ciencias profanas y eclesiásticas. Los primeros siglos del cristianismo se reconocía a los cristianos por su amor reciproco, por su hermandad y abnegación hacia el prójimo. En los tiempos modernos la vida del sacerdote debe ser una pagina abierta del Evangelio, para que en ella puedan leer los cultos y les incultos qué son el cristianismo y la Iglesia. Los enemigos contemporáneos de la Iglesia, señalan con el dedo el “oscurantismo” y el “atraso” de los sacerdotes. Por eso Strossmayer, teniendo presente el ejemplo de San Jerónimo. recomienda el estudio de la Biblia, expresa su admiración por los hombres doctos de Francia, especialmente por Ravignan, Lacordaire, Félix, etc., que desean que por todas partes surjan nuevos Ambrosios para convertir a nuevos Agustines y hacerlos protagonistas de las generaciones cristianas. Un reconocimiento especial formula para los obispos alemanes por su empeño en obtener las universidades católicas.

Contra la inundación de la prensa corrompida Strossmayer propone crear la prensa católica, que no sólo debería defender a la Iglesia sino también imbuir a la sociedad contemporánea en los principios cristianos y alentar a la juventud. Los obispos deben dar ejemplo en la propagación de las ciencias católicas. Sin pecar contra la modestia, Strossmayer pudo mencionar todo cuanto hizo por su pueblo croata al fundar la Academia de Ciencias y de Arte en Zagreb e iniciar labor para la organización de la Universidad.



Condenó en la misma ocasión toda actividad comercial de los sacerdotes, que otros conciliares miraban con más tolerancia. El ejemplo del traidor Judas ilumina con clara luz las consecuencias del comercio de los servidores de la Iglesia; por ello está prohibido en América, Francia, Alemania, Hungría y Croacia. Pero al mismo tiempo, Strossmayer condenaba la negligencia de los obispos y de otros dignatarios eclesiásticos en llenar las necesidades materiales de los sacerdotes. Concretamente citó el ejemplo italiano, donde las condiciones en este sentido no son ciertamente dignas de elogio. Pero simultáneamente destacó le preocupación de Benedicto XIII por los sacerdotes de Roma, que debería constituir un ejemplo para el clero de todo el mundo.



Terminó Strossmayer su discurso expresando su descontento por las insuficiencias técnicas del salón del Concilio y por la falta de confianza entre los padres conciliares, pero depositándola en el Espíritu Santo, quien sabe convertir las debilidades humanas en bienes para alcanzar objetivos más altos.



Esta intervención no encontró un eco negativo en el Concilio, ya que fue enteramente dedicada al progreso de los sacerdotes y al mejoramiento de las relaciones entre el clero y el episcopado.



La presentación más borrascosa de Strossmayer en el Concilio



Strossmayer fue interrumpido bruscamente durante su primer discurso en el Concilio por su propuesta de modificar el artículo del proyecto. El 22 de marzo, habló en una discusión especial acerca del texto ya modificado, referente a la fe católica. Ambas cosas son sumamente significativas para comprender el clima general que reinaba en el Concilio Vaticano I, inimaginable ya en el II.



Comenzó advirtiendo en su disertación que iba a ser parco en palabras por hallarse indispuesto y por las adversas condiciones del salón de conferencias, donde muchos de los presentes no podían oír al orador. No tocó el estilo del proyecto, aun cuando no lo aceptaba. Pasando al meollo de la cuestión manifestó su satisfacción por haberse aceptado, al menos algo de sus propuestas para que se destacase mejor el papel de los obispos en las definiciones conciliares. La aceptación fue la siguiente fórmula: Sedentibus vobiscum et iudicantibus universi orbis episcopis (Hallándose y opinando con nosotros los obispos de todo el mundo). Strossmayer propuso, además, agregar después de la palabra iudicantibus el vocablo definientibus, porque iudicare (opinar) carece de aquella fuerza que tenía antes, mientras el término definire concuerda con la tradición conciliar, cuando los obispos firmaban: Judicans et definiens subscripsi (Opinando y determinando firmé) o definiens subscripsi (firmé determinando), como se usaba en el Concilio Tridentino.

Dirigiéndose a los presentes, advirtió, al modo de San Cipriano en su libro De Unitate Ecclesiae, que siempre quedasen obedientes al primado eclesiástico y listos para morir por él. Pero en seguida agregó que los derechos de los obispos son también de origen divino, y no propiedad de cada uno, no pudiendo renunciar a ellos, sino más bien usarlos en beneficio de la Iglesia y del pueblo.



Otra observación que formuló entonces Strossmayer, se refería a las expresiones severísimas contra los protestantes, a pesar de que el Concilio había atacado directamente al panteísmo como la fuente de tantos errores. Recalcó que con anterioridad al protestantismo hubo focos de racionalismo en el siglo XVII dentro del humanismo y el laicismo. Así, por ejemplo, en Francia, Voltaire y los enciclopedistas, sin relación alguna con el protestantismo, formularon doctrinas muy perniciosas y errores no sólo contra la religión sino también contra el orden social. Aportando argumentos como justificación del protestantismo, Strossmayer se remontó idealmente a los primeros siglos del cristianismo en los que se vieron errores similares a los del protestantismo. Para demostrar que era injusto achacar todo el mal a los protestantes, citó el caso de Leibnitz y de Guizot, ambos protestantes. Guizot se opuso al libro de Renán contra la divinidad de Jesús. Por eso recomendó a los sacerdotes leer la obra de este autor, en la que deberían hacerse algunas pequeñas enmiendas. Al oír murmullos de protesta, el orador dijo textualmente: “Considero que hay todavía muchos entre los protestantes que siguen el ejemplo de aquellos varones ‑en Alemania, Inglaterra y América‑, que todavía siguen amando a nuestro Señor Jesús por lo que son merecedores de que se les aplicaran las palabras de San Agustín: «Están en el error, en el error, pero deambulando creen estar en la verdadera fe» (los murmullos continuaban, pero Strossmayer continuó) : “Son heréticos, verdaderamente heréticos, pero nadie los considera tales”. El cardenal De Angelis, presidente, advirtió brevemente al orador que evitara “las palabras que en algunos presentes provocaban el escándalo”. Mientras Strossmayer intentaba proseguir su discurso, el cardenal Capalti desde la presidencia del Concilio, explicó que no se trataba de protestantes sino del protestantismo como sistema, de donde provinieron tantos errores y que, en consecuencia, en el texto del proyecto no hubo ofensa para los protestantes. Agradeciendo a la presidencia por su advertencia, agregó que esas razones no le podían convencer de que todos aquellos errores surgían del protestantismo: “Yo considero con toda seriedad, que entre los protestantes hay no uno u otro que ama a Jesucristo, sino que hay una multitud de ellos”. Al pronunciar estas últimas palabras, muchos de los presentes protestaron en voz alta. El presidente hubo de advertir a Strossmayer que el Concilio Tridentino había considerado ya al protestantismo y que él debía referirse al artículo propuesto y no a asuntos que escandalizan a los obispos.



Fiel a su fibra temperamental Strossmayer declaró que daba por terminada su intervención, pero al mismo tiempo afirmó que muchísimos protestantes deseaban de todo corazón que nada se dijera o decidiera en el Concilio que pudiese poner nuevos obstáculos a la gracia que está operando entre ellos. Recordó que en el Concilio Tridentino se debatió sobre el protestantismo con consideración y que los protestantes habrían sido bien recibidos en aquel Concilio si se hubieran presentado. Se entabló entonces una rara conversación entre el presidente Capalti y Strossmayer: Capalti afirmaba que el Papa, al convocar el Concilio, había invitado paternalmente también a los protestantes; que la Iglesia trataba a todos maternalmente, que han incurrido en el error, mientras el error condena, advirtiendo a Strossmayer que se atuviera al tema en su discurso. En una atmósfera de excitación y clamor generales, Strossmayer trató de terminar su discurso, quejándose contra estas condiciones bastante tristes que se imponían en el Concilio. También formuló su advertencia de que no aprobaba la idea ‑ya aceptada‑ de votar las conclusiones conciliares por mayoría de sufragios, puesto que desde tiempos muy remotos estas decisiones se adoptaban por unanimidad. Capalti le contestó que esa cuestión podía ser discutida cuando se estaba tratando el proyecto. Todo eso había causado un tremendo barullo en el Concilio, donde protestaban por un lado los presidentes de aquél, y Strossmayer por el otro. De todos lados pudieron oírse las ofensas más indignas contra Strossmayer: para quienes censuraban su discurso, Strossmayer era Lucifer, Lutero, un condenado, indicándole otros que abandonase la tribuna, mientras él insistía en la idea de la antigua unanimidad necesaria para las conclusiones eclesiásticas, recalcando su fe en la inmutabilidad de la Iglesia y la necesidad de continuar en esa unidad; finalmente, pidió disculpas por sus palabras si no habían sido en todo momento adecuadamente usadas, y decidió abandonar la tribuna. Los obispos presentes se apretujaban por salir de la sala de conferencias, mientras la presidencia anunciaba la próxima sesión y su programa. Resulta un tanto extraño, que Granderath acuse a Strossmayer por este desorden, justificando el procedimiento de la presidencia, pero que al mismo tiempo agregue que los obispos “pudieron haberse comportado más serena y dignamente”[22]. Un fenómeno semejante en este nuestro momento histórico ecuménico parece casi imposible en tiempos de Pío IX.



Los adversarios de la infalibilidad que escribieron la crónica y la historia del Concilio Vaticano I, Lord Acton y Friedrich especialmente, atribuyeron a Strossmayer palabras e ideas que no se mencionan en las actas del Concilio, lo que nos autoriza a decir que Strossmayer no las pronunció porque, en caso contrario, aquéllas se hallarían anotadas por los estenógrafos. La prensa mundial escribió sobre esta sesión tan agitada de acuerdo a la orientación de cada diario (o periódico): mientras algunos destacaban a Strossmayer como al protagonista de la libertad y el progreso, otros lo vituperaban como a un herético.



Es un hecho que también dentro del círculo de sus adherentes Strossmayer encontró reproches. Así, por ejemplo, el cardenal Schwarzenberg, el 23 de marzo de 1870 le hizo una visita y durante ella le reprochó “haber hablado demasiado, haber ido demasiado lejos y comprometido también a los demás” y cosas por el estilo. Strossmayer se sintió molesto por esta actitud del cardenal y habría decidido abandonar el grupo de los obispos alemanes que se había formado por su propia iniciativa. El mérito de que no se produjera la ruptura en la oposición se debe a los obispos franceses, especialmente a Dupanloup, que expresaron su plena conformidad con el discurso de Strossmayer[23].



Este no cedía. En una carta de protesta dirigida a la presidencia del Concilio pidió incluso una reparación por la ofensa que se le hicieron. En ella defendió también su idea de la “unanimidad espiritual del Concilio”, lamentando que no se le hubiera permitido presentar argumentos al respecto. Contra el trato dado a Strossmayer protestaron algunos más, especialmente el arzobispo de París, Darboy. El propio Strossmayer había mencionado en dicha carta la idea de abandonar el Concilio si no se le concediera la posibilidad de justificar cuanto afirmaba y no se le diese una satisfacción.



En víspera de la sesión que tuvo que votar la Constitución de la fe católica ‑De fide catholica‑ Strossmayer, el arzobispo americano Kenrick y seis obispos franceses enviaron a la presidencia conciliar una petición para que eliminase del texto preparado los múltiples anatemas, reelaborarse la demasiado general e indeterminada conclusión, o, en caso contrario, los firmantes y otros más no votarían por aquélla. En el dorso de esta petición ‑se halla en el archivo del Concilio‑ está anotada la fecha 25 de abril de 1870, como la de recepción, es decir un día después de la votación respectiva. Todos los firmantes votaron dicha Constitución menos Strossmayer, quien no se presentó en la sesión por no haber recibido respuesta alguna a su petición[24].



Gracias a sus discursos en el Concilio, Strossmayer dio motivos a declaraciones y cartas, fuera ya de él, que se prestaban a las más variadas interpretaciones. Se atrevió incluso a celebrar al ex oratoriano rebelde, Gratry, miembro de la Academia Francesa, quien, no obstante, murió en paz con la Iglesia; mantuvo también correspondencia con el protagonista mas destacado de los adversarios de la infalibilidad, Döllinger, quien, antes de la convocatoria y durante las sesiones del Concilio, incitaba a las pasiones y causaba muchas manifestaciones contra aquél, en sus escritos, especialmente en Alemania y la ciudad de Munich, donde era profesor en la Facultad de Teología. Hay autores que afirman que Strossmayer proporcionaba a Döllinger los argumentos contra el Papa y el Concilio, pero los de mayor categoría advierten que no es permitido acusar a Strossmayer en este sentido, sin documentos claros, por la supuesta colaboración con aquel hombre difamado y enemigo de la Iglesia que fue Döllinger. Los protestantes y todos cuantos escribieron contra el Concilio y la infalibilidad procuraban tener la autoridad de Strossmayer de su lado, por lo cual su renombre fue considerable tanto en el mundo como en el ámbito conciliar.



Ya al principio mismo del Concilio, el 30 de diciembre de 1869, fue lanzada una noticia infundada sobre un pretendido atentado contra Strossmayer, motivado por su discurso contra los jesuitas. En relación con esta noticia cabe destacar, que el jesuita Granderath expresamente reconoce que Strossmayer evitaba cuidadosamente en sus intervenciones las expresiones impertinentes contra sus adversarios. Los periódicos de todo el mundo escribían según su gusto, sin publicar rectificaciones, tejiéndose así una red de mentiras sobre los pormenores de la actitud del obispo de Djakovo en el Concilio. Tampoco faltaron noticias sobre las peticiones contra la infalibilidad que llegaban “de Bohemia y Hungría” por las manos del cardenal Schwarzenberg y de Strossmayer[25]. Por eso, es necesario tener presente a todos los miembros de la “oposición” su actitud ante y después del Concilio, y sus relaciones casi filiales con los Pontífices hasta su misma muerte, para formar un juicio cabal acerca de su idea sobre la infalibilidad del Papa y de la Iglesia.

Una importancia esencial en este sentido tiene el discurso de Strossmayer, pronunciado el 2 de junio de 1870. En él se halla contenida la esencia misma de su actitud ante la inminente definición de la infalibilidad. Fue su última alocución en el Concilio.



Strossmayer acerca de la inoportunidad de la definición de la infalibilidad



Dentro del cuadro de nuestro modesto trabajo resulta casi imposible analizar (estudiar) todas las facetas de la compleja y tan peculiar personalidad de Strossmayer. Su sola documentación exigiría una amplitud tal que eclipsaría el papel desempeñado por él en el Concilio. No tenemos intención alguna de escribir su apología ni indagar tampoco sobre los orígenes inspiradores de sus ideas acerca de la infalibilidad pontificia, ni siquiera acerca de la similitud o diferencias entre sus opiniones y las de los demás padres conciliares de su grupo.



Strossmayer, en efecto, creyó durante toda su vida en la infalibilidad de la Iglesia y en el papel del supremo maestro y jefe de la Iglesia que pertenece al Papa. Antes de concluir su discurso contra la definición el 2 de junio de 1870 dijo textualmente: Ideo mihi videtur factum esse, quod Ecclesia catholica octodecim saeculorum decursu divinam infallibilitatis suae praerogativam maluerit exercere potius quam definire (Me parece en efecto, que la Iglesia ha preferido ejercitar su divina prerrogativa de la infalibilidad en el curso de 18 siglos, antes que definirla)[26].



En el tercer fragmento de su discurso después de la precedente formulación, adujo su argumento más importante contra la oportunidad de la definición de infalibilidad: Schisma orientale, iam, non amplius graecum dici debet, sed proh dolor schisma slavicum, quorum octoginta milliones ab Ecclesia catholica extorres vivunt, qui suae autonomiae, suis particularibus ¡uribus addictissimi sunt, et nihil aliud tantopere aversantur, quam illud quod vel suspicionem ingerere istis possit, quod autonomiae et iurium suorum periculo sit. Ego inter Slavos meridionales moror, ex quibus octo milliones schismatici, tres autem milliones catholici sunt. Ego non possum satis divinae misericordiae gratias agere, quod gens Croatorum, quam tantopere diligo, sit catholica, et possum dicere in tota cordis mei sinceritate, Sedi apostolicae addictissima (El cisma oriental no debe llamarse ya cisma griego sino, desgraciadamente, cisma eslavo, porque 80 millones de eslavos viven fuera de la Iglesia católica. Estos son adictísimos a su propia autonomía, a sus derechos especiales, y en nada se muestran tan suspicaces como en aquello que podría poner en cuestión esta su autonomía y sus derechos. Yo estoy trabajando entre los eslavos meridionales, de los cuales 8 millones son cismáticos, mientras sólo 3 millones son católicos. Nunca puedo agradecer lo suficiente a la misericordia divina que el pueblo croata, al que tanto amo, sea católico, y puedo decir con toda la sinceridad de mi corazón, que es muy adicto a la Santa Sede)[27].



Esta declaración de Strossmayer es necesario completarla con un párrafo de una carta del día 11 de diciembre de 1875 dirigida por él a Pío IX, refiriéndose al papel esencial de los croatas entre los eslavos meridionales: “Los croatas son el único pueblo católico entre los eslavos meridionales que han permanecido hasta ahora, aún en las condiciones más difíciles, fieles a la fe católica ... Es de suma importancia que los croatas permanezcan adictos, con toda su alma y todo su corazón, a la fe católica, porque así están en cierto sentido predestinados a convertirse en levadura que penetrará, con la ayuda divina, en toda la multitud de los eslavos meridionales, y devolviéndolos al seno de la Iglesia católica”[28].



Por haberse mencionado así en el plan de Strossmayer al pueblo croata como levadura de la unidad cristiana entre los eslavos meridionales, hemos de prestar atención a un fragmento de su discurso del 2 de de junio de 1870. Después de haber expuesto en él la situación religiosa de los croatas y los eslavos meridionales en general, explicó la razón principal de su temor ante la definición de la infalibilidad del Papa: Verum si haec definitio effectum habeat, vereor, ne, quantum nos scimus, illud fermentum bonum a Deo praedestinatum reliquam Slavorum massam penetret et ad unitatem reducat; vereor ne nova nobis pericula impendant, et ex nostris quidam misere ab unitate Ecclesiae rescindantur, summo certe ‑ quicumque novit historiam nostri temporis ‑ summo et gravissimo humanitatis et omnis futurae culturae detrimento (Pero si esta definición se lleva a cabo, tengo miedo de que aquella buena levadura, predestinada por Dios, por cuanto alcanzo a saber, no pueda penetrar en la restante multitud de eslavos ni tampoco devolverlos a la unidad eclesiástica; temo que nos amenace nuevo peligro y que ‑como puede temerlo quien conoce la historia de nuestro tiempo‑ alguno de entre los nuestros no rescinda tristemente esa unidad eclesiástica, lo que redundaría por cierto en gravísimo detrimento de la humanidad y de toda la cultura futura)[29].



Ha quedado atrás el Concilio Vaticano I, pero las palabras transcriptas de Strossmayer no han perdido actualidad y en ellas brilla la perspicacia de este hombre de Dios: el principal obstáculo para la reconciliación y unión tanto de los ortodoxos como de los protestante con Roma sigue siendo el dogma de la infalibilidad del Papa.



Después de haber destacado, brevemente, estas grandes preocupaciones e ideas de Strossmayer, proyectaremos un vistazo sobre su discurso, que fue proclamado por Granderath “sehr elegante und sehr schöne Rede” (muy hermoso y elegante)[30]. Granderath no oculta su admiración por el estilo y la magnificencia de la forma de sus disertaciones, pero le reprocha no ser más profundo en la explicación de sus ideas.



Las dificultades en la concepción de Strossmayer acerca de la relación del Papa y el episcopado



Al iniciar su intervención, Strossmayer subrayó la conexión del episcopado con el Papa, “dignísimo jefe de la Iglesia y del episcopado”, pero consideraba que era lógico debatir conjuntamente ambos derechos y no por separado, porque de esta manera se asegurarían la primacía del Pontífice y los derechos del episcopado. “Cristo envió a todos los apóstoles y les dio autorización para que enseñasen a todos los pueblos, prometiéndoles permanecer con ellos hasta el fin del mundo” (Mt. 28, 19-20). Explicando la constitución y el papel del magisterio eclesiástico, citaba a San Ignacio de Antioquia, quien varias veces comparó al obispo con Cristo entre el pueblo afirmando, que quien obedece a Cristo, obedece al obispo. De ahí surge para Strossmayer la dificultad de que, simultáneamente y en la misma diócesis, puedan tener idéntico poder el Papa y los obispos. Para justificar esta incompatibilidad invocaba la protesta de Gregorio el Grande contra Juan el Ayunador (Ioannes Ieiunator) y su título de “patriarca ecuménico”, llamándose Gregorio a sí mismo servus servorum De¡ (el siervo de los siervos de Dios).



En esta intervención Strossmayer se atuvo con insistencia a San Cipriano y a su libro De Unitate Ecclesiae. Hay que tener presente que Strossmayer presentó una tesis para doctorarse justamente sobre la doctrina de San Cipriano expuesta en el libro mencionado[31]. Y según Strossmayer, aquel santo rinde homenaje al divino primado, recalca la necesidad de una conexión permanente del obispo con la Santa Sede, y habla de la sede de Pedro como de la cátedra de unidad, pero al propio tiempo establece también los derechos de los otros apóstoles y obispos: para que guíen a la Iglesia entera en el espíritu de unanimidad de todos los apóstoles. A Strossmayer no le placía la interpretación de las palabras de Jesús dirigida a Pedro y anotadas por Mateo y Juan: de que en Mt. 16 y Juan 21 se trataría de la “infalibilidad personal y absoluta del Papa” (personalem et absolutam pontificis infallibilitatem). Cipriano, en opinión de Strossmayer, enseñaba que también los demás apóstoles son lo mismo que Pedro en cuanto al honor y el poder y que todos en conjunto conducción a la Iglesia y pastoreaban la grey de Dios con plena unanimidad y consonancia y que, en consecuencia, los obispos, como sucesores de los apóstoles, tienen “algún derecho virtual sobre el resto de la Iglesia ‑ virtuale quoddam in reliquam Ecclesiam ius. Este “derecho” virtual” Strossmayer lo encuentra en escritos de Gregorio de Niza, Basilio, Gregorio Nancianceno, Juan Crisóstomo y en la epístola que el papa Celestino, dirigió al Concilio de Efeso.



Describiendo la controversia de Cipriano con el Papa sobre el valor del bautismo de los heréticos, Strossmayer reprocha al primero su pronunciada resistencia al Papa Esteban, pero afirma, que, de acuerdo con las palabras de San Agustín, podemos excusarle, puesto que hasta su tiempo nada se supo de personali et absoluta romanorum pontificum infallibilitate (de la personal y absoluta infalibilidad de los pontífices romanos)[32].



Resulta de evidente necesidad prestar atención a este “derecho virtual de los obispos sobre el resto de la Iglesia” y a la expresión “personal y absoluta infalibilidad del papa”, de acuerdo aI parecer de Strossmayer.



Hasta el Concilio Vaticano II no resultó siempre claro para los teólogos y los historiadores eclesiásticos qué era lo que pensaba Strossmayer y cuál era el sentido que tenía su mención, en el Concilio Vaticano I, del “derecho virtual de los obispos a la administración en toda la Iglesia”. Como si hubiera dado la contestación a estas preguntas el Concilio Vaticano II, redujo la doctrina a una “colegialidad de obispos”, que se está actualmente traduciendo en realidad mediante los periódicos “sínodos episcopales” en Roma.

En cuanto a la “infalibilidad personal y absoluta” del Papa, que resultó tan antipática para Strossmayer, nunca se habló de ella en la Iglesia y tampoco se la trató en el Concilio Vaticano I. La infalibilidad del Papa es, en efecto, personal, pero no “absoluta”: se refiere solamente a las definiciones oficiales de las verdades de la fe y de la moral revelada por Dios y que obligan a la Iglesia en su totalidad. Strossmayer se pronunciaba contra la infalibilidad “absoluta”, pero él no la inventó y, mientras algunos luchaban contra ella, él quiso estratégicamente impedir aquella definición en el sentido del Concilio Vaticano I. Y es que Strossmayer, en primer término, llevaba en su pecho el problema de la unión de los cristianos separados orientales con Roma, a quienes resultaban muy antipáticas la primacía y la infalibilidad del Papa.



Durante toda su vida, Strossmayer fue un devoto de la cultura y la literatura francesas y por eso no hay que extrañarse de que también en este discurso rindiese homenaje a los jefes católicos de aquel país como, por ejemplo, a Bossuet, rechazando el ataque de quienes calumniaban a la Iglesia francesa por su galicanismo[33]. Pero es menester reconocer que sus discursos no son sin pequeñas intrusiones del galicanismo, cuando habla de la relación entre el papado y episcopado.



Strossmayer reconocía “la plenitud del poder” de San Pedro y de sus sucesores así como a los papas el derecho a convocar Concilios generales, presidirlos, aprobar y definir sus conclusiones, pero justamente por la gran estima que tenía del papel de esos concilios, se oponía a la definición de “la personal y absoluta infalibilidad”. Para reforzar su tesis cita la asamblea de los apóstoles en Jerusalén, cuando se reconciliaron Pedro y Pablo, menciona cómo Gregorio el Magno comparaba los cuatro concilios generales con los cuatro Evangelios, y, junto con el teólogo medieval Durand, consideraba que aquéllos son el mejor medio para contrarrestar los errores y el mal en la sociedad cristiana.



La segunda razón que movió a Strossmayer a oponerse a la definición de la infalibilidad, fue su elevada opinión sobre el papel de los concilios generales. A su parecer, la definición de la infalibilidad rendiría superfluos esos concilios en el futuro. Que su temor no era infundado es fácil colegirlo justamente por la labor del Concilio Vaticano II, después de cuya finalización surgen nuevos problemas que exigirán dentro un tiempo previsible la convocatoria de otro nuevo concilio general.



A continuación Strossmayer desarrolló sus ideas acerca de la armonía que debe reinar entre el primado y los derechos de los obispos. Estos pueden no sólo confirmar, interpretar y aprobar, sino también derogar y eliminar según el caso. Si esto no se acepta y reconoce, Strossmayer no entiende de qué manera se puede conservar el significado y el vigor de las palabras de Cristo, dirigida a todos los apóstoles: “Todo lo que atares en la tierra, será también atado en los cielos y todo lo que desatares sobre la tierra, será también desatado en el cielo”. Si no se reconoce a estas palabras de Cristo su natural significado, entonces pierden igualmente su valor las ideas de Cipriano referente al episcopado indivisible en todo el mundo, del cual cada uno de los obispos recibe una parte común con los demás obispes ‑in solidum‑. Strossmayer alega que los obispos nunca deberían renunciar a este su derecho divino porque de lo contrario, expondrían a un peligro la autoridad y libertad de les concilios generales. En su exposición histórica, Strossmayer subrayó que se atenía al historiador de los Concilios, el obispo Hefele, quien también pertenecía a la oposición conciliaria.



La epístola que el Papa León I, dirigió al Concilio de Calcedonia y saludada por los padres allí congregados: “Pedro nos habla por la boca de León, así lo creemos todos, todos damos nuestra adhesión a su epístola”, Strossmayer intentó explicarla en el sentido de que aquellos obispos procedieron como jueces y críticos; examinaron la misiva y, encontrándola ortodoxa, la aceptaron. En efecto, la carta de León es una de las pruebas más elocuente en cuanto a la fe en la infalibilidad del Papa dentro de la Iglesia del siglo V.



Strossmayer trató de demostrar, con envidiable dialéctica, que el escrito de León no era un acto del poder soberano del Papa sino un adoctrinamiento a los obispos, que estaban autorizados para estudiarla, examinarla y aceptarla luego o rechazarla. Para corroborar su opinión, Strossmayer invocó también el parecer del cardenal Bellarmino, pero no pudo probar que los mitrados dudaran en Calcedonia sobre la verdad de la doctrina de León. Simplemente se impusieron del contenido de la misma y comprobaron su concordancia con lo que ellos mismos habían hallado en la revelación divina y que se aprestaban a definir.



“Los inalienables derechos de los obispos” atraen constantemente la atención de Strossmayer, y su “origen divino”, afirma, no puede ser derogado ni siguiera disminuido por el concilio general. Lo prueba también mediante la actitud de Pío IV en el curso del Concilio Tridentino. A pedido de los obispos fueron suprimidas dos palabras del mensaje del Papa, porque las consideraban en perjuicio de la libertad de los conciliares. Strossmayer rinde homenaje a aquel Concilio, que no definió la infalibilidad del Papa; reconoce el valor y coraje de la Iglesia francesa que supo superar las dificultades propias sin pronunciarse por aquélla, alaba a Pío IV, quien, aconsejado por San Carlos de Borromeo, estableció la regla para que no se llegara a conclusión alguna sin el consenso general o casi general de los participantes[34].



“El consenso general de los obispos” en el Concilio constituye el tercer tema de este discurso de Strossmayer. La idea no era original suya pero él, en su calidad de brillante orador y decidido defensor de sus ideas, se presentó como el más sincero y abierto paladín de este principio en el que la oposición conciliar vio el medio más eficaz para impedir la definición de la infalibilidad. Por eso Strossmayer habló extensamente sobre el particular. Quería poner obstáculos al pronunciamiento del concilio y asegurar así más libertad a la Iglesia, posibilitando la promoción de la unidad de los cristianos separados del oriente y el occidente. Era una manera de interpretar no sólo la historia del cristianismo sino también los escritos de Ireneo, Tertuliano y Cipriano que versan sobre aquel tema. Strossmayer entiende en forma bastante artificial dichas opiniones para respaldar la propia, a pesar de que justamente Ireneo, apoyándose en la infalibilidad de la Iglesia Romana y del Papa, prueba con mayor facilidad la ortodoxia doctrinaria de todas las demás partes de la Iglesia. Reconocía la infalibilidad antes y en el mismo acto del Concilio, pero no dejó de destacar la necesidad de que concordaran todas las iglesias apostólicas con la sede romana y con los obispos.



Resulta curioso que todos los obispos presentes escucharan con calma la intervención de Strossmayer, incluso cuando alegaba la inoportunidad de la definición de la infalibilidad, apoyándose en la obra de Vincencio Lirinensis: Commonitorium, y su famoso principio de que el signo mas seguro de la ortodoxia doctrinaria era el que “siempre, en todas partes y por todos” (quod semper, quod ubique, quod ab omnibus) fue creído. Atribuyó a esta regla demasiada y exclusiva importancia, aun cuando no es única para averiguar la verdad de la fe en la Iglesia y en el pueblo cristiano. Lirinensis no conocía la infalibilidad del Papa bajo la forma: “infalibilidad personal y absoluta”, pero enseñaba la necesidad de que hubiese unanimidad de los obispos cuando se trataba de la definición de una verdad de fe[35]. Además invocaba a San Agustín y la advertencia que dirigió a la Iglesia: hay que cuidar la autoridad eclesiástica con serenidad y moderación para que la Iglesia no se exponga a la burla de les enemigos, quienes podrían decir que en ella todo se rige por la voluntad de un sólo hombre y por la superstición, como en el tiempo de San Agustín argüían los maniqueos. Para probar que se procede en la época del Concilio Vaticano I como en la de San Agustín, Strossmayer mencionó la aparición de un escrito titulado “las necesidades de nuestros tiempos”, en el que algunos enemigos de la Iglesia ofrecían pruebas sobre la necesidad de la definición de la infalibilidad, seguros de que así la Iglesia y su magisterio perderían completamente su autoridad. Al condenar esta obra, agregaba: Credite mihi, non sunt vani nostri timores, non sunt vana pericula quae nos praevidemus. Ego saltem dicere possum coram Deo, qui me iudicaturus est, quod definitione hac de qua agimus, in effectum deducta, gregi meo, cui praesum, multa pericula sunt creanda (Creedme, no son vanos nuestros temores, no son vanos los peligros, que prevemos. Yo puedo decir ante el Dios que me ha de juzgar, que la definición que estamos tratando, si llegare a proclamarse, creará muchos peligros a la grey cuyo pastor soy)[36].



Hemos mencionado ya las ideas y los ideales de Strossmayer referentes al retorno de los cristianos separados eslavos al seno de la Iglesia por conducto de los católicos croatas. Imbuido de estas ideas y deseos, Strossmayer al finalizar su disertación dirigió su llamamiento al Papa y al Concilio para que se agrandara el ámbito de la Iglesia en vez de restringirlo; abogó por que la paz, la concordia y la unidad cristianas se difundiesen cada vez más por el mundo, por que la humanidad se convirtiese “en una grey bajo un pastor (grex unus sub uno pastore). Expresó su esperanza de que el Papa, que excede a todos los demás obispos en autoridad y virtud, teniendo presente el ejemplo de San Pedro, quien por humildad pidió que lo crucificaran cabeza abajo, sacaría a la Iglesia del peligro, mediante su humildad y sacrificio, en que caería con la definición de la infalibilidad. Por la misma razón mencionó al apóstol Pablo, quien alaba la grandeza del Salvador precisamente por su humildad y autosacrificio (Epístola a los filipenses, 2, 5‑11). Dirigiéndose por fin a todos los obispos presentes formuló su esperanza de que imitaran a Cristo Jesús, buen Pastor, quien por una oveja perdida dejó noventa y nueve, la encontró, la cargó sobre sus hombros y la llevó a su redil.[37]


Sería innecesario subrayar que los enemigos de la Iglesia y del Papado dieron también una amplia publicidad a este discurso de Strossmayer, donde resaltan la amplitud y las características de su cultura teológica. El Concilio mismo le prestó atención en calma. Resultaría muy interesante confrontar esta disertación suya con las de la oposición, entre los cuales figuraban Dupanloup, Hefele, Haynald, Ketteler, Schwarzenberg y otros. Podemos decir que Strossmayer, en sus intervenciones, era más moderado que, por ejemplo, Dupanloup, y en cuanto a su forma, siempre trató de llevarla a la altura necesaria. Tan sólo en el fervor de las discusiones, en cartas privadas o en momentos sentimentales y de dialéctica se mostraba, según afirman sus conocedores personales: “de una naturaleza muy impulsiva y como un fanático casi de su fe y su convicción... Momentáneamente pudo exacerbarse y estampar conceptos que no podrían escapar a los reproches ... Por lo cual hay que tomar sus ideas desde el punto de vista científico, sin aprovecharlas con fines políticos u otros de carácter transitorio[38].



Discursos apócrifos de Strossmayer



Los enemigos de la Iglesia quedaron descontentos por haber dejado pasar el discurso de Strossmayer del 2 de junio de 1870 sin inconvenientes e intromisiones; y ello dio motivo a que inmediatamente confeccionaran un panfleto, plagado de ataques contra la Iglesia y el Papa, y lo divulgaran por todas partes como si fuera el texto auténtico del obispo. Los que conocieron la labor conciliar y las disertaciones de éste, bien pronto se percataron de que se trataba de una maliciosa falsificación inventada con el fin de hacer daño a la Iglesia y al Papa, y causar confusión y discordia entre el clero y los feligreses de todo el universo. Obispos de varias partes de la tierra escribieron a Strossmayer para que les confesara la verdad sobre el panfleto. Strossmayer, en efecto, negó en varias oportunidades su veracidad y ofreció pruebas de que se trataba de una manifiesta invención de los enemigos de la unidad católica. Por fin pudo comprobarse, en el año 1876, que un ex sacerdote mexicano, el Dr. José Agustín Escudero, en un principio religioso agustino, pero más tarde apóstata de la Orden y de la Iglesia, masón y rebelde contra la autoridad eclesiástica y civil, acosado por el arrepentimiento de su propia conciencia reconoció ser el autor del escrito. Más tarde hizo una declaración penitenciaria en el periódico América del Sud. El misionero lazarista, padre Pedro Stollenwerk, envió el 18 de agosto de 1876, dicho periódico, junto con una carta personal, a Strossmayer. Stollenwerk había agregado la dirección de su casa: Calle Libertad. Hospital Francés, Buenos Aires. El secretario de Strossmayer, José Wallinger, confirmó la autenticidad de esta carta y de este modo todo el mundo se enteró de la verdad definitiva sobre el panfleto[39].



Las invenciones procedentes de los círculos liberales en el sentido de que se le ofrecían a Strossmayer las ofertas “más brillantes” para que encabeza a los católicos rebeldes, han sido desmentidas en forma categórica por un canónigo de Strossmayer ‑el padre Vorsak- quien en aquella época vivía en el Capitolio croata de San Jerónimo en Roma[40].



Granderath y Kirch mencionan también la pastoral de Strossmayer, relativa a los Santos Cirilo y Metodio del 4 de febrero de 1881, donde igualmente fue desmascarado dicho panfleto. Reproducimos el fragmento que nos interesa: “Hace unos años, circuló bajo mi nombre un horrendo discurso, que está tan lejos de mí por su forma y contenido, como el lugar de Sud América en que un sacerdote reconoció, arrepentido, que lo había confeccionado y divulgado, bajo mi nombre, ofreciéndome, por intermedio de su confesor, cualquier satisfacción que le pidiera. A pesar de que este escrito ostentaba por sí mismo características evidentes e indubitables de su origen apócrifo, causó muchas confusiones entre quienes no sabían que mis discursos fueron guardados en los Archivos del Vaticano y que no son accesibles a cualquiera. A pesar de que las cosas sucedieron así, me resulta grato poder confesar también en esta oportunidad, ante todo el mundo, que preferiría que mi mano derecha se secase o mi lengua quedase paralizada antes que decir o escribir una sola de las proposiciones de ese horrendo discurso que fue divulgado bajo mi nombre”[41].



Un año más tarde, o sea, el 4 de febrero de 1882, Strossmayer repitió casi literalmente dicha declaración en una contestación por escrito dirigida a los obispos ortodoxos que le habían atacado por dicha pastoral sobre los santos hermanos Cirilo y Metodio[42].



Strossmayer no votó la infalibilidad, pero una vez votada, la aceptó



El incidente del discurso apócrifo nos llevó a los lejanos años posteriores al Concilio. Es necesario retornar a él y seguir analizando la actitud de Strossmayer hasta su finalización y aún después.



Al principio de junio de 1870, la mayoría conciliar pidió a la presidencia que concluyera los debates acerca de la infalibilidad, evitando repeticiones sobre lo ya aclarado. El día 13 de junio el presidente, cardenal De Angelis, leyó la petición que 150 miembros de la mayoría dirigieron a la presidencia, a fin de que se votase por su conclusión. La mayoría de los obispos, se declaró conforme y la presidencia dio por terminadas las discusiones.



Pero el 4 de junio de aquel mismo año los jefes de la oposición, cardenales Schwarzenberg, Mathieu y Rauscher, apoyados por 81 firmas de padres conciliares, protestaron contra esta determinación puesto que, según decían, todos los miembros del Concilio tenían derecho a exponer sus razones acerca de tan importantes cuestiones para la Iglesia y su doctrina. La presidencia del Concilio contestó a Schwarzenberg, en su calidad de primer firmante, que todo cuanto el reglamento del Concilio había previsto estaba ya hecho y que, por esta razón, no se podía tomar en consideración la protesta de la minoría[43].



El horizonte político había ya empeorado en Europa y en Roma por aproximarse la guerra entre Francia y Prusia. Los padres conciliares asignaban suma importancia al hecho de que se realizara la cuarta sesión solemne y proclamara la constitución dogmática acerca de la Iglesia. Esta constitución contenía la definición de la infalibilidad del Papa cuando “ex cathedra”, es decir, oficialmente y en su carácter de Pastor y Maestro de todos los fieles y de acuerdo a su soberano poder apostólico, define y determina doctrinas de fe y de moral, reveladas por Dios y obligatorias para la Iglesia entera. A comienzos de julio, gran cantidad de los oradores que se habían prenotado para intervenir renunciaron a pronunciar sus discursos. Entre ellos se contaba también Strossmayer, quien lo comunicó así el 2 de julio de 1870[44]. Dos días más tarde, hicieron lo mismo los demás oradores y la discusión quedó concluida, declarándose oficialmente que esto había sucedido porque los obispos no podían soportar el calor durante cuatro horas diarias en el salón de actos. La presidencia mencionó entre los que habían renunciado a la palabra a Schwarzenberg, Blanchet, Dupanloup y Strossmayer. Por eso la mayoría del Concilio pudo sentirse satisfecha.



El 13 de julio, en la octogésima quinta congregación general se llevó a cabo la votación sobre el provecto total. Votaron 601 miembros del Concilio: 451 lo hicieron a favor, 88 votaron en contra y 62 en favor, pero a condición de que se tomaran en consideración sus observaciones.



El tiempo corría fatalmente. El 16 de julio se efectuó la congregación general del Concilio. El consejo internacional de la oposición decidió enviar a seis de sus adherentes al Papa Pío IX pidiendo: 1) que se cancelase del Capítulo III del proyecto la expresión plenitudo potestatis (plena potestad) y, 2) que se agregase en el IV, al definir la infalibilidad del Papa, “con el consenso de los obispos”. Los delegados de la oposición fueron los franceses (Darboy, Ginoulhiac y Rivet), los alemanes (Ketteler y Scherr) y el húngaro Simor. Estos entregaron la petición al Papa. Ketteler solicitó de rodillas a Pío IX que aceptase ambos puntos porque de este modo posibilitaría la unanimidad en el Concilio para la definición de la infalibilidad. Cómo y qué contestó el Papa, no la sabemos, pero la petición no fue tomada en consideración. Oficialmente se dijo en el Concilio que el Pontífice había entregado el asunto al Concilio mismo[45].



La relativa moderación de Strossmayer podemos entenderla mejor sí tomamos en consideración que Dupanloup solicitó por escrito al Papa que agradeciera a Dios y a los obispos, después de la solemne sesión, que la mayoría abrumadora se hubiese declarado por el privilegio de la Santa Sede, pero que el Papa, haciéndose cargo de los inconvenientes del tiempo estival reinante y pensándolo todo bien ante Dios, decidiera postergar para épocas mejores la definición de la infalibilidad, cuando los espíritus volvieran calmarse. Dupanloup, con el vigor de su elocuencia, trató de convencer al Papa de las buenas consecuencias que traería semejante decisión, pero Pío IX desechó la solicitud del obispo de Orleans después de haber rechazado las peticiones, mucho más modestas, de la oposición durante el curso de las sesiones del Concilio[46].



Un día antes de la sesión solemne, o sea el 17 de julio de 1870, se reunió la oposición para determinar qué actitud tomarían en aquélla. Hubo varias propuestas: Presenciar el acto y votar contra la definición; y si se les pedía someterse a la decisión de la mayoría, negarse. Algunos prefirieron no ir tan lejos y aconsejaron un sometimiento general a las decisiones del Concilio.



Por fin se pusieron de acuerdo y enviaron al Papa una carta común reiterando su disconformidad con la decisión de la mayoría, y anunciando al mismo tiempo su partida del Concilio en vísperas de la sesión, para que, en presencia del Papa, no se viesen obligados a votar contra su infalibilidad. La carta fue firmada por 55 padres conciliares, pero no se mencionaba siquiera la idea de que no fuesen a someterse a la decisión mayoritaria. Algunos miembros prominentes de la oposición no la firmaron como, por ejemplo, los cardenales Rauscher, Melchers y Ketteler. En efecto los opositores abandonaron Roma en vísperas de la sesión solemne que el día 18 de julio de 1870 voto la Constitución sobre la Iglesia y el dogma de la infalibilidad del Papa.



Sucedió entonces lo que había anticipado Strossmayer en su discurso del 2 de junio de 1870: De los 535 padres conciliares presentes 533 votaron por la definición, y contra ella solamente dos, sometiéndose luego a la decisión. De esta manera la definición fue votada “unánimemente', cosa que Strossmayer le resultaba tan cara y de tanta importancia. Mientras se celebraba la sesión solemne en la basílica de San Pedro, se desató sobre Roma un temporal con truenos y rayos, que los historiadores del Concilio comparan con el que descendió sobre el Sinaí, cuando le fueron entregadas las tablas de piedra a Moisés por Dios. En su breve alocución, Pío IX destacó que la autoridad suprema del obispo de Roma no destruye sino, contrario, protege los derechos de los obispos. Encomendó a Dios la Iglesia y sus representantes, deseando en su oración estrechar contra su pecho paternal a todos sus hermanos de episcopado, porque los ama, estima y quiere ser uno con ellos. Después de un Te Deum solemne y de haber impartido la bendición, todo quedó concluido a las 12.30 horas. Tomando en consideración las condiciones generales del Concilio y del mundo, Pío IX no dio la orden de hacer las salvas correspondientes desde el Castillo de San Angelo porque así los truenos y rayos del cielo se parecerían a los del Sinaí en el momento histórico de Moisés y la humanidad[47].



A pesar de que el Estado Pontificio fue liquidado, temporariamente, el 20 de setiembre de 1870, el Concilio Vaticano I marcó una nueva época en la historia de la Iglesia y de la humanidad. Un mes después de la liquidación de aquel Estado, Pío IX aplazó sin término al Concilio, condenó la violencia por la cual el Papa había sido privado de libertad y seguridad, y autorizó a los obispos presentes para que, a causa de tiempos tan difíciles como aquéllos, regresasen a sus respectivas diócesis.[48]


El Concilio aplazado así jamás volvió a ser convocado. Juan XXIII y Paulo VI, en el Concilio Vaticano II, han tratado de retomar esta o la otra cuestión dejada pendiente en aquél pero concebidas y dirigidas independientemente del I. Ninguno de estos dos Pontífices quiso proclamar nuevos dogmas ni lanzar nuevos anatemas.



No tenemos todavía una historia crítica del Concilio I. La de Granderath, especialmente en opinión francesa, resulta parcial e injusta para con la oposición, sin mencionar las de los protestantes y otros por su absoluta parcialidad y no ser fidedignas. En tiempos recientes vienen publicándose notas o apuntes de algunos participantes del Concilio Vaticano I, de donde podemos obtener también algunos detalles relativos a Strossmayer: Los hay desfavorables y favorables, llamándolo incluso “San Bernardo del Concilio Vaticano I.

Strossmayer abandonó Roma el 17 de julio de 1870, es decir, un día antes de la solemne definición de la infalibilidad. El 27 del mismo mes estaba ya en su Djakovo. El Concilio posibilitó la difusión de la gloria oratoria de este prelado por todas las latitudes del mundo, llamándolo alguno primus orator christianitatis (Primer orador de la cristianidad); los croatas le saludaron y felicitaron, uniéndose a ellos algunos otros pueblos eslavos, dentro y fuera de la Doble Monarquía. Uno de los mejores poetas croatas, Pedro Preradovic, le dedicó un poema, destacando sus virtudes oratorias y que terminaba: “Gracias a ti, la pequeña y despreciada Croacia, que el mundo casi olvidó, ha vuelto otra vez a ser conocida”[49].



Resultan interesantes los pormenores acerca del comportamiento de Strossmayer y de otros padres opositores después del Concilio. No hubo cismas, como lo esperaban los enemigos de la Iglesia, con excepción del movimiento de “viejos católicos” en la órbita del idioma alemán. Strossmayer fue el último obispo en la Monarquía austro‑húngara que publicó las decisiones del Concilio e hizo todo lo necesario de acuerdo con sus deberes de obispo. Döllinger y los “viejos católicos”, se esforzaron por atraerlo hacia su movimiento, pero, con excepción de algunas cartas, nada consiguieron de él. En esas epístolas alcanzó a decir, por pura emoción, algunas cosas que carecían de fundamento, pero es sumamente importante que rechazase el pedido de Friedrich para que consagrara como obispo algunos de los sacerdotes excomulgados[50]. De esto es fácil colegir como la conciencia de Strossmayer se mantenía despierta cuando se trataba de asuntos de importancia para la Iglesia. Mientras en el Concilio formulaba juicios tajantes, fuera de él y especialmente ante los historiadores del Concilio, dio pruebas de devoción filial y obediencia a la Iglesia y al Papa, siempre que aquéllas se requirieron.

En el curso de 1871, Strossmayer sostuvo correspondencia con Lord Acton, Döllinger y Reinkens, pero sus cartas no contienen elementos de importancia en este sentido. No puede negarse que Strossmayer tuvo la intención de recurrir a las personalidades mencionadas para que mitigasen un poco sus juicios acerca de la Iglesia, el Papa y el magisterio supremo de aquélla. Durante 1872 guardó silencio. Firmó el 26 de diciembre de 1872 su decisión sobre la publicación de los decretos del Concilio[51]. La publicación apareció en los números de vocero oficial Glasnik de la diócesis de Djakovo en el mes de enero[52]. Pasado algún tiempo, Strossmayer fue recibido por el Papa Pío IX en audiencia privada. Sobre ella escribió el 5 de febrero de 1873 a su amigo Francisco Racki, profesor de la universidad y sacerdote, expresándole muy elogiosamente: “Estuve en estos días con el Papa; me ha recibido de una manera muy bella. Lo que dicen los periódicos de la sumisión, es una leyenda. Le voy a contar todo a mi regreso”[53]. Granderath, a su vez, que no mostró compresión ante las ideas y la actitud de Strossmayer, alaba abiertamente su obediencia a la Iglesia y su filial fidelidad al Papa, la sinceridad al publicar los decretos conciliares y toda su actividad de obispo.



Entre los croatas no hubo casos de apostasía después de la definición de la infalibilidad del Papa. Al contrario, podríamos decir que, el amor y afecto de los feligreses crecieron evidentemente hacia la Santa Sede y el Papa. Aquel insignificante movimiento de los “viejocatólicos” que apareció en la Yugoeslavia monárquica después de la primera guerra mundial, no tuvo ninguna conexión, genética o ideológica, con la infalibilidad del Papa o con la actitud de Strossmayer en el Concilio aún cuando aquéllos trataron de asociar las ideas de Strossmayer, quien ya había muerto, con sus insostenibles posiciones.



El mismo año en que publicó los decretos del Concilio, Strossmayer sé retiró de la vida política (croata) activa, donde hasta esa fecha había desempeñado un papel visible. Para la política le faltó una contención serena, pues era un hombre emotivo, lo que se reflejó mal sobre su apreciación de las condiciones y sobre las decisiones a tomar. De él anotó su gran devoto E. de Laveleye: “Dice exactamente lo que piensa, sin omitir nada, sin consideraciones diplomáticas, con en entusiasmo de un mozo, y sagazmente como un genio”[54]. Los discursos de Strossmayer le aseguraron la celebridad en el mundo, y por ello ese obispo excepcional se liberó en breve de las contiendas políticas: tenía en aquel momento 58 años y le esperaba todavía un largo oficio episcopal lleno de éxitos, es decir, hasta el 8 de abril de 1905, en que el obispo de Djakovo cambió la mortalidad por la inmortalidad. Si los poderosos de este mundo hubieran valorado la actitud y el carácter de Strossmayer, en sus auténticas medidas, es verosímil que hubiera sido nombrado arzobispo de Zagreb y a la dignidad cardenalicia. Pero su conciencia permaneció siendo en él su permanente y más fiel consejero; lo mismo ante el emperador que ante el Papa dijo siempre lo que consideraba la verdad y lo justo, y por ello fue solamente el obispo de Djakovo. Se dedicó completamente desde ese momento al progreso religioso y cultural del pueblo de su diócesis de acuerdo al lema que hizo grabar en el frontis de su magnífica catedral, consagrada el 1 de noviembre de 1882 a San Pedro, primer Papa: “A la gloria de Dios, la unidad de las Iglesias, y la concordia y el amor de mi pueblo”.



No todo fue perfección en la vida y la obra episcopal de Strossmayer, pero su actividad obedeció siempre a grandes ideas, a realizaciones audaces y a una serie de éxitos, por los cuales Strossmayer se convirtió, de algún modo, en “padre espiritual de la Patria” para los croatas. Y en la Iglesia y el mundo cultural le aseguraron un recuerdo venerable y permanente. Sus ideas ecuménicas databan de años en que Juan XXIII todavía no había nacido, y continuarán vivas y dinámicas cuando ninguno de nosotros se encuentre entre los vivos. Sin ecumenismo no es posible la interpretación ni la comprensión de la vida y la obra de Strossmayer. Pero no fue víctima de las fantasías sin fundamento: Solía decir a sus amigos, en primer término al canónigo Franjo Racki (1828‑1894), precursor de la ciencia histórica croata, que la unión eclesiástica de los eslavos separados podría producirse hacia el fin del siglo XX. Si era un optimista o un pesimista en este su entusiasmo profético, es difícil todavía asegurarlo. Pero sin su ecumenismo no podríamos entender la actitud de Strossmayer en el Concilio, ni su mecenazgo, ni sus preocupaciones en el campo de la instrucción entre los croatas y los eslavos en general ni, incluso, su desempeño de obispo. Empero, el tiempo es el juez más justo para con las ideas y las actitudes de todos. En nuestra época los maestros más serios de la Iglesia, los precursores de las ciencias eclesiásticas lamentan sinceramente que el Concilio Vaticano I no hubiera podido cumplir más que con una parte de sus tareas. Por ello, fue definida la infalibilidad del Papa en una forma incompleta; no hubo tiempo suficiente para aclarar, de acuerdo a las ideas y propuestas de Strossmayer, el papel y la importancia de los apóstoles y los obispos. Muchas ideas de los no oportunistas, entre los cuales Strossmayer era uno de los más fervientes, resultan hoy muy oportunas y útiles para que la ciencia eclesiástica no se desarrolle unilateralmente[55].



Strossmayer era amigo del Papa Pío IX y, especialmente, de León XIII; los visitaba, pedía sus consejos, les presentaba sus propuestas, conducía a las peregrinaciones croatas y eslavas.



Todo cuanto llevamos dicho puede servir solamente como introducción al estudio de los discursos de Strossmayer en el Concilio Vaticano I. Su ecumenismo y la labor desarrollada por la unidad de las iglesias es un maravilloso ejemplo, digno de imitación todavía hoy y lo será después que la Iglesia se adentre profundamente en el tercer milenio de su existencia.



Roma, 1969.



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NOTAS
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[1] Y. M. ‑ J. Congar. 0. P., Chrétiens désunis, 2a edición, París 1964, pág. 39‑40.



[2] Ver Studia Croatica, Bueros Aires 1965, Vol, 1‑4.

[3] Th. Granderath und K. Kirch Geschichte des Vatikanischen Konzils, II band, Herder 1903 y III (Schluss-Band) en 1906.

[4] Hubert Jedin, Kirche des Glaubens - Kirche der Geschichte, Herder, 1966.

[5] S. Soloviev, La Russie et l'Eglise Universelle, París 1889, en el Prefacio.

[6] Granderath, Op. cit., vol. II, pág. 16.

[7] Ver Ferdo Sisic, José Jorge Strossmayer, Documentos y Correspondencia, Zagreb 1933, págs. 341‑344, donde se encuentra también este documento en latín.

[8] Ivan Sofranov, Histoire du mouvement bulgare vers l’Eglise catholique au XIX siecle, Editicn Desclée, Roma‑París‑New York‑Tournai, 1960, pág. 69.

[9] Este documento fue publicado en Katoliski List (Gazeta Católica) de Zagreb, en 1859, pág. 165‑166 y en la ya mencionada obra de F. Sisic.

[10] El documento pertinente se halla en obra citada de F. Sisic, pág. 434-438.

[11] Granderath ‑ Kirch, Op. cit., Vol. II, pág. 38‑44.

[12] Granderath ‑ Kirch, Op. cit., Vol. II, pág. 44.

[13] Granderath‑Kirch, Op. cit, pág. 46.

[14] Jedin, Kirche des Glaubens- Kirche der Geschicht, Vol. II, pág. 582.

[15] Ibídem.

[16] Janko Oberski Govori djakovaskog biskupa na Vatikanskom Saboru 1869-1870 (Los discursos del obispo de Djalkovo en el Concilio Vaticano de 1869‑1870, Zagreb 1929, pág. 8.

[17] Janko Oberski, Op. Cit., pág. 16.

[18] Lord Acton, Zur Geschichte des Vatikanischen Konzils, pág. 75.

[19] J. Oberski, Op. cit., pág. 28‑54.

[20] Granderath ‑ Kirch, Op. cit., Vol. II, pág. 175 y 400.

[21] J. Oberski, Op. cit., pág. 58 72.

[22] Granderath ‑ Kirch, Op. cit., pág. 400.

[23] Granderath ‑ Kirch, Op. cit., Vol II, pág. 402‑403.

[24] Granderath ‑ Kirch, Op. cit., Vol II, pág. 473‑477.

[25] Granderath ‑ Kirch, Op. cit., Vol II, pág. 655.

[26] J. Oberski, Op. cit., pág. 112.

[27] J. Oberski, Op. cit., pág. 114.

[28] F. Sisic, Op. cit., pág. 390‑392. Aquí está reproducida la carta‑petición en su texto latino íntegro.

[29] J. Oberski, Op. cit., pág. 114.

[30] Granderath‑Kirch, Op. cit., Vol. II, pág. 189.

[31] Ver F. Sisic, Op. Cit., Libro A, pág. 504.

[32] J. Oberski, Op. cit., pág. 96.

[33] J. Oberski, Op. cit., pág. 98.

[34] Oberjski, Op. cit., pág,. 102‑108.

[35] J. Oberski, Op. cit., pág 110.

[36] J. Oberski, Op. cit., pág. 114.

[37] J. Oberski, Op. cit., pág. 114-116.

[38] F. Sisic, Op. cit., Vol I en prefacio, pág. VII-VIII.

[39] Granderath ‑ Kirch, Op. cit., Vol. III, pág. 189‑190.

[40] Granderath ‑ Kirch, Op. cit., Vol. III, nota 6, pág. 584-585.

[41] T. Smiciklas, Esbozo de vida y obra del Obispo J. J. Strossmayer, Zagreb 1906, pág. 430-431.

[42] F. Sisic, Op. cit. Vol. III, libro IV, Zagreb 1931, pág. 505.

[43] Granderath‑Kirch, Op. cit., Vol, III, pág. 285‑286.

[44] Granderath‑Kirch, Op. cit., Vol, III, pág. 451.

[45] Granderath‑Kirch, Op. cit., Vol, III, pág. 478-481.

[46] Granderath‑Kirch, Op. cit., Vol, III, pág. 491-492.

[47] Granderath‑Kirch, Op. cit., Vol, III, pág. 494-501.

[48] Granderath‑Kirch, Op. cit., Vol, III, pág. 536-538.

[49] T. Smiciklas, Op. cit., pág. 117.

[50] Granderath‑Kirch, Op. cit., Vol, III, pág. 582.

[51] Granderath‑Kirch, Op. cit., Vol, III, pág. 584.

[52] F. Sisic, Op. cit., Vol. I, pág. 208.

[53] F. Sisic, Ibídem.

[54] E. de Laveleye: The Balkan Peninsula, Londres 1886, pág. 30. El prefacio a este trabajo fue escrito por el estadista británico W. Gladstone, que era devoto de Strossmayer y mantenía con él correspondencia.

[55] Ver: Y. M. J. Congar, Chrétiens Désunis, 1964, pág. 40, copiado del libro: Ephemerides theologicae lovanienses, 1932, pág. 728 en la crítica de Carton de Wiart, referente a la obra The Vatican Council, publicada por el benedictino Dom Butler.
 
Síntesis de los discursos
del Obispo Strossmayer
durante el Concilio Vaticano I
(1869-1870)

La verdad sobre sus discursos.

Tomado de

Ivan Tomas
"Studia Croatica" Volumen 32-35 - Año X
Buenos Aires 1969, pp. 54-88.
 
Primer discurso: 30 de diciembre 1869.[1]

En una breve introducción, Strossmayer destacó su manera sincera de hablar y de presentarse abiertamente, solicitando a los presentes que lo escuchasen con aquel espíritu de amor, que predicaban San Pablo y San Agustín. Al mismo tiempo anunció que iba a referirse al esquema propuesto sobre la constitución dogmática relativa a la doctrina católica y, luego, entraría en el contenido y la forma de la proposición[2]. Strossmayer conocía bien el Reglamento conciliar y resultaba para él claro que el Papa había determinado que las decisiones y los cánones del Concilio habrían de ser publicados en la siguiente forma: “Pius episcopus…, sacro approbante Concilio” (Pío obispo. . . con aprobación del Concilio), pero no obstante se atrevió a demostrar que le habría correspondido mejor otra forma más conforme con la tradición eclesiástica. La doctrina sobre las relaciones entre el Papa y la totalidad de los obispos, así como las necesidades de la Iglesia y el cristianismo contemporáneo, habría resultado más visible y más clara como el papel esencial desempeñado por los obispos al lado del Papa. Es especialmente digno de mención que Strossmayer expresamente puntualizara “collegium episcoporum” y los derechos de este “colegio de obispos” en la administración y la doctrina de la Iglesia. La insistencia de Strossmayer en esta mención de “colegio de obispos” parecía, hace cien años, a la mayoría de los padres conciliares y a los especialistas en teología como algo no muy claro, superfluo, incluso rebelde, porque la primacía y la infalibilidad del Papa protegían suficientemente a la Iglesia, a sus sacerdotes y a los fieles en su totalidad. Pero en tiempos del Concilio Vaticano II, el colegio episcopal y, después del Concilio, el sínodo de obispos católicos que se reúna de vez en cuando bajo la guía del Pontífice son ya instituciones que denotan significativos dentro de la Iglesia y en el mundo. Esta es ya por sí sola una justificación suficiente de la idea y los anhelos de Strossmayer así como de su entusiasmo, manifestado al defender la idea del colegio episcopal.

Al destacar la unidad y el necesario consenso del Papa y de la totalidad de los obispos en las decisiones conciliares y en toda la labor del Concilio, Strossmayer corroboraba no sólo la plegaria de Cristo en la última cena por la unidad de los apóstoles y sus sucesores hasta el fin del mundo en beneficio de la Iglesia, sino que proponía la modificación de términos en el espíritu del primer Concilio de Jerusalén, cuando las decisiones fueron tomadas bajo la siguiente rúbrica: “Visum est Spiritui Sancto et nobis…” (“Nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros…”) -Hechos 15, 28‑. Strossmayer afirmó que San Pedro ostentaba la primacía sobre los obispos, pero que la resolución fue llevada a cabo en nombre de todos los apóstoles, que tenían el deber y el derecho de predicar el Evangelio y fortificar a la naciente Iglesia en su propio nombre de otra autoridad, incluso de la más alta.

En favor de su propuesta, invocaba el moderno espíritu laico que trata de buscar soluciones a problemas generales en una forma de colaboración común. Cierto que la Iglesia no es una institución civil y democrática, que debería guiarse por votación de sacerdotes y feligreses como lo hacen los ciudadanos en los Estados constitucionales, pero Strossmayer menciona solamente el caso para ilustrar mejor su idea, acerca la concordancia y la unidad existentes entre el Papa y el episcopado. Invocaba también el Concilio tridentino que formuló sus resoluciones en nombre del Concilio entero y no sólo en nombre del Papa con la aprobación del Concilio, como se había previsto en el Reglamento del Vaticano I. Strossmayer subrayaba que el Concilio tridentino, su doctrina y la terminología han pasado ya a su sangre, y a la de toda la Iglesia, adentrándose igualmente en las escuelas teológicas, en los libros y en la vida práctica de la Iglesia. Por eso no alcanzaba a ver por qué debería abandonarse esa forma tridentina e introducir una nueva. Su propuesta era la de atenerse a aquélla.

Cuando, después de una breve polémica con los partidarios del Reglamento, expresó su deseo de que el Papa asistiese no sólo a las sesiones solemnes del Concilio sino también a las ordinarias y de trabajo, Strossmayer empezó por exponer su tercer argumento para el cambio de tal proposición, pero los presidentes del Concilio, cardenales De Luca y Capalti, cortaron abruptamente su intervención sin mucha consideración a sus palabras. Capalti aclaró que el Papa personalmente había determinado aquel artículo y que, en consecuencia, no había lugar para la discusión sobre un eventual cambio, ya que ello constituiría una ofensa a los restos de San Pedro en cuya basílica se celebraba el Concilio. La segunda razón que mencionó el presidente era la de que según la tradición de los Concilios, cuando los preside el Papa, son aquéllos los que formulan sus conclusiones en su nombre. Al pronunciar estas palabras. Capalti hizo un signo para que continuase su discurso y en el salón del Concilio se oyeron voces de aprobación para los presidentes[3].

Strossmayer se excusó luego cortésmente declarando que nada había dicho que pudiera ofender los derechos de la Sede apostólica y del Papa. Repitió también las palabras de Bossuet: que antes permitiría que su lengua se paralizase que decir algo contra la Santa Sede. Advirtió en seguida que las Actas del Concilio quedarían para la posterioridad, la cual fácilmente podría ver que Strossmayer nada dijo o hizo contra el Papa o la Santa Sede. Aclaró su ideal sobre el Concilio estableciendo que las decisiones debían ser formuladas unánimemente y con el consenso de todos los padres conciliares, para que la Iglesia aparezca así ante el mundo como una firme falange de guerra, como un castillo en la altura, firme en el amor y la obediencia para el bien de todos los pueblos cuando el mundo no encuentra paz ni concordia y sigue siendo la víctima de guerras, conflictos y litigios.

Al referirse al contenido del proyecto, Strossmayer le reconoce más cultura escolar que sentido para la vida práctica y las necesidades de las generaciones contemporáneas. Propone Juego modificarlo en el sentido de que el estilo debería ser más vivo y más adaptado a la concepción moderna; deberían omitirse los nombres de los grandes heresiarcas, por carecer de relevancia y ser ya desconocidos para muchos. Acentúa que el hombre moderno necesita que se le presenten las doctrinas eclesiásticas siempre renovadas y en forma breve y clara. Tanto más cuanto que el enemigo no trata de atacar una u otra institución o la verdad eclesiástica, sino que su objetivo es erradicar del alma humana toda la creencia religiosa. Esta campaña antirreligiosa se lleva a cabo especialmente en los diarios y los libros. Por eso propone concretamente que se modifique la agenda de acuerdo con la experiencia y las indicaciones de los obispos de las grandes ciudades, donde se desarrolla la lucha enfurecida contra la religión.

Como Strossmayer miraba proféticamente lejos en el futuro, se puede desprender especialmente que su propuesta tendía a que se eliminasen del texto los términos y expresiones groseros e injustos como: anticristo, vergüenza, lástima, maldito, odio, ateísmo monstruo de errores, peste, cáncer y otras palabras semejantes, descorteses y ofensivas.

En lugar de ellas y por ser inconvenientes propone usar las de Cristo crucificado, el Galileo piadoso, buen pastor, padre misericordioso, que aceptaba siempre en su seno al hijo pródigo y arrepentido. Cristo había tratado piadosamente a la samaritana cerca de la fuente de Jacobo. Así la Iglesia, al condenar los errores, debe permanecer como madre de los pueblos y de las generaciones, debe sentir el amor y la comprensión hasta con los extraviados. Aunque la Iglesia condena los errores, ama a los extraviados y, con el amor los vence y reconquista para la unidad.

A pesar de que los presidentes conciliares tenían motivos de procedimiento para oponerse a Strossmayer, su aprecio personal, gracias a su serena y consecuente conducta en el Concilio, creció no sólo en la oposición, que era una minoría, sino también en las filas de la mayoría, sin mencionar el aplauso en su honor y su renombre en la prensa mundial y entre los opositores de todo el mundo más adelante[4]. Después de este discurso de Strossmayer, el obispo de Orleans, Mons. Dupanloup, declaró: “Le Concile a trouvé son homme” (El Concilio ha encontrado a su hombre). Durante la tarde de aquel mismo día se presentaron los obispos de América y de Francia para felicitar a Strossmayer, de quien ‑dijeron‑ se enorgullecía su patria, Croacia. En los días siguientes hubo críticas a los presidentes que le cortaron la palabra durante su discurso.

Ya antes de terminarlo, los padres conciliares estaban divididos en una mayoría y una minoría a causa de si era ésta, o no, la oportunidad para una definición dogmática de la infalibilidad. El dilema había sido ya discutido vivamente antes del Concilio entre los católicos y los cristianos separados. Strossmayer figuraba entre los que se oponían a la infalibilidad dogmática, pero la oposición quedó en minoría.

Segundo discurso: 7 de febrero de 1870.

Strossmayer pronunció un discurso el 7 de febrero de 1870, refiriéndose, según el orden del día, a la vida y dignidad de los sacerdotes[5]. En él hallaron expresión su experiencia pastoral y su convicción democrática en lo referente a las relaciones del obispo con los sacerdotes. Empezó acentuando la necesidad de destacar en el orden del día conciliar la dignidad elevada y divina del sacerdocio, lo que permitiría con más facilidad deducir de ellas los derechos y deberes de los sacerdotes. Así como los obispos ‑destacó Strossmayer‑ defienden con decisión sus derechos, los sacerdotes merecen la protección paternal y la comprensión por parte de los obispos, puesto que son sus hermanos, cosacerdotes, colaboradores en la viña de Dios. Los sacerdotes ejecutan la mayor parte de la labor de la Iglesia; sin su amor, sin su confianza y adhesión, serían vanos el oficio y los esfuerzos de los obispos. Strossmayer sabía bien por experiencia que los maliciosos tratan de provocar riñas y litigios entre los sacerdotes y sus pastores. Por eso propuso eliminar del proyecto los párrafos sobre los vicios y los fenómenos negativos generales de los sacerdotes del clero francés. Alabó luego a la iglesia francesa por su actividad misionera en todos los rincones del mundo, por su excelente comportamiento en tiempos de persecución, por sus esfuerzos científico-teológicos y por la defensa de la fe en general. No es conveniente tocar las llagas de la Iglesia, si, a la vez no aportamos la medicina, agregó. Posteriormente, agradeció a Dios que la Iglesia en la actualidad no tuviera los vicios que sí en la época del Concilio Tridentino. Si entre un tan gran número de sacerdotes hay también algunos débiles, éstos constituyen excepción, afirmó Strossmayer. A fin de cuentas, hasta el propio San Jerónimo reconoció que también los sacerdotes tenían su debilidades y sus vicios, debiendo hacer penitencia por sus pecados. En el colegio de los apóstoles hubo un traidor, Judas, y Pedro mismo había negado a Jesús.

En los procesos contra los sacerdotes, Strossmayer pedía procedimientos justos y correctos a fin de que el sacerdote se convenciese de que las medidas legales que se le aplicaban eran justificadas. Los maliciosos, por ejemplo, en Austria, destacan que el Concordato disminuye los derechos del emperador, dando a la Iglesia demasiada libertad, mientras por otro lado afirman que el Concordato otorga derechos solamente a los obispos, olvidándose casi por completo de los sacerdotes subalternos. Así procuran crear el descontento en la Iglesia y en el Estado y causar una escisión entre los más altos y los más bajos oficios. Recordó seguidamente su experiencia pastoral: sus sacerdotes le transmitían esa clase de acusaciones, pero él se esforzaba en explicarles con mayor exactitud la utilidad del Concordato tanto para la Iglesia como para el Estado, e incluso para los obispos y los sacerdotes.

En la misma oportunidad Strossmayer recomendó la necesidad del progreso de los sacerdotes en las ciencias profanas y eclesiásticas. Los primeros siglos del cristianismo se reconocía a los cristianos por su amor reciproco, por su hermandad y abnegación hacia el prójimo. En los tiempos modernos la vida del sacerdote debe ser una pagina abierta del Evangelio, para que en ella puedan leer los cultos y les incultos qué son el cristianismo y la Iglesia. Los enemigos contemporáneos de la Iglesia, señalan con el dedo el “oscurantismo” y el “atraso” de los sacerdotes. Por eso Strossmayer, teniendo presente el ejemplo de San Jerónimo. recomienda el estudio de la Biblia, expresa su admiración por los hombres doctos de Francia, especialmente por Ravignan, Lacordaire, Félix, etc., que desean que por todas partes surjan nuevos Ambrosios para convertir a nuevos Agustines y hacerlos protagonistas de las generaciones cristianas. Un reconocimiento especial formula para los obispos alemanes por su empeño en obtener las universidades católicas.

Contra la inundación de la prensa corrompida Strossmayer propone crear la prensa católica, que no sólo debería defender a la Iglesia sino también imbuir a la sociedad contemporánea en los principios cristianos y alentar a la juventud. Los obispos deben dar ejemplo en la propagación de las ciencias católicas. Sin pecar contra la modestia, Strossmayer pudo mencionar todo cuanto hizo por su pueblo croata al fundar la Academia de Ciencias y de Arte en Zagreb e iniciar labor para la organización de la Universidad.

Condenó en la misma ocasión toda actividad comercial de los sacerdotes, que otros conciliares miraban con más tolerancia. El ejemplo del traidor Judas ilumina con clara luz las consecuencias del comercio de los servidores de la Iglesia; por ello está prohibido en América, Francia, Alemania, Hungría y Croacia. Pero al mismo tiempo, Strossmayer condenaba la negligencia de los obispos y de otros dignatarios eclesiásticos en llenar las necesidades materiales de los sacerdotes. Concretamente citó el ejemplo italiano, donde las condiciones en este sentido no son ciertamente dignas de elogio. Pero simultáneamente destacó le preocupación de Benedicto XIII por los sacerdotes de Roma, que debería constituir un ejemplo para el clero de todo el mundo.

Terminó Strossmayer su discurso expresando su descontento por las insuficiencias técnicas del salón del Concilio y por la falta de confianza entre los padres conciliares, pero depositándola en el Espíritu Santo, quien sabe convertir las debilidades humanas en bienes para alcanzar objetivos más altos.

Esta intervención no encontró un eco negativo en el Concilio, ya que fue enteramente dedicada al progreso de los sacerdotes y al mejoramiento de las relaciones entre el clero y el episcopado.

Tercer discurso: 24 de febrero de 1870.

Con su franqueza habitual y ya desde el comienzo de su discurso, expresó su descontento por haberse insertado en el programa del Concilio muchas cesas que no deberían figurar en él y omitido otras que, por su importancia, tendrían que ser debatidas. Idéntica crítica formuló por el hecho de haber antepuesto el tratamiento de los deberes de los obispos al de sus derechos y dignidades, ya que éstos son como la moneda otorgada por el Señor y que deben devolver con los más altos intereses a Dios, Eterno Juez. Hizo también la observación de que no se hubiera planteado en primer término el problema de la suprema autoridad de la Iglesia o, mejor, de la autoridad de los cardenales, como lo había propuesto el purpurado Schwarzenberg. Strossmayer advirtió que ya en el Concilio Tridentino se discutió la necesidad de la reforma del colegio cardenalicio. Aquel Concilio ‑dijo el orador‑ intentó internacionalizarlo a fin de que pudieran participar en la elección del Papa todos los pueblos y que aquél se convirtiese de esa manera en centro y foco de toda la Iglesia, atrayendo así a todos por igual. Además, los cardenales, en su calidad de colaboradores más íntimos del Papa, deben discutir y ocuparse de los problemas de la Iglesia universal, por lo cual sólo reunidos en un colegio compuesto por los representantes de varios pueblos éstos podrían tener en ellos a sus abogados y protectores. Únicamente les cardenales elegidos de esta manera conocerían a fondo las condiciones específicas de la Iglesia en las diferentes partes del mundo. Los cardenales cumplirían una función de enlace y serían el eslabón de la unidad cristiana con la Santa Sede, hacia la cual dirigen sus miradas. Lo harían empero con más confianza y fervor si vieran a sus cardenales al lado del Papa. Strossmayer exigió también la internacionalización de los más altos puestos de la administración eclesiástica y de las congregaciones romanas, porque al modificárselas así, adquirirían un mejor conocimiento del mundo y se desempeñarían también con más eficacia en sus tareas.

Estas propuestas de Strossmayer, sólo hallarían un eco favorable en el Concilio Vaticano II. Sólo ahora se está realizando el proceso de internacionalización de la Curia Romana. Así, por ejemplo, un connacional de Strossmayer, nacido el año de la muerte de éste, el cardenal croata Francisco Seper, encabeza la Congregación para la doctrina de la fe, mientras el cardenal Villot, francés, es el Secretario de Estado de Paulo VI. Son dos puestos de los más importantes, ocupados por no italianos.

Strossmayer se quejó también, en el discurso que exponemos, de que no se hubiera incluido en la agenda el tema de la nominación y ocupación de las sedes vacantes de obispos, aún cuando su libertad y su progreso dependen de los méritos de los obispos. La propuesta, redaccional en el sentido de que la Iglesia, para defender su libertad, debería buscar el apoyo de los Estados y sus jefes, le pareció a Strossmayer ineficaz, y además peligrosa, porque los tiempos han cambiado y los gobernantes, en lugar de su ayuda, pueden imponer la sumisión de la Iglesia; ineficaz, porque los soberanos, de acuerdo a las Constituciones, no pueden dar ya su protección a la Iglesia. Strossmayer era de opinión que la mejor y más eficaz protección a la Iglesia debería basarse en el derecho público y las libertades públicas de los países. De acuerdo a la admonición del Señor, la Iglesia debe poner su espada en vaina. En lugar de los antiguos y piadosos gobernantes, gobiernan hoy hombres sin un legítimo mandato, sin autoridad; y son los ministros quienes deciden por ellos. Tienen sus objetivos propios sin interesarse por la Iglesia e incluso tratando de hacerle daño. El obispo de Djakovo recalcó que la mayor defensa de la Iglesia y de su progreso está en les hombres viriles de Dios, en les obispos decididos y de gran virtud, quienes, a la manera de Crisóstomo, Atanasio, Ambrosio y Anselmo, saben luchar por la libertad de Iglesia.

Por eso Strossmayer propuso dar una vuelta a la antigua costumbre de la Iglesia de convocar a los sínodos provinciales, que desempeñaron un considerable papel en la nominación de los obispos. En efecto, en el momento de la convocatoria del Concilio Vaticano I, algunos soberanos tenían ‑como, por ejemplo, el emperador de Austria‑Hungría‑ un antigua derecho de ingerencia en la nominación de los obispos. El Concilio debía tratar de convencerles de la conveniencia de que renunciasen a tal derecho. Consideraba además, que los soberanos, usando una forma adecuada, accederían a tal demanda si el Concilio realizase una reforma decisiva del colegio cardenalicio y de otras instituciones eclesiásticas. En su opinión, los medios de comunicación modernos se hallan lo suficientemente desarrollados para facilitar la convocatoria de sínodos y concilios generales. El orden estatal y social empieza a sentirse inseguro y, por lo tanto, la Iglesia no debe apoyarse sobre los Estados. Por el contrario, es ella la que puede rendir grandes servicios a la sociedad mediante sus principios y la vida sana de sus feligreses.

El anhelo de les pueblos de solventar siempre y cada vez más sus problemas en los parlamentos comunes, dice Strossmayer, lo han aprendido de la Iglesia Madre y Maestra universal (he aquí el título de la importante encíclica de Juan XXIII), cuando ella misma a menudo convocaba a sus sínodos y concilios.

Por eso Strossmayer invoca el Concilio Tridentino y el de Costanza, cuando se proponían convocatorias más frecuentes. Mientras el Concilio Tridentino había recibido una instrucción de Pío IV en el sentido de convocarlos cada veinte años, el de Costanza había decidido, bajo la guía de Martín V y Eugenio IV, hacer la convocatoria cada diez años. Al invocar este hecho histórico, Strossmayer afirmó que si se hubieran convocado concilios en el siglo XVI con más frecuencia, no se habría producido la Reforma. Por eso propuso que, de no ser posible atenerse a las decisiones del Concilio Tridentino, por lo menos se convocasen concilios cada 20 años de acuerdo a la fórmula establecida por el de Costanza.

Strossmayer proclama la unidad de la Iglesia, pero se pronuncia contra quienes querrían reducirlo todo a un tipo de actividad, debido a que no ven la belleza en la diversidad de las cosas que no son esenciales para la Iglesia. Acentúa, por eso, que él entiende perfectamente las condiciones y las necesidades de la Iglesia de Francia, defendiéndola contra las acusaciones de estar infestada por el galicanismo.

Haciendo referencia a su experiencia con los obispos ortodoxos, declaró que éstos temían perder su tradición, sus costumbres, ceremonias Y privilegios al unirse con Roma; pero él había tratado de convencerlos de que el objetivo de la Santa Sede era proteger y vigorizar los derechos especiales de cada una de las Iglesias as¡ como la idea de que, para los cristianos separados, la unión con Roma era de importancia vital. “Hasta ahora he hablado a sordos”, decía textualmente, y expresó luego su temor de que las cosas empeorasen si se realizaran las tendencias centralizadoras de algunos padres conciliadores. Reiteró más tarde estar pronto para sacrificar su vida por los derechos de la Santa Sede y la unidad de la Iglesia, pero recomendó prudencia en el respeto de las peculiaridades de cada jurisdicción eclesiástica.

En calidad de parlamentario y de ex Gran Zupan (gobernador), impugnó la opinión de algunos prelados de que un obispo no podría, por momentos, abandonar su diócesis por razones de Estado o por razones patrióticas. Los sacerdotes y los obispos son también partes integrantes de su pueblo, dijo, empeñados en el bien común. Como lo destacaba Bossuet, Cristo lloraba por la suerte de su pueblo y de Jerusalén; y San Pablo quiso incluso ser maldecido por su pueblo. Citó luego el ejemplo de Hungría y Croacia, donde nadie reprocha a un honesto sacerdote su participación en la vida pública. En consecuencia, es su opinión que la Iglesia no debe prohibir tal actividad. Sus palabras en este sentido tenían una inspiración profética: “Non quaerat concilium Vaticanum, ut iura civilia sacerdotum et episcoporum minuantur; id praestantissimus praesul hoc tempore ne immutet. Nam tempus illud est, ut post parvum tempus nos omnibus iuribus civilibus simus privandi”. De estas palabras del obispo croata es fácil desprender como preveía la época en que los obispos y los sacerdotes quedarían privados de todos sus derechos civiles. Esto sucedió, en forma abrupta, en 1945 en la patria de Strossmayer, Croacia, así como en muchas otras partes de Europa y del mundo.

Strossmayer habló de las relaciones entre nuncios y metropolitanos como si hubiera tenido presentes las condiciones generales de la segunda mitad de nuestro siglo: destacó la imperiosa necesidad de una confianza recíproca en el amor fraterno entre obispos, metropolitanos y nuncios, aborreciendo las denuncias entre dignatarios eclesiásticos.

Al pedir las convocatorias sinodales provinciales, Strossmayer abordó la cuestión de los vicarios capitulares y abogó para que se concediesen a los vicarios apostólicos, sin son obispos, los mismos derechos de los prelados residenciales. Al finalizar su discurso, recomendó que las leyes eclesiásticas se acomodasen a las condiciones y necesidades de los tiempos modernos, expresando su esperanza de que el Concilio formaría una comisión especial de expertos para este fin[6].

Analizando este discurso, era fácil deducir, como la han hecho Granderath y otros historiadores que no simpatizaban con él ni con la oposición, que Strossmayer dio un rodeo a las disposiciones del orden del día conciliar y propuso con habilidad muchas de sus ideas y concepciones siempre en forma inoficial y casi inadvertida. Granderath como si quisiera, incluso, alabar “la elocuencia del obispo de Djakovo”, destaca con reconocimiento su preceder y el de sus simpatizantes al expresar francamente cuanto llevaban en el corazón y comunicarlo al Concilio. El reproche de los historiadores formulado a Strossmayer y otros oradores de la oposición en el sentido de haber hablado en forma bastante vaga e indeterminada, es comprensible, puesto que Strossmayer y los demás opositores lo hicieron así de propósito; querían hablar de los problemas que consideraban de importancia, pero que no figuraban en el reglamento y el orden del día del Concilio[7]. Strossmayer recalcaba continuamente el deber de su “conciencia”“ y, cuando se trataba de su deberes de obispo, de sacerdote, de hombre y de patriota, habló con decisión y claridad en la medida en que pudo hacerlo; y donde cabía esperar una fuerte reacción, supo también aprovechar la tribuna para atraer la atención de un auditorio adverso. Así procedió durante aquella labor acelerada del Concilio y, si se hubiera dispuesto de más tiempo para las sesiones, es muy probable que hoy contaríamos con más intervenciones importantes de Strossmayer en las que habría hecho propuestas, sugestiones, etc. que nos revelarían su preocupación por la Iglesia y por la unión de los cristianos separados con Roma.

Cuarto discurso: 22 de marzo de 1870.

Strossmayer fue interrumpido bruscamente durante su primer discurso en el Concilio por su propuesta de modificar el artículo del proyecto. El 22 de marzo, habló en una discusión especial acerca del texto ya modificado, referente a la fe católica. Ambas cosas son sumamente significativas para comprender el clima general que reinaba en el Concilio Vaticano I, inimaginable ya en el II.

Comenzó advirtiendo en su disertación que iba a ser parco en palabras por hallarse indispuesto y por las adversas condiciones del salón de conferencias, donde muchos de los presentes no podían oír al orador. No tocó el estilo del proyecto, aun cuando no lo aceptaba. Pasando al meollo de la cuestión manifestó su satisfacción por haberse aceptado, al menos algo de sus propuestas para que se destacase mejor el papel de los obispos en las definiciones conciliares. La aceptación fue la siguiente fórmula: Sedentibus vobiscum et iudicantibus universi orbis episcopis (Hallándose y opinando con nosotros los obispos de todo el mundo). Strossmayer propuso, además, agregar después de la palabra iudicantibus el vocablo definientibus, porque iudicare (opinar) carece de aquella fuerza que tenía antes, mientras el término definire concuerda con la tradición conciliar, cuando los obispos firmaban: Judicans et definiens subscripsi (Opinando y determinando firmé) o definiens subscripsi (firmé determinando), como se usaba en el Concilio Tridentino.

Dirigiéndose a los presentes, advirtió, al modo de San Cipriano en su libro De Unitate Ecelesiae, que siempre quedasen obedientes al primado eclesiástico y listos para morir por él. Pero en seguida agregó que los derechos de los obispos son también de origen divino, y no propiedad de cada uno, no pudiendo renunciar a ellos, sino más bien usarlos en beneficio de la Iglesia y del pueblo.

Otra observación que formuló entonces Strossmayer, se refería a las expresiones severísimas contra los protestantes, a pesar de que el Concilio había atacado directamente al panteísmo como la fuente de tantos errores. Recalcó que con anterioridad al protestantismo hubo focos de racionalismo en el siglo XVII dentro del humanismo y el laicismo. Así, por ejemplo, en Francia, Voltaire y los enciclopedistas, sin relación alguna con el protestantismo, formularon doctrinas muy perniciosas y errores no sólo contra la religión sino también contra el orden social. Aportando argumentos como justificación del protestantismo, Strossmayer se remontó idealmente a los primeros siglos del cristianismo en los que se vieron errores similares a los del protestantismo. Para demostrar que era injusto achacar todo el mal a los protestantes, citó el caso de Leibnitz y de Guizot, ambos protestantes. Guizot se opuso al libro de Renán contra la divinidad de Jesús. Por eso recomendó a los sacerdotes leer la obra de este autor, en la que deberían hacerse algunas pequeñas enmiendas. Al oír murmullos de protesta, el orador dijo textualmente: “Considero que hay todavía muchos entre los protestantes que siguen el ejemplo de aquellos varones ‑en Alemania, Inglaterra y América‑, que todavía siguen amando a nuestro Señor Jesús por lo que son merecedores de que se les aplicaran las palabras de San Agustín: «Están en el error, en el error, pero deambulando creen estar en la verdadera fe» (los murmullos continuaban, pero Strossmayer continuó) : “Son heréticos, verdaderamente heréticos, pero nadie los considera tales”. El cardenal De Angelis, presidente, advirtió brevemente al orador que evitara “las palabras que en algunos presentes provocaban el escándalo”. Mientras Strossmayer intentaba proseguir su discurso, el cardenal Capalti desde la presidencia del Concilio, explicó que no se trataba de protestantes sino del protestantismo como sistema, de donde provinieron tantos errores y que, en consecuencia, en el texto del proyecto no hubo ofensa para los protestantes. Agradeciendo a la presidencia por su advertencia, agregó que esas razones no le podían convencer de que todos aquellos errores surgían del protestantismo: “Yo considero con toda seriedad, que entre los protestantes hay no uno u otro que ama a Jesucristo, sino que hay una multitud de ellos”. Al pronunciar estas últimas palabras, muchos de los presentes protestaron en voz alta. El presidente hubo de advertir a Strossmayer que el Concilio Tridentino había considerado ya al protestantismo y que él debía referirse al artículo propuesto y no a asuntos que escandalizan a los obispos.

Fiel a su fibra temperamental Strossmayer declaró que daba por terminada su intervención, pero al mismo tiempo afirmó que muchísimos protestantes deseaban de todo corazón que nada se dijera o decidiera en el Concilio que pudiese poner nuevos obstáculos a la gracia que está operando entre ellos. Recordó que en el Concilio Tridentino se debatió sobre el protestantismo con consideración y que los protestantes habrían sido bien recibidos en aquel Concilio si se hubieran presentado. Se entabló entonces una rara conversación entre el presidente Capalti y Strossmayer: Capalti afirmaba que el Papa, al convocar el Concilio, había invitado paternalmente también a los protestantes; que la Iglesia trataba a todos maternalmente, que han incurrido en el error, mientras el error condena, advirtiendo a Strossmayer que se atuviera al tema en su discurso. En una atmósfera de excitación y clamor generales, Strossmayer trató de terminar su discurso, quejándose contra estas condiciones bastante tristes que se imponían en el Concilio. También formuló su advertencia de que no aprobaba la idea ‑ya aceptada‑ de votar las conclusiones conciliares por mayoría de sufragios, puesto que desde tiempos muy remotos estas decisiones se adoptaban por unanimidad. Capalti le contestó que esa cuestión podía ser discutida cuando se estaba tratando el proyecto. Todo eso había causado un tremendo barullo en el Concilio, donde protestaban por un lado los presidentes de aquél, y Strossmayer por el otro. De todos lados pudieron oírse las ofensas más indignas contra Strossmayer: para quienes censuraban su discurso, Strossmayer era Lucifer, Lutero, un condenado, indicándole otros que abandonase la tribuna, mientras él insistía en la idea de la antigua unanimidad necesaria para las conclusiones eclesiásticas, recalcando su fe en la inmutabilidad de la Iglesia y la necesidad de continuar en esa unidad; finalmente, pidió disculpas por sus palabras si no habían sido en todo momento adecuadamente usadas, y decidió abandonar la tribuna. Los obispos presentes se apretujaban por salir de la sala de conferencias, mientras la presidencia anunciaba la próxima sesión y su programa. Resulta un tanto extraño, que Granderath acuse a Strossmayer por este desorden, justificando el procedimiento de la presidencia, pero que al mismo tiempo agregue que los obispos “pudieron haberse comportado más serena y dignamente”[8]. Un fenómeno semejante en este nuestro momento histórico ecuménico parece casi imposible en tiempos de Pío IX.

Los adversarios de la infalibilidad que escribieron la crónica y la historia del Concilio Vaticano I, Lord Acton y Friedrich especialmente, atribuyeron a Strossmayer palabras e ideas que no se mencionan en las actas del Concilio, lo que nos autoriza a decir que Strossmayer no las pronunció porque, en caso contrario, aquéllas se hallarían anotadas por los estenógrafos. La prensa mundial escribió sobre esta sesión tan agitada de acuerdo a la orientación de cada diario (o periódico): mientras algunos destacaban a Strossmayer como al protagonista de la libertad y el progreso, otros lo vituperaban como a un herético.

Es un hecho que también dentro del círculo de sus adherentes Strossmayer encontró reproches. Así, por ejemplo, el cardenal Schwarzenberg, el 23 de marzo de 1870 le hizo una visita y durante ella le reprochó “haber hablado demasiado, haber ido demasiado lejos y comprometido también a los demás” y cosas por el estilo. Strossmayer se sintió molesto por esta actitud del cardenal y habría decidido abandonar el grupo de los obispos alemanes que se había formado por su propia iniciativa. El mérito de que no se produjera la ruptura en la oposición se debe a los obispos franceses, especialmente a Dupanloup, que expresaron su plena conformidad con el discurso de Strossmayer[9].

Quinto discurso: 2 de junio de 1870.

Una importancia esencial en este sentido tiene el discurso de Strossmayer, pronunciado el 2 de junio de 1870. En él se halla contenida la esencia misma de su actitud ante la inminente definición de la infalibilidad. Fue su última alocución en el Concilio.

Strossmayer acerca de la inoportunidad de la definición de la infalibilidad

Dentro del cuadro de nuestro modesto trabajo resulta casi imposible analizar (estudiar) todas las facetas de la compleja y tan peculiar personalidad de Strossmayer. Su sola documentación exigiría una amplitud tal que eclipsaría el papel desempeñado por él en el Concilio. No tenemos intención alguna de escribir su apología ni indagar tampoco sobre los orígenes inspiradores de sus ideas acerca de la infalibilidad pontificia, ni siquiera acerca de la similitud o diferencias entre sus opiniones y las de los demás padres conciliares de su grupo.

Strossmayer, en efecto, creyó durante toda su vida en la infalibilidad de la Iglesia y en el papel del supremo maestro y jefe de la Iglesia que pertenece al Papa. Antes de concluir su discurso contra la definición el 2 de junio de 1870 dijo textualmente: Ideo mihi videtur factum esse, quod Ecclesia catholica octodecim saeculorum decursu divinam infallibilitatis suae praerogativam maluerit exercere potius quam definire (Me parece en efecto, que la Iglesia ha preferido ejercitar su divina prerrogativa de la infalibilidad en el curso de 18 siglos, antes que definirla)[10].

En el tercer fragmento de su discurso después de la precedente formulación, adujo su argumento más importante contra la oportunidad de la definición de infalibilidad: Schisma orientale, iam, non amplius graecum dici debet, sed proh dolor schisma slavicum, quorum octoginta milliones ab Ecclesia catholica extorres vivunt, qui suae autonomiae, suis particularibus ¡uribus addictissimi sunt, et nihil aliud tantopere aversantur, quam illud quod vel suspicionem ingerere istis possit, quod autonomiae et iurium suorum periculo sit. Ego inter Slavos meridionales moror, ex quibus octo milliones schismatici, tres autem milliones catholici sunt. Ego non possum satis divinae misericordiae gratias agere, quod gens Croatorum, quam tantopere diligo, sit catholica, et possum dicere in tota cordis mei sinceritate, Sedi apostolicae addictissima (El cisma oriental no debe llamarse ya cisma griego sino, desgraciadamente, cisma eslavo, porque 80 millones de eslavos viven fuera de la Iglesia católica. Estos son adictísimos a su propia autonomía, a sus derechos especiales, y en nada se muestran tan suspicaces como en aquello que podría poner en cuestión esta su autonomía y sus derechos. Yo estoy trabajando entre los eslavos meridionales, de los cuales 8 millones son cismáticos, mientras sólo 3 millones son católicos. Nunca puedo agradecer lo suficiente a la misericordia divina que el pueblo croata, al que tanto amo, sea católico, y puedo decir con toda la sinceridad de mi corazón, que es muy adicto a la Santa Sede)[11].

Esta declaración de Strossmayer es necesario completarla con un párrafo de una carta del día 11 de diciembre de 1875 dirigida por él a Pío IX, refiriéndose al papel esencial de los croatas entre los eslavos meridionales: “Los croatas son el único pueblo católico entre los eslavos meridionales que han permanecido hasta ahora, aún en las condiciones más difíciles, fieles a la fe católica ... Es de suma importancia que los croatas permanezcan adictos, con toda su alma y todo su corazón, a la fe católica, porque así están en cierto sentido predestinados a convertirse en levadura que penetrará, con la ayuda divina, en toda la multitud de los eslavos meridionales, y devolviéndolos al seno de la Iglesia católica”[12].

Por haberse mencionado así en el plan de Strossmayer al pueblo croata como levadura de la unidad cristiana entre los eslavos meridionales, hemos de prestar atención a un fragmento de su discurso del 2 de de junio de 1870. Después de haber expuesto en él la situación religiosa de los croatas y los eslavos meridionales en general, explicó la razón principal de su temor ante la definición de la infalibilidad del Papa: Verum si haec definitio effectum habeat, vereor, ne, quantum nos scimus, illud fermentum bonum a Deo praedestinatum reliquam Slavorum massam penetret et ad unitatem reducat; vereor ne nova nobis pericula impendant, et ex nostris quidam misere ab unitate Ecclesiae rescindantur, summo certe ‑ quicumque novit historiam nostri temporis ‑ summo et gravissimo humanitatis et omnis futurae culturae detrimento (Pero si esta definición se lleva a cabo, tengo miedo de que aquella buena levadura, predestinada por Dios, por cuanto alcanzo a saber, no pueda penetrar en la restante multitud de eslavos ni tampoco devolverlos a la unidad eclesiástica; temo que nos amenace nuevo peligro y que ‑como puede temerlo quien conoce la historia de nuestro tiempo‑ alguno de entre los nuestros no rescinda tristemente esa unidad eclesiástica, lo que redundaría por cierto en gravísimo detrimento de la humanidad y de toda la cultura futura)[13].

Ha quedado atrás el Concilio Vaticano I, pero las palabras transcriptas de Strossmayer no han perdido actualidad y en ellas brilla la perspicacia de este hombre de Dios: el principal obstáculo para la reconciliación y unión tanto de los ortodoxos como de los protestante con Roma sigue siendo el dogma de la infalibilidad del Papa.

Después de haber destacado, brevemente, estas grandes preocupaciones e ideas de Strossmayer, proyectaremos un vistazo sobre su discurso, que fue proclamado por Granderath “sehr elegante und sehr schöne Rede” (muy hermoso y elegante)[14]. Granderath no oculta su admiración por el estilo y la magnificencia de la forma de sus disertaciones, pero le reprocha no ser más profundo en la explicación de sus ideas.

Las dificultades en la concepción de Strossmayer acerca de la relación del Papa y el episcopado

Al iniciar su intervención, Strossmayer subrayó la conexión del episcopado con el Papa, “dignísimo jefe de la Iglesia y del episcopado”, pero consideraba que era lógico debatir conjuntamente ambos derechos y no por separado, porque de esta manera se asegurarían la primacía del Pontífice y los derechos del episcopado. “Cristo envió a todos los apóstoles y les dio autorización para que enseñasen a todos los pueblos, prometiéndoles permanecer con ellos hasta el fin del mundo” (Mt. 28, 19-20). Explicando la constitución y el papel del magisterio eclesiástico, citaba a San Ignacio de Antioquia, quien varias veces comparó al obispo con Cristo entre el pueblo afirmando, que quien obedece a Cristo, obedece al obispo. De ahí surge para Strossmayer la dificultad de que, simultáneamente y en la misma diócesis, puedan tener idéntico poder el Papa y los obispos. Para justificar esta incompatibilidad invocaba la protesta de Gregorio el Grande contra Juan el Ayunador (Ioannes Ieiunator) y su título de “patriarca ecuménico”, llamándose Gregorio a sí mismo servus servorum De¡ (el siervo de los siervos de Dios).

En esta intervención Strossmayer se atuvo con insistencia a San Cipriano y a su libro De Unitate Ecclesiae. Hay que tener presente que Strossmayer presentó una tesis para doctorarse justamente sobre la doctrina de San Cipriano expuesta en el libro mencionado[15]. Y según Strossmayer, aquel santo rinde homenaje al divino primado, recalca la necesidad de una conexión permanente del obispo con la Santa Sede, y habla de la sede de Pedro como de la cátedra de unidad, pero al propio tiempo establece también los derechos de los otros apóstoles y obispos: para que guíen a la Iglesia entera en el espíritu de unanimidad de todos los apóstoles. A Strossmayer no le placía la interpretación de las palabras de Jesús dirigida a Pedro y anotadas por Mateo y Juan: de que en Mt. 16 y Juan 21 se trataría de la “infalibilidad personal y absoluta del Papa” (personalem et absolutam pontificis infallibilitatem). Cipriano, en opinión de Strossmayer, enseñaba que también los demás apóstoles son lo mismo que Pedro en cuanto al honor y el poder y que todos en conjunto conducción a la Iglesia y pastoreaban la grey de Dios con plena unanimidad y consonancia y que, en consecuencia, los obispos, como sucesores de los apóstoles, tienen “algún derecho virtual sobre el resto de la Iglesia ‑ virtuale quoddam in reliquam Ecclesiam ius. Este “derecho” virtual” Strossmayer lo encuentra en escritos de Gregorio de Niza, Basilio, Gregorio Nancianceno, Juan Crisóstomo y en la epístola que el papa Celestino, dirigió al Concilio de Efeso.

Describiendo la controversia de Cipriano con el Papa sobre el valor del bautismo de los heréticos, Strossmayer reprocha al primero su pronunciada resistencia al Papa Esteban, pero afirma, que, de acuerdo con las palabras de San Agustín, podemos excusarle, puesto que hasta su tiempo nada se supo de personali et absoluta romanorum pontificum infallibilitate (de la personal y absoluta infalibilidad de los pontífices romanos)[16].

Resulta de evidente necesidad prestar atención a este “derecho virtual de los obispos sobre el resto de la Iglesia” y a la expresión “personal y absoluta infalibilidad del papa”, de acuerdo aI parecer de Strossmayer.

Hasta el Concilio Vaticano II no resultó siempre claro para los teólogos y los historiadores eclesiásticos qué era lo que pensaba Strossmayer y cuál era el sentido que tenía su mención, en el Concilio Vaticano I, del “derecho virtual de los obispos a la administración en toda la Iglesia”. Como si hubiera dado la contestación a estas preguntas el Concilio Vaticano II, redujo la doctrina a una “colegialidad de obispos”, que se está actualmente traduciendo en realidad mediante los periódicos “sínodos episcopales” en Roma.

En cuanto a la “infalibilidad personal y absoluta” del Papa, que resultó tan antipática para Strossmayer, nunca se habló de ella en la Iglesia y tampoco se la trató en el Concilio Vaticano I. La infalibilidad del Papa es, en efecto, personal, pero no “absoluta”: se refiere solamente a las definiciones oficiales de las verdades de la fe y de la moral revelada por Dios y que obligan a la Iglesia en su totalidad. Strossmayer se pronunciaba contra la infalibilidad “absoluta”, pero él no la inventó y, mientras algunos luchaban contra ella, él quiso estratégicamente impedir aquella definición en el sentido del Concilio Vaticano I. Y es que Strossmayer, en primer término, llevaba en su pecho el problema de la unión de los cristianos separados orientales con Roma, a quienes resultaban muy antipáticas la primacía y la infalibilidad del Papa.

Durante toda su vida, Strossmayer fue un devoto de la cultura y la literatura francesas y por eso no hay que extrañarse de que también en este discurso rindiese homenaje a los jefes católicos de aquel país como, por ejemplo, a Bossuet, rechazando el ataque de quienes calumniaban a la Iglesia francesa por su galicanismo[17]. Pero es menester reconocer que sus discursos no son sin pequeñas intrusiones del galicanismo, cuando habla de la relación entre el papado y episcopado.

Strossmayer reconocía “la plenitud del poder” de San Pedro y de sus sucesores así como a los papas el derecho a convocar Concilios generales, presidirlos, aprobar y definir sus conclusiones, pero justamente por la gran estima que tenía del papel de esos concilios, se oponía a la definición de “la personal y absoluta infalibilidad”. Para reforzar su tesis cita la asamblea de los apóstoles en Jerusalén, cuando se reconciliaron Pedro y Pablo, menciona cómo Gregorio el Magno comparaba los cuatro concilios generales con los cuatro Evangelios, y, junto con el teólogo medieval Durand, consideraba que aquéllos son el mejor medio para contrarrestar los errores y el mal en la sociedad cristiana.

La segunda razón que movió a Strossmayer a oponerse a la definición de la infalibilidad, fue su elevada opinión sobre el papel de los concilios generales. A su parecer, la definición de la infalibilidad rendiría superfluos esos concilios en el futuro. Que su temor no era infundado es fácil colegirlo justamente por la labor del Concilio Vaticano II, después de cuya finalización surgen nuevos problemas que exigirán dentro un tiempo previsible la convocatoria de otro nuevo concilio general.

A continuación Strossmayer desarrolló sus ideas acerca de la armonía que debe reinar entre el primado y los derechos de los obispos. Estos pueden no sólo confirmar, interpretar y aprobar, sino también derogar y eliminar según el caso. Si esto no se acepta y reconoce, Strossmayer no entiende de qué manera se puede conservar el significado y el vigor de las palabras de Cristo, dirigida a todos los apóstoles: “Todo lo que atares en la tierra, será también atado en los cielos y todo lo que desatares sobre la tierra, será también desatado en el cielo”. Si no se reconoce a estas palabras de Cristo su natural significado, entonces pierden igualmente su valor las ideas de Cipriano referente al episcopado indivisible en todo el mundo, del cual cada uno de los obispos recibe una parte común con los demás obispes ‑in solidum‑. Strossmayer alega que los obispos nunca deberían renunciar a este su derecho divino porque de lo contrario, expondrían a un peligro la autoridad y libertad de les concilios generales. En su exposición histórica, Strossmayer subrayó que se atenía al historiador de los Concilios, el obispo Hefele, quien también pertenecía a la oposición conciliaria.

La epístola que el Papa León I, dirigió al Concilio de Calcedonia y saludada por los padres allí congregados: “Pedro nos habla por la boca de León, así lo creemos todos, todos damos nuestra adhesión a su epístola”, Strossmayer intentó explicarla en el sentido de que aquellos obispos procedieron como jueces y críticos; examinaron la misiva y, encontrándola ortodoxa, la aceptaron. En efecto, la carta de León es una de las pruebas más elocuente en cuanto a la fe en la infalibilidad del Papa dentro de la Iglesia del siglo V.

Strossmayer trató de demostrar, con envidiable dialéctica, que el escrito de León no era un acto del poder soberano del Papa sino un adoctrinamiento a los obispos, que estaban autorizados para estudiarla, examinarla y aceptarla luego o rechazarla. Para corroborar su opinión, Strossmayer invocó también el parecer del cardenal Bellarmino, pero no pudo probar que los mitrados dudaran en Calcedonia sobre la verdad de la doctrina de León. Simplemente se impusieron del contenido de la misma y comprobaron su concordancia con lo que ellos mismos habían hallado en la revelación divina y que se aprestaban a definir.

“Los inalienables derechos de los obispos” atraen constantemente la atención de Strossmayer, y su “origen divino”, afirma, no puede ser derogado ni siguiera disminuido por el concilio general. Lo prueba también mediante la actitud de Pío IV en el curso del Concilio Tridentino. A pedido de los obispos fueron suprimidas dos palabras del mensaje del Papa, porque las consideraban en perjuicio de la libertad de los conciliares. Strossmayer rinde homenaje a aquel Concilio, que no definió la infalibilidad del Papa; reconoce el valor y coraje de la Iglesia francesa que supo superar las dificultades propias sin pronunciarse por aquélla, alaba a Pío IV, quien, aconsejado por San Carlos de Borromeo, estableció la regla para que no se llegara a conclusión alguna sin el consenso general o casi general de los participantes[18].

“El consenso general de los obispos” en el Concilio constituye el tercer tema de este discurso de Strossmayer. La idea no era original suya pero él, en su calidad de brillante orador y decidido defensor de sus ideas, se presentó como el más sincero y abierto paladín de este principio en el que la oposición conciliar vio el medio más eficaz para impedir la definición de la infalibilidad. Por eso Strossmayer habló extensamente sobre el particular. Quería poner obstáculos al pronunciamiento del concilio y asegurar así más libertad a la Iglesia, posibilitando la promoción de la unidad de los cristianos separados del oriente y el occidente. Era una manera de interpretar no sólo la historia del cristianismo sino también los escritos de Ireneo, Tertuliano y Cipriano que versan sobre aquel tema. Strossmayer entiende en forma bastante artificial dichas opiniones para respaldar la propia, a pesar de que justamente Ireneo, apoyándose en la infalibilidad de la Iglesia Romana y del Papa, prueba con mayor facilidad la ortodoxia doctrinaria de todas las demás partes de la Iglesia. Reconocía la infalibilidad antes y en el mismo acto del Concilio, pero no dejó de destacar la necesidad de que concordaran todas las iglesias apostólicas con la sede romana y con los obispos.

Resulta curioso que todos los obispos presentes escucharan con calma la intervención de Strossmayer, incluso cuando alegaba la inoportunidad de la definición de la infalibilidad, apoyándose en la obra de Vincencio Lirinensis: Commonitorium, y su famoso principio de que el signo mas seguro de la ortodoxia doctrinaria era el que “siempre, en todas partes y por todos” (quod semper, quod ubique, quod ab omnibus) fue creído. Atribuyó a esta regla demasiada y exclusiva importancia, aun cuando no es única para averiguar la verdad de la fe en la Iglesia y en el pueblo cristiano. Lirinensis no conocía la infalibilidad del Papa bajo la forma: “infalibilidad personal y absoluta”, pero enseñaba la necesidad de que hubiese unanimidad de los obispos cuando se trataba de la definición de una verdad de fe[19]. Además invocaba a San Agustín y la advertencia que dirigió a la Iglesia: hay que cuidar la autoridad eclesiástica con serenidad y moderación para que la Iglesia no se exponga a la burla de les enemigos, quienes podrían decir que en ella todo se rige por la voluntad de un sólo hombre y por la superstición, como en el tiempo de San Agustín argüían los maniqueos. Para probar que se procede en la época del Concilio Vaticano I como en la de San Agustín, Strossmayer mencionó la aparición de un escrito titulado “las necesidades de nuestros tiempos”, en el que algunos enemigos de la Iglesia ofrecían pruebas sobre la necesidad de la definición de la infalibilidad, seguros de que así la Iglesia y su magisterio perderían completamente su autoridad. Al condenar esta obra, agregaba: Credite mihi, non sunt vani nostri timores, non sunt vana pericula quae nos praevidemus. Ego saltem dicere possum coram Deo, qui me iudicaturus est, quod definitione hac de qua agimus, in effectum deducta, gregi meo, cui praesum, multa pericula sunt creanda (Creedme, no son vanos nuestros temores, no son vanos los peligros, que prevemos. Yo puedo decir ante el Dios que me ha de juzgar, que la definición que estamos tratando, si llegare a proclamarse, creará muchos peligros a la grey cuyo pastor soy)[20].

Hemos mencionado ya las ideas y los ideales de Strossmayer referentes al retorno de los cristianos separados eslavos al seno de la Iglesia por conducto de los católicos croatas. Imbuido de estas ideas y deseos, Strossmayer al finalizar su disertación dirigió su llamamiento al Papa y al Concilio para que se agrandara el ámbito de la Iglesia en vez de restringirlo; abogó por que la paz, la concordia y la unidad cristianas se difundiesen cada vez más por el mundo, por que la humanidad se convirtiese “en una grey bajo un pastor (grex unus sub uno pastore). Expresó su esperanza de que el Papa, que excede a todos los demás obispos en autoridad y virtud, teniendo presente el ejemplo de San Pedro, quien por humildad pidió que lo crucificaran cabeza abajo, sacaría a la Iglesia del peligro, mediante su humildad y sacrificio, en que caería con la definición de la infalibilidad. Por la misma razón mencionó al apóstol Pablo, quien alaba la grandeza del Salvador precisamente por su humildad y autosacrificio (Epístola a los filipenses, 2, 5‑11). Dirigiéndose por fin a todos los obispos presentes formuló su esperanza de que imitaran a Cristo Jesús, buen Pastor, quien por una oveja perdida dejó noventa y nueve, la encontró, la cargó sobre sus hombros y la llevó a su redil.[21]

Sería innecesario subrayar que los enemigos de la Iglesia y del Papado dieron también una amplia publicidad a este discurso de Strossmayer, donde resaltan la amplitud y las características de su cultura teológica. El Concilio mismo le prestó atención en calma. Resultaría muy interesante confrontar esta disertación suya con las de la oposición, entre los cuales figuraban Dupanloup, Hefele, Haynald, Ketteler, Schwarzenberg y otros. Podemos decir que Strossmayer, en sus intervenciones, era más moderado que, por ejemplo, Dupanloup, y en cuanto a su forma, siempre trató de llevarla a la altura necesaria. Tan sólo en el fervor de las discusiones, en cartas privadas o en momentos sentimentales y de dialéctica se mostraba, según afirman sus conocedores personales: “de una naturaleza muy impulsiva y como un fanático casi de su fe y su convicción... Momentáneamente pudo exacerbarse y estampar conceptos que no podrían escapar a los reproches ... Por lo cual hay que tomar sus ideas desde el punto de vista científico, sin aprovecharlas con fines políticos u otros de carácter transitorio[22].

Discursos apócrifos de Strossmayer

Los enemigos de la Iglesia quedaron descontentos por haber dejado pasar el discurso de Strossmayer del 2 de junio de 1870 sin inconvenientes e intromisiones; y ello dio motivo a que inmediatamente confeccionaran un panfleto, plagado de ataques contra la Iglesia y el Papa, y lo divulgaran por todas partes como si fuera el texto auténtico del obispo. Los que conocieron la labor conciliar y las disertaciones de éste, bien pronto se percataron de que se trataba de una maliciosa falsificación inventada con el fin de hacer daño a la Iglesia y al Papa, y causar confusión y discordia entre el clero y los feligreses de todo el universo. Obispos de varias partes de la tierra escribieron a Strossmayer para que les confesara la verdad sobre el panfleto. Strossmayer, en efecto, negó en varias oportunidades su veracidad y ofreció pruebas de que se trataba de una manifiesta invención de los enemigos de la unidad católica. Por fin pudo comprobarse, en el año 1876, que un ex sacerdote mexicano, el Dr. José Agustín Escudero, en un principio religioso agustino, pero más tarde apóstata de la Orden y de la Iglesia, masón y rebelde contra la autoridad eclesiástica y civil, acosado por el arrepentimiento de su propia conciencia reconoció ser el autor del escrito. Más tarde hizo una declaración penitenciaria en el periódico América del Sud. El misionero lazarista, padre Pedro Stollenwerk, envió el 18 de agosto de 1876, dicho periódico, junto con una carta personal, a Strossmayer. Stollenwerk había agregado la dirección de su casa: Calle Libertad. Hospital Francés, Buenos Aires. El secretario de Strossmayer, José Wallinger, confirmó la autenticidad de esta carta y de este modo todo el mundo se enteró de la verdad definitiva sobre el panfleto[23].

Las invenciones procedentes de los círculos liberales en el sentido de que se le ofrecían a Strossmayer las ofertas “más brillantes” para que encabeza a los católicos rebeldes, han sido desmentidas en forma categórica por un canónigo de Strossmayer ‑el padre Vorsak- quien en aquella época vivía en el Capitolio croata de San Jerónimo en Roma[24].

Granderath y Kirch mencionan también la pastoral de Strossmayer, relativa a los Santos Cirilo y Metodio del 4 de febrero de 1881, donde igualmente fue desmascarado dicho panfleto. Reproducimos el fragmento que nos interesa: “Hace unos años, circuló bajo mi nombre un horrendo discurso, que está tan lejos de mí por su forma y contenido, como el lugar de Sud América en que un sacerdote reconoció, arrepentido, que lo había confeccionado y divulgado, bajo mi nombre, ofreciéndome, por intermedio de su confesor, cualquier satisfacción que le pidiera. A pesar de que este escrito ostentaba por sí mismo características evidentes e indubitables de su origen apócrifo, causó muchas confusiones entre quienes no sabían que mis discursos fueron guardados en los Archivos del Vaticano y que no son accesibles a cualquiera. A pesar de que las cosas sucedieron así, me resulta grato poder confesar también en esta oportunidad, ante todo el mundo, que preferiría que mi mano derecha se secase o mi lengua quedase paralizada antes que decir o escribir una sola de las proposiciones de ese horrendo discurso que fue divulgado bajo mi nombre”[25].

Un año más tarde, o sea, el 4 de febrero de 1882, Strossmayer repitió casi literalmente dicha declaración en una contestación por escrito dirigida a los obispos ortodoxos que le habían atacado por dicha pastoral sobre los santos hermanos Cirilo y Metodio[26].

* * *

NOTAS

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[1] Todos los discursos, estenográficamente registrados, están en la obra de I.D.M. MANSI: Sacrorum conciliorum nova et amplissima collectio, tomos 50, 51 y 52, a cura de I.B. Martin y L. Petit, Paris 1911-1927. El resumen de cada discurso es tomado de la obrita de Ivan Tomas, que se puede leer completa aquí.

[2] Janko Oberski Govori djakovaskog biskupa na Vatikanskom Saboru 1869-1870 (Los discursos del obispo de Djalkovo en el Concilio Vaticano de 1869‑1870, Zagreb 1929, pág. 8.

[3] Janko Oberski, Op. Cit., pág. 16.

[4] Lord Acton, Zur Geschichte des Vatikanischen Konzils, pág. 75.

[5] J. Oberski, Op. cit., pág. 58 72.

[6] J. Oberski, Op. cit., pág. 28‑54.

[7] Granderath ‑ Kirch, Op. cit., Vol. II, pág. 175 y 400.

[8] Granderath ‑ Kirch, Op. cit., pág. 400.

[9] Granderath ‑ Kirch, Op. cit., Vol II, pág. 402‑403.

[10] J. Oberski, Op. cit., pág. 112.

[11] J. Oberski, Op. cit., pág. 114.

[12] F. Sisic, Op. cit., pág. 390‑392. Aquí está reproducida la carta‑petición en su texto latino íntegro.

[13] J. Oberski, Op. cit., pág. 114.

[14] Granderath‑Kirch, Op. cit., Vol. II, pág. 189.

[15] Ver F. Sisic, Op. Cit., Libro A, pág. 504.

[16] J. Oberski, Op. cit., pág. 96.

[17] J. Oberski, Op. cit., pág. 98.

[18] Oberjski, Op. cit., pág,. 102‑108.

[19] J. Oberski, Op. cit., pág 110.

[20] J. Oberski, Op. cit., pág. 114.

[21] J. Oberski, Op. cit., pág. 114-116.

[22] F. Sisic, Op. cit., Vol I en prefacio, pág. VII-VIII.

[23] Granderath ‑ Kirch, Op. cit., Vol. III, pág. 189‑190.

[24] Granderath ‑ Kirch, Op. cit., Vol. III, nota 6, pág. 584-585.

[25] T. Smiciklas, Esbozo de vida y obra del Obispo J. J. Strossmayer, Zagreb 1906, pág. 430-431.

[26] F. Sisic, Op. cit. Vol. III, libro IV, Zagreb 1931, pág. 505
 
Algunas reflexiones sobre
el "famosos discurso"
del Obispo Strossmayer
durante el Concilio Vaticano I
(1869-1870)

¿Un discurso fantasma? ¿Quién lo escribió? La historia de un gran obispo y de una gran mentira.

P. Juan Carlos Sack, Apologetica.org


Véase el trabajo de Ivan Tomas sobre la participación del Obispo Strossmayer en el Concilio Vaticano II
(altamente recomendado para tener una idea completa de la situación),
o bien una síntesis de los discursos pronunciados en el aula conciliar por el Obispo Strossmayer (extracto del mismo trabajo de I. Tomas)



Ha circulado en la red desde hace ya bastante tiempo, hospedado en general por sitios de apologética cristiana de particular oposición a la Iglesia Católica, un supuesto discurso que habría pronunciado en las sesiones del Concilio Vaticano I el obispo croata Josip Juraj Strossmayer. Al leer este discurso por primera vez me sorprendió que un obispo dijera semejantes cosas en un concilio universal: en efecto, el discurso está plagado de errores, disparates históricos, verdades a medias, omisiones garrafales, cosas todas que no se esperan de alguien que haya estudiado un poco de teología, historia o patrología. Al momento no me interesé más del asunto: finalmente, las herejías han aparecido hace ya dos mil años; todos podemos volvernos locos, o convencernos que dos más dos son cinco: esa es la condición humana. Este Strossmayer habría caído en el error, y basta. ¿Acaso en un concilio todos tienen que estar de acuerdo? Sin duda que en la historia de los concilios (comenzando por el de Jerusalén - Hechos 15) más de uno opinó en contra de lo que luego se definiría: de eso se trata, de hablar sobre temas debatidos, no sobre lo que nadie duda (así comenzaron TODOS los concilios, incluso Hechos 15).

Pasando algunos años, distintos factores hicieron que volviera a mis manos el "famoso discurso". Esta vez ya no lo pude creer: "ese discurso es una sarta de estupideces, ningún obispo por muy hereje que sea hubiese escrito y pronunciado algo así, los herejes son más cuerdos que ese Strossmayer", pensé. Me vino la duda: "¿y si ese discurso es un invento...?" A engrosar las dudas ayudó el aporte un querido amigo de España, L.F.P, ex cristiano evangélico. Este amigo me aseguró que, en realidad, ese discurso nunca existió. De modo que, aprovechando me encuentro cerca de las bibliotecas más grandes del cristianismo, decidí dedicar algún tiempo a la búsqueda del "famoso" discurso de Strossmayer, y de cualquier material que sirviera para esclarecer la verdad histórica. A priori, porque uno confía en la buena voluntad e intenciones de la gente (máxime cristiana), aceptaba yo "el hecho" de tal discurso según lo publican los dichos sitios. Lo que encontré fue una gratísima sorpresa: no sólo el Obispo Strossmayer no fue ningún violento hereje, sino que se trata de un gran hombre de Iglesia, un luchador incansable por la unidad de los cristianos, un gigante de la cultura eslava, un genio político, un padre para su pueblo y un precursor del Concilio Vaticano II. De modo que aprovecho este espacio para aportar un grano de arena en el deber de limpiar un poco su nombre. Que desde la gloria se acuerde de nosotros con poderosa intercesión.

Los sitios que, al día de la fecha, traen el discurso (al menos según nuestra búsqueda en la red, y sólo en español), son los siguientes (en las NOTAS respectivas se transcribe la reacción de esos mismos sitios a nuestro trabajo):

- Ministerios ( http://www.javieraguacero.org )


NOTA sobre el sitio Ministerios: hemos enviado el presente artículo a la dirección que aparece en el sitio pero no hemos obtenido respuesta.



- Sedin ( http://www.sedin.org/sedin.htm )


NOTA sobre el sitio Sedin: hemos enviado el presente artículo al Sr. Santiago Escuain, webmaster del sitio, y muy noblemente lo ha sacado del mismo, creemos que permanentemente. En los lugares donde antes estaba el enlace al discurso, se lee ahora:

El famoso discurso de Jossip Strossmayer en el Concilio Vaticano I

No accesible, al haber datos procedentes de investigaciones que nos han sido indicadas por un sacerdote y apologista católico, D. Juan Carlos Sack, que mantiene que realmente este "famoso discurso" sería un escrito fraudulento, como desde luego siempre se había mantenido desde la Iglesia de Roma, argumentos que merecen un detenido examen. Dentro de esta semana, Dios mediante, daremos los detalles acerca de esta cuestión a todos los interesados. Fecha de esta nota: 22 de noviembre de 2001

Esto habla de la buena intención del Sr. Santiago y de su amor por la verdad. "Toda buena dádiva y todo don perfecto viene de lo alto, desciende del Padre de las luces", St 1,17; aunque estamos en las antípodas en nuestra concepción de la Iglesia Católica, un misterioso vínculo nos une, que esperamos sea siempre más profundo, y alguna vez explícito.





- Conoceréis la Verdad ( http://www.conocereislaverdad.org ). Está indicado el discurso en una página interna, pero el discurso no aparece. Lo ponemos aquí porque se lo presenta como algo serio, y porque alguna vez estuvo y el webmaster del sitio no ha puesto al día de la fecha ningún aviso sobre la falsedad del documento que desde allí se difundía).


NOTA sobre el sitio Conoceréis la Verdad: Daniel Sapia, responsable del sitio, nos ha hecho este comentario sobre el discurso:

Efectivamente el "discurso del obispo Strossmayer" estaba publicado en mi sitio, pero lo he quitado hace aproximadamente dos meses. Esto se debió a no poseer las pruebas documentales de la veracidad del mismo, y por lo tanto no tenía en mi poder sustento apodíctico para exponerlo como real. Por consiguiente y considerando que aún tengo para desarrollar importantes y respaldables temas, como las falsas decretales, resolví que no era ni necesario ni pertinente citar "discursos" que no podía ser demostrada su validez. También considero interesante mencionar que esta decisión fue producto de haber recibido oportunas sugerencias de hermanos evangélicos de Mendoza y de Madrid. De todas maneras, gracias por tu aviso.
En un segundo momento escribió:

No poseer la documentación respaldatoria es una cosa. Que sea un fraude comprobado es otra. Por consiguiente, el haber quitado el discurso de Strossmayer por no poseer pruebas de su autenticidad (motivo real de mi exclusión) es diferente a haberlo sacado por haber comprobado su falsedad. Aún no he visitado tu página donde hablas sobre el tema, espero que seas ecuánime al informar el motivo de la exclusión del discurso de Strossmayer de "Conoceréis la Verdad". Por supuesto esto no va en desmedro de tu personal opinión de que es un fraude.

Esperamos que también él, una vez convencido del fraude exponga una breve nota sobre el mismo. Se trata de limpiar el nombre de una persona, ya que el discurso fue fraguado a sus espaldas y contra su fama, como consta en el presente artículo. Desde su sitio se difundió una calumnia y eso no es cristiano. El solo hecho de publicar un supuesto discurso sin tener ninguna prueba de que es auténtico es una falta total de seriedad.

NB: Mis disculpas a Daniel Sapia porque en este artículo se decía que él no nos había contestado al envío del presente material, siendo que, de hecho, no se lo habíamos enviado...



- Sobre esta Piedra ( http://www.sobreestapiedra.com )


NOTA sobre el sitio Sobre esta Piedra: hemos enviado el presente artículo a la dirección que aparece en el sitio pero no hemos obtenido respuesta.






- Testigo de los Testigos ( http://www.www.gbasesores.com ) .


NOTA sobre el sitio Testigo de los Testigos: Sitio para advertir sobre la verdadera identidad de los Testigos de Jehová. Sus autores no llevan una editorial determinada y se publica un poco de todo.

21/12/01: El webmaster del sitio quitó el discurso y en su lugar publicó el presente artículo en su totalidad. Nos alegra por supuesto, y sobretodo edifica la actitud de honestidad intelectual. ¡Dios lo bendiga, JMP!




* * *

Resumo las conclusiones que he podido sacar de la lectura de material. Al final el lector encontrará la bibliografía que consultamos y lo que algunos autores dicen sobre nuestro personaje. Cada uno podrá sacar sus propias conclusiones.

PRIMERA CONCLUSIÓN: El dicho discurso no existe, es un fraude perpetrado por José Agustín de Escudero. En las actas del Concilio (ver abajo, hay varias versiones) están todos los discursos que el obispo croata pronunció durante todas las asambleas conciliares (están todos los discursos que pronunciaron TODOS los obispos). Mons. Strossmayer pronunció CINCO discursos, y estos en los días 30/12/69, 7/2/70, 24/2/70, 22/3/70 y 2/6/70; de estos discursos ninguno coincide NI REMOTAMENTE con el supuesto "famoso discurso". Es decir, ese discurso no fue dicho en el Concilio Vaticano I por Strossmayer.

La única "fuente" que se suele dar para justificar la autenticidad de discurso (ver dichos sitios) sería un artículo de la "The Catholic Encyclopedia" sobre Strossmayer (se puede ver este artículo en http://www.newadvent.org/cathen/14316a.htm). Digamos sobre esto dos cosas:

a) "The Catholic Encyclopedia" no es una fuente, sino un artículo, que se supone sintetiza un trabajo que alguien hizo sobre las "fuentes". "Fuente" es donde uno puede ir a leer el supuesto discurso de primera mano o en obras que reportan los documentos originales.

b) En realidad este artículo de la enciclopedia no dice que el Obispo Strossmayer haya pronunciado ese "famoso" discurso, sino que "un discurso que pronunció defendiendo al protestantismo causó sensación" (véase en la síntesis de los discursos, el discurso del 22 de Marzo 1870 para ver en qué modo "defendió al protestantismo"; también ver en la bibliografía lo que trae R. Aubert sobre ese mismo discurso y el del 2 de Junio) y que luego "se le atribuyó otro", que sería (tal vez, porque no se menciona la fecha) el "famoso", sin notar lo que la misma enciclopedia advierte, a saber, que "se le atribuye" ese discurso, pero que "se piensa que el falsificador fue el ex (monje) agustino, mexicano, de nombre Dr. José Agustín de Escudero".

c) La misma enciclopedia, en el artículo sobre el Concilio Vaticano I, dice:



el discurso conciliar publicado bajo el nombre del obispo Strossmayer es una falsificación hecha por el monje agustino apóstata, de México, José Agustín de Escudero, que por entonces estaba en Italia (cf. Granderath-Kirch III, 189).



Hemos efectivamente consultado la fundamental obra de los historiadores Granderath-Kirch, y en esa misma página encontramos la siguiente nota, que traducimos entera por su importancia sobre este "monje agustino apóstata", verdadero autor de este calumnioso escrito. Dice Granderath:



[…] Luego, en 1871, apareció un fragmento de literatura pretendiendo ser parte de un discurso que el Obispo Strossmayer diera en el Concilio el 2 de Junio de 1870. Este discurso es ficticio de principio a fin. Está repleto de herejías y niega, no solamente la infalibilidad papal sino también la primacía del Pontífice.



Msgr. Strossmayer y todos los otros miembros del Concilio declararon una y otra vez de que este discurso atribuido a Msgr. Strossmayer era una falsificación pero eso no impidió que continuara circulando.



En Inglaterra y en América se ha seguido distribuyendo y desde América, en 1890, llega en varias revistas protestantes alemanas. Estas se retractaron cuando los colaboradores de Msgr. Strossmayer protestaron contra tal libelo. Sin embargo en 1981 el discurso resurgió nuevamente como uno de los panfletos que la Liga Evangélica titulado:"Hier stehe ich. - Ich kann auch anders. Aus dem Leben eines römisch-katholischen Bischofs" – Por el Dr. R. Krone á Messkirch (“Aquí Me Planto – No Puedo Actuar de Otra Manera – de la vida de un Obispo Católico Romano").



Pruebas fehacientes de la falsedad del discurso no detuvieron ni al autor ni al editor, D. L. Witte á Pforta, de seguir difundiendo el libelo; de tal manera que se solicitó la publicación de todos los discursos del Concilio. Por supuesto la publicación de los discursos no fue debida a las falsedades previamente publicadas. Aún así yo, [Granderath], he leído todos los discursos del Concilio y testifico que Mnsgr. Strossmayer nunca pronunció el discurso que la Liga Evangélica difundiera, ni el 2 de Junio ni en ningún otro día del Concilio.



En 1876 el Obispo Strossmayer fue informado de la autoría original de la falsificación por medio de la siguiente carta, cuya copia está adjunta al Apéndice de las Actas del Concilio (Acta etc. IV b, 649 ss.):



“Buenos Aires, 18 de Agosto de 1876. Monseñor: Permitid que me dirija a Su excelencia para enviaros adjunta al pie, una edición de “América del Sud” que se publicó aquí. Contiene, bajo el título “La Verdad en el Vaticano” la confesión de un hombre que os ha hecho un grave daño y quien, oportunamente, publicara un discurso bajo vuestro nombre en el Vaticano y que ciertos protestantes han hecho circular aquí. Al final este hombre reconoce ser el autor y de tal modo remedia al menos algunos de los problemas causados.



Aunque no cultivo ninguna relación con el autor, sin embargo me consta desea que su retractación se haga conocer en Europa. El Dr. José Agustín de Escudero es mexicano y fue alguna vez un agustino que dejó su orden en malos términos. Emprendió viaje por España y Francia. Al tiempo del Concilio también estuvo en Italia. Se hizo protestante, masón, “carbonaro”, predicador y hasta se ha hecho pasar por obispo protestante causando problemas en Brasil y Montevideo. Aquí en Buenos Aires se ha reconciliado nuevamente con la Iglesia y se ha casado luego de que sus votos sacerdotales fueran anulados en Roma [?] Al tiempo de la retractación citada arriba, era colaborador de “América del Sud”, del cual ahora es editor. Si su conversión es genuina, sólo Dios sabe. Yo, lo dudo. Si Vuestra Gracia Episcopal desea más información, me pongo a su disposición haciéndole saber mi domicilio: Sr. D. Pedro Stollenwerk, Misionero Lazarista, Buenos Aires. Calle Libertad, Hospital Francés.



Requiriendo su bendición episcopal queda suyo etc….”



“Jos. Wallinger, Secretario Episcopal, da fe de que es copia del original. Djakovo, 30 de Diciembre de 1876.”






Esta nota está tomada de la edición francesa de la monumental historia del Concilio (ver en la bibliografía más abajo) p. 189, nota. Puede ver aquí las fotografías con la nota en cuestión.

Para tener una idea de la superficialidad con que se tratan estos temas en algunos de estos sitios donde aparece el discurso, en algunos de ellos se lee:

Corresponde a la Iglesia Católica Romana probar que Strossmayer no habló en el Primer Concilio Vaticano y que no habló contra la infalibilidad del papa. Sin embargo, la historia es explícita, tanto por su propia enciclopedia, que es perfectamente clara y explícita en dicho asunto, como por testimonios coetáneos. Por otra parte, sería deseable que la Iglesia de Roma diera a luz todos los documentos de ese controvertido Concilio.

Estos son textos traducidos de sitios en inglés, donde TODOS dicen lo mismo. Volveremos sobre este párrafo al final.

Se dice, al presentar el "discurso":

La Iglesia Católica Romana no aprecia el discurso que el obispo Strossmayer pronunció en el Primer Concilio Vaticano en 1870, cuando la infalibilidad papal se promulgó como dogma oficial. En realidad, hay autoridades católicas romanas y algunos apologistas que niegan su autenticidad. ¿Por qué? Porque socava la primacía de Pedro como la Roca del fundamento del papado.

Como nos consideramos entre los dichos "apologistas" que negamos la autenticidad del discurso no hemos puesto en campaña para verificar la veracidad del mismo, y nuestra respuesta es clara y definitiva: el discurso no existe. Si hay alguien que tiene que probar algo, en realidad, es el que dice que ese "algo" existe. Las pruebas que aportamos aquí y en la bibliografía (y en el trabajo de Ivan Tomas) son determinantes: ese discurso es FALSO.

Ahora bien, que Strossmayer haya hablado contra la oportunidad de la declaración del dogma, no cabe ninguna duda estudiando los discursos. Pero esto no asusta a ningún católico: Que en un concilio haya opiniones de la minoría que sean distintas de la opinión de la mayoría y de la eventual declaración de un dogma, eso no conlleva ninguna dificultad de ningún tipo. En ese sentido no fue sólo Strossmayer a hablar contra la oportunidad de definir el dogma (más que contra el dogma mismo, y por motivos sobretodo ecuménicos, como aparece en el artículo de Ivan Tomas). De lo que aquí se trata no es de la infalibilidad, sino si Strossmayer pronunció ese discurso, o si el supuesto discurso es una gran mentira.

Puede ver aquí la introducción del discurso del 22 de Marzo (el más borrascoso) y la introducción al discurso del 2 de Junio, en la colección de Mansi (foto nuestra).

SEGUNDA CONCLUSIÓN: Strossmayer nació, vivió y murió como un ferviente católico. Esta es la parte más gratificante de nuestra pequeña investigación: encontrar un hombre del talante de Strossmayer, católico, hombre de acción, apasionado por la unidad de los cristianos. Antes y DESPUÉS del Concilio recibió los honores del papa Pio IX (promotor y ejecutor del Concilio) y Leon XIII, quién lo defendió a capa y espada contra el emperador austriaco de turno (1888); en 1893, por ejemplo, el Vaticano publicó el primer misal en lengua glagolítica (el idioma inventado por los santos Cirilo y Metodio, de donde proviene la escritura de todas las lenguas eslavas) a instancias de Strossmayer. Y como estos, muchísimos otros datos sobre la catolicidad y celo apostólico de Strossmayer, que no viene al caso exponer aquí.

TERCERA CONCLUSIÓN: Strossmayer pronunció CINCO discursos, NINGUNO atacando la infalibilidad del papa. Lo que él pretendía, básicamente, era lo siguiente: no dejar el oficio del obispo en la sombra, hacer que la infalibilidad de la iglesia recaiga también en todos los obispos, junto al papa, y sobretodo no declarar un dogma que, según él, alejaría a los Ortodoxos del camino de la unidad (y a los protestantes, por supuesto), camino que él había preparado con años de contactos con la iglesia Ortodoxa en Croacia y Rusia, especialmente. Esos eran los problemas de Strossmayer, esa era su opinión ante la eventualidad de la declaración del dogma. Si alguno lo duda, que nos diga en qué discurso dice lo que dicen que dijo (ese discurso "famoso", como vimos, es fantasma), y vamos a consultarlo y le mandamos el texto latino del discurso con su respectiva traducción.

CUARTA CONCLUSIÓN: Strossmayer aceptó las declaraciones del Concilio. Que le haya costado enormemente aceptarlo, o que durante el Concilio haya hecho todo lo posible para que no se diera la declaración del dogma, o que después del Concilio, privadamente y a sus amigos, manifestaba su rechazo no quita que, como pastor católico que era, haya aceptado lo que la Iglesia había decidido. De hecho Strossmayer no se unió con los "viejos católicos", que es el cisma de proporciones muy menores surgido después del Concilio por no aceptar la infalibilidad papal, con lo bien que le hubiera ido allí, pues tenía entre ellos mucha autoridad. Strossmayer hizo publicar en su diócesis los decretos del Concilio (hay dudas hoy en día sobre el entusiasmo que puso en este hecho -cosa más que entendible- pero eso no cambia que, bajo su gobierno, se publicó en su diócesis todo lo emanado del Concilio; al respecto, ver el trabajo de I. Sivric que citamos en la bibliografía), y murió aceptando sin ningún "pero" las doctrinas conciliares. Las dificultades pueden existir - y de hecho existen - en la comprensión y aceptación de un dogma, como entre nosotros nadie está obligado a estar convencido de la Trinidad, basta que crea que es así porque Dios lo ha revelado, le cueste o no le cueste en cuanto "ser pensante". Eso fue lo que hizo Strossmayer. Más detalles en la bibliografía.

QUINTA CONCLUSIÓN: La mayor parte de sus puntos de vista, anticipados para ese entonces, serían tomados en consideración en el Concilio Vaticano II (1962-1965). Este fue un hombre visionario. Algunos puntos no podrían sostenerse hoy, por tratarse de un dogma definido (¡no estaba definido mientras discutían!), pero recordemos que se trata de un padre conciliar, que expone en el aula lo que él piensa sobre temas que no todos aceptan. Luego, como ya sabemos, aceptó toda la doctrina, conservándose en total comunión con la Sede de Pedro. Además, uno de los puntos en que más insistía es en el lenguaje que se debería usar con respecto a los no-católicos, cosa que para entonces era una visión de futuro, más tarde plenamente aceptada en la Iglesia.

SEXTA CONCLUSIÓN: Era un fanático admirador del Concilio de Trento y en más de una oportunidad lo puso como ejemplo de lo que debía ser el Concilio actual, que ponía demasiadas restricciones a los obispos.

SÉPTIMA CONCLUSIÓN: Después del Concilio trabajó incansablemente por la unión de los ortodoxos y protestantes con la Iglesia Católica.

* * *

En realidad, el único punto que vale para lo que estamos hablando es la primera conclusión, a saber, el "famoso discurso" es fraudulento. ¿No estamos presenciando con nuestros propios ojos cómo surgen las leyendas negras? ¿Cuántos creen hoy que ese discurso fue dicho por Strossmayer, gracias a la "difusión" que le han dado los sitios que lo publicaron y lo publican? ¿Cuántos están dispuestos a cambiar de idea, basados en los documentos aquí presentados?

Pues bien, el que quiera saber la verdad, la puede saber.



La bibliografía consultada



1. Fuentes para las intervenciones en el Concilio

- COLLECTIO LACENSIS: Acta et decreta sacrorum conciliorum recentiorum, VII, (Acta et decreta S. Oecumenici Concilii Vaticani), Friburgo 1890. Una segunda edición, 1892, agrega más detalles y documentos (Acta et decreta S. Conc. Vaticani cum permultis aliis documentis ad concilium eiusque historiam spectantibus, también en Friburgo; en esta edición los documentos que nos interesan están en los Volumens 49 a 53).

- I.D.M. MANSI: Sacrorum conciliorum nova et amplissima collectio, Volumens 50, 51 y 52, a cura de I.B. Martin y L. Petit, Paris 1911-1927. Esta es la colección más autoritativa. Aquí están todos los discursos que fueron dichos en el aula conciliar (en latín el 99,9%); los discursos fueron registrados estenográficamente por varias personas y luego publicados y archivados en los edificios vaticanos, de donde estos historiadores escriben sus obras (colecciones, historias, ediciones críticas, etc.). Esta es la fuente principal, aquí está lo que se dijo (¡O NO!) en el aula conciliar. No son los discursos que los padres conciliares escribieron, sino los que ellos de hecho pronunciaron, con señalación de hora, circunstancias, personajes, intervenciones de los oyentes, todo.

Notemos que, paralelamente a las actas encontradas en estas obras (y en otras), existen DIARIOS de algunos de los Padres Conciliares, que escribían durante las sesiones. Estos diarios coinciden con las actas al cien por cien en el tema que nos ocupa (los discursos de Strossmayer). Hemos citado un diario más abajo, en la bibliografía, pero hay varios más.

"The Catholic Encyclopedia", en la nota sobre el Concilio (nota 1) trae este dato bibliográfico: "Archives of the Vatican Council: All official papers relating to the preparations for the Vatican Council, its proceedings, and the acceptance of its decrees, have been preserved in the Vatican Palace, in two rooms which were set apart for them. The speeches made at the general congregations exist in shorthand notes and handwriting; in addition, Pius IX also arranged to have them printed. The first four folio volumes were issued by the Vatican Press in 1875-8, the fifth and final volume appeared in 1884. About a dozen copies of each volume are in the archives."




2. Historias de la Iglesia consultadas

- Histoire du Concile du Vatican, depuis sa premiére annonce jusqu'a sa prorogation (una traducción del original en alemán), de P. Th. Granderath, SJ, editada por P. C. Kirch, SJ (1907-1913), cinco volúmenes exclusivamente sobre el Concilio. Es la mejor obra sobre el tema. Ver la nota que trascribimos más arriba sobre la veracidad del discurso.

- Historia de la Iglesia, de Flichte-Martin, Volumen XXIV, pp. 347-389 y 460. Toda la obra son treinta Volumens. Ninguna mención del supuesto discurso, afirma lo mismo que los demás autores citados sobre la actitud anti-infalibilista de Strossmayer y su posterior aceptación.

- Manual de la Historia de la Iglesia, de Hubert Jedin, Volumen VII, pp. 1004-1011, Barcelona (1978). Todo el "manual" son diez Volumens. Allí se dice, por ejemplo: "estuvieron indecisos algunos meses (Strossmayer y otros obispos de su misma opinión), pero al fin ninguno de ellos recusó el asentimiento al nuevo dogma" (p. 1011).

- Storia della Chiesa, de Roger Aubert, Volumen XXI, pp. 495-561, Turín (1969). Toda la obra en italiano son veinticinco Volumens. Allí se dice, por ejemplo (traducimos del italiano, lo que va entre paréntesis es nuestro):

En cuanto a Strossmayer, que por mucho tiempo conservó relaciones muy cordiales con Döllinger (un teólogo laico, que sería luego el el líder del cisma "viejo-católico" contrario al dogma de la infalibilidad) y con otros teólogos rebeldes al Concilio, no atacó nunca abiertamente al Concilio (si en privado, como consta en la fotocopia de una carta a Dupanloup, donde se lamenta que 'no puedo reconocer la legitimidad del Concilio ni la validez de sus decisiones'), pero de todos modos esperó a diciembre de 1872 (dos años después de la declaración del dogma) antes de aceptar abiertamente las decisiones" (p. 557).

- Historia de los Concilios Ecuménicos, de Rogert Aubert (toda la obra son doce volúmenes, uno totalmente dedicado al Concilio Vaticano I -volumen XII-), Editorial ESET, España (1970). Transcribimos lo que Aubert (volumen XII, pp. 202-205) escribe sobre el discurso del 22 de Marzo, el más borrascoso de los cinco que pronunció Strossmayer, y el más "parecido" al discurso espurio:



Las congregaciones generales, interrumpidas desde hacía cuatro semanas, se abrieron de nuevo el 18 de Marzo. Esta vez, aleccionados por la experiencia e inspirándose en una sugerencia hecha en otro tiempo por Hefele en su proyecto de reglamento, los responsables juzgaron oportuno, antes de conceder la palabra a los Padres, el presentarles el esquema con un breve comentario en nombre de la Comisión de la fe. Este método, que fue utilizado en adelante, constituía un real progreso: esto orientaba la discusión y ha permitido además a los teólogos de hoy descubrir la intención precisa que ha inspirado a los redactores del texto. Mons. Simor fue encargado de esta presentación y la cumplió de forma satisfactoria. Precisó entre otras cosas que, aunque modificado el tono profesoral del esquema primero, se había sido conservado esencialmente en cuando al fondo y que contenía por consiguiente la condenación de los mismos errores, (1) pues, aunque estos errores, en efecto, se enseñan en las universidades, como varios lo habían hecho ya notar en sus intervenciones, se extendían también a las masas y no podían dejar indiferentes a los pastores.

A tenor del nuevo reglamento, las observaciones recayeron en primer lugar sobre el conjunto del esquema que según lo previsto no dio lugar a críticas serias. El cardenal von Schwarzenberg hizo, sin embargo, observar que aunque el nuevo texto era muy superior a los precedentes, se habría realizado un progreso más claro si otros Padres distintos de los de la Comisión, hubiesen sido admitidos a su reforma, lo cual le dio ocasión para lamentarse de la forma como estaba organizado el trabajo conciliar. Evidentemente fue llamado al orden.

A partir de la segunda sesión, el 22 de Marzo fue abordado el examen del prólogo. Su discusión iba a dar lugar a un violento incidente. El último orador de la jornada, Mons. Strossmayer, se lamentó de la manera poco irénica con la que se había hablado de los protestantes y señaló la buena fe y el espíritu tan cristiano de muchos de ellos; la asamblea comenzó a murmurar y dos de los presidentes le interrumpieron, el cardenal De Angelis para decir que se podía creer en la buena fe de las masas, pero no en la de los intelectuales, el cardenal Capalti para observar que aquí se trataba del protestantismo y no de los protestantes y que la forma de hablar del orador escandalizaba a “la mayor parte de la asamblea”. Mons. Strossmayer, consumado polemista, aprovechó la ocasión para lamentarse de la modificación del reglamento que adoptaba el principio de la mayoría en lugar de la unanimidad moral. Capalti replicó enseguida que se salía del tema y la asamblea protestó cada vez con más estrépito : “¡Y estas son esas gentes que no quieren la infalibilidad del papa! ¿Es infalible ese?”. Y otros: “Ese es Lucifer. Anatema! Anatema!”. 0 también: “Ese es otro Lutero. Que se le eche fuera!”. (2) Granderath mismo estima que “se habría podido esperar de los obispos más calma y dignidad” pero hace notar que esta fue la sesión más agitada del concilio y que los polemistas, que han explotado el incidente, le presentan sin razón como característica de las relaciones habituales entre la mayoría y la minoría. En lo que se refiere al incidente mismo, hay que tener en cuenta que en esta época la mayoría de los prelados meridionales, que constituían la mayor parte de la asamblea, no se habían encontrado jamás con un protestante de carne y hueso ‑a no ser algún propagandista más bien sectario‑ ni leído una obra protestante y que sus nociones sobre la cuestión eran, en general, muy simplistas. El suceso fue ciertamente muy comentado. En la reunión de la minoría francesa, durante la tarde, Mons. Meignan, que pensaba tomar la palabra al día siguiente, anunció su intención de desistir, ya que preveía que la minoría no podría manifestarse, pero alguno de sus colaboradores le hizo observar, que por lamentable que hubiese sido el incidente, había que reconocer que el orador se había apartado un poco del tema y Mons. Dupanloup añadió que “él no pensaba que la protesta hubiese reunido un número de adhesiones proporcionado al ruido ocasionado”. Mons. Meignan tomó, pues, la palabra al día siguiente y, en un tono más moderado, lamentó también, sin ser interrumpido, algunas expresiones excesivamente duras utilizadas contra los protestantes; (3) pidió que a propósito de los errores en materia exegética, la escuela mítica no fuese la única considerada, sino que se considerase también la escuela crítica, mucho más influyente en el momento actual (“es necesario que un concilio ecuménico no parezca ignorar el estado presente de la exégesis” anotaba él en sus papeles.

Notas

(1) Desde el punto de vista de la metodología teológica, la observación es importante, pues se puede concluir que para descubrir el alcance exacto de las definiciones del concilio, es necesario entre otras cosas recurrir a las abundantes explicaciones dadas en las notas del primer proyecto. Por el contrario, en lo que se refiere a la presentación, a pesar de lo que dice Granderath, la estructura del primer esquema había sido profundamente modificada e incluso el contenido mismo de los distintos párrafos (ver H. RONDET, Vatican I, 112‑114 y 181‑183).



(2) MANSI, LI, 75-77.
(3) El pasaje del prólogo, incriminado, fue por lo demás ligeramente suavizado por la comisión, y, de creer a Russell, los obispos de la minoría consideraron este resultado como "una gran victoria sobre el partido ultramontano" (BLAKISTON, 413).






El discurso del 2 de Junio, que sea tal vez lo que se presenta por las fuentes espurias como "el famoso discurso", fue una "oratio" mucho más calma y sin interrupciones importantes de parte de los Padres presentes. He aquí lo que sobre las intervenciones de ese día escribe Aubert:



"Unos, como Hefele, Strossmayer o Maret, pusieron de relieve las dificultades teológicas o históricas que suscitaba la doctrina misma, insistiendo entre otras cosas sobre el peligro que existía, por la exaltación del magisterio del Romano Pontífice, de negar prácticamente la participación real de los obispos en el poder supremo de la Iglesia"




- Päpste und Papstum, Volumen XXV, pp. 236-239, Stuttgart (1991), editado por Lajos Pásztor; este volumen trae el diario cotidiano del Concilio escrito por uno de sus miembros, Vincenzo Tizzani, en italiano. Es una joyita, muy interesante y muy bien escrito, con mucha "sal". Va relatando allí paso por paso los discursos, las intervenciones de los padres enojados, los aplausos, etc.

- Otras obras consultadas no se citan porque dicen sustancialmente lo mismo, o nada, sobre el tema. Pero NINGUNA le atribuye a Strossmayer el supuesto "discurso".



3. Diccionarios enciclopédicos consultados

- Grande Dizionario Enciclopedico UTET, Volumen XIX, Turín (1991) p. 469. Allí dice por ejemplo (traducimos del italiano, lo que va entre paréntesis es nuestro):

Su modo de obrar (de acercamiento con los ortodoxos y los protestantes) fue usado por el apóstata José Agustín de Escudero, que le atribuyó un discurso apócrifo, publicado en Florencia bajo el título "Papa e Vangelo di un Vescovo al Concilio Vaticano" (1870) traducido e impreso muchas veces en varias lenguas... Strossmayer aceptó más tarde el dogma.

- Enciclopedia Cattolica, Volumen XI, Florencia (1953) p. 1422. Allí se dice de Strossmayer (traducimos del italiano):

...fue uno de los principales entre los que se oponían a la definición del dogma de la infalibilidad, temiendo que se volvería así más difícil el retorno de los hermanos separados a la unidad, pero se sometió, y lealmente defendió la doctrina de la infalibilidad. En un opúsculo llamado "Papa e Vangelo di un Vescovo al Concilio Vaticano" (Florencia 1870) figuraba un discurso suyo apócrifo, cuyo autor fue Juan Agustín de Escudero.

- Biographish-Bibliographishes Kirchenlexicon, Volumen XI (1996), columna 111; allí se dice por ejemplo (traducimos del alemán, resaltado nuestro):

Más tarde se hizo circular un discurso que había tenido en el Concilio el dos de Junio de 1870, en una versión falsificada.

Según esta obra (que se puede consultar también en línea en http://www.bautz.de/bbkl) se trataría entonces de su discurso del 2 de Junio falsificado.

- Enciclopedia Universal Ilustrada Espasa-Calpe, Volumen LVII (toda la obra son ya más de cien volúmenes), Madrid (1978). En la página 1330 leemos:

En el Concilio Vaticano [Strossmayer] se declaró, con gran libertad de espíritu, contra el dogma de la infalibilidad pontificia, habiendo sido entre todos los Padres adversarios de dicho dogma el que persistió más largo tiempo en su actitud; pero al fin se sometió, y en 1881, en prueba de adhesión a la ortodoxia, organizó una peregrinación a Roma. [...] Trabajó, además, con gran ahínco por la unión de los sudeslavos griegos orientales a la Iglesia católica romana.

- Otras obras consultadas no son de especial interés, pero una vez más, nada parecido al "famoso discurso".



4. Material especializado sobre Strossmayer y el Concilio Vaticano.

- El papel histórico del Obispo Croata José J. Strossmayer en el primer Concilio Vaticano (1869-1870), de Ivan Tomas, en "Studia Croatica" Vol. 32-35, Año X, Buenos Aires (1969) pp. 54-88. Este trabajo lo hemos digitalizado y se lo puede leer en nuestro sitio con mucho provecho. Allí se trata todo este tema con detenimiento, analizando todos los discursos de Strossmayer, su vida como obispo antes y después del Concilio, etc. También se trata en detalle "el famoso -fantasmagórico- discurso" del 2 de Junio. Sugiero vivamente su lectura.

- Bishop J.G. Strossmayer new light on Vatican I, de Ivo Sivric o.f.m., Roma-Chicago (1975). Esta es una obra de 320 páginas dedicada a Strossmayer y su actuación en el Concilio. Hemos traducido lo que toca a nuestro caso (pp. 248-251) que presentamos aquí:

"Dentro del ámbito de esta temática entra el discurso espurio de Strossmayer..."

"Durante el Concilio Vaticano I, una falsificación del quinto discurso de Strossmayer, bajo el título "Papa e Vangelo, (discorso) di un vescovo al Concilio Vaticano" comenzó a circular, primero en Florencia, Italia, y más tarde en Alemania, Inglaterra, Sud América e incluso en su tierra natal (1). El discurso fraguado circuló bajo el nombre de Strossmayer también aquí en los Estados Unidos de América en 1877. El mismo discurso apareció otra vez en circulación en USA en 1889. Esta vez, sin embargo, el obispo C. Maes de Covington, Ky. le avisó y le pidió que lo refutara; Strossmayer dio cumplimiento al pedido. (2) El falso discurso fue publicado también en The Manchester Guardian en la edición del 28 de Junio de 1871; una copia del mismo se encuentra en el British Museum, impreso en la Nile Mission, Cairo, en 1928, sin decir que es una falsificación. Según nuestro conocimiento, el fraudulento discurso fue publicado en 1967 en Belgrado, Yugoslavia, en la colección "Besede" (La Selección de Discursos Famosos), p. 309-313. El Dr. Berislav Gavranovic, OFM, en su artículo Dr. Josip Juraj Strossmayer en la revista franciscana Dobri Pastir publicó el discurso original de Strossmayer (tal como fue pronunciado en el Concilio Vaticano el 2 de Junio 1870) a la par con el discurso falso, de modo que los lectores de la Yugoslavia pudiesen ver la clamorosa diferencia que existe entre los dos discursos..."

"La aparición del discurso espurio en le semanal Kremser Wochenblatt bajo el título El discurso del Obispo Strossmayer in el Concilio Vaticano 1870 provocó tanto a Strossmayer como a Fessler. Una copia del periódico le fue enviada al obispo de Djakovo [Strossmayer]. Al mismo tiempo, Monseñor J. Fessler de St. Polen, el que fue secretario del Concilio Vaticano, le pidió que hiciera una declaración sobre el discurso falsificado, lo cual Strossmayer hizo el 18 de Marzo de 1872. Esta fue la respuesta a Fessler:

Usted sabe, al igual que todos lo que participaron del Concilio, que yo nunca pronuncié semejante discurso, que ahora se me atribuye. Mis principios son fundamentalmente distintos de lo que se expresan en ese discurso espurio. Soy conciente de que jamás dije nada que pudiese socavar la autoridad de la Santa Sede, ni jamás dije nada que pudiese dañar la unidad de la Iglesia. Le autorizo, Muy Reverendo Sr. Obispo, a que use esto que he declarado. (3)

El autor del discurso inauténtico era un sacerdote católico apóstata, Dr. José Agustín de Escudero, mexicano de nacimiento, y ex monje agustino. Él mismo declaró ser el autor del fraude en la revista America del Sud, de la cual fue un colaborador por algunos años, y más tarde fue su editor. En dicha revista Escudero escribió un artículo titulado La verdad en el Vaticano en el cual públicamente admitía que él había falsificado el discurso. Una copia de la revista, junto a una carta del Padre Pedro Stollenwerk de Buenos Aires, Argentina (datada el 18, 1876), le fue enviada al obispo de Bosnia y Sriem [Strossmayer]. (4)

Notas:

(1) A. Spiletak, op. cit. 156. Ver también la carta del canónico Vorsak en GBBS, I (1873), n.3. El prelado escribió en su carta pastoral "Santos Cirilo y Metodio" de 1881: "Hace algunos años un discurso espantoso, bajo mi nombre, circuló por casi todo el mundo, el cual discurso, por su forma y su contenido, es tan extraño a mí como lo es el lugar (Buenos Aires) donde un sacerdote apóstata arrepentido admitió con espíritu penitente que había sido él el que falsificó el discurso, ofreciéndome reparación por medio de su confesor... El discurso causó no poca angustia en muchos católicos" (Mansi 53,999). Ver también TS, pp. 430-431.

(2) Ver la respuesta de Strossmayer en A. Spitelak, Strossmayer i pape, 182-183 y 254.

(3) Mansi 53,997. Ver. A. Spiletak, J.J. Strossmayer, op. cit. 148. La carta de Strossmayer fue publicada el 6 de Abril de 1872 en Neue Tiroler Stimmen.

(4) Mansi 53,998. Ver. A. Spiletak, J.J. Strossmayer, op. cit. 149. El Dr. J. A. de Escudero aceptó el protestantismo y se casó. Más tarde su matrimonio fue convalidado por Roma. Viajó mucho por Europa y Sud América. (ibídem).






- Il vescovo J.J. Strossmayer e il Concilio Vaticano I, una Tesis Doctoral de Andrija Suljak, Dakovo (1995). Dice lo mismo con respecto a nuestro tema.

* * *

Para terminar, volvamos a escuchar a algunos críticos de la Iglesia (entre paréntesis nuestros comentarios):

Corresponde a la Iglesia Católica Romana probar que Strossmayer no habló en el Primer Concilio Vaticano (no corresponde, porque ¡claro que habló! ¡Cinco veces!) y que no habló contra la infalibilidad del papa (ya está probado; ver en artículo aparte para un estudio en profundidad, o la síntesis de todos sus discursos). Sin embargo, la historia es explícita (?!) tanto por su propia enciclopedia (¿porque se llama "Catholic" es la enciclopedia oficial de la Iglesia?) que es perfectamente clara y explícita en dicho asunto (¿?¡!), como por testimonios coetáneos (y en concreto ¿cuáles?). Por otra parte, sería deseable que la Iglesia de Roma diera a luz todos los documentos de ese controvertido Concilio. (Se ve que no se tiene la menor idea de lo que se habla, o bien se pretende que las publicaciones le arriben a su hogar).

Y en otro lugar del mismo sitio web donde sacamos este texto se lee: "la autenticidad del discurso ha sido rechazado por instancias vaticanas". ¿Instancias vaticanas? ¿Qué cosa es una "instancia vaticana"? ¿En concreto, cuáles fueron esas instancias, y de qué modo el "discurso" ha sido rechazado por las mismas?

* * *

Agradezco a Dios haber podido conocer más profundamente la figura de este gran hombre que fue el obispo croata Strossmayer. Esperamos que estas páginas ayuden a limpiar su nombre. Y que los que hospedan aún el discurso obren según la caridad y de la justicia.

P. Juan Carlos Sack
Roma