Respuesta a Mensaje # 10:
Sí, es común lo que dices. Pero tiene su explicación.
La evangelización por medio del reparto de tratados (así se llamaba a los folletos como traducían del inglés los misioneros) se inició en la Gran Bretaña en el Siglo XIX, y tuvo mucho auge en nuestra América durante la primera mitad del pasado siglo, para ir luego decayendo hasta nuestros días.
Al tiempo de mi conversión, no era concebible en las Asambleas de Hermanos que hubiese alguno o alguna que no saliese por el barrio, casa por casa, repartiendo estos folletos. Todos los creyentes –sin excepción- eran repartidores de tratados. Una ventaja obvia de este método era la oportunidad de explicar algo más del evangelio a la persona que lo recibía.
Tras ser bautizado, yo mismo me inicié en este trabajo, y no podría siquiera calcular las decenas de miles que debo haber distribuido.
Si la persona se mostraba recelosa de aceptarlo, vencíamos su resistencia diciéndole con mucha simpatía:
-¡Es gratis!
Todavía recuerdo como cierta vez, predicando al aire libre sobre una tarima, micrófono en mano, en una concurrida esquina de un barrio muy revoltoso, vi como una misionera neozelandesa alcanzaba un folleto a un hombre que pasaba, quien al tomarlo lo estrujó y tiró con desprecio al piso. Advirtiéndolo, aproveché entonces a decir:
-Si usted recibe un folleto con el mensaje del evangelio, no vaya a estropearlo o tirarlo, pues con su acción quizás está arrojando su alma a las llamas del infierno, menospreciando la oportunidad de salvación que Dios le está brindando.
¡Así predicaba yo, todavía adolescente!
Volviendo a nuestros tiempos, el caso es que ya actualmente no tiene el mismo “gancho” el recibir un folleto y la gente suele fastidiarse cuando son abordadas por los que entregan en la calle propagandas de todo tipo.
Mi esposa, siendo jovencita, fue convertida gracias a un folleto que dejara bajo la puerta de su casa, un hermano manco que solía hacer este trabajo.
El reparto de tratados tuvo su auge cuando los evangélicos eran los únicos que lo hacían. Luego llegaron otros con extrañas doctrinas y la publicidad comercial desvirtuó un método provechoso en aquellos tiempos.
De todos modos, la responsabilidad en el rechazo de un folleto o lo que el receptor haga con él, muchas veces también es de quien lo reparte, sin la gracia y la sabiduría necesaria al entregarlo.
Saludos cordiales.