Para leer la Biblia en ciertas épocas y lugares del mundo había que ser un preboste del clero o amigo del Papa. Una rápida búsqueda me lleva a esto...
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El
sínodo de
Toulouse en 1229 prohibió al laicado tener en su posesión cualquier copia de los libros del Antiguo y Nuevo Testamento salvo el Salterio y otras porciones contenidas en el
breviario o las
horas de la bienaventurada María. "Debemos prohibir estrictamente esas obras en la lengua vulgar" (Harduin, Concilia, xii, 178;
Mansi, Concilia, xxiii, 194).
Fernando e
Isabel (1474-1516) prohibieron la traducción de la Biblia al castellano o la posesión de tales traducciones (
F. H. Reusch, Index der verbotenen Bücher, i, Bonn, 1883, 44).
En Alemania Carlos IV publicó en 1369 un edicto para cuatro
inquisidores contra la traducción y lectura de la Escritura en lengua alemana.
En 1584 Pío IV publicó el Índice preparado por la comisión ya mencionada. Se establecieron 10 reglas, de las cuales la 4ª dice: "Ya que es manifiesto por la experiencia que si la Santa Biblia, traducida a la lengua vulgar, es indiscriminadamente permitida a todos, la imprudencia de los hombres originará más mal que bien, por lo que, en este punto, se remite al juicio de los obispos e inquisidores, quienes pueden, por el consejo del sacerdote o confesor, permitir la lectura de la Biblia traducida a la lengua vulgar por autores católicos a aquellas personas cuya fe y piedad puede aumentar y no ser perjudicada y este permiso se ha de efectuar por escrito. Pero si alguien tiene la presunción de leerla o poseerla sin tal permiso, no recibirá la absolución hasta que primero haya entregado tal Biblia al ordinario."
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Ser propietario de una Biblia era un delito penal en el año 860, el papa Nicolás I, sentado en lo alto de un trono construido especialmente para la ocasión en la plaza del pueblo, que se pronuncio en contra de todas las personas que expresaron su interés en la lectura de la Biblia, y reafirmó su uso público como prohibido (Decreto Papal).
En 1073, el Papa Gregorio apoyo y confirmó la prohibición, y en 1198, el Papa Inocencio III declaró que a nadie debería leer la Biblia o sería apedreado hasta la muerte por "soldados de la Iglesia militar" (Enciclopedia de Diderot, 1759). En 1199, el papa Inocencio III calificó de “herejes” a quienes osaron traducir la Biblia al francés y discutirla entre ellos, y les aplicó estas palabras de Jesús: “No den lo santo a los perros, ni tiren sus perlas delante de los cerdos” (
Mateo 7:6). “Que ningún simple e indocto presuma tocar a la sublimidad de la Sagrada Escritura ni predicarla a otros”, escribió.
En 1229, el Consejo de Toulouse, "se habla con odio", aprobando otro decreto "que prohíbe estrictamente a los laicos de tener en su poder cualquiera de los Antiguo o Nuevo Testamento, o de la traducción a la lengua vulgar". En el siglo 14, la posesión de una Biblia de los laicos era un delito y se castiga con azotes, la confiscación de bienes muebles e inmuebles, y la quema en la hoguera. Con los textos cristianos fabricados con seguridad y ocultos del escrutinio público por una serie de decretos, los Papas aprobaron la supresión del público de la Biblia por más de mil doscientos y treinta años, justo hasta después de la Reforma y la impresión de la Biblia King James en 1611.
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En 1546, el Concilio de Trento determinó que nadie, aparte de la Iglesia Católica, podía imprimir libros religiosos, incluidas las traducciones de la Biblia.
El concilio decretó: “Que en adelante la Sagrada Escritura [...] se imprima de la manera más correcta posible, y a nadie sea lícito imprimir o hacer imprimir cualesquiera libros sobre materias sagradas sin el nombre del autor, ni venderlos en lo futuro ni tampoco retenerlos consigo, si primero no hubieren sido examinados y aprobados por el [obispo diocesano]”.
En 1559, el papa Pablo IV promulgó el primer índice de libros prohibidos por la Iglesia Católica, el cual condenaba la posesión de biblias en alemán, español, francés, holandés, inglés e italiano, así como algunas en latín. Cualquiera que quisiera leer la Biblia debía obtener permiso escrito de los obispos o los inquisidores, una perspectiva nada halagüeña para quien deseara mantenerse a salvo de las sospechas de herejía.
Los que se atrevían a poseer una Biblia o a distribuirla en su propio idioma se acarreaban la ira de la Iglesia. Muchos fueron arrestados, quemados en la hoguera, asados en varas, condenados a cadena perpetua o sentenciados a las galeras. Las biblias confiscadas se quemaban. De hecho, los sacerdotes siguieron confiscando y quemando biblias hasta bien entrado el siglo XX.
Lo anterior no quiere decir que el protestantismo haya sido un verdadero amigo y defensor de la Biblia. En los siglos XVIII y XIX, varios teólogos protestantes promovieron ciertos métodos de estudio que llegaron a ser conocidos como la alta crítica. Con el tiempo, mucha gente aceptó enseñanzas que estaban influidas por la teoría darwinista, según la cual la vida apareció por azar y evolucionó sin la intervención de un Creador.
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