Re: ¿JESUS DIJO QUE ERA DIOS?
La historia de la Iglesia muestra aun que el concepto de dos personas iguales en la Deidad---el Padre y el Hijo---no recibió aprobación formal en la comunidad cristiana hasta trescientos años después del ministerio de Cristo, en el Concilio de Nicea en 325 AD, y esto bajo circunstancias confusas con la agitación política. Lo que fue verdad en el cuarto y quinto siglos debió ser verdad en el primer siglo. Si Jesús fue distinguido como Dios en el primer siglo, ¿Por qué le tomó tanto tiempo a la Iglesia declarar formalmente una Deidad de dos personas, y después de tres personas--- y sólo entonces bajo gran presión política? Siguiendo a Nicea, miles de auténticos cristianos murieron a manos de otros “cristianos” porque sinceramente creyeron que Dios era una sola persona.
El dogma trinitario es uno de los grandes enigmas de nuestro tiempo. El hecho de que ella desafíe a ambas, a la lógica convencional y a la explicación racional no parece disminuir el deseo de los trinitarios de proteger a cualquier costo su compleja fórmula teológica. Nos volvemos perplejos por la agitación que se crea cuando la trinidad es cuestionada. Esto parece apuntar a una falta de confianza en lo que se afirma son los principios oficiales de virtualmente todos los ministros cristianos. El estigma común como incrédulos de todos los objetores no ayuda en nada para tranquilizarnos.
La abrumadora aceptación de una idea religiosa por la mayoría ni vindica ni valida su veracidad. ¿Es la tierra plana o el centro de nuestro sistema solar? En otro tiempo a toda la cristiandad se le exigió creer en esto como un artículo de fe y grande fue la pena por no creerla. Con todo era aún un dogma falso.
Una pregunta adicional debe formularse: ¿Estaba la Iglesia apostólica formada por teólogos brillantes y sofisticados? Con la excepción del apóstol Pablo, en el liderazgo de la Iglesia primitiva, vemos una gama de la humanidad representada por trabajadores ordinarios, comerciantes, y sirvientes civiles. ¿No hubieran estado ellos confundidos como nosotros sobre la idea de que Dios era dos o tres personas, y sin embargo, de algún modo permaneciendo aún como un solo ser? Semejante innovación hubiera requerido la explicación más cuidadosa y reiterada para los hombres y mujeres que habían sido empapados desde el nacimiento en la creencia de que Dios era solo una persona. Es innegable que la idea de un solo y único Dios creador fue el más sagrado credo de la herencia nacional de Israel. Su creencia fundamental en un solo Dios no podría haber sido disipada rápida o fácilmente.
De hecho, creer en el Dios trinitario hubiera sido el más revolucionario y explosivo concepto que jamás hubiera convulsionado a la iglesia del primer siglo. Empero de esa revolución, si alguna vez ocurrió, el Nuevo Testamento no nos da ninguna pista y así mismo lo confirma la misma Enciclopedia Católica desde ha ya bastantes años.
Muchos de nosotros podríamos estar cándidamente inadvertidos de que la controversia no resuelta sobre la trinidad ha ardido por casi dos mil años. Miles han sido torturados y asesinados como cómplices de este desacuerdo. No obstante, a riesgo de ser marcados con etiquetas tales como “liberal,” “herético,” “ocultista,” o “anticristiano” y forzados al aislamiento por la religión “oficial”, hoy un número creciente de teólogos católicos y protestantes, con una alta estimada por las Sagradas Escrituras y con todo que perder por abandonar lo establecido por su interpretación de lo que es el cristianismo, se cuestionan si esta, la más fundamental de todas las creencias—la Trinidad---puede encontrarse en la Biblia.
La tradición teológica se ha dividido en tres campos, en materia de definir a Dios. La creencia ha sido expresada en un Dios trinitario (tres personas---Padre, Hijo y Espíritu Santo), un Dios Binitario (dos personas---Padre e Hijo) y un Dios compuesto de una persona, el Padre, no creado y único en todo el universo (unitarismo). Cualquier doctrina que ha causado semejante hostilidad entre los creyentes profesantes en Cristo merece un análisis cuidadoso.
En nuestro examen de la Trinidad hemos usado la Biblia y registrado la historia como nuestras fuentes. No estamos interesados con las varias controversias de si la Biblia es o no es la Palabra revelada de Dios. Nosotros ignoramos el cargo de que la Biblia es obsoleta y que ya no es relevante en la sociedad moderna. Nuestro interés principal es la pregunta: ¿Qué significaron las palabras pronunciadas por Jesús y sus apóstoles para aquellos cristianos que formaron la Iglesia del primer siglo? Si la religión Cristiana está fundada en lo que la Biblia dice, entonces la Biblia debe ser nuestra fuente para la auténtica fe cristiana.
Sorpresa causa; no, más bien “indignación” se sufre, cuando escuchamos las disquisiciones de la mente humana en su máxima expresión tratando de forzar, torcer y negar a ultranza, las mismas y claras declaraciones del Jesús a quienes adoran creyéndolo el Dios de todo Consuelo y que, vez tras vez, estableció durante su ministerio como HOMBRE VERDADERO, HIJO DE DIOS, la VERDAD que escuchó de parte de su Padre y quien, de manera constante, día a día, se entregaba con denuedo y seriedad para la edificación y el debido despertar espiritual de sus discípulos, tratando de razonar con ellos, instruirles, comunicarles LA PALABRA del Dios a quien servía y por el que fue enviado a ellos con la claridad característica de un Hijo al servicio de su Padre amado, por amor, en toda la plenitud que la relación establecía. Pero no suficiente con aceptarle ni entender lo que claramente expuso como la Palabra de Dios, vienen ahora estos dizque seguidores del “Mártir del Calvario” a negarle en su propia cara, tapándole la boca como cuando un fiscal de la Corte se abalanza sobre su testigo y, tapándole su boca, impide que diga la verdad y, en su lugar, el desesperado fiscal es el que habla y, en la propia cara de su testigo, le dice lo que él quiere que diga, y no lo que con tanta claridad había declarado de antemano.
Y lo peor de todo este maquiavélico y demoníaco plan fraguado en la “olla hirviente” de Nicea en el tercer siglo de nuestra era, todavía, con todo el descaro y aplomo del “caradura” que pretende engañar a cuantos logre introducirle el veneno que contamine sus entrañas, es lo que ahora pretenden minimizando la autoridad de las Palabras del Señor aludiendo a su “humanidad” y que, como era humano, inferior a Dios, todo cuanto decía –lo curioso es que no minimizan lo que hacía– lo arreglan con la creencia de que, como ERA HOMBRE, todo lo que ENSEÑABA COMO LA VERDAD era en función de la clara inferioridad al Padre en ese momento crucial de la enseñanza que DIOS determinó transmitiera. Ya esto es el colmo de los colmos y la desfachatez de justificar las MENTIRAS que dicen que Jesús dijo sin decirlo, contraviniendo todo cuanto enseñó como la Verdad de Dios, su Padre, a quien había enviado con dicha finalidad.
La historia de la Iglesia muestra aun que el concepto de dos personas iguales en la Deidad---el Padre y el Hijo---no recibió aprobación formal en la comunidad cristiana hasta trescientos años después del ministerio de Cristo, en el Concilio de Nicea en 325 AD, y esto bajo circunstancias confusas con la agitación política. Lo que fue verdad en el cuarto y quinto siglos debió ser verdad en el primer siglo. Si Jesús fue distinguido como Dios en el primer siglo, ¿Por qué le tomó tanto tiempo a la Iglesia declarar formalmente una Deidad de dos personas, y después de tres personas--- y sólo entonces bajo gran presión política? Siguiendo a Nicea, miles de auténticos cristianos murieron a manos de otros “cristianos” porque sinceramente creyeron que Dios era una sola persona.
El dogma trinitario es uno de los grandes enigmas de nuestro tiempo. El hecho de que ella desafíe a ambas, a la lógica convencional y a la explicación racional no parece disminuir el deseo de los trinitarios de proteger a cualquier costo su compleja fórmula teológica. Nos volvemos perplejos por la agitación que se crea cuando la trinidad es cuestionada. Esto parece apuntar a una falta de confianza en lo que se afirma son los principios oficiales de virtualmente todos los ministros cristianos. El estigma común como incrédulos de todos los objetores no ayuda en nada para tranquilizarnos.
La abrumadora aceptación de una idea religiosa por la mayoría ni vindica ni valida su veracidad. ¿Es la tierra plana o el centro de nuestro sistema solar? En otro tiempo a toda la cristiandad se le exigió creer en esto como un artículo de fe y grande fue la pena por no creerla. Con todo era aún un dogma falso.
Una pregunta adicional debe formularse: ¿Estaba la Iglesia apostólica formada por teólogos brillantes y sofisticados? Con la excepción del apóstol Pablo, en el liderazgo de la Iglesia primitiva, vemos una gama de la humanidad representada por trabajadores ordinarios, comerciantes, y sirvientes civiles. ¿No hubieran estado ellos confundidos como nosotros sobre la idea de que Dios era dos o tres personas, y sin embargo, de algún modo permaneciendo aún como un solo ser? Semejante innovación hubiera requerido la explicación más cuidadosa y reiterada para los hombres y mujeres que habían sido empapados desde el nacimiento en la creencia de que Dios era solo una persona. Es innegable que la idea de un solo y único Dios creador fue el más sagrado credo de la herencia nacional de Israel. Su creencia fundamental en un solo Dios no podría haber sido disipada rápida o fácilmente.
De hecho, creer en el Dios trinitario hubiera sido el más revolucionario y explosivo concepto que jamás hubiera convulsionado a la iglesia del primer siglo. Empero de esa revolución, si alguna vez ocurrió, el Nuevo Testamento no nos da ninguna pista y así mismo lo confirma la misma Enciclopedia Católica desde ha ya bastantes años.
Muchos de nosotros podríamos estar cándidamente inadvertidos de que la controversia no resuelta sobre la trinidad ha ardido por casi dos mil años. Miles han sido torturados y asesinados como cómplices de este desacuerdo. No obstante, a riesgo de ser marcados con etiquetas tales como “liberal,” “herético,” “ocultista,” o “anticristiano” y forzados al aislamiento por la religión “oficial”, hoy un número creciente de teólogos católicos y protestantes, con una alta estimada por las Sagradas Escrituras y con todo que perder por abandonar lo establecido por su interpretación de lo que es el cristianismo, se cuestionan si esta, la más fundamental de todas las creencias—la Trinidad---puede encontrarse en la Biblia.
La tradición teológica se ha dividido en tres campos, en materia de definir a Dios. La creencia ha sido expresada en un Dios trinitario (tres personas---Padre, Hijo y Espíritu Santo), un Dios Binitario (dos personas---Padre e Hijo) y un Dios compuesto de una persona, el Padre, no creado y único en todo el universo (unitarismo). Cualquier doctrina que ha causado semejante hostilidad entre los creyentes profesantes en Cristo merece un análisis cuidadoso.
En nuestro examen de la Trinidad hemos usado la Biblia y registrado la historia como nuestras fuentes. No estamos interesados con las varias controversias de si la Biblia es o no es la Palabra revelada de Dios. Nosotros ignoramos el cargo de que la Biblia es obsoleta y que ya no es relevante en la sociedad moderna. Nuestro interés principal es la pregunta: ¿Qué significaron las palabras pronunciadas por Jesús y sus apóstoles para aquellos cristianos que formaron la Iglesia del primer siglo? Si la religión Cristiana está fundada en lo que la Biblia dice, entonces la Biblia debe ser nuestra fuente para la auténtica fe cristiana.
Sorpresa causa; no, más bien “indignación” se sufre, cuando escuchamos las disquisiciones de la mente humana en su máxima expresión tratando de forzar, torcer y negar a ultranza, las mismas y claras declaraciones del Jesús a quienes adoran creyéndolo el Dios de todo Consuelo y que, vez tras vez, estableció durante su ministerio como HOMBRE VERDADERO, HIJO DE DIOS, la VERDAD que escuchó de parte de su Padre y quien, de manera constante, día a día, se entregaba con denuedo y seriedad para la edificación y el debido despertar espiritual de sus discípulos, tratando de razonar con ellos, instruirles, comunicarles LA PALABRA del Dios a quien servía y por el que fue enviado a ellos con la claridad característica de un Hijo al servicio de su Padre amado, por amor, en toda la plenitud que la relación establecía. Pero no suficiente con aceptarle ni entender lo que claramente expuso como la Palabra de Dios, vienen ahora estos dizque seguidores del “Mártir del Calvario” a negarle en su propia cara, tapándole la boca como cuando un fiscal de la Corte se abalanza sobre su testigo y, tapándole su boca, impide que diga la verdad y, en su lugar, el desesperado fiscal es el que habla y, en la propia cara de su testigo, le dice lo que él quiere que diga, y no lo que con tanta claridad había declarado de antemano.
Y lo peor de todo este maquiavélico y demoníaco plan fraguado en la “olla hirviente” de Nicea en el tercer siglo de nuestra era, todavía, con todo el descaro y aplomo del “caradura” que pretende engañar a cuantos logre introducirle el veneno que contamine sus entrañas, es lo que ahora pretenden minimizando la autoridad de las Palabras del Señor aludiendo a su “humanidad” y que, como era humano, inferior a Dios, todo cuanto decía –lo curioso es que no minimizan lo que hacía– lo arreglan con la creencia de que, como ERA HOMBRE, todo lo que ENSEÑABA COMO LA VERDAD era en función de la clara inferioridad al Padre en ese momento crucial de la enseñanza que DIOS determinó transmitiera. Ya esto es el colmo de los colmos y la desfachatez de justificar las MENTIRAS que dicen que Jesús dijo sin decirlo, contraviniendo todo cuanto enseñó como la Verdad de Dios, su Padre, a quien había enviado con dicha finalidad.