A LOS QUE VERDADERAMENTE NO LEEN SINO QUE DIGIEREN LA ESCRITURA
¿Y quién se atreverá a afirmar que la eficacia expiatoria de la muerte de nuestro Divino Señor, sea como fuere que se hubiera llevado a cabo, pudiera ser menos que infinita?
Pero observemos el énfasis que las Escrituras ponen en la manera de Su muerte. Fue «muerte de Cruz».
No faltaba ningún elemento de desprecio ni de odio. La Roma Imperial la decretó, pero fue el pueblo escogido quien la exigió.
Las «manos malvadas» mediante las que ellos asesinaron a su Mesías eran las de sus gobernantes paganos, pero la responsabili*dad del hecho fue toda de ellos. Y no fue el ignorante populacho de Jerusalén el que obligó al gobierno romano a levantar aquella cruz en el Calvario. Detrás de la multitud se hallaba el gran Consejo de la nación.
Tampoco fue un repentino arran*que de pasión lo que llevó a estos hombres a clamar por Su muerte. Sectas enfrentadas entre sí olvidaron sus diferencias para colaborar en conspiraciones bien urdidas para lograr Su destrucción. Esto tuvo lugar además en durante la fiesta de la Pascua, cuando judíos de todos los países se congregaban en Jerusalén. Cada grupo de presión, cada clase, cada sección de aquella nación, participó en el gran crimen. Nunca ha habido un caso tan claro de culpa nacional. Nunca ha habido un acto por el que se pudiera llamar con más justicia a una nación a dar cuenta de él.
Pero la misericordia infinita podía incluso perdo*nar este pecado trascendental, y fue en la misma Jerusalén que se proclamó la gran amnistía por primera vez.
Por mandato divino se predicaron el perdón y la paz ¡a los mismos hombres que habían crucificado al Hijo de Dios! Pero aquí los conceptos erróneos están tan asentados que se pierde todo el significado de la narración.
Los apóstoles fueron guiados por Dios a declarar que si, incluso entonces, los «varones israelitas» se arrepentían, su Mesías regresaría para cumplir para ellos todo lo que sus propios profetas habían predicho y prometido sobre la bendición espiritual y nacional.
Presentar esto como doctrina cristiana, o como la institución de «una nueva religión», es demostrar igno*rancia tanto acerca del judaísmo como del cristia*nismo.
Los oradores eran judíos, los apóstoles de Aquel que fue Él mismo «siervo de la circuncisión». Sus oyentes eran judíos, y como a judíos se les hablaba. La iglesia de Pentecostés basada en este testimonio era intensa y totalmente judía. No se trataba meramente de que los oyentes fuesen judíos y sólo judíos, sino de que la idea de evangelizar a los gentiles ni siquiera había recibido consideración. Cuando la primera gran persecución esparció a los discípulos e «iban por todas partes anunciando el Evangelio», predicaban, como se nos afirma de forma expresa: «sólo a los judíos». Y cuando, después de un período de varios años, Pedro entró en una casa gentil, se le llamó públicamente a que diera explicaciones de una acción que parecía tan extraña y errónea.
De manera concluyente... seguir insistiendo que la Iglesia de Jerusalén...NO ERA JUDIA....es afirmar resueltamente que el Señor no ha venido aún...conforme a las Escrituras antiguas...y que el que estuvo allì fue un impostor...
Pues es evidente que el mismo Señor afirmó:
<DIR> Entonces él les dijo: ¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho!
Luk 24:26 ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria?
Luk 24:27
</DIR>Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían.
NOTEMOS:1. Aunque la V.M. traduce bien el pasaje que la Reina-Valera había mal traducido (cp. también la Biblia de las Américas —N. del T.), parece sin embargo que el hecho de tomar estas sencillas palabras en su sentido claro y evidente comporta el riesgo de ser considerado como un insensato o un adicto a la ficción. Las palabras son: «¡Arrepentíos pues, y volveos a Dios; para que sean borrados vuestros pecados! para que así vengan tiempos de refrigerio de la presencia del Señor; y para que él envíe a aquel Mesías, que antes ha sido designado para vosotros, es decir, Jesús; a quien es necesario que el cielo reciba, hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de la cual habló Dios por boca de sus santos profetas, que ha habido desde la antigüedad. ... Vosotros sois hijos de los profetas, y del pacto que hizo Dios con vuestros padres» (Hch. 3:19, etc.).
Se debería estudiar con atención todo el pasaje, y si es posible, estudiar las notas de Alford, que exponen de qué manera tan plena y específica todo este pasaje se refiere a las esperanzas y promesas dadas a los judíos.