TERCERA CARTA DE CIRILO A NESTORIO
Siguiendo en todos las confesiones que los santos Padres han formulado bajo la inspiración del Espíritu Santo, y los moldes de su pensamiento, siguiendo el camino regio, nosotros decimos que el Verbo unigénito de Dios, nacido de la misma sustancia del Padre, Dios verdadero que procede de Dios Verdadero, luz que viene de la luz, mediante el cual fueron hechas todas las cosas en el cielo y en la tierra, es el mismo que descendió (del cielo) para nuestras salvación, se humilló hasta el anonadamiento, se encarnó y se hizo hombre, esto es, tomó carne de las Santa Virgen y la hizo propia, nació como nosotros del seno materno, y se hizo hombre desde una mujer, sin renunciar a lo que era; Así, aun cuando asumía la carne y la sangre, siguió todavía siendo lo que era: Dios, por naturaleza y según verdad. No decimos con esto que la carne haya pasado a la naturaleza de la divinidad, ni que la inefable naturaleza del Verbo se haya transformado en la naturaleza de la carne. En realidad, (la naturaleza divina) es absolutamente inmutable, siempre idéntica a sí misma, según las Escrituras . Aun apareciendo como un niño en pañales, aun en el seno de la Virgen Madre, llenaba (de sí) toda la creación, siendo Dios se sentaba a la diestra de su padre, porque la divinidad carece de cantidad y volumen, y desconoce los límites.
Confesamos entonces que el Verbo de Dios se ha unido personalmente a la carne humana, pero adoramos un solo Hijo y Señor Jesucristo, no separando ni dividiendo al hombre y Dios, como si estuviesen unidos el uno y el otro en la dignidad y la autoridad (esto, de hecho sería solo sonido y nada más), y ni siquiera llamando, por separado, Cristo al Verbo de Dios, y separadamente al otro Cristo, el nacido de mujer, sino admitiendo un solo Cristo, esto es el Verbo de Dios Padre, con su propia carne. Ahora bien, él como nosotros ha sido ungido, aunque él mismo es el llamado a dar el Espíritu a aquellos que son dignos de recibirlo, y ello no según medida, como dice el bienaventurado Juan Evangelista . Pero tampoco afirmamos que el Verbo de Dios haya habitado, como en un hombre cualquiera, en aquel que nació de la Virgen santa, para que no sea crea que Cristo sea un simple hombre portador de Dios. Si, en realidad, el Verbo de Dios habita entre nosotros y se dice que en Cristo habitó corporalmente la plenitud de la divinidad, creemos que él se hizo carne no del mismo modo que decimos que habita en los santos, y distinguimos de la misma manera la inhabitación que se hizo en él según la naturaleza, y sin cambio alguno en la carne, tuvo en ella una morada tal, como se podría decir que la tenga el alma del hombre con relación a su cuerpo. No hay, entonces, sino un solo Cristo, Hijo y Señor, no según una simple unión de un hombre, en la unidad de la dignidad y la autoridad, con Dios, porque una tal igual dignidad, de hecho, no puede unir las naturalezas. Así, Pedro y Juan son iguales en dignidad, como los demás apóstoles y discípulos, pero los dos no eran uno. De hecho no concebimos el modo de la unión como una yuxtaposición (esto, por lo demás, no sería suficiente ni siquiera para una unidad natural) o como una unión por relación, como cuando nosotros, adhiriendo a Dios, según la Escritura, somos con él un solo espíritu, evitamos más bien el término mismo de “conjunción” en cuanto inadecuado para expresar el misterio de la unidad.
Y no llamamos al verbo de Dios Padre tampoco “Dios” o “Señor” de Cristo, para no dividir de nuevo, abiertamente en dos, al único Cristo e Hijo y Señor, incurriendo en blasfemia, haciendo de él el Dios o Señor de sí mismo. Unido, en realidad, sustancialmente a la carne, como ya dijimos, el Verbo de Dios es Dios de cada cosa y domina sobre toda criatura, pero no es ni siervo ni Señor de sí mismo. Sólo decir o pensar eso sería tonto, y, además, impío. Es verdad que ha dicho que su Padre es su Dios , aun cuando él sea Dios por naturaleza y de la sustancia de Dios, pero no ignoramos que, siendo Dios, él se ha convertido en hombre, sujeto a Dios según la ley propia de la naturaleza humana. ¿Por otra parte, cómo podría él haber sido Dios y Señor de sí mismo? Entonces, en cuanto hombre, y en cuanto esto se puede compatibilizar con la medida de su anonadamiento, él afirma estar – con nosotros – sometido a Dios. Así, Él se somete a la ley, aun cuando Él promulgó la ley, y él es, en cuanto Dios, el legislador. Evitamos absolutamente decir “Venero aquello que fue asumido, por la dignidad de aquel que lo asume; adoro al visible por causa del invisible”. - Es además horrible decir: “El que fue asumido es llamado Dios, conjuntamente con aquel que lo ha asumido”. El que usa este lenguaje divide de nuevo al Cristo en dos Cristos y coloca, por una parte al hombre, y en otra a Dios, negando de hecho, evidentemente la unidad, aquella unidad por la cual no puede ser co - adorado o co - honrado Dios con otro; en cambio, se cree uno a Jesucristo, hijo unigénito de Dios, que ha de honrarse con su carne en una sola adoración. Confesamos también que el mismo hijo unigénito de Dios, aunque ello sea imposible según su propias naturaleza, ha sufrido en su carne por nosotros. Por la gracia de Dios experimentó la muerte para la salvación de todos; y le ofreció el propio cuerpo, aun cuando él sea por naturaleza la vida y el mismo sea la resurrección.
Él, venciendo la muerte con su inefable poder, fue en su propia carne el primogénito de los muertos y la primicia de aquellos que se habían dormido (en el Señor) y abrió a la naturaleza humana el camino al regreso a la incorruptibilidad. Por la gracia de Dios, como hemos establecido, Él experimentó la muerte por cada uno de nosotros, y resurgiendo al tercer día, despobló el Hades. Por ello entonces se dice que la resurrección de los muertos acaeció a través de un hombre , pero, por hombre entendemos aquel que era al mismo tiempo Verbo de Dios, por medio del cual fue destruido el imperio de la muerte. Este, A su tiempo vendrá, como Hijo único y Señor, en lo gloria del Padre, para juzgar el mundo, en justicia, como afirman las escrituras. Es necesario agregar esto. Anunciando la muerte según la carne del Unigénito Hijo de Dios, esto es de Jesucristo, y su resurrección de entre los muertos, y confesando su asunción al cielo, celebramos en la iglesia el sacrificio incruento y nos acercamos así a las místicas bendiciones y nos santificamos, haciéndonos partícipes de la santa carne y de la preciosa sangre del salvador de todos nosotros, Cristo. Nosotros no recibimos entonces una carne común (Dios nos guarde de pensarlo) o la carne de un hombre santificado y unido al Verbo mediante una unión de dignidad, o de uno que tenga en sí la morada de Dios, sino una carne que verdaderamente da la vida y es la propia carne del mismo Verbo. Siendo en verdad por naturaleza la vida en cuanto Dios, dado que se ha convertido en una sola cosa con la propia carne, la ha hecho vivificante y así cuando nos dice: en verdad les digo, si no coméis la carne del hijo del hombre y no bebéis el cáliz de su sangre , no debemos entender que esa sea la sangre de un hombre cualquiera como nosotros (y ¿cómo podría ser vivificante la carne de un hombre, considerada según su propia naturaleza?) sino, en cambio, como la carne de aquel que por nosotros se hizo y se hizo llamar hijo del Hombre.
En cuanto a las expresiones de nuestro Salvador contenidas en los Evangelio, no las atribuimos a dos subsistencias o personas diversa. No es en realidad doble el único y singular Cristo, aunque se deba admitir que él advino por la unidad indivisible de dos realidades diferentes, como ocurre también al hombre, que, aunque es un compuesto de alma y cuerpo, no por ello es doble, sino una sola realidad compuesta de dos elementos. Decimos más bien que sea ya la expresión humana, ya la divina, son ambas dichas de un solo Cristo. Cuando Él en la realidad, con lenguaje divino afirma de sí “Quien me ve, ve al Padre, y: Yo y el Padre somos una sola cosa , pensamos en su naturaleza divina e inefable, por la cual es uno con el Padre por causa de la identidad de la sustancia, Él, imagen y figura y esplendor de su gloria . Cuando, por otro lado, no considerando indigna la condición humana dice a los judíos: Ahora queréis matarme porque os dije la verdad de nuevo debemos reconocer en Él, igual y semejante al Padre, al Verbo Divino también en los límites de su humanidad. Si, en realidad, debemos creer que, siendo Dios por su naturaleza, se hizo carne, vale decir hombre, con un alma racional, ¿qué motivo hay para avergonzarse de que sus expresiones hayan sido dichas al modo humano? Porque, si hubiese rehuido las expresiones propias del hombre, ¿qué lo habría impelido a hacerse hombre como nosotros? Aquel que por nosotros se ha rebajado, voluntariamente hasta el anonadamiento, ¿por qué debería rehuir las expresiones propias del anonadamiento de aquel que se ha anonadado? Las expresiones de los Evangelios, han de atribuirse entonces a una sola persona, o sea, a la única subsistencia encarnada del Verbo: Uno es en realidad el Señor Jesucristo, según las escrituras.
Si es llamado apóstol y pontífice de nuestra confesión en cuanto ha ofrecido a Dios Padre como sacrificio la confesión de la fe que le hacemos, y por su intermedio a Dios Padre, y también al Espíritu santo, decimos que él es por naturaleza el hijo unigénito de Dios, y no atribuimos ciertamente a otro hombre distinto de Él el nombre y la sustancia del sacerdocio. Él se ha convertido en mediador entre Dios y los hombres , los ha reconciliado con la paz, ofreciéndose como víctima suave a Dios Padre . Por eso ha dicho: No has querido ni sacrificio ni oblación, en cambio me has dado un cuerpo. No te han complacido, los holocaustos de expiación del pecado. Entonces ha dicho: He aquí que vengo. Al inicio del libro está escrito de mí que he de hacer oh Dios, tu voluntad . Él ha ofrecido como aroma suave el propio cuerpo por nosotros, no ciertamente por sí mismo. ¿De qué sacrificio y ofrenda habría necesitado para sí, aquel que está sobre todo pecado porque es Dios? Si es verdad que todos son pecadores y todos están privados de la gloria de Dios , ya que estamos inclinados a toda suerte de pecado – para él, en cambio, no fue así, y estamos vencidos por su gloria – ¿cómo puede quedar todavía duda de que el cordero verdadero se haya inmolado por nuestra causa y para nosotros? Así decir qué Él se ha ofrecido por sí mismo y por nosotros no podría nunca estar exento de la acusación de impiedad. Él en realidad no ha faltado en modo alguno ni cometido ningún pecado. Y ¿de qué oblación podría tener necesidad, habiendo ningún pecado por el que hubiera debido ofrecerla?
Cuando más tarde afirma del Espíritu Él me glorificará , derechamente nosotros no decimos que el único Cristo e Hijo, cual si tuviera la necesidad de ser glorificado por otro, haya recibido su gloria del Espíritu Santo, porque el Espíritu no es ni mejor ni superior a Él. Sino porque, para la demostración de s divinidad, [Jesús] se servía del propio espíritu para cumplir sus maravillas, por eso dice ser glorificado por Éste del modo que un hombre, al referirse a la fuerza o a la ciencia presentes en él dijera de ellas “me glorifican”. Porque si también el espíritu tiene una subsistencia propia, y viene considerado en sí, o sea según la propiedad por la cual es Espíritu y no Hijo no es, sin embargo, extraño a Él. Se dice, en realidad Espíritu de Verdad y Cristo es exactamente la verdad, y procede de Él como de Dios Padre. En consecuencia, este Espíritu, operando maravillosamente también por medio de los apóstoles, después de la ascensión de nuestro señor Jesucristo al cielo, lo glorificó; fue creído, en realidad, que Él, Dios por naturaleza, operase aún por medio del propio Espíritu. Por esto decía “Tomaré del mío y os lo anunciaré” Y de ningún modo decimos que el Espíritu es sabio y poderoso por participación, Él es absolutamente perfecto y no tiene necesidad de ningún bien. Precisamente porque es el espíritu de la sabiduría y del poder del Padre, que es el Hijo , por ello es realmente sabiduría y poder.
Y porque la Virgen santa dio corporalmente a luz a Dios unido hipostáticamente a la carne, decimos que ella es madre de Dios, no ciertamente en el sentido que la naturaleza del Verbo haya tenido inicio de existencia en la carne, pues Él existía ya desde el inicio, y era Dios, el Verbo, y estaba junto a Dios . Él es el creador de los tiempos, coeterno al Padre y autor de todas las cosas; pero porque – como ya hemos dicho – unió a sí, hipostáticamente, la humana naturaleza – y salió del seno de la madre en un nacimiento según la carne; no porque tuviera necesariamente necesidad, o por propia naturaleza de poseer también el nacimiento temporal, acaecido en estos últimos tiempos, sino para bendecir el principio mismo de nuestra existencia, y porque, habiéndolo parido una mujer, (el Hijo de Dios) que se ha unido a la carne humana, cesa así la maldición contra todo el género humano, la que manda a la muerte estos nuestros cuerpos humanos, y se hace vana esta palabra: darás a luz con dolor y se realiza la palabra del profeta la muerte fue absorta en la victoria y la otra: Dios enjugó toda lágrima de todo rostro . Por este motivo decimos que Él, como buen administrador, ha bendito las bodas mismas cuando fue invitado con los santos apóstoles a Canáan de Galilea.
Así nos han enseñado a pensar loas santos apóstoles y evangelistas, tanto la Escritura divinamente inspirada como las veraces profesiones de fe de los bienaventurados padres. Con la doctrina de todos ellos es necesario que concuerde y se armonice también toda piedad. Aquello que tu piedad debe anatemizar está agregado al final de esta carta nuestra.
http://www.geocities.com/iglesia_catolica/concilioefeso/efeso2.html