Re: El Sábado si está en el Nuevo Testamento
Estimado patricio césped. Saludos cordiales.
Leidas tus incoherencias y tu falso evangelio...
Respondo: Debes recordar en primer lugar que nuestro Señor Jesucristo es el "Creador" de nuestro planeta:
"Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él.
Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten" Colosenses 1:16,17.
"Y: Tú, oh Señor, en el principio fundaste la tierra; y los cielos son obras de tus manos" Hebreos 1:10.
No es de extrañar entonces de que nuestro Señor Jesucristo sea Señor aún del día de reposo bíblico; esto es el santo sábado.
"El Hijo del Hombre es Señor aun del día de reposo" Lucas 6:5.
"En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció." Juan1:10.
Fue nuestro propio Señor Jesucristo quién le entregó a Moisés, en el Monte Sinaí "palabras de vida"
"Este es aquel Moisés que estuvo en la congregación en el desierto con el ángel que le hablaba en el monte Sinaí, y con nuestros padres, y que recibió palabras de vida que darnos" Hechos 7:38,
Apreciado patricio, como se ve que tienes el hábito de traer falsas doctrinas, filosofías y huecas sutilezas que afloran en mentes carnales, ajenas a la Biblia, vamos a analizar:
¿Cuales son los rudimentos del mundo?
"Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo." Colosenses 2:8
"Pues si habéis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo, ¿por qué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a preceptos
tales como: No manejes, ni gustes, ni aun toques
(en conformidad a mandamientos y doctrinas de hombres), cosas que todas se destruyen con el uso?" Colosenses 2:20-22.
Veamos ahora lo que Pablo dice en Gálatas:
“Decidme, los que queréis estar bajo la ley: ¿no habéis oído la ley?
Porque está escrito que Abraham tuvo dos hijos; uno de la esclava, el otro de la libre.
Pero el de la esclava nació según la carne; mas el de la libre, por la promesa.
Lo cual es una alegoría, pues estas mujeres son los dos pactos; el uno proviene del monte Sinaí, el cual da hijos para esclavitud; éste es Agar.
Porque Agar es el monte Sinaí en Arabia, y corresponde a la Jerusalén actual, pues ésta, junto con sus hijos, está en esclavitud.
Mas la Jerusalén de arriba, la cual es madre de todos nosotros, es libre.” Gálatas 4:21-26.
De la misma forma en que hay dos pactos, hay también dos ciudades a las que éstos pertenecen. La Jerusalén "actual" pertenece al viejo pacto, el del monte Sinaí. Nunca será libre, sino que será reemplazada por la Ciudad de Dios -la Nueva Jerusalén- que descenderá del cielo (Apoc. 3:12; 21:1-5). Es la ciudad que Abrahán anheló, "porque esperaba la ciudad con fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios" (Heb. 11:10; Apoc. 21:14, 19 y 20).
Hay muchos que cifran grandes esperanzas –todas sus esperanzas– en la Jerusalén actual. "Hasta el día de hoy, cuando leen el antiguo pacto, les queda el mismo velo no descubierto" (2 Cor. 3:14). En realidad, están esperando la salvación a partir del monte Sinaí y del antiguo pacto. Pero no es allí donde se la encuentra, "porque no os habéis acercado al monte que se podía tocar, al fuego encendido, al turbión, a la oscuridad, a la tempestad, al sonido de la trompeta, y al estruendo tal de las palabras... Pero os habéis acercado al monte Sión, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén celestial,... a Jesús, el mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel" (Heb. 12:18-24). El que espera las bendiciones a partir de la Jerusalén actual, está dependiendo del viejo pacto y del monte Sinaí para esclavitud. Pero quien adora dirigiéndose a la Nueva Jerusalén, esperando las bendiciones sólo de ella, se aferra al nuevo pacto, al monte de Sión y a la libertad, puesto que "la Jerusalén de arriba... es libre". ¿De qué es libre? Del pecado; y puesto que "es la madre de todos nosotros", nos engendra de nuevo, de forma que también nosotros somos liberados del pecado. ¿Libres de la ley? Sí; ciertamente, puesto que la ley no condena a quienes están en Cristo.
Pero no permitas que nadie te seduzca con palabras vanas, asegurándote que puedes ahora pisotear esa ley que Dios mismo proclamó con tal majestad, desde el monte Sinaí. Allegándonos al monte de Sión, a Jesús, el mediador del nuevo pacto, a la sangre de la aspersión, somos liberados del pecado, de la transgresión de la ley. En "Sión", la base del trono de Dios es su ley. De su trono proceden los mismos relámpagos, truenos y voces (Apoc. 4:5; 11:19) que procedieron del Sinaí, puesto que allí está la misma ley. Pero se trata del "trono de la gracia" (Heb. 4:16), por lo tanto, a pesar de los truenos, nos podemos acercar a él con la segura confianza de hallar misericordia y gracia en Dios. Encontraremos también gracia para el oportuno socorro en la hora de la tentación a pecar, puesto que de en medio del trono, del Cordero "como inmolado" (Apoc. 5:6) fluye el río de aguas de vida que nos trae, procedente del corazón de Cristo, "la ley del Espíritu que da vida" (Rom. 8:2). Bebemos de él, nos sumergimos en él y resultamos limpios de todo pecado.
¿Por qué no llevó el Señor al pueblo directamente al monte de Sión, donde habrían encontrado la ley como vida, en lugar de llevarlos al monte Sinaí, donde la ley significó solamente muerte?
Es una pregunta muy lógica, y lógica es también su respuesta: Fue por su incredulidad. Cuando Dios sacó a Israel de Egipto su propósito era llevarlos al monte de Sión tan directamente como ellos pudiesen ir. Tras haber cruzado el Mar Rojo entonaron un cántico inspirado, uno de cuyos fragmentos decía: "En tu bondad condujiste a este pueblo que rescataste. Lo llevaste con tu poder a tu santa morada". "Tú los introducirás y los plantarás en el monte de tu herencia, en el lugar de tu habitación que tú has preparado, oh Eterno, en el santuario que afirmaron tus manos" (Éx. 15:13, 17).
Si hubiesen continuado cantando, habrían llegado muy pronto al monte de Sión, puesto que "los que el Señor ha redimido, entrarán en Sión con cantos de alegría, y siempre vivirán alegres. Hallarán felicidad y dicha, y desaparecerán el llanto y el dolor" (Isa. 35:10 Vers. Dios Habla Hoy). El cruce del Mar Rojo así lo atestiguaba (Isa. 51:10 y 11). Pero pronto olvidaron al Señor, y en su incredulidad se entregaron a la murmuración. Por consiguiente "fue dada [la ley] por causa de las transgresiones" (Gál. 3:19). Fueron ellos –su incredulidad pecaminosa– quienes hicieron necesario ir al monte Sinaí, en lugar de ir al de Sión.
No obstante, Dios no los privó del testimonio de su fidelidad. En el Sinaí la ley estuvo en la mano del mismo Mediador –Jesús– al que nos dirigimos cuando vamos a Sión. Desde la peña en Horeb (o Sinaí) brotó el manantial de aguas vivas a partir del corazón de Cristo, "y la Roca era Cristo" (Éx. 17:6; 1 Cor. 10:4). Tenían ante ellos la realidad del monte Sión. Todo aquel cuyo corazón se volviese allí hacia el Señor, contemplaría su gloria sin velo tal como lo hizo Moisés, y siendo transformado por ella encontraría el "ministerio que trae justificación", en lugar del "ministerio de condenación" (2 Cor. 3:9). "Su amor es para siempre", e incluso desde las mismas amenazantes nubes de ira de las que procedieron aquellos rayos y truenos, brilla el glorioso rostro del Sol de Justicia conformando el arco iris de la promesa.
“Porque está escrito:
Regocíjate, oh estéril, tú que no das a luz;
Prorrumpe en júbilo y clama, tú que no tienes dolores de parto;
Porque más son los hijos de las desolada, que de la que tiene marido.
Así que, hermanos, nosotros, como Isaac, somos hijos de la promesa.
Pero como entonces el que había nacido según la carne perseguía al que había nacido según el Espíritu, así también ahora.
Mas ¿qué dice la Escritura? Echa fuera a la esclava y a su hijo, porque no heredará el hijo de la esclava con el hijo de la libre.
De manera, hermanos, que no somos hijos de la esclava, sino de la libre.” Galatas 4:27-31.
¡Palabras de ánimo para toda alma! Eres un pecador. En el mejor caso procuras ser cristiano, y las palabras "Echa fuera a la esclava" te hacen temblar. Comprendes que eres esclavo, que el pecado te tiene prisionero, y que te atan las ligaduras de los malos hábitos. Has de aprender a no tener miedo cuando habla el Señor, puesto que proclama paz, ¡aunque lo haga con voz atronadora! Cuanto más sobrecogedora su voz, más paz puedes estar seguro de obtener. ¡Cobra ánimo!
El hijo de la esclava es la carne y sus obras. "La carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios" (1 Cor. 15:50). Pero Dios dice: "Echa fuera a la esclava y a su hijo". Si deseas que su voluntad sea cumplida en ti, tal como se cumple en el cielo, Él hará lo necesario para que te sean quitadas la carne y sus obras. Tu vida "será librada de la esclavitud de la corrupción, para participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios" (Rom. 8:21). Ese mandato que tanto te atemorizó no es más que la voz que ordena al mal espíritu que salga de ti, para no volver nunca más. Te proclama la victoria sobre todo pecado. Recibe a Cristo por la fe, y tienes la potestad de ser hecho hijo de Dios, heredero del reino imperecedero que permanece por siempre con sus habitantes.
¿Dónde nos hemos de mantener? En la libertad de Cristo mismo, cuyo deleite estuvo en la ley del Señor, puesto que la tenía en su corazón (Sal. 40:8). "Mediante Cristo Jesús, la ley del Espíritu que da vida, me ha librado de la ley del pecado y de la muerte" (Rom. 8:2). Nos mantenemos solamente por la fe.
En esa libertad no hay vestigio alguno de esclavitud. Es una libertad perfecta. Es libertad del alma, libertad de pensamiento tanto como libertad de acción. No consiste simplemente en que se nos dé la capacidad para obedecer la ley, sino que se nos proporciona también la mente que halla su deleite en cumplirla. No se trata de que observamos la ley porque no encontramos otra manera de escapar al castigo: eso sería la más amarga de las esclavitudes, precisamente la esclavitud de la que nos libra el pacto de Dios.
La promesa de Dios, aceptada por la fe, pone en nosotros la mente del Espíritu, de manera que encontramos el mayor placer en la obediencia a todos los preceptos de la Palabra de Dios. El alma experimenta esa libertad que poseen las aves en su planear sobre las cumbres montañosas. Es la gloriosa libertad de los hijos de Dios, que gozan de la plenitud de la anchura, profundidad y altura del vasto universo de Dios. Es la libertad de aquellos que no necesitan ser vigilados, sino que son dignos de confianza en toda situación, puesto que cada paso que dan no es más que la acción de la santa ley de Dios. ¿Por qué habrías de conformarte con la esclavitud, cuando es tuya esa libertad que no conoce límites? Las puertas de la prisión están abiertas de par en par. Camina en la libertad de Dios.
Bendiciones.
Luego todo Israel será salvo.