Antes de entrar en harina, permítaseme una aclaración sobre el título del hilo. Aunque es obvio que el adventismo es una abominación para Dios y para cualquier cristiano, y pese a que igual de obvio es su efecto desolador sobre los infelices que caen en sus garras, no pretendo con este título decir que el adventismo sea cumplimiento de los pasajes del libro de Daniel que hablan de la “abominación desoladora” ni del pasaje del Evangelio de Mateo que hace lo propio. Lo que este hilo se propone es, sencillamente, intentar evaluar lo que dice el adventismo sobre esos pasajes. Como veremos, no es una tarea fácil, pues, como suelen hacer en estos casos, dicen cosas contradictorias según lo que entiendan que les conviene.
Veamos primero el pasaje de Mateo 24:15 en su contexto. En este conocido pasaje, vemos la forma en que Jesús aplica al futuro luctuosas circunstancias que ya habían tenido su cumplimiento un par de siglos antes:
“Por tanto, cuando veáis en el lugar santo la abominación desoladora de la que habló el profeta Daniel —el que lee, entienda—, entonces los que estén en Judea, huyan a los montes. El que esté en la azotea, no descienda para tomar algo de su casa; y el que esté en el campo, no vuelva atrás para tomar su capa. Pero ¡ay de las que estén encinta y de las que críen en aquellos días! Orad, pues, que vuestra huida no sea en invierno ni en sábado” (Mat. 24:15-20).
La alusión a Judea y, en el contexto más amplio, a Jerusalén deja poco lugar a dudas. Ante tales evidencias, el tomo 5 del Comentario bíblico adventista se vio obligado a reconocer lo siguiente:
“El acontecimiento predicho aquí es, evidentemente, la destrucción de Jerusalén llevada a cabo por los romanos en el año 70 d. C., cuando se instalaron los símbolos de la Roma pagana dentro del predio del templo” (página 487).
Si la cosa hubiese quedado aquí, no habría nada que objetar, ya que es obvio que Jesús aplicó la “abominación desoladora” a las calamidades que sobrevinieron a Jerusalén con ocasión del asedio romano a Jerusalén. Al fin y al cabo, en el pasaje paralelo del Evangelio de San Lucas se lee la advertencia:
“Pero cuando veáis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed entonces que su destrucción ha llegado. Entonces los que estén en Judea huyan a los montes; y los que estén en medio de ella, váyanse; y los que estén en los campos no entren en ella, porque estos son días de retribución, para que se cumplan todas las cosas que están escritas. Pero ¡ay de las que estén encinta y de las que críen en aquellos días!, porque habrá gran calamidad en la tierra e ira sobre este pueblo” (Luc. 21:20-23).
Lamentablemente para ellos, los adventistas no pudieron dejar el asunto así, pues en el libro de Daniel la “abominación desoladora” está indisolublemente asociada con una duración de 1290 días:
“Y desde el tiempo en que el sacrificio perpetuo sea abolido y puesta la abominación de la desolación, habrá mil doscientos noventa días” (Dan. 12:11).
Según nos cuentan los adventistas, esos 1290 días hay que interpretarlos como 1290 “años”. Naturalmente, el sitio de Jerusalén por las legiones romanas no duró tanto. Se limitó a tres años y medio, pero eso es demasiado corto para las aspiraciones eisegético-pronosticadoras del adventismo. Veamos cómo se expresa Uriah Smith, autor de un engendro que los adventistas quieren hacer pasar por un comentario de Daniel y el Apocalipsis:
“Por lo tanto, los dos períodos, el de 1.290 días y el de 1.260 días, terminan juntos en 1798. El último empieza en 538, y el primero en 508, es decir treinta años antes” (Las profecías de Daniel y el Apocalipsis [Mountain View, California, 1971], tomo 1, página 266).
Como vemos, según el “comentarista” en cuestión los 1290 días ni siquiera comenzaron con el asedio romano de Jerusalén. En las páginas siguientes, Smith se encarga de entontecer a sus lectores con la descabellada noción de que los 1290 días de la abominación desoladora se inician con una victoria militar de Clodoveo, rey de los francos (páginas 266-270).
La literatura propagandística más reciente de la secta remanente mantiene la tónica absurda de Smith. Véase, por ejemplo, el capítulo 14, obra de William H. Shea, uno de los secuaces más intrépidos del adventismo, en el libro Symposium on Revelation – Book I, editado por Frank B. Holbrook, Biblical Research Institute, Asociación General (1992).
Como vemos, no resulta difícil constatar que, con su lengua bífida, los adventistas nos presentan dos cosas que desearían que fueran verdad simultáneamente. Por un lado, el “comentario bíblico” oficial de la secta afirma que lo dicho por Jesús sobre la “abominación desoladora” se cumplió en el año 70 d.C. Por otra parte, otros “comentaristas” antiguos y recientes de la secta afirman que, en realidad, la “abominación desoladora” no comenzó con la empresa militar romana contra Jerusalén en el año 70 d.C., sino con cierta victoria de Clodoveo, rey de los francos, en el año 508 d.C. ¿Nos podrá aclarar algún secuaz del adventismo cuál de esas versiones tan dispares es la verdadera? Sabemos que, como mínimo, una tiene que ser falsa, pues son mutuamente excluyentes. ¿Nos aclarará alguno tan jugoso asunto? Como siempre, es un placer para mí poner a nuestros "amigos" los adventistas en disyuntivas que ellos mismos han creado y que retratan a la perfección la doblez de tan siniestros personajillos.
Veamos primero el pasaje de Mateo 24:15 en su contexto. En este conocido pasaje, vemos la forma en que Jesús aplica al futuro luctuosas circunstancias que ya habían tenido su cumplimiento un par de siglos antes:
“Por tanto, cuando veáis en el lugar santo la abominación desoladora de la que habló el profeta Daniel —el que lee, entienda—, entonces los que estén en Judea, huyan a los montes. El que esté en la azotea, no descienda para tomar algo de su casa; y el que esté en el campo, no vuelva atrás para tomar su capa. Pero ¡ay de las que estén encinta y de las que críen en aquellos días! Orad, pues, que vuestra huida no sea en invierno ni en sábado” (Mat. 24:15-20).
La alusión a Judea y, en el contexto más amplio, a Jerusalén deja poco lugar a dudas. Ante tales evidencias, el tomo 5 del Comentario bíblico adventista se vio obligado a reconocer lo siguiente:
“El acontecimiento predicho aquí es, evidentemente, la destrucción de Jerusalén llevada a cabo por los romanos en el año 70 d. C., cuando se instalaron los símbolos de la Roma pagana dentro del predio del templo” (página 487).
Si la cosa hubiese quedado aquí, no habría nada que objetar, ya que es obvio que Jesús aplicó la “abominación desoladora” a las calamidades que sobrevinieron a Jerusalén con ocasión del asedio romano a Jerusalén. Al fin y al cabo, en el pasaje paralelo del Evangelio de San Lucas se lee la advertencia:
“Pero cuando veáis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed entonces que su destrucción ha llegado. Entonces los que estén en Judea huyan a los montes; y los que estén en medio de ella, váyanse; y los que estén en los campos no entren en ella, porque estos son días de retribución, para que se cumplan todas las cosas que están escritas. Pero ¡ay de las que estén encinta y de las que críen en aquellos días!, porque habrá gran calamidad en la tierra e ira sobre este pueblo” (Luc. 21:20-23).
Lamentablemente para ellos, los adventistas no pudieron dejar el asunto así, pues en el libro de Daniel la “abominación desoladora” está indisolublemente asociada con una duración de 1290 días:
“Y desde el tiempo en que el sacrificio perpetuo sea abolido y puesta la abominación de la desolación, habrá mil doscientos noventa días” (Dan. 12:11).
Según nos cuentan los adventistas, esos 1290 días hay que interpretarlos como 1290 “años”. Naturalmente, el sitio de Jerusalén por las legiones romanas no duró tanto. Se limitó a tres años y medio, pero eso es demasiado corto para las aspiraciones eisegético-pronosticadoras del adventismo. Veamos cómo se expresa Uriah Smith, autor de un engendro que los adventistas quieren hacer pasar por un comentario de Daniel y el Apocalipsis:
“Por lo tanto, los dos períodos, el de 1.290 días y el de 1.260 días, terminan juntos en 1798. El último empieza en 538, y el primero en 508, es decir treinta años antes” (Las profecías de Daniel y el Apocalipsis [Mountain View, California, 1971], tomo 1, página 266).
Como vemos, según el “comentarista” en cuestión los 1290 días ni siquiera comenzaron con el asedio romano de Jerusalén. En las páginas siguientes, Smith se encarga de entontecer a sus lectores con la descabellada noción de que los 1290 días de la abominación desoladora se inician con una victoria militar de Clodoveo, rey de los francos (páginas 266-270).
La literatura propagandística más reciente de la secta remanente mantiene la tónica absurda de Smith. Véase, por ejemplo, el capítulo 14, obra de William H. Shea, uno de los secuaces más intrépidos del adventismo, en el libro Symposium on Revelation – Book I, editado por Frank B. Holbrook, Biblical Research Institute, Asociación General (1992).
Como vemos, no resulta difícil constatar que, con su lengua bífida, los adventistas nos presentan dos cosas que desearían que fueran verdad simultáneamente. Por un lado, el “comentario bíblico” oficial de la secta afirma que lo dicho por Jesús sobre la “abominación desoladora” se cumplió en el año 70 d.C. Por otra parte, otros “comentaristas” antiguos y recientes de la secta afirman que, en realidad, la “abominación desoladora” no comenzó con la empresa militar romana contra Jerusalén en el año 70 d.C., sino con cierta victoria de Clodoveo, rey de los francos, en el año 508 d.C. ¿Nos podrá aclarar algún secuaz del adventismo cuál de esas versiones tan dispares es la verdadera? Sabemos que, como mínimo, una tiene que ser falsa, pues son mutuamente excluyentes. ¿Nos aclarará alguno tan jugoso asunto? Como siempre, es un placer para mí poner a nuestros "amigos" los adventistas en disyuntivas que ellos mismos han creado y que retratan a la perfección la doblez de tan siniestros personajillos.