Re: ¿Esta sección es para hablar de secta o para atacar a foristas?
"Poco después de haber cumplido 18 años, Elena se enteró de que Enoch Jacobs, de Cincinnati, Ohio, uno de los creyentes que se habían chasqueado en 1844, había estado vacilando en su confianza en el cumplimiento de la profecía. Ella le escribió desde Portland el 20 de diciembre de 1845, contando nuevamente los puntos salientes de su primera visión. Aunque Elena dijo que la carta no fue escrita para su publicación, Jacobs la imprimió en el número del The Day-Star del 24 de enero de 1846. MV 39.2
Durante los siguientes pocos años la visión se volvió a publicar en varias formas hasta que se la incorporó en el primer librito de Elena de White, Christian Experience and Views (Experiencia cristiana y puntos de vista), publicado en 1851, y de allí pasó a integrar el libro Early Writings (Primeros escritos). MV 39.3Un tiempo más tarde, cuando Elena estaba visitando el hogar de Otis Nichols en Dorchester, cerca de Boston, descubrió que el director del The Day-Starr había publicado su carta, incluyendo su declaración de que no fue escrita para ser publicada. Al ver esto, el 15 de febrero de 1846, ella escribió una segunda carta a Jacobs declarando que si hubiera sabido que él iba a publicar su primera carta, ella habría escrito en forma más completa lo que Dios le había revelado. “Como los lectores del The Day-Star han visto una parte de lo que Dios me ha revelado,... humildemente le solicito que también publique esto en su periódico” (The DayStar, 14 de marzo, 1846). Ella presentó la visión que se le había dado en Exeter, Maine, “en este mes, un año atrás”. Esta era la visión en la cual se le mostró el santuario celestial y la transferencia del ministerio de Cristo desde el lugar santo al “Lugar Santísimo”. MV 39.4
¿Tienes copia del Day-Star del 24 de Enero de 1846 o copia de alguna de las publicaciones antes que ella incorporara la vision alterada en el primer librito mentiroso de Elena White?
Definición de "la puerta cerrada"
"Se pretende que esas expresiones demuestran la doctrina de la puerta cerrada, y que ésa es la razón para su omisión en ediciones posteriores. Pero en realidad sólo enseñan lo que ha sido sostenido por nosotros como pueblo, y todavía lo es, como lo demostraré.
Por un tiempo después del chasco de 1844, sostuve junto con el conjunto de adventistas que la puerta de la gracia quedó entonces cerrada para siempre para el mundo. Tomé esa posición antes de que se me diera mi primera visión. Fue la luz que me dio Dios la que corrigió nuestro error y nos capacitó para ver la verdadera situación.
Todavía creo en la teoría de la puerta cerrada, pero no en el sentido en que se empleó el término al principio o en el que es empleado por mis oponentes.
Hubo una puerta cerrada en los días de Noé. Entonces fue retirado el Espíritu de Dios de la raza pecaminosa que pereció en las aguas del diluvio. Dios mismo dio a Noé el mensaje de la puerta cerrada:
"No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es carne; mas serán sus días ciento veinte años" (Gén. 6: 3).
Hubo una puerta cerrada en los días de Abrahán.
La misericordia dejó de interceder por los habitantes de Sodoma, y todos, con excepción de Lot, su esposa y dos hijas, fueron consumidos por el fuego que descendió del cielo.
Hubo una puerta cerrada en los días de Cristo. El Hijo de Dios declaró a los judíos incrédulos de esa generación: "Vuestra casa os es dejada desierta" (Mat. 23: 38).
Mirando hacia la corriente del tiempo en los últimos días, el mismo poder infinito proclamó mediante Juan:
"Esto dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David, el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre" (Apoc. 3: 7).
Se me mostró en visión, y todavía lo creo, que hubo una puerta cerrada en 1844. Todos los que vieron la luz de los mensajes del primero y segundo ángeles y rechazaron esa luz, fueron dejados en tinieblas. Y los que la aceptaron y recibieron el Espíritu Santo que acompañó a la proclamación del mensaje celestial, y que después renunciaron a su fe y declararon que su experiencia había sido un engaño, de ese modo rechazaron al Espíritu de Dios, y éste no intercedió más por ellos.
Los que no vieron la luz, no fueron culpables de rechazarla. Los únicos a los cuales el Espíritu de Dios no podía alcanzar eran los que habían despreciado la luz celestial. Y en esa clase estaban incluidos, como lo he dicho, tanto los que rehusaron aceptar el mensaje cuando les fue presentado, como los que, habiéndolo recibido, después renunciaron a su fe. Estos podrían tener una forma de piedad y profesar ser seguidores de Cristo. Pero no teniendo una comunicación viviente con Dios, eran llevados cautivos por los engaños de Satanás. Se presentan esas dos clases en la visión los que declararon que era un engaño la luz que habían seguido, y los impíos del mundo que, habiendo rechazado la luz, habían sido rechazados por Dios. No se hace referencia a los que no habían visto la luz y, por lo tanto, no eran culpables de su rechazo.
Para probar que yo creía y enseñaba la doctrina de la puerta cerrada, el Sr. C presenta una cita de la Review del 11 de junio de 1861, firmada por nueve de nuestros miembros importantes. La cita dice así:
"Nuestros conceptos de la obra que nos correspondía eran entonces mayormente vagos e indefinidos; algunos se aferraban todavía a la idea aceptada por el conjunto de creyentes adventistas de 1844, a cuya cabeza estaba Guillermo Miller, de que nuestra obra para 'el mundo' había terminado y que el mensaje se restringía a aquellos de la fe adventista original. Tan firmemente se creía esto que casi se le rehusó el mensaje a uno de los nuestros, pues el que sostenía esto tenía dudas de la posibilidad de la salvación de aquél porque no había estado en 'el movimiento de 1844'".
Sólo necesito añadir a esto que en la misma reunión en que se insistió que el mensaje no podía ser dado a ese hermano, mediante una visión se me dio un testimonio para animarlo a confiar en Dios y dar su corazón plenamente a Jesús, lo que él hizo entonces y allí mismo.
(Ver Mensajes Selectos tomo 1 Págs. 70-73)