Tomado de la revista Proceso:
http://www.proceso.com.mx:8880/proceso/template_hemeroteca_interior.html?aid=1332n12.rtf
Rodrigo Vera
De acuerdo con un análisis científico realizado en 1982, la imagen de la Virgen de Guadalupe que se venera en el Tepeyac no es producto de un milagro. Es la obra de un artista anómino, de mediados del siglo XVI, y está pintada no en un ayate, sino sobre tela de algodón. Los resultados del estudio fueron enviados por Guillermo Schulenburg, entonces abad de la Basílica de Guadalupe, a las autoridades del Vaticano, que optaron por mantenerlos ocultos. El libro La búsqueda de Juan Diego, de Manuel Olimón Velasco, de próxima aparición con el sello de Plaza & Janés, da a conocer estos valiosos datos, junto con la correspondencia que sobre el tema de la aparición de la Virgen mandaron Schulenburg y un grupo de clérigos e historiadores a los altos jerarcas de la Iglesia católica.
La imagen de la Virgen de Guadalupe que se venera en el Tepeyac no es de origen sobrenatural, sino una obra pictórica humana hecha sobre una tela de algodón. Así lo determinó un análisis científico realizado, en noviembre de 1982, por los mejores técnicos en conservación de obras de arte.
En su momento —y como un signo de honestidad y de amor a la verdad—, los resultados del estudio fueron entregados confidencialmente al Vaticano por el entonces abad de la Basílica de Guadalupe, Guillermo Schulenburg, quien tuvo que solicitar la investigación y restauración de la imagen, pues el tiempo la había deteriorado.
Lo anterior se desprende de la correspondencia privada que durante cuatro años, de 1998 a 2001, Schulenburg y un grupo de clérigos e historiadores enviaron a altos jerarcas del Vaticano para prevenirlos de los riesgos que representaba canonizar a Juan Diego, cuya existencia histórica, argumentaban, no ha sido probada.
Respecto de la tilma de Juan Diego, en la que supuestamente la guadalupana estampó su imagen, señalaron que no es de agave, es de algodón y, además, por el análisis técnico, se trata de una pintura muy probablemente de mediados del siglo XVI, cuya mano desconocemos.
En su correspondencia con el cardenal Angelo Sodano, secretario de Estado del Vaticano, Schulenburg resaltó el 27 de septiembre de 1999:
De hecho, cuando transferimos la imagen de Nuestra Señora de la vieja a la nueva Basílica, y con el deseo de darle la mejor protección posible, la examinamos perfectamente bien, tanto algunos de nuestros mejores técnicos en conservación de obras de arte como el arcipreste don Carlos Warnholtz y un servidor, entonces abad de la Basílica; y nos dimos perfecta cuenta de que reunía todas las características de una pintura hecha por mano humana, con el deterioro propio de la antigüedad de la imagen misma. Dicho examen crítico lo enviamos a esa sede apostólica como un signo de honestidad y de amor a la verdad.
Ya en pleno proceso de canonización de Juan Diego, el 14 de mayo de 2000, el peritaje técnico volvió a enviarse al Vaticano, esta vez a monseñor Tarcisio Bertone, secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe. A él se le comentó:
Tenemos un juicio crítico serio y confiable, por la capacidad de las personas que lo hicieron, de que nuestra imagen guadalupana es una pintura de tipo europeo que se remonta más o menos a la mitad del siglo XVI. Enviamos a vuestra Excelencia una copia de dicho juicio, resultado de una amplia observación directa a la pintura, observación muy reservada hecha por nosotros.
(La imagen de la virgen ha sido sometida a toda clase de estudios, con las técnicas más avanzadas, con resultados contradictorios entre unos y otros, por lo que no se ha podido establecer una verdad científica sobre su origen y estructura.)
Ahora, a sólo dos meses de que se realice la canonización del indígena de la tilma, programada para julio, estas cartas confidenciales son dadas a conocer en el libro La búsqueda de Juan Diego, escrito por Manuel Olimón Nolasco bajo el sello de la editorial Plaza & Janés, de próxima aparición.
Turbulencias y maniobras
Historiador y catedrático de la Universidad Pontificia, el sacerdote Olimón Nolasco es uno de los firmantes de dichas cartas, junto con Carlos Warnholtz, exarcipreste de la Basílica; Esteban Martínez de la Serna, canónigo y exdirector de la biblioteca del santuario, y los historiadores Xavier Noguez y Stafford Poole.
Aparte de Sodano y Bertone, las misivas estuvieron dirigidas a Giovanni Battista Re, secretario sustituto para los asuntos generales de la Secretaría de Estado; José Saraiva Martins, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, y Alberto Bovone, proprefecto de la misma congregación.
El objetivo de esta correspondencia reservada, reiteraban sus remitentes, era expresar la inquietud que les causaba la canonización de un personaje cuya existencia histórica desde hace tiempo ha sido controvertida, y la duda no se ha disipado plenamente todavía.
En esas circunstancias, decían, la canonización pondría en tela de juicio la credibilidad y el prestigio de nuestra Iglesia, a la que pertenecemos y amamos como católicos.
Y se preguntaban: ¿Puede resolverse por el camino de la fe lo que no se ha podido resolver por el camino de la historia? ¿Cuál es la credibilidad y seriedad de la Iglesia en un caso semejante? ¿Basta la jerarquía de las personas que están insistiendo en la canonización, sin que conste la historicidad del personaje y de los acontecimientos legendariamente atribuidos a dicho personaje?.
Además, las cartas revelan las turbulencias que se produjeron en el Vaticano y en México durante el proceso de canonización: la manera apresurada con que éste se realizó; la tendencia a sostener, a toda costa, la historicidad de Juan Diego; la cerrazón del Vaticano para escuchar los puntos de vista contrarios; el clima de linchamiento y satanización que, contra los llamados antiaparicionistas, promovió en México el cardenal Norberto Rivera Carrera.
En una carta dirigida a Battista Re, del 5 de octubre de 1998, los remitentes se quejan de las maniobras del propio Vaticano para canonizar a Juan Diego.
Relatan que el sacerdote Fidel González Fernández, consultor histórico del Vaticano, llegó a México para investigar la historicidad de Juan Diego, a quien supuestamente se le apareció la Virgen de Guadalupe en 1531.
Mencionan que, para organizar la Comisión Histórica que haría los trabajos, el consultor inmediatamente se acercó a los más fuertes promotores de la canonización: el cardenal Rivera Carrera, arzobispo primado de México; el sacerdote José Luis Guerrero, consultor de la causa; y el doctor en historia Eduardo Chávez.
Sostiene la carta: Las personas a las que se les encomendó dicho trabajo son totalmente partidarias de la historicidad de Juan Diego y de las apariciones de Nuestra Señora a este vidente. De esta situación se enteraron casualmente algunos de los muchos conocedores, historiadores y no historiadores, del famoso acontecimiento guadalupano, tan ampliamente discutido e impugnado, en un sentido o en otro. A estos últimos les llamó mucho la atención el secreto de tales investigaciones y el que ellos de ninguna manera fueran informados ni convocados.
Se prefirió consultar a personas muy devotas, algunas de ellas dirigidas por el sacerdote jesuita Javier Escalada, que tiene como obsesión las apariciones y quiere demostrarlas manejando argumentos con muy poca honestidad intelectual, con una piedad muy rebuscada y de poca solidez.
El consultor histórico del Vaticano —prosigue el mensaje— ni siquiera mandó analizar la imagen de la guadalupana para comprobar que, efectivamente, fue hecha por un pintor del siglo XVI y no producto de un milagro. Esquivó esta espinosa responsabilidad limitándose a organizar una visita al santuario para contemplar devotamente la imagen.
Y continúa: Nos gustaría añadir algo de lo que aconteció en la venida del padre Fidel González: Una noche fue invitado un grupo de guadalupanos —ya que todos lo somos— a visitar la imagen auténtica de Nuestra Señora en la Basílica de Guadalupe. La intención era examinar dicha imagen para dar un juicio crítico acerca de la misma. No hubo tal investigación. Sólo fue contemplada por los asistentes a través del cristal que la cubre, sin conocerla tal y como es en el anverso y el reverso, y, naturalmente, no se valieron del museógrafo de la Basílica, encargado de su cuidado.
Para colmo, el consultor histórico del Vaticano, junto con los aparicionistas Guerrero y Chávez, estuvieron escribiendo en secreto el libro El encuentro de la Virgen de Guadalupe y Juan Diego, el cual —se quejaban los remitentes— adolece de las inexactitudes y errores con que se argumentó en Roma la historicidad de Juan Diego. Y no sólo eso, sino que el libro fue mandado a hacer por la Congregación para las Causas de los Santos y también a instancias del cardenal Rivera Carrera, quien les pidió a los autores que defiendan con todo empeño la posibilidad de dicha canonización.
En otra misiva, dirigida al cardenal Sodano, en septiembre de 1999, se refiere que a la presentación del libro asistieron el prefecto de la Congregación para el Clero, Darío Castrillón Hoyos, y otras personas que llegaron de Roma invitadas por Rivera Carrera.
En esa misma carta, dirigida al secretario de Estado, los inconformes se quejaban del ninguneo que padecían por parte de Roma, que ni siquiera respondía a sus argumentos.
Jamás hemos recibido ninguna respuesta, ni oficial ni extraoficial, tanto de esa Secretaría de Estado como de la Congregación para las Causas de los Santos. Se han enviado libros y alegatos. Ésta es la última vez que escribiremos al respecto, movidos sólo por nuestro amor a la Iglesia y a la verdad. Creemos merecer una respuesta, ya que no apelamos a nuestra jerarquía, sino sencillamente a nuestra participación en el sacerdocio de Cristo.
En otras cartas instaban a los responsables de la canonización a tomar en cuenta a autores contemporáneos, tanto nacionales como extranjeros, serios e imparciales, que han estudiado el tema. Y mencionaban a Francisco de la Maza, Edmundo O’Gorman, Stafford Poole, Richard Nebel, Xavier Noguez, David Brading...
Satanizaciones y represalias
Estaban conscientes de que parte de la información que daban en sus cartas confidenciales era filtrada y distorsionada, para provocar contra ellos un clima de linchamiento en México, donde se les presentaba como enemigos de la Iglesia.
Así sucedió con la carta que se filtró al periodista Andrea Tornelli, quien publicó extractos en el Il Giornale, de Roma, en diciembre de 1999, en lo que se interpretó como una maniobra del cardenal Rivera, para expulsar definitivamente de la Basílica a Schulenburg, en ese entonces todavía abad emérito y miembro de su cabildo (Proceso 1206).
En una misiva a Bertone —de mayo de 2000—, le pedían: Ojalá que esta carta tenga la reserva indispensable, puesto que se han filtrado noticias enviadas tanto a la Congregación para las Causas de los Santos como a autoridades superiores, provocando una orquestación difamatoria en México y descalificando a las personas que han querido ayudar con la mejor de las intenciones a los responsables en Roma del proceso de canonización.
Al cardenal Angelo Sodano —en carta fechada el 4 de diciembre de 2001— le comentaban que, en los medios de comunicación, el arzobispo Rivera Carrera ha satanizado a los que, haciendo uso de su derecho y obligación, han escrito acerca de este tema a las altas autoridades de Roma. El escándalo que en algún momento existió se debió precisamente a esa publicidad.
Y señalaban que otros muchos sacerdotes... no expresan sus dudas y sus opiniones por miedo a las represalias.
Una de estas represalias fue tomada recientemente por el cardenal Rivera Carrera contra Carlos Warnholtz, quien era arcipreste de la Basílica. Pese a su avanzada edad, Warnholtz fue expulsado de la casa sacerdotal del santuario debido a su postura antiaparicionista y a las cartas que mandó a Roma.
En una misiva que le envió al cardenal, apenas el 28 de enero, Warnholtz le suplicaba el perdón por si sus cartas resultaban ofensivas, y le pedía un acto magnánimo de justicia, equidad y caridad pastoral que le permitiera seguir viviendo en la casa sacerdotal.
Empezaba así el escrito que entregó a Rivera Carrera: Con mucha pena recurro a la bondad y equidad de Su Eminencia después de que, el día 25 del presente, monseñor Diego Monroy Ponce (rector de la Basílica) me notificó la voluntad de Su Eminencia de que yo abandone la Casa Sacerdotal a raíz del incidente sobre la canonización de Juan Diego. Recurro para suplicarle que, después de las consideraciones que enseguida le expongo, recapacite sobre esa decisión y me dé otra oportunidad de permanecer en esa casa, dadas las condiciones de mi edad y mi salud.
En sus consideraciones, Warnholtz argumenta que, el 21 de enero, se filtró tendenciosamente el contenido de una de sus cartas a Roma, violando el sigilo que marca el derecho canónico. Esto provocó que el odium plebis (odio del pueblo) recayera sobre él y los otros firmantes.
No cometimos ningún delito de rebeldía o desobediencia, de irreverencia o injuria hacia nadie; y estábamos exclusivamente a nivel de la crítica historiográfica científica, en una materia que no es de fe.
Aunque asumía su creencia de que la imagen guadalupana no es producto de un milagro: Tuve la suerte (mala o buena) de contemplar de cerca y directamente la imagen original la noche del 4 de noviembre de 1982, y desde entonces dejé de creer que se haya estampado milagrosamente en la tilma de Juan Diego... Pero me he cuidado muy bien, y me seguiré cuidando, de externar esto delante de la gente que pudiera sufrir ruina espiritual de alguna manera.
Indica que, tan pronto el Papa Juan Pablo II emitió el decreto de canonización del indígena, he guardado y guardaré un silencio obsequioso... me he rehusado a hacer cualquier comentario a la prensa, radio o TV.
Warnholtz concluye: Ahora, señor, reitero mi súplica de que, considerando todo lo anterior, con tranquilidad y objetividad, me conceda Su Eminencia la oportunidad de seguir viviendo en la Casa Sacerdotal de la Basílica y de seguir ayudando en su ministerio en la medida de mis pobres fuerzas.
De nada valieron sus súplicas. Rivera Carrera expulsó del santuario al viejo arcipreste, después de 24 años de laborar ahí.
Tal es el contenido de algunas cartas que Olimón Nolasco recopiló en La búsqueda de Juan Diego. De 207 páginas, el libro contiene, además, las principales tesis manejadas por quienes sostienen que la existencia del indígena no ha sido probada.
El historiador supone que el autor de la imagen guadalupana fue Marcos Cípac de Aquino, un artista nahua formado en el colegio de San José de los Naturales, que dirigía Fray Pedro de Gante. Y que la pintura fue hecha a instancias de Alonso de Montúfar, segundo arzobispo de México.
Para Olimón Nolasco, con la canonización del mito —ya que hoy el indígena de la tilma es más un símbolo que un ser de carne y hueso— de ninguna manera quedará cerrada la controversia en torno de Juan Diego:
Un abundante cúmulo de sombras se cierne sobre el personaje y éstas no se han disipado. O, dicho en otros términos, continúa en pie la búsqueda de Juan Diego.
http://www.proceso.com.mx:8880/proceso/template_hemeroteca_interior.html?aid=1332n12.rtf
Rodrigo Vera
De acuerdo con un análisis científico realizado en 1982, la imagen de la Virgen de Guadalupe que se venera en el Tepeyac no es producto de un milagro. Es la obra de un artista anómino, de mediados del siglo XVI, y está pintada no en un ayate, sino sobre tela de algodón. Los resultados del estudio fueron enviados por Guillermo Schulenburg, entonces abad de la Basílica de Guadalupe, a las autoridades del Vaticano, que optaron por mantenerlos ocultos. El libro La búsqueda de Juan Diego, de Manuel Olimón Velasco, de próxima aparición con el sello de Plaza & Janés, da a conocer estos valiosos datos, junto con la correspondencia que sobre el tema de la aparición de la Virgen mandaron Schulenburg y un grupo de clérigos e historiadores a los altos jerarcas de la Iglesia católica.
La imagen de la Virgen de Guadalupe que se venera en el Tepeyac no es de origen sobrenatural, sino una obra pictórica humana hecha sobre una tela de algodón. Así lo determinó un análisis científico realizado, en noviembre de 1982, por los mejores técnicos en conservación de obras de arte.
En su momento —y como un signo de honestidad y de amor a la verdad—, los resultados del estudio fueron entregados confidencialmente al Vaticano por el entonces abad de la Basílica de Guadalupe, Guillermo Schulenburg, quien tuvo que solicitar la investigación y restauración de la imagen, pues el tiempo la había deteriorado.
Lo anterior se desprende de la correspondencia privada que durante cuatro años, de 1998 a 2001, Schulenburg y un grupo de clérigos e historiadores enviaron a altos jerarcas del Vaticano para prevenirlos de los riesgos que representaba canonizar a Juan Diego, cuya existencia histórica, argumentaban, no ha sido probada.
Respecto de la tilma de Juan Diego, en la que supuestamente la guadalupana estampó su imagen, señalaron que no es de agave, es de algodón y, además, por el análisis técnico, se trata de una pintura muy probablemente de mediados del siglo XVI, cuya mano desconocemos.
En su correspondencia con el cardenal Angelo Sodano, secretario de Estado del Vaticano, Schulenburg resaltó el 27 de septiembre de 1999:
De hecho, cuando transferimos la imagen de Nuestra Señora de la vieja a la nueva Basílica, y con el deseo de darle la mejor protección posible, la examinamos perfectamente bien, tanto algunos de nuestros mejores técnicos en conservación de obras de arte como el arcipreste don Carlos Warnholtz y un servidor, entonces abad de la Basílica; y nos dimos perfecta cuenta de que reunía todas las características de una pintura hecha por mano humana, con el deterioro propio de la antigüedad de la imagen misma. Dicho examen crítico lo enviamos a esa sede apostólica como un signo de honestidad y de amor a la verdad.
Ya en pleno proceso de canonización de Juan Diego, el 14 de mayo de 2000, el peritaje técnico volvió a enviarse al Vaticano, esta vez a monseñor Tarcisio Bertone, secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe. A él se le comentó:
Tenemos un juicio crítico serio y confiable, por la capacidad de las personas que lo hicieron, de que nuestra imagen guadalupana es una pintura de tipo europeo que se remonta más o menos a la mitad del siglo XVI. Enviamos a vuestra Excelencia una copia de dicho juicio, resultado de una amplia observación directa a la pintura, observación muy reservada hecha por nosotros.
(La imagen de la virgen ha sido sometida a toda clase de estudios, con las técnicas más avanzadas, con resultados contradictorios entre unos y otros, por lo que no se ha podido establecer una verdad científica sobre su origen y estructura.)
Ahora, a sólo dos meses de que se realice la canonización del indígena de la tilma, programada para julio, estas cartas confidenciales son dadas a conocer en el libro La búsqueda de Juan Diego, escrito por Manuel Olimón Nolasco bajo el sello de la editorial Plaza & Janés, de próxima aparición.
Turbulencias y maniobras
Historiador y catedrático de la Universidad Pontificia, el sacerdote Olimón Nolasco es uno de los firmantes de dichas cartas, junto con Carlos Warnholtz, exarcipreste de la Basílica; Esteban Martínez de la Serna, canónigo y exdirector de la biblioteca del santuario, y los historiadores Xavier Noguez y Stafford Poole.
Aparte de Sodano y Bertone, las misivas estuvieron dirigidas a Giovanni Battista Re, secretario sustituto para los asuntos generales de la Secretaría de Estado; José Saraiva Martins, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, y Alberto Bovone, proprefecto de la misma congregación.
El objetivo de esta correspondencia reservada, reiteraban sus remitentes, era expresar la inquietud que les causaba la canonización de un personaje cuya existencia histórica desde hace tiempo ha sido controvertida, y la duda no se ha disipado plenamente todavía.
En esas circunstancias, decían, la canonización pondría en tela de juicio la credibilidad y el prestigio de nuestra Iglesia, a la que pertenecemos y amamos como católicos.
Y se preguntaban: ¿Puede resolverse por el camino de la fe lo que no se ha podido resolver por el camino de la historia? ¿Cuál es la credibilidad y seriedad de la Iglesia en un caso semejante? ¿Basta la jerarquía de las personas que están insistiendo en la canonización, sin que conste la historicidad del personaje y de los acontecimientos legendariamente atribuidos a dicho personaje?.
Además, las cartas revelan las turbulencias que se produjeron en el Vaticano y en México durante el proceso de canonización: la manera apresurada con que éste se realizó; la tendencia a sostener, a toda costa, la historicidad de Juan Diego; la cerrazón del Vaticano para escuchar los puntos de vista contrarios; el clima de linchamiento y satanización que, contra los llamados antiaparicionistas, promovió en México el cardenal Norberto Rivera Carrera.
En una carta dirigida a Battista Re, del 5 de octubre de 1998, los remitentes se quejan de las maniobras del propio Vaticano para canonizar a Juan Diego.
Relatan que el sacerdote Fidel González Fernández, consultor histórico del Vaticano, llegó a México para investigar la historicidad de Juan Diego, a quien supuestamente se le apareció la Virgen de Guadalupe en 1531.
Mencionan que, para organizar la Comisión Histórica que haría los trabajos, el consultor inmediatamente se acercó a los más fuertes promotores de la canonización: el cardenal Rivera Carrera, arzobispo primado de México; el sacerdote José Luis Guerrero, consultor de la causa; y el doctor en historia Eduardo Chávez.
Sostiene la carta: Las personas a las que se les encomendó dicho trabajo son totalmente partidarias de la historicidad de Juan Diego y de las apariciones de Nuestra Señora a este vidente. De esta situación se enteraron casualmente algunos de los muchos conocedores, historiadores y no historiadores, del famoso acontecimiento guadalupano, tan ampliamente discutido e impugnado, en un sentido o en otro. A estos últimos les llamó mucho la atención el secreto de tales investigaciones y el que ellos de ninguna manera fueran informados ni convocados.
Se prefirió consultar a personas muy devotas, algunas de ellas dirigidas por el sacerdote jesuita Javier Escalada, que tiene como obsesión las apariciones y quiere demostrarlas manejando argumentos con muy poca honestidad intelectual, con una piedad muy rebuscada y de poca solidez.
El consultor histórico del Vaticano —prosigue el mensaje— ni siquiera mandó analizar la imagen de la guadalupana para comprobar que, efectivamente, fue hecha por un pintor del siglo XVI y no producto de un milagro. Esquivó esta espinosa responsabilidad limitándose a organizar una visita al santuario para contemplar devotamente la imagen.
Y continúa: Nos gustaría añadir algo de lo que aconteció en la venida del padre Fidel González: Una noche fue invitado un grupo de guadalupanos —ya que todos lo somos— a visitar la imagen auténtica de Nuestra Señora en la Basílica de Guadalupe. La intención era examinar dicha imagen para dar un juicio crítico acerca de la misma. No hubo tal investigación. Sólo fue contemplada por los asistentes a través del cristal que la cubre, sin conocerla tal y como es en el anverso y el reverso, y, naturalmente, no se valieron del museógrafo de la Basílica, encargado de su cuidado.
Para colmo, el consultor histórico del Vaticano, junto con los aparicionistas Guerrero y Chávez, estuvieron escribiendo en secreto el libro El encuentro de la Virgen de Guadalupe y Juan Diego, el cual —se quejaban los remitentes— adolece de las inexactitudes y errores con que se argumentó en Roma la historicidad de Juan Diego. Y no sólo eso, sino que el libro fue mandado a hacer por la Congregación para las Causas de los Santos y también a instancias del cardenal Rivera Carrera, quien les pidió a los autores que defiendan con todo empeño la posibilidad de dicha canonización.
En otra misiva, dirigida al cardenal Sodano, en septiembre de 1999, se refiere que a la presentación del libro asistieron el prefecto de la Congregación para el Clero, Darío Castrillón Hoyos, y otras personas que llegaron de Roma invitadas por Rivera Carrera.
En esa misma carta, dirigida al secretario de Estado, los inconformes se quejaban del ninguneo que padecían por parte de Roma, que ni siquiera respondía a sus argumentos.
Jamás hemos recibido ninguna respuesta, ni oficial ni extraoficial, tanto de esa Secretaría de Estado como de la Congregación para las Causas de los Santos. Se han enviado libros y alegatos. Ésta es la última vez que escribiremos al respecto, movidos sólo por nuestro amor a la Iglesia y a la verdad. Creemos merecer una respuesta, ya que no apelamos a nuestra jerarquía, sino sencillamente a nuestra participación en el sacerdocio de Cristo.
En otras cartas instaban a los responsables de la canonización a tomar en cuenta a autores contemporáneos, tanto nacionales como extranjeros, serios e imparciales, que han estudiado el tema. Y mencionaban a Francisco de la Maza, Edmundo O’Gorman, Stafford Poole, Richard Nebel, Xavier Noguez, David Brading...
Satanizaciones y represalias
Estaban conscientes de que parte de la información que daban en sus cartas confidenciales era filtrada y distorsionada, para provocar contra ellos un clima de linchamiento en México, donde se les presentaba como enemigos de la Iglesia.
Así sucedió con la carta que se filtró al periodista Andrea Tornelli, quien publicó extractos en el Il Giornale, de Roma, en diciembre de 1999, en lo que se interpretó como una maniobra del cardenal Rivera, para expulsar definitivamente de la Basílica a Schulenburg, en ese entonces todavía abad emérito y miembro de su cabildo (Proceso 1206).
En una misiva a Bertone —de mayo de 2000—, le pedían: Ojalá que esta carta tenga la reserva indispensable, puesto que se han filtrado noticias enviadas tanto a la Congregación para las Causas de los Santos como a autoridades superiores, provocando una orquestación difamatoria en México y descalificando a las personas que han querido ayudar con la mejor de las intenciones a los responsables en Roma del proceso de canonización.
Al cardenal Angelo Sodano —en carta fechada el 4 de diciembre de 2001— le comentaban que, en los medios de comunicación, el arzobispo Rivera Carrera ha satanizado a los que, haciendo uso de su derecho y obligación, han escrito acerca de este tema a las altas autoridades de Roma. El escándalo que en algún momento existió se debió precisamente a esa publicidad.
Y señalaban que otros muchos sacerdotes... no expresan sus dudas y sus opiniones por miedo a las represalias.
Una de estas represalias fue tomada recientemente por el cardenal Rivera Carrera contra Carlos Warnholtz, quien era arcipreste de la Basílica. Pese a su avanzada edad, Warnholtz fue expulsado de la casa sacerdotal del santuario debido a su postura antiaparicionista y a las cartas que mandó a Roma.
En una misiva que le envió al cardenal, apenas el 28 de enero, Warnholtz le suplicaba el perdón por si sus cartas resultaban ofensivas, y le pedía un acto magnánimo de justicia, equidad y caridad pastoral que le permitiera seguir viviendo en la casa sacerdotal.
Empezaba así el escrito que entregó a Rivera Carrera: Con mucha pena recurro a la bondad y equidad de Su Eminencia después de que, el día 25 del presente, monseñor Diego Monroy Ponce (rector de la Basílica) me notificó la voluntad de Su Eminencia de que yo abandone la Casa Sacerdotal a raíz del incidente sobre la canonización de Juan Diego. Recurro para suplicarle que, después de las consideraciones que enseguida le expongo, recapacite sobre esa decisión y me dé otra oportunidad de permanecer en esa casa, dadas las condiciones de mi edad y mi salud.
En sus consideraciones, Warnholtz argumenta que, el 21 de enero, se filtró tendenciosamente el contenido de una de sus cartas a Roma, violando el sigilo que marca el derecho canónico. Esto provocó que el odium plebis (odio del pueblo) recayera sobre él y los otros firmantes.
No cometimos ningún delito de rebeldía o desobediencia, de irreverencia o injuria hacia nadie; y estábamos exclusivamente a nivel de la crítica historiográfica científica, en una materia que no es de fe.
Aunque asumía su creencia de que la imagen guadalupana no es producto de un milagro: Tuve la suerte (mala o buena) de contemplar de cerca y directamente la imagen original la noche del 4 de noviembre de 1982, y desde entonces dejé de creer que se haya estampado milagrosamente en la tilma de Juan Diego... Pero me he cuidado muy bien, y me seguiré cuidando, de externar esto delante de la gente que pudiera sufrir ruina espiritual de alguna manera.
Indica que, tan pronto el Papa Juan Pablo II emitió el decreto de canonización del indígena, he guardado y guardaré un silencio obsequioso... me he rehusado a hacer cualquier comentario a la prensa, radio o TV.
Warnholtz concluye: Ahora, señor, reitero mi súplica de que, considerando todo lo anterior, con tranquilidad y objetividad, me conceda Su Eminencia la oportunidad de seguir viviendo en la Casa Sacerdotal de la Basílica y de seguir ayudando en su ministerio en la medida de mis pobres fuerzas.
De nada valieron sus súplicas. Rivera Carrera expulsó del santuario al viejo arcipreste, después de 24 años de laborar ahí.
Tal es el contenido de algunas cartas que Olimón Nolasco recopiló en La búsqueda de Juan Diego. De 207 páginas, el libro contiene, además, las principales tesis manejadas por quienes sostienen que la existencia del indígena no ha sido probada.
El historiador supone que el autor de la imagen guadalupana fue Marcos Cípac de Aquino, un artista nahua formado en el colegio de San José de los Naturales, que dirigía Fray Pedro de Gante. Y que la pintura fue hecha a instancias de Alonso de Montúfar, segundo arzobispo de México.
Para Olimón Nolasco, con la canonización del mito —ya que hoy el indígena de la tilma es más un símbolo que un ser de carne y hueso— de ninguna manera quedará cerrada la controversia en torno de Juan Diego:
Un abundante cúmulo de sombras se cierne sobre el personaje y éstas no se han disipado. O, dicho en otros términos, continúa en pie la búsqueda de Juan Diego.