Dar a conocer el evangelio, la buena noticia, es un oficio y para el cual se ha de ser comisionado por Dios. No, no es suficiente con ser gran conocedor de las escrituras, ni con el título de teología alcanza. Se ha de ser ungido por Dios para poderlo llevarlo debidamente a cabo. Lo que sí que hay que tener en claro, es que quien es de Cristo, escucha la voz de Cristo, si no a primeras, en su momento la aceptará, porque la buena semilla de la palabra de Dios que le haya sido dada, en él germinará por obra del Espíritu Santo. Tomemos el ejemplo del apóstol Pablo: ¿Cuándo se convierte?, cuando tiene un encuentro personal con el Señor. Pablo era un perfecto conocedor de las escrituras, pero estas no le habían llevado a reconocer al Señor, sino todo lo contrario. Fue después de tener un encuentro personal con el Señor, que le fueron abiertos los ojos y comprendió las escrituras, y la palabra de Dios contenida en las mismas, empezó a serle revelada y mostrarle que Jesús era el Mesías, el Hijo de Dios, anunciado por los profetas. ¿Entonces, pues, que hacer? Predicar a Cristo, empezando por lo más básico y elemental, y fijándose uno en si la persona acepta o no lo que se le va mostrando mediante la palabra de Dios que se le comparte. Si vemos que no, que se cierra, o bien tendremos que ir unos pasitos más atrás, o bien dejarlo por el momento estar. El Espíritu Santo, y ello, doy por sentado que lo sabrá por experiencia propia; nunca impone, nunca obliga, nunca fuerza, y siempre respeta el libre albedrío de la persona. Es trabajo de fondo, que necesita tiempo, pues llevarles a los pies de Cristo, para que sean sus discípulos, lleva tiempo, pero justo el necesario para que, cuando veamos que ya han tenido un encuentro con el Señor, que él ya está siendo su Maestro, les dejemos caminar de la mano del Espíritu Santo, que es el que les conducirá al conocimiento de toda la verdad, de Jesucristo mismo. La palabra de Dios no se discute ni se debate, se cree o no se cree. Quién es de Cristo, acepta de buen agrado la corrección, quien se empecina en sus trece, y no da su brazo a torcer, o sigue estando ciego, o simplemente no le ha sido dado del Padre, y por mucho empeño que pongamos, nada lograremos, porque no depende de nosotros, sino de la obra del Espíritu Santo. Y la fe, es un don de Dios, o se tiene o no se tiene. No se puede perder, porque lo que Dios da, no lo deroga ni quita. Si se puede enfriar por un tiempo determinado, a todos nos ha pasado en mayor o menor medida en momentos determinados, pero si alguien dice que ha dejado de creer, de tener fe; es porque nunca creyó en verdad, nunca tuvo fe verdadera. Decían ser de los nuestros, pero no lo eran.