Re: FALSA PROFETISA ELLEN WHITE.
Estimado Juan Luis Marín. Saludos cordiales.
Tú dices:
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..A esto respondo:
A) Los historiadores aún no se han puesto de acuerdo sobre la fecha de la crucifixión. Los adventistas dicen que fue en el año 31 d.C , pero en ese año la Pascua cayó en martes. Así que no puede ser.
Respondo: "Juan menciona tres pascuas y una "fiesta de los judíos":
"Estaba cerca la pascua de los judíos; y subió Jesús a Jerusalén" (Juan 2: 13).
"Después de estas cosas había una fiesta de los judíos, y subió Jesús a Jerusalén" (Juan 5: 1).
"Y estaba cerca la pascua, la fiesta de los judíos" (Juan 6: 4;
"Antes de la fiesta de la pascua, sabiendo Jesús que su hora había llegado para que pasase de este mundo al Padre, como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin" (Juan 13: 1)
Aunque esta última ha sido identificada con varias fiestas judías, parece preferible considerarla como la segunda pascua del ministerio de Jesús.
Por lo tanto, Juan registra los acontecimientos de cuatro fiestas sucesivas de la pascua. Jesús fue bautizado varios meses antes de la primera de esas pascuas, y por lo tanto la duración de su ministerio fue aproximadamente de tres años y medio. De acuerdo con la cronología aproximada seguida en este estudio, las cuatro pascuas del ministerio de nuestro Señor fueron las de los años 28, 29, 30 y 31 d. C.
La pascua del año 28 d. C. parece que tuvo lugar durante la primera visita de Jesús a Jerusalén después de su bautismo pues fue en esa fiesta cuando Jesús anunció su misión como el Mesías y comenzó su obra:
"Este principio de señales hizo Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria; y sus discípulos creyeron en él. Después de esto descendieron a Capernaum, él, su madre, sus hermanos y sus discípulos; y estuvieron allí no muchos días. Estaba cerca la pascua de los judíos; y subió Jesús a Jerusalén" (Juan 2: 11-13),
Además, los sucesos del cap. 6 que Juan relaciona con la proximidad de la pascua (vers. 4) ocurrieron un año después de los del cap. 5. Jesús no asistió a ninguna de las fiestas nacionales desde la pascua del año 29 hasta la fiesta de los tabernáculos en octubre- noviembre del año 30 (Juan 6: 4; cf. cap. 7: 1-2), y por lo tanto no estuvo presente en la pascua del año 30.
Pasaron unos tres años entre el bautismo y la fiesta de los tabernáculos del año 30, y tres años y medio entre el bautismo y la pascua final. También transcurrieron tres años entre la primera y la última pascua, o sea las de los años 28 y 31." (DANIEL ALEJANDRO FLORES)
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.B) Si los adventistas dicen que las 70 semanas terminaron en el 34 d.C. se dejaron fuera "destruirá la ciudad y el santuario" de Daniel 9: 26 que sucedió en el año 70 d.C.
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Respondo: Te invito a sacar la cuenta, y veremos si las matemáticas te resulta.
Considera que hubo una semana inicial en el profecía de las setenta semanas de Daniel Cap. 9.
"
Y después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías, mas no por sí; y el pueblo de un príncipe que ha de venir destruirá la ciudad y el santuario; y su fin será con inundación, y hasta el fin de la guerra durarán las devastaciones.
Y por otra semana confirmará el pacto con muchos;
a la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda.
Después con la muchedumbre de las abominaciones vendrá el desolador, hasta que venga la consumación, y lo que está determinado se derrame sobre el desolador." Dan. 9:26,27.
Sin duda alguna luego o después del año 34 vendría la destrucción del templo de Jerusalén, lo que ocurrió en el año 70 d. C, y esto se entiende extrapolando lo que señala Daniel 9:27
..C) Además los adventistas dicen que la abominación desoladora de DANIEL 12:11 se refiere al Papado. Sin embargo Nuestro Señor Jesucristo dijo en MATEO 24:15 dijo que se refería a la caída de Jersusalén (año 70 d.C.).
Respondo: los cristianos que al ver la abominación de asolamiento dicha por el profeta Daniel y mencionada por nuestro Señor, es decir el ejército romano que rodeó a Jerusalén en el año 70 d. C. e implantó sus estandartes e insignias en el lugar santo del templo, huyeron a Pella y montes, escaparon con vida, conforme a las palabras de advertencia dichas por nuestro Señor Jesucristo.
Hablando de las señales que anunciaron que la destrucción de Jerusalén estaba cerca, Jesucristo mencionó las siguientes:
1.- Imposturas de parte de los que pretenderían ser el Mesías.
2.- Guerras y rumores de guerra.
3.- Hambres, pestes, y terremotos en diversos lugares.
4.- Persecución de los discípulos de Jesucristo.
En Lucas 19: 41-44, leemos: "Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella,
diciendo: ¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos.
Porque vendrán días sobre ti, cuando tus enemigos te rodearán con vallado, y te sitiarán, y por todas partes te estrecharán,
y te derribarán a tierra, y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación."
La predicación no tardó en cumplirse al pie de la letra: estas señales fueron presenciadas por la misma generación a quién se dirigió nuestro Señor.
Para que sus adictos estuvieran preparados paras salir de Jerusalén oportunamente, el Salvador los aleccionó y amonestó con las siguientes palabras:
"Por tanto cuando viereis la abominación de asolamiento, que fue dicha por el profeta (ver Daniel 9:26,27), que estará en el lugar santo, el que lee entienda. Entonces los que estuvieren en Judea, huyan a los montes; y el que sobre la techumbre, no descienda a tomar algo de su casa; y el que en el campo, no vuelva atrás a tomar sus ropas." Mateo 24:15-18.
Lucas refiere la misma profecía del modo siguiente:
"Pero cuando viereis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed entonces que su destrucción ha llegado.
Entonces los que estén en Judea, huyan a los montes; y los que en medio de ella, váyanse; y los que estén en los campos, no entren en ella." Lucas 21:20,21. Esta cita demuestra de una manera concluyente que la "abominación de asolamiento" de que hablan Daniel y Mateo se refiere a un ejército hostil que iba a circunvalar, sitiar y destruir la ciudad.
El Dr. Adán Clarke escribe lo siguiente: "Esta abominación de asolamiento se refiere al ejército romano, y en cuanto a lo de "estar en lugar santo" quiere decir que sitiará a Jerusalén. Nuestro Señor dice que esto es lo que fue dicho por el profeta Daniel en los capítulos nueve y once de su profecía. Así deben entenderlo los que leen estas profecías; y así lo entienden los Rabinos. Llámase al ejército romano "una abominación," a causa de sus enseñas e imágenes que eran tal para los judíos" Comentario, Mateo 24:15.
El águila romana (aquila en latín) era un símbolo de las legiones romanas. Bajo el águila u otro emblema a menudo se colocaba la cabeza del emperador reinante, que era objeto de adoración idólatra por el ejército.
También se podía encontrar el Signum que era el estandarte de las centurias, constituido por el águila y la insignia de la corona romana en la punta y bajo esta la inscripción SPQR. Con el imperio se substituyó la inscripción por el nombre del emperador.
Otro símbolo usado era el Vexillum, estandarte usado por las unidades que estaban lejos de sus legiones haciendo un servicio. Este estandarte tenía la forma de un largo bastón con una bandera que contenía un águila en su centro. En tiempos de Augusto se usó tan solo de color rojo.
El águila se convirtió así en el símbolo físico del poder de Roma, y todas las naciones que han pretendido demostrar su poder simbólicamente han utilizado el águila en sus escudos, como la Rusia zarista, los EEUU, la Alemania de Hitler o la España de Franco.
Los mismos judíos reconocen ahora lo siguiente: "La Torá nos describe al pueblo judío incurriendo en pecados cada vez más consistentemente, y que incluso al momento de recibir la justa retribución por sus acciones, lo que comúnmente se denomina castigo, continúan pecando. Entre esos castigos se encuentra un pueblo feroz, sanguinario, irrespetuoso, del que está dicho:
"El Eterno traerá, desde el extremo de la tierra, una nación lejana que se abalanzará sobre ti como el águila, una nación cuyo idioma no entiendas..."
(Devarim / Deuteronomio 28:49)
"...Seréis arrancados de la tierra en la cual entráis para tomarla en posesión.
El Eterno te esparcirá entre todos los pueblos, desde un extremo de la tierra hasta el otro extremo de la tierra. Allí rendiréis culto a dioses ajenos, de madera y de piedra, que ni tú ni tus padres habéis conocido. Y entre aquellas naciones no tendrás tranquilidad,"
(Devarim / Deuteronomio 28:63-65)
Lo que revelan nuestros Sabios es que probablemente esta nación fascista fuera la antigua Roma imperial, más precisamente la de la época de Agripas.
Lo que las legiones romanas usaban como estandarte que los simbolizaba era un águila rapaz con sus alas extendidas, que domina o destruye, tal la pax romana."
http://serjudio.com/rap2151_2200/rap2172.htm
La revuelta comenzó en el año 66 en Cesarea, cuando, tras ganar una disputa legal frente a los judíos, los griegos provocaron un pogromo en el barrio judío en el que la guarnición romana no intervino. La ira de los judíos se acrecentó cuando se supo que el procurador Gesio Floro había robado dinero del tesoro del Templo. Así, en un acto desafiante, el hijo del Sumo Sacerdote, Eleazar ben Ananías, cesó los rezos y los sacrificios en el Templo en honor al emperador romano y mandó atacar a la guarnición romana que estaba en Jerusalén. El tetrarca de Galilea y gobernador de Judea, Herodes Agripa II, y su hermana Berenice huyeron mientras Cestio Galo, legado romano en Siria, reunía una importante fuerza en Acre para marchar a Jerusalén y sofocar la rebelión.
El Salvador les dijo a sus discípulos que habrían de hacer cuando el ejército romano cercase a Jerusalén: "Entonces los que estuvieren en Judea huyan a los montes." Pero ¿de que manera lograrían escaparse los cristianos cuando ya se hallasen completamente rodeados por los enemigos de su pueblo? A primera vista aquello parecía imposible, pero el Señor no se equivocó.
En el año 66 d. C. el ejército romano al mando de Cestio Galo, prefecto de Siria, se presentó a las puertas de Jerusalén. Pero la providencia dispuso que cesase el sitio por algún tiempo, y el enemigo retiró su ejército.
Sobre este punto dice Josefo que si Cestio "hubiera continuado el sitio por un poco más de tiempo, seguramente habría tomado la plaza, pero que se retiró de la ciudad sin tener para ello motivo alguno.
Esta "retirada inesperada" infundió valor a algunos judíos, quienes persiguieron al ejército romano" - "Guerra de los Judíos" por Josefo, libro 2, capítulo 19 (Versión inglesa de Whiston).
Apoyándose en la autoridad de Eusebio, el ya citado Dr. Clarke dice, en la parte de su comentario que corresponde al versículo 16, que "a esta sazón, después de que Cestio Galo había levantado el sitio... todos cuantos creían en Cristo salieron de Jerusalén y huyeron a Pella y a otros lugares situados más allá del Jordán; así es que todos se libraron maravillosamente del desastre general de su patria, no habiendo perecido ni uno solo de ellos.
Para Ezequiel, la experiencia del destierro es el resultado de una degeneración de la que no se tiene conciencia. La profanación del nombre de Dios contamina y dispersa al pueblo y, al revés, la santificación de su nombre le purifica y le congrega. Por culpa de Israel, las naciones se han formado una falsa idea de Dios: No hago esto por consideración a vosotros, casa de Israel, sino por mi santo nombre, que vosotros habéis profanado entre las naciones adonde fuisteis. Yo santificaré mi gran nombre profanado entre las naciones, profanado allí por vosotros. Y las naciones sabrán que yo soy el Señor ... cuando yo, por medio de vosotros, manifieste mi santidad a la vista de ellos. Os tomaré de entre las naciones, os recogeré de todos los países y os llevaré a vuestro suelo. Os rociaré con agua pura y quedaréis purificados: de todas vuestras impurezas y de todas vuestras basuras os purificaré (Ezequiel 36,22-25).
Joaquín fue llevado cautivo cuando Nabucodonosor sitió Jerusalén por segunda vez. El primer sitio tuvo lugar en el año 605 a.C., y se relata en 2 Reyes 24:1-7. El segundo sitio fue en el año 597 a.C., como consta en 2 Reyes 24:10-16. (Ezequiel fue llevado cautivo durante el segundo sitio) El tercer sitio, que fue el último, se narra en 2 Reyes 25:1-21. Se inició en el año 588 a.C., y en el 586 a.C. la ciudad fue tomada y destruida.
Ezequiel escribe todo un capítulo sobre las abominaciones, pero en el versículo 16 del Capítulo 8 indica cual es la peor que llena la copa. Leamos que dice este versículo:
"Y me llevó al atrio de adentro de la casa de Jehová; y he aquí junto a la entrada del templo de Jehová, entre la entrada y el altar, como veinticinco varones, sus espaldas vueltas al templo de Jehová y sus rostros hacia el oriente, y adoraban al sol, postrándose hacia el oriente." Ezequiel 8:16.
Entre las abominaciones o terribles pecados hay abominaciones mayores o peores y aquí encontramos como 25 varones que adoraban al sol.
Sin embargo encontramos también que había un grupo fiel dentro de la ciudad:
"y le dijo Jehová: Pasa por en medio de la ciudad, por en medio de Jerusalén, y ponles una señal en la frente a los hombres que gimen y que claman a causa de todas las abominaciones que se hacen en medio de ella." Ezequiel 9: 4 .
Ellos, (los que reciben el sello de Dios) fueron llevados al cautiverio y siguieron siendo leales a Dios ya que se rehúsan a adorar una estatua de oro de sesenta codos de alto y seis codos de ancho.
"Habló Nabucodonosor y les dijo: ¿Es verdad, Sadrac, Mesac y Abed-nego, que vosotros no honráis a mi dios, ni adoráis la estatua de oro que he levantado?
Ahora, pues, ¿estáis dispuestos para que al oír el son de la bocina, de la flauta, del tamboril, del arpa, del salterio, de la zampoña y de todo instrumento de música, os postréis y adoréis la estatua que he hecho? Porque si no la adorareis, en la misma hora seréis echados en medio de un horno de fuego ardiendo; ¿y qué dios será aquel que os libre de mis manos?
Sadrac, Mesac y Abed-nego respondieron al rey Nabucodonosor, diciendo: No es necesario que te respondamos sobre este asunto.
He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará.
Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado." Daniel 3:14-18.
El Señor se desagradó de esta situación de abominación:
"Después alzaron los querubines sus alas, y las ruedas en pos de ellos; y la gloria del Dios de Israel estaba sobre ellos.
Y la gloria de Jehová se elevó de en medio de la ciudad, y se puso sobre el monte que está al oriente de la ciudad." Ezequiel 11:22,23.
El monte que está al oriente de la ciudad es el Monte de los Olivos.
La desolación vendría a los judíos como consecuencia de la abominación mencionada: "Y a todos los que estuvieren alrededor de él para ayudarle, y a todas sus tropas, esparciré a todos los vientos, y desenvainaré espada en pos de ellos.
Y sabrán que yo soy Jehová, cuando los esparciere entre las naciones, y los dispersare por la tierra." Ezequiel 12:14,15.
Leamos: "También todos los principales sacerdotes, y el pueblo, aumentaron la iniquidad, siguiendo todas las abominaciones de las naciones, y contaminando la casa de Jehová, la cual él había santificado en Jerusalén.
Y Jehová el Dios de sus padres envió constantemente palabra a ellos por medio de sus mensajeros, porque él tenía misericordia de su pueblo, y de su habitación.
Mas ellos hacían escarnio de los mensajeros de Dios, y menospreciaban sus palabras, burlándose de sus profetas, hasta que subió la ira de Jehová contra su pueblo, y no hubo ya remedio.
Por lo cual trajo contra ellos al rey de los caldeos, que mató a espada a sus jóvenes en la casa de su santuario, sin perdonar joven ni doncella, anciano ni decrépito; todos los entregó en sus manos.
Asimismo todos los utensilios de la casa de Dios, grandes y chicos, los tesoros de la casa de Jehová, y los tesoros de la casa del rey y de sus príncipes, todo lo llevó a Babilonia.
Y quemaron la casa de Dios, y rompieron el muro de Jerusalén , y consumieron a fuego todos sus palacios, y destruyeron todos sus objetos deseables.
Los que escaparon de la espada fueron llevados cautivos a Babilonia; y fueron siervos de él y de sus hijos, hasta que vino el reino de los Persas;
Para que se cumpliese la palabra de Jehová por la boca de Jeremías, hasta que la tierra hubo gozado de reposo; porque todo el tiempo de su asolamiento reposó, hasta que los setenta años fueron cumplidos." Ezequiel 36:14-21.
Ya leímos que la abominación mayor era la adoración al sol, el Señor envió profetas a su pueblo y ellos hacían escarnio y los menospreciaban.
A raíz de las abominaciones, el rey de los Caldeos Nabucodonosor quema la casa de Dios.
En consecuencia las abominaciones llevan al asolamiento o destrucción, Este asolamiento produce hambre en la cual las madres se comen a los niños
"Mis sacerdotes y mis ancianos en la ciudad perecieron,
Buscando comida para sí con que entretener su vida"
"Desde lo alto envió fuego que consume mis huesos;
Ha extendido red a mis pies, me volvió atrás,
Me dejó desolada, y con dolor todo el día."
"Por fuera hizo estragos la espada; por dentro señoreó la muerte."
(ver Lamentaciones cap.1)
"Tus profetas vieron para ti vanidad y locura;
Y no descubrieron tu pecado para impedir tu cautiverio,
Sino que te predicaron vanas profecías y extravíos." Lamentaciones 2:14.
"Mira, oh Jehová, y considera a quién has hecho así.
¿Han de comer las mujeres el fruto de sus entrañas, los pequeñitos a su tierno cuidado?
¿Han de ser muertos en el santuario del Señor el sacerdote y el profeta?
Niños y viejos yacían por tierra en las calles;
Mis vírgenes y mis jóvenes cayeron a espada;
Mataste en el día de tu furor; degollaste, no perdonaste.
Has convocado de todas partes mis temores, como en un día de solemnidad;
Y en el día del furor de Jehová no hubo quien escapase ni quedase vivo;
Los que crié y mantuve, mi enemigo los acabó." Lamentaciones 2:20-22.
Se cumple así lo dicho en Ezequiel 9.
¿Cual es la señal que se pone en la frente de los que gemían a causa de las abominaciones que se hacían dentro de ella?
"y santificad mis días de reposo, y sean por señal entre mí y vosotros, para que sepáis que yo soy Jehová vuestro Dios" Ezequiel 20:12
"No obstante, si vosotros me obedeciereis, dice Jehová, no metiendo carga por las puertas de esta ciudad en el día de reposo, sino que santificareis el día de reposo, no haciendo en él ningún trabajo,
entrarán por las puertas de esta ciudad, en carros y en caballos, los reyes y los príncipes que se sientan sobre el trono de David, ellos y sus príncipes, los varones de Judá y los moradores de Jerusalén; y esta ciudad será habitada para siempre.
Y vendrán de las ciudades de Judá, de los alrededores de Jerusalén, de tierra de Benjamín, de la Sefela, de los montes y del Neguev, trayendo holocausto y sacrificio, y ofrenda e incienso, y trayendo sacrificio de alabanza a la casa de Jehová.
Pero si no me oyereis para santificar el día de reposo, y para no traer carga ni meterla por las puertas de Jerusalén en día de reposo, yo haré descender fuego en sus puertas, y consumirá los palacios de Jerusalén, y no se apagará." Jeremías 17:24- 27
Entonces. ¿Porqué fue destruida la ciudad de Jerusalén por los Caldeos?
¡Fue destruida porque se estaba pisoteando el santo sábado!
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...Entonces, déjate de historias de que la "interpretación adventista" es la correcta.
Respondo: Pronto veremos como la "abominación desoladora" , el "hombre de pecado", el hijo de perdición", anhela ocupar el trono de nuestro Dios.
Continuando con el tema: "Los discípulos se habían llenado de asombro y hasta de temor al oír las predicciones de Cristo respecto de la destrucción del templo, y deseaban entender de un modo más completo el significado de sus palabras. Durante más de cuarenta años se habían prodigado riquezas, trabajo y arte arquitectónico para enaltecer los esplendores y la grandeza de aquel templo. Herodes el Grande y hasta el mismo emperador del mundo contribuyeron con los tesoros de los judíos y con las riquezas romanas a engrandecer la magnificencia del hermoso edificio. Con este objeto habíanse importado de Roma enormes bloques de preciado mármol, de tamaño casi fabuloso, a los cuales los discípulos llamaron la atención del Maestro, diciéndole: "Mira qué piedras, y qué edificios." (S. Marcos 13: 1.)
Pero Jesús contestó con estas solemnes y sorprendentes palabras: "De cierto os digo, que no será dejada aquí piedra sobre piedra, que no sea destruída." (S. Mateo 24: 2.)
Los discípulos creyeron que la destrucción de Jerusalén coincidiría con los sucesos de la venida personal de Cristo revestido de gloria temporal para ocupar el trono de un imperio universal, para castigar a los judíos impenitentes y libertar a la nación del yugo romano. Cristo les había anunciado que volvería, y por eso al oírle predecir los juicios que amenazaban a Jerusalén, se figuraron que ambas cosas sucederían al mismo tiempo y, al reunirse en derredor del Señor en el monte de los Olivos, le preguntaron: "¿Cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del mundo? " (S. Mateo 24: 3.)
Lo porvenir les era misericordiosamente velado a los discípulos. De haber visto con toda claridad esos dos terribles acontecimientos futuros: los sufrimientos del Redentor y su muerte, y la destrucción del templo y de la ciudad, los discípulos hubieran sido abrumados por el miedo y el dolor. Cristo les dio un bosquejo de los sucesos culminantes que habrían de desarrollarse antes de la consumación de los tiempos. Sus palabras no fueron entendidas plenamente entonces, pero su significado iba a aclararse a medida que su pueblo necesitase la instrucción contenida en esas palabras. La profecía del Señor entrañaba un doble significado: al par que anunciaba la ruina de Jerusalén presagiaba también los horrores del gran día final.
Jesús declaró a los discípulos los castigos que iban a caer sobre el apóstata Israel y especialmente los que debería sufrir por haber rechazado y crucificado al Mesías. Iban a producirse señales inequívocas, precursoras del espantoso desenlace. La hora aciaga llegaría presta y repentinamente. Y el Salvador advirtió a sus discípulos: "Por tanto, cuando viereis la abominación del asolamiento, que fue dicha por Daniel profeta, que estará en el lugar santo (el que lee, entienda), entonces los que están en Judea, huyan a los montes." (S. Mateo 24: 15, 16; S. Lucas 21: 20.) Tan pronto como los estandartes del ejército romano idólatra fuesen clavados en el suelo sagrado, que se extendía varios estadios más allá de los muros, los creyentes en Cristo debían huir a un lugar seguro. Al ver la señal preventiva, todos los que quisieran escapar debían hacerlo sin tardar. Tanto en tierra de Judea como en la propia ciudad de Jerusalén el aviso de la fuga debía ser aprovechado en el acto. Todo el que se hallase en aquel instante en el tejado de su casa no debía entrar en ella ni para tomar consigo los más valiosos tesoros; los que trabajaran en el campo y en los viñedos no debían perder tiempo en volver por las túnicas que se hubiesen quitado para sobrellevar mejor el calor y la faena del día. Todos debían marcharse sin tardar si no querían verse envueltos en la ruina general.
Durante el reinado de Herodes, la ciudad de Jerusalén no sólo había sido notablemente embellecida, sino también fortalecida. Se erigieron torres, muros y fortalezas que, unidos a la ventajosa situación topográfica del lugar, la hacían aparentemente inexpugnable. Si en aquellos días alguien hubiese predicho públicamente la destrucción de la ciudad, sin duda habría sido considerado cual lo fuera Noé en su tiempo: como alarmista insensato. Pero Cristo había dicho: "El cielo y la tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán." (S. Mateo 24: 35.) La ira del Señor se había declarado contra Jerusalén a causa de sus pecados, y su obstinada incredulidad hizo inevitable su condenación.
El Señor había dicho por el profeta Miqueas: "Oíd ahora esto, cabezas de la casa de Jacob, y capitanes de la casa de Israel, que abomináis el juicio, y pervertís todo el derecho; que edificáis a Sión con sangre, y a Jerusalem con injusticia; sus cabezas juzgan por cohecho, y sus sacerdotes enseñan por precio, y sus profetas adivinan por dinero; y apóyanse en Jehová diciendo: ¿No está Jehová entre nosotros? No vendrá mal sobre nosotros." (Miqueas 3: 9-11.)
Estas palabras dan una idea cabal de cuán corruptos eran los moradores de Jerusalén y de cuán justos se consideraban. A la vez que se decían escrupulosos observadores de la ley de Dios, quebrantaban todos sus preceptos. La pureza de Cristo y su santidad hacían resaltar la iniquidad de ellos; por eso le aborrecían y le señalaban como el causante de todas las desgracias que les habían sobrevenido como consecuencia de su maldad. Aunque harto sabían que Cristo no tenía pecado, declararon que su muerte era necesaria para la seguridad de la nación. Los príncipes de los sacerdotes y los fariseos decían; "Si le dejamos así, todos creerán en él; y vendrán los romanos y destruirán nuestro lugar y nuestra nación." (S. Juan 11: 48, V.M.) Si se sacrificaba a Cristo, pensaban ellos, podrían ser otra vez un pueblo fuerte y unido. Así discurrían, y convinieron con el sumo sacerdote en que era mejor que uno muriera y no que la nación entera se perdiese.
Así era cómo los príncipes judíos habían edificado "a Sión con sangre, y a Jerusalem con iniquidad," y al paso que sentenciaban a muerte a su Salvador porque les echara en cara sus iniquidades, se atribuían tanta justicia que se consideraban el pueblo favorecido de Dios y esperaban que el Señor viniese a librarlos de sus enemigos.
"Por tanto había añadido el profeta, —a causa de vosotros será Sión arada como campo, y Jerusalem será majanos, y el monte de la casa como cumbres de breñal." (Miqueas 3: 12.)
Dios aplazó sus juicios sobre la ciudad y la nación hasta cosa de cuarenta años después que Cristo hubo anunciado el castigo de Jerusalén. Admirable fue la paciencia que tuvo Dios con los que rechazaran su Evangelio y asesinaran a su Hijo. La parábola de la higuera estéril representa el trato bondadoso de Dios con la nación judía. Ya había sido dada la orden: "Córtala, ¿por qué ocupará aún la tierra?" (S. Lucas 13: 7), pero la divina misericordia la preservó por algún tiempo. Había todavía muchos judíos que ignoraban lo que habían sido el carácter y la obra de Cristo. Y los hijos no habían tenido las oportunidades ni visto la luz que sus padres habían rechazado. Por medio de la predicación de los apóstoles y de sus compañeros, Dios iba a hacer brillar la luz sobre ellos para que pudiesen ver cómo se habían cumplido las profecías, no únicamente las que se referían al nacimiento y vida del Salvador sino también las que anunciaban su muerte y su gloriosa resurrección. Los hijos no fueron condenados por los pecados de sus padres; pero cuando, conociendo ya plenamente la luz que fuera dada a sus padres, rechazaron la luz adicional que a ellos mismos les fuera concedida, entonces se hicieron cómplices de las culpas de los padres y colmaron la medida de su iniquidad.
La longanimidad de Dios hacia Jerusalén no hizo sino confirmar a los judíos en su terca impenitencia. Por el odio y la crueldad que manifestaron hacia los discípulos de Jesús rechazaron el último ofrecimiento de misericordia. Dios les retiró entonces su protección y dio rienda suelta a Satanás y a sus ángeles, y la nación cayó bajo el dominio del caudillo que ella misma se había elegido. Sus hijos menospreciaron la gracia de Cristo, que los habría capacitado para subyugar sus malos impulsos, y estos los vencieron. Satanás despertó las más fieras y degradadas pasiones de sus almas. Los hombres ya no razonaban, completamente dominados por sus impulsos y su ira ciega. En su crueldad se volvieron satánicos. Tanto en la familia como en la nación, en las clases bajas como en las clases superiores del pueblo, no reinaban más que la sospecha, la envidia, el odio, el altercado, la rebelión y el asesinato. No había seguridad en ninguna parte. Los amigos y parientes se hacían traición unos a otros. Los padres mataban a los hijos y éstos a sus padres. Los que gobernaban al pueblo no tenían poder para gobernarse a sí mismos: las pasiones más desordenadas los convertían en tiranos. Los judíos habían aceptado falsos testimonios para condenar al Hijo inocente de Dios; y ahora las acusaciones más falsas hacían inseguras sus propias vidas. Con sus hechos habían expresado desde hacía tiempo sus deseos: "¡Quitad de delante de nosotros al Santo de Israel!" (Isaías 30: 11, V.M.) y ya dichos deseos se habían cumplido. El temor de Dios no les preocupaba más; Satanás se encontraba ahora al frente de la nación y las más altas autoridades civiles y religiosas estaban bajo su dominio.
Los jefes de los bandos opuestos hacían a veces causa común para despojar y torturar a sus desgraciadas víctimas, y otras veces esas mismas facciones peleaban unas con otras y se daban muerte sin misericordia; ni la santidad del templo podía refrenar su ferocidad. Los fieles eran derribados al pie de los altares, y el santuario era mancillado por los cadáveres de aquellas carnicerías. No obstante, en su necia y abominable presunción, los instigadores de la obra infernal declaraban públicamente que no temían que Jerusalén fuese destruída, pues era la ciudad de Dios; y, con el propósito de afianzar su satánico poder, sobornaban a falsos profetas para que proclamaran que el pueblo debía esperar la salvación de Dios, aunque ya el templo estaba sitiado por las legiones romanas. Hasta el fin las multitudes creyeron firmemente que el Todopoderoso intervendría para derrotar a sus adversarios. Pero Israel había despreciado la protección de Dios, y no había ya defensa alguna para él. ¡Desdichada Jerusalén! Mientras la desgarraban las contiendas intestinas y la sangre de sus hijos, derramada por sus propias manos, teñía sus calles de carmesí, los ejércitos enemigos echaban a tierra sus fortalezas y mataban a sus guerreros!"
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...NO más "interpretaciones"....por favor.
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..GRACIAS.
Respondo: Ni un solo cristiano pereció en la destrucción de Jerusalén. Cristo había prevenido a sus discípulos, y todos los que creyeron sus palabras esperaron atentamente las señales prometidas. "Cuando viereis a Jerusalem cercada de ejércitos —había dicho Jesús,— sabed entonces que su destrucción ha llegado. Entonces los que estuvieren en Judea, huyan a los montes; y los que en medio de ella, váyanse." (S. Lucas 21: 20, 21.) Después que los soldados romanos, al mando del general Cestio Galo, hubieron rodeado la ciudad, abandonaron de pronto el sitio de una manera inesperada y eso cuando todo parecía favorecer un asalto inmediato. Perdida ya la esperanza de poder resistir el ataque, los sitiados estaban a punto de rendirse, cuando el general romano retiró sus fuerzas sin motivo aparente para ello. Empero la previsora misericordia de Dios había dispuesto los acontecimientos para bien de los suyos. Ya estaba dada la señal a los cristianos que aguardaban el cumplimiento de las palabras de Jesús, y en aquel momento se les ofrecía una oportunidad que debían aprovechar para huir, conforme a las indicaciones dadas por el Maestro. Los sucesos se desarrollaron de modo tal que ni los judíos ni los romanos hubieran podido evitar la huída de los creyentes. Habiéndose retirado Cestio, los judíos hicieron una salida para perseguirle y entre tanto que ambas fuerzas estaban así empeñadas, los cristianos pudieron salir de la ciudad, aprovechando la circunstancia de estar los alrededores totalmente despejados de enemigos que hubieran podido cerrarles el paso. En la época del sitio, los judíos habían acudido numerosos a Jerusalén para celebrar la fiesta de los tabernáculos y así fue como los cristianos esparcidos por todo el país pudieron escapar sin dificultad. Inmediatamente se encaminaron hacia un lugar seguro, la ciudad de Pella, en tierra de Perea, allende el Jordán.
Las fuerzas judaicas perseguían de cerca a Cestio y a su ejército y cayeron sobre la retaguardia con tal furia que amenazaban destruirla totalmente. Sólo a duras penas pudieron las huestes romanas cumplir su retirada. Los judíos no sufrieron más que pocas bajas, y con los despojos que obtuvieron volvieron en triunfo a Jerusalén. Pero este éxito aparente no les acarreó sino perjuicios, pues despertó en ellos un espíritu de necia resistencia contra los romanos, que no tardó en traer males incalculables a la desdichada ciudad.
Espantosas fueron las calamidades que sufrió Jerusalén cuando el sitio se reanudó bajo el mando de Tito. La ciudad fue sitiada en el momento de la Pascua, cuando millones de judíos se hallaban reunidos dentro de sus muros. Los depósitos de provisiones que, de haber sido conservados, hubieran podido abastecer a toda la población por varios años, habían sido destruídos a consecuencia de la rivalidad y de las represalias de las facciones en lucha, y pronto los vecinos de Jerusalén empezaron a sucumbir a los horrores del hambre. Una medida de trigo se vendía por un talento. Tan atroz era el hambre, que los hombres roían el cuero de sus cintos, sus sandalias y las cubiertas de sus escudos.
Muchos salían durante la noche para recoger las plantas silvestres que crecían fuera de los muros, a pesar de que muchos de ellos eran aprehendidos y muertos por crueles torturas, y a menudo los que lograban escapar eran despojados de aquello que habían conseguido aun con riesgo de la vida. Los que estaban en el poder imponían los castigos más infamantes para obligar a los necesitados a entregar los últimos restos de provisiones que guardaban escondidos; y tamañas atrocidades eran perpetradas muchas veces por gente bien alimentada que sólo deseaba almacenar provisiones para más tarde.
Millares murieron a consecuencia del hambre y la pestilencia. Los afectos naturales parecían haber desaparecido: los esposos se arrebataban unos a otros los alimentos; los hijos quitaban a sus ancianos padres la comida que se llevaban a la boca, y la pregunta del profeta: "¿Se olvidará acaso la mujer de su niño mamante?" recibió respuesta en el interior de los muros de la desgraciada ciudad, tal como la diera la Santa Escritura: "Las misericordiosas manos de las mujeres cuecen a sus mismos hijos! ¡éstos les sirven de comida en el quebranto de la hija de mi pueblo!" (Isaías 49: 15; Lamentaciones 4: 10, V.M.)
Una vez más se cumplía la profecía pronunciada catorce siglos antes, y que dice: "La mujer tierna y delicada en medio de ti, que nunca probó a asentar en tierra la planta de su pie, de pura delicadeza y ternura, su ojo será avariento para con el marido de su seno, y para con su hijo y su hija, así respecto de su niño recién nacido como respecto de sus demás hijos que hubiere parido; porque ella sola los comerá ocultamente en la falta de todo, en la premura y en la estrechez con que te estrecharán tus enemigos dentro de tus ciudades." (Deuteronomio 28: 56, 57, V.M.)
Los jefes romanos procuraron aterrorizar a los judíos para que se rindiesen. A los que eran apresados resistiendo, los azotaban, los atormentaban y los crucificaban frente a los muros de la ciudad. Centenares de ellos eran así ejecutados cada día, y el horrendo proceder continuó hasta que a lo largo del valle de Josafat y en el Calvario se erigieron tantas cruces que apenas dejaban espacio para pasar entre ellas. Así fue castigada aquella temeraria imprecación que lanzara el pueblo en el tribunal de Pilato, al exclamar: "¡Recaiga su sangre sobre nosotros, y sobre nuestros hijos!" (S. Mateo 27: 25, V.M.)
Continuará...