¿Quién es María?
María (Miriam) es aquella bienaventurada joven hebrea a quien Dios, por pura gracia, escogió para que fuese la madre del Mesías. Según la Biblia, el ángel Gabriel anunció a María esta singular elección, y el modo en que, por el poder del Espíritu Santo de Dios, sin intervención de varón, ella habría de concebir (Mateo 1:18-21; Lucas 1:26-38).
María es una verdadera creyente que fue obediente a Dios y dio a luz a Jesús el Mesías, o Cristo, sin haber tenido hasta entonces relaciones sexuales con su esposo José (Isaías 7:14; Mateo 1:22-25).
María puede correctamente ser llamada la madre de Dios pues su primogénito Jesús fue “Dios con nosotros” (Mateo 1:23). Claro está que ella no engendró al Verbo eterno, la segunda Persona de la Trinidad, el Hijo único de Dios; pero Jesús, el ser que nació de María, era tanto Dios como hombre.
Aunque la expresión exacta “la madre de Dios”no aparece en la Biblia, en Lucas 1:43 leemos que Isabel, llena del Espíritu Santo, le dijo a María: “¿Quién soy yo para que venga a visitarme la madre de mi Señor?”. En todo el primer capítulo de Lucas, la palabra “Señor”se utiliza como sinónimo de “Dios”, de modo que la pregunta de Isabel es un testimonio claro de la divinidad de Jesucristo (ver también Juan 1:1; 20:28; Romanos 9:5; Hebreos 1:8; Tito 2:13).
María fue un modelo de esposa, de madre y de creyente. Su fe y su obediencia son un ejemplo perpetuo para todos los cristianos. Esto se muestra desde el principio: Luego de que el ángel le anunciase el propósito de Dios ella exclamó: “Yo soy la esclava del Señor; que Dios haga conmigo como me has dicho” (Lucas 1:38). Y luego de ser saludada por su prima Isabel, María le dio la gloria a Dios: “Mi alma alaba la grandeza del Señor; mi espíritu se alegra en Dios mi salvador. Porque Dios ha puesto sus ojos en mí, su humilde esclava, y desde ahora siempre me llamarán dichosa.” (Lucas 1:46-48).
María llevó una vida de oración y de meditación (Lucas 2:19). En las bodas de Caná, ella dijo a los sirvientes que obedecieran a Jesús: “Hagan todo lo que él les diga” (Juan 2:5). Sin duda ella oró por el ministerio público de Jesús, aunque solamente se la menciona al principio de dicho período y al final de éste, en el Calvario (Marcos 3:31, Juan 19:25). La última vez que es nombrada en la Biblia, la hallamos orando con los demás discípulos. Quien haya leído el Nuevo Testamento sabe bien que, fuera de esta mención en Hechos 1:14 María solamente es mencionada en los Evangelios, y siempre en relación con la obra de Jesucristo. Pablo es el único apóstol que, en un contexto obviamente cristológico, alude a ella en una de sus cartas, y no menciona su nombre: “... Dios envió a su Hijo, que nació de una mujer...” (Gálatas 4:4).
Consecuente con su interés central en la persona y la obra de Cristo, el NT no nos informa absolutamente nada sobre la vida de la bienaventurada María antes de la concepción de Jesús, ni luego de Pentecostés. No nos dice cómo se llamaron sus padres, si tuvo hermanos, ni dónde, cómo y a qué edad falleció María.
Como no deseamos ir más allá de lo que Dios ha revelado en Su Palabra, no podemos suscribir las siguientes doctrinas.
1. Que por una gracia especial de Dios la bienaventurada María haya sido completamente libre de pecado desde su concepción.
“...declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles...” (Pío IX, Bula Ineffabilis Deus, 8 de diciembre de 1854)1
A diferencia de la concepción milagrosa de Jesús, la denominada inmaculada concepción de María no tiene fundamento bíblico. Peor aun, contradice la clara enseñanza apostólica que establece que el único sin pecado fue nuestro Señor Jesucristo (Hebreos 4:15; ver también 1 Pedro 2:22). De los demás declara el Apóstol Pablo: “todos han pecado y están lejos de la presencia salvadora de Dios” (Romanos 3:23). Las propias palabras de María indican que ella también se hallaba en esta triste condición, de la cual hubo de ser rescatada por la gracia de Dios (Lucas 1: 28, 47).
2. Que la bienaventurada María haya permanecido siempre virgen, tanto antes, como durante, como después de parir a Jesús.
“La profundización de la fe en la maternidad virginal ha llevado a la Iglesia a confesar la virginidad real y perpetua de María (cf DS 427) incluso en el parto del Hijo de Dios hecho hombre (cf DS 291; 442; 503; 571; 1880). En efecto, el nacimiento de Cristo «lejos de disminuir consagró la integridad virginal» de su madre (LG 57). La liturgia de la Iglesia celebra a María como la «Aieparthenos», la «siempre-virgen» (cf LG 52) ... María «fue Virgen al concebir a su Hijo, Virgen en el parto, Virgen después del parto, Virgen siempre» (S. Agustín, serm. 186,1): ella, con todo su ser, es «la esclava del Señor» (Lc 1,38).” (Catecismo de la Iglesia Católica, 499 y 510).2
Lo que la Biblia claramente enseña es que ella era virgen al concebir, y que permaneció en tal condición hasta el nacimiento de Jesús (Mateo 1:25). Aunque la concepción de Jesús fue un milagro obrado por el poder del Espíritu Santo, parece claro que el embarazo y el parto fueron completamente normales. No se menciona ningún milagro en conexión con ellos (Mateo 1:25; Lucas 2: 6-7).
Nada hay en las Escrituras que afirme, implique o exija la perpetua virginidad de María. Por el contrario, el NT menciona en varias ocasiones a los “hermanos y hermanas” de Jesús (Mateo 12:46-47; 13:56; Marcos 3:31-32; Lucas 8:19-20; Juan 2:12; 7:3-10; Hechos 1:14; 1 Corintios 9:5). ¿Quiénes eran ellos?
Antes de considerar diversas explicaciones, recordemos que la palabra griega adelphos , hermano, se refiere primariamente a hijos de la misma madre o padre; por ejemplo, Mateo 1:2, 11; 4:18; Lucas 3: 1, 19; Juan 1: 40. Secundariamente puede aludir a parientes cercanos [Génesis 13:8] , a vínculos raciales o nacionales (Hechos 2: 29,37; Romanos 9:3), o espirituales y religiosos (Mateo 18:15; Romanos 1:13). Ahora bien, entender la expresión “los hermanos” de Jesús en este último sentido es imposible, pues ellos son claramente distinguidos de los discípulos: “Después de esto, [Jesús] se fue a Capernaum, acompañado de su madre, sus hermanos y sus discípulos” (Juan 2:12). Por otra parte, durante el ministerio terrenal de Jesús sus hermanos no creían en Él (Juan 7:5). Consideremos pues otras explicaciones.
A) Los hermanos y hermanas de Jesús eran hijos de un matrimonio anterior de José.
Según esta noción, que es la explicación oficial de la Iglesia Ortodoxa Griega, José era un anciano viudo cuando se casó con María. Sin embargo, estos presuntos hermanos mayores no se mencionan jamás en las narraciones de la infancia de Jesús, y por otra parte Lucas 2:23 dice que Jesús fue el primogénito de la familia, es decir, el hijo mayor.
B) Los hermanos eran parientes cercanos, por ejemplo, primos.
Esta es la explicación corriente de la Iglesia Católica Romana, y tiene en su favor el uso habitual del vocablo hebreo ah (y su correspondiente arameo aha), hermano, en el sentido de pariente. Sin embargo, esta opinión tiene varios puntos débiles.
En primer lugar, no hay ningún ejemplo claro de este uso en el Nuevo Testamento.
En segundo lugar, ninguna de las listas de hermanos que incluyen nombres propios mencionan al pariente más famoso de Jesús, es decir su primo Juan el Bautista.
En tercer lugar, parece decisivo que los Evangelistas, que escribieron en griego, hacen siempre una cuidadosa distinción entre un pariente y un hermano en sentido propio. Así, el ángel Gabriel llama a Isabel, la prima de María, su “parienta” [griego syngenis] y no su “hermana” (Lucas 1:36). Según Marcos 6:4, Jesús dijo: “En todas partes se honra a un profeta, menos en su propia tierra, entre sus parientes [griego syngeneus] y en su propia casa [el núcleo familiar, padres y hermanos].” También puede verse Lucas 14:12 y 21:16.
Si los Evangelistas hubiesen querido referirse a los familiares de Jesús y no a sus hermanos y hermanas carnales, con toda probabilidad hubiesen empleado el término griego usual, como hace Lucas en 1:58 y 2:44. En lugar de esto, y sin ninguna aclaración, escribieron uniformemente “hermanos” [adelphoi].
C) Los hermanos y hermanas de Jesús eran hijos de la misma madre.
Esta es la explicación más natural y evidente, y quienes la rechazan lo hacen por consideraciones dogmáticas más que por los datos escriturales. Contra lo que a veces se insinúa, esta opinión no menoscaba en absoluto a la bienaventurada María, ya que para los hebreos la fertilidad era un signo de bendición divina.
Esta obvia explicación ha sido objetada con el argumento de que los hermanos de Jesús citados por nombre en Mateo 13:55 y Marcos 6:3 , es decir Jacobo (Santiago), José, Judas y Simón, eran hijos de otras mujeres . Tal objeción se basa en el hecho de que otras mujeres que se mencionan en el NT tenían hijos con los mismos nombres; ver por ejemplo Mateo 27: 56; 28:1; Marcos 10:35 con Mateo 20:20; Lucas 24:10. Sin embargo, en tiempos de Jesús todos estos nombres eran muy comunes, lo que torna imposible probar que se trate de las mismas personas.
Otra objeción es que Jacobo, el hermano del Señor (ver Hechos 12:7; 15:13) habría sido la misma persona que Jacobo el Menor, uno de los Doce Apóstoles, y por tanto no un hijo de María. Esta idea se basa en que en Gálatas 1:19 Pablo llama “apóstol” a Jacobo, el hermano del Señor (en esta opinión quizá un primo). Sin embargo, es un hecho que Pablo llamó “apóstoles” a cristianos que ciertamente no pertenecían al grupo de los Doce, como por ejemplo Andrónico y Junias (Romanos 16:7). La palabra griega apostolos significa “enviado” y al parecer San Pablo la utilizó en un sentido más amplio. En 1 Corintios 15: 5-7, Pablo nombra primero a Cefas (Pedro) y los Doce, y luego, como si fuese un grupo diferente de cristianos, a “Jacobo y todos los apóstoles”. El hecho de que a uno de los Jacobos que se mencionan en el Evangelio se lo llamase “el Menor” (o “el Chico”, o “el Bajito”) no implica en absoluto que sólo hubiese dos Jacobos.
De todos modos, lo que resulta definitivo y concluyente es que los llamados “hermanos del Señor” no eran discípulos suyos antes de la Resurrección: Compárese Juan 7:5, “Y es que ni siquiera sus hermanos creían en él” con Hechos 1:14, “Todos ellos se reunían siempre para orar con algunas mujeres, con María, la madre de Jesús, y con sus hermanos.”
Otra objeción a la opinión que sostenemos es que si Jesús hubiera tenido hermanos, les hubiese encomendado a ellos el cuidado de su madre. Un momento de reflexión nos permitirá darnos cuenta de que lo mismo se aplica a sus otros supuestos parientes: podría haber encomendado el cuidado de María a alguno de sus primos.
Sin embargo, para Jesús el parentesco más importante era el espiritual. “Cualquiera que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, y mi hermana y mi madre” (Marcos 3:35). “Una mujer entre la gente gritó: ¡Dichosa la mujer que te dio a luz y te crió! Él contestó: ¡Dichosos más bien los que escuchan lo que Dios dice, y le obedecen!” (Lucas 11: 27-28). Obviamente, Jesús tuvo más confianza en su discípulo que en sus hermanos carnales.
3. Que la bienaventurada María sea la madre universal de todos los creyentes
“Es decir, que ella, por el hecho mismo de haber dado a luz al Redentor del género humano, es también, en cierto modo, madre benignísima de todos nosotros, a quienes Cristo Señor quiso tener por hermanos. «Tal –dice nuestro predecesor de feliz memoria, León XIII- nos la dio Dios, quien por el hecho mismo de haberla elegido para madre de su Unigénito, le infundió sentimientos verdaderamente maternales ... ; tal, con su modo de obrar, nos la mostró Jesucristo, al querer estar voluntariamente sometido y obedecer a María como hijo a su madre; tal nos la proclamó desde la cruz, cuando en el discípulo Juan encomendó a su cuidado y amparo a todo el género humano [Juan 19,26s]; tal, finalmente, se dio ella misma, cuando al abrazar generosamente aquella herencia de inmenso trabajo que su hijo moribundo le dejaba, empezó inmediatamente a cumplir para todos sus oficios de madre».” (Pío XI, Encíclica Lux veritatis del 25 de diciembre de 19313; ver Concilio Vaticano II, Lumen Gentium 61-63 y Catecismo de la Iglesia Católica, 964-970).
Que Santa María fuese la madre de Jesús en el orden terrenal no implica que sea su madre, y por extensión la nuestra, también en el orden sobrenatural. Ya que María fue una criatura que necesitó la redención tanto como cualquier ser humano desde Adán en adelante, en realidad en el orden de la salvación esta “esclava del Señor” es una hermana menor de Jesucristo el Salvador, y una hija adoptiva del Padre celestial (véase Hebreos 1: 10-18; Juan 1: 12-13).
Mientras padecía en la cruz, Jesús dijo a su madre, refiriéndose a su discípulo amado, (probablemente el apóstol Juan), “Mujer, ahí tienes a tu hijo” y al discípulo, “Ahí tienes a tu madre” (Juan 19:25-27). Estas palabras muestran la tierna provisión de Jesús para su madre, e implican un encargo íntimo y familiar, hecho personalmente a uno de los discípulos y no a todos ellos. Esto probablemente se debió a que éste era el único de ellos que estuvo presente en el Calvario, y tal vez además al particular afecto que Jesús sentía por él.
Por lo demás, del contexto resulta claro que era María quien necesitaba del cuidado del discípulo, no al revés. El mismo texto nos dice que él honró el encargo del Señor , tomando a su cuidado a la anciana y presumiblemente viuda María: “Desde ese entonces, el discípulo la recibió en su casa.”
4. Que la bienaventurada María haya ascendido al cielo en cuerpo y alma
“... proclamamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado: Que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial.” (Pío XII, Constitución Apostólica Munificentissimus Deus, 1 de noviembre de 19504 ; véase .Catecismo de la Iglesia Católica, # 966, 974).
Estamos seguros de que el alma de María, como la de todo creyente, está en la presencia gloriosa de Dios (véase por ejemplo Lucas 23:43; 2 Corintios 5:1-10; Filipenses 1: 21-23; Apocalipsis 6:9-11; 7:9). Ya que la Biblia no dice ni una palabra al respecto, no es posible en cambio afirmar que la bienaventurada María haya ascendido en cuerpo y alma al cielo.
Tampoco puede afirmarse terminantemente que esto sea imposible, ya que existen indicaciones bíblicas de que en el pasado Dios otorgó dicho privilegio a Enoc y a Elías (véase Génesis 5:24 y 2 Reyes 2:11) y, por tanto, no es inconcebible que lo hubiese concedido también a María. Sin embargo, el Nuevo Testamento no dice absolutamente nada sobre este tema, y tal silencio nos impide afirmar esta enseñanza.
5. Que pueda pedírsele a la bienaventurada María lo que la Biblia enseña a pedirle a Dios a través de Jesucristo
“Y esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia ... Pues una vez asunta a los cielos, no dejó su oficio salvador, sino que continúa alcanzándonos por su múltiple intercesión los dones de la eterna salvación.
Por su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo que peregrinan y se debatn entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz. Por eso, la bienaventurada Virgen en la Iglesia es invocada con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora. Lo cual, sin embargo, se entiende de manera que nada quite ni agregue a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador.” (Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, 625 ; véase el Catecismo de la Iglesia Católica, # 969, 975).
Las Escrituras enseñan claramente que existe un único Señor, Salvador y Sumo Sacerdote, que es el Señor Jesucristo.
“Y hay también un solo Señor, Jesucristo, por quien todas las cosas existen, incluso nosotros mismos” (1 Corintios 8:6)
“En ningún otro hay salvación, porque en todo el mundo Dios no nos ha dado otra persona por la cual nos podamos salvar” (Hechos 4:12).
No hay duda que podemos orar unos por otros, pero cuando se trata de la mediación celestial, nada ni nadie puede reemplazar o complementar el ministerio de Jesucristo:
“en el templo celestial ... entró Jesús para abrirnos camino, llegando él a ser sumo sacerdote para siempre” (Hebreos 6:20).
Este único Señor, Salvador y Sumo Sacerdote es también el único Abogado y Mediador en quien se nos llama a depositar toda nuestra esperanza:
“Mis queridos hijos, os escribo estas cosas para que no pequéis. Y si alguno peca, Abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 Juan 2:1, Biblia de las Américas).
“Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también” (1 Timoteo 2:5, Biblia de Jerusalén).
El hecho de que tengamos un profundo amor, una enorme admiración y un reverente respeto por María no implica que pasemos por alto que ella no es, ni nunca podría ser, tan buena como Jesús, ni más sabia que Él, ni tampoco puede poseer, como Jesús sí posee, los atributos divinos de omnipotencia y omnipresencia. Jesús puede escuchar, y escucha, todas y cada una de nuestras oraciones. También tiene el poder de mediar ante el Padre y otorgar la respuesta divina a ellas. Esto es algo que jamás podría ser concedido a ninguna criatura, ni siquiera a los ángeles.
Con todo respeto, no vemos absolutamente ninguna razón para depositar nuestra confianza en esta santa mujer que – como ella misma sería la primera en reconocer- no es tan buena, ni tan sabia, ni tan poderosa como Jesucristo. La bienaventurada María nos dio un gran ejemplo al confiar primero en Dios (Lucas 1:38) y luego en Jesús, el Hijo de Dios (Juan 2:22). Como lo hizo María, debemos dejar obrar en nuestra vida al Espíritu Santo; sólo así podremos comprender cabalmente las cosas de Dios (1 Corintios 2: 6-16).
Jetonius
Mendoza, 1988
Última revisión: Junio de 2000
Excepto en donde se indica, las citas bíblicas provienen de la Versión Popular “Dios Habla Hoy.”
Notas
1. Enrique Denzinger, El Magisterio de la Iglesia. Manual de los Símbolos, Definiciones y Declaraciones de la Iglesia en Materia de Fe y Costumbres (versión de D. Ruiz Bueno; Barcelona: Herder, 1963, p. 385-386).
2. Edición Librería Juan Pablo II: Santo Domingo, 1993, p. 118-119. DS = Denzinger, o.c.; LG, Lumen Gentium (Concilio Vaticano II).
3. Denzinger, o.c., # 2271, p. 572-573.
4. Denzinger, o.c., # 2333, p. 613.
5. Vaticano II – Documentos conciliares. Buenos Aires: Ediciones Paulinas, p. 85-86.