Re: El sabado no es eterno
Estimado manuel5 Saludos cordiales.
Tú dices:
PREGUNTA:
...
..¿Por qué los adventistas quieren ignorar lo que escribió Ignacio de Antioquía y lo que viene escrito en la llamada epístola de Bernabé, respecto al sábado?
Respondo: Cualquier persona de discernimiento espiritual que los haya leído con cuidado,
los estimará de mínimo valor.
Son meros productos literarios humanos.
Es realmente penoso el interés en ellos, teniendo en cuenta que estos escritos constituyen un testimonio del rápido apartamiento y de la profunda caída de la enseñanza apostólica.
En ellos se encuentra un agudo contraste en dignidad, santidad, amor y autoridad con las
inspiradas Epístolas.
Estas reliquias antiguas que tú citas, no son más que la palabra del hombre, que evidencian no sólo debilidad, sino que son trampas para la fe. (¿Las habrán escrito los falsos apóstoles (obreros disfrazados) en sus claustros en esos largos momentos de ocio, y habrán puesto el nombre de Bernabé a la epístola?
Las siguientes palabras se dirigen a la iglesia de Éfeso: “…
y has probado a los que se dicen ser apóstoles, y no lo son, y los has hallado mentirosos” (Ap. 2:2).
Un cristiano está ordenado a probar (dokimazo – a probar, examinar, escrutinizar) lo genuino de todas las cosas y retener aquello que es bueno. (Ver 1 Tes.5:21).
La profecía señala que "La Roma pagana pasaría a ser la Roma espiritual."
“
Nadie os engañe en ninguna manera; porque no vendrá sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el "hombre de pecado", el hijo de perdición, ...”
“Y ahora vosotros sabéis lo que lo detiene.”
El apóstol Pablo había explicado este tema para la nueva iglesia en Tesalónica estando él todavía con ella.
“¿No os acordáis que cuando yo estaba todavía con vosotros, os decía esto?” (2:5). De ahí, los cristianos en Tesalónica estaban informados,
conociendo la identidad del poder que detenía la manifestación del “hijo de perdición”.
Si lo conocían, se deduce que referido poder, o entidad, existía en el primer siglo de la Era Cristiana, pues la segunda carta de Pablo a los tesalonicenses fue escrita a mediados del primer siglo. “
Vosotros sabéis lo que lo detiene.”
¡Lo sabían en aquel entonces! Transferir este hecho al presente, aplicándolo al tiempo presente como si no hubiese ocurrido en el primer siglo, es, sin duda, un error de exégesis. Recalcamos: el poder que detenía la manifestación del “hombre de pecado” existía en el primer siglo.
¿De qué poder, o entidad, se trata? Del Imperio Romano, particularmente, de los emperadores y demás gobernantes principales quienes eran paganos, persiguiendo algunos de ellos a la iglesia.
“A fin de que a su debido tiempo se manifieste.”
El “hombre de pecado” se manifestaría “a su debido tiempo”. Dios preveía su desarrollo en el tiempo oportuno, advirtiéndoselo a la iglesia. No podía levantarse durante el primer siglo debido a la oposición del Imperio Romano, pero al debilitarse este y ser quitado de en medio, el “debido tiempo”, el tiempo propicio, se abriría, proporcionándose las circunstancias favorables para el surgimiento del peligroso “hijo de perdición” que cambiaría drásticamente a la iglesia, introduciendo y fomentando “la apostasía”.
“Porque ya está en acción el misterio de la iniquidad.”
Aun en el primer siglo se comenzaba a sembrar la mala semilla que produciría la apostasía, o sea, la simiente corrupta de la cual nacería el “hijo de perdición”. Al estudiar la historia de la iglesia de aquellos tiempos, concluimos que la “acción” diabólica principal que desembocaría en una apostasía casi total era la de cambiar la organización de las congregaciones locales.
Guiados por el Espíritu Santo, los apóstoles constituyeron una pluralidad de obispos (al menos dos) en cada congregación (Hechos 14:23; 20:17, 28; Filipenses 2:1; Tito 1:7-12).
Pero, poco a poco, las congregaciones cambiaron esta organización divina, elevando a un solo obispo por encima de los demás, llamándolos “
presbíteros”. Luego, los “
obispos principales” en las ciudades grandes tomaron poder sobre las demás congregaciones en áreas aledañas, creándose el puesto y el título de “
obispo metropolitano”.
El “pequeño cambio” inicial pasó, al parecer, casi desapercibido, quizás como “evolución natural” de liderato, pero resultó no “pequeño” sino enorme y desastroso, conduciendo, a la larga, a la formación de la jerarquía episcopal de la Iglesia Católica Romana, con su Papa como cabeza universal de la “iglesia”.
Por ser el cambio inicial “insignificante” tal vez para una mayoría de los cristianos del primer siglo, y del segundo, se clasifica como “
misterio de iniquidad”, pues ¿
a qué cristiano de aquel tiempo se le ocurriría pensar que “tan pequeño e inocente cambio” abriera paso a una gran apostasía, con el “
hombre de pecado” al frente?
El cambio aludido es muy evidente en los antiguos escritos de los primeros “padres de la iglesia” (Tertuliano, Ignacio, etcétera).
“Sólo que hay quien al presente lo detiene, hasta que él a su vez sea quitado en medio.”
Durante los primeros tres siglos de la Era Cristiana,
el Imperio Romano persiguió una y otra vez a la iglesia. Jamás permitiría que una jerarquía eclesiástica fuerte se formara, mucho menos que se nombrara a un “emperador”, o “Papa universal”, para la iglesia.
“Detenía” el desarrollo de semejante poder opositor.
Al convertirse al cristianismo el emperador Constantino, estableciendo este un nuevo centro de gobierno, una “
nueva Roma”,
en Constantinopla,
llegó el “debido tiempo” para que entrara en escena el “hombre de pecado”.
No tardó en hacer acto de presencia mediante las personas de los obispos de las importantes ciudades quienes pronto tomaron no solo el poder dictatorial espiritual sino también el poder secular, político y hasta militar dondequiera que se les presentara oportunidad. El récord histórico confirma ampliamente estos actos.
Las profecías de 2 Tesalonicenses 2:6-7 sobre “
lo que… detiene” y “
ya está en acción el misterio de iniquidad”
fueron cumplidas durante los primeros tres siglos de la Era Cristiana.
En la apostasía predicha se inventaron diversos fraudes para establecer como a un “apóstol que preside” sentado sobre ellos en ceremonial realeza: “
el cuerno pequeño –el hombre de pecado, el misterio de iniquidad– instauró su propio sacerdocio terrenal, humano y pecaminoso. Ellos lo señalan así: “
El Obispo de Roma, el Papa, incuestionablemente ha sido nombrado la Cabeza Espiritual, el Cefas, (el Líder) de la Iglesia…”
En ese servicio y sacerdocio del misterio de iniquidad, el pecador confiesa sus pecados al sacerdote, y sigue pecando. Ciertamente, en ese ministerio y sacerdocio no hay poder para hacer otra cosa que no sea seguir pecando, incluso tras haber confesado los pecados.
Porque éstos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan (3345 metaschematizo – auto transformación) como apóstoles de Cristo. Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz. Así que, no es extraño si también sus ministros se disfrazan como ministros de justicia; cuyo fin será conforme a sus obras. (2 Cor. 11:13-15)
“Mas os hago saber, hermanos, que el evangelio anunciado por mí, no es según (kata – venido de, a través, de acuerdo a) hombre; pues yo ni lo recibí ni lo aprendí de (para – con, de, por, cerca) hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo. (Gál. 1:11-12)
Por otra parte, si hombres hábiles las han puesto sobre las nubes, ello tan sólo demuestra que
la tradición tiene el poder de enceguecerlos, y de que no todos tienen fe.
Todo esto se debe en primer lugar a que el "
misterio de la iniquidad" entró en aquella época en acción
oscureciendo la verdad! Al comenzar a obrar (no abiertamente, por supuesto, sino en forma encubierta)
Las primeras referencias explícitas a la observancia del domingo en los escritos de
Bernabé (cerca del año 135) y
Justino Mártir (cerca del 150),
no mencionan la resurrección como la razón básica para guardarlo.
La iglesia apostólica no autorizó la observancia del domingo, pues esta autorización hubiera contradicho el libro de los Hechos y los más antiguos documentos, que afirman que la iglesia de Jerusalén estaba formada por miles de creyentes judíos “celosos por la ley” (Hechos 21:20),
lo que incluía la observancia del sábado. Los descendientes directos de la iglesia de Jerusalén, que dejaron la ciudad antes de que fuera destruida en el año 70 d.C. (S. Mateo 24:20) y que llegaron a ser conocidos como “nazarenos”, según el historiador Epifanio (315-403),
insistían en la observancia del sábado aún a comienzos del siglo IV.
Si los cristianos judíos retuvieron la observancia del sábado hasta mucho después de la destrucción del templo de Jerusalén, es muy difícil, por no decir imposible, que después hubieran adoptado la observancia del domingo.
Las evidencias señalan que fue en la iglesia de Roma donde se comenzó a cambiar el sábado por el domingo, alrededor de un siglo después de la muerte de Cristo, durante el reinado del emperador Adriano (117-138). Las constantes insurrecciones de los judíos hicieron que
Adriano pusiera fuera de ley a la religión judía, particularmente la observancia del sábado.
Esta represión hizo que la iglesia de Roma cambiara la fecha típica judías –el sábado y la pascua- para hacer distinción entre cristianos y judíos. El sábado se cambió por el domingo y la fecha de la pascua se pasó del 14 de Nisán al domingo inmediato siguiente. Este cambio se hizo sólo por razones socio-políticas.
Otra circunstancia que influyó mucho en los cristianos para guardar el domingo fue la popularidad del culto al sol.
Este culto era tan popular en Roma, que su culto en el segundo día de la semana fue cambiado al primer día, que era el más importante. Esto sucedió a mediados del siglo II.
Este cambio indujo a muchos cristianos a adoptar este nuevo día de reposo. Una prueba de la influencia del culto al sol puede verse en las justificaciones teologías que hay en los escritos cristianos antiguos en relación con la observancia del domingo: la creación de la luz y la salida del Sol de justicia en el primer día de la semana. En conclusión, tanto el antijudaísmo como la adoración del sol contribuyeron al cambio del sábado al domingo. Este cambio no fue solamente de números o de nombres, sino de autoridad, de significado y experiencia.
Fue el cambio del día santo establecido por Dios para que disfrutáramos de la bendición de su presencia y de su paz, por un día de fiesta establecido por el hombre para gozarse en sus placeres y en sus ganancias personales.
Bendiciones.
Luego todo Israel será salvo.