Todos conocemos el episodio de Jesús y la mujer adúltera.
Lo que a veces olvidamos es lo que pasó una vez que Jesús se quedó a solas con la mujer, después de que todos los que la acusaban se habían ido de la escena, reconociendo que no tenían autoridad moral para condenarla por pecadora.
¿Y qué pasó entonces? Jesús sí tenía la autoridad moral para condenar al pecador, porque Jesús era sin pecado. Él sí podría haber arrojado la primera piedra. Pero no lo hizo. "Yo tampoco te condeno. Vete, y no peques más".
Que la mujer había pecado era innegable. Jesús lo admitió al pedirle "No peques más".
No era, entonces, que la mujer fuera inocente. No era que Jesús condescendiera con el pecado. No era que desconociera la ley sobre el adulterio.
Lo que nos muestra el episodio es que por más que Dios aborrezca el pecado, Dios manifiesta una misericordia hacia el pecador que excede todas nuestras expectativas y nuestra imaginación. Su misericordia por el pecador más bajo destruye el orgullo de quienes nos creemos más merecedores.
Espero que puedan comprender, como corresponde a todo el pueblo de Dios, cuán ancho, cuán largo, cuán alto y cuán profundo es su amor. Es mi deseo que experimenten el amor de Cristo, aun cuando es demasiado grande para comprenderlo todo. Entonces serán completos con toda la plenitud de la vida y el poder que proviene de Dios. (Efesios 3:18,19)
Todos los foristas hemos pecado sexualmente. Y para pecar no es necesario usar los genitales: basta con los pensamientos. Pero nadie tiene autoridad para apedrear a un fornicario (hetero u homosexual) y nadie tiene razones para esperar que Dios lo va a rostizar por la eternidad.
Lo que nos corresponde hacer es tratar de experimentar, en nuestra vida diaria, ese amor que no podemos, intelectualmente, comprender. Si logramos experimentar tal amor, habremos entrado en la vida eterna.