Re: La Filocalia de los padres Nípticos
136. Pues la ira contra natura que se mueve contra los hombres, y la tristeza que está contra Dios, y la pereza son igualmente destructoras de los bienes y de los pensamientos cognoscitivos. Éstas son cosas que, luego de una confesión, el Señor borra y se produce la alegría dentro de nosotros.
137. Sin embargo, los pensamientos que contra nuestra voluntad están dentro de nuestro corazón y allí se han establecido, son borrados por Él, desde lo más profundo del pensamiento del corazón, por la oración a Jesús unida a la sobriedad.
138. Encontraremos ligereza y alegría cuando, estando en la tribulación que nos aportan los muchos pensamientos irracionales, nos reprochamos con verdad y sin pasión, o bien le contamos todo al Señor como a un hombre. Con estas dos cosas encontraremos completo reposo de toda tribulación.
139. El legislador Moisés ha sido tomado por los Padres como la imagen del intelecto, ya que él ve a Dios entre los arbustos (Cf. Ex 3,6). Su rostro se torna glorioso (Cf. Ex 34,30) y es reconocido como Dios por el Faraón del Dios de dioses (Cf. Ex 6,1). Azota a Egipto (Cf. Ex 7,10) y hace salir a Israel (Cf. Ex 12) y da la ley (Cf. Ex 20). Cosas éstas que, tomadas metafóricamente, según el Espíritu, indican el accionar y las prerrogativas del intelecto.
140. La imagen del hombre exterior es Aarón, el hermano del legislador. Y también nosotros como Moisés, reprochando con desdén a Aarón que ha caído, decimos: ¿Qué injusticia ha cometido en tu contra Israel, que te has apurado en alejarlos del Señor Dios vivo y omnipotente? (Cf. Ex 32,21).
141. Pues el Señor nos ha mostrado, cuando estaba por resucitar a Lázaro de entre los muertos (Cf. Jn 11,33), el siguiente bien, junto a todos los otros bienes: rechazar con indignación la debilidad y la efusión del alma, y aspirar a una cierta severidad que logre liberarla del amor propio, de la vanagloria y de la soberbia mediante la autocrítica.
142. Así como, si no tenemos una gran nave no es posible cruzar las profundidades del mar, del mismo modo es imposible rechazar el asalto del pensamiento maligno sin invocar a Jesucristo.
143. La confutación acalla los pensamientos y la invocación habitualmente los echa de nuestro corazón. En efecto, si el asalto asume en el alma la forma fantástica de una cosa sensible, ya sea un rostro que nos ha entristecido, ya sea la fantasía de una belleza femenina, o del oro o de la plata, si cada una de estas cosas que nacen en nuestra mente se reconocen en seguida como pensamientos de resentimiento, de fornicación o de avaricia que engañan el corazón, y si el intelecto es experimentado y educado en el hábito de la vigilancia de sí mismo y a mirar con pureza y en el aire puro las fantasías seductoras y los engaños del maligno, podrá con facilidad, mediante la confutación y la oración a Jesús, apagar los dardos encendidos del Diablo (Cf. Ef 6,16), no consintiéndose a seguir los movimientos de la fantasía, ni a nuestros pensamientos de adecuarse con pasión a esa apariencia, ni a hablarle amistosamente o a razonar con ella, demostrándole consentimiento. Cosas éstas que inevitablemente son seguidas por las malas obras, como las noches siguen a los días.
144. Pero si nuestro intelecto es inexperto en la destreza de la vigilancia y se mezcla de inmediato con pasión, a esa fantasía pasional que surgió, cualquiera ella sea, y se pone a discurrir recibiendo informaciones indebidas y contestando, entonces nuestros pensamientos se mezclan con la fantasía demoníaca, y la misma se transforma y se multiplica, pareciendo amable, hermosa y agradable al intelecto que la recibe, siendo el mismo saqueado. El intelecto pues, sufrirá de la misma manera que si apareciera un perro en una llanura donde pacen corderos inocentes, y éstos corren hacia él como si fuera su propia madre, sin obtener ninguna ventaja con su cercanía, antes bien, recibiendo sólo su impureza y su mal olor. Del mismo modo también los pensamientos corren indisciplinadamente hacia todas las fantasías demoníacas que se hallan en el intelecto, y tal como lo he dicho, es posible verlos mezclados entre ellos, queriendo abatir la ciudad de Ilio, igual que Agamenón y Menelao. También éstos se aconsejaron mutuamente sobre lo que debió hacerse para poner en acción, por medio del cuerpo, lo que a ellos les pareció bello y dulce, engañados por el asalto demoníaco. Y es así que interiormente se operan las caídas del alma, siendo inevitable que posteriormente ellas revelen lo más íntimo de nuestro corazón.
145. El intelecto es una cosa ingenua y dócil, que sigue fácilmente las fantasías, y es difícil frenarlo cuando enfrenta fantasías ilícitas, a no ser que el raciocinio, señor absoluto de las pasiones, lo frene de continuo.
146. La contemplación y el conocimiento son las guías naturales de una vida diligente, porque la mente, conducida por éstos, alcanza el desprecio de los placeres y de las otras realidades sensibles y dulces de la vida como si fueran cosas viles.
147. La vida atenta, cumplida plenamente en Cristo Jesús, se torna de nuevo madre de la contemplación y del conocimiento; genitora de las divinas ascensiones y de las cogniciones sapientísimas, unida al esposo mediante la humildad, como dice el profeta Isaías: Aquellos que atienden al Señor recibirán a cambio la fuerza, le saldrán alas (Is 40,31) y volarán por medio del Señor.
148. Resulta duro y difícil para los hombres tener en el alma el silencio de todo pensamiento. Y de verdad es laborioso y cansador. De hecho, encerrar y obligar lo que es incorpóreo en la habitación del cuerpo, no cansa solamente a los que son profanos en cuestiones de combate, sino también a aquellos que son prácticos en la inmaterial lucha interior. Aquel que abrazó al Señor Jesús por medio de la oración continua, no se cansará de seguirlo, según el profeta (Jr 17,16 LXX); y no deseará un día de hombre, a causa de la belleza, de la suavidad y de la dulzura de Jesús, ni se sentirá confundido delante de sus enemigos, con los malvados demonios que lo rodean (Cf. Sal 12,8), mientras habla con ellos en la puerta de su corazón (Cf. Sal 127,5), pues los persigue, por medio de Jesucristo.
149. El alma que por medio de la muerte ha levantado vuelo, teniendo consigo como defensa, a las puertas del Cielo, a Jesucristo, no se avergonzará de sus enemigos, sino que con libertad, entonces como ahora, hablará con ellos a las puertas. Estando solo hasta la muerte, que no se canse el alma de invocar el nombre del Señor Jesucristo, Hijo de Dios, de día y de noche, y Él de inmediato, la vengará según su promesa divina, y no mentirá según lo dicho respecto del juez injusto (Cf. Lc 18,1-8). Sí, digo que lo hará en la vida presente y después de su salida del cuerpo.
150. Navegando por el mar espiritual, confía en Jesús. Él grita místicamente en lo íntimo de tu corazón: No temas, siervo mío Jacob, yo soy tu auxilio. No temas gusanillo de Jacob, ni vosotros, oh, hombres de Israel. Yo soy tu auxilio, dice Yahveh, yo te defenderé (Is 41,13). Si Dios está con nosotros, ¿quién será el maligno que está en contra de nosotros? (Ro 8,31). Él es, quien nos ha dicho, benditos los puros de corazón (Cf. Mt 5,8), y ha establecido como ley que el dulce, único y puro Jesús venga divinamente a los corazones puros, queriendo también habitar en ellos. Por tanto, no desistiremos, según Pablo, en ejercitar nuestro intelecto en la piedad (Cf. 1 Ti 4,7). En verdad, bien se ha dicho que la piedad ha arrancado de raíz las semillas del Maligno. Ésta es la piedad, éste es el camino de la razón, es decir, el camino del raciocinio o camino del pensamiento. Según el dialecto helénico del Ática, a la vía se la denomina imos o keleuthos, es decir, pensamiento (9).
9) Esta última frase es un comentario que figura en el texto.