Juan 11:5 Ahora bien, Jesús amaba a Marta y a su hermana y a Lázaro. 6 Sin embargo, cuando oyó que este estaba enfermo, entonces realmente permaneció dos días en el lugar donde estaba. 7 Luego, después de esto, dijo a los discípulos: “Vamos otra vez a Judea”. 8 Los discípulos le dijeron: “Rabí, hace poco procuraban apedrearte los de Judea, ¿y vas allá otra vez?”. 9 Jesús contestó: “Hay doce horas de luz del día, ¿no es verdad? Si alguien anda en la luz del día no choca contra nada, porque ve la luz de este mundo. 10 Pero si alguien anda de noche, choca contra algo, porque la luz no está en él”.
11 Dijo estas cosas, y después de esto les dijo: “Nuestro amigo Lázaro está descansando, pero yo me voy allá para despertarlo del sueño”. 12 Por lo tanto los discípulos le dijeron: “Señor, si está descansando, recobrará la salud”. 13 Sin embargo, Jesús había hablado de la muerte de aquel. Pero ellos se imaginaban que él estaba hablando de descansar en el sueño. 14 Entonces, por lo tanto, Jesús les dijo francamente: “Lázaro ha muerto, 15 y me regocijo, por causa de ustedes, de que yo no haya estado allí, a fin de que ustedes crean. Pero vamos a él”. 16 Por eso Tomás, que se llamaba El Gemelo, dijo a sus condiscípulos: “Vamos nosotros también, para que muramos con él”.
¿Por qué tardó Jesús cuatro días en llegar a la tumba de Lázaro?
En realidad, parece que Jesús tardó ese tiempo deliberadamente. ¿Por qué decimos esto? Analicemos el relato que se encuentra en el capítulo 11 del Evangelio de Juan.
Cuando Lázaro, amigo de Jesús que vivía en Betania, enfermó gravemente, sus hermanas avisaron al Maestro (versículos 1-3). En aquel momento, Jesús se hallaba a unos dos días de viaje de Betania (Juan 10:40). Al parecer, Lázaro murió más o menos al mismo tiempo en que Jesús recibía el aviso.
¿Qué hizo Jesús? “Permaneció dos días en el lugar donde estaba” y, a continuación, salió para Betania (versículos 6, 7). Puesto que esperó dos días para salir y el viaje le llevó otros dos días, Jesús llegó a la tumba cuatro días después de la muerte de Lázaro (versículo 17).
Jesús ya había efectuado dos resurrecciones antes: una de ellas inmediatamente después de la muerte de la persona, y la otra quizás horas después, aunque en el mismo día en que falleció la persona (Lucas 7:11-17; 8:49-55).
¿Podría resucitar a alguien que llevaba cuatro días muerto y cuyo cuerpo ya había comenzado a descomponerse? (Versículo 39.)
Curiosamente, según una obra de consulta bíblica, entre los judíos existía la creencia de que no había esperanza “para una persona que llevara muerta cuatro días, pues para ese momento el cuerpo ya mostraba signos apreciables de descomposición, y el alma que —según se creía— había estado flotando sobre el cuerpo durante tres días, ya lo habría abandonado”.
Si alguno de los que se encontraban al lado de la tumba tenía dudas, estaba a punto de presenciar el poder de Cristo sobre la muerte. De pie ante la puerta abierta de la tumba, Jesús clamó con voz fuerte: “¡Lázaro, sal!”. Entonces, “el hombre que había estado muerto salió” (versículos 43, 44). La resurrección, y no el concepto falso de que el alma vive después de la muerte, es la auténtica esperanza para los muertos (Ezequiel 18:4; Juan 11:25).
La palabra resurrección traduce el vocablo griego a‧ná‧sta‧sis, que significa literalmente “acción de ponerse de pie (levantarse) de nuevo”. Los traductores hebreos del griego han traducido a‧ná‧sta‧sis por una expresión que significa “reanimación de los muertos” (hebreo, teji‧yáth ham‧me‧thím). Así pues, la resurrección implica levantar de su estado inanimado a la persona que ha muerto, devolviéndole y reactivando su personalidad.