Hace 60 años, iba a la iglesia todos los domingos, luego de caminar más de 1 kilómetro a pie y descalzo; luego, desde los 21 años, pude ver con claridad meridiana que Dios no cambia y que su día de descanso es el sábado. Le di la espalda al domingo y entré en la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Luego de medio siglo, sigo en esa fe. He llegado a conocer mucho más sobre la Iglesia Católica, luego que salí de ella.
Antes confesaba de rodillas ante el sacerdote todos mis pecados; hoy sé que debo confesar mis faltas a aquellos que he ofendido y a Dios a quien primero ofendo con mis pecados. Antes participaba de la eucaristía y recibía del cura una delgadita pieza aplastada de trigo, redonda, la que no podía masticar, sino dejar que se disolviera entre la lengua y el paladar. Me decían que esto era el cuerpo real de Cristo y siempre me preguntaba dónde estaba el vino, el cual el cura se lo bebía todo en el altar. Hoy participo de un pedacito de pan sin levadura y un pequeño recipiente de vino sin alcohol, creyendo que, aunque no es el cuerpo y la sangre real de Cristo, son símbolos de ello. Este rito lo celebramos cada tres meses.
Antes miraba las imágenes como siendo personas reales, que abogaban por mí ante Dios; Hoy sé que esto es una idolatría sofisticada y que es una violación flagrante del segundo mandamiento. Y hablando de esos mandamientos, sabía que eran de Dios y que El nos los legó, pero nunca vi la gloria del Sinaí, con el mismo Dios descendiendo sobre el monte y hablando aquella preciosa ley y luego escribiéndola con su dedo en las tablas de piedra. Miraba el catecismo y leía en él los mandamienos, creyendo que eran los genuinos, para darme cuenta, al compararlos con la Biblia, que estaban claramemte adulterados. Me pregunté ¿como la iglesia se atrevió a cambiar la ley de Dios? Mucho después vi que un papa indicó que él tiene autoridad para "modificar aun las leyes divinas".
Creía en los santos del santoral romano, hasta darme cuenta que nadie tiene la autoridad para hacer santos, sino sólo Cristo y que yo, sin ser canonizado por papa alguno, soy un santo de Dios, como todo los creyentes fieles.
En fin, hermanos, creía y pracicaba muchas cosas sin analizar, sin tener a mano una Biblia para cotejar, creyendo bona fide todo lo que los curas y obispos decían y lo que estaba escrito en los catecismos y libros devocionales. Hoy creo firmemente en la Biblia y que ella es suficiente para conocer y amar a ese Dios maravilloso que consentió en bajar del cielo y vivir entre nosotros y finalmente dar su preciosa vida por nuestros pecados. Ese Cristo glorioso que pronto vendrá por mí.
Con este mi testimonio no pretendo ofender a católico alguno, sino presentarles mis respetos y rogarles que estudien más sobre sus creencias. Reuerden las palabras de Cristo: "Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará librres."