...El Hijo, que siendo reflejo resplandeciente de la gloria del Padre e imagen perfecta de su ser, sostiene todas las cosas mediante su palabra poderosa y que, después de habernos purificado del pecado, se sentó junto al trono de Dios en las alturas y ha venido a ser un valedor tanto más poderoso que los ángeles, cuanto es más excelente el título que ha recibido en herencia.
En efecto, jamás dijo Dios a ningún ángel: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy.
Ni tampoco: Seré para él un padre, y él será un hijo para mí.
Asimismo, al introducir a su Hijo primogénito en el mundo dice:
Adórenlo todos los ángeles de Dios.
Y mientras que de los ángeles dice la Escritura: Dios hace espíritus a sus ángeles, y llamas ardientes a sus ministros,
del Hijo, en cambio, dice: Tu trono, oh Dios, permanece para siempre y gobiernas tu reino con rectitud. Amas la justicia y odias la maldad;
por eso Dios, tu Dios, te ha ungido con óleo de alegría haciéndote sobresalir más que tus compañeros.
Y dice también: Tú, Señor, pusiste al comienzo los cimientos de la tierra, y hechura de tus manos son los cielos. Ellos perecerán; tú, en cambio, permaneces. Como traje que envejece serán todos; como si de un manto se tratara, los doblarás y como ropa que se muda cambiarán. Pero tú eres siempre el mismo y tus años no tendrán fin.
¿A qué ángel, en fin, dijo alguna vez: Siéntate junto a mí hasta que yo ponga a tus enemigos por estrado de tus pies?
¿No son todos ellos espíritus enviados con la función de servir a los que han de heredar la salvación?