Mira la definición de calvinismo en el Diccionario Teológico Beacon:
CALVINISMO. Este es uno de los tres sistemas teológicos mayores del protestantismo. Los otros dos son el luteranismo y el arminianismo wesleyano. Debe su nombre a su sistematizador principal, Juan Calvino (1509–64) de Ginebra. Su pensamiento fue expuesto en la obra memorable de tres tomos Instituciones de la religión cristiana, publicada en su forma final en 1559 (la última de varias revisiones y ampliaciones del tratado original de un tomo, publicado cuando Calvino tenía 27 años de edad). También sirvieron de apoyo los Comentarios bíblicos de Calvino, y sus obras menores.
El calvinismo como sistema se articuló en credos como los Cánones del Sínodo de Dort (Países Bajos, 1619) y la Confesión de Westminster (Inglaterra, 1647). La mayoría de los presbiterianos, iglesias reformadas y bautistas se clasificarían como calvinistas, aunque en muchos grupos la adhesión es parcial. Esto ha ocasionado distinciones indefinidas tales como el Alto Calvinismo, el Calvinismo Moderado, y el Calvinismo Bajo (que realmente es 80 por ciento arminiano). Otras divisiones han sido el Calvinismo de la Escuela Antigua y el Neo-Calvinismo.
Como sistema, el calvinismo es lógicamente coherente, y consiste en cinco posiciones doctrinales interdependientes y entrelazadas. Tanto para la comprensión como para la memorización, los estudiantes a veces recurren a siglas. Estas podrían ayudar: DEEGS, porque representan la Depravación total, la Elección incondicional, la Expiación limitada, la Gracia irresistible y la Seguridad eterna. Aun cuando estas constituyen los “huesos” del sistema total de pensamiento, no siempre se citan en este orden. Los Cánones de Dort, por ejemplo, empiezan con la predestinación. Históricamente, sin embargo, la doctrina de la depravación fue el punto de partida en la mente de Agustín para la doctrina de la predestinación. Además, el orden de DEEGS fue el orden del documento de los “Remonstrantes”, presentado en 1610 a las autoridades políticas de La Haya por los 42 firmantes remonstrantes, dirigidos por John Uitembogaert.
El primer dogma, la “depravación total”, no significa que los humanos han llegado al grado máximo de maldad, sino que son depravados en toda facultad y en toda faceta de su ser. Esta depravación es resultado de la total separación de Dios por el pecado de Adán, y constituye una completa incapacidad moral. El hombre, en este estado, es incapaz de llevar una vida verdaderamente meritoria, o de hacer algo eficaz para volver a Dios o para adquirir salvación personal.
El segundo dogma, la “elección incondicional”, tiene que ver con la base del plan redentor de Dios ante la incapacidad abyecta del hombre. La salvación tiene que ser totalmente obra de Dios, no solo en la iniciación y continuación de ella, sino en su consumación final. Este énfasis en la voluntad divina implica que si Dios no salva a todos los hombres es solo porque no ha escogido hacerlo. Al instante percibimos la idea de la elección y predestinación: que Dios ha predeterminado a aquellos que serán salvos.
Esto se desarrolla en distintas direcciones. Algunos declaran una “doble predestinación”, dando a entender que los condenados son predestinados a perderse, así como los salvos son predestinados a ser rescatados (véase los Cánones de Dort). En contraste, los partidarios de la “predestinación personal” declaran que solamente los “elegidos” son predestinados por una decisión o decreto divino, y que a los otros simplemente se les permite sufrir el destino que inherentemente merecen—un merecimiento no solo por sus pecados personales, sino por su participación “real” en el primer pecado de Adán.
Otra diferencia es la que indican los términos supralapsarianismo e infralapsarianismo. El primero significa que la elección de los individuos fue determinada en la mente divina antes de la caída —de hecho, la caída estaba incluida en el decreto divino. El segundo término representa la creencia de que esta elección ocurrió después de la caída, y que fue la respuesta de Dios. El supralapsarianismo no escapa a la crítica de que hace a Dios “el autor del pecado” (como lo dijo Jacobo Arminio en su Declaración de sentimientos en 1608).
Después de declarar la doctrina de la predestinación, los dogmas restantes del calvinismo siguen de manera natural. El tercer dogma es el de la “expiación limitada”: Que Cristo expió solamente los pecados de quienes fueron predestinados para ser salvos. Este dogma es compatible con la teoría que la expiación es una transacción objetiva, que consiste en la plena satisfacción de las demandas de la santidad y justicia de Dios, en la forma de pago absoluto de la pena exacta. Por lo tanto, los elegidos necesariamente son liberados. Así, Calvino no dice que Cristo proveyó salvación para nosotros (que la hizo posible), sino que la “salvación fue obtenida” (Institutes, 2:77).
El cuarto dogma se llama “gracia irresistible” (o el llamado eficaz). Se relaciona con la manera en que Dios realiza la salvación de los elegidos. El Espíritu Santo hace llegar el llamado del evangelio a los corazones de los pecadores elegidos, de tal manera que su fe y arrepentimiento están asegurados. Otros pueden ser conmovidos por el evangelio, pero su respuesta no llegará a ser una fe salvadora, porque les falta la ayuda crucial del Espíritu, la que Calvino llama “la eficacia secreta del Espíritu” (Ibid., 2:86).
La quinta letra de DEEGS representa la “seguridad eterna” o perseverancia. Significa que, puesto que Dios ha decretado la salvación de los elegidos, es imposible que se pierdan, porque eso sería un fracaso de la voluntad divina. Por lo tanto, la seguridad de la salvación final es inseparable de la infusión inicial de la gracia salvadora. Dios acepta plena responsabilidad para conservar a los “santos” en el estado de hijos.
Respecto al pecado en el cristiano después de la conversión, los calvinistas se dividen en varias facciones. Aunque Calvino asumía que en esta vida una persona nunca puede estar libre de pecado, o ser perfecta, él no condescendía con el pecado voluntario. Insistía en que el deseo y el empeño de vivir una vida santa eran señales características de la regeneración, y una evidencia primordial de estar incluidos entre los elegidos. Algunos puntos de vista no han sido tan cuidadosos; otros aun se desvían al antinomianismo virtual.
Hoy la postura calvinista común es que el pecado interrumpe el compañerismo con Dios, y aun podría poner en peligro las recompensas, pero que no tiene nada que ver con el destino final. El destino está determinado inalterablemente. Algunos llegan al extremo de declarar que un cristiano que se aleja de Dios todavía es salvo, aunque muera en su condición caída; otros dirían que esa caída definitiva solo probaría que la persona realmente nunca nació de nuevo.
La marca más distintiva del calvinismo es el énfasis en los decretos divinos. El mundo, incluyendo a los hombres, es gobernado no solo por el poder de Dios, sino por sus decretos (Institutes, 1:236). “Los hombres no hacen nada, excepto por la persuasión secreta de Dios, y no discuten y deliberan acerca de nada, sino lo que él anteriormente ha decretado consigo mismo y que efectúa por su dirección secreta, esto se prueba por innumerables pasajes claros de la Escritura” (1:268). Así que la providencia de Dios no se ve como respuesta flexible, sino como determinación previa; y la soberanía divina no se ve primordialmente como autoridad absoluta, sino como eficacia absoluta. La voluntad divina no puede ser frustrada.
Se cree que este sistema ensalza a Dios. Solamente exaltando a Dios como la fuente y causa de todas las cosas se puede eliminar toda base del orgullo humano.
Sin embargo, a través de las Instituciones, Calvino lucha con las consecuencias de ese monergismo unilateral. Se usan muchas palabras tratando de proteger el honor de Dios del estigma de la selectividad arbitraria para salvar a las personas. Se emplea toda clase de rodeos y declaraciones menos tajantes con el propósito de probar que aunque solo Dios es responsable por las buenas obras, la fe y la salvación final, solamente el pecador es responsable por sus pecados y su perdición final.
En el sistema calvinista la voluntad es central, no solamente en Dios como la fuente, sino en el hombre como el pivote soteriológico. Mientras que en el arminianismo la voluntad es activada por la gracia, en el calvinismo es esencial y sobrenaturalmente alterada por la gracia. Calvino dice: “El Señor corrige, o mejor dicho, destruye nuestra voluntad depravada, y también la sustituye con una buena voluntad que procede de él mismo” (Institutes, 1:346; véanse 350, 389, y otras). Esta es la primera acción de Dios en el elegido en la secuencia de la gracia salvadora. De esta alteración de la voluntad fluye fe, y luego arrepentimiento (que Calvino define como regeneración; véase Ibid., 2:159). Una voluntad así transformada se mueve libremente en la dirección de la justicia. Pero el pecador es impotente para efectuar tal cambio por sí mismo o para ayudar a lograrlo.
La tensión entre el ejercicio absoluto de la soberanía y la libertad humana, juntamente con cualquier filosofía racional de responsabilidad moral, se ha sentido en cada generación de pensadores calvinistas. Jonathan Edwards, el teólogo calvinista más sobresaliente del continente americano, luchó con el problema en su tratado notable sobre La libertad de la voluntad. En este esfuerzo, trató de preservar tanto la predestinación como la libertad humana usando el ingenioso concepto de los motivos. Aunque la voluntad es libre, y no obligada, la sicología humana es tal que la voluntad siempre escoge el motivo más fuerte, o responde a la razón más fuerte para la acción. Y los motivos son determinados no desde el interior, sino desde el exterior —por la providencia divina; y así, Dios retiene plena soberanía.
Siguiendo a Edwards, el proceso modificador de Samuel Hopkins, Timote Dwight y Nathanael Taylor resultó en lo que se llama Teología de la Nueva Inglaterra, que se aleja del punto de vista extremo del Alto Calvinismo, en cuanto a la incapacidad moral, hacia un punto de vista que concede a la libertad y responsabilidad humanas un papel más importante. El evangelista más popular de esa era, Charles G. Finney, miembro de la Nueva Escuela Presbiteriana (más tarde congregacionalista), fue enemigo acérrimo de la enseñanza sobre la incapacidad moral.
El concepto de Calvino de la justificación solo por fe fue semejante al de Lutero y Wesley, en el sentido que la consideraron el eje de la soteriología evangélica. Sin embargo, para Calvino, la fe no era un don en el sentido de capacitación, sino una creación directa, una infusión. A la persona elegida se le daba fe; de allí en adelante poseía fe, lo que significaba que desde ese momento era justificada.
Calvino, junto con Wesley y Lutero, afirmó la santificación inicial como concomitante universal de la fe justificadora. Dijo que “la santidad de vida, la santidad verdadera, como se la llama, es inseparable de la libre imputación de justicia” (Ibid., 2:151). Pero es la justificación libre e incondicional la que determina la vida eterna, y no, en ningún sentido, el éxito o el fracaso de la santificación. La deficiencia de santificación nunca puede ser fatal, porque es más que compensada por la obediencia imputada de Cristo. Así como la muerte de Cristo es imputada para justificación, de la misma manera su obediencia es imputada para santificación, de modo que Dios nos ve como perfectos y completos en él (véanse Ibid., 2:216, y otros).
En realidad, debe decirse que el concepto deficiente de Calvino sobre las posibilidades de la gracia santificadora en esta vida surgió en gran parte de su doctrina defectuosa del pecado. “Nada puede ser aceptado que no sea en todo sentido entero y absoluto, y libre de toda impureza; lo cual de hecho nunca se ha encontrado ni se encontrará en el hombre” (Ibid., 2:334). Al evaluar el calvinismo, solo ciertas observaciones breves pueden hacerse, aunque con el riesgo de parecer superficial. La gran influencia del calvinismo en el mundo evangélico puede explicarse, en parte, porque aparentemente la Biblia contiene mucho apoyo para el sistema. Solamente cuando eruditos tan cuidadosos como Jacobo Arminio, Juan Wesley, Juan Fletcher, y cientos de otros dieron una segunda mirada y examinaron cuidadosamente las bases textuales de Calvino, se convencieron de que la verdadera enseñanza bíblica, en cuanto a la relación de un Dios soberano con sus criaturas, y acerca de las condiciones y procesos de la salvación, se mueve en una dirección distinta.
La atracción del calvinismo también reside en su absolutismo. Es una enseñanza alentadora para quienes tienen razón para creer que están entre los elegidos. Sentir que la seguridad personal está determinada por Dios mismo quita de los hombros una carga inmensa de responsabilidad. Los wesleyanos y otros que no están de acuerdo con esta teoría doctrinal insisten en que su sentido de seguridad es igualmente satisfactorio, pero este descansa en un fundamento más válido: En tanto que uno quiera estar seguro, el amor de Dios es fiel y el poder del Espíritu, adecuado. Pero no hay base moral ni bíblica para suponer que la seguridad no está relacionada con la continua confianza y obediencia voluntaria.
Se puede decir que el calvinismo es deficiente por su concepto inadecuado de las posibilidades presentes de la gracia para la santidad interna y externa. ¡Es una gracia extraña la que puede anonadar la voluntad en la conversión, pero no puede vigorizarla en contra del pecado! Sería mejor redefinir el pecado que retener una definición que limita el poder de Cristo para salvar; que lo hace Salvador en el pecado, en vez de salvar del pecado, y que contradice las numerosas promesas bíblicas para la limpieza completa. El calvinismo falla por completo al no ver la entera santificación en esta vida como una experiencia posible o necesaria.
Además, la soberanía divina absoluta que enseña el calvinismo, expresada en forma de decretos inviolables, realmente no honra a Dios sino que lo deshonra de manera vergonzosa. En primer lugar, una redención que puede ser lograda solo apoderándose de la voluntad humana tiene que ser calificada de fracaso colosal. Esta es una salvación que depende de un poder arbitrario, no de lo atractivo del amor. La voluntad humana dominada por una energía divina irresistible, necesariamente, debe ser nombrada por lo que es: una voluntad violada. Tal persona no es libre, aunque tenga la ilusión de libertad.
Pero el estigma más terrible atribuido al Creador es la inferencia de la predestinación selectiva, basada enteramente en el placer de Dios, sin considerar la previsión de la respuesta humana, lo que deja a los demás seres humanos abandonados eternamente en su corrupción heredada. El Dios que puede salvar a quien él quiera podría salvar a todos si él quisiera. El Dios que podría salvar a todos, pero elige no hacerlo, no puede escapar de la responsabilidad por la perdición de estos, por su omisión. Para las personas serias, esta parece ser una imitación grotesca de alguna doctrina del amor divino, que ninguna estratagema hábil puede evadir.
Véase también ARMINIANISMO, AGUSTINIANISMO, MONERGISMO, SINERGISMO, DECRETOS DIVINOS, LIBERTAD, INFRALAPSARIANISMO, EXPIACIÓN, CÁNONES DE DORT Lecturas adicionales: Wesley, Works, 7:373ss.; 10:358–63; Calvino, Instituciones de la religión cristiana; Wiley, CT, 2:334–439; Wynkoop, Bases teológicas de Arminio y Wesley; Kantzer y Gundry, eds., Perspectives on Evangelical Theology, 81–104; Purkiser, Conceptos en conflicto sobre la santidad; Taylor, A Right Conception of Sin; DHS, 445–53.
RICHARD S. TAYLOR.
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CALVINISMO. Este es uno de los tres sistemas teológicos mayores del protestantismo. Los otros dos son el luteranismo y el arminianismo wesleyano. Debe su nombre a su sistematizador principal, Juan Calvino (1509–64) de Ginebra. Su pensamiento fue expuesto en la obra memorable de tres tomos Instituciones de la religión cristiana, publicada en su forma final en 1559 (la última de varias revisiones y ampliaciones del tratado original de un tomo, publicado cuando Calvino tenía 27 años de edad). También sirvieron de apoyo los Comentarios bíblicos de Calvino, y sus obras menores.
El calvinismo como sistema se articuló en credos como los Cánones del Sínodo de Dort (Países Bajos, 1619) y la Confesión de Westminster (Inglaterra, 1647). La mayoría de los presbiterianos, iglesias reformadas y bautistas se clasificarían como calvinistas, aunque en muchos grupos la adhesión es parcial. Esto ha ocasionado distinciones indefinidas tales como el Alto Calvinismo, el Calvinismo Moderado, y el Calvinismo Bajo (que realmente es 80 por ciento arminiano). Otras divisiones han sido el Calvinismo de la Escuela Antigua y el Neo-Calvinismo.
Como sistema, el calvinismo es lógicamente coherente, y consiste en cinco posiciones doctrinales interdependientes y entrelazadas. Tanto para la comprensión como para la memorización, los estudiantes a veces recurren a siglas. Estas podrían ayudar: DEEGS, porque representan la Depravación total, la Elección incondicional, la Expiación limitada, la Gracia irresistible y la Seguridad eterna. Aun cuando estas constituyen los “huesos” del sistema total de pensamiento, no siempre se citan en este orden. Los Cánones de Dort, por ejemplo, empiezan con la predestinación. Históricamente, sin embargo, la doctrina de la depravación fue el punto de partida en la mente de Agustín para la doctrina de la predestinación. Además, el orden de DEEGS fue el orden del documento de los “Remonstrantes”, presentado en 1610 a las autoridades políticas de La Haya por los 42 firmantes remonstrantes, dirigidos por John Uitembogaert.
El primer dogma, la “depravación total”, no significa que los humanos han llegado al grado máximo de maldad, sino que son depravados en toda facultad y en toda faceta de su ser. Esta depravación es resultado de la total separación de Dios por el pecado de Adán, y constituye una completa incapacidad moral. El hombre, en este estado, es incapaz de llevar una vida verdaderamente meritoria, o de hacer algo eficaz para volver a Dios o para adquirir salvación personal.
El segundo dogma, la “elección incondicional”, tiene que ver con la base del plan redentor de Dios ante la incapacidad abyecta del hombre. La salvación tiene que ser totalmente obra de Dios, no solo en la iniciación y continuación de ella, sino en su consumación final. Este énfasis en la voluntad divina implica que si Dios no salva a todos los hombres es solo porque no ha escogido hacerlo. Al instante percibimos la idea de la elección y predestinación: que Dios ha predeterminado a aquellos que serán salvos.
Esto se desarrolla en distintas direcciones. Algunos declaran una “doble predestinación”, dando a entender que los condenados son predestinados a perderse, así como los salvos son predestinados a ser rescatados (véase los Cánones de Dort). En contraste, los partidarios de la “predestinación personal” declaran que solamente los “elegidos” son predestinados por una decisión o decreto divino, y que a los otros simplemente se les permite sufrir el destino que inherentemente merecen—un merecimiento no solo por sus pecados personales, sino por su participación “real” en el primer pecado de Adán.
Otra diferencia es la que indican los términos supralapsarianismo e infralapsarianismo. El primero significa que la elección de los individuos fue determinada en la mente divina antes de la caída —de hecho, la caída estaba incluida en el decreto divino. El segundo término representa la creencia de que esta elección ocurrió después de la caída, y que fue la respuesta de Dios. El supralapsarianismo no escapa a la crítica de que hace a Dios “el autor del pecado” (como lo dijo Jacobo Arminio en su Declaración de sentimientos en 1608).
Después de declarar la doctrina de la predestinación, los dogmas restantes del calvinismo siguen de manera natural. El tercer dogma es el de la “expiación limitada”: Que Cristo expió solamente los pecados de quienes fueron predestinados para ser salvos. Este dogma es compatible con la teoría que la expiación es una transacción objetiva, que consiste en la plena satisfacción de las demandas de la santidad y justicia de Dios, en la forma de pago absoluto de la pena exacta. Por lo tanto, los elegidos necesariamente son liberados. Así, Calvino no dice que Cristo proveyó salvación para nosotros (que la hizo posible), sino que la “salvación fue obtenida” (Institutes, 2:77).
El cuarto dogma se llama “gracia irresistible” (o el llamado eficaz). Se relaciona con la manera en que Dios realiza la salvación de los elegidos. El Espíritu Santo hace llegar el llamado del evangelio a los corazones de los pecadores elegidos, de tal manera que su fe y arrepentimiento están asegurados. Otros pueden ser conmovidos por el evangelio, pero su respuesta no llegará a ser una fe salvadora, porque les falta la ayuda crucial del Espíritu, la que Calvino llama “la eficacia secreta del Espíritu” (Ibid., 2:86).
La quinta letra de DEEGS representa la “seguridad eterna” o perseverancia. Significa que, puesto que Dios ha decretado la salvación de los elegidos, es imposible que se pierdan, porque eso sería un fracaso de la voluntad divina. Por lo tanto, la seguridad de la salvación final es inseparable de la infusión inicial de la gracia salvadora. Dios acepta plena responsabilidad para conservar a los “santos” en el estado de hijos.
Respecto al pecado en el cristiano después de la conversión, los calvinistas se dividen en varias facciones. Aunque Calvino asumía que en esta vida una persona nunca puede estar libre de pecado, o ser perfecta, él no condescendía con el pecado voluntario. Insistía en que el deseo y el empeño de vivir una vida santa eran señales características de la regeneración, y una evidencia primordial de estar incluidos entre los elegidos. Algunos puntos de vista no han sido tan cuidadosos; otros aun se desvían al antinomianismo virtual.
Hoy la postura calvinista común es que el pecado interrumpe el compañerismo con Dios, y aun podría poner en peligro las recompensas, pero que no tiene nada que ver con el destino final. El destino está determinado inalterablemente. Algunos llegan al extremo de declarar que un cristiano que se aleja de Dios todavía es salvo, aunque muera en su condición caída; otros dirían que esa caída definitiva solo probaría que la persona realmente nunca nació de nuevo.
La marca más distintiva del calvinismo es el énfasis en los decretos divinos. El mundo, incluyendo a los hombres, es gobernado no solo por el poder de Dios, sino por sus decretos (Institutes, 1:236). “Los hombres no hacen nada, excepto por la persuasión secreta de Dios, y no discuten y deliberan acerca de nada, sino lo que él anteriormente ha decretado consigo mismo y que efectúa por su dirección secreta, esto se prueba por innumerables pasajes claros de la Escritura” (1:268). Así que la providencia de Dios no se ve como respuesta flexible, sino como determinación previa; y la soberanía divina no se ve primordialmente como autoridad absoluta, sino como eficacia absoluta. La voluntad divina no puede ser frustrada.
Se cree que este sistema ensalza a Dios. Solamente exaltando a Dios como la fuente y causa de todas las cosas se puede eliminar toda base del orgullo humano.
Sin embargo, a través de las Instituciones, Calvino lucha con las consecuencias de ese monergismo unilateral. Se usan muchas palabras tratando de proteger el honor de Dios del estigma de la selectividad arbitraria para salvar a las personas. Se emplea toda clase de rodeos y declaraciones menos tajantes con el propósito de probar que aunque solo Dios es responsable por las buenas obras, la fe y la salvación final, solamente el pecador es responsable por sus pecados y su perdición final.
En el sistema calvinista la voluntad es central, no solamente en Dios como la fuente, sino en el hombre como el pivote soteriológico. Mientras que en el arminianismo la voluntad es activada por la gracia, en el calvinismo es esencial y sobrenaturalmente alterada por la gracia. Calvino dice: “El Señor corrige, o mejor dicho, destruye nuestra voluntad depravada, y también la sustituye con una buena voluntad que procede de él mismo” (Institutes, 1:346; véanse 350, 389, y otras). Esta es la primera acción de Dios en el elegido en la secuencia de la gracia salvadora. De esta alteración de la voluntad fluye fe, y luego arrepentimiento (que Calvino define como regeneración; véase Ibid., 2:159). Una voluntad así transformada se mueve libremente en la dirección de la justicia. Pero el pecador es impotente para efectuar tal cambio por sí mismo o para ayudar a lograrlo.
La tensión entre el ejercicio absoluto de la soberanía y la libertad humana, juntamente con cualquier filosofía racional de responsabilidad moral, se ha sentido en cada generación de pensadores calvinistas. Jonathan Edwards, el teólogo calvinista más sobresaliente del continente americano, luchó con el problema en su tratado notable sobre La libertad de la voluntad. En este esfuerzo, trató de preservar tanto la predestinación como la libertad humana usando el ingenioso concepto de los motivos. Aunque la voluntad es libre, y no obligada, la sicología humana es tal que la voluntad siempre escoge el motivo más fuerte, o responde a la razón más fuerte para la acción. Y los motivos son determinados no desde el interior, sino desde el exterior —por la providencia divina; y así, Dios retiene plena soberanía.
Siguiendo a Edwards, el proceso modificador de Samuel Hopkins, Timote Dwight y Nathanael Taylor resultó en lo que se llama Teología de la Nueva Inglaterra, que se aleja del punto de vista extremo del Alto Calvinismo, en cuanto a la incapacidad moral, hacia un punto de vista que concede a la libertad y responsabilidad humanas un papel más importante. El evangelista más popular de esa era, Charles G. Finney, miembro de la Nueva Escuela Presbiteriana (más tarde congregacionalista), fue enemigo acérrimo de la enseñanza sobre la incapacidad moral.
El concepto de Calvino de la justificación solo por fe fue semejante al de Lutero y Wesley, en el sentido que la consideraron el eje de la soteriología evangélica. Sin embargo, para Calvino, la fe no era un don en el sentido de capacitación, sino una creación directa, una infusión. A la persona elegida se le daba fe; de allí en adelante poseía fe, lo que significaba que desde ese momento era justificada.
Calvino, junto con Wesley y Lutero, afirmó la santificación inicial como concomitante universal de la fe justificadora. Dijo que “la santidad de vida, la santidad verdadera, como se la llama, es inseparable de la libre imputación de justicia” (Ibid., 2:151). Pero es la justificación libre e incondicional la que determina la vida eterna, y no, en ningún sentido, el éxito o el fracaso de la santificación. La deficiencia de santificación nunca puede ser fatal, porque es más que compensada por la obediencia imputada de Cristo. Así como la muerte de Cristo es imputada para justificación, de la misma manera su obediencia es imputada para santificación, de modo que Dios nos ve como perfectos y completos en él (véanse Ibid., 2:216, y otros).
En realidad, debe decirse que el concepto deficiente de Calvino sobre las posibilidades de la gracia santificadora en esta vida surgió en gran parte de su doctrina defectuosa del pecado. “Nada puede ser aceptado que no sea en todo sentido entero y absoluto, y libre de toda impureza; lo cual de hecho nunca se ha encontrado ni se encontrará en el hombre” (Ibid., 2:334). Al evaluar el calvinismo, solo ciertas observaciones breves pueden hacerse, aunque con el riesgo de parecer superficial. La gran influencia del calvinismo en el mundo evangélico puede explicarse, en parte, porque aparentemente la Biblia contiene mucho apoyo para el sistema. Solamente cuando eruditos tan cuidadosos como Jacobo Arminio, Juan Wesley, Juan Fletcher, y cientos de otros dieron una segunda mirada y examinaron cuidadosamente las bases textuales de Calvino, se convencieron de que la verdadera enseñanza bíblica, en cuanto a la relación de un Dios soberano con sus criaturas, y acerca de las condiciones y procesos de la salvación, se mueve en una dirección distinta.
La atracción del calvinismo también reside en su absolutismo. Es una enseñanza alentadora para quienes tienen razón para creer que están entre los elegidos. Sentir que la seguridad personal está determinada por Dios mismo quita de los hombros una carga inmensa de responsabilidad. Los wesleyanos y otros que no están de acuerdo con esta teoría doctrinal insisten en que su sentido de seguridad es igualmente satisfactorio, pero este descansa en un fundamento más válido: En tanto que uno quiera estar seguro, el amor de Dios es fiel y el poder del Espíritu, adecuado. Pero no hay base moral ni bíblica para suponer que la seguridad no está relacionada con la continua confianza y obediencia voluntaria.
Se puede decir que el calvinismo es deficiente por su concepto inadecuado de las posibilidades presentes de la gracia para la santidad interna y externa. ¡Es una gracia extraña la que puede anonadar la voluntad en la conversión, pero no puede vigorizarla en contra del pecado! Sería mejor redefinir el pecado que retener una definición que limita el poder de Cristo para salvar; que lo hace Salvador en el pecado, en vez de salvar del pecado, y que contradice las numerosas promesas bíblicas para la limpieza completa. El calvinismo falla por completo al no ver la entera santificación en esta vida como una experiencia posible o necesaria.
Además, la soberanía divina absoluta que enseña el calvinismo, expresada en forma de decretos inviolables, realmente no honra a Dios sino que lo deshonra de manera vergonzosa. En primer lugar, una redención que puede ser lograda solo apoderándose de la voluntad humana tiene que ser calificada de fracaso colosal. Esta es una salvación que depende de un poder arbitrario, no de lo atractivo del amor. La voluntad humana dominada por una energía divina irresistible, necesariamente, debe ser nombrada por lo que es: una voluntad violada. Tal persona no es libre, aunque tenga la ilusión de libertad.
Pero el estigma más terrible atribuido al Creador es la inferencia de la predestinación selectiva, basada enteramente en el placer de Dios, sin considerar la previsión de la respuesta humana, lo que deja a los demás seres humanos abandonados eternamente en su corrupción heredada. El Dios que puede salvar a quien él quiera podría salvar a todos si él quisiera. El Dios que podría salvar a todos, pero elige no hacerlo, no puede escapar de la responsabilidad por la perdición de estos, por su omisión. Para las personas serias, esta parece ser una imitación grotesca de alguna doctrina del amor divino, que ninguna estratagema hábil puede evadir.
Véase también ARMINIANISMO, AGUSTINIANISMO, MONERGISMO, SINERGISMO, DECRETOS DIVINOS, LIBERTAD, INFRALAPSARIANISMO, EXPIACIÓN, CÁNONES DE DORT Lecturas adicionales: Wesley, Works, 7:373ss.; 10:358–63; Calvino, Instituciones de la religión cristiana; Wiley, CT, 2:334–439; Wynkoop, Bases teológicas de Arminio y Wesley; Kantzer y Gundry, eds., Perspectives on Evangelical Theology, 81–104; Purkiser, Conceptos en conflicto sobre la santidad; Taylor, A Right Conception of Sin; DHS, 445–53.
RICHARD S. TAYLOR.
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